Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

 

Laura Espejel López (coordinadora), Estudios sobre el zapatismo, México,
Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2000, (Serie Historia).

Romana Falcón


Esta importante obra colectiva es un intento de, cómo dice Salvador Rueda, "razonar el efecto del zapatismo y de sus múltiples explicaciones en el horizonte historiográfico tanto como en el de la realidad social".[ 1 ] Se trata de un trabajo multidisciplinario, multinstitucional y multigeneracional que se derivó de un seminario que, en el verano de 1997, reunió a varios de los principales especialistas que continúan interesados, y en ocasiones fascinados, por la rebelión agrarista que encabezara Emiliano Zapata.

Si bien cada generación de historiadores necesita formular nuevas preguntas al pasado, explorarlas por caminos no andados y llegar a respuestas novedosas, aun cuando siempre temporales y discutibles, la necesidad de hacer un balance historiográfico en torno a nuestro saber y nuestro desconocimiento del zapatismo original era particularmente urgente, tanto por los senderos nuevos y múltiples que ha emprendido la investigación de las rebeliones y resistencias campesinas en los últimos decenios como por la trascendencia del zapatismo actual que conmoviera a México y a parte del mundo a finales del siglo XX.

Éste es el primer intento serio de arribar a un estado de la cuestión en torno al zapatismo original de 1910; una reflexión colectiva que permite precisar hasta dónde se ha avanzado, cuál ha sido el impacto de las numerosas fuentes originales que se han abierto en las últimas décadas, señalar las interrogantes planteadas por los investigadores más jóvenes -a los que podríamos llamar postclásicos- con sus aportaciones, cuestionamientos y preguntas diversas e incisivas. Las aportaciones y las preguntas tienen varias procedencias. Como muestra este libro, ciertas contribuciones se fundamentan en años de estudios cuidadosos en archivos originales -por ejemplo, las que ha formulado Horacio Crespo a la etiología del zapatismo-, mientras que otros de los capítulos son más bien propuestas frescas, respuestas tentativas, que revelan más interrogantes que certezas. Dos trabajos se proponen, de manera explícita, revisiones historiográficas detalladas: la de Felipe Ávila para el zapatismo en su conjunto y la de Renato Ravelo para las manifestaciones de este movimiento dentro de los confines de Guerrero.[ 2 ]

Además de que los campesinos morelenses han sido un objeto privilegiado de estudio de la ciencia social en México,[ 3 ] probablemente ninguna otra rebelión campesina en México -y en Latinoamérica- ha sido estudiada con tal pasión y cuidado que la de los pueblos del centro del país que se alzaron en armas en conjunción con el llamado maderista en contra de la larga dictadura de Porfirio Díaz. La obvia excepción es el zapatismo actual, aquel que brotó en Chiapas en el ocaso del siglo pasado y que, en relativamente poco tiempo, ha hecho derramar litros de tinta y enviado ondas cibernéticas en numerosos estudios, ensayos, panegíricos y detracciones violentas.

