ÁLVARO MATUTE
Nota preliminar
El texto que se presenta a continuación fue publicado en la revista Universidad Michoacana, número 33, de enero-marzo de 1955, y fue hallado por el equipo de apoyo del proyecto Historia de la Filosofía Mexicana del Siglo XX que coordinó la maestra Margarita Vera Cuspinera en la Facultad de Filosofía y Letras, con el patrocinio de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México. Aunque fue publicado, no figura ni en las bibliografías del doctor O'Gorman ni en su curriculum vitae. Ello se debe, sin duda, a que por tratarse de una conferencia transcrita, cuyo contenido es muy semejante al de su ensayo "Sentido y precedentes de la Revolución de Ayutla", su autor no quiso darle un lugar especial en su producción. Efectivamente, en 1954 acababa de concluir el trabajo sobre Ayutla,[ 1 ] que es el antecedente mejor logrado de uno de los libros más significativos de O'Gorman: México, el trauma de su historia. Pese a que se trata de una versión oral del ensayo conmemorativo del Plan de Ayutla, considero interesante darlo a conocer con el fin de que el lector aprecie las variantes que ambos trabajos ofrecen. La conferencia que se publica ahora fue dictada después de la elaboración del ensayo, por lo que puede ofrecer ideas conducentes a sus dos trabajos posteriores, el de 1967 sobre el significado del triunfo de la República, conocido con el nombre de La supervivencia política novohispana y el ya mencionado de 1977, México, el trauma de su historia, que, insisto, es una de sus obras capitales.
En toda esa secuela, iniciada en 1945 con su introducción a los escritos políticos de fray Servando Teresa de Mier, Edmundo O'Gorman desarrolló su hermenéutica de la historia nacional mexicana. Si bien ligada a la reflexión que lo llevó a concebir su libro capital, La invención de América, el objeto de reflexión lo lleva a singularizarlo y apartarse de La invención, aunque siempre consciente de que el dilema de México era parte del proceso de construcción histórica del ser americano.
La conferencia da muestra clara de que se trata de una comunicación oral no sometida a los rigores estilísticos de la prosa. O'Gorman se caracterizó en que sus textos siempre fueron resultado de una escritura muy cuidada. Sin embargo, es de felicitar a quien haya emprendido la versión que suponemos taquigráfica, ya que en 1954-1955 no era usual que se colocaran grabadoras al frente de los conferencistas, aunque también es posible. El caso es que este trabajo de don Edmundo O'Gorman, solicitado y rescatado por la Universidad Nicolaíta, se publica ahora, a cinco años de la muerte del maestro.
Voy a hablar de un tema que he intitulado "La marcha de las ideas liberales en México". La sola enunciación del tema me parece que es de suyo clara y ambiciosa. Mi intento es presentar ante ustedes la opinión personal que yo me he formado a través de lecturas, de años y de algunas meditaciones sobre el problema, y obviamente no puedo presentarlo como la verdad absoluta, quizá ni siquiera como la verdad, sino como mi opinión personal. Si algún mérito tiene, ustedes serán quienes juzguen de él; consiste en un esfuerzo por sumar el cúmulo enorme y complejo de acontecimientos en una visión que es guiada por una idea fundamental, es decir, un intento de síntesis, para tratar de darle cierta significatividad a esa marcha de la historia de México tan complicada, tan caótica.
El tema del liberalismo en México, su marcha, me parece que reviste una importancia muy particular y que precisa aclararlo; creo yo que es un tema que está oculto en las entrañas mismas de la historia de México, pero que es muy difícil verlo porque tenemos a primera vista, en primer plano, una serie de acontecimientos llamativos, apasionados, en los que con facilidad el historiador se queda para no preguntar más allá por su sentido profundo y sobre todo por su sentido común preciso. Y este hecho de que la historia de México a primera vista presente un espectáculo, pues, debemos decirlo, lamentable, triste, de asonadas, de rebeliones, de guerra civil en que hemos llegado a extremos tan extraordinarios como el de que un presidente de la república se pronuncie contra su propio gobierno, este espectáculo, digo, caótico y lamentable; y, hay que confesarlo, como tal, ha dado lugar a algunas interpretaciones que, a mi juicio, debemos combatir por falsas. Son interpretaciones que han compartido historiadores mexicanos pero que, en lo fundamental, se originan en la visión que han tenido historiadores de otros pueblos que no han tenido que pasar por un proceso semejante al nuestro. Me refiero fundamentalmente a que, ante el espectáculo de las asonadas, de las revoluciones y ese caos que presenta nuestra historia política, la conclusión ha sido y parece una conclusión sostenida por los hechos de que el pueblo mexicano es incapaz, está inhabilitado para organizarse, para gobernarse.
