Pedro Salmerón Sanginés
Para Álvaro Matute
La verdad nunca parece verdadera [...]. Cuéntele usted cualquier cosa a alguien. Si no la arregla les parecerá siempre a todos increíble y artificial. Arréglela usted y parecerá más auténtica que la verdad misma.
Georges Simenon, Las memorias de Maigret
A lo largo de la historia del México independiente ha sido común la idea de que el nuestro es un país con el que la naturaleza se portó pródiga, y que somos o deberíamos ser ricos, muy ricos. Este ensayo parte del supuesto de que tal idea es falsa (como el texto de Cosío Villegas con el que terminaremos), e intentará responder a las siguientes preguntas: ¿de donde surgió la idea de la prodigiosa riqueza de México?, ¿quiénes la han sustentado?, ¿cuáles han sido sus fundamentos?, ¿quiénes y de qué forma la han criticado?, en fin, ¿qué resultados ha tenido en nuestra historia y en la idea que de nosotros mismos tenemos?
Una investigación sobre el tema, en el terreno de la historia de las ideas, debería iniciar preguntándose por la generación, en el siglo XVIII, de una explicación de la historia basada en un determinismo geográfico con pretensiones científicas y totalizadoras, y del lugar que a América -y en particular a México- correspondía en dicha explicación de la historia, y de la condensación, pocas décadas después, de la primera idea acabada (abarcadora, lógica y de enorme autoridad) de una filosofía de la historia universal (la filosofía de la historia de Hegel), la cual, si bien no hacía suyos los postulados del determinismo geográfico, le asignaba a la América española igual posición y con los mismos argumentos.
En dicha visión, América y sus hijos eran calumniados, y contra esa calumnia reaccionaron vigorosamente las elites novohispanas. El resultado fue un gran momento de optimismo nacionalista del que nació la idea de México como un país fabulosamente rico. La idea que historiaremos aquí es hija, aunque ilegítima quizá, de la corriente de pensamiento que hizo del determinismo geográfico una herramienta fundamental para entender la historia.
Habría que inquirir sobre la idea que del territorio de su país se han hecho los mexicanos en las grandes obras de reflexión histórica y política sobre la nación, y qué peso tiene esta parte geográfica en las indagaciones sobre el ser de México y su historia, sobre todo, cuando estas indagaciones han dado sustento histórico e ideológico a los proyectos de nación que en el periodo a estudiar han existido. Los límites temporales de la investigación serán 1748, año en que el barón de Montesquieu y el conde de Buffon publicaron las obras de que partiré, y 1940, de cuando data un luminoso ensayo de Daniel Cosío Villegas que utilizaré como punto final.
Se trata, pues, de un ensayo inscrito en el campo de la historia de las ideas y de la historiografía, en el que el personaje central es la idea de México como "cuerno de la abundancia", su relación con el determinismo geográfico propiamente dicho y con otras interpretaciones teleológicas de la historia, las discusiones que ha suscitado y la crítica demoledora de que fue objeto después de la Revolución Mexicana, cuando fue atacada en lo concreto, es decir, en su sustento de índole más estrictamente geográfica; al mismo tiempo que en sus fundamentos teóricos, es decir, el ataque al determinismo geográfico como parte de la ofensiva general contra todo determinismo.
El problema de la relación de la geografía con la historia, de la naturaleza con la sociedad, no es nuevo: si Herodoto es el padre de la historia, la geografía es hermana suya desde entonces, y las primeras teorías que explican la historia humana mediante la geografía se remontan, por lo menos, a Hipócrates y son ya claramente deterministas con Galeno y Polibio. Durante la Edad Media, la geografía tuvo poca o ninguna importancia en el pensamiento histórico y filosófico, que va a renacer en el pensamiento político de Maquiavelo[ 1 ] y Bodino.[ 2 ]
El determinismo geográfico aparece, o reaparece, en la época moderna, en uno de los más acabados frutos del pensamiento de la Ilustración: El espíritu de las leyes (1748). Montesquieu habla del suelo y del clima en su relación con las leyes que regulan las sociedades humanas, en el sentido de un determinismo estricto. Para entenderlo, hay que situar a Montesquieu dentro de la corriente de pensamiento a que pertenece y cómo se concibe en ésta a la historia. Su trabajo es parte -importantísima- de "la conquista del mundo histórico" por el pensamiento ilustrado, que se preguntó por las condiciones del conocimiento histórico.[ 3 ] Es cierto que el pensamiento dieciochesco tiene poco de histórico, en la medida en que se niega a comprender la historia anterior, a la que descalifica y tacha de irracional. Los ilustrados usan a la historia como herramienta polémica, como un arma eficaz en su cruzada contra la religión. Pero es evidente su poderosa contribución a la formación de un nuevo sentido del pasado y de una nueva forma de entender la historia, preparando el camino de la auténtica filosofía de la historia.[ 4 ]
Ahora bien, si para los ilustrados la historia anterior es irracional, había que mostrar en el pasado el juego de las fuerzas irracionales (y echar de él, de paso, a la divina providencia, aunque se le buscaran alternativas igualmente omnímodas); y Montesquieu, puesto a deducir "de la naturaleza de las cosas" las leyes que rigen a las sociedades,[ 5 ] terminó considerando al hombre como parte de los hechos naturales, y a sus instituciones y demás criaturas, "como efectos obligados de causas naturales" a los que se adapta una inmutable "naturaleza del hombre".[ 6 ] Aquí salta el determinismo: Montesquieu se propone descubrir las leyes que rigen a las sociedades humanas, leyes que "no son más que relaciones naturales derivadas de la naturaleza de las cosas", que le permitan elaborar una teoría de la sociedad.[ 7 ] Y en esta pesquisa, Montesquieu fija relaciones constantes (deterministas) entre climas e instituciones, entre el terreno sobre el que se establece una sociedad y las leyes políticas que ésta desarrolla, donde el carácter de los pueblos depende del clima y de la naturaleza del terreno, y multitud de leyes políticas e instituciones están determinadas por la geografía, entre ellas las que regulan la esclavitud civil y doméstica y la servidumbre o libertades políticas.[ 8 ] Y como en esta serie de determinaciones los habitantes de los climas tórridos son "esclavos por naturaleza", como tales quedan catalogados, "por lo que sabemos de su historia antigua", los pueblos originales de la América que, repoblada actualmente por las naciones de Europa y África, "apenas puede mostrar un genio propio".[ 9 ]
Así pues, además de nacer el determinismo geográfico, con Montesquieu despunta "la calumnia de América", que aparece simultáneamente con Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon. Lo mismo que con Montesquieu alcanzan una forma coherente una serie de ideas que venían de tiempo atrás, tampoco es Buffon el primero en deturpar la naturaleza y el hombre americanos, pero sí es en su obra donde muchas "observaciones, juicios y prejuicios" anteriores "alcanzan por vez primera forma coherente y científica".[ 10 ] Así, pues, la tesis de la "debilidad" o "inmadurez" de América nace con Buffon a mediados del siglo XVIII. Partiendo de una serie de observaciones sobre la fauna americana -los diminutos y ridículos cuadrúpedos y los desmesurados insectos- y sobre el triste destino de los animales domésticos llevados a América por los europeos, el célebre naturalista francés extiende conclusiones a los hombres originarios de América, a los que encuentra plenamente sometidos a un continente "frío", a un clima cálido y muelle, y a una naturaleza desolada y pantanosa. Los salvajes que semejante tierra habitan son incapaces de modificarla, porque su naturaleza es como la del continente que habitan: acuática y en putrefacción. El núcleo ideológico de sus teorías lo forman "la tendencia del siglo a interpretar como una relación rígida, necesaria, causal, la conexión orgánica de lo viviente con lo natural, de la creatura con el ambiente", de modo que comparte con Montesquieu principios fundamentales. Aparece también, "un instintivo orgullo de europeo", que hace de la naturaleza y los hombres de Europa el "canon y punto de referencia". Y esto sucede cuando "la idea de Europa se estaba haciendo más plena, más concreta y orgullosa". Llegamos a un momento del pensamiento occidental que hacía de Europa el centro de la historia universal, el punto culminante del desarrollo de la civilización.[ 11 ]
Es este eurocentrismo el que lleva a otros grandes pensadores del siglo, como Hume, Voltaire, Raynal y Marmontel, a considerar a América inferior por naturaleza, pero no hay nuevos desarrollos especulativos hasta la publicación, en 1768, de un texto escrito por el abate prusiano Corneille de Pauw, quien "reúne en forma ejemplar y típica la más cándida fe en el progreso con una completa falta de fe en la bondad natural del hombre", propias de los enciclopedistas.[ 12 ] Para entonces, ya había aparecido El contrato social, de Juan Jacobo Rousseau, y Pauw hace de su obra una pieza más de la polémica contra la idea del "buen salvaje", haciendo del hombre en estado de naturaleza un bruto incapaz de progreso, y el sustento de su argumentación es el carácter y la historia de los salvajes de América, hombres degenerados, resultantes de la decaída y decadente naturaleza del Nuevo Mundo.