Acaso tampoco hay otro movimiento campesino en México que cuente con tal variedad y calidad de fuentes de primera mano. En parte por suerte y, en otra, por la labor del mismo equipo que está atrás de este libro que fue responsable de desenterrar, rescatar y clasificar parte de las fuentes documentales, orales y gráficas sumamente valiosas con que cuenta el historiador del zapatismo y la Revolución Mexicana en general. En la actualidad se pueden consultar fondos que permiten llegar hasta las entrañas de este movimiento y bajar -tanto como es posible en la historia social- hasta ese fondo amplio y oscuro de la sociedad mexicana. Me refiero a archivos como los de Emiliano Zapata, el Cuartel General del Sur, el de Genovevo de la O y el Fondo Soberana Convención Revolucionaria, en el Archivo General de la Nación, el de Jenaro Amezcua en el Centro de Estudios Históricos Condumex, así como el Fondo Gildardo Magaña, en el Centro de Estudios sobre la Universidad, en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Como saben todos los que se dedican a escudriñar el pasado, el Seminario de Historia del México Revolucionario de la Dirección de Estudios Históricos labró, además, un surco profundo en el análisis del zapatismo al rescatar la memoria de sus protagonistas; de ahí una deuda impagable al equipo original -bajo la dirección de Alicia Olivera de Bonfil guiando a Salvador Rueda, Laura Espejel y Jane Dayle Lloyd, entre otros.[ 4 ] A partir de 1973, este equipo del Programa de Historia Oral realizó una serie de entrevistas con antiguos soldados zapatistas en diversos estados del país, al tiempo en que otro, encabezado por Eugenia Meyer, hizo lo propio con veteranos villistas. Olivera explica aquí, en una introducción excelente, lo que fue esta experiencia de investigación y de vivencias. Presenta los motivos, el ánimo, los anhelos, los resultados así como las dificultades metodológicas de dicho programa -como la perplejidad que surgió de las percepciones tan diversas que los entrevistados y los entrevistadores tenían de conceptos clave como el de "tierra", "propiedad", "justicia" y "muerte". El día de hoy se sigue laborando en el Proyecto Testimonios Zapatistas que, a cargo de Salvador Rueda, tiene como objetivo rescatar esos testimonios valiosísimos digitalizando en discos compactos las imágenes, el audio y la transcripción de estos documentos primordiales de la insurrección agrarista de los pueblos del centro sur de la república.[ 5 ]

Vistas las páginas de este libro en conjunto, hay un empeño por entretejer hilos de la economía, la historia, la sociología, la antropología social y culturalista, la ciencia política, la demografía, la medicina y los estudios jurídicos, entre otras disciplinas. Además de multidisciplinario, comprende todo tipo de temas y enfoques. Si cierta homogeneidad se puede encontrar es que la mayoría de los autores analiza el proceso histórico no, como casi siempre se hace, desde los puntos más altos de la pirámide social, sino a través de la óptica de las comunidades, los pueblos, los guerrilleros, los niños, las mujeres y los combatientes zapatistas. Difícilmente podría ser de otra forma, dada la temática. Esto se dice fácil pero, como sabemos todos los historiadores, lograr una perspectiva "desde abajo" es extremadamente complejo pues, por desgracia, normalmente tenemos que trabajar con testimonios que no son generados por campesinos, indígenas, obreros y otros grupos populares. La trama de los sucesos suele ser confeccionada con base en los documentos, recuerdos y análisis de quienes los dominan, controlan y representan, es decir, de manera indirecta, mediada y de trasmano. Peor aún, muchas veces los documentos con que nos topamos los historiadores provienen, precisamente, de personajes encargados de controlar y reprimir a los insurrectos. De aquí el valor extraordinario de los múltiples testimonios y fuentes zapatistas, de los capítulos aquí publicados, así como de la obra de muchos de los autores de este libro que permiten, en la medida de lo posible, un acercamiento a ras de suelo.

El libro recoge buena parte de las temáticas originales y muy diversas que ha venido desentrañando esta "segunda", para algunos "tercera", generación de especialistas en el zapatismo, con su marcado interés en la historia social y cultural. Ojalá que ayude a desempolvar el gusto por estudiar a la Revolución Mexicana. A riesgo de equivocarme -y con el deseo de hacerlo-, me parece que entre los historiadores jóvenes, tanto en México como en el extranjero, hay un marcado desinterés por ella, incluido el zapatismo original. Entre otras razones, en el mundo unipolar y globalizado de hoy en día no existe ya aquel entusiasmo e interés por comprender las causas y logros de las revoluciones sociales que caracterizó la década de los setenta y ochenta del siglo XX cuando llegó a su pico la fascinación académica por la revolución iniciada en 1910.

