Miguel González Compeán y Leonardo Lomelí (coordinadores),
El Partido de la Revolución. Institución y conflicto (1928-1999),
con la colaboración de Pedro Salmerón Sanginés, México,
Fondo de Cultura Económica, 2000, 814 p.
Álvaro Matute
Llegar al final del siglo XX implica tener una idea lo más completa posible de su historia. Los encargados de proporcionarla, esto es, los historiadores, y particularmente los mexicanos con la suya, no han cumplido con su tarea o apenas lo han comenzado a hacer. Ciertamente existe una tensión interesante entre la memoria y la reconstrucción histórica, donde una invade a la otra, lo cual es inevitable. De hecho, toda historia parte del recuerdo sobre el cual se monta la reconstrucción a partir de las fuentes existentes. Con la aparición y, más que ello, la legitimación de la historia oral, el recuerdo ha adquirido su carta de aceptación, que antes le había sido negada.
Al promediar los años sesenta, los politólogos norteamericanos comenzaron a definir al sistema político mexicano como algo que parecía estático, definitivo, inamovible. Poco más adelante, don Daniel Cosío Villegas estableció como su característica central la simbiosis entre el presidente de la república y el Partido Revolucionario Institucional. Cosío era más consciente de que se trataba de la resultante de un proceso histórico, pero el hecho de escribir en el momento en que el Sistema Político Mexicano (con mayúsculas) o estaba en su apogeo o iniciaba su crisis le impedía especular sobre la posibilidad de que fuera remontado. La idea misma de sistema era expresión de la ideología de quienes formaban parte de él, mientras que sus críticos sólo podían advertir que esa formación histórica no parecía avanzar en ningún sentido.
La fase crítica avanzó hacia la descomposición del sistema. ¿Qué pensarían de ello Brandemburg, Scott y Hansen? Conforme esto se hacía patente, sobre todo hacia finales del salinato, se sentía la necesidad de conocer su historia, la historia del SPM. Una forma de abordarla, de manera legítima, sería a partir de una de las dos piezas centrales de dicho sistema: el partido. Ésta es la tarea que emprendieron tres jóvenes investigadores de la historia política mexicana, uno de ellos -González Compeán- incluso político activo y militante del propio partido; los otros dos, Lomelí y Salmerón, observadores independientes del proceso político e historiadores del mismo.
Pedro Salmerón Sanginés, cuyo trabajo abre el voluminoso libro que nos ocupa, es autor de la parte más propiamente histórica, es decir, la correspondiente a las etapas iniciales del partido que llevó el nombre de Nacional Revolucionario y de la Revolución Mexicana, entre 1929 y 1946. Después sigue la historia del Partido Revolucionario Institucional dividida en presidencias, ya de la república, ya del partido, a cargo, en su mayoría, de Leonardo Lomelí, dejando para el final las colaboraciones de González Compeán, individuales o conjuntas con Lomelí.
La planeación, la investigación y aun la publicación del libro todavía corresponden a la etapa en la cual el voto ciudadano no había desvinculado las dos piezas magnas del Sistema Político Mexicano. Esto es más que un matiz, dado que el libro ha adquirido un nuevo significado a partir del mes de julio de 2000. De poder ser leído como posibilidad, pasa a ser leído como historia, como si todo el libro fuera la parte escrita por Salmerón.
Otra consideración importante es preguntar para quién fue escrito el libro. En cierta medida se trata de un libro dual, escrito tanto para los interesados en la marcha política de México en el siglo XX como para los militantes del partido cuyo interés en la política mexicana se manifiesta desde dentro. Seré más explícito: el libro contiene mucha información, tal vez demasiada, acerca del partido, tanta que sólo puede interesarle a los miembros del partido. Un lector externo, papel que desde luego asumo, podría quedarse tranquilo si no se le inunda con datos acerca de reformas estatutarias, detalles de asambleas, composiciones de comités ejecutivos, en suma muchos datos para los apéndices o los llamados libros blancos, pero no para una historia cuyo asunto central es o debe ser la relación entre el partido y el gobierno o viceversa. Sí es asunto de una historia del PRI esa información, desde luego, pero los lectores de fuera no tenemos por qué ser abrumados con tantos datos. Yo querría una historia más sucinta, breve, contundente. El libro la tiene y podría subrayársele para poder obviar las partes que son de interés sólo para los de Insurgentes Norte.
