Antonia Pi-Suñer Llorens y Arturo Soberón (coordinadores),
México en el Diccionario universal de historia y geografía.
V. I. Universidad, colegios y bibliotecas, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, 2000, XVIII-285 p. (Ida y Regreso al Siglo XIX).
Ernesto De La Torre Villar
La intelligentzia mexicana ha mantenido siempre una actividad contrapuntística respecto de la intelligentzia europea. No lo han estorbado ni la distancia geográfica ni la lentitud con que a veces circulan las ideas. Tiempo y distancia han acrecentado a menudo la argumentación y han centrado la atención en los puntos básicos, eliminando los superficiales.
Cuando en Salamanca y Valladolid se discutieron en el siglo XVI los derechos a la conquista y la libertad de los indios, en los que tomaron parte muy activa juristas y teólogos como Vitoria, Soto y aun Las Casas, se sentaron principios que el emperador Carlos V aceptó y que significaron principios que se mantuvieron, aun cuando fueron violados repetidamente. Pocos años después en los claustros novohispanos, y ante graves problemas que afectaban a los naturales, los discípulos de los salmantinos discutieron con más vehemencia los derechos inalienables que amparaban a la sociedad indiana. En ellos se distinguieron fray Alonso de la Veracruz y Bartolomé de Ledesma. La realidad angustiosa en que se vivía en Nueva España levantó esos clamores.
Dos siglos más tarde, cuando la sociedad criolla irrumpió con brillo inusitado en nuestro desarrollo, desconsideraciones de los intelectuales europeos, subestimación y aun injurias, hicieron que los grupos dirigentes rechazaran unánimemente la calumnia europea, reflexionaran sobre los aportes espirituales e intelectuales de la sociedad mexicana, exaltando su valor, y surgieran en la palestra universal reclamando, como lo habían hecho Francia y España, un lugar como nación y como nación culta. La Bibliotheca mexicana de Eguiara y Eguren acalló la calumnia, valoró la cultura nacional habiéndose inspirado en ejemplos surgidos en esos países y que eran imitados por las naciones que habían llegado a una madurez social, política y cultural.
La guerra insurgente provocó nuevas crisis. La emancipación política forzó a los dirigentes del país a pensar no sólo en la identidad y cohesión política sino en la significación cultural que el país debía tener, en la creación de instituciones operantes, en la implantación de un estado de derecho, de un sistema de justicia e igualdad y también en la instrucción y educación del pueblo. La legislación española siguió actuando hasta en tanto se creó una nacional, inspirada en diversas fuentes. Para instruir y educar al pueblo se adoptaron sistemas del exterior que se adaptaron a nuestras necesidades. Para crear la conciencia cívica se escribieron catecismos políticos y para fortalecer la conciencia histórica se elaboraron las cartillas de geografía e historia como lo hizo Almonte.
Las crisis políticas que complicaron las intervenciones extranjeras: española, francesa y norteamericana, sobre todo esta última, en la que perdimos la mitad del territorio, provocó una toma de conciencia que forzó a los dirigentes estatales de todas las posturas a pensar con hondura cuál era nuestra real situación, ¿qué éramos y cuántos?, ¿cuáles eran nuestros recursos, nuestras instituciones, en fin nuestra realidad material, social y cultural? Había que inventariarlos, darlos a conocer, cuantificarlos y valorarlos. Ya desde los inicios del movimiento emancipador, en el Despertador Americano, Severo Maldonado, inspirándose en los ejemplos norteamericanos, se valió de la estadística para valorar nuestros recursos naturales y humanos. Obras como las de Raynal apoyaron también la cuantificación. Para ese nuevo anhelo o mejor dicho necesidad de saber qué éramos, nuestros intelectuales y directores de la política a la vez requirieron ejemplos que tomaron del Viejo Mundo para elaborar con su auxilio obras explicativas y esclarecedoras de nuestra realidad. Ya no se trató de utilizar solamente a la historia, sino que se echó mano principalmente de las ciencias naturales, físicas y sociales para obtener un resultado más objetivo, seguro y firme. Apoyado en ejemplos europeos, principalmente españoles, los mexicanos se incorporaron al mundo moderno aportando la información propia, la peculiar. Así como señalan certeramente los coordinadores de la obra que hoy nos ocupa, a un diccionario universal se adhirió México, incorporándole su amplia información nacional. Con ello, en las obras de la cultura universal aparecíamos formando parte del concierto de naciones. Tanto en la presentación como en los estudios introductorios, que con precisión, claridad y nutrida información nos ofrecen Antonia Pi-Suñer y Arturo Soberón, se esbozan inteligentemente los orígenes de nuestro diccionario, sus finalidades, autores y resultados.