Dada la inconveniencia de intentar abarcar todo, mencionaré someramente algunas partes del amplio abanico de temas contenido en Estudios sobre el zapatismo. Olga Cárdenas nos abre una ventana a la fascinante biografía de Amelia Robles, la coronela del zapatismo en Guerrero; Beatriz Cano, en un artículo de temática muy original, nos muestra el impacto de las epidemias -en especial la influenza española- en el territorio bélico. Dos autoras, Catherine Héau y Ruth Arboleyda exploran, desde ópticas contrastantes, aunque complementarias, las identidades de los pueblos zapatistas. La primera utiliza las "representaciones colectivas" y los corridos populares para distinguir cómo la lucha autonomista y agrarista de las comunidades seguía derroteros centenarios: la tradición de resistencias y luchas que exploraba todos los resquicios legales e institucionales antes de recurrir a las armas. La segunda revisa profundamente el sentido de la identidad cultural de Anenecuilco -el archiestudiado pueblo que muchos han considerado el paradigma del área nuclear de la zona cañera morelense-, y arriba a un punto metodológico clave: argumenta, al revés de lo que normalmente se ha supuesto y escrito, que es la persistencia del sujeto colectivo lo que permite la defensa de sus recursos naturales y no, al revés, que la posesión de la tierra es lo que implica y permite la persistencia del sujeto colectivo.[ 6 ] Ana Rivera Carbó precisa de manera lúcida la influencia del zapatismo en los programas agraristas que se vieron obligados a adoptar los vencedores, Laura Espejel -que es la fuente de inspiración y el motor que echó a andar tanto el seminario del 97 como este libro- nos presenta, a través de la documentación detallada de la Compañía Papelera de San Rafael -empresa muy poderosa de capital francés-, un ingenioso y minucioso estudio sobre un tema muy poco explorado: los costos de la guerra y las formas que encontraron los zapatistas para financiar su revolución.[ 7 ]

Como era de esperarse, hay mucho de innovación y planteamientos críticos a la concepción "oficial" así como a la versión tradicional, puramente agrarista, del movimiento. Varias contribuciones actualizan, matizan y cuestionan las aseveraciones "clásicas" sobre las raíces, anhelos y desarrollo del zapatismo. Felipe Ávila -quien fundamenta su capítulo en años de estudio del zapatismo y una tesis doctoral a punto de convertirse en libro- muestra el sinsentido de la vieja discusión de origen marxista sobre la "determinación fatal" de clase que supuestamente imposibilitaba a una rebelión campesina proponer un proyecto viable de organización del Estado.[ 8 ] Ojalá sea leído éste -y todos los capítulos-, pues es evidente que se trata de un fantasma que sigue rondando en México. Díganlo, si no, buen número de las opiniones y críticas al zapatismo actual.

Horacio Crespo, en una síntesis apretada de sus cuidadosos estudios, precisa orígenes del zapatismo mucho más complejos que el proverbialmente asumido: la lucha de unos comuneros, con la mirada puesta en el pasado, y que se vieron obligados a levantarse en armas al ver perdidas sus tierras comunales ante el avance modernizador de la hacienda azucarera. Se trataba de esos "campesinos que hicieron la revolución porque no querían cambiar" por recordar la frase que todos sabemos de memoria y que tanto hemos discutido en el aula y en los cafés.

Crespo ha hecho la mayor contribución al estudio de la historia regional de larga duración al analizar detalladamente la evolución económica de la hacienda azucarera. Tanto en el capítulo que aquí presenta, "Los pueblos de Morelos. La comunidad agraria, la desamortización liberal en Morelos y una fuente para el estudio de la diferenciación social campesina", como en sus tesis y trabajos anteriores demostró, de manera rigurosa, en qué consistió la modernización tecnológica y productiva de la época porfirista. Contrariamente a la idea tradicional, y al influyente estudio de Womack, ésta no implicó, en los albores del siglo XX, el despojo masivo de tierras y aguas de los pueblos vecinos. De hecho, los pueblos no estaban a punto de desaparecer. Es más, el proceso de concentración y centralización de los recursos productivos estaba prácticamente concluido antes al mediar el siglo XIX. Crespo muestra que, a fines del Porfiriato, más bien se reasignaron tierras que ya estaban en manos de las haciendas: les retiraron a pueblos, familias e individuos aquellos lotes que hacía mucho les arrendaban para sembrar.[ 9 ] Claro que pueden debatirse mucho las implicaciones de estas precisiones pues, en términos de asegurar las condiciones mínimas de sobrevivencia, es decir, de la "economía moral" campesina, cualquier menoscabo a la posibilidad de sembrar en tierras arrendadas constituía un despojo tanto o más trascendente que la pérdida de las tierras ancestrales.[ 10 ]