En el aspecto positivo el libro tiene mucho. Es, en verdad, la mejor y más completa historia que se ha hecho del PRI y sus antecesores. Éstos habían corrido con mayor suerte que el Revolucionario Institucional en las plumas de Lajous y Garrido, así como en la menos conocida de Carmen Nava. También se contaba con un cronista, y en este sentido utilizo la connotación más amplia de la palabra, en la obra de Osorio Marbán. Sin embargo, la visión de Pedro Salmerón no sólo reinterpreta, sino que agrega algunos elementos de conocimiento. Sobre todo, ofrece una historia contada de nuevo, desde una perspectiva fresca en la que se notan los avances del tratamiento historiográfico del tema, desde los tiempos precursores de los autores mencionados y, más aún, de los politólogos norteamericanos de los años sesenta. El abordaje de Salmerón se refuerza por el hecho de haber tratado a los dos partidos. Fue un acierto de los coordinadores encomendar a una sola persona la redacción de la historia del PNR y el PRM , porque se comprende mejor como unidad mayor. Cada uno de los partidos, o momentos históricos de cada uno de ellos, reclama al otro. Una clave es un título de capítulo "del partido de elites al partido de masas"; ahí se dice mucho. Es obvio, si se quiere, pero muy significativo. Ahí está el tránsito de Calles a Cárdenas. Salmerón logra una historia comprensiva y crítica en la que no pierde de vista el contexto general.
A propósito del contexto general, ésa es otra clave importante que ofrece el libro. El PRI es una parte constitutiva del sistema, como el presidente de la república es parte esencial del PRI . En términos retóricos, el PRI desempeña una función metonímica, mientras que el presidente de la república, sinecdótica. A partir de ambas instancias es posible abordar la totalidad sin tener que hacerlo. Basta con una de las dos. Lo interesante del caso es observar a lo largo de las muchas páginas del libro la manera como lo esencial lo proporciona el presidente; lo instrumental, el partido.
Se puede ejemplificar, siempre, a partir del presidente: Calles unifica caciques; Cárdenas organiza/manipula a las masas; Alemán le da un nuevo giro a la historia, conserva y supera. Es increíblemente dialéctico; mejor, intuitivamente dialéctico. No renuncia a los aspectos organizativos heredados del cardenismo, pero los mantiene en su aspecto formal. La última palabra es suya, no de los sectores. Tampoco lo era con Cárdenas, sólo que entre él y los sectores había la adecuatio rei ad intellectum. Alemán cambia los contenidos, mantiene las formas que concilian los lenguajes revolucionarios con el nuevo rostro de la modernidad. Un momento clave, muy bien rescatado por Leonardo Lomelí, es el párrafo inicial de su texto sobre el momento de Ruiz Cortines. Ahí establece muy claramente cómo fue con él y no con Alemán con quien se dio "no sólo el paso definitivo en la consolidación de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional, sino también en la configuración que habría de caracterizar al sistema político mexicano". Agrega que ese perfeccionamiento viene del ejercicio presidencial de las funciones de "jefe de Estado, jefe de gobierno, de partido y de árbitro en última instancia en todos los conflictos y, particularmente, en la definición de su propia sucesión". Concuerdo con Lomelí en que Ruiz Cortines es, de todos los presidentes, quien manejó esas funciones mejor que nadie, no a pesar de, sino gracias a su aparente grisura. Si se trae a colación la idea de los estilos personales de Cosío Villegas, para sonrisas las de su antecesor y las de su sucesor. Don Adolfo fue el paréntesis necesario para trabajar desde dentro. Su sucesión fue perfecta. No hubo conflicto, a pesar de que en 1958 la situación distaba de ser pacífica. ¿Podría decirse que en 1964 no hubo sucesión, porque continuó el mismo gobierno?
