Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

TRES REVOLUCIONARIOS HISTORIADORES DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA: GILDARDO MAGAÑA, JUAN BARRAGÁN Y FEDERICO CERVANTES

Felipe Arturo Ávila Espinosa[ 1 ]


Objetivo

En el presente trabajo intento hacer una aproximación a la labor historiográfica de tres participantes del movimiento armado revolucionario mexicano, mediante sus obras, que se encuentran entre las más importantes de la historiografía de la Revolución Mexicana hechas por su generación, a saber, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, del zapatista Gildardo Magaña; Historia del ejército y de la Revolución constitucionalista, del carrancista Juan Barragán, y Francisco Villa y la Revolución, del villista Federico Cervantes.[ 2 ]

Lo que me interesa es analizar la manera en que presentan los autores, en sus respectivas obras, el magno acontecimiento del cual fueron partícipes, así como la forma en que reflexionan sobre él, el método que utilizan para exponerlo y las tesis que intentan demostrar. En una palabra, me interesa indagar cómo entienden y explican la Revolución Mexicana y cómo transmitieron su visión a las generaciones posteriores. He escogido a estos autores por considerarlos personajes representativos de las principales facciones que participaron en la Revolución. Su labor historiográfica forma parte importante de la respuesta que dieron los sobrevivientes de esas corrientes ante sus contemporáneos ya las generaciones posteriores para mostrar la legitimidad y la importancia de sus respectivas corrientes y caudillos dentro de la historia nacional.

Similitudes (I): el intelectual revolucionario

A pesar de las distintas formaciones ideológicas y trayectorias políticas de nuestros tres autores y de las múltiples diferencias entre ellos, hay algunos rasgos comunes útiles para comprenderlos como parte de la generación que hizo la Revolución y reflexionó después sobre ella. Los tres forman parte de la misma generación: Cervantes nació en 1881, Magaña en 1891 y Barragán en 1894. Los tres cursaron la preparatoria y después realizaron estudios superiores: Magaña, comercio; Barragán, leyes, y Cervantes, la carrera militar. Los tres pertenecían a familias de la clase media, más o menos acomodada, y se incorporaron a la Revolución, no por necesidades económicas, sino por convicción, mediante una elección que comprometía su relativamente buena posición social, que ya tenían, y un mejor futuro mediante el desempeño de sus respectivas profesiones y al indudable talento del que los tres habían dado muestras desde su juventud.

Durante la Revolución, si bien los tres empuñaron el fusil y tuvieron responsabilidades militares importantes, su participación destacó por su carácter intelectual. Siendo individuos instruidos, con formación escolar profesional, los tres encontraron pronto su lugar como secretarios y asesores de tres de los principales caudillos revolucionarios, de los cuales se convirtieron muy pronto en cercanos colaboradores: Magaña fue secretario de Zapata, Barragán de Carranza y Cervantes de Felipe Ángeles.

Nuestros tres autores poseían un nivel de cultura superior al del grueso de los ejércitos revolucionarios y, desde el principio, asumieron su especialización como parte de la lucha revolucionaria, sin desvincularse por ello de los hechos de armas. Los tres, a su modo, sufrieron el impacto de la revolución maderista y simpatizaron, también a su modo, con ella (Magaña fue el único que tuvo una participación destacada en el maderismo; Barragán y Cervantes se incorporaron después, cuando Madero había sido asesinado, pero reivindicaron siempre al movimiento).

Los tres se comprometieron totalmente con alguna de las corrientes revolucionarias: Magaña con el zapatismo, Barragán con el carrancismo y Cervantes con el villismo, y mantuvieron esta identidad y fidelidad de su elección durante toda la etapa armada de la Revolución y durante el resto de su vida, a pesar de los diferentes derroteros y fortuna que tuvieron (a ellos no puede achacárseles, como a otros, que hubieran cambiado de bandera en el transcurso de la lucha o que hubieran renegado de su corriente en épocas posteriores).

Ninguno de ellos formó parte de la corriente finalmente triunfante del proceso, la sonorense, que capitalizó los principales beneficios de la Revolución; los ejércitos en los que participaron fueron derrotados, sus corrientes hechas a un lado en la construcción del México posrevolucionario y, en buena medida, fue esta exclusión de la historia de los triunfadores la que los llevó a iniciar la historia de sus respectivos movimientos, como una manera de hacerles justicia a sus corrientes, líderes y participantes, y de contribuir con ello a reconstruir la verdad histórica sobre el proceso revolucionario.

Finalmente, la Revolución y, sobre todo, su pertenencia a la corriente que escogieron y su identificación con los personajes centrales con los cuales colaboraron, fueron los acontecimientos decisivos de sus vidas. Su compromiso vital con la Revolución, su pertenencia a un grupo y su compromiso y fidelidad con sus compañeros de aventuras y con los ideales compartidos es lo que explica tanto su vida como la tarea historiográfica que emprendieron. Por todo ello, forman parte de un tipo particular de los intelectuales que se incorporaron a la Revolución.[ 3 ]

Similitudes (II): la necesidad de historiar la Revolución mediante la historia del movimiento propio

Indudablemente, en 1910, hubo en México una revolución que representó un cambio trascendental en la historia del país. Para nuestros tres autores, así como para todos los de su generación que participaron en ella y para las generaciones que les sucedieron inmediatamente, ésta era una verdad incontrastable que ni siquiera se ponía a discusión. Nuestros tres personajes presenciaron y participaron en el cambio del país: la insurrección de Madero, la caída de Díaz, el maderismo, el golpe huertista, el amplio movimiento que en muchos lugares del país se desarrolló y fue creciendo hasta derrocar al usurpador, así como la cruenta guerra civil entre las facciones, hasta que se impuso una, no sin grandes problemas. Para ello la Revolución había cobrado cuerpo a través de batallas, alianzas, muertes de amigos y enemigos, huelgas, hambres, de una nueva constitución, de golpes militares, temores, esperanzas, frustraciones, exilios, venganzas, y de todo un cúmulo de acontecimientos que ocurrieron en el país desde 1910 y que, individualmente y en conjunto, conformaban una realidad apabullante que se les imponía. Fueron testigos y participantes activos de ello.