Hay otros matices renovadores. Si bien la problemática agraria sigue estando en el corazón de las acciones de estos pueblos campesinos éstas conformaron, como aclara Francisco Pineda, un proceso mucho más vasto y complejo que la simple lucha por un pedazo de tierra donde cultivar.[ 11 ] Este libro muestra que existen multiplicidad de zapatismos según sus regiones -aunque sólo se explaya en el caso de Guerrero-; la multiplicidad de sus actores -los combatientes "típicos", es decir, los que tradicionalmente han sido considerados sus bases campesinas, indígenas o mestizas que lucharon por tierra, libertad y justicia y los "atípicos" que, si bien surgían de otros orígenes sociales, profesionales y hasta geográficos, también colaboraron con el movimiento-;[ 12 ] de sus épocas; de los diversos liderazgos pueblerinos, así como de las muy particulares aspiraciones ideológicas, políticas, de autonomía y culturales. Otro campo fascinante que hay que explorar lo constituyen las intensas vivencias de quienes ahí habitaban o de quienes fueron a unirse o a combatir al zapatismo; la tragedia de la guerra en la vida concreta y cotidiana de sus mujeres, niños y combatientes así como los densos hilos que unían a los vecinos de estas comunidades en aquellos momentos excepcionales que fue la Revolución Mexicana.

Es importante recalcar que la revolución zapatista -y, por tanto, esta obra colectiva- ilumina claramente una historia de muy "larga duración" tanto hacia atrás como hacia adelante. Mirando esta rebelión desde el día de hoy y hacia el futuro toca asuntos de absoluta actualidad.

El zapatismo ilustra, de manera muy clara, algunas de las enseñanzas vitales de la historia: el hecho de que ciertas esferas de la realidad sólo cambian a cuentagotas, se modifican en lapsos temporales que se pueden medir en unidades casi siderales. Es verdaderamente sorprendente ver cómo se puede, con cierta rapidez, transformar determinados aspectos sociales, como la organización político-administrativa o la economía de un país. En cambio, cuando entramos a la esfera de los valores, ideas, sentimientos, miedos y anhelos enfrentamos un mundo de enormes inercias, que tarda siglos en irse alterando, mudando y corrigiendo pues se trata de vivencias que se transmiten de manera afectiva, cotidiana, casi inconsciente de generación en generación.

La problemática que constituye la médula del zapatismo viene de muy lejos. Desde que México nació no hubo para los indígenas y los pueblos comuneros un lugar en el proyecto de nación que se estaba forjando. Nunca se puso en duda que había que construir un país a semejanza de los países "evolucionados" de Occidente, donde estos actores colectivos acabaron siendo considerados como "obstáculos" que había que ir superando, integrando o, en caso extremo, eliminando. Como ha señalado Guillermo Bonfil, la coincidencia de poder y adopción del modelo occidental en un polo y la de sujeción y herencia mesoamericana resultó de la perpetuación de un patrón de colonización interna que aún hoy, en el siglo XXI, no hemos podido cancelar.[ 13 ]

Y es precisamente la permanencia de esos valores y sentimientos con que se fundó y se fue fabricando la nación mexicana lo que explica al zapatismo original y lo que nutrió a miles de resistencias, omisiones, negociaciones, acomodos, infidencias, tumultos, revueltas y rebeliones de antes y después, entre otras la de los pueblos chiapanecos que se alzaran en 1994. Ese aire enrarecido en el que México ha colocado a sus habitantes humildes es el hilo conductor que explica cómo se forjó este país, qué éramos en el ocaso del Porfiriato y en la Revolución, y qué somos los mexicanos hoy.