Bien expuesta está la génesis de esta obra que constará de varias partes, de las cuales esta primera está dedicada a la historia cultural, a presentar a las instituciones que desde la Colonia tuvieron a su cargo la difusión de las ideas, la educación e instrucción de la sociedad, así como la formación de una incipiente conciencia nacional. Las restantes tres contendrán los artículos dedicados a ciencia y tecnología, las instituciones civiles y religiosas y los artículos redactados por el coordinador de la obra, don Manuel Orozco y Berra.
Los coordinadores hacen hincapié en señalar las dificultades que se tuvieron para contar con recio equipo de colaboradores, problema general en este tipo de obras. Mencionan apretado grupo de intelectuales en algunos de los cuales recayó el mayor trabajo. Surgen entre ellos figuras clave de nuestra cultura y política: abogados duchos en derecho pero con fuerte vocación histórica y literaria como José María Lafragua, Bernardo Couto, José Fernando Ramírez, José María Lacunza; otros coleccionistas y bibliógrafos como José María Andrade, Joaquín García Icazbalceta. Varios de ellos son eclesiásticos añorosos de los antiguos y sólidos estudios. Junto a ellos laborarán liberales como Miguel Lerdo de Tejada, Francisco Zarco, etcétera. Varias generaciones están presentes con sus trabajos; la que sufrió el desorden santannista, la que padeció la guerra del 47 y la pérdida del territorio y también la que impulsó la guerra de Reforma. En fin, lo mejor del México pensante que va de 1833 hasta el inicio de la guerra de Reforma.
Si bien el espíritu del Diccionario fue el de dar una idea totalizadora de la república, para lo cual recogió información de todo género, la más precisa y actuante hasta entonces, en sus nutridos volúmenes acumuló amplia e importante información histórica que más tarde con nuevas reflexiones surgidas de trágicas experiencias llevarían a otra generación a plantearse la necesidad de escribir maciza obra que concentraría el pensamiento liberal triunfante y forjaría la conciencia histórica de la república. México a través de los siglos es el fruto más maduro del Diccionario.
Por otra parte, la colaboración amplia que el Diccionario tuvo, las distintas filiaciones de sus participantes, preludian muy bien la acción conciliadora de Manuel Ignacio Altamirano con su Renacimiento.
A través de los artículos amplios y nutridos de Manuel Berganzo, cuya obra se pone de relieve, percibimos cómo en obras generalizadoras se impone la presencia de historiadores especializados en materias específicas, como la religiosa y eclesial.
La idea básica del Seminario que emprendió esta labor se precia de los trabajos iniciales de Antonia Pi-Suñer, madre y "madrina-bienhechora" de esta obra, quien supo discernir la importancia del Diccionario y extraer de él la información más saliente. Hay que señalar que, como tributo necesario, se recuerda la señera figura de don Manuel Orozco y Berra, benemérito de nuestra historia y del cual sólo se han ocupado Susana Uribe, Luis Villoro y Jesús Soto. Historiador nato, Orozco y Berra, diligentísimo y laborioso, se movió al lado de las figuras cumbres de la historiografía del siglo XIX, José Fernando Ramírez y Joaquín García Icazbalceta. Muchas de sus obras son clave perfecta para la comprensión de nuestra historia.
Debemos afirmar que la labor realizada por este seminario tiene gran alcance: significa una valoración de la cultura mexicana y de los intelectuales de la época. Que esa valoración cubre todos los aspectos de la cultura, no sólo los literarios e históricos, sino los científicos políticos y sociales. Es un balance pormenorizado del saber mexicano que recoge los valores del pasado que forman parte de la identidad nacional indefectiblemente y los presenta orgullosamente conjuntados con los modernos. La selectiva recopilación del material que sus coordinadores hicieron muestra una madurez de conciencia trascendente, una reflexión madura sobre la naturaleza de la cultura mexicana. Si Eguiara y Eguren elaboró auténtica "Suma" de la cultura novohispana con base en el análisis profundo de los aportes que intelecto y espíritu habían logrado, el Diccionario añadió el elemento material, contable, demostrable científicamente, que se había alcanzado. En esta obra se historiaron más amplia y detalladamente las instituciones, obra del esfuerzo colectivo, de la participación social. Se conjugó en el Diccionario, tanto el interés por la realidad mexicana que motivó a Villaseñor y Sánchez, como la valoración del pensamiento, de las ideas reflejadas en la Biblioteca mexicana. No se trató de hacer una obra de erudición, sino una que mostrara, que revelara, cuál era la conciencia que se tenía del México en la mitad de la centuria en que se había formado como nación independiente.