Los argumentos de Pauw son tan ofensivos y humillantes que son los suyos más que los de Buffon los que van a causar la airada reacción de los americanos. Nosotros no nos ocuparemos más de ella salvo en lo que corresponde a la generación en México de la idea antitética, pero antes de ir a ello tendremos que detenernos en Hegel, porque a partir de Buffon, dice Gerbi, "tiene la tesis de la inferioridad de América una historia ininterrumpida, una trayectoria precisa que, a través de De Pauw, alcanza su vértice con Hegel".[ 13 ]
Al respecto dice Edmundo O'Gorman: "No nos importa determinar si Hegel leyó las Décadas [de Herrera y Tordesillas]; más seguro es pensar que su información sobre América proviene de Buffon y más claramente de Corneille de Pauw", aunque en el tránsito de Buffon a Hegel, América pase de la historia natural a la historia universal, lo que es "un desplazamiento fundamental".[ 14 ]
Hegel es, realmente, el padre de la noción de "historia universal". Y es que para hablar de historia universal hay que pensar primero que la historia tiene un sentido (que en Hegel es el progreso del espíritu) y un eje estructurador o hilo conductor (que en Hegel es el desarrollo del Estado, como manifestación del espíritu). Cierto que ya había en Vico -y sin remontarnos a San Agustín- una noción universal de la historia; y otra idea articuladora se respiraba en el siglo XVIII, lo mismo en Montesquieu y Voltaire que en Kant, pero Hegel es quien le da una armazón lógica impecable y una forma acabada y abarcadora. Y esta idea de la historia universal se hace presente en Europa cuando parece que la historia del mundo confluye en ella, y si la historia "confluye" en alguna parte, es que tiene sentido.
Si los europeos de la época de Hegel creen que la historia del mundo ha desembocado en sus modelos sociales, políticos y económicos, es porque pueden creerlo: ante su vista, esos modelos europeos están extendiéndose al resto del mundo, subordinando a otros pueblos y atándolos al destino de lo que llamamos "occidente". Nada más lógico, pues, que la "historia universal" sea la historia de occidente y de los otros en función de occidente, nada más lógico que América entre a la historia universal como apéndice de la historia de occidente, como "accidente de Europa".
La filosofía de la historia hegeliana parte del hecho, "filosóficamente probado", de que la Razón o Idea [Dios] rige al mundo, que no es otra cosa que manifestación suya, y " en la historia universal ha ocurrido todo según la Razón ", fin último de esta historia. De este modo, la historia universal tiene lugar en el terreno espiritual: lo sustancial en ella es el despliegue del espíritu. En la historia universal, el espíritu se halla en su más concreta realidad.[ 15 ]
Si la historia es la historia del espíritu, lo material no es más que algo contingente, pero a pesar de eso, la geografía juega su papel, nada despreciable, en el esquema hegeliano: "El modo natural como aparece el espíritu de un pueblo es algo de tipo externo [...]. La Idea del espíritu aparece en la realidad como una sucesión de formas externas, cada una de las cuales se manifiesta en un pueblo realmente existente", que existe en un lugar dado, "y el principio especial que lleva en sí cada pueblo de la historia universal lo contiene como carácter natural". Al vestirse de naturalidad, el espíritu se desmorona en "formaciones particulares", y las diferencias naturales son también "posibilidades particulares", de tal modo que cada pueblo, cada principio particular del espíritu, se desarrolla en el tipo de suelo en que puede desarrollarse, de modo que el suelo sobre el que está cada pueblo "se corresponde perfectamente con el tipo y carácter del pueblo hijo de ese suelo".[ 16 ]
Es decir, que los pueblos históricos necesitan ciertos factores geográficos para poder desarrollarse y cumplir con el papel que la Razón les ha asignado. Y esos factores geográficos sólo existen en las zonas templadas, por lo que desde buen principio, Hegel excluye de la historia universal a los pueblos de las zonas frías y las tórridas, a los que la solución de las necesidades inmediatas les impide volverse "hacia lo universal y superior". La zona templada es, pues, "el auténtico escenario de la historia universal", y más aún, la zona templada del hemisferio norte, porque la del sur se reduce a puntas estrechas y separadas entre sí. Juegan también otros factores geográficos: no es lo mismo un pueblo de montañeses que uno de las llanuras, pero aquí lo decisivo es la latitud, lo mismo -y de la misma manera- que en Montesquieu.
Ahora bien, aunque Hegel excluye buena parte de la tierra de la historia universal, porque el espíritu no puede en esa porción desenvolverse, no podemos hablar propiamente de determinismo geográfico, porque lo natural es externo y, por lo tanto, contingente. El suelo es sólo el terreno donde -no por accidente, porque nada en Hegel es accidental- por alguna determinación de la Idea, cada pueblo ("histórico") particular, encuentra los elementos que necesita para el desarrollo de la parte que le toca en el desenvolvimiento de la historia universal.
Lo que de América se dice aquí ya no es una mera calumnia ni como tal puede ser tomado: es ni más ni menos que el lugar que le toca en la historia universal, que es... ninguno. América y Australia son nuevas no sólo por haber sido recientemente descubiertas, "sino nuevas del todo, teniendo en cuenta su completo modo de ser físico y espiritual", nuevas incluso geológicamente (esto es, literalmente, Buffon).
De América y su cultura, especialmente por lo que se refiera a Méjico y Perú, es cierto que poseemos noticias, pero nos dicen precisamente que esa cultura tenía un carácter del todo natural, destinado a extinguirse tan pronto como el espíritu se le aproximara. América se ha mostrado siempre y se sigue mostrando floja tanto física como espiritualmente [...]. El principal carácter de los americanos de estas comarcas [los indios] es una mansedumbre y falta de ímpetu, así como una humildad y sumisión rastrera frente a un criollo y más aún frente a un europeo, y pasará mucho tiempo hasta que los europeos lleguen a infundirles un poco de amor propio. La inferioridad de esos individuos en todos sentidos, incluso con respecto a la estatura, puede ser apreciada en todo.[ 17 ]
Empero, América no está del todo fuera de la historia, porque ha sido campo propicio para la expansión del espíritu europeo: "la población activa procede en su mayoría, de Europa, y lo que tiene lugar en América viene de Europa". América es la tierra del porvenir, pero ojo: la América del Norte, esos Estados Unidos que Tocqueville estaba mostrando a los europeos. En fin, "América cae fuera del terreno donde, hasta ahora, ha tenido lugar la historia universal. Todo cuanto viene ocurriendo en ella no es más que un eco del Viejo Mundo y la expresión de una vitalidad ajena".[ 18 ]
Hemos de retroceder medio siglo para rastrear, en la reacción frente a las tesis de Buffon y Pauw, el nacimiento en México de su antítesis: la idea del "cuerno de la abundancia". El nacionalismo criollo, creador de esta idea, ya era viejo en la segunda mitad del siglo XVIII; cuando escriben Buffon y Pauw, a quienes les responde directamente Francisco Javier Clavijero, aunque antes de él ya se reaccionaba contra "la calumnia de América".[ 19 ]
Clavijero vivía en Italia desde que en 1767 el rey Carlos III expulsó de sus dominios a los religiosos de la Compañía de Jesús, y fue ahí donde, ya metido a redactar su magna Historia antigua de México, leyó la obra de Pauw, enojándose a tal grado que, de inmediato, decidió refutar sistemáticamente sus tesis y las de los otros calumniadores de América. Su Historia sería rápidamente un clásico sobre el México antiguo y una de las piezas fundamentales de la defensa de América.[ 20 ]
Además de la retórica refutación, hay algo muy importante en Clavijero: los primeros historiadores de las "antigüedades" mexicanas, ejemplarmente fray Bernardino de Sahagún, con todo su amor y su caridad cristianas, no pudieron menos que condenar aquellas "civilizaciones satánicas".[ 21 ] Los frailes historiadores del siglo XVII estaban en la misma línea y parece estarlo también Sigüenza, en quien, para más, es evidente el señalado contraste entre la admiración por las desaparecidas civilizaciones prehispánicas y la marcada repulsa por el indio vivo.[ 22 ] Clavijero no. Al empezar su tercera disertación dice que, en lugar de defender a los criollos, lo que le resultaría más propio ("nosotros nacimos de padres españoles") y más fácil, defenderá a los indios sin "otro motivo que el amor a la verdad y el celo por la humanidad".[ 23 ] Y al defender a los indígenas los coloca otra vez -mejor dicho, por fin- a la altura de los demás hombres y, de paso, rompe lanzas contra el eurocentrismo de las tesis de Buffon y Pauw.[ 24 ] Con Clavijero desaparece la directa intervención divina -o satánica, en su caso- en la historia antigua de México, convirtiéndose en asunto de los hombres, y aparecen individuos llenos de humanidad, héroes a los que Clavijero trata de comprender. Como Sahagún, Clavijero cree en la igualdad esencial de todos los hombres pero, a diferencia de aquél, deja de ver la historia indiana como creación del diablo.[ 25 ]
Con esta visión épica del pasado indígena, Clavijero empieza a darle firmeza al suelo sobre el que se moverá el nacionalismo criollo: ya no será un sentimiento propio de desarraigados, sino de un amor patrio con una sólida, centenaria y orgullosa raigambre. También se pinta -y aquí sí aparece la Providencia- la triste situación de los indios, abandonados a la miseria, la opresión y el desprecio, como si la justicia divina siguiera castigándolos por la crueldad y la superstición de sus mayores. Hay en ello una idea de redención que acompañará a la siguiente generación de criollos.
