Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

 

Alicia Gojman de Backal, Camisas, escudos y desfiles militares.
Los Dorados y el antisemitismo en México (1934-1940)
, México,
Fondo de Cultura Económica, 2000.

Carlos Martínez Assad


Contra la intolerancia, la razón

Días aciagos son aquellos en que se buscaba construir un proyecto de nación desafiando las inercias y las trabas que vienen del pasado, cuando a la racionalidad se enfrentan las pasiones y la subjetividad de los puntos de vista personales. En la construcción del futuro intervienen muchos y variados elementos que contraponen las tradiciones con la modernidad que va imponiéndose, pese a todo. Las ideas, los valores y los prejuicios están inmersos en las redes de control político y en las manifestaciones sociales y políticas amparadas en diferentes ideologías.

Días aciagos en los que las indefiniciones de la política inciden en el surgimiento de movimientos, aun los que pueden calificarse de nefastos para la sociedad. Ante un Estado debilitado por sus contradicciones y por la falta de un proyecto político propio, surgen propuestas a las que simplemente se les deja hacer sin que pueda lograrse un equilibrio para las líneas de acción que, lejos de alcanzar la estabilidad, fomentan la crisis. Porque hay que hablar de crisis cuando se olvidan o se ponen de lado los valores que dan sentido a una cultura humanista.

Lo que nos relata Alicia Gojman de Backal en su original libro Camisas, escudos y desfiles militares. Los Dorados y el antisemitismo en México (1934-1940) abre un capítulo que no hay que olvidar sobre la intolerancia en México, porque sólo recordando es posible conjurar el pasado para construir el presente. La autora despliega su imaginación y, por qué no, sus sentimientos para relatarnos una historia controvertida en la que se oponen la mínima racionalidad con los prejuicios más irracionales. México no se libró de la xenofobia como lo demostró en el límite la persecución contra los chinos, que arrojó tantas víctimas, y luego el antisemitismo con el desasosiego para quienes lo vivieron.

Para la autora la problemática que aborda en su libro es, como nos lo hace ver de inicio, una cuestión personal porque escuchó y vivió de cerca una historia llena de informaciones que orientaron su elección como historiadora y observadora perspicaz de la cuestión judía. De allí su sensibilidad y su aceptación de no estar lejos de lo que narra en su libro en tres planos: Europa y el surgimiento del nazifascismo, la Segunda Guerra Mundial y las persecuciones de judíos, México en el contexto internacional y los movimientos de ultraderecha. Todos ellos están involucrados en una historia de defensa de una identidad que sobrevivió a los pogroms y a otras manifestaciones de la irracionalidad.

Todo ello es para hacernos conocer una historia no siempre difundida por contraponerse a la versión oficialista que busca contener y limitar todo lo que contradice lo lineal, a los sobresaltos de pasajes difíciles de explicar que lamentablemente repercutieron en el país y en la organización estatal y social.

Fue la crisis o la carencia de un proyecto político lo que dio origen a la campaña nacionalista que surgió bajo los auspicios del gobierno de Pascual Ortiz Rubio (1930-1932), quien no pudo dar una orientación a la sociedad y feneció víctima del poder desmedido de Plutarco Elías Calles que, aunque dio por muerta la época de los caudillos, se erigió como uno de ellos en su afán continuista y contrario al desarrollo de las instituciones que paradójicamente su gobierno contribuyó a crear.

Hay que desconfiar de las campañas nacionalistas, pero Ortiz Rubio no encontró otra forma de frenar la crisis económica que se extendió por México, después del jueves negro de Estados Unidos en 1929. Fue un contrasentido suponer que la crisis podía ser enfrentada con una ofensiva a los negocios de los extranjeros que, por lo demás, no lo eran completamente porque se trataba de los comercios y pequeños talleres de emigrantes que habían hecho de México su segundo hogar donde estaban dispuestos a sentar sus raíces. Aunque desde luego lo ideológico influyó definitivamente para dar un trato diferencial según las procedencias porque la Campaña Nacionalista se oponía principalmente a los negocios de chinos y de judíos, las restricciones migratorias alcanzaron a otras colectividades como las que procedían de los países de Medio Oriente, incluidos turcos y árabes que apenas se diferenciaban después de un imperio de 400 años que los había igualado a los ojos de los mexicanos.