Independientemente de los resultados, sólo había una palabra que designaba la realidad vivida en el país: REVOLUCIÓN, así, con mayúsculas, palabra que para su generación tenía un significado muy preciso y aceptado por todos: el cambio violento que habían tenido que hacer y sufrir los hombres y mujeres del país para derrocar a la dictadura de Díaz y tratar de construir una situación mejor (que variaba en matiz según el énfasis que le dieran cada una de las facciones y los individuos a un aspecto u otro: la cuestión agraria, las instituciones democráticas, la educación, la justicia social, etcétera). Se reconocía así a la Revolución, pero, sobre todo, se identificaba al país y a sus habitantes con ella y se trataba de esclarecer su significado y su sentido, una vez que habían pasado los años convulsos de la guerra civil, las revueltas y los cuartelazos. La Revolución era el punto de partida de la identidad nacional, pero no se la había explicado suficientemente. Había lagunas, omisiones y tergiversaciones importantes. Nadie mejor capacitado y con la suficiente autoridad moral para reconstruir y contar la verdad, como realmente ocurrió, que los propios revolucionarios. Nuestros autores asimilaron conscientemente ese patrimonio y horizonte cultural de la época definidos por ella y trataron, en sus obras, de reconstruirla, fundamentarla, darle validez y justificación, a través de su historia.

La peculiaridad de la obra historiográfica que emprendieron fue la de alumbrar la historia de la Revolución Mexicana mediante la historia particular de sus movimientos y ejércitos respectivos. La motivación central fue la de tratar de hacer justicia a la verdad histórica: si bien la Revolución Mexicana era un hecho indiscutible y aceptado, los vencedores se habían apropiado de ella. Después de la década de 1930, no se habían cumplido muchas de las principales aspiraciones sociales, económicas y políticas de los participantes y, sobre todo, las corrientes perdedoras habían sido excluidas y marginadas por los regímenes posrevolucionarios. Esta exclusión había llegado hasta la deformación de lo que había sido la verdadera participación zapatista, villista y carrancista en la Revolución. Había que saltar a la palestra y reconstruir la verdad desde la perspectiva particular de cada una de ellas y justificar, por medio de su historia, el tipo de ideal por el que habían luchado y las acciones efectivas por las que el país había llegado a donde estaba. Éste fue el acicate que llevó a Magaña a escribir la historia del zapatismo en los años treinta, a Barragán la del constitucionalismo en los cuarenta y a Cervantes la del villismo en los cincuenta.

Similitudes (III): la historia del movimiento y de la Revolución por medio de la historia del caudillo

La Revolución la hicieron los enormes ejércitos populares que se crearon al fragor de la lucha contra Díaz y Huerta. Fue gente en su mayoría humilde, pero también proveniente de prácticamente todos los sectores sociales y de numerosas regiones del país, la que engrosó tales ejércitos. Magaña, Barragán y Cervantes dan prueba fehaciente en sus obras de esta amplia participación popular, que, por otro lado, se imponía también como una verdad indiscutible. No obstante, darle coherencia, estructura, disciplina, orden y rumbo a esta desbordante participación popular fue obra de algunos de los mejores hombres que se incorporaron al proceso armado y que, desde el principio, por sus cualidades y habilidad, lograron aglutinar, en torno a ellos, vastos conglomerados sociales.

La Revolución no habría podido ser hecha sin la participación de los grandes hombres. Desde el principio, con Francisco I. Madero, hasta el final, con la dinastía sonorense, asistimos a un importante desfile de grandes hombres: Carranza, Villa, Zapata, Obregón, Ángeles, González y alguno más en la cúspide, seguidos por una pléyade de segundos niveles cuyas acciones, a menudo, fueron también decisivas: Diéguez, Calles, Hill, Natera, Fierro, Villarreal, Hay, Genovevo, Montaño, por mencionar sólo a algunos. La calidad de estos hombres, "mandadores de hombres”, y su jerarquía, se revelaban en el tratamiento que se les daba y con el que habían pasado a la historia, lo cual era el reconocimiento de su superioridad. Desde "el Apóstol”, "el Primer Jefe”, "el Centauro del Norte” o "el Hombre Fuerte”, hasta el más simple "general”, son términos todos que denotan la presencia importante, y a menudo imprescindible, de los grandes hombres en la Revolución. Los tres grandes proyectos que se construyeron en la década revolucionaria, representados militarmente por los tres grandes ejércitos, no por casualidad fueron conocidos con los nombres de zapatismo, carrancismo y villismo. Estas tres corrientes están indisolublemente ligadas a la figura de sus respectivos jefes.

En sus libros, Magaña, Barragán y Cervantes estructuran su exposición teniendo como eje central a cada uno de los tres principales caudillos, a los que, también, buscan hacer justicia histórica. La historia de la Revolución y la de sus diferentes movimientos sociales es, en buena medida, la historia de sus caudillos. Aunque no son sólo biografías, el desarrollo de los movimientos, y de la Revolución en su conjunto, está fuertemente influido por la figura carismática de sus jefes. Es el líder quien logra la aglutinación de las fuerzas, las encauza y les da aliento; sus virtudes los llevan al triunfo, sus defectos lo obstaculizan. Las diferencias entre ellos comprometen a sus seguidores a pelear por el caudillo contra los seguidores de los otros.

Además, los tres personajes mencionados fueron derrotados y asesinados, y la mayoría de sus leales seguidores sufrieron los resultados de esta derrota. Por si fuera poco, sus jefes habían sido excluidos de la historia de los triunfadores y calumniados: había que salir por los fueros de ellos y demostrar que Zapata, Villa y Carranza habían sido, y hecho, mucho más de lo que se les reconocía y que el país que habían querido construir y por el cual habían dado sus vidas, no era el que estaba resultando. De nuevo, se imponía la reconstrucción histórica de sus vidas, proyectos; vicisitudes, hazañas, ignoradas y tergiversadas. La historia debía hacer justicia a esos personajes, fundadores de movimientos y de ejércitos fundamentales de la Revolución, que seguían siendo representativos de un proyecto de país distinto que no había muerto, en tanto que sus aspiraciones, aunque derrotadas, seguían teniendo validez.

Similitudes (IV): método, interlocutores y auditorio

También aquí encontramos similitudes. Los tres autores comentados emprenden obras monumentales de reconstrucción histórica de sus respectivos movimientos. Para hacerlo, se valen de dos herramientas privilegiadas: su experiencia personal, en primer término, y la información de primera mano, a la cual tuvieron acceso directo, en su calidad de participantes distinguidos del proceso revolucionario. Los tres vierten torrentes de información: partes militares, entrevistas, telegramas, cartas, planes, programas, manifiestos y conversaciones entre muchos de los principales participantes. Los tres comparten el paradigma positivista de mostrar los hechos para que expongan por sí mismos la verdad de sus aseveraciones, su objetividad.[ 4 ] Su obra es, pues, fáctica, testimonial: montones de documentos buscados y ordenados para que prueben incontrastablemente el desarrollo de la lucha zapatista, villista y constitucionalista, así como el ascenso y caída de sus jefes. Esta historia documental es complementada por las vivencias de los autores y sus reflexiones sobre los acontecimientos que, aunque importantes, son, con mucho, menores al caudal de datos. Hay también un relato ordenador y cronológico, aunque disparejo, salpicado de referencias autobiográficas y anécdotas que no siempre cumplen el propósito de ir alumbrando la obra. Con todo, las referencias sobre los líderes centrales de la Revolución -aunque se pueda cuestionar su validez histórica- son de un gran valor para ayudar a comprender a los personajes reales de carne y hueso, y a la vez -paradójicamente- idealizados, que nos presentan nuestros autores, brindándonos un punto de vista importante en tanto que representan algunas de las imágenes que habían construido en torno a ellos sus contemporáneos.