Cuando Clavijero publica su obra (1780), ya tiene en la Nueva España un enorme vigor el optimismo criollo. No faltan razones para eso: la segunda mitad del siglo XVIII es el periodo de mayor florecimiento de la Nueva España. Las minas de Guanajuato, Zacatecas y Parral inundan de plata al mundo. Las industrias textil y vitivinícola crecen enormemente a pesar de las leyes prohibitivas. Los criollos ricos se visten de brocado y terciopelo y mandan construir templos recamados de oro. A esta prosperidad económica corresponde un auge cultural y artístico, del que justamente es ejemplo el padre Clavijero.[ 26 ]
En respuesta a la "calumnia", se observa ya en Clavijero y algunos de sus compañeros jesuitas expulsos (Andrés Cavo, Francisco Javier Alegre, Juan Luis Maneiro y Pedro José de Márquez) una exaltación excesiva de México, pero es la generación siguiente, que ya vive claramente el auge de que hablaba en el párrafo anterior, la que va a dar forma coherente a la idea de que México es un país fabulosamente rico. Estudiosos mexicanos (criollos) como Agustín Aldama, Antonio Alzate, Antonio León y Gama, José Mariano Mociño y Joaquín Velázquez y Cárdenas de León van a escribir los primeros estudios sobre México, que, aunque extensos y poco profundos, no dejan de descubrir un país hasta entonces desconocido por sus habitantes.[ 27 ]
El resultado fue la generación y consolidación de un desmesurado optimismo nacionalista, reforzado por "la ingénita soberbia" de los criollos. Este optimismo, según Luis González y González, se sustentaba en la (re)descubierta grandeza del pasado prehispánico que se generalizó a partir de Clavijero y llevó a los "caudillos insurgentes a contraponer a lo español lo indígena". Se nutre también de una "fe en la capacidad del mexicano", fruto de la creencia racionalista en la igualdad humana.[ 28 ] Un tercer sustento, más importante quizá, de ese optimismo, era una gran fe en el medio geográfico. Si los juicios y prejuicios sobre América de que se nutrieron Buffon y compañía pueden rastrearse hasta Fernández de Oviedo y Herrera y Tordesillas, la idea de la increíble riqueza de México aparece desde las Cartas de Hernán Cortés y la Historia de Bernal Díaz del Castillo, y toda esa riqueza mitológica parece volverse real en la segunda mitad del siglo XVIII, al ritmo del espectacular auge de las minas de plata y oro. Súmese la idea de que el enorme territorio de la Nueva España albergaba riquísimos recursos naturales aún inexplorados o desconocidos, "y se comprenderá fácilmente la inmensa fe que tenía el criollo en el medio geográfico mexicano como eficaz fuente de riqueza". En la literatura de la época, dice don Luis, nos topamos a cada paso con expresiones como "opulento reino", "rico país", "preciosa perla de la corona española", "blanco a quien dirigen sus tiros las naciones extranjeras", "ricos, dilatados y fértiles dominios", "el mejor país de cuantos circunda el sol", etcétera.[ 29 ] Sazónese este guiso con la gran confianza de los novohispanos en la fuerza y el valor de su brazo, y la idea de que México era el país predilecto de Dios, y tenemos completo el cuadro de ese optimismo nacionalista. Con todo, hacía falta aún quien diera una forma abarcadora y coherente a la desmesurada idea que de las riquezas de su país se hacían los criollos... hacía falta la visión de conjunto de Alejandro de Humboldt.[ 30 ]
Humboldt salió hacia "las regiones equinocciales de América" -los dañinos, degenerados, inmaduros trópicos de Montesquieu, Buffon y Hegel- en 1799, con el propósito de ahondar en el problema planteado por Buffon, es decir, las relaciones entre los seres vivos y el medio ambiente; pero, dice Gerbi, "el problema sólo era buffoniano en la manera como se planteaba", porque el barón buscaba la "armonía", la "convergencia de las fuerzas" de la naturaleza, comprender a las especies y a los hombres en su medio... y se enamoró de América. Luego de visitar el Caribe, Humboldt llegó a la Nueva España en 1803 para estudiar su naturaleza y su sociedad; aprovechó los trabajos que numerosos criollos ilustrados pusieron a su disposición y, con ellos y sus observaciones personales, en 1811 publicó el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España en Francia.
El Ensayo está regido por una batería de ideas en que se mezclan la filosofía de la Ilustración y el romanticismo. Para Humboldt, el orden natural es el regulador de la vida, tanto en el mundo físico como en el moral: es, como los ilustrados, un determinista, y en su determinismo natural juega la geografía un importante papel. Da por hecho la existencia de un orden natural con sus leyes reguladoras, y una sociedad que de ese orden parte y sobre él se construye. En ese orden natural, piensa Humboldt, debe privar la libertad, y con ella como norma analiza la organización política y social de la Nueva España, que será el blanco principal de sus críticas de orden fisiocrático y humanitarista. Finalmente, la idea del progreso, que cierra el círculo orden natural-libertad-igualdad, forma parte fundamental de la estructura del Ensayo. Este progreso es, obviamente, el pregonado por los filósofos ilustrados, sinónimo de civilización y cultura.[ 31 ]
Sentado lo anterior, es lógico que el Ensayo arranque con unas "consideraciones generales" sobre la geografía de la Nueva España, su suelo y clima y la influencia de éstos sobre la agricultura, el comercio y la defensa del país. Para Humboldt, "la fisonomía de un país, el agrupamiento de las montañas, la extensión de las llanuras, todo lo que constituye la construcción física del globo, guarda una relación fundamental con los progresos de la población y con el bienestar de los habitantes".[ 32 ] Y veía la geografía de la Nueva España benévola, rica, más que propicia para el desarrollo de una nación ilustrada y fuerte. A partir de entonces, México fue el "cuerno de la abundancia", y su capital "la ciudad de los palacios".[ 33 ]
Siglo y medio después, José Miranda advirtió que si el Ensayo alimentó el optimismo criollo fue por falta de una lectura correcta: no sólo se deshacía en elogios de la naturaleza del terreno y pintaba de rosa el futuro de la minería y la agricultura, también contenía una serie de severas observaciones sobre el sistema económico que no fueron escuchadas, como tampoco se prestó atención a los reparos, aún más graves, que ponía al orden social. "No; de ningún modo, no. El Ensayo político no autorizaba el menor optimismo. Bien mirado, más, mucho más, había en él para preocupar que para entusiasmar."[ 34 ]
Con todo, pocos libros sobre México han tenido los efectos prácticos del Ensayo. Su impacto en la política nacional empezó a darse tras la consumación de la independencia, porque sólo en 1822 fue traducido al español y difundido en nuestro país. En las primeras décadas del México independiente, el Ensayo se convirtió en una de las obras extranjeras más leídas, comentadas y citadas en México, y desde muy pronto adquirió una alta y casi exclusiva autoridad en lo que a la geografía y la economía del país tocaba.