Este libro lo ilustra ampliamente. Por ejemplo, cuando Francisco Pineda, otro conocedor profundo del zapatismo en sus primeras etapas,[ 14 ] analiza la cultura política de principios del siglo pasado, con sus códigos de racismo típicos y fuertemente arraigados, prueba que son referentes indispensables para entender cómo un gobierno tan democrático y limpio como el de Francisco I. Madero pudo embarcarse en una guerra tan sucia contra las campesinos morelenses.[ 15 ]

Ricardo Pérez Montfort nos presenta las imágenes negras con que se trató de ahogar al zapatismo a la caída del gobierno porfirista y hasta el primer gobierno maderista: imágenes cargadas de lucubraciones, alocuciones agresivas, epítetos y descalificaciones. Analiza y reproduce las caricaturas, fotos y montajes de prensa que insistían en la "barbarie" indígena, su violencia incontrolable y casi animal, su supuesta incapacidad de pensamiento racional.[ 16 ] El propio presidente Madero se refirió a "las rudas inteligencias de los campesinos morelenses".

Se trata, para el caso de México, de una iconografía centenaria, creada desde el poder sobre el indígena y el campesino humilde, al cual -como hoy- se consideraba que había que seguir "civilizando", ayudándolo a "superarse", a dejar de ser indio, ciudadanizándolo, preparándolo a que se "incorporase" a la llamada modernidad y progreso. Más que por ellos, para que no atrasaran la evolución del país entero. Por lo demás, estas visiones de los insurrectos campesinos e indígenas corresponden a las imágenes y conceptos representativos con que las clases altas y las elites colonizadoras de todo el mundo suelen caracterizar a los sectores dominados en situaciones de extremo contraste social, racial y estamental.[ 17 ] Aun cuando hoy, a principios del siglo XXI, es "políticamente incorrecto" verter con tal sinceridad o ingenuidad estos valores sin duda son el trasfondo velado que explica cómo la marcha zapatista del 2001 provocó esas mismas reacciones de desprecio, miedo, odio escondido así como esa seguridad casi fetichista del caos y división que los indígenas pueden traer al futuro de México.

Por último y, hablando como estudiosa de la ciencia social e historiadora, debo abordar un punto que sin duda se podría y se debería ahondar en los estudios sobre el zapatismo y, de hecho, en la mayor parte de los trabajos sobre rebeliones y revoluciones populares: su desmitificación. Algunos autores -en especial Samuel Brunk, quien se ha centrado en la figura de Zapata- permiten asomarnos a una visión mucho menos idílica de lo que muestran los estudios "clásicos". Con base en numerosas fuentes originales, Brunk ha destacado las diferencias y los conflictos existentes en el interior del movimiento, entre sus jefes, los intelectuales, los líderes campesinos, las propias localidades rurales, así como las vivencias negativas que no tan infrecuentemente experimentó la gente de los lugares dominados por el ejército zapatista. No siempre fue éste el "pueblo en armas" en lucha por la identidad y la sobrevivencia colectivas. Las nuevas fuentes iluminan conflictos y disputas así como las relaciones extraordinariamente complejas y a veces muy tensas entre el ejército zapatista y los pueblos. Éstas variaron 180 grados: desde un gran apoyo hasta la oposición y el rechazo organizados.[ 18 ] Como es lógico, las dificultades se exacerbaban cuando los combatientes no eran originarios de la comunidad que estaban ocupando. Hay que decirlo: por lo menos determinados eslabones intermedios de autoridad perpetraron agravios, exacciones, abusos, violencias y violaciones que obligan, en ocasiones, a calificar al zapatismo como un ejército de ocupación.

Es mucho más lo que se podría avanzar en hacer de "carne y hueso" a ésta y a muchas otras rebeliones populares. Pero entre algunos estudiosos -yo incluida- y su objeto de análisis y, en ocasiones, objeto de pasión se interponen velos ideológicos y morales: en especial la admiración genuina que muchos sentimos por la facción zapatista, la más "prístina" de la Revolución Mexicana, la razón básica por la que los acontecimientos iniciados en 1910 pueden calificarse de una revolución verdadera. Hay enormes dificultades para deslindar la realidad del mito, máxime que tanto o más importante que las propias acciones de estos pueblos insurrectos es el símbolo del zapatismo -y en ello el capítulo de Gloria Villegas, sobre cómo se "acrisolaron" en la Soberana Convención Revolucionaria los perfiles míticos del zapatismo, es muy iluminador.[ 19 ]

