Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

LA INVASIÓN DE TEXAS A NUEVO MÉXICO.
INTENTO POR SER UN GRAN PAÍS QUE ACABA EN PROVINCIA

Begoña Arteta


Para muchos estudiosos, el acontecimiento más importante de Texas como país lo constituye el intento de invadir al Nuevo México, en 1841. A pesar de haber fracasado en su objetivo, para México es significativo como antecedente en la disputa y pérdida final de casi la mitad de su territorio, ya que el hecho se suma a los numerosos y reiterados intentos anexionistas emprendidos por los Estados Unidos y se inserta plenamente en el conflicto de la demarcación territorial de la región norte en ese país.

La historia de Texas en sí misma es parte de este conflicto. Como es sabido, al comprar Estados Unidos la Luisiana a Francia, se trató de obligar al gobierno español a que definiera las fronteras de su territorio, en especial, la colindancia entre Texas y la Luisiana. En 1819, con el tratado Adams-Onís, la frontera sur quedó delimitada por el río Nueces, y la oeste no muy claramente por tratarse de un territorio deshabitado, con pocas colonias establecidas, que ayudaran a fijar un límite preciso. Sin embargo, aunque con algunas diferencias, los mapas indican con absoluta claridad que Nuevo México no pertenecía a Texas.

Apenas lograda su independencia, México se vio constantemente presionado por el gobierno de Estados Unidos para que le vendiera Texas. Los representantes de ese país, Poinsett y Butler, utilizaron todos los medios a su alcance para obtener la cesión de dicho territorio, pero fracasaron en todos sus intentos. Por otro lado, Texas se poblaba con colonos anglosajones que traían con ellos sus costumbres, idioma, religión e ideología, de tal suerte que la región se convirtió en un apéndice de las colonias norteamericanas. El conflicto texano estalló por fin y como resultado, en 1836, Texas se separaba de México y se declaraba república independiente. El nuevo país enfrentaba dos problemas: el que México reconociera su independencia y, dado el caso, que se precisaran las fronteras.

En 1836, el presidente Santa Anna, prisionero de los texanos, firmó los Tratados de Velasco. Tanto los términos del documento público como los del privado son inciertos y no dejan clara la definición de la línea fronteriza. Además, aun con la firma del presidente, el asunto quedaba pendiente de la resolución definitiva del Congreso mexicano. El mismo Santa Anna, estando aún prisionero, declaró que antes de dar alguna interpretación al tratado, la frontera podría fijarse en el Nueces, el río Grande o cualquier otra línea.[ 1 ]

Es interesante destacar que, durante los primeros años de la República, los texanos buscaban el reconocimiento, el apoyo y la posible anexión a los Estados Unidos, y éstos respondían públicamente, con gran cautela política, en espera de la reacción del gobierno mexicano. En cambio, los mensajes directos de Washington al representante texano parecen instigar a la nueva república a que peleara, por lo menos en el campo de la diplomacia, por un territorio más grande del que le correspondía; tal vez, con la seguridad de que, tarde o temprano, se llegaría a la anexión de la totalidad a su país.

William Wharton, representante de Texas en Washington, en carta enviada a su gobierno para informar de sus gestiones sobre el reconocimiento y anexión a Estados Unidos, informa:

el general Jackson dice que Texas debe reclamar las Californias en el Pacífico, con el fin de paralizar la oposición de los estados del norte y del este al asunto de la anexión, ya que dichos estados desean tener un puerto en las Californias y, al ser éstas reclamadas por Texas, podrían contar con dicho puerto, lo que disolvería su oposición a la anexión. El presidente está decidido y ansioso sobre este punto del reclamo de California y asegura que no puede pedir menos.[ 2 ]

Los Estados Unidos reconocen la independencia de Texas el 2 de marzo de 1837, un año después de haberse declarado república y, por la misma cautela política mencionada anteriormente, de momento retrasan todo movimiento de anexión. Los texanos, animados por el reconocimiento de Estados Unidos, planean inmediatamente una guerra ofensiva contra México, que incluye la ocupación del territorio del río Grande como medida para forzar al gobierno central de ese país a que reconociera su independencia. A pesar de los diferentes esfuerzos realizados, la situación financiera por la que atravesaba Texas no le permitió llevar adelante los planes mencionados.

