David S. Landes, The wealth and poverty of nations. Why some are so rich
and some so poor?, New York-London, W. W. Norton & Company, 1998,
XXI+650 p., mapas, índice.
María Cristina González Ortiz
David Landes, profesor emérito de historia y economía de la Universidad de Harvard, se pregunta por qué la brecha entre ricos y pobres se ha ampliado tanto, ante la dramática realidad de que en el mundo actual convivan sociedades tan diversas en las que unos individuos gastan dinero para perder el exceso de peso acumulado mientras otros cuentan apenas con el alimento necesario para sobrevivir y otros más no saben si podrán llevarse unas migajas del pan nuestro de cada día a la boca. La respuesta la busca en una exposición de la historia universal a partir del dispar desarrollo económico que se acentuó desde el siglo XVI, en la que convierte en sujetos de dicha exposición a Inglaterra y a los "otros"; a Inglaterra se suman, a partir del siglo XIX, Estados Unidos y más recientemente, en este siglo, Japón. Entre los "otros", aparecen sucesiva, y a veces simultáneamente, España, Holanda, Francia y finalmente América Latina, África y los países pobres de Asia.
Al preparar el terreno de su exposición, el profesor Landes comienza por desechar el determinismo geográfico y destaca, en cambio, los avances tecnológicos que se alcanzaron en Europa durante la Edad Media, pero, sobre todo, el desarrollo de la libre empresa comercial que dio lugar a la modernidad. Tal libre empresa podía faltar a los gobiernos pero no a los individuos, de ahí que el imperialismo sea la expresión de un "impulso humano profundo". El tema del imperialismo está puesto sobre la mesa y el objeto del libro es su defensa.
El autor utiliza su erudición únicamente para sustentar, otra vez, una vieja historia que arrancó en el siglo XVI a raíz de la reforma protestante y que enfrentó a los protestantes, impulsores de la modernidad, con los católicos, reacios a ésta; ambos grupos representados de manera estereotipada por ingleses y españoles, respectivamente. El enfoque económico de Landes es lo suficientemente laxo para emitir, uno tras otros, juicios de valor que busca apuntalar bien para que no se piense que está repitiendo la leyenda negra española. Mal podría hacerlo porque, en su opinión, no hubo tal, sino la cruda realidad: la crueldad de los españoles que él mismo sigue recreando de manera anacrónica porque, si le vino bien hacerlo a Inglaterra cuando le temía a España y quería desprestigiarla, sale sobrando en la pluma de Landes el día de hoy. Explica así que los españoles cometieron crímenes tan llenos de crueldad y traición porque pertenecían a las clases más bajas de la sociedad y porque estaban tan acostumbrados a la guerra contra los árabes donde la ferocidad se volvió "la sarna del espíritu" de los castellanos, los cuales fueron presa de la "emoción de matar" porque a la vez se habían "extinguido los sentimientos de decencia y humanidad" a tal grado que su barbarie anticipaba la de los nazis.
Es por ello que Landes piensa que los apologistas de España han tratado de "mitigar, que no excusar, este récord de maldad" de dos maneras. Una, que al difundir Julián Juderías la dicha "leyenda", con el mero hecho de denominarla así, daba a entender que se trataba de un mito, de una exageración, tratando de eludir los cargos; mas en vano, pues "no los refutaron porque la refutación era imposible". Otra, exponer los errores de otros colonizadores, en particular de "aquellos cuya estrategia de conquista fue diferente y cuyas víctimas fueron menos, pero cuya capacidad para la crueldad y la hipocresía fue supuestamente similar. Como si las fechorías de otros excusaran las propias". Huelga decir que se trata de los puritanos ingleses y añade que esta línea de razonamiento se relaciona con la lucha antiimperialista de muchos latinoamericanos para quienes es "vital enfatizar la maldad de los gringos ". Entendemos por qué el profesor Landes ha conservado la animosidad anglo-hispana y no está tan fuera de lugar en su obra como pudiera parecer, pues le sirve para desprestigiar las raíces de las naciones latinoamericanas que se oponen al imperialismo norteamericano.
La parcialidad del profesor Landes se hace evidente cuando justifica en los holandeses lo que tanto critica a los españoles: los excesos que cometieron con los naturales, amén de considerar una "buena estrategia cuando no se puede hacer dinero en los negocios, quitárselo a los que sí lo hacen", que eran entonces los portugueses. Es tan indulgente con Holanda, que considera que cuando ésta le concedió la independencia a Indonesia en 1949, lo hizo porque "la opinión pública había sido preparada por varias generaciones de autocrítica contrita". Nos parece que el arrepentimiento les llegó tardíamente si consideramos que fray Bartolomé de las Casas, quien tantos argumentos dio a los puritanos, criticó acerbamente la Conquista española en el mismo momento en que se iniciaba. David Landes no sólo se regodea inútilmente en sus críticas a la Conquista española, sino que parece ignorar los eruditos estudios de quien es, hoy por hoy, uno de los más reconocidos especialistas en la historia de la España moderna, John H. Elliott.