Arturo Soberón, en el siguiente apartado introductorio de esta obra, borda en torno de un tema que apasiona a los interesados en la historia de las ideas, del pensamiento que se da en el México colonial a partir del siglo XVIII, la introducción de la Ilustración. El interés que los ilustrados pusieron en la formación integral del hombre, educación e instrucción está breve e inteligentemente delineado. Los intentos de desacralización, apoyados por la educación laica, tuvieron en Europa en general, en España en particular, y en las colonias americanas, buen suceso, pese a la fuerte oposición a que se enfrentaron. Con la expulsión en 1767 de la Compañía de Jesús, la más fuerte y constante institución consagrada a la formación cristiana de la sociedad, ésta, la sociedad, quedó sin una guía segura. La congregación del Oratorio, que debió sustituirla, no tuvo ni la preparación ni la organización necesarias para proseguir la labor cultural de los jesuitas. La acción de Díaz de Gamarra fue un caso aislado revelador de los cambios de mentalidades que se dieron.
La generación de 1833-1835, esto es la de Mora y Gómez Farías, mostró un cambio favorable para la introducción de la modernidad. Sus esfuerzos, truncados varias veces, sirvieron para apoyar bajo otras coyunturas favorables, reformas más enérgicas que se impusieron como normas generales con el triunfo de la república. Modernizar al país, a sus instituciones civiles, a las ideas que normaban a la sociedad fue idea amplia y firme de los reformadores. La educación e instrucción del pueblo fue uno de los anhelos más queridos de los reformistas. La erección de las escuelas normales como instrumentos de formación de maestros bajo las ideas liberales y la fundación de bibliotecas y archivos que conservaran y difundieran sana y nueva conciencia nacional sirvieron también de medios eficaces.
Las viejas ideas que añoraban las antiguas instituciones y las nuevas que anhelaban cambios se encuentran reflejadas en los artículos del Diccionario y sirven de pauta para que Soberón nos ofrezca su entusiasta interpretación de este fundamental aspecto de la historia mexicana.
Si bien se nos advierte en este primer volumen, y en conversaciones particulares, que el propósito tenido no es reeditar tal cual apareció el Diccionario pues hay datos como muchos de los científicos, entre otros los geográficos y toponímicos, que están totalmente superados, poco sabemos de la decisión tomada en torno de las múltiples biografías que aparecen en el Diccionario, que tienen rica y precisa fundamentación histórica y muchas de las cuales no han sido superadas.
La selección de artículos que en torno de la cultura se han hecho es inteligente y oportuna. Si bien hoy conocemos por nuevas investigaciones muchos datos más fidedignos y más rigurosos que los que se ofrecen en los artículos, debemos explicarnos más por la pasión política con que surgieron y no por ignorancia de los autores.
El examen que se ha hecho del Diccionario universal, o como más comúnmente lo llamamos, Orozco y Berra, representa en suma un excelente intento de recuperar y analizar el pensamiento del siglo XIX, al que falta mucho estudio. También es un vigoroso esfuerzo por delinear el pensamiento y la obra historiográfica de esa centuria. Muchas ideas, transformadas en instituciones, varias de las cuales aún son vigentes, pueden analizarse, y muchos pensadores, políticos, juristas, filósofos, científicos, muy olvidados, pero de mérito real, debemos estudiar para tener idea amplia, vasta y generosa de la historia mexicana. Ni qué decir que esperamos como agua de lluvia los restantes colúmenes que nos harán repasar gozosamente las páginas escritas con sabiduría y gran amor a México para el Diccionario universal de historia y geografía.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Martha Beatriz Loyo (editora), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 22, 2001, p. 140-145.
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