Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

 

Álvaro Matute, La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones
(vida cultural y política, 1901-1929),
México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993, ils., 268 p.

Josefina MacGregor


No me cabe la menor duda de que este libro es entrañable para el autor. Por un lado, el título mismo refleja su pasión -más que mera afición- por el teatro, y, por otro, está dedicado a la memoria de Eduardo Blanquel (1931-1987). Con esta publicación Álvaro Matute rinde homenaje a uno de sus maestros -al maestro de tantos historiadores con el que siempre estaremos en deuda aquellos que nos beneficiamos con sus enseñanzas-. Matute fue uno de los alumnos más queridos y distinguidos del maestro Blanquel, quien siempre se alegró por los logros del discípulo, y este libro es otro éxito en la brillante carrera de Álvaro Matute.

Cabe aclarar de entrada que este libro recopila 19 artículos escritos por Álvaro Matute entre 1976 y 1991. Así que lo primero por lo que tenemos que congratularnos es de que se les reúna en esta obra. Porque estoy convencida de que, si bien en los últimos tiempos se han ganado espacios para la publicación de trabajos breves, también es cierto que la multiplicidad de ediciones nos ha llevado a una gran dispersión que obstaculiza la posibilidad de conocer todo lo que los autores o ciertos autores están produciendo. Creo imposible que alguien pueda tener bajo su mirada, ya no su control, todo lo que se publica en revistas 0 memorias. Creo, inclusive, que esta situación ya se ha perfilado como un problema que los historiadores tendríamos que enfrentar profesionalmente a través de catálogos, porque de lo contrario llegará el momento que ignoraremos trabajos sustanciales para nuestros temas de estudio.

Historiador avezado en desmenuzar las obras de otros -él mismo nos recuerda que, entre sus intereses, además de la historia política y cultural, sobresale el que se refiere a la historia de las ideas, en particular la historiografía-, en su proemio explica claramente cómo estructuró el trabajo y sus características. Nos indica cuáles son los temas que se abordan y el porqué del título: aquello de "actores, escenarios y acciones se debe a que siempre he tenido la convicción de que la historia la hacen, la ejecutan personas de carne y hueso, independientemente del lugar de la escala social que les haya correspondido ocupar".[ 1 ] También nos señala la amplia variedad de los actores y la gran diversidad de sus acciones, así como de los escenarios en los que les correspondió desarrollarlas. Asimismo, nos indica que la exhaustividad no es una de sus pretensiones y que, precisamente porque se trata de una recopilación de materiales publicados, faltan personajes y acciones. Sin embargo, podemos decir de esto que, aun cuando no se aborda de manera integral todo el periodo revolucionario, sí se hace de manera tal que ofrece una idea general de lo ocurrido en el país entre 1900 y 1929, además de que se profundiza de manera particular en algunos aspectos. El autor nos aclara, también, que la mayoría de los textos tuvo su origen en una conferencia o una ponencia, de ahí su carácter ensayístico y no erudito.

Tal vez valga la pena insistir en que algunos de estos textos se elaboraron con el deseo de dar a conocer avances de investigación entre los especialistas; y otros con el afán por divulgar más ampliamente los hallazgos. También vale la pena hacer hincapié en que estos trabajos manifiestan otros intereses no señalados por el autor, pero que pueden apreciarse entre sus preocupaciones como historiador, como es el que se refiere a los espacios de nuestra historia: el nacional, el regional y el internacional. No obstante el interés y el desarrollo crecientes de la historia regional, y el escepticismo de aquellos que sostienen que no hay más historia que la que integra lo nacional, Matute reconoce la importancia de cada uno de esos espacios y les da un lugar en su forma de apreciar la explicación histórica.

Otra preocupación más del autor: la de la biografía, no como exaltación apologética sino para regresar la historia a su materia prima, a los hombres que la hicieron. En ese mismo sentido va su inquietud por las generaciones, sólo que abandonando lo individual para entrar a la dimensión de lo colectivo.