La historia que cuenta Alicia se desdobla en múltiples historias, como la de los migrantes, los proyectos de colonización, el espionaje internacional, los nacionalismos en América Latina, el fascismo y el nazismo en Europa, los reacomodos internacionales en vísperas de la conflagración mundial, los intereses petroleros, la reconstrucción de México después de una revolución con grandes costos sociales, las formas de gobernar de presidentes tan cercanos en el tiempo como distantes en sus concepciones estatistas si se refieren a los gobiernos de Ortiz Rubio y Lázaro Cárdenas y, en el centro, la organización de triste memoria que fue la Acción Revolucionaria Mexicanista con el liderazgo de Nicolás Rodríguez.

Ortiz Rubio mencionó que ya en 1929 había 30 116 extranjeros solamente en el Distrito Federal (p. 102). También coincidía en que entre 1929 y 1930 entraron a México 33 329 extranjeros. Desde su gobierno surgían esas ambivalencias que, por citar apenas un ejemplo, en su afán de proteger al nativo de la competencia extranjera permitió la expulsión de 250 vendedores judíos de La Merced.

Pero las acciones del presidente coincidían con los aires que se respiraban en México y desde 1925 El Universal resaltaba "la inundación que ha estado sufriendo nuestro país de judíos" (p.103). Y se refería a la llegada de diez mil, mientras Excelsior hablaba de cien mil. Esta información falsa constituye un ejemplo importante de la rumorología que se intensifica en periodos de crisis que desalientan a la sociedad.

Y era en ese ambiente desesperanzador de un país fracturado después de la revolución, con graves problemas para su funcionamiento económico y político que surgió formalmente la campaña nacionalista: que todos los alimentos sean confeccionados con productos del país, que las etiquetas de la ropa que compres sea mexicana, que al fumarse el primer cigarro recuerdes que el mejor tabaco es el mexicano, no compres revistas ni periódicos extranjeros, prefiere los medicamentos elaborados en México, recuerda que es alta traición enviar tu dinero al extranjero. Es así como el 1 de junio de 1931, organizado por el Comité General de la Campaña Nacionalista, la Confederación de Cámaras Industriales, la Confederación de Cámaras de Comercio, la Cámara de Comercio Francesa y el Departamento de Tránsito del Distrito Federal, se estableció la gran manifestación nacionalista, declarando ese día como de asueto para todos los empleados de gobierno y escuelas del Distrito Federal. Hay que recordar, sin embargo, que varios de ellos se encontraban en huelga precisamente porque, debido a las arcas vacías del gobierno, no se habían podido pagar los salarios de varios meses.

La campaña nacionalista continuó bajo el régimen de Abelardo L. Rodríguez, otro gobierno débil que permitió hacer de las suyas a todos los grupos con poder, y continuaron las manifestaciones contra los comerciantes judíos y chinos por toda la república. Era la coyuntura adecuada para que las organizaciones reaccionarias proliferaran; ya en 1931 se había constituido la Acción Revolucionaria Mexicanista, con los antecedentes de los Comités pro Raza y aseguraba contar con cuarenta mil miembros; desde 1935 se fundaron las ligas Anti-China y Anti-Judía, la Unión Nacionalista Mexicana surgió entonces y la Legión Mexicana Nacionalista se creó en 1937. Pero hubo también organizaciones semejantes que oponían a personas o grupos del mismo origen como la Asociación Española Anticomunista o la Falange dispuestos a apoyar la lucha de Francisco Franco. El listado que contiene el libro de comités y ligas nacionalistas es apabullante y, aun cuando no sabemos la cantidad de miembros que agrupaban, no deja de ser un indicador importante del crecimiento de la derecha mexicana.