El punto de referencia, que es de toda su generación, es el de los propios revolucionarios, bien fueran amigos o enemigos. El impacto de la Revolución fue tal en nuestros autores -quienes no eran académicos ni historiadores profesionales, ni les interesaba serlo-, que sus planteamientos y discusiones fueron dirigidos, años después de la gesta, a su mismo círculo: en favor o en contra, no de lo que tal o cual investigador haya dicho, sino de lo afirmado por tal o cual villista, zapatista o constitucionalista. En cierto sentido, a pesar de los años, el referente, el horizonte, el sentido de la discusión, las opiniones tomadas en cuenta, las que dolían o eran apreciadas, eran las de los mismos actores de la década revolucionaria. Casi como si el tiempo se hubiera detenido, o revivieran con nuevos bríos el momento y las disputas pasadas, no olvidadas. En todo caso, el impacto del momento fundador seguía siendo determinante para ellos y la discusión tenía por tanto que seguir siendo entre sus actores, no entre los comentaristas. Lo que estaba en juego era la verdad histórica. De esto se darían cuenta las generaciones posteriores para las cuales estaban escritas estas obras de justicia. Estas polémicas, pues, legítimamente, eran entre la familia revolucionaria, aunque fueran enemigos; los que no habían participado en la Revolución no tenían derecho a discutir sobre ella y no eran tomados en cuenta.[ 5 ]

Para demostrar que lo dicho por los otros no era la verdad, o les había hecho falta señalar algo importante, nuestros autores emprenden una vasta tarea de búsqueda documental, probatoria de la verdad de sus argumentos. Desde luego, a pesar de sus intenciones, no se puede encontrar una historia objetiva en sus obras. No podía serlo. Es una historia faccional, que toma abiertamente partido por su corriente y que no puede, ni quiere, quitarse el filtro a través del cual ve y entiende al conjunto de acontecimientos de la Revolución Mexicana, a las otras corrientes, y a la suya propia. Pero no intenta ser otra cosa y, con todo, tiene un enorme valor. Representa la forma en que reflexionaron tres importantes participantes de la Revolución sobre lo que habían hecho las decenas de miles de personas y los dirigentes que dieron cuerpo a los tres grandes ejércitos. Sus testimonios -con todas sus limitaciones- son referencias obligadas para todos los estudiosos posteriores.

Particularidades: Magaña, la revolución agraria

Magaña, quien fue electo sucesor de Zapata a la muerte del caudillo y como tal depositario del archivo del cuartel general suriano, emprendió en los años treinta la tarea de reconstruir, con base en dicho repositorio, el movimiento zapatista. Para Magaña, la característica definitoria del zapatismo, y el rasgo central de la Revolución Mexicana, fue su agrarismo. Éste era el elemento central que había que subrayar. Para hacerlo se remonta, en los primeros capítulos, a hacer un bosquejo de la evolución del problema agrario en el país, desde la época colonial hasta el Porfiriato, destacándolo como la pieza central de la historia del país. La posesión y el aprovechamiento de la tierra por los campesinos fueron problemas no resueltos durante la Colonia y estuvieron en la base del movimiento de Independencia. Morelos, el más preclaro prócer insurgente, quiso dar solución radical a la cuestión agraria en beneficio de los desposeídos, pero no lo consiguió. El problema siguió latente y, con tal fuerza, que incluso el fallido intento imperial de los franceses en el siglo XIX lo tuvo que reconocer cuando trató de restablecer las tierras ejidales y los fundos legales de los pueblos.[ 6 ]

El Porfiriato agudizó el despojo de las tierras de los pueblos, concentró la propiedad en pocas manos, se aisló de la mayoría de la población y gobernó para un pequeño grupo de privilegiados.[ 7 ] La Revolución, encabezada por Madero, fue la respuesta natural a esta situación de injusticia generalizada y, aunque sus banderas hayan sido fundamentalmente políticas, lo que atrajo a los contingentes populares a sus filas fue el artículo tercero que prometía la restitución de las tierras a los pueblos que hubieran sido despojados de ellas. Así, la esencia de la Revolución Mexicana tenía raíces agrarias.

El maderismo

El primer tomo de la obra de Magaña abarca desde el estallido de la revolución maderista hasta el surgimiento, a fines de 1911, de la corriente zapatista, formada dentro del maderismo, pero que se vio obligada a romper con él por el incumplimiento de los compromisos revolucionarios. Es particularmente interesante la manera en que nos presenta las vicisitudes en las que se vio envuelto el proceso revolucionario, encabezado por un dirigente que no se atrevió a romper con los poderes reales del régimen porfiriano: un proceso revolucionario que se quedó a medias, preso de la contradicción entre las aspiraciones y la movilización populares que había catalizado, y el ejército, la burocracia y la oligarquía porfirianos a los que no quería afectar. Magaña relata las polémicas, la división y la crisis interna del maderismo; nos describe buena parte de las principales discusiones que hubo en su interior, la labor de zapa que fue desarrollando el gobierno provisional de Francisco León de la Barra, sin que Madero fuera capaz de oponérsele y, por el contrario, donde adquirió éste cada vez más compromisos con los sectores porfirianos.

Magaña critica duramente a Madero: lo critica desde los tratados de Ciudad Juárez que dejaron con vida y poder al ejército y a las instituciones porfirianas;[ 8 ] lo critica por no haber cumplido con su programa; por haber roto con los Vázquez Gómez y otros de sus correligionarios, quienes le exigían que cumpliera sus compromisos con la Revolución; por haber vuelto la espalda al pueblo y confiado más en sus enemigos. Resume su juicio sobre Madero así:

como apóstol, sencillamente grandioso, enorme, indiscutible, sublime. Encauzador de la conciencia popular que despertaba tras el letargo de treinta años, merece toda gratitud.

No podemos decir lo mismo del caudillo, pues en esa fase comienzan los lamentables errores; pero la magnitud de la figura del apóstol obliga a cierta indulgencia.

Como mandatario es una decepción [...] sin embargo, sus desvíos no fueron el producto de la mala fe. Hubo incomprensión de los más trascendentales problemas; impreparación para examinarlos; incertidumbre para abordarlos; hasta torpeza, pero no maldad en el funcionario. [...] error trascendente fue el haberse entregado, triunfante, a sus propios enemigos, permitiendo que los elementos del régimen contra el que se había rebelado la República, permanecieran en el poder [...] [este] error fue el desarme de los maderistas que por razón natural debían haber integrado el nuevo ejército.