En realidad si uno ve de cerca este tipo de explicaciones y no se deja llevar por la tristeza que parece acompañarlas, sino que las examina uno con cuidado, advierte que en su fondo, en su sustancia, se trata de un tipo de explicaciones metafísicas y que significan que unos pueblos sobre la Tierra no se sabe por qué oscuras razones tienen una especial condenación, una especial inhabilidad por naturaleza o por cualquiera otra causa. Estas explicaciones aunque tienen mucha boga, en realidad son explicaciones que han dado pueblos que sienten el deseo de halagarse a sí mismos viendo a otros como inferiores; pero debemos reaccionar con vigor frente a esas ideas, lo que no significa que debemos negar el lamentable espectáculo de nuestra historia política.
Ante el problema que a mí me ha preocupado, yo he creído ver un proceso, un proceso muy peculiar, que se desarrolla en circunstancias muy peculiares, y precisamente esa peculiaridad es la que a mi juicio el historiador debe intentar captar en conceptos, sólo así podremos entregar una visión totalizadora, significativa, aunque -evidentemente en toda visión totalizadora y significativa- queden datos que no encajan perfectamente en ella. En suma, el tema de que quiero hablarles podría yo traducirlo diciendo que es la realidad dramática de un pueblo de América en su lucha por asegurarse los beneficios de la tolerancia y de la libertad de pensamiento o, si ustedes quieren, el tema de que quiero hablarles a ustedes es un capítulo de la historia del espíritu humano.
Podemos decir que todo empieza en Dolores, con el grito de Hidalgo, pero, dejando aparte o a un lado los adjetivos que inmediatamente fluyen cuando habla uno de ese acontecimiento y de ese héroe, tratemos de pensar, de analizar lo que en el fondo hay de ese grito, es decir, preguntémonos qué programa es el de la independencia. Yo creo que esta pregunta se ha hecho mil veces: qué programa tenía la independencia, ha sido contestada y ha sido contestada bien, diciendo que el programa de la independencia era, pues, en lo primitivo y esencial romper con España, independizar a México, separar a México de España y esto, pues, es tan obvio que no requiere mayor explicación. Pero, si nos quedamos en este simple hecho, no me parece que hayamos contestado a la pregunta de fondo, por más que en torno a ese hecho podamos elaborar y escribir libros voluminosos y doctos. La pregunta debe ser más incisiva y en el fondo de ella inquirir por el anhelo, si ustedes gustan, o por el sueño, que es palabra que a mí me parece más propia, por el anhelo o sueño que animó el movimiento que llamamos de independencia y la manera de llegar a esta solución es esta otra pregunta: independencia sí, pero independencia ¿para qué? Y esta pregunta no se ha hecho tan usualmente como, a mi juicio, debe hacerse porque en el momento en que investigamos o nos preguntamos el paraqué de la independencia damos un paso más hacia el interior del programa, del movimiento, y llegamos a tocar el problema del sueño o anhelo que lo animó.
A mí me parece, pero tampoco aquí hay ningún descubrimiento especial, que es éste: ¿para qué la independencia está animada por un sueño o anhelo, que, si hemos de definirlo en términos conceptuales, podremos decir, para no entrar en un título demasiado grande y que no cabe en este momento, que es el sueño que anima a lo que se llama la filosofía política del siglo XVIII. Ustedes advertirán que no digo que el anhelo o sueño de la independencia es la filosofía del siglo XVIII y es que esa filosofía política del siglo XVIII, de la que tengo sospechas de que en la Nueva España nadie tenía más que muy vagas ideas en ese entonces, sin embargo sí tenían el espíritu, el tino que estaba detrás de esa filosofía; en definitiva lo que ha llamado Ortega la vivencia, y esta vivencia, aparte de que se articule en la filosofía muy compleja y de conceptos muy especiales, podemos decirla aquí en muy pocas palabras simplemente explicando que es un sistema de pensamientos, un sistema de explicaciones del hombre y del mundo que tiene por base la idea fundamental de que el hombre es un ser natural, un ser natural que corona de una manera muy peculiar el mundo y este ser natural tiene algo, que es lo anejo a él con su nacimiento, muy curioso y poco explicado por las propias filosofías del siglo XVIII. Ahora su pensamiento y así digo: el hombre desde que nace de una manera, por decirlo así, por naturaleza, esencia o sustancia tiene derechos, eso que se llaman los derechos. El solo hecho de ser hombre, pues, explica, justifica, que el hombre tenga derechos, entre los que están el gran programa de rebeliones, los derechos de pensar en la vida; es la gran rebelión contra el pensamiento autoritario y junto con esta otra idea de los derechos que van anejos al hombre de una manera metafísica o divina está el otro pensamiento de que este hombre natural es bueno. El hombre es un hombre, criatura, ser inferior bueno de suyo, en sí, por su esencia, no es sólo que una gente sea buena en su esencia, en su