La declaración de principios y panfletos de los que pronto fueron reconocidos como Camisas Doradas por los colores de su camisa y de su escudo, alusivos a sus objetivos, es algo que ningún lector puede perderse para conocer hasta dónde puede llegar la insensatez cuando se asocia con la ignorancia. Hay que poner atención en el uso desmedido de sus supuestos valores como para desconfiar de ellos: raza, patria, familia, moral, progreso, orden y civismo (p. 166). Cito, sin embargo, el ideario de la asociación, resumido por la autora: "invitaba a la unión de los mexicanos que habían estado en permanente lucha unos contra otros, pedía que se terminaran las divisiones de partidos y se luchara por la patria, por el suelo que les pertenecía como mexicanos. Según él, los judíos apátridas que fueron obligados a vivir fuera de su tierra fueron incubando un odio irreconciliable hacia el resto de la humanidad y, por su necesidad de sobrevivencia, se organizaron para explotar y dominar a todos los pueblos de la tierra, con una situación muy ventajosa" (p. 212).

En el periodo cardenista las tendencias comenzaron a cambiar y no hay que olvidar que su primera gran acción fue dejar en claro la distancia respecto del jefe máximo, para lo cual debió buscar el apoyo de los campesinos y obreros organizados. Cuenta la autora acertadamente que en su gobierno había tres ideologías de fondo: el liberalismo, el fascismo y el comunismo. Cárdenas fue un pluralista, como lo demostró su defensa de la república española, el asilo concedido a Trotsky, su ideología de autodeterminación de los pueblos y el respeto a los extranjeros, incluso la divulgación de la educación socialista, gratuita y obligatoria (p. 73-74).

Sus primeros dos años fueron marcados por una "profunda depresión colectiva y la pérdida de la fe en las instituciones políticas creadas por la revolución, hecho que dio pie a la crítica social, a la violencia y a la incertidumbre" (p. 74). El régimen cardenista fue asolado por amenazas de rebelión desde que Calles fue expulsado de México. Huelgas y conflictos sociales se dieron a partir de ese año para llegar a los años de 1938 y 1939 en que los grupos de derecha adquirieron particular relevancia en la secuela de la expropiación petrolera que, junto a otros factores, justificaron al general Saturnino Cedillo en su rebelión. Ya entonces los nazis eran identificados en México por su exagerada violencia y sus deseos expansionistas que se inclinaban fuertemente hacia los intereses alemanes. Varios de sus representantes fueron detectados en México y precisamente fue Ernesto von Merck, cercano a ese general rebelde, uno de los que más dio de qué hablar.

El gobierno de Cárdenas sostuvo que las puertas del país estaban abiertas a todos los extranjeros que, sin complejos de superioridad humillante "ni codiciosos privilegios antisociales, vengan a nuestro país a impulsar la agricultura, la industria, las ciencias y las artes" (p. 113). Sin embargo, su política fue ambivalente como la de Estados Unidos (recuérdese la política restrictiva de 1924), aun cuando el presidente Roosevelt buscaba una solución al problema de los miles de refugiados.

En ese contexto Vicente Lombardo Toledano comenzó a utilizar el término de Frente Popular para aludir a la unidad conformada entre el gobierno y los grupos antifascistas, contra el imperialismo y la reacción. A él se debió la fuerte articulación social que como escudo protector se formó en torno a Cárdenas y al proyecto cardenista.