Una aclaración más. Al integrar los trabajos bajo un criterio cronológico, por lo que se refiere a los hechos, no pudo resolverse, como es obvio, el que se refiere al orden cronológico en el que se elaboraron los textos: a uno de 1991 puede seguir otro que se remonta a 1984, o al de 1976 le sigue alguno más de 1991. Pero no importa, esta característica no entorpece la lectura y comprensión del trabajo, entre otras cosas, y fundamentalmente, porque tanto los trabajos más cercanos como los más lejanos en el tiempo fueron hechos por el autor con pleno dominio del oficio y con rigor profesional, así el paso del tiempo, los nuevos conocimientos y las nuevas posiciones pudieran llevarlo ahora a no suscribir -como él mismo lo indica- "con la misma vehemencia algunas afirmaciones expresadas en cada ocasión".[ 2 ]

El libro consta de una introducción y seis secciones, ordenadas cronológica y temáticamente. De entrada, tenemos una visión amplia de tres tiempos de la historiografía de la Revolución, que nos muestra cómo "ha querido ser entendida" ésta. En el primero de esos tiempos, los actores, los hombres que participaron de una u otra manera en el proceso revolucionario, tan temprano tal vez como 1911, quisieron recordarla, para dejar testimonio fehaciente, en su opinión, de sucesos y propósitos; en el segundo, intelectuales políticos la inventaron -al decir de Álvaro y apoyándose en Edmundo O'Gorman, otro de sus maestros, estos hombres, tal vez desde 1925, le dieron unidad y sentido a la pluralidad y dispersión (¡y vaya que las hubo!) de la Revolución para hacerla significativa-, en su afán por criticar o defender la asociación establecida entre Revolución y Estado. Así, hacia 1960 se inició el rescate de la historia de la Revolución, al hacerse necesario eliminar el protagonismo inicial y el ideologismo subsecuente. El propósito es rescatar esa historia para devolvérsela a la sociedad; el problema es que las más de las veces este esfuerzo no trasciende la academia. Advierte Matute: "Los productos del historiador no llegan demasiado lejos sino muy lentamente, acaso cuando el debatirlos pierda actualidad".[ 3 ]

Las secciones que agrupan los 18 trabajos restantes son: "El Porfiriato y su crisis", que incluye un análisis sobre la inoperancia del sistema político y las nuevas propuestas de reorganización y una mirada a la cotidianidad, las inquietudes y las paradojas de la sociedad mexicana en 1910.

"Intermedio intelectual", sección en la que sus preocupaciones fundamentales son el Ateneo de la Juventud como grupo, que con amplitud representa a toda una generación y refleja sus intereses, sus carencias, sus respuestas y sus posiciones políticas; una de las empresas más importantes de esa generación: la construcción de la Universidad Nacional -así haya sido ésta a través de un proyecto tan obsoleto y con procedimientos verticales como sostiene Javier Garciadiego-[ 4 ] y algunos de sus hombres en particular: Pedro Henríquez Ureña y Diego Rivera. Sí, no me equivoco: Diego Rivera. Matute argumenta por qué puede considerarse a Rivera integrante del Ateneo, a pesar de que se encontrara fuera del país durante los años de actividad de la asociación.

Pero el Ateneo y sus hombres sólo se agotan formalmente en esta parte, porque en realidad sus apariciones en escena son constantes, sólo hacen mutis para que otros actores muestren sus propias habilidades. Aunque no creo equivocarme al sostener que, no obstante sus muy diversos gustos dramáticos -léase intereses históricos-, Álvaro Matute siente una particular predilección por la cultura y estos hombres que se comprometieron con ella y por ella, no sólo en el ejercicio académico sino también en la vida pública. "Ser ateneísta era haber tomado en serio la cultura, como una profesión, como un compromiso vital."[ 5 ] Tal vez, la invocación hecha por Ezequiel A. Chávez a Henríquez Ureña cuando éste abandonó México en 1924, en la que el rector se refirió a los dos lemas que guiaron el trabajo magisterial del dominicano, valga para todos los ateneístas, no obstante las divergencias y la diáspora: "Por mi raza hablará el espíritu" y "Por la investigación y la ciencia al amor y al servicio universales".