entraña más íntima, ontológica, sino que el hombre es un hombre, es un animal bueno: ¿ven ustedes por qué hablo de sueños? Son los grandes sueños que han permitido al hombre seguir el movimiento, el hombre que poco posee. Esta idea de que el hombre es bueno en sí es capitalista porque no solamente es contraofensiva o contracara de la gran idea teológica medieval que domina el pensamiento escolástico. En realidad el hombre está corrupto desde que pecó y sólo la gracia puede salvarlo, y aquí hay una cosa optimista, agradable, precisa, y la naturaleza produce un ser excepcional, racional y bueno, y éste es un hecho. Fíjense ustedes que el hombre es bueno y, según la famosa definición de Voltaire, "La historia no es más que una larga cadena de crímenes". Ah, porque este hombre ha tenido una época que ha convertido a su historia en esta realidad triste de asesinatos y maldades, y de aquí surge la parte importante de toda la filosofía del XVIII y del Romanticismo, en definitiva, que consiste en creer con una gran ingenuidad, como todas las grandes ideas, que basta remover el obstáculo, porque la historia no ha sido más que una serie de obstáculos que no han dejado que esa bondad innata resplandezca en la historia, remover los obstáculos y, como un milagro, ipso facto queda solucionado el problema del hombre, de su historia y de su destino.
Pero vean ustedes estas cosas no como ideas sino como cosas muy vivas, como sentimientos profundos, creencias, porque este sistema del siglo XVIII funcionó como una religión. Es un acto de fe creer que el hombre es bueno, como es un acto de fe creer que está corrupto porque pecó. Y animados por esta fe en la razón que es la razón del siglo XVIII los hombres pensaron que tenían la solución en las manos y hay que ver la historia con estos ojos, porque hay momentos en que el hombre cree que está a punto de solucionar todos los conflictos. Son los grandes momentos ascendentes de la historia y luego vienen las caídas cuando esas colusiones... La idea es un sistema, unas opiniones, una política, una educación, que remueve los obstáculos y reblandece la naturaleza buena, de suyo buena. Pues éste es el sueño detrás de la independencia, detrás de los problemas, de las doctrinas, de los planos, de los decretos.
A mi juicio, se trata de un movimiento que tiene dos etapas: primero, remover los obstáculos; segundo, cuando ya pueda salir a flote, emerger la bondad innata del hombre en que ya no habrá odios, ni crímenes, ni asesinatos, ni agravios, pues organizar simplemente esa bondad innata en un sistema, sistema que tiene un énfasis, un hincapié especialmente político desde Kant. Para él el problema de la historia es político. Tenemos entonces una bondad en que la bondad misma es el aceite de esa máquina y así, hasta el infinito en el paraíso en esta Tierra, es la fe en el paraíso en esta Tierra contra la fe en el paraíso en el otro mundo y lo que la filosofía del siglo XVIII la opondrá a la tradición. Detrás del movimiento de independencia está este aliento profundamente humano: remover el obstáculo, organizar a la sociedad según esta doctrina y ahí el problema. La felicidad está a la vuelta de la esquina. Tal pues el sueño, según lo que me parece ver de lo que llamamos el movimiento de independencia; pero, la historia es una larga serie de peros, soluciones, es como un cuento de hadas. Sí, tal y tal fue una cosa muy fácil; saldrá el príncipe maravilloso, pero no comas una manzana. Inevitablemente se toma la manzana; inevitablemente entran al cuarto prohibido y ésa es la historia. Inmediatamente sale un pero, porque todo esto es muy fácil, pero... Porque todo esto es muy fácil, pero el cómo inmediato, porque todo esto está pensado en la cabeza y en el momento en que se acercan a la realidad surge la pregunta del cómo, el cómo remover el obstáculo, el cómo organizar a la sociedad según la doctrina de la bondad humana. El primero, el cómo remover el obstáculo, es facilísimo, porque el hombre, el caudillo, el hombre que siguió al caudillo en el movimiento de la independencia pudo ver con gran facilidad y comprender que el obstáculo o todo lo que era obstáculo estaba encarnado en el realista, en el gachupín, en el virrey, es decir, en el enemigo directo. Esto era muy fácil, se trataba pues de una lucha, de una lucha armada para acabar con ese obstáculo, de tal suerte que el español, el realista, el gachupín, se convirtió en la encarnación, en el receptáculo o continente de todos los horrores que podían pensar los hombres de la Ilustración : la tiranía, la superstición, el atraso, etcétera, y por eso nuestra guerra de Independencia es una guerra de perfiles crueles, terribles. Hay que remover estos obstáculos que se presentan a los ojos de estos hombres iluminados como el obstáculo, histórico. No es nada más el enemigo del partido, es el hombre que ha hecho que la historia llegue a su culminación paradójica o helénica. De ahí pues remover el obstáculo y después entra la segunda pregunta: ¿cómo organizar la sociedad según la doctrina de este sueño?