Al correrse el rumor en Texas de que Anastasio Bustamante iba a atacarlos, en el Telegraph and Texas Register del 16 de septiembre de 1837 apareció una nota en la que se amenazaba con la expansión hacia el oeste y, sin que, al parecer, pese la pobre situación económica, se advierte a México que si no firma la paz antes de abril del siguiente año: "el ejército de Texas extenderá su bandera victoriosa al oeste del río Grande, cuya conquista significará que la marcha ha comenzado [...] y ni el poder de Bustamante ni el de México podrá hacer algo, porque la gloriosa marcha avanzará hasta que el rugido de los rifles texanos se confunda con los truenos del Pacífico".[ 3 ]

Este mismo espíritu trasluce también la nota que Richard A. Iron, secretario de Estado de Texas, envía al representante de su país en Washington, en la que explica que, al no aceptar Estados Unidos la anexión y obligarlos a tener una vida independiente, el sentimiento expansionista debe continuar "siguiendo el destino que les señala el significativo y bello emblema de su nacionalidad, cuya estrella vespertina invita seductoramente hacia el oeste, con el inevitable aumento de estrella por estrella a nuestra bandera y hasta que esta ahora pequeña república abarque las costas del Pacífico así como las del Golfo de México".[ 4 ]

La correspondencia diplomática contiene numerosos ejemplos de esta corriente anexionista, que no pasó de la amenaza y el desahogo verbal por la ya mencionada crisis económica del país y la cautela misma de Estados Unidos en cuanto a la anexión, pero que es indicativa de las ambiciones e intereses que guiaban a los texanos.

En diciembre de 1838, Mirabeau B. Lamar sucede a Houston en la presidencia de Texas. A diferencia de este último que buscó siempre la anexión a Estados Unidos, Lamar, desalentado quizá por la reserva del gobierno de ese país, se propuso convertir a Texas en una república fuerte e independiente. El historiador Thomas Maitland Marshall describe a Lamar como hombre de temperamento poético, cuya imaginación jugaba con grandes concepciones; dice de él: "soñaba con un imperio en el que Texas ocuparía un papel importante en la historia del continente. Sería la tercera Gran República, con un dominio que se ensancharía desde el golfo hasta el Pacífico".[ 5 ]

Desde su discurso inaugural, Lamar expresó algunas de sus ambiciones políticas en las que veía a Texas como un gran país. Manifestó su deseo de mejorar las finanzas, asegurar el reconocimiento de las potencias extranjeras, expandir las relaciones comerciales, extender las fronteras y el establecimiento de un sistema educativo. En tono elocuente, se dirigió así a sus conciudadanos: "un gran destino aguarda a nuestro país, existe una enorme prosperidad cuya conquista depende de la capacidad que se tenga para apreciar sus ventajas naturales en toda su dimensión y no sólo como una parte del derecho a desarrollar y controlar sus incalculables recursos".[ 6 ] Su intención anexionista queda de manifiesto al referirse a las posibilidades comerciales y agrícolas de ese vasto territorio que "se extendía desde el río Sabina hasta el Pacífico y más allá del suroeste, hasta donde el enemigo se rinda, ya que, si es necesario, la espada marcará la frontera".[ 7 ]

No obstante estas declaraciones, el primer intento de Lamar fue llegar a un acuerdo con el gobierno mexicano. Envió a Bernard E. Bee a la capital con instrucciones precisas para negociar el reconocimiento incondicional de la independencia de Texas y para que se precisara la frontera, cuyos límites los marcaría el río Grande, desde su nacimiento hasta su desembocadura. Si México no aceptaba, autorizaba a Bee a ofrecer la compra del territorio, con una oferta que no excediera de cinco millones de pesos. En su afán por llegar a un acuerdo, Lamar pensó, inclusive, que al ocupar entonces la presidencia Santa Anna se podría conseguir que éste influyera para que el gobierno aceptara los compromisos firmados por él en los Tratados de Velasco, de los que reconocía su falta de validez. Todos estos planteamientos fracasaron, ya que Bee nunca fue recibido en México. A pesar de los diversos intentos, en 1840 Texas todavía no obtenía por parte de México su reconocimiento como país independiente ni el que su jurisdicción llegara al río Grande.