La tercera sección se titula "Transiciones y contradicciones" y la integran cuatro trabajos, es decir, cuatro protagonistas además de un amplio cuadro de actores secundarios y, otros no tan secundarios: Amado Aguirre -abuelo materno que Álvaro Matute muestra con orgullo-, Felipe Ángeles, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos; muy diversos escenarios: Etzatlán, Jalisco; la ciudad de México; París; la zona villista; Aguascalientes; y muy dispares acciones: militares, políticas y económicas, incluidas las del pensamiento, pues también se analizan las ideas positivistas (además de las liberales en la obra de Ricardo García Granados), las del "liberalismo matizado" (referidas al programa del Partido Liberal Mexicano), las del "liberalismo pleno" (plasmadas en la sucesión presidencial de 1910 de Francisco I. Madero) y las del "liberalismo en conflicto", que expresaban los diferentes proyectos de los diversos grupos en la definición de las metas y los logros revolucionarios.

"Hacia la institucionalidad" es el título que agrupa las siguientes escenas: una panorámica que nos dice qué ocurría en México en otro año crucial: 1917, y que abre la promulgación de la Carta Magna, el camino hacia la vida institucional, aunque con escaso éxito, pues la confrontación, la violencia y la destrucción se niegan a abandonar el escenario; otra más que se refiere a la formación del ejército nacional y los problemas que significó el dejar de ser constitucionalista y que resulta contrastante, así sea comprensible por qué ambas acciones se presenten en el mismo acto, con la última escena en la que se exhibe la política educativa de Vasconcelos, la política educativa de la Revolución, en opinión de Matute, que comparto plenamente, aun cuando puedan hacerse los matices que se quiera: "el primer y único proyecto educativo original, congruente y ambicioso que se ha elaborado en México".[ 6 ]

En cuestiones internacionales, se incluyen dos trabajos que, aunque su temática alude a las relaciones diplomáticas y económicas con Estados Unidos, tienen más bien el propósito de difundir entre los interesados algunos documentos relevantes, por un lado en torno a la tirantez de las relaciones entre México y Estados Unidos al finalizar 1919, que a la vez es un intento de reivindicar la figura de Ignacio Bonillas -cuando menos la diplomática- y, por otro lado, en torno al reconocimiento de Obregón por parte del gobierno del vecino del norte y las dificultades que implicaba el relevo republicano de 1921. Así como las objeciones que Amado Aguirre planteó a Obregón con respecto a la concesión de terrenos -la friolera de más de dos millones de hectáreas a cambio de la cesión de una tercera parte de ellos y una faja de protección-, que en ese mismo año la Secretaría de Agricultura y Fomento otorgó al senador estadounidense Delbert J. Haff en Bahía de Magdalena, Sonora.

Esta sección y la última, "El caudillo y su secuela", se inscriben en el periodo que bien podríamos llamar el "Obregonato" porque es ese periodo un tiempo de nuestra historia que fue presidido por Álvaro Obregón y que se cancela cuando hace su aparición el Maximato. Tres de los cuatro trabajos que se incluyen en esta parte se ocupan de manera específica del tocayo de nuestro autor; el otro, se refiere al espionaje telegráfico al que se sometió la campaña presidencial de Álvaro Obregón en 1919, y el que ejercieron cuatro años después los obregonistas sobre los delahuertistas para comunicar al caudillo y a Calles los movimientos del enemigo.