Dejamos a un lado remover el obstáculo, porque es mucho más fácil conocer esto, en lo que fundamentalmente se han ocupado los historiadores que nos han contado sucesos de la guerra de Independencia con sus heroísmos y abnegaciones, pero vamos a perseguir la idea y veamos el problema realmente: cómo organizar este pueblo conforme a esta doctrina de la bondad innata. Vemos que ya esto es un disparate porque si es innata, parecería que la organización habría surgido como una fuente y ya estas cosas acusan una locura peculiar del hombre. Dicen, tengo una intuición y luego se ponen a deducir la intuición por silogismos y por razonamientos en vez de seguir la intuición. Pues así pasa. Cómo organizar a la sociedad conforme a la doctrina de la bondad innata. Y aquí empieza la tragedia de nuestra historia, porque es organizar a la sociedad conforme al gran programa de los iluminados. La palabra es precisa, técnica y además significativa. ¿Y los medios? Pues están determinados por las circunstancias y esto es lo decisivo porque aquí muy de pronto, muy inmediatamente se encontró con lo que yo quisiera llamar la gran paradoja de la historia de México y que es la que fundamentalmente quisiera exponerles a ustedes en el resto de esta conversación.
En efecto, el estudio penetrante, orientado por estos caminos parece indicar, y por lo menos me parece que lo veo, lo que podemos llamar la circunstancia histórica. Este momento clave, principio de nuestra historia política, puede describirse como una circunstancia que tiene dos vertientes que voy a describir como vertientes distintas y después tratar de presentar la situación como yo la veo en su conjunto.
Por una parte, lo que podríamos llamar y parece obvio, la vertiente de la tradición, tradicional, y para no andarnos con palabras ambiguas, es fundamentalmente la vertiente central de nuestra historia que es pues todo un mundo de sentimiento, doctrina, religión, costumbres del catolicismo, la gran tradición católica del pueblo y de los héroes y de todo. A esto va asociado todo aquello que tenga un pensamiento de tipo aristocrático por su esencia misma, y en su derecho mismo, y en su tradición misma. Así es que llamaremos a la primera vertiente la tradicional católico-aristocrática: a la otra la calificaré de racionalista-democrática. Y si uno examina ya esta circunstancia aceptando su contradicción, porque muchos historiadores muy insignes, muy eminentes tienen la terrible manía de barrer a la historia con la escoba lógica. Las contradicciones las barren y construyen una idea muy fina. Hay que comprender esta circunstancia en su contradicción misma, es lo que les ruego que piensen.
Bueno, pues estas dos vertientes a mi juicio se traducen, la primera, en el campo político que es del que vamos a hablar; se traducen en un sentimiento que acaba por acallarse políticamente, en un sentimiento que está de acuerdo con la gran tendencia aristocrático-católica, que es el sentimiento de que un hombre de excepción, un héroe será el salvador. El hombre será quien articule esta doctrina, éste será quien dé la solución precisa pues con el genio, con la inspiración divina y con lo que ustedes gusten. En una palabra es una tradición del pensamiento religioso profundo de la redención del género humano por un mesías divino, un héroe. Así empieza a revestirse de un aire sacrosanto, consagrado y el pueblo por esta tradición que está en el pueblo aspira o espera, espera que es el mesías, la llegada del héroe que va a salvarlo. Y la otra vertiente, la que he llamado racionalista-democrática, se traduce en un sentimiento casi opuesto, que es la desconfianza profunda en las grandes personalidades y en cambio la confianza total, ingenua, en los sistemas porque se trata de la razón. La razón produce sistemas. Y como éste es un movimiento racionalista que viene desde sus raíces, desde el siglo XVII por la filosofía cartesianista, es desconfianza en los hombres geniales, desconfianza en entregarle al hombre el poder. Confianza en los sistemas o para decirlo en una palabra, en las constituciones. Es el gran momento de las constituciones. El hombre cree que con una máquina con poderes muy bien balanceados, que no se meta el uno con el otro, va a tener éxito. Confianza en los sistemas por un lado, desconfianza en el hombre providencial por el otro. En vez de la redención histórica por un mesías es la redención por la razón, la razón será la guía luminosa que nos lleva a puerto seguro en la marcha de la historia.