Todos esos errores se concentran en uno solo: Madero no gobernó con los hombres de la Revolución ni con los ideales de la Revolución.[ 9 ]

El zapatismo

A Magaña debemos una de las mejores descripciones del surgimiento y desarrollo del zapatismo. Nos relata pormenorizadamente su nacimiento a partir de la lucha de los pueblos por recuperar las tierras que les habían arrebatado las haciendas, y en la intransigencia popular que dio pie al liderazgo más honesto, intransigente y comprometido que se desarrolló en la Revolución: el de Zapata.[ 10 ] Muestra cómo lo que comenzó a enfrentar al zapatismo con Madero fue el desarme de las fuerzas revolucionarias, el no cumplimiento de las promesas de restituir las tierras a los pueblos, y, sobre todo, los ataques armados de que fueron objeto los seguidores de Zapata por el gobierno provisional de De la Barra. El zapatismo rompió con Madero porque se sintió engañado, traicionado y agredido.[ 11 ] En buena medida fue una respuesta defensiva y posiblemente no habría ocurrido así si la actitud de Madero hubiera sido otra.

Lo que también queda claro en la obra de Magaña es el arraigo regional del zapatismo, percibido por la prensa, los legisladores y los políticos de la época, tanto conservadores como progresistas, a los cuales cita con profusión.[ 12 ] El otro aspecto central que destaca en su obra es el del programa agrario zapatista: el Plan de Ayala. Refuta, por inexacta, la afirmación de que Zapata era manejado por un grupo de intelectuales que eran los verdaderos cerebros del movimiento, y revalora el papel, el carácter y la honradez del caudillo, que orientaron a todos sus colaboradores.[ 13 ] Describe la gestación del Plan de Ayala y su redacción por Montaño y Zapata, en noviembre de 1911, después del rompimiento con Madero. La importancia programática de este documento ha sido reconocida desde entonces. Tenía sus antecedentes inmediatos en las negociaciones fallidas con Madero en los meses previos y en las demandas agrarias de los pueblos morelenses, enarboladas durante la Revolución de 1910-1911. Lo singular era su radicalismo en cuanto a la solución del problema agrario. Magaña resume su contenido: "restitución inmediata, al amparo del movimiento revolucionario, de las tierras, montes y aguas usurpadas; dotación a las comunidades que no las hubieran tenido, afectando a las haciendas que no habían sido formadas por medio del despojo; en el fondo: la tierra en poder de quien la trabaja”. Los que se opusieran a la reforma agraria serían considerados como traidores; "estando la tierra en poder de los campesinos, defendida con las armas en la mano”, se podría entonces elegir al gobierno revolucionario que legalizara y respetara la conquista de la tierra.[ 14 ]

El zapatismo adoptó este programa como su bandera de lucha y fue inflexible en su defensa, sosteniendo una lucha tenaz por hacerlo triunfar y cumplir. Magaña narra el desarrollo y extensión de la lucha zapatista, denuncia los procedimientos empleados por el ejército federal contra los pueblos morelenses: quema de pueblos y cosechas, asesinatos en masa, deportaciones. Reconoce la diferencia de los métodos humanitarios, de la campaña contra los zapatistas cuando fue designado Felipe Ángeles, por Madero, como responsable de la misma y describe con simpatía a este personaje del cual serían aliados los zapatistas en 1914.[ 15 ] Todos estos componentes no pudieron acabar con la lucha de los zapatistas: su movimiento se extendió a los estados aledaños;[ 16 ] el descontento popular en otras regiones del país contra el régimen de Madero creció. La caída de éste se explica por haberse vuelto contra el pueblo que lo llevó al poder, por haber sido su gobierno un instrumento contrario a los intereses populares. El zapatismo, con una perspectiva de fidelidad a los principios revolucionarios, había minado al maderismo, superándolo y haciendo avanzar y dando consistencia programática a la Revolución.

En conjunto, los dos tomos escritos por Magaña constituyen una crónica documentada sobre los orígenes del zapatismo, los cuales tienen como trasfondo al conjunto de la situación reinante en el país, desde el inicio de la Revolución en 1910 hasta la caída del maderismo. No es una biografía de Zapata. El héroe, aunque importante, no aparece en primer plano, pero sí con el suficiente relieve como para valorar ampliamente su papel. También aparece en la obra la lucha política, las opiniones, los programas, los manifiestos y planes que se disputaron la hegemonía en esos años y, como eje, el agrarismo. El tono de la obra es, a menudo, muy emotivo, con una gran simpatía e, incluso, de idealización por las masas campesinas y los desposeídos mexicanos. El lenguaje refleja la euforia y el optimismo de los años cardenistas, su esperanza en el avance de las luchas proletarias y su oposición recalcitrante a los enemigos de clase. Es una visión de conjunto sobre la Revolución Mexicana, que subraya sus raíces ancestrales agrarias, que tuvo su momento más luminoso en el zapatismo y que, finalmente, estaba llegando a su culminación con las reformas agrarias cardenistas. Es, en cierto sentido, una historia lineal, evolutiva, de triunfo de las ideas agrarias en nuestro país, en la que la Revolución había sido un paso necesario y el zapatismo un elemento esencial.

Particularidades: Barragán, la revolución institucional

Barragán, secretario particular de Carranza, y una de las personas más cercanas a él desde 1913 hasta la muerte del Primer Jefe, publicó en los años cuarenta dos voluminosos libros sobre la historia del constitucionalismo como parte de un proyecto más amplio de cinco volúmenes que no alcanzó a terminar. Los dos tomos publicados -apoyados sobre la base de un copioso material documental, que se inserta tanto en el relato como en extensos apéndices- describen pormenorizadamente el surgimiento y desarrollo del constitucionalismo, hasta su llegada al poder, como corriente triunfadora de la Revolución.

La obra se asienta sobre dos ejes: el desarrollo y extensión de la lucha en varias regiones del país por restablecer la legalidad abruptamente interrumpida por el golpe huertista, y la figura central de Carranza como conductor de este proceso. El periodo estudiado lo divide en dos partes: la primera, desde la agonía del maderismo, en febrero de 1913, hasta la victoria contra Huerta por las diferentes facciones revolucionarias a mediados de 1914; y la segunda desde el inicio de la guerra civil entre las facciones hasta la consumación de la victoria constitucionalista.