El 20 de noviembre de 1935, en el festejo del aniversario de la Revolución Mexicana, los Camisas Doradas participaron en el desfile para terminar enfrentándose, junto con otras organizaciones del mismo tipo, contra las organizaciones del Frente Popular entre las cuales destacaron el Sindicato Mexicano de Electricistas, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la Confederación Unitaria de México, el Comité de Defensa Proletaria y otras. Hacia las dos de la tarde se dio una confrontación entre los choferes del Frente Unido de Trabajadores del Volante que trataron de bloquear a los Dorados montados a caballo. El acto, plenamente documentado, muestra una singular lucha entre autos y caballos, donde salieron petardos, pistolas, armas blancas y piedras, que terminó con varias decenas de heridos. Para los Dorados había sido una provocación de los comunistas y en represalia tomaron las oficinas del Partido Comunista Mexicano en las calles de Tacuba y balearon la casa de Lombardo Toledano. Este tipo de disturbios continuaron en otras partes del país hasta que el 27 de febrero de 1936 el presidente Cárdenas decidió la expulsión del país del general Nicolás Rodríguez, para involucrarse desde el exterior a toda iniciativa de derrocar a Cárdenas, paradójicamente el gran presidente nacionalista. Fue una coincidencia que ese tipo de conflictos invariablemente permitieron a Cárdenas dar el golpe final para terminar por poner el remedio a la enfermedad.

Resulta por demás interesante el capítulo que la autora dedica a conocer la reacción de la sociedad mexicana ante la Acción Revolucionaria Mexicanista porque por fortuna numerosos grupos de la capital y del interior del país se opusieron a la ideología y a las formas de actuar de dicha organización, incluso las legaciones extranjeras mostraron su desacuerdo en diferentes documentos. Por su parte, los judíos se organizaron, crearon la Cámara Israelita y establecieron contacto con el presidente de la República y con el representante del Congreso Judío. Asimismo buscaron los apoyos contra las campañas antisemitas entre los judíos de Estados Unidos y publicaron el periódico La Verdad en 1937, uniéndose a otras publicaciones que podían contrarrestar las campañas antisemitas auspiciadas por los diarios conservadores Omega y el Hombre Libre, en ocasiones reforzadas por articulistas de diarios establecidos como Excelsior y El Universal.

Estados Unidos intentó a toda costa quedar excluido de la guerra europea que había estallado en septiembre de 1939, año en que México suspendió sus ventas de petróleo a Alemania iniciadas luego de la expropiación de las compañías extranjeras. El contexto de la guerra permitió a Cárdenas y al gobierno siguiente, el de Manuel Ávila Camacho, continuar una política singular respecto de los refugiados por la guerra que terminaron por revalorar la política del país frente a los extranjeros.

No obstante, las condiciones no siempre resultaron las más favorables y está ampliamente documentado que en ocasiones el mismo Cárdenas tuvo que dar marcha atrás en sus intenciones de apoyar la emigración de extranjeros, en particular de los judíos. Friedrich Katz, en su introducción, nos recuerda una polémica aún sin resolverse respecto de la negativa para el ingreso de judíos durante ese gobierno, y el gran historiador mexicanista justifica esa negativa por dos cuestiones: primero porque al tener que elegir entre los inmigrantes forzados el presidente tuvo que optar por los españoles sobre los judíos por las dificultades que tenía acoger a los dos grupos; y segundo porque "algunos oficiales de los puestos más bajos del gobierno mexicano, y en especial de la Secretaría de Relaciones Exteriores, aún mostraban tendencias antisemitas y trataban de limitar el acceso de judíos a México" (p. 13). Eso me recuerda la metáfora del huevo de la serpiente y me sigue pareciendo grave que aun Cárdenas no pudiera destruirlo.

Este espléndido libro remueve nuestras conciencias y nos muestra, a través de la pedagogía de la historia, que hay momentos y pasajes que no debemos olvidar, si los mexicanos aspiramos a vivir con respeto la libertad de los otros para decidir lo concerniente a su ideología, su religión, sus costumbres, porque se trata de que la tolerancia prive en la convivencia de unos y otros.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Martha Beatriz Loyo (editora), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 22, 2001, p. 156-163.

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