Sin embargo, no está en la crueldad de los españoles la explicación del porqué, finalmente, España se encontró entre las naciones colonizadoras perdedoras después de haberle tocado en suerte la mejor parte del botín, sino en que sólo se hizo de riquezas para gastarlas y no para ahorrarlas e invertirlas, como lo hizo Inglaterra. Oportunamente Landes encuentra un ejemplo moderno de las "orgías de autoindulgencia destructiva" en los países petroleros de las últimas décadas del siglo xx. Lejos de estas orgías y de otras estaban los europeos del norte, a los que se consideraba gente "hosca, aburrida y diligente", a diferencia de los del sur (y eso que el determinismo geográfico no cuenta para este autor), "calmados y felices [...] y dados a la holganza más que al trabajo".
Según Landes, Max Weber ha dado la mejor explicación: los calvinistas promovieron el surgimiento del capitalismo moderno no porque cambiaran las tradiciones económicas, sino porque la ética que regía su vida diaria conducía al éxito de los negocios. Además, no sólo el dinero se movió hacia el norte, sino también los conocimientos, pero no tanto por los principios puritanos sino por la reacción antiprotestante del sur de Europa. Los católicos abandonaron el estudio, se quedaron ayunos de los conocimientos científicos modernos y su caudal de avances tecnológicos que han acelerado el progreso y traído consigo tanta riqueza.
La defensa de Weber conduce a Landes a repasar todas las interpretaciones y críticas que se han hecho a la obra de éste, y a rechazarlas tanto a nivel empírico como teórico. Sin embargo, con la tesis de Weber le sucede a Landes lo mismo que con su idea sobre la Conquista española. Sólo le cuadran los autores que pueden servir de cimiento a su ideología imperialista. Parece pasar por alto la contraria opinión de Eric Hobsbawm a la tesis del alemán y no porque éste haya intentado poner de cabeza a Marx, sino porque la relación entre puritanismo y capitalismo ha perdido validez ante la avasalladora irrupción del capitalismo en las naciones cuya ideología está dominada por Confucio, bastante ajena a la de Calvino.
Nos parece, en cambio, en cuanto se refiere a España, que Landes parece tener en mente y responderle, sin nombrarlo, al historiador Juan A. Ortega y Medina, defensor de la tradición hispana y crítico del capitalismo. Aunque Ortega coincide con Landes en la validez de la tesis de Weber, ya que así convenía a sus intereses, al relacionar a los puritanos con el capitalismo, denunció con abundantes pruebas la visión negativa que éstos tenían de los católicos, sobre todo de los españoles, a través del estudio de los escritos de los viajeros anglosajones a la Nueva España y, posteriormente, a México. En esto parece que pensaba Landes cuando escribe acerca de los modernos "críticos anticolonialistas", quienes en lugar de reconocer el papel que jugaron los informantes en el "reconocimiento y explotación" de las nuevas tierras, sólo se han quejado de la "curiosidad de Occidente poniendo a eruditos, espías y agentes diplomáticos en la misma canasta de bribones" (p. 164).
Por otro lado, es indudable que Ortega y Medina ha sido uno de los historiadores más empeñados en combatir la leyenda negra, pero a través del método de enaltecer la evangelización española ante la puritana, misma que fracasó con el consecuente abandono de los indios a los que no se creyó pudieran ser dignos de elección. Es muy probable que sea también a Ortega a quien se refiere Landes cuando critica a los que creyeron defender la colonización española denunciando los abusos de la anglosajona, poniendo al descubierto, como realmente lo hizo Ortega y Medina, la "crueldad e hipocresía" de los puritanos, como bien dice Landes.
Dado que el libro parece más bien dirigido a aquellos que son pobres porque neciamente no han querido ser como los ricos, Landes cree que el problema de los latinoamericanos es que descendemos "de los victimarios y de sus víctimas y no sabe[mos] con quién están nuestras simpatías". Es decepcionante ver cómo todo el esfuerzo por arribar a la explicación de un problema tan acuciante, el de la diferencia de riqueza entre los pueblos, basado en un erudito estudio de los avances tecnológicos, se malogre debido a que el autor parece no poder desprenderse de una visión valorativa moral a la que recurre para explicar la desigualdad existente, quedándose en un nivel en el que todo análisis económico riguroso está de sobra porque la respuesta ya estaba dada desde los inicios de la civilización: a los que trabajan con orden y constancia los dioses los recompensan copiosamente.Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Martha Beatriz Loyo (editora), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 19, 1999, p. 120-124.
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