Uno de los peligros de mantener esta imagen mítica, claro está, es que también el zapatismo forma parte de los emblemas funcionales para la autoridad, de los símbolos que se apropiaron los "gobiernos de la revolución" para clamar alguna cuota de legitimidad. Brunk aclara, precisamente, cómo se institucionalizó y utilizó la imagen del "mártir de Chinameca". De ese tipo de homenajes, estudios y formas de apropiarse y servirse políticamente de la lucha de los pueblos zapatistas hay numerosas evidencias; sobre todo los ritos, actos públicos de deferencia y publicaciones que vieron la luz hasta el sexenio de Carlos Salinas pues, ahora, con la caída del PRI, la retórica legitimadora ha tomado otros senderos. ¿Cómo deslindar la realidad del sueño, el anhelo del mito y este último de la "utopía campesina"? ¿Queremos, podemos separar, como si empuñásemos un bisturí, estas realidades y sus significados cambiantes cuando el zapatismo es, en México, en Latinoamérica y tal vez más allá un símbolo campesino revolucionario por excelencia? ¿Cómo dudar de que, a pesar de todo, se trata de un movimiento de una sola pieza en términos políticos y morales, el de aquellos pobres del campo que no se dejaron corromper ni bocabajear? En los corridos, las películas, los libros y el llamado imaginario colectivo Zapata hubo de asumir las consecuencias de retar a la autoridad sin arrodillarse. ¿Cómo dudar de que esos pueblos representan una posición noble y altiva que se alzó contra el mundo moderno para forjar uno más sencillo, más justo y más humano?

El símbolo zapatista encarna el mito de las entrañas de México. Es el "México profundo" de Bonfil contra el "México imaginario" que acecha hoy tanto como en 1910, 1913 y en el asesinato por traición de Emiliano Zapata. Forma parte de los mitos fundacionales. Si como asegura Luis Cardoza y Aragón -citado por Salvador Rueda-, el siglo XX nació con el Plan de Ayala, acaso el siglo XXI mexicano nació con la segunda insurrección zapatista y el "¿De qué nos tienen que perdonar?".

En fin, es casi imposible desgajar mitos y realidades trenzados. A fin de cuentas el zapatismo de la revolución y el actual nos incomodan e interrogan sobre qué país realmente somos, sobre por qué hemos sido incapaces de aligerar los extremos de riqueza que asombraran a Humboldt, mientras que hemos perpetuado la colonización interna. Acaso el mérito principal de Estudios sobre el zapatismo es que formula caminos y preguntas que contribuyen a dilucidar ese pasado y este presente.

[ 1 ] Salvador Rueda, "Presentación", p. 14.

[ 2 ] Felipe Ávila, "La historiografía del zapatismo después de John Womack", p. 31-56, y Renato Ravelo, "El zapatismo en el estado de Guerrero", p. 293-302.

[ 3 ] Entre otros recuentos generales, véase Claudio Lomnitz, "La antropología de campo en Morelos, 1930-1983", en Horacio Crespo (coord.), Morelos: cinco siglos de historia regional, Cuernavaca, Universidad Autónoma del Estado de Morelos-Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en México, 1985, p. 395-418.

[ 4 ] Entre otros trabajos pioneros de estos autores se encuentran: Laura Espejel, Alicia Olivera y Salvador Rueda, "El programa político zapatista", IV Jornadas de Historia de Occidente, Jiquilpan, Centro de Estudios de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas, 1984, p. 57-78; Salvador Rueda, "Oposición y subversión. Testimonios zapatistas", Historias, n. 3, 1983, p. 3-32; Salvador Rueda, "La dinámica interna del zapatismo, consideraciones para el estudio de la cotidianidad campesina en el área zapatista", en Horacio Crespo (coord.), Morelos: cinco siglos de historia regional, Cuernavaca, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en México, 1985, p. 225-249; Salvador Rueda, "Administración política y utopía hacendaria: la lucha por el poder en el estado de Morelos (1869-1913)", Historias, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Escuela Nacional de Antropología e Historia, n. 13, abril-junio de 1986, p. 95-113; Salvador Rueda, "Las causas del movimiento zapatista en Morelos. Desniveles históricos en el origen de un conflicto agrario", Memoria. La revolución en las regiones, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, abril-junio de 1986, p. 361-388; Laura Espejel, "El movimiento campesino en el oriente del Estado de México: el caso de Juchitepec", Cuicuilco, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 1981, v. 1, año 2, n. 3, p. 33-37; Laura Espejel, El Cuartel general, órgano rector de la revolución zapatista, tesis de licenciatura en Historia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1985.