La etapa dorada del constitucionalismo

Barragán expone con detalle el nacimiento del constitucionalismo a partir de la iniciativa de Carranza, como gobernador de Coahuila, de no aceptar la investidura de Huerta en la presidencia del país y de su llamado para derrocarlo, desconociendo a los tres poderes y ofreciendo como alternativa el restablecimiento de la legalidad constitucional. Subraya la importancia que tuvo este llamado cuando casi todos los representantes de los poderes federales y locales habían sido eliminados o habían aceptado una transacción con el huertismo y lo habían reconocido, así como la efectividad que tuvo la postura de Carranza para dar forma al movimiento constitucionalista, que comenzó a extenderse en varias regiones, dando cuerpo a un poderoso ejército que, en poco más de un año, destrozó al ejército federal y derrocó al régimen usurpador.

El Plan de Guadalupe, que sirvió como aglutinante de las fuerzas que se incorporaron, sólo llamaba a derrocar a Huerta y desconocer a los poderes federales, dando la jefatura nacional de la lucha a Carranza, quien convocaría a elecciones una vez alcanzado el triunfo. Dicho plan había sido duramente criticado, desde el tiempo en que se proclamó, porque no presentaba ninguna propuesta de contenido social. Barragán, citando a Manuel Aguirre Berlanga, defendía esta ausencia de reforma social como una virtud que había permitido el máximo de acumulación de fuerzas contra la dictadura huertista: "Efectivamente: el plan es un documento austero que sólo promete la restauración del orden constitucional y el castigo a los traidores y asesinos de los primeros mandatarios del país [...] pero esta limitación, lejos de ser censurable, resulta un singular acierto. Si el plan hubiese contenido un extenso programa de reformas, es indudable que las adhesiones al constitucionalismo se habrían menoscabado”.[ 17 ] Barragán, además, se empeñó en mostrar que Carranza, a diferencia de la voz generalizada que opinaba lo contrario, sí se proponía hacer reformas sociales en beneficio de la población más necesitada del país. Sin embargo, los ejemplos que cita son sólo declaraciones de Carranza, a menudo contradictorias, por lo que no alcanza a demostrar su aseveración.

Describe luego, con lujo de detalles, el desarrollo del movimiento constitucionalista en los meses posteriores al cuartelazo y las batallas militares libradas en los estados del norte, que dieron lugar a la formación del Ejército del Noroeste, de la División del Norte y del Ejército del Noreste, así como la gran cantidad de movimientos locales que hubo en el periodo de la lucha contra Huerta en la mayoría de los estados del país.[ 18 ] Su relato proporciona de esta manera un panorama muy completo de la historia militar de este periodo. Al mismo tiempo, refiere las medidas administrativas y políticas que aplicó Carranza para ir centralizando e institucionalizando la actividad de los ejércitos a su mando.[ 19 ]

Desde luego, un episodio central en su obra lo constituye la ruptura entre Carranza y la División del Norte a mediados de 1914. Barragán explica este hecho por el cambio de actitud que tuvo lugar en Villa, que si bien al principio había sido de "completa subordinación, respeto y afecto personal hacia Carranza”, bajo el influjo pernicioso de personas como Francisco Escudero, José Vasconcelos, los hermanos Madero y, sobre todo, Felipe Ángeles, se convirtió en rencor y en deseos de sustituirlo en la jefatura nacional de la Revolución.[ 20 ]

Llama la atención cómo el perfil que proporciona de Villa es el de una persona valiosa, pero ingenua y manipulable. También es particularmente aguda la animadversión que manifiesta Barragán hacia Felipe Ángeles a quien, no obstante que le reconoce sus méritos militares e intelectuales, critica duramente por no haber actuado resueltamente contra Huerta cuando éste preparaba el golpe de Estado contra Madero. Igualmente considera que Ángeles se incorporó tardíamente a la Revolución, no por ideales, sino por ambición, y lo responsabiliza de la insubordinación de Villa y de las nefastas consecuencias fratricidas que ocasionó esta actitud.[ 21 ]

En las páginas que comentamos, Barragán describe ampliamente las conflictivas negociaciones entre la División del Norte y el Ejército Constitucionalista para evitar el choque entre ambos. Al señalar los motivos que tuvo Carranza para impedir el avance de la División del Norte hacia la capital del país (que fue el acontecimiento que precipitó la ruptura y ha sido uno de los hechos más debatidos en la historia de la Revolución), admite que fue una decisión que tomó Carranza para frenar el fortalecimiento del ejército villista, que consideraba peligroso, y mostrar que Villa no era el único que podía derrotar al ejército federal.[ 22 ] Así, la ruptura con Villa permitió a las fuerzas constitucionalistas leales ocupar la capital del país y obtener la rendición y el desarme del ejército federal, así como la entrega de la administración central. En dieciocho meses, el constitucionalismo había cumplido su objetivo, Barragán denomina a esta etapa la "época de oro de la Revolución”.[ 23 ]

La lucha entre las facciones

En el segundo tomo de su obra, Barragán nos presenta el desarrollo de la guerra civil entre las corrientes revolucionarias triunfadoras sobre el huertismo. En todo el proceso, lo que destaca es la firmeza de Carranza para no ceder un ápice en la defensa de su liderazgo; firmeza que le sirvió para aglutinar en torno a sí a varios líderes militares importantes como Obregón, Diéguez y Murguía, que fueron factores decisivos en el triunfo del constitucionalismo sobre villistas y zapatistas.

El autor describe la gestación de este conflicto: la lucha entre la División del Norte y el resto del ejército carrancista por apoderarse de la capital del país. Detalla también las negociaciones que se establecieron entre jefes de su propio ejército con el villismo y el zapatismo para tratar de llegar a un acuerdo pacífico y cómo éstos fueron, desde el principio, esfuerzos estériles que sólo se decidirían por las armas.[ 24 ] En este tomo ya presta atención al zapatismo, pero sólo en tanto que contendiente suyo, negándole importancia militar y política.[ 25 ]

Barragán también omite mencionar, significativamente, que la junta de jefes constitucionalistas convocada en la ciudad de México en octubre de 1914, en un intento más por evitar el enfrentamiento con la División del Norte, fue dominada por Obregón y otros militares y decidió trasladarse a la ciudad de Aguascalientes, incorporándose a ella el villismo y el zapatismo. Presenta luego a la Convención de Aguascalientes sin asignarle relevancia y sólo relata el enfrentamiento que tuvo ésta con Carranza cuando los delegados ahí reunidos decidieron separarlo del poder. Subraya cómo Carranza encaró este desafío con firmeza, lo que precipitó la ruptura de la Convención y el regreso a sus filas de la mayoría de los militares constitucionalistas. Esta actitud habría de ser decisiva en el curso que tomaron los acontecimientos y en el triunfo constitucionalista sobre las otras facciones.[ 26 ]

En el reagrupamiento de las fuerzas constitucionalistas y el enfrentamiento militar con la Convención, Obregón fue un elemento decisivo. Barragán, con justicia, reconoce la valía militar de él para definir las batallas del Bajío.[ 27 ] Sin duda, el sonorense ocupa, después de Carranza, el puesto más importante en la historia constitucionalista. No obstante, el autor también le asigna gran mérito a Francisco Murguía y atribuye a éste el principal papel en el triunfo alcanzado sobre el villismo en la batalla de León.