Lomelí pasa de encabezar sus capítulos con el presidente de la república a hacerlo con los presidentes del partido. Las personalidades así lo reclamaban: Corona del Rosal, Carlos Madrazo. Otra de esas síntesis como la que enfrentó Salmerón con los dos partidos: dos estilos personales contrapuestos, ambos definitivos en la historia del PRI . Desde luego, el que marchaba al ritmo de la historia era Corona. Madrazo, en cambio, anunció, sin duda desde una perspectiva necesaria, la democratización. ¿Se anticipó? ¿Si fue el caso, lo hizo a destiempo? Lomelí acude a un párrafo de Francisco Martínez de la Vega que vale la pena reproducir:
Carlos Madrazo peleaba con caciques, oponía su dedazo al de los gobernadores. Y la famosa democratización terminó un día en renuncia sonada. Aún se levantan, de vez en cuando, polvos polémicos de aquellos lodos. Y Carlos Madrazo es Madero para unos, desquiciado y vehemente parlanchín para otros.
Otro problema de inadecuación entre la necesidad de ofrecer cambios sin hacerlo en realidad. La sucesión lógica se da en el interinato de Lauro Ortega y sobre todo en la presidencia definitiva de Alfonso Martínez Domínguez, que significa la identidad con Díaz Ordaz y el retorno a la ruta trazada por Corona. Después el PRI ncipio del derrumbe a partir de la presidencia de Echeverría y el mosaico de presidentes del PRI . Concluye Lomelí sus colaboraciones individuales con "el sexenio de la reforma política", mas no con el nombre en capitular de Jesús Reyes Heroles.
Miguel González Compeán, después de haber tratado el cambio entre el partido histórico y el moderno, es decir, el sexenio de Alemán, reaparece con "la nueva clase política" que le permitirá abrir la nueva época del PRI que es la que lo conduce a la derrota presidencial de julio de 2000. Los nuevos actores históricos llevan al partido a la "refundación frustrada" y a la paradoja de "la distancia necesaria y lo inevitable de la cercanía", es decir, al cierre de un ciclo histórico.
Independientemente de la división capitular del libro, la trayectoria general va dibujando sus etapas históricas, en tres grandes momentos. El inicial, con las denominaciones anteriores a la de PRI , el que va de Alemán a la Reforma Política y el del surgimiento de la nueva clase política, por lo pronto hasta julio de 2000. Sería interesante cotejar ese desarrollo con otros aspectos de la realidad nacional (sin perder de vista lo internacional), como el económico, el cultural y el que podríamos llamar sociodemográfico, básico para entender muchas cosas.
El Partido de la Revolución. Institución y conflicto (1928-1999) es un libro de historia política. Este lector, interesado en los ámbitos del pensamiento, extraña un poco de eso, si es que en historia política hay pensamiento. Los tres autores son muy capaces para detectar el realismo político del tema y lo desarrollan a la perfección a partir de una comprensión muy satisfactoria del problema y de un aprovechamiento muy loable de fuentes orales y escritas. Las fuentes, con ellos, no hablan por sí solas. Son los autores quienes les dan sonido. Volviendo al punto, este reseñista extraña la poca atención al asunto ideológico. Finalmente se trata del partido que constituyó su ser como partido de la Revolución. Hay en su historia una historia del discurso tanto en la afirmación del partido como en la crítica de sus adversarios. Es un recurso no explotado en este libro de manera suficiente. Con la contribución de González Compeán, Lomelí y Salmerón Sanginés será factible profundizar en esos aspectos que son los que revisten mayor interés para quien siempre se ha interesado en las llamadas superestructuras. Extraño, por ejemplo, un análisis pormenorizado de la Encuesta Pani, suscitada a partir de la conversión del PRM en PRI y a la que el gran prehistoriador de los partidos políticos, don Vicente Fuentes Díaz, le concedió mucho espacio, mucho peso. En fin, no es congruente censurar la sobra de datos y reprochar la falta de otros. Lo hecho es más que suficiente. Lo interesante es que todavía hay cosas que hacer.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Martha Beatriz Loyo (editora), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 21, 2001, p. 109-113.
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