Pasarían muchos para que alguien intentara un estudio de la geografía nacional tan exhaustivo como el de Humboldt. Mientras tanto, fueron nuestros mejores historiadores los que se ocuparon de la relación entre territorio y sociedad. Y es que en todo el mundo los estudios geográficos estaban tomando tres rutas distintas: la científica, en que Humboldt jugó, a nivel mundial, un destacadísimo papel; la política en el amplio sentido de la palabra, en la que trabajó toda la progenie intelectual de Montesquieu, y la histórica, como señala Lucien Febvre: "En la época en que todavía no existía en absoluto, en el sentido presente de la palabra, la geografía, fueron los historiadores los primeros que, por el progreso mismo de sus especiales estudios, se vieron obligados a plantear una serie de cuestiones, no diremos geográficas; pero sí que algunos de sus elementos eran de orden geográfico".[ 35 ]
Es Jules Michelet, dice Febvre, quien hace notar explícitamente que la historia sucede sobre "una fuerte y buena base", la Tierra, y que la base geográfica "no es únicamente el teatro de la acción", sino que influye en la historia "de cien maneras". Michelet fue el primer gran historiador -no ya un teórico social, como Montesquieu- que percibió que el suelo no es para las sociedades humanas un inerte tablado sobre el que se desarrolla el drama de la historia, aunque no llegó a percibir que también el suelo tiene su historia.[ 36 ]
En México, fueron también los grandes historiadores quienes empezaron a preocuparse por desentrañar esa relación entre la geografía y la historia. El doctor Mier utilizó los datos geográficos y estadísticos de Humboldt,[ 37 ] y Lorenzo de Zavala comentó elogiosamente la obra del alemán y suscribió su amable visión de nuestras riquezas naturales,[ 38 ] pero llegaron más lejos el doctor Mora y Lucas Alamán, quienes escribieron sus obras principales en un momento muy distinto, en el que el pesimismo era la nota imperante. Cierto que las voces de alarma habían empezado a surgir desde mucho antes,[ 39 ] pero sólo el colosal desastre nacional de 1847, ante el que ya no podía recurrirse a la táctica del avestruz, borró toda huella de aquel optimismo infundado.[ 40 ] Ahora, más que pensarse que México estaba llamado a ser una gran potencia, se temía la desaparición de la nación. La urgencia de saber qué había pasado y qué perspectivas había hizo aumentar en cantidad y calidad "la expresión política inteligente", y abrió un periodo de profunda reflexión en el que participaron destacadamente Mora y Alamán.[ 41 ]
Mora escribió México y sus revoluciones en el exilio a que lo obligó la derrota política del grupo de Valentín Gómez Farías, en 1834, y a partir del cual abandona gradualmente el optimismo que hasta entonces lo acompañó. Aunque el libro es anterior a la gran tragedia nacional de 1846-1848, es una especie de preámbulo global a aquella gran discusión de la que forma parte la magna obra de Lucas Alamán. Desde el principio de México y sus revoluciones apunta el doctor Mora que de lo escrito sobre México "lo único digno de aprecio" era el Ensayo de Humboldt, por la exactitud de sus noticias y por su trascendencia, pero advertía que "Méjico después de 1804 ha sufrido cambios de mucho tamaño que han causado una variación total en su fisonomía moral y política", de modo que no es posible conocer al país mediante el libro de Humboldt. Por lo tanto, había que actualizar el Ensayo, y eso era, en buena medida, lo que Mora se proponía: decir qué era México en realidad, ilustrar a los lectores de los países civilizados, "desengañándolos de los multiplicados errores en que los han imbuido las relaciones poco exactas de los viajeros, los resentimientos de algunos y el entusiasmo exagerado de no pocos".[ 42 ]
Y como se trataba de actualizar los datos geográficos y económicos de Humboldt (además de escribir la historia de México), Mora abre su obra con un "estado actual de México", que parte del Ensayo del alemán. La relación que hace Mora de las riquezas del país no desdice un ápice de la de su ilustre antecesor: el cuadro no puede ser más lisonjero. ¿Por qué entonces México está como está? Porque todo está por hacerse en el país, porque ha habido que emprender una profunda reforma desde el pie, encontrando numerosos y fortísimos obstáculos.[ 43 ]
Lucas Alamán empezó a publicar su Historia de México en 1849, cuando no quedaba nada de aquel optimismo de que había participado en sus mocedades. El prólogo de su Historia termina lamentándose de la terrible situación a que llevaron al país sus continuas revoluciones, y con la esperanza de que las nuevas generaciones aprendan del pasado y corrijan el rumbo; pero si así no fuere y la nación mexicana llegara a desaparecer "para dar lugar a otros pueblos, a otros usos y costumbres que hagan olvidar hasta la lengua castellana en estos países, mi obra todavía podrá ser útil para que otras naciones americanas [...] vean por qué medios se desvanecen las más lisonjeras esperanzas, y cómo los errores de los hombres pueden hacer inútiles los más bellos presentes de la naturaleza".[ 44 ]
La idea de la riqueza del territorio mexicano sigue, pues, vigente. Luego de pasar revista a la población de la Nueva España y a la organización del gobierno virreinal, expone la situación económica del reino en vísperas de la guerra de Independencia, que, según su pintura, no podía ser más bonancible. Pero atención: cierto que el país es rico y que los mexicanos estaban adquiriendo de ello plena conciencia, pero la publicación del Ensayo de Humboldt les hizo concebir "un concepto extremadamente exagerado de la riqueza de su patria, y se figuraron que ésta, siendo independiente, vendría a ser la nación más poderosa del universo".[ 45 ] Exagerado y todo, este concepto tenía para Alamán una base real: la naturaleza era rica, pero los mexicanos habían sido incapaces de aprovechar tal riqueza. La obra termina con un diagnóstico marcadamente pesimista de la situación nacional y una angustiosa propuesta de reforma que, casi, sólo parece dejar espacio a la fervorosa petición al Todopoderoso para que salve a México.[ 46 ]
Las guerras de Reforma e Intervención fueron los más violentos conflictos civiles habidos en México desde la revolución de independencia. Dos proyectos distintos de nación, nutridos del precedente periodo de autoexamen, eran las banderas de los partidos que entonces combatieron. La acción no dejaba lugar para la reflexión pausada. Sólo cuando uno de esos partidos se alzó con el triunfo definitivo, en 1867, hubo lugar para la meditación. Con todo, y a pesar de muchas obras eruditas y abarcadoras, no encontramos entre los llamados liberales clásicos de esa generación ni entre los historiadores románticos o eruditos nuevos argumentos sobre el asunto que nos ocupa.[ 47 ] Hubo que esperar al positivismo para ver no una crítica,[ 48 ] pero sí un ajuste decisivo que parte, aunque no explícitamente, de la interpretación de Alamán. El carácter mismo del positivismo obligaba a replantearse la relación entre la geografía y la sociedad, en su afán por hacer de la historia una ciencia según los cánones que entonces regían -o así parecía- a las ciencias naturales. Ya veremos, so pretexto de nuestro problema, cómo enfrentaban el asunto.[ 49 ]
La plenitud del positivismo en el campo de la historiografía mexicana, que se corresponde justamente con el pináculo del régimen de que era fundamento y justificación -el Porfiriato-, se alcanza con los tres lujosos volúmenes de México: su evolución social, dirigidos por Justo Sierra Méndez. El primer volumen inicia con "El territorio de México y sus habitantes", de Agustín Aragón. Vemos aquí, desde los primeros párrafos, una reedición del determinismo geográfico: para Aragón, la relación entre los organismos y su ambiente, desde una concepción biológica, dominan los estudios sobre las sociedades. "El hombre necesita someterse a las circunstancias que lo rodean, a las fatalidades cosmológicas y biológicas que lo circundan".[ 50 ] Pero atención, se trata de un determinismo revisado, porque el erudito ingeniero morelense añade una aclaración muy importante: el progreso de las naciones no depende únicamente de estas "fatalidades" (ergo, no son tales), y la influencia del suelo y el clima sobre las sociedades ha sido exagerada, "pues han hecho punto omiso de que esta influencia puede contrariarse en gran parte por la mano del hombre". No hay una determinación geográfica rígida porque eso equivaldría a creer en "un orden preestablecido, inmutable"; de tal manera que aunque las sociedades estén sometidas a "invariables relaciones", éstas son susceptibles de ser modificadas ("dentro de ciertos límites") por la mano del hombre, de modo que " la idea de ley debe completarse con la de modificabilidad, que no es sino la idea del progreso en el lenguaje de la sociología ".[ 51 ]