Así tenemos que la circunstancia histórica de este momento se nos presenta en un dualismo, en una contradicción que podríamos decir mesiánica, por un lado, o teleológica, por el otro, no teológica, porque esto es otra cosa; lo sobrenatural por un lado y el racionalismo por el otro y en definitiva, la lucha, la paradoja y la contradicción entre la idea en el milagro y la idea o la fe en la razón. Creo yo que la circunstancia, se puede decir la circunstancia histórica-mexicana, es la creencia y la esperanza, la esperanza en la venida del redentor político y la creencia en la razón y en sus sistemas.
Si vemos esto así, y ya encaminados por esta vía, nos preguntaremos: ¿y qué clase de circunstancia es ésta que presenta estas dos fases contrarias? Es muy necesario desde el principio hacernos una clarísima idea de qué clase de circunstancia es desde el punto de vista conceptual para no descarriarnos porque es usual y muy usual que, cuando en el estudio de la historia encontramos dos tendencias, dos caminos, dos corrientes, el historiador, como acabo de decir, pues barre con la escoba lógica para separar o acabar con la contradicción y esto se hace diciendo que se trata de un dilema: o esto o esto; claro, con el dilema lógico todo queda deshecho. Es la manera de acabar con la contradicción. Pues yo no creo que se trate en este caso de circunstancia histórica de un dilema lógico. Se trataría de lo que a mí me gustaría llamar un dilema vital en que hay dos posibilidades, por lo tanto dilema, pero no lógico porque son dos posibilidades auténticamente o igualmente posibles, dos posibilidades igualmente deseables y dos posibilidades contrarias, y no creo que deba extrañarnos esto, porque creo que se nos pueden presentar a diario, con una gran frecuencia, actitudes, posiciones parecidas a ésta, sino que claro no son de una gran urgencia decisiva. Es el momento dramático de la vida de muchas personas: me caso o no me caso. Y esto no es un dilema lógico, porque pues decir me caso o no me caso, hay posibilidades, porque tan deseable es el me caso, como el no me caso, mi libertad. No son dilemas lógicos decir o sí o no. Se presentan las dos posibilidades como agradables, como deseables, quisiera uno quizá hacer las dos cosas y eso es lo que las mujeres muy inteligentemente no han permitido, ellas lo han convertido en dilema lógico: te casas o no. Pero la vida está llena de posibilidades contrarias, igualmente radicadas en el hombre. El hombre desea más de lo que puede: una de las máximas fundamentales de la mecánica de Maquiavelo.
Bueno, pues para no perder demasiado el tiempo, lo importante es pensar que estas dos vertientes que he presentado, el mesianismo por un lado y el racionalismo por el otro, se le presentan al pueblo mexicano como dos posibilidades igualmente deseables, igualmente soluciones contrarias. México, a mi juicio, nace casi en la cuna de esta paradoja, México, pues, es esta contradicción, eso es, es una contradicción. Es lo que quiero que piensen. Si esto es así entonces la historia de México, hasta cierto punto, que es a lo que quiero llegar ahora, es el desarrollo dramático por su esencia misma de esa paradoja, es el intento heroico; aquí no es cuestión de adjetivos agradables a los oídos, pero es el intento heroico de un pueblo que ha nacido en esta circunstancia paradójica, en esta contradicción, que lucha por superarla evidentemente en otra contradicción, pero por superarla, por transformarla en otra cosa. Es un proceso dialéctico. Ahora que, en un sentido hegeliano como señala Dilthey, es una dialéctica vital, y lo que nos quedaría por hacer en esta conferencia es presentarles a ustedes en un rapidísimo panorama y en un cuadro ese desarrollo, porque creo que todos sabemos un poco los datos esenciales de la historia de México. Por lo demás, no importan demasiado las fechas ni los nombres. Quisiera presentarles a ustedes ese rápido desarrollo como un relámpago para ver cómo y qué pasó.