Después de estas victorias, el camino estaba expedito para que el constitucionalismo se hiciera del poder nacional. Las páginas siguientes dejan constancia de la forma en que se fue imponiendo esta corriente en el resto de los estados, quedando sólo unos pocos reductos, como la zona zapatista, sin someterse al poder triunfador. Terminaba así la segunda etapa. El autor concluía con optimismo: "la Revolución, que se había iniciado sólo para restablecer el orden constitucional [...], se había transformado en una revolución social, que había de iniciar en el mundo la etapa de la justicia y los derechos de los trabajadores en el país, adelantándose en un año a la Revolución Rusa”.[ 28 ]

En conjunto, esta obra constituye un amplio mosaico sobre el desarrollo militar y político de la facción triunfadora de la Revolución, antes de que se dividiera y fuera hecha a un lado por los jefes sonorenses. Abunda en ella el material documental que va hilvanando el autor por medio de comentarios y juicios polémicos sobre los acontecimientos y los personajes. Se advierte una marcada utilización de las fuentes para los fines que está tratando de demostrar: por encima de todo, la imagen idealizada de Carranza como líder íntegro, firme, magnánimo, comprometido además con las causas populares. La obra está llena de juicios de valor que muchas veces no son demostrados. No obstante, ha sido y sigue siendo una obra de referencia obligada, profusamente documentada, con una preferencia por la historia militar y política, y abiertamente polémica.

Particularidades: Cervantes, el villismo reivindicado

Federico Cervantes fue uno de los mejores cadetes egresados del antiguo Colegio Militar. Inteligente, culto, se formó como discípulo de Felipe Ángeles; se incorporó al villismo y representó, como delegado de esta corriente en la Soberana Convención Revolucionaria, varios debates memorables contra Antonio Díaz Soto y Gama. Dio comienzo, en los años cincuenta, a una extensa biografía sobre Francisco Villa, continuando con ella su trabajo previo sobre Felipe Ángeles. Cuando escribió el libro sobre Villa, existían ya muchos trabajos sobre la Revolución y habían aparecido varias historias sobre el zapatismo y el constitucionalismo, entre ellas las que hemos comentado. No obstante, no había aún una historia sobre el villismo, laguna enorme en la historiografía de la Revolución Mexicana, que sigue sin ser llenada por completo. Ante ese vacío, Cervantes acometió dicha empresa, tratando de hacer justicia sobre lo que fue el villismo, sobre su contribución al desarrollo de la Revolución y, particularmente, sobre lo que no se había dicho o se había tergiversado de él. Esta obra no es una biografía de Villa, aunque resalta desde luego la figura enormemente carismática del Centauro, sino una historia general del villismo y de los acontecimientos centrales de la Revolución.

A diferencia de los dos autores anteriores, Cervantes no fue depositario de un archivo central del villismo, carencia significativa de este movimiento que, sin duda, ha dificultado desde entonces el estudio de esta importantísima corriente. No obstante, el abundante material que logró recopilar, aunque a menudo lo desborda y no está tan bien trabajado como en los anteriores autores (de los cuales tampoco se puede afirmar que hayan conseguido dominar la voluminosa documentación que manejaron), recupera algunos pasajes no conocidos y utiliza mucho los periódicos, sobre todo de la zona de ambos lados de la frontera norte, para apoyar su narración.

El objetivo de su trabajo es demostrar la validez histórica del villismo y de la figura de Villa, refutando a quienes habían sostenido que fue un movimiento sin ideología y que su caudillo fue sólo un gran guerrero, pero sin ninguna motivación social ni ideas claras sobre la manera en que debía organizarse el país. Cervantes señala los fundamentos ideológicos del villismo y su adaptación en las zonas que dominó, así como, paralelamente, trata de mostrar una imagen más real del héroe.

La ideología del villismo: el maderismo

Cervantes desarrolla y ejemplifica esta idea central: el villismo fue el continuador legítimo de la democracia política y de las reformas sociales que el maderismo no pudo realizar. Desde su jefe principal, que mantuvo siempre una fidelidad fanática hacia el Apóstol, hasta sus principales colaboradores, intelectuales e ideólogos, la doctrina que los identificaba fue la de los ideales democráticos maderistas. Éste fue el motivo central de su enfrentamiento con Carranza. Muchos de los principales funcionarios y colaboradores de Madero se alinearon no con Carranza, que no los veía con buenos ojos, sino con Villa, en quien encontraron un cauce natural. La lista es grande: los hermanos Emilio y Raúl Madero, Miguel Silva, Manuel Bonilla, Miguel Díaz Lombardo, Silvestre Terrazas, Federico y Roque González Garza, Felipe Ángeles y otros de menor jerarquía.

Este maderismo no era sólo declarativo; en la medida en que se había asimilado el fracaso de la experiencia anterior, pretendía ir más allá. Cervantes expone las medidas importantes aplicadas por Villa cuando fue gobernador de Chihuahua en diciembre de 1913: confiscación de los bienes de las principales familias ricas del estado (encarcelando a algunos de sus miembros), administración estatal de dichos bienes por medio de un banco del estado, fomento de la educación y atención del problema agrario.[ 29 ]

La ruptura con Carranza y la Convención

A lo ya dicho por Barragán sobre este asunto, Cervantes le contrapone la justificación dada por Ángeles pocos meses después: era un error militar grave no atacar Zacatecas con todas las fuerzas de la División del Norte, y por tanto era imprescindible no dividirla y conservar su autonomía. Añade el autor los inconvenientes de una obediencia ciega y halaga la postura de Ángeles de impedir que la División del Norte se lanzara contra Carranza en esos momentos y, en su lugar, tomara brillantemente la ciudad de Zacatecas, destrozando al ejército federal.[ 30 ]

En estas condiciones, y habiendo fracasado también las negociaciones con Obregón, se reunió la Convención de Aguascalientes. Cervantes, como ya lo habían hecho antes el continuador de la obra de Magaña y su amigo Vito Alessio Robles, a quienes cita, destaca la labor de la Convención: sus intentos de eliminar a los caudillos, la adopción del Plan de Ayala como su programa, la alianza entre el villismo y el zapatismo, la ocupación de la ciudad de México y el inicio de las hostilidades contra el constitucionalismo.[ 31 ]