[ 5 ] Alicia Olivera de Bonfil, "Lo que dijeron y lo que dicen que dijeron", p. 427-438.

[ 6 ] Olga Cárdenas, "Amelia Robles y la revolución zapatista en el estado de Guerrero", p. 303-320; Beatriz Lucía Cano, "Enfermedad y guerra: ¿la revolución zapatista en cifras?", p. 235-246; Catherine Héau, "La tradición autonomista y legalista de los pueblos en territorio zapatista", p. 121-140; y Ruth Arboleyda, "De pueblos, identidades y marcos jurídicos. Anenecuilco revisitado", p. 407-426, en especial 418.

[ 7 ] Ana Ribera, "El agrarismo constitucionalista en el espejo de la revolución del sur", p. 141-162; Laura Espejel, "El costo de la guerra. La Compañía Papelera San Rafael y el financiamiento zapatista", p. 269-302. La obra de Espejel sobre el zapatismo es amplia y bien fundamentada. Incluye estudios, una guía del "Cuartel general Zapatista, 1914-1915. Documentos del Fondo Emiliano Zapata", Laura Espejel et al., Emiliano Zapata. Antología, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana-Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1988; Laura Espejel, "El movimiento campesino en el oriente del Estado de México: el caso de Juchitepec", en Cuicuilco, Escuela Nacional de Antropología e Historia, v. 1, año 2, n. 3, 1981.

[ 8 ] Felipe Ávila, "La historiografía del zapatismo después de John Womack", p. 31-55, y del mismo autor Los orígenes del zapatismo, El Colegio de México-Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001.

[ 9 ] Véase también Horacio Crespo, La diferenciación social del campesinado. Una perspectiva teórica, tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1981; y La hacienda azucarera en el estado de Morelos: modernización y conflicto, tesis de doctorado en Estudios Latinoamericanos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1996.

[ 10 ] Para abundar en estos aspectos de la "economía moral" campesina, véase James Scott, The moral economy of the peasant: rebellion and subsistence in Southeast Asia, New Haven (Connecticut), Yale University, 1977.

[ 11 ] Francisco Pineda, "Conclusiones", p. 473-477, en especial p. 475.

[ 12 ] Alicia Olivera de Bonfil, "Lo que dijeron y lo que dicen que dijeron", p. 428.

[ 13 ] Guillermo Bonfil, México profundo; una civilización negada, México, Foro 2000, Secretaría de Educación Pública, 1987.

[ 14 ] Francisco Pineda, La irrupción zapatista, 1911, México, Era, 1997.

[ 15 ] Francisco Pineda, "Guerra y cultura: el antizapatismo en el gobierno de Madero", p. 209-234.

[ 16 ] Ricardo Pérez Montfort, "Imágenes del zapatismo entre 1911 y 1913", p. 163-208.

[ 17 ] Véase Romana Falcón, Las naciones de una república. La cuestión indígena en las leyes y el Congreso mexicanos, 1867-1876, México, Cámara de Diputados del Honorable Congreso de la Unión, 1999; Víctor Kiernan, The lords of human kind. Black man, yellow man and white man in an age of empire, New York, Columbia University Press, 1986.

[ 18 ] Samuel Brunk, "La muerte de Emiliano Zapata y la institucionalización de la Revolución Mexicana (1919-1940)", p. 361-386, y del mismo autor Zapata! Revolution and betrayal in Mexico, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1994; Felipe Ávila, "La historiografía del zapatismo después de John Womack", p. 47-48.

[ 19 ] Gloria Villegas, "La Soberana Convención Revolucionaria y los perfiles del discurso zapatista", p. 341-360, en especial p. 242.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Martha Beatriz Loyo (editora), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 22, 2001, p. 145-156.

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