¿Cuáles son ese suelo y ese clima que influyen de manera tan importante, aunque no última, en la sociedad mexicana? Aragón hace una descripción de ellos mucho menos benévola que la tradicional, pero aún los ve pletóricos de promesas. Dentro de la misma obra Carlos Díaz Dufoo profundiza en el asunto haciendo una exposición de las enormes limitaciones que el territorio, el clima y otros factores geográficos han opuesto a la economía nacional en general y a la industrialización en particular. Por fin se aprecia en la historiografía mexicana lo accidentado del territorio, la infecundidad de tantas tierras, la escasez de agua, la dispersión y baja ley de nuestros minerales, la carencia o mala distribución de hierro y carbón, y otros tantos obstáculos. Y esto es más importante de lo que parece, porque, "sin desvirtuar las afirmaciones sostenidas por el señor ingeniero Aragón [...], es una verdad indestructible" que la acción de los hombres se ve directamente afectada por el suelo y el clima. Así, por ejemplo, casi nadie discute "la pereza ingénita de los habitantes del trópico".[ 52 ] La geografía del país opone obstáculos enormes para su evolución social, y la destrucción de dichos obstáculos requiere, dice Díaz Dufoo, la suma de grandes esfuerzos, mismos que han empezado a realizarse en los últimos años, asegurando un futuro brillante para el país, porque si somos económicamente pobres, si existen todos esos obstáculos, hay debajo de esa pobreza y detrás de esos obstáculos, enormes riquezas que explotar, siguiendo el lema del día, "Amor, orden y progreso".[ 53 ] Y es que a fin de cuentas, Aragón y Díaz Dufoo, y los otros redactores de la obra, entre los que hay que destacar al director, Justo Sierra, y a los encargados de otras ramas de la economía, a saber, Pablo Macedo, Genaro Raigosa, Gilberto Crespo y Martínez y, por supuesto, José Ives Limantour, cantaban las excelencias del régimen de que formaban parte y de cuyas virtudes estaban convencidos; pero también estaban convencidos de que efectivamente somos pobres, pero hay una gran riqueza que no hemos explotado porque lo han impedido los obstáculos naturales y, sobre todo, la pereza, el descuido y la ignorancia de los mexicanos.[ 54 ]
Unos años después, en vísperas de la Revolución, Andrés Molina Enríquez profundizó en la misma línea. La arquitectura de Los grandes problemas nacionales es muy clara: la primera parte trata de "los antecedentes indeclinables", es decir, las "causas" geográficas, históricas, jurídicas y políticas de "los problemas de orden primordial" que forman la segunda parte. Y si el primero de estos problemas es el de la propiedad territorial, el primero de los indeclinables antecedentes es el del territorio. Partiendo de principios muy parecidos a los de Aragón,[ 55 ] Molina hace una rápida descripción del territorio, también acorde con la hecha por Aragón y Díaz Dufoo, para señalar en él "la zona fundamental de los cereales", en la que se producen éstos, base de la alimentación de toda sociedad, sin los cuales son inconcebibles la expansión y el desarrollo de una nación. Y si bien esta zona es pequeña y el resto del país depende de ella para alimentarse, y cada zona tiene ventajas propias y grandes desventajas, más que estas dificultades lo que ha obstaculizado la evolución del país ha sido la organización social, sobre todo en lo concerniente a la propiedad de la tierra. Desventajas todas que pueden y deben solucionarse.[ 56 ]
Pero el positivismo tiene una recaída en Humboldt en la persona de uno de sus mayores pensadores, cuidadoso lector de Montesquieu, que suscribía muchas de las tesis del gran filósofo francés: Emilio Rabasa, quien, en un ambicioso estudio panorámico de la historia nacional publicado inmediatamente después del fin de la Revolución, regresó a los argumentos de Humboldt a la hora de presentar, muy al estilo de Montesquieu, "el país" sobre el que "ocurre" la historia que va a contar. Aunque señala la aridez de buena parte del territorio septentrional, lo abrupto del terreno en muchas partes, la ausencia de ríos navegables y otras dificultades, sigue convencido de la "riqueza" y, sobre todo, la "belleza" del país, aunque hay algunos acentos críticos:
La riqueza del suelo mexicano, proclamada por el emperador Iturbide, cien veces encarecida por Santa Anna para adular a los pueblos, y que llegó a ser un dogma cuya negación era herejía peligrosa, se suponía enorme, al alcance de la mano y, por ende, causa de la envidia y móvil de la codicia de las naciones extranjeras. Era una exageración dañosa, sugerida por la multitud de recursos con que el suelo invita, y que, si acaso tiene par en el mundo, no tiene, de seguro, ejemplo que la supere.[ 57 ]
Y sigue la enumeración, que recuerda a Humboldt, de la abundancia y variedad de nuestras riquezas, y sigue: "La condición primera y dominante de México es la belleza, que se impone al viajero, que influye en los moradores y que trasciende en los relatos del barón de Humboldt". Pero -y aquí la influencia de Montesquieu- el pueblo que habite un territorio así formado por la naturaleza, "podrá creer nunca que la vida se dio al hombre para taller de trabajo incesante que enriquece, ni que la riqueza es el fin único, ni siquiera el superior de la vida".[ 58 ]
La Revolución Mexicana, que el libro de Molina Enríquez, visto a posteriori, parece anticipar, fue seguida de un proceso de profundo autoanálisis, superior quizá en intensidad al generado por la derrota de 1847, y a diferencia de aquél, más bien optimista, aunque se trataba de un optimismo muy distinto al de cien años antes: era una confianza en las potencialidades de México como nación y del mexicano como pueblo, y no una apreciación ilusoria de las riquezas nacionales. A la muerte y la destrucción debía seguir un intenso periodo de amor a la vida que se reflejó en una armoniosa revaloración del pasado y en novedosas manifestaciones artísticas. De los hombres que tomaron parte en ese proceso, nos interesa destacar, por principio de cuentas, la figura del joven Daniel Cosío Villegas, quien medio siglo después escribió: "Lo verdaderamente maravilloso de esos años de 1921-1924 fue [...] la explosión nacionalista que cubrió todo el país", de un nacionalismo sin xenofobia que "no era anti nada sino pro México". Todas las nuevas creaciones y el rescate de lo viejo y del arte popular pueden traducirse en una frase: "En suma, el mexicano había descubierto a su país y, más importante, creía en él".[ 59 ]
Y curiosamente, fue en medio de esa explosión nacionalista y esa renovada fe en México, que la idea de la fabulosa riqueza de México recibió sus primeros y muy sólidos ataques verdaderamente críticos. Daniel Cosío Villegas, quien tomaba parte de este nuevo momento de optimismo nacionalista, impartió un novedoso curso de Sociología Mexicana que impulsaba a sus alumnos a la acción: "Sepan para prever y prevean para obrar", les dijo. El ambicioso objetivo del curso era conocer a México, y la herramienta fundamental para hacerlo sería la crítica. Y muchos eran los problemas y las novedades que Cosío quería transmitir, porque, como dice Enrique Krauze, "Lo que estaba haciendo en esa cátedra no era una novedad pequeña: poner en entredicho, negar, por primera vez en la historia intelectual de México, que el país fuera natural y económicamente el cuerno de la abundancia ".[ 60 ] Quince años después llevó estas tesis más allá:
Un ensayo cabal sobre la riqueza natural de México debería hacerse, según creo, en tres etapas principales. La primera sería la respuesta a esta pregunta: ¿Es México, en realidad, un país rico? Si, como pienso, la respuesta es negativa, habría que pasar a la segunda: ¿Por qué, entonces, ha subsistido y subsiste la noción de una gran riqueza mexicana? La tercera, en gran parte consecuencia de las dos anteriores, sería la de llegar al concepto verdadero que podemos tener de nuestra riqueza.[ 61 ]
Para responder a la primera pregunta, Cosío hace un cuidadoso repaso de los datos de nuestra geografía, dando cuenta de las limitaciones que impone a la agricultura, a las comunicaciones y a la industria. Nuestra riqueza mineral tampoco es la que se ha mostrado insistentemente, sobre todo en los minerales industriales; y nuestro petróleo no basta para suplir las carencias.