En la explicación del fracaso de la ofensiva suriana, atribuye, por una parte, un papel central al boicot que hizo el gobierno de Eulalio Gutiérrez, que aunque nombrado por la Convención, entró en tratos pronto con el constitucionalismo y le declaró la guerra a Villa.[ 32 ] Por otro lado, critica duramente la actitud zapatista de no combatir decididamente contra Obregón y transcribe el desengaño de Villa ante la falta de efectividad de las fuerzas surianas y los reclamos cada vez más fuertes del villismo al Ejército Libertador del Sur para que cortara la base de aprovisionamiento de Obregón en las decisivas batallas del Bajío.[ 33 ]

El resultado de estas batallas se debió a los consabidos errores militares de Villa, ya señalados por Ángeles, pero, además, a que Obregón tuvo constantemente abastecimiento de armas y hombres de Carranza a causa de la inefectividad zapatista.[ 34 ] Este resultado definió el destino de la Convención, el villismo, el zapatismo y de la Revolución. A pesar de ello, la Convención pudo dar fin a una de sus principales tareas: la elaboración de un programa de reformas, en el cual "las dos facciones, villista y zapatista [...], acabaron por demostrar que comulgaban con los principios de la Revolución, produciendo un programa que constituyó una bandera para los sinceros revolucionarios y que despertó la idea de las reformas que todos incluyeron después en sus manifiestos y en sus leyes”.[ 35 ]

El ocaso del villismo

En la parte final de su libro, desarrolla las actividades realizadas por Villa después de las derrotas del Bajío, a las que se había prestado poca atención. Muestra cómo la actividad guerrillera del caudillo en poco tiempo consiguió reunir una fuerza considerable, logrando tomar Chihuahua y Torreón a fines de 1916; cómo fue derrotada esta nueva empresa, en parte por los errores militares que cometió Villa otra vez, pero también por la ayuda que el gobierno norteamericano brindó a las fuerzas carrancistas. Describe la traición que sintió Villa por el reconocimiento y apoyo estadounidense a Carranza y el deseo de vengarse con el ataque a Columbus; el regreso infructuoso de Ángeles como colaborador de Villa, su fracaso para hacerlo cambiar de métodos en las condiciones de acorralamiento y persecución a las que fue sometido. El final es trágico: tanto Ángeles como Villa fueron traicionados y asesinados por órdenes del gobierno central, al que tanto se habían opuesto.[ 36 ]

Finaliza su obra con un elogio del héroe y una denuncia al gobierno: "En la Historia, que aún no le hace justicia, Villa aparecerá como un caudillo y héroe popular; patriota representativo de la raza, de la que sintetizó virtudes y pasiones.” La prueba de que esto todavía no ocurría, que seguía habiendo mucho rencor no superado, la mostraba el hecho de que a la estatua, levantada en su honor en Chihuahua en 1956, el gobierno de la época no se atrevió a ponerle el nombre de Villa, dedicándola solamente a la División del Norte.[ 37 ]

El libro de Cervantes, disparejo, en donde la historia documental de las descripciones de las batallas, los partes de guerra, los manifiestos, los informes periodísticos y las opiniones de autores abundan y llevan la voz principal de la exposición, consigue, no obstante, presentarnos un fresco monumental del villismo que aporta datos nuevos sobre aspectos importantes que habían sido pasados por alto: la ideología villista, el gobierno en las zonas dominadas por la División del Norte, su posición ante el problema agrario, su actitud ante el zapatismo. Con todo, muchos son los aspectos que siguen quedando oscuros sobre este movimiento social tan importante.

[ 1 ] Licenciado en Sociología e investigador del Instituto de Investigaciones Históricas, es autor de El pensamiento económico, político y social de la Convención de Aguascalientes.

[ 2 ] Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar). Esta obra, concebida como una historia completa del movimiento zapatista, fue comenzada por el general Gildardo Magaña, quien sólo logró publicar los dos primeros volúmenes, siendo continuada por el profesor Carlos Pérez Guerrero, quien escribió los otros tres. Aquí sólo considero los escritos de Magaña, el primero publicado en 1934 y el segundo en 1937. Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946). Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de la primera edición de 1960, publicada por Ediciones Alonso). Los presento en este orden por la razón exclusiva de la fecha de aparición de sus obras.

[ 3 ] Los datos biográficos están entresacados de la información que ellos dan sobre sí mismos en las obras analizadas, así como de los que se obtuvieron de otras fuentes y de los resúmenes biográficos de la serie Así fue la Revolución Mexicana, México, Secretaría de Educación Pública, 1985, v. 8. Por la importancia que tuvieron estos tres personajes como partícipes de la Revolución y por su labor historiográfica posterior, merecen que se los estudie ampliamente, aunque aquí sólo se aborden algunos aspectos relacionados con su contribución a la historiografía de la Revolución Mexicana.

[ 4 ] Magaña, con modestia, dice: "estas páginas, llenas de sinceridad y de verdad, impregnadas de nuestra profunda convicción nacida al calor de la penosa y larga lucha en defensa de la causa zapatista, no tienen la pretensión de ser una obra histórica. Son únicamente relatos sencillos de algunos hechos de la Revolución Agraria”, escritos una vez que se han calmado "las pasiones de facción, reconociendo que todos los grupos revolucionarios aportaron su valioso contingente a la causa común de la Revolución” (prólogo, p. XI y XIII). Barragán se propone "escribir la historia completa de los hombres del pueblo que forjaron la Revolución Constitucionalista [...] examino los hombres y relato los hechos de que fue escenario el país” con documentos y testimonios "irrefutables” (p. 11-14). Más adelante, al narrar las batallas del Bajío, explica: "en lugar de hacer el relato de las acciones de guerra que se desarrollaron [...] juzgo conveniente para evitar cualquier sospecha de parcialidad, seguir el método que he adoptado en esta obra, consistente en insertar los datos oficiales y sólo a guisa de observación o aclaración de sucesos, emitir una opinión, pero siempre fundada en testimonios históricos” (p. 267). Cervantes también sigue este mismo criterio: incorpora una gran cantidad de documentos e informes, uno tras otro, para establecer la verdad histórica real de Villa, con sus virtudes y defectos, que deshaga los ataques y deformaciones de que ha sido objeto (prólogo, s. p.), y acota: "nos venimos esforzando por no argumentar, sino presentar argumentación y hechos que hacen historia” (p. 129).

[ 5 ] Magaña escribe su libro "con el derecho que para hablar claro nos da nuestra actuación modesta, pero limpia, de defensores de una causa noble y grande”. Barragán, pese a estar seguro de que su relato "tropezará con la ciega obstinación de los vencidos”, en varias partes de su obra, entre otras cosas, se esfuerza por demostrar que lo que se ha dicho sobre la actividad revolucionaria de Felipe Ángeles no es cierto y arremete contra la deformación histórica que ha hecho Obregón en sus Ocho mil kilómetros de campaña. Cervantes, a su vez, está en polémica constante con Barragán y con otros constitucionalistas. La controversia seguía siendo, como en la Revolución, entre las facciones.