Otra de las propuestas de Lamar, dada la situación económica de Texas, fue la de abrir las relaciones comerciales con otros países y también con los estados del norte de México, que representaban el mercado más cercano a sus fronteras. Objetivo que tampoco pudieron lograr debido a la hostilidad de los indios bárbaros que, en ocasiones, además, eran azuzados por agentes mexicanos con la intención de evitar el intercambio comercial. Cuando los texanos se percataron de lo anterior, desataron una terrible campaña contra los cheroques y los comanches con el fin de expulsarlos o exterminarlos. Se pasó entonces a la propuesta de establecer puestos de defensa.

De hecho, los planes de Texas no consistían solamente en la posibilidad de ocupar la parte baja del río Grande. Cuando Lamar se refería al proyecto del gobierno de establecer relaciones con la frontera mexicana, sus acciones apuntaban la intención de atraer a Nuevo México a la jurisdicción de la república texana. El comercio del camino de San Luis a Santa Fe aumentaba su volumen año con año y hacia 1838 había alcanzado ya proporciones considerables. Esto fue seguramente lo que motivó a Lamar a tomar una decisión definitiva, convencido no sólo de que el comercio entre Texas y Santa Fe era posible, sino de que los comerciantes texanos tendrían ventajas sobre los más lejanos de Estados Unidos. Así lo manifestó en su mensaje anual de 1839, en el que declaró estar convencido de la importancia de establecer "una correspondencia e intercambio con la gente de Santa Fe, debido a su conexión inmediata con los intereses y prosperidad futura del país".[ 8 ]

Como ya se ha dicho, la situación financiera de Texas atravesaba por un mal momento: su moneda se había depreciado, sus esfuerzos por conseguir préstamos en el extranjero habían fracasado y tampoco pudieron establecer un banco gubernamental. Ante esto, no es de extrañar que pensara que, si el territorio bajo el control de las autoridades mexicanas en Santa Fe pasara al suyo, podrían aumentar sus recursos económicos. La tierra en sí no se los proporcionaría a corto plazo, pero las posibilidades que ofrecía el comercio de Santa Fe, se presentaba como el mejor medio para hacer frente a la situación. Aquí entraba, también, el aspecto político de los intereses texanos en Nuevo México. Para justificar la apropiación de Santa Fe y de su comercio, Lamar señalaba que los habitantes de Nuevo México que vivían al oeste del río Grande en realidad eran ciudadanos texanos que nunca habían tenido oportunidad de tener comunicación con el gobierno que él presidía, y que, dicho gobierno, o renunciaba al reclamo de su jurisdicción sobre ellos o necesariamente debía tomar medidas para asegurar la reclamación de una manera efectiva. El momento para llevar a cabo estos planes parecía oportuno. México tenía problemas internos y en Nuevo México un levantamiento había llevado al poder a Manuel Armijo. Por otro lado, Lamar recibía informes en los que se le aseguraba que los habitantes de Nuevo México verían con buenos ojos la llegada de los texanos por el descontento que provocaba la forma tiránica en que Armijo los gobernaba, y que aceptarían con facilidad otro régimen. Ya completamente decidido a ocupar la ciudad de Santa Fe, Lamar mandó agentes que prepararan el terreno para la expedición que tenía planeada. En abril de 1840, nombra comisionado a William G. Dryden, un ciudadano de Santa Fe que se encontraba en Austin, al que encomienda que trate de convencer a los habitantes de aquel territorio de las bondades de los texanos y que aceptaran cambiar de gobierno.