Así llegaba Cosío a la segunda pregunta: ¿por qué siempre se ha dicho que México es un país rico? Quienes lo han dicho en primer lugar han sido, dice Cosío, los extranjeros. Y es que el ojo ajeno es distinto que el propio y, finalmente, ha visto a México rico, rico como abastecedor de materias primas, de ahí los recursos señalados por Humboldt: metales, azúcar, cochinilla, cacao, algodón, café, cáñamo, trigo (ahí se equivocó de medio a medio, dice Cosío), seda, lino, aceites, vino... de ahí también que señale el inconveniente de la falta de puertos. Es pues, la riqueza de un país colonial encargado de surtir materias primas. Y la historia económica demuestra que lo que se llama en jerga "condiciones de comercio", favorece al país metropolitano e industrial en detrimento del colonial y productor de materias primas. Por lo tanto, una apreciación de la riqueza del país por los propios mexicanos, debería hacerse con un ojo distinto, que considerara estos factores.[ 62 ] La segunda razón por la cual, a pesar de tanto hecho en contrario, ha persistido la errónea idea de nuestra riqueza, es el hombre: se ha defendido la riqueza física del país "para hallar todos los males en la pobreza moral del hombre mexicano". La naturaleza le ha dado todo, "pero el mexicano es ignorante, perezoso, indisciplinado, pródigo, imprevisor, susceptible, rebelde. ¿Qué puede hacerse en estas condiciones ¿Qué de extraño tiene que el país esté atrasado, que haya pobreza y aun miseria, a pesar, en medio de tanta riqueza?"[ 63 ] Es cierto que esto también lo ha hecho el extranjero, pero no sólo él. También los mexicanos han seguido una línea general de razonamiento que Cosío enuncia así: ¿Por qué en este país de maravillas hay tanto malestar, tanta pobreza? "¡Ah!, dice uno, por el cura; el otro dice por el militar; éste, por el indio; aquél, por el extranjero; por la democracia, por la dictadura, por la ciencia, por la ignorancia; finalmente, por el castigo de Dios. Y claro, hace algunos años que las respuestas de moda son éstas: por el ejidatario, por los sindicatos, por la legislación laboral."[ 64 ] Ejemplos hay a montones, Cosío lo muestra en Lorenzo de Zavala y nosotros lo hemos visto claramente en Humboldt, en Mora y en Alamán, en Aragón y en Molina; todos vieron en el hombre el obstáculo que impide el desarrollo de nuestra riqueza. "Por supuesto que nada de disparatado tiene la tesis de que parte de la riqueza o pobreza de un país han de achacarse al hombre y no a la naturaleza"; como que ha sido la organización política del país una de las causas de que la fabulosa idea de nuestra riqueza haya perdurado. Una sociedad basada en una "desigualdad radical", en la que coexisten el lujo y la miseria, no puede sino crear "en el ojo menos sutil, la noción de riqueza absoluta, en el más sutil, la de que habría riqueza si ciertas cosas se modificaran".[ 65 ]
Ni siquiera la fórmula de los positivistas ("somos naturalmente ricos pero económicamente pobres") salvaba el error fundamental. Para formarnos un juicio acertado de lo que puede ser nuestra riqueza, debemos fijarnos no sólo en las posibilidades naturales y económicas, sino en las sociales y las políticas, es decir, en todos los factores sociales que puedan entrar en juego para aumentar la producción y mejorar la distribución. La fórmula de Díaz Dufoo debería ser corregida, decía Cosío -y con eso terminaba- para quedar así: "en lo natural somos relativamente pobres; económicamente, somos pobres, si bien podemos serlo menos; socialmente también somos pobres, aun cuando podríamos serlo bastante menos de lo que somos hoy".[ 66 ]
Este luminoso ensayo acusa una nueva forma de entender la relación entre la sociedad y la geografía, y en general, de entender la historia. Ya eran conocidos en México Ortega y Gasset y Croce, y trabajaba en nuestro país Gaos; pero incluso en 1924-1925, cuando Cosío preparó el curso de Sociología Mexicana, el determinismo de los positivistas había recibido críticas sólidas y consistentes. Los ateneístas, maestros de la generación de Cosío, fueron antipositivistas militantes desde finales de la primera década del siglo, y Antonio Caso, uno de los cuatro capitanes del Ateneo, y el maestro por excelencia de la Generación de 1915, había combatido con las armas del pensamiento filosófico los postulados del positivismo.[ 67 ]
Así pues, un grupo importante de pensadores mexicanos abandonaba el determinismo, acercándose al relativismo histórico, por un lado, y al "posibilismo geográfico", por el otro. Este "posibilismo", sintetizado por Lucien Febvre en el aforismo "en ninguna parte hay necesidades; en todas hay posibilidades; y el hombre, como dueño de las posibilidades, es el juez de su utilización", proponía lo que Cosío sintetizó tan bien al final de su ensayo: estudiar las múltiples relaciones entre todos los factores que influyen sobre la riqueza de las sociedades humanas, poniendo los histórico-sociales en un lugar primordial sin por ello hacer a un lado los muy importantes factores naturales, y donde los factores económicos son, a la vez, histórico-sociales y naturales (geográficos).[ 68 ]
Con todo y esta nueva concepción de las relaciones entre la historia y la geografía, y a pesar del muy lúcido análisis de la realidad de nuestra riqueza (aunque no deje de tener puntos objetables, como la excesiva culpa cargada a los "extranjeros", olvidando que Humboldt sólo recogió y articuló los trabajos y el optimismo de los criollos), ¿por qué sigue vigente, en el grueso de los estudiantes de historia,[ 69 ] en la mayor parte de los mexicanos, en nuestros gobernantes, la falsa idea de que México es un país fantásticamente rico?[ 70 ]
[ 1 ] Al principio de los Discursos sobre la primera Década de Tito Livio, Maquiavelo dice que, para que puedan establecerse y prosperar, las ciudades necesitan un suelo adecuado y una tierra fértil; y en El príncipe hace una muy aguda clasificación de los pueblos europeos, en la que la geografía juega su papel. Nicolás Maquiavelo, Obras políticas, La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1971, p. 62 y 306 y s.
[ 2 ] Bodino determina los marcos geográficos en que se inscriben las sociedades humanas, dividiendo el globo en tres zonas fundamentales, la fría, la templada y la tórrida; con sus subdivisiones, es decir, con la integración de los otros factores geográficos que alteran al fundamental: tierras de oriente y de occidente; llanos, montañas y valles; comarcas estériles o fértiles; lugares batidos por el viento o respetados por él. Pero rechaza explícitamente las tesis geodeterministas de Polibio y Galeno, preocupado por no excluir de la historia el humano albedrío ni la voluntad divina. Jean Bodin, Los seis libros de la República, Madrid, Tecnos, 1985, p. 213-226.
[ 3 ] En la época moderna, fue Vico el primero en proponer una filosofía de la historia; pero, escribiendo en su remoto rincón napolitano, sus propuestas pasaron inadvertidas hasta que fueron rescatadas por Herder y Michelet. Dentro del espíritu de la Ilustración, fue Montesquieu quien intentó fundamentar una filosofía de la historia, que tuvo un impacto inmediato y profundo, y fue lo mismo atacada con furia que defendida con pasión. Véase qué tipo de filosofía de la historia es la de Montesquieu en Ernest Cassirer, Filosofía de la Ilustración, México, Fondo de Cultura Económica, 1950, p. 234-241, y en Wilhelm Dilthey, El mundo histórico, México, Fondo de Cultura Económica, 1978, p. 345-406.
[ 4 ] El carácter ahistórico de la Ilustración, y también su papel fundamental en la construcción de la moderna comprensión de la historia, en R. G. Collingwood, Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 82-91; Eduardo Nicol, Historicismo y existencialismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 64-95, y en Benedetto Croce, Teoría e historia de la historiografía, Buenos Aires, Imán, 1953, p. 199-214.
[ 5 ] Barón de Montesquieu, Del espíritu de las leyes, México, Porrúa, 1971 ("Sepan cuantos...", 191), p. 1.
[ 6 ] R. G. Collingwood, Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 85.
[ 7 ] Barón de Montesquieu, Del espíritu de las leyes, México, Porrúa, 1971 ("Sepan cuantos...", 191), p. 3. Con esa definición de ley inicia el libro primero, "De las leyes en general". Otras traducciones ponen "necesarias" en lugar de "naturales", lo que me parece mejor. En cuanto a las ya más de una vez mentadas "naturaleza de las cosas" y "naturaleza humana", están perfectamente de acuerdo con el papel preponderante que en el pensamiento ilustrado tienen las ciencias naturales y en estos intentos de adaptación de sus leyes, tal como entonces se entendían, al ámbito de lo histórico, como lo veremos también en Buffon y De Pauw.
[ 8 ] Barón de Montesquieu, Del espíritu de las leyes, México, Porrúa, 1971 ("Sepan cuantos...", 191), libros XIV al XVIII.
[ 9 ] Barón de Montesquieu, Del espíritu de las leyes, México, Porrúa, 1971 ("Sepan cuantos...", 191), p. 183. Con Montesquieu nace, claramente, un determinismo geográfico "estricto y absoluto", dice Lucien Febvre, en La tierra y la evolución humana. Introducción geográfica a la historia, Barcelona, Cervantes, 1925.
[ 10 ] Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 3. La "disputa", tan magníficamente historiada por Gerbi, parte de la obra de Buffon, pero el punto de partida de este libro es Hegel. Sigo el pensamiento de Buffon y de Pauw a través de la detallada glosa crítica de Gerbi.