[ 6 ] Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. I, p. 344.

[ 7 ] Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), prólogo, v. I, p. XI-XIII.

[ 8 ] Los tratados de Ciudad Juárez habían sido una maniobra del régimen porfiriano con la cual "quedaba prácticamente en pie el orden de cosas que se había combatido, con el agravante de que se desarmaría al ejército de la Revolución, continuando mientras tanto en el poder los enemigos, sostenidos por el ejército federal”. "Aparentemente [la Revolución] había triunfado, pero el Pacto de Ciudad Juárez dejó la administración en manos de representantes del régimen caído a medias.” Era un convenio "apoyado en la fuerza de la ley y en las bayonetas del porfirismo” (Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. I, p. 138-140).

[ 9 ] Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. II, p. 317-319.

[ 10 ] Los comienzos de la lucha zapatista, desde la etapa inicial maderista hasta el Pacto de Ciudad Juárez, en Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. I, p. 103-133.

[ 11 ] Magaña describe la campaña orquestada por la prensa de la capital contra los zapatistas, así como los dos licenciamientos que hubo de sus fuerzas, los viajes de Madero a Morelos para verificarlas, y las maniobras tanto del presidente De la Barra, como del secretario de Gobernación, Alberto García Granados, para, por medio de Huerta, sabotear los acuerdos entre Madero y Zapata y provocar la insurrección de éste. Fue notable, para Magaña, cómo ignoraron y manipularon dichos funcionarios a Madero y la ineptitud de éste para imponer su autoridad (Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. I, p. 179-330). Por lo demás, no es que Madero no se haya dado cuenta del juego sucio que le hicieron: lo tenía claro y en una carta que dirigió a León de la Barra, el 25 de agosto de 1911, le recriminaba a éste sus actos contra la Revolución y los preparativos que se hacían para un golpe de Estado encabezado por Reyes; le decía que había hecho todo lo posible por evitar el enfrentamiento con el gobierno provisional; denunciaba la burla de que había sido objeto por Huerta en Morelos, y que los zapatistas tendrían razón en pensar que había ido a engañarlos. A pesar de todo, lo conminaba a cerrar filas para combatir a la reacción (ibid., v. I, p. 315-322).

[ 12 ] Por ejemplo, las opiniones que transcribe en Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. I, p. 287-296; v. II, p. 28-41, 76-81, 258-273 y 330-352.

[ 13 ] Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. I, prólogo, p. XII.

[ 14 ] Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. II, p. 135-139. Abundando sobre el significado del Plan de Ayala para la lucha agraria, dice: "Para las masas rurales, el contenido del Plan de Ayala era el clamor que flotaba en el ambiente y, por tanto, tenía la fuerza de la verdad; había surgido ante la espera secular de los siervos campesinos y estaba en relación con su existencia colectiva; era el remedio a las necesidades campesinas y como no pospuso la implantación de sus principios hasta el triunfo, sino que invitó a los pueblos despojados a que entraran en inmediata posesión de las tierras y las defendieran con las armas en la mano, ese modo de hacerse justicia por tanto tiempo esperada, satisfizo a las multitudes que habían perdido la fe en los procesos gubernativos” (ibid., v. II, p. 307-308).

[ 15 ] Nos dice de Ángeles: "Partidario de las ideas nuevas, de amplio criterio, ecuánime, justiciero, el talentoso jefe militar iba a la campaña a cumplir con su deber, sin los prejuicios y sin la soberbia estulta de su antecesor. Aplicó métodos de comprensión hacia la población y reparación de los destrozos hechos por el ejército federal.” y cita extensos pasajes que escribió Ángeles, en 1917, sobre la justicia de la lucha zapatista en un artículo muy emotivo sobre Genovevo de la O (Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. II, p. 277-295).

[ 16 ] Describe la extensión de la lucha zapatista, desde que Madero decide atacarlos, en noviembre de 1911, hasta la Decena Trágica, en Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar), v. II, p. 88-98, 144-170, 196-201 y 296-304.

[ 17 ] El Plan de Guadalupe, en Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. I, p. 97-100. La cita en p. 213.

[ 18 ] Las actividades en Sonora: Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. I, p. 134-148; en Chihuahua: p. 239-279; en los estados del noreste: p. 299 y s.; acciones menores a éstas en Nayarit, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro, Hidalgo, Michoacán, Tlaxcala, Estado de México, Oaxaca, Chiapas y el sureste, en p. 322-347. Significativamente, omite mencionar la lucha zapatista.

[ 19 ] Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. I, p.182-221.

[ 20 ] Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. I, p. 436-438.

[ 21 ] Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. I. p. 221-226.

[ 22 ] Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. II, p. 515-535.

[ 23 ] Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. I, p. 589-603.

[ 24 ] Las negociaciones con el zapatismo en Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. II, p. 11-27; las de Villa y Obregón en p.68-91.

[ 25 ] "El movimiento rebelde que venía capitaneando Zapata desde el año de 1910, en que se rebeló contra el presidente Madero, no había logrado ni aumentar prosélitos ni menos alcanzar éxitos militares. Si hubieran simpatizado con su causa los obreros y campesinos del país, como simpatizaron con la Revolución Constitucionalista, seguramente habría sido Zapata el verdadero jefe de la Revolución. La Revolución Suriana se había circunscrito a un movimiento local, que apenas si abarcaba el estado de Morelos y algunas zonas de sus estados limítrofes”. Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. II, p. 29.

[ 26 ] Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. II, p. 99-123.

[ 27 ] Las batallas de Celaya en Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. II, p. 265-298; la de León en p. 321-356. Además de los errores militares que se han señalado varias veces para explicar la derrota del villismo (junto con la inacción del zapatismo para cortar la línea de comunicaciones de Obregón), Barragán agrega que Villa dio mayor importancia a recuperar la plaza de Guadalajara, en poder de Diéguez, dividiendo a su ejército y mandando la mayor parte de sus tropas hacia allá. Vid. v. II, p. 269-270.

[ 28 ] Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución Constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985 (edición facsimilar de los v. I y II, publicados en 1946), v. II, p. 539.

[ 29 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 79-81, 75-78 y 88. Que al villismo le preocupaba el problema agrario se advierte también en la exigencia de que se lo incluyera, meses después, en las negociaciones con el constitucionalismo y en los proyectos de la ley agraria villista que recopila Cervantes en el apéndice.

[ 30 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 155-164 y 184-188.

[ 31 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 295-376.

[ 32 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 373-377.

[ 33 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 393-414.

[ 34 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 465-466.

[ 35 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 479.

[ 36 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 512-645.

[ 37 ] Federico Cervantes Muñozcano, Francisco Villa y la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 648-651.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute y Martha Beatriz Loyo (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 17, 1996, p. 67-87.

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