Una vez que hemos aprehendido el ser de la historia, el ser, pero esta palabra es muy importante, el ser como un mismo ser paradójico, no se trata de escuchar esto o aquello, las dos cosas son. Formas de gobierno van sucediéndose las unas y las otras, y parece que tiene uno aquí por lo menos una guía segura para sembrar el orden en ese caos admirable de que empecé a hablar al principio de esta conversación. Pues vamos a hacerlo lo más pronto que se pueda. Ya nosotros podemos coger con las manos documentos auténticos y claros, lo que encontramos es que esto pasa después de su lucha por la independencia, de su lucha armada, es decir la remoción del obstáculo, políticamente es una forma de gobierno que responde a la primera vertiente o tradición; realmente esta forma, que es el imperio, está precedida por un sentimiento y es el sentimiento de que el hombre privilegiado, el héroe único, el hombre salvador de México ya está ahí y se llamaba Agustín de Iturbide, y no estoy inventando esto. Tómense ustedes la molestia de leer los documentos iniciales de la instauración del primer imperio, los primeros documentos, y verán ustedes cómo las mentes liberales del día estaban alucinadas por el hombre-mesías y hay palabras, si ustedes ven los textos, en que se usan exactamente estos términos: "La providencia ha mandado al héroe", la providencia. Iturbide empieza a revestirse de esta forma sacrosanta y por eso es imperio. El emperador es una figura ungida, y hombres como Gómez Farías lo creen. No hay que leer sólo los halagos que le hacen a Iturbide, que eso es parte importante de la historia, lo halagan porque es el hombre fuerte y providencial, aunque lo importante es por qué lo halagan y de qué lo halagan, y ahí están los sentimientos detrás. Nada priva tanto como este monarca, este "emperador". Este primer gobierno mexicano responde a lo más profundo de las raíces de la conciencia mexicana, cosa que no logran esas historias jacobinas que lanzaron unos gritos ahí en la calle. Eso es cierto.
Pero no cuajan estas cosas si no están respaldadas por una vivencia. El imperio de Iturbide fue fundamentalmente una respuesta popular. Sabemos el desenlace. Bueno, pues como Iturbide no era eso, pronto atropelló al Congreso. Tomó en serio, muy en serio que era el hombre providencial y claro, pues éste no tiene un congreso que legisle con él. Se acabó el imperio ¿y qué surge? Surge una constitución, la Constitución de 1824 que, si ustedes la leen con cuidado, es una constitución que está toda inspirada por la desconfianza profunda hacia el hombre, hacia la personalidad, por la confianza divina hacia el sistema. Claro, copiada de la de los Estados Unidos. Una imitación extralógica. Eso es cosa muy conocida, pero no vamos a entrar en detalles, simplemente se trata de la contracara, la respuesta de la otra tendencia en que el racionalismo se impone: ideas de programa imbuidas de la filosofía liberal en un sistema constitucional en que el mexicano que se juega la carta en este sistema de unos cuantos artículos es una especie de máquina, que tiene unos poderes que son el ejecutivo, el legislativo y el judicial para que nunca se convierta en el hombre providencial, sobre todo el presidente.
Lean ustedes un solo documento, el famoso documento con que se entregó la Constitución de 24 al pueblo y vean ustedes ahí articulada la fe en el sistema, la fe en la razón, la desconfianza en el hombre, la desconfianza en el héroe. Y hasta aquí todo va bien. A la república ustedes saben lo que le pasó, pues fue algo tan alucinante, tan desconocido para el pueblo de México que, como ustedes saben, fracasó. ¿Pero quiere decir eso que la república federal de 24 fue no popular? En modo alguno está profundamente arraigada como el imperio, no tiene una respuesta tan popular. ¿Por qué? Porque es una paradoja, una contradicción íntima y estas dos cosas contrarias son. Aquí diremos, como sistema del imperio y de la república federal de 24, fracasan las dos tendencias y la historia mexicana se lanza por un dificilísimo camino que consiste en encontrar la fórmula para poder vivir estas dos cosas o si ustedes quieren un término dialéctico aunque no propio: la síntesis de la contradicción. Y en efecto, ¿si un jurista se asoma una vez más a la historia de México qué ve? Un híbrido muy raro que se llama la república centralista. La república centralista no es sino en definitiva una especie de primer intento de conjugar al héroe, el presidente en el centralismo, el hombre fuerte con el sistema. La república, la república centralista, sobre todo la primera, que fue hecha con una gran buena fe de lo que en general se quiere conceder. Encontramos una república, un sistema. Este