En los artículos referidos específicamente a Obregón, podemos documentarnos sobre lo que Matute considera los cuatro grandes momentos de este personaje: su aprendizaje como conductor de masas, su experiencia como candidato de oposición, su ejercicio presidencial y su etapa de hombre fuerte. Recorrido necesario para analizar y explicar al caudillo, la faceta que más interesa a nuestro autor, porque es sólo como caudillo que Obregón logra gobernar un ámbito dividido y extiende su sombra sobre don Plutarco, quien sólo hasta 1928, 45 días -que no años, evidente errata del texto-después de la muerte del caudillo, expresa sus expectativas de que México deje de ser país de un hombre para convertirse en una nación de instituciones.

Este momento, que es un hito en nuestra historia política, permite que Matute nos dé a conocer sus reflexiones con respecto al caudillismo, el desarrollo político del país, las especulaciones de Andrés Molina Enríquez en torno a los gobiernos fuertes, dictatoriales, y las escasas posibilidades de que ejerciera un caudillismo civil como transición a la vida institucional a la que convocaba Calles, y que en los últimos sesenta años no hemos sabido perfeccionar, y yo diría que ni siquiera organizar. Si ya en 1989 nos decía Álvaro Matute que los defectos de la maquinaria institucional habían provocado un abstencionismo electoral alarmante, ¿qué podemos agregar seis años después, cuando la crisis política y la falta de credibilidad en el sistema político conducen a la sociedad civil a recurrir, en principio, a las viejas demandas maderistas, en particular a aquella que exige respeto al sufragio? Sólo quiero insistir, con el propio Matute, en que "se debe replantear el camino evolutivo de la política que, dentro de los esquemas conocidos, se enriquezca con nuevas experiencias" y lamentar con él que "los historiadores sólo sepamos ver hacia el pasado y no para adelante".[ 7 ]

En fin, todo lo anteriormente señalado me permite concluir que La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (vida cultural y política, 1901-1929) es un trabajo heterogéneo que, no obstante la diversidad de características, en ocasiones complementarias y en otras contrapuestas, mantiene una secuencia y una coherencia temática, amén del interés del lector que se apoya en una narración amena e inteligente cargada de sugerencias, inquietudes y proposiciones. Una virtud más es que la obra puede ser leída y resultar inteligible para diversos públicos, sea el profesional o el no especializado, que no es escaso mérito.

Así, no queda más que invitar a su lectura; si ya se leyó alguno de los artículos -o todos, no importa- deben releerse en esta nueva presentación, que no reelaboración, porque nos permiten recordar la historia de la Revolución, y de esta manera rescatarla del olvido, y aun inventarla, al dotar de significado a los hechos. Recordar, rescatar e inventar la Revolución, pero no en tres tiempos distintos, sino como tres tareas simultáneas que realizadas con rigor y profesionalismo, como en este caso, nos permiten explicarnos nuestro pasado.

[ 1 ] Álvaro Matute, La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (vida cultural y política, 1901-1929), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993, ils., 268 p., p. 13.

[ 2 ] Álvaro Matute, La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (vida cultural y política, 1901-1929), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993, ils., 268 p., p. 15.

[ 3 ] Álvaro Matute, La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (vida cultural y política, 1901-1929), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993, ils., 268 p., p. 26.

[ 4 ] Javier Garciadiego, "Una efeméride falsa: la supuesta fundación de la Universidad Nacional en México en 1910", Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, v. XLVI, n. 483, abril de 1991, p. 41-49.

[ 5 ] Álvaro Matute, La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (vida cultural y política, 1901-1929), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993, ils., 268 p., p. 127.

[ 6 ] Álvaro Matute, La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (vida cultural y política, 1901-1929), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993, ils., 268 p., p. 88.

[ 7 ] Álvaro Matute, La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (vida cultural y política, 1901-1929), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993, ils., 268 p., p. 266.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute y Martha Beatriz Loyo (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 17, 1996, p. 209-214.

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