[ 11 ] Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 41-44.
[ 12 ] Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 67.
[ 13 ] Loc. cit.
[ 14 ] Edmundo O'Gorman, Fundamentos de la historia de América, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1942, p. 126-128.
[ 15 ] G. W. F. Hegel, Lecciones de filosofía de la historia, Barcelona, PPU, 1989, p. 29-37. Ésta es la traducción española de la "edición Karl Hegel-Brunstäd" de las lecciones hegelianas, que usamos aquí con preferencia a la "edición Lasson", mucho más conocida en nuestro idioma desde que José Gaos la tradujo en 1928 para Revista de Occidente (recientemente reeditada por Alianza Editorial) en razón de su concreción y su mayor fidelidad a los apuntes del gran filósofo. Véanse, entre tantos otros, los excelentes análisis de esta filosofía en Benedetto Croce, Teoría e historia de la historiografía, Buenos Aires, Imán, 1953, passim; y José Ortega y Gasset, Kant, Hegel, Dilthey, Madrid, Revista de Occidente, 1958, p. 61-120.
[ 16 ] G. W. F. Hegel, Lecciones de filosofía de la historia, Barcelona, PPU, 1989, p. 95-96.
[ 17 ] G. W. F. Hegel, Lecciones de filosofía de la historia, Barcelona, PPU, 1989, p. 96-98. Esto también es Buffon, incluso un breve y pudoroso comentario sobre la reglamentación hecha por los jesuitas de la vida sexual de los indígenas (una campana, dice Hegel, tenía que recordarles "sus deberes conyugales". Basta con eso: ya no estamos en el siglo XVIII, que con Buffon y De Pauw se extiende dilatada y deleitosamente en las costumbres y "aberraciones" sexuales de los salvajitos de América).
[ 18 ] G. W. F. Hegel, Lecciones de filosofía de la historia, Barcelona, PPU, 1989, p. 102. Véase también en G. W. F. Hegel, Filosofía del derecho, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1975, p. 332-343, cómo América, África y Oceanía no tienen lugar en la historia universal. En Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 527-558, un análisis de "la América de Hegel", del "juicio total, severo e impasible" hecho desde un sistema claramente eurocéntrico (no sólo es Europa, el centro es Alemania), mediante una filosofía de la naturaleza radicalmente antievolucionista. De ahí que en sus inquisiciones sobre el ser de América, O'Gorman parta del análisis de dos metáforas hermanas: la cultura americana como "una frondosa rama del viejo venerable tronco de Occidente", y "la imagen de ser América la hija de la madre Europa". Estas metáforas muestran el vínculo indudable entre América y Europa, pero ¿no será -se pregunta- que en vez de ayudar a esclarecer las cosas las ofusquen? Edmundo O'Gorman, Fundamentos de la historia de América, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1942, p. 85-134, y La idea del descubrimiento de América. Historia de esa interpretación y crítica de sus fundamentos, 2a. ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1976, p. 9-10.
[ 19 ] Ya el ilustre Juan José de Eguiara y Eguren, quien empezó a publicar su obra en 1754, responde no a Buffon y De Pauw, desconocidos en Nueva España (de hecho, De Pauw aún no publicaba), sino a algunos autores barrocos españoles que participan de la "calumnia". Lo que el erudito eclesiástico busca probar es la validez y riqueza de una cultura joven, como lo es necesariamente la novohispana. Juan José Eguiara, Prólogos a la Biblioteca mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1944.
[ 20 ] Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 247-248, dice que el propósito fundamental de la obra de Clavijero, publicada en italiano en 1780-1781, era refutar a De Pauw. En realidad, la historia del México prehispánico era la pasión de Clavijero, que había hecho profundos estudios desde antes de la expulsión de los jesuitas, y cuando leyó al prusiano ya trabajaba en la obra. En el prólogo, cuenta Clavijero las razones que lo llevaron a escribir, entre las que está la siguiente: "para restituir a su esplendor la verdad ofuscada por una turba increíble de escritores modernos de la América", y al inicio de las "disertaciones" que son la respuesta directa -retórica y polémica- a la calumnia, agrega, las escribió para rebatir a Buffon, De Pauw y otros. Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, México, Porrúa, 1964 ("Sepan cuantos...", 29), p. XXI y 422-423.
[ 21 ] Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, Secretaría de Educación Pública, 1987 (Lecturas Mexicanas), "Primer momento".
[ 22 ] Carlos de Sigüenza y Góngora, Teatro de virtudes políticas que constituyen a un príncipe advertidas en los monarcas antiguos del mexicano imperio/Alboroto y motín de la ciudad de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Miguel Ángel Porrúa, 1986. En el Teatro, publicado en 1680, enaltece a los tlatoanis tenochcas, desde Acamapichtli hasta Cuauhtémoc, mientras que en el Alboroto y motín, en que informa de la revuelta de los indios en junio de 1692, escribe sobre los indios vivos: "Los que más instaban en estas quejas eran los indios, gente la más ingrata, desconocida, quejumbrosa e inquieta que Dios crió, la más favorecida con privilegios y a cuyo abrigo se arroja a iniquidades y sinrazones".
[ 23 ] Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, México, Porrúa, 1964 ("Sepan cuantos...", 29), p. 503.
[ 24 ] En esto, dice Gerbi, Clavijero se deja arrastrar excesivamente por la polémica, enderezando contra Europa muchos de los insostenibles argumentos de De Pauw. Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 264-265.
[ 25 ] Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, Secretaría de Educación Pública, 1987 (Lecturas Mexicanas), "Primer momento", p. 101-103.
[ 26 ] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1999 (Cien de México), p. 20-22. Claro que la historiografía económica posterior ha mostrado los enormes problemas estructurales latentes bajo ese "auge", y la miseria de las clases subordinadas, ejemplarmente Enrique Florescano, en Precios del maíz y crisis agrícolas en México (1708-1810), México, El Colegio de México, 1969; pero el déficit recurrente mostrado por Florescano no desdice el optimismo criollo, si acaso, muestra lo endeble de sus bases.
[ 27 ] Manuel Orozco y Berra revisa puntualmente los avances geográfico-científicos de los criollos ilustrados del siglo XVIII: desde el padre Kino hasta Joaquín Velázquez de León, lo mismo que los viajes de exploración impulsados por los virreyes Bucareli y Revillagigedo, y cómo estos trabajos fueron puestos en manos del barón de Humboldt. Manuel Orozco y Berra, Apuntes para la historia de la geografía en México, ed. facsimilar, Guadalajara, Edmundo Aviña Levy, 1973, p. 226-334. En esta "generación siguiente" empieza a sentirse notablemente la influencia del romanticismo, del que también participa Humboldt, y esa corriente de pensamiento (o sentimiento) está íntimamente ligada a la "visión paradisíaca" de nuestra naturaleza, como ha mostrado Jorge Ruedas de la Serna, Los orígenes de la visión paradisíaca de la naturaleza mexicana, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1987.
[ 28 ] Luis González y González, "El optimismo nacionalista como factor de la independencia de México", en Estudios de historiografía americana, México, El Colegio de México, 1948, p. 168-170.
[ 29 ] Luis González y González, "El optimismo nacionalista como factor de la independencia de México", en Estudios de historiografía americana, México, El Colegio de México, 1948, p. 177.
[ 30 ] Cuando vino el gran desengaño nacional, no faltó quien le echara parte de la culpa a Humboldt por haber pintado un cuadro tan lisonjero que alimentó las falsas expectativas de los mexicanos, pero como dice José Miranda, "Humboldt pudo haber contribuido [...] a facilitar la visión general y de conjunto, pero no a formar una idea o crear una conciencia ya muy madura cuando él visitó la Nueva España". José Miranda, Humboldt y México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962, p. 205.
[ 31 ] José Miranda, Humboldt y México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962, p. 124-129.
[ 32 ] José Miranda, Humboldt y México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962, p. 132.
[ 33 ] Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, México, Porrúa, 1966 ("Sepan cuantos...", 39), p. 3-33.
[ 34 ] José Miranda, Humboldt y México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962, p. 205-206.
[ 35 ] Lucien Febvre, La tierra y la evolución humana. Introducción geográfica a la historia, Barcelona, Cervantes, 1925, p. 14.
[ 36 ] Lucien Febvre, La tierra y la evolución humana. Introducción geográfica a la historia, Barcelona, Cervantes, 1925, p. 17-18.
[ 37 ] En fray Servando Teresa de Mier, Historia de la revolución de Nueva España..., ed. facsimilar, México, Fondo de Cultura Económica-Instituto Cultural Helénico, 1985. Eso sin contar que su polémica aseveración de que los mexicanos conocían el cristianismo desde antes de la llegada de los españoles, por lo que la conquista no tenía justificación moral alguna, lo hacía entrar en la polémica sobre América. Véase en Servando Teresa de Mier, El heterodoxo guadalupano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1981, t. I y II.