sistema halaga la tendencia racionalista; es centralista un presidente realista, emperador, el hombre fuerte; pero el primer centralismo fue un fracaso y es que si ustedes estudian el primer centralismo se darán cuenta de que en definitiva es ecléctico, no sintético. Quiero decir que la constitución centralista y todo el sistema centralista inicial fue una especie de suma, de adición de dos cosas: del liberalismo y de los conservadores, en fin, el hombre fuerte y el parlamento en que evidentemente no había un pensamiento coordinado, sino que había una simple suma de las dos tendencias radicales del pueblo mexicano, y este primer centralismo fracasó y encontramos pronto una especie de lucha muy compleja, muy difícil, muchas luchas por la presidencia, el legislativo que representa más bien un sistema pues tiene iniciativa. En fin toda esta historia que ustedes saben de los planes, de las asonadas, de los gobiernos que caen, etcétera. Pero esto tiene un sentido positivo. Esta gran lucha caótica en medio del régimen central es una especie de toma de conciencia de las dos posiciones radicales, ontológicas del ser histórico mexicano y por eso no es, a mi juicio, exacto que al fin de estos momentos muy raros del centralismo realmente aparezcan los partidos. Es por primera vez que el mexicano cobra conciencia y se organiza en doctrinas, en pensamientos, con un cuerpo de doctrina y surgen los dos grandes partidos: un grupo de mexicanos que cobra conciencia de la raíz que le es simpática, la aristocrática tradicional, y el otro, la racionalista democrática, pero cobra conciencia de otra cosa muy importante, cobra conciencia de que si para él la solución radica en la tendencia en el mesianato, tradición aristocrática, comprende que tiene que admitir la otra tendencia como parte integrante de México: el liberalismo, la razón, el sistema, la federación. Pero hay que admitir también que los otros, aunque sean el enemigo, tienen algo de razón, no razón en el sentido de razón conceptual sino razón histórica, por eso los dos partidos en sus mejores ejemplares, porque claro los partidos tienen desde lo mejor hasta lo peor. Si uno examina las cabezas de los partidos va encontrando que, por ejemplo, en los conservadores realmente hay una tendencia, una aceptación, una posibilidad, una blandura para dejar entrar alguna reforma, aunque, claro, controlada desde el punto de vista que ellos querían y surge una vez más el fantasma del imperio con Iturbide. Después los dos partidos van como en una carrera de caballos en que ninguno de los dos quería dejarse ganar, pero aquí se encontraban con unos frenos terribles: imperio liberal con reformas o imperio liberal sin reformas. ¿Y quién es el emperador? En vez de buscarlo en Oaxaca lo buscaron en Viena. Los conservadores, por lo menos algunos, comprendieron que si le daban el imperio a un mexicano fracasaba y creyeron que poniendo un imperio extranjero, europeo, pues podían evitarse las ambiciones de un pueblo que está al norte y cuyo nombre no quiero mencionar. Y otra cosa que hicieron los conservadores fue también concertar una alianza con la jerarquía de la Iglesia y esto fue grave, porque la alianza con la jerarquía de la Iglesia, pues, les hizo imposible la realización de las reformas que querían hacer dentro de la política conservadora. En suma, los dirigentes, el conservador, querían conservar su tradición. En general existía esa tendencia pero admitiendo paulatinas reformas. De ahí que la historia de México sea tan paradójica; es el conservador y de repente tiene ideas liberales o son los liberales que tienen de repente ideas conservadoras. Pero su necesidad de buscar un príncipe extranjero y su alianza con la jerarquía de la Iglesia realmente paralizó las posibilidades históricas del conservador, no sus ideas.
La historia de México se presentó, primero, por el lado conservador o lo conservador, por el lado de la Reforma, pero las circunstancias históricas hicieron, a mi juicio, imposible el triunfo del partido conservador, por las circunstancias que acabo de explicar. El partido liberal se formó con mucha más lentitud, y, para mí, el hombre que vio primero la solución en el partido liberal fue don Ignacio Comonfort y por eso viene esto, claro, con motivo del Plan de Ayutla. Es un documento que no sé qué adjetivo ponerle, es un documento increíblemente ingenuo y sin importancia. Es un documentucho, no la revolución. Pero si ustedes ven el Plan de Ayutla no es más que un documento en contra de un hombre que era Santa Anna. Ahí no hay ideas ni doctrinas, no hay nada. Claro, es que era lo que había que hacer en ese momento el Plan de Ayutla no es nada, nada. Es asombroso ese plan.