[ 38 ] Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, ed. facsimilar, México, Fondo de Cultura Económica-Instituto Cultural Helénico, 1985, que arranca con una serie de datos estadísticos y apreciaciones sobre la situación de la Nueva España en vísperas de la guerra de independencia, p. 23-28 y 30-32; y más adelante dice: "M. Humbolt había presentado en su Ensayo político de Nueva-España, un país desconocido a la vista y examen del mundo culto y llamado la atención de los gobiernos y de los sabios. Las descripciones del ilustre viajero sobre las costumbres de los mexicanos; sobre el clima benigno del inmenso plano situado en las montañas; sobre el aspecto de éstas, de los lagos; sobre la riqueza y abundancia de los minerales [...]; y producciones que enriquecen la historia natural", t. I, p. 79.
[ 39 ]La primera nota discordante en el concierto optimista es de ¡1814!, debida a José Joaquín Fernández de Lizardi. Ocho años después, el doctor Mier alertaba en su famosa "Profecía sobre la Federación" (en La independencia de México. Textos de su historia, México, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1985, t. III, p. 63-79) contra el excesivo optimismo y las infantiles ganas de correr antes de caminar. Al final de esa década y en las dos siguientes, los avisos fueron creciendo en intensidad, recuérdese como botón de muestra, el informe de Mier y Terán sobre Texas, así como la bien fundada propuesta de José Fernando Ramírez de reconquistar Texas sólo para cederla a los británicos, construyendo así una efectiva muralla frente a nuestros vecinos del norte.
[ 40 ] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1999 (Cien de México), p. 226-234.
[ 41 ] Véanse las condiciones y el carácter de este debate nacional en Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora 1821-1853, 9a. ed., México, Siglo XXI, 1991, p. 14-40.
[ 42 ] José María Luis Mora, México y sus revoluciones, ed. facsimilar, México, Fondo de Cultura Económica-Instituto Cultural Helénico, 1985, t. I, p. VI-VIII. Dice José Miranda que el doctor Mora hacía la distinción entre el México de 1804 y el de mediados de siglo con el propósito explícito de sustituir la imagen pretérita del país, convenciendo a sus lectores de que en México se había producido un profundísimo cambio social que invalidaba la "pavorosa" pintura hecha por el barón, de la situación de las castas y clases bajas en México. Pero Mora compartía con la primera generación de liberales mexicanos la errónea idea de que bastaba con establecer constitucional y legalmente la igualdad, para que en seguida mejorase la condición del pueblo. José Miranda, Humboldt y México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962, p. 215-219.
[ 43 ] José María Luis Mora, México y sus revoluciones, ed. facsimilar, México, Fondo de Cultura Económica-Instituto Cultural Helénico, 1985, t. I, p. 6-27 y 532-534.
[ 44 ] Lucas Alamán, Historia de México, 4a. ed., México, Jus, 1990, v. 1, p. 8.
[ 45 ] Lucas Alamán, Historia de México, 4a. ed., México, Jus, 1990, v. 1, p. 96.
[ 46 ] Lucas Alamán, Historia de México, 4a. ed., México, Jus, 1990, v. 5, p. 597-598.
[ 47 ] Los que más se acercaron fueron Manuel Orozco y Berra, quien en sus ya citados Apuntes sobre la geografía nacional hace una muy erudita historia de ésta, pero no aporta nuevos elementos a la discusión; y Alfredo Chavero, quien retoma argumentaciones de Humboldt, pero más en el examen de la estética prehispánica que en lo que a la geografía se refiere. Manuel Orozco y Berra, Apuntes para la historia de la geografía en México, ed. facsimilar, Guadalajara, Edmundo Aviña Levy, 1973, y Alfredo Chavero, "Historia antigua y de la conquista", México a través de los siglos..., México, Ballescá y Compañía, 1885, t. I.
[ 48 ] Orozco, aunque erudito y evolucionista, y Chavero, con todo y las recurrentes citas de Comte y Spencer, son mucho más románticos que positivistas. Véase en Álvaro Matute, Estudios historiográficos, Cuernavaca, Centro de Investigaciones Históricas del Estado de Morelos, 1997, p. 25-47, por qué ni uno ni otro pueden considerarse tales.
[ 49 ] Los fundamentos y las razones del positivismo mexicano han sido estudiados por Leopoldo Zea, El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1968, y Arnaldo Córdova, La ideología de la Revolución Mexicana: la formación del nuevo régimen, México, Era, 1973, p. 39-86.
[ 50 ] México su evolución social..., México, Ballescá y Compañía, 1900-1902, t. I, v. 1, p. 7-9.
[ 51 ] México su evolución social..., México, Ballescá y Compañía, 1900-1902, t. I, v. 1, p. 17. Cursivas en el original.
[ 52 ] México su evolución social..., México, Ballescá y Compañía, 1900-1902, t. II, p. 102.
[ 53 ] México su evolución social..., México, Ballescá y Compañía, 1900-1902, t. II, p. 107 y 157-158.
[ 54 ] Estos tres adjetivos aplicados a los mexicanos, en el texto de Díaz Dufoo.
[ 55 ] El primer capítulo empieza así: "En el estudio de cualquier problema que afecte la vida de una nación, serán siempre de interés primordial los datos que ofrezca el territorio que ella ocupe", Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales (1909), México, Era, 1978, p. 73.
[ 56 ] Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales (1909), México, Era, 1978, p. 73-82 y passim. En 1910 Ricardo García Granados hizo una inteligente crítica del determinismo estrictamente geográfico, al que opone un determinismo multicausal. "El concepto científico de la historia", en Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia, 2a. ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1992, p. 321-370.
[ 57 ] Emilio Rabasa, La evolución histórica de México, 2a. ed., México, Porrúa, 1956, p. 8.
[ 58 ] Emilio Rabasa, La evolución histórica de México, 2a. ed., México, Porrúa, 1956, p. 12.
[ 59 ] Daniel Cosío Villegas, Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 91-92.
[ 60 ] Enrique Krauze, Daniel Cosío Villegas: una biografía intelectual, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 53-55.
[ 61 ] Éste es el primer párrafo de Daniel Cosío Villegas, "La riqueza legendaria de México", El Trimestre Económico, México, v. VI, 1940, p. 58-83.
[ 62 ] También hay que contar en la mirada de los extranjeros, la codicia, tan evidente en las crónicas de los conquistadores españoles, dice Cosío.
[ 63 ] Daniel Cosío Villegas, "La riqueza legendaria de México", El Trimestre Económico, México, v. VI, 1940, p. 76.
[ 64 ] Daniel Cosío Villegas, "La riqueza legendaria de México", El Trimestre Económico, México, v. VI, 1940, p. 77. ¿Y no acaba de decir lo mismo el Banco Mundial?
[ 65 ] Daniel Cosío Villegas, "La riqueza legendaria de México", El Trimestre Económico, México, v. VI, 1940, p. 77-79.
[ 66 ] Daniel Cosío Villegas, "La riqueza legendaria de México", El Trimestre Económico, México, v. VI, 1940, p. 83.
[ 67 ] Antonio Caso, "El concepto de historia universal", en Álvaro Matute, Pensamiento historiográfico mexicano del siglo XX. La desintegración del positivismo (1911-1935), México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 115-169. Véase también Rosa Krauze, La filosofía de Antonio Caso, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1961, p. 66-103 y 146-171.
[ 68 ] Lucien Febvre, en La tierra y la evolución humana. Introducción geográfica a la historia, Barcelona, Cervantes, 1925, p. 97-103. Este libro es, en general, además de una excelente historia de la geografía humana e histórica, una lanza rota en favor de esa concepción de la geografía, que tan fecundos resultados alcanzara en la escuela francesa, ejemplarmente en Fernand Braudel y, para México, en François Chevalier.
[ 69 ] Según mi experiencia como profesor.
[ 70 ] Propongo, pues, la utilización de este texto de Cosío Villegas como lectura obligatoria en los cursos de licenciatura, y que lo consideremos un clásico, entendiendo, con Ortega y Gasset, que los clásicos no lo son por sus soluciones, "porque toda solución queda superada. En cambio, el problema es perenne". El clásico lo es por "su aptitud para combatir con nosotros". José Ortega y Gasset, Kant, Hegel, Dilthey, Madrid, Revista de Occidente, 1958, p. 64.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Marcela Terrazas y Basante (editora), Alfredo Ávila (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 26, 2003,
p. 127-152.
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