Es asombroso que el Plan de Ayutla, cuyo texto mismo no es más que un ataque personal a Santa Anna (que Santa Anna se vaya), pueda articular la Revolución de Ayutla y la revolución de Ayutla es el pensamiento de Comonfort. Comonfort era un hombre débil y bueno y era un hombre inteligente, muy mal político y eso fue lo que lo perdió, pero, después del planecito de Ayutla, cuando Comonfort triunfó, entonces vemos entrar a este hombre realmente en una agonía política, agonía en el sentido técnico epistemológico, lucha interior, porque Comonfort es un hombre que cree, es un liberal, es un hombre bueno, pero Comonfort comprendió que si el partido liberal se entregaba una vez más al sueño del puro sistema perfecto en que el presidente casi no tenía autoridad, porque tenía desconfianza en el hombre y confianza en el sistema, y en que el presidente estaba lleno de trabas para cualquier acción rápida que se necesitaba, comprendió que era entregar el poder al enemigo, al partido conservador, y entonces Comonfort, creo yo, traicionando su más íntima convicción, con el dolor más profundo, se convirtió en el hombre fuerte, con el poder. Hay que ver aquel documento en que habla de Constitución Federal, ya no quiere mencionar la palabra "federal" ni en ese documento, lo que está ahí es este grito, este mensaje capital: "Señores, se necesita un hombre fuerte". Liberalismo, sistema, constitución, todo, pero sin embargo hombre fuerte. Es decir, él comprendió que tenía que dar, por decir así, entrada a esa otra contradicción innata en las entrañas de la historia de México. Cayó Comonfort y el resultado, el desenlace, es a la larga la victoria del partido liberal y la dictadura de Porfirio Díaz, el presidente-emperador que conjuga en su cuerpo, en su figura, esta dualidad que se venía persiguiendo como a un enemigo a lo largo de la historia mexicana. Santa Anna quiso ser el emperador-presidente, don Porfirio Díaz quiso ser el presidente-emperador, sobre todo el presidente, pero también emperador. Cualquiera que sea el juicio que nos merezca el gobierno del general Díaz, y ése no es el problema de esta plática, a mí me parece que ésa es la explicación profunda del surgimiento de la figura de Díaz y lo que él llegó a conjugar de estas grandes corrientes históricas mexicanas. La llamada dictadura de Díaz, el régimen de don Porfirio, el porfirismo, el fenómeno, es un poco la liquidación de esta vieja batalla, es un poco la liquidación de esta paradoja que ya está en el padre Hidalgo; liquida en realidad los problemas coloniales, es el fenómeno histórico en que aparece lo que se llama la nacionalidad mexicana y sobre todo es el fenómeno histórico que permite que la historia de México se abra con abandono en gran parte a lo que venía siendo el problema central de la historia mexicana, que era el problema político. Va a hacerse posible que el centro sea el problema social; creo yo sea éste el sentido de la Revolución Mexicana y donde hay un cambio radical de esencia histórica. Entramos a una nueva etapa de la historia y a un nuevo problema de nuestra historia a partir de la caída de la dictadura de Díaz.
Y para terminar esto, nada más quiero decir a ustedes que en definitiva este cuadro que les he querido presentar a una velocidad de relámpago es con el fin de que saquemos una lección de esto: que la historia de México ha sido una lucha feroz, difícil, sangrienta y heroica, y que México ha logrado conquistar por esas vías dialécticas vitales, que he tratado de demostrar, esta maravillosa cosa que es el espectáculo de la noche, que es que un hombre se siente ante un grupo de personas y pueda decir libremente lo que piensa; que nadie le haya dicho: tienes que decir esto o sería bueno que dijeras esto. Este espectáculo que se está volviendo tan raro en el mundo, es decir, el espectáculo del liberalismo, de la libertad de pensamiento ha sido una conquista de México, pero la palabra importante aquí es la palabra "conquista". No nos ha sido regalada como un don gratuito. El liberalismo es una de las conquistas más delicadas de la cultura occidental, es una de las flores más difíciles de cultivar y de mantener, es una conquista precaria. El hombre de cultura tiene que tener la convicción, el susto, la angustia, de que esa cosa tan preciada, y que hasta después de tantos siglos pudo alcanzar, puede hundirse. Éste es el mensaje que debe traerse y hay que darlo a todo universitario, a toda persona culta.
[ 1 ] La primera edición de ese artículo fue la incluida en Plan de Ayutla. Conmemoración de su primer centenario, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Derecho, 1954. Más tarde fue recogido en Seis estudios históricos de tema mexicano, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1960. La revista Secuencia también lo rescató del olvido y, más recientemente, aparece en la antología Historiología: teoría y práctica, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1999.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Martha Beatriz Loyo (editora), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 21, 2001, p. 81-94.
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