La carta en que se dan estas instrucciones está dirigida al propio Dryden, a John Rowland y a William Workman, todos de Santa Fe, y la firma Abner S. Lipscomb, secretario de estado de Texas. En ella explica la intención del presidente de enviar pronto una expedición a Santa Fe con el fin de explorar una mejor ruta para el comercio y abrir una comunicación con los habitantes de Nuevo México, del oeste del río del Norte, para lo que pide la ayuda de los comisionados, que se encargarían de explicar a la gente del lugar y al pueblo de Santa Fe los objetivos de esa expedición. También dice que la república de Texas está reclamando su antigua frontera: la que va del nacimiento a la desembocadura del río del Norte, con la intención especial de que los habitantes civilizados que están dentro de estos límites puedan establecerse bajo el gobierno de leyes que aseguren su vida, libertad y propiedad; que si dichos habitantes se organizaran con paz y tranquilidad bajo la constitución texana, les podrían asegurar protección, derechos, privilegios e inmunidad igual a la establecida para los habitantes de Texas, así como respeto a la religión. Por otro lado, no se les exigirían contribuciones especiales ni préstamos forzosos, salvo el pago de impuestos, que sería uniforme para toda la república.

Con la misma intención proselitista, la carta hace referencia a los pueblos indios. Se pide a los comisionados que expliquen a los indios sedentarios, los que cultivan tierras y son cristianos, que pueden acogerse a las leyes texanas como ciudadanos, con todos los privilegios. Si refutaran que la Constitución señala que los indios no pueden ser considerados ciudadanos, se les reitere que, en dicho documento, la palabra "indios" alude a los bárbaros y no a los civilizados. En uno de sus párrafos, la carta dice:

La intención es que la expedición llegue a Santa Fe a más tardar a mediados de agosto. Su carácter será esencialmente militar, pero irá acompañada por comisionados autorizados para proponer y llevar a cabo los puntos de vista del gobierno, de acuerdo con los principios antes expresados. La expedición irá preparada, también, para hacer un estudio geológico, mineralógico y topográfico[ 9 ] del que pueden anticiparse resultados muy beneficiosos.[ 10 ]

En esta carta queda clara y parece definitiva la idea de una anexión pacífica. Se trata de convencer a los ciudadanos de Nuevo México de los beneficios que obtendrían si organizaran su sistema de gobierno unido al de Texas y, así, el carácter de las instrucciones contenidas en la misma es totalmente político.

A pesar de su decisión, Lamar no lograba que el Congreso aprobara la expedición. Al abrirse las sesiones en 1840, el presidente reforzó su propuesta al sentir que, en ese momento, el Congreso le era favorable. No fue así; había congresistas en desacuerdo que se manifestaron en contra de la política de Lamar el 19 de noviembre de ese año. En una resolución conjunta, se pedía al presidente que recibiera en el servicio a una compañía de voluntarios del condado de San Patricio, lo que trajo como consecuencia la protesta de varios miembros del Congreso, que objetaban el incremento de gastos con el propósito de extender la frontera. Uno de los opositores más importantes fue Samuel Houston, quien acababa de incorporarse a su puesto como representante de San Agustín.

El 21 de noviembre, el congresista James W. Parker pidió autorización para el reclutamiento de sólo cuatro mil hombres; argüía que ocasionarían gastos al gobierno, ya que se les daría una garantía condicional a cada uno por el equivalente a seiscientos cuarenta acres de tierra al norte del camino de Missouri a Santa Fe. Aseguraba, también, que en un lapso de veinte días él obtendría un tratado ratificado con los indios de las praderas. La petición fue denegada.[ 11 ]

En las cámaras de representantes la opinión estaba dividida. Algunos propugnaban la guerra con México para obligarlo a reconocer la independencia de Texas y, cada día, surgían diferentes propuestas, sin que se acabara de aceptar la de Lamar. Éste cayó enfermo, y el 12 de diciembre pidió permiso al Congreso para ausentarse; lo sustituyó en el cargo el entonces vicepresidente, David G. Burnett. El 16 de diciembre, Burnett informó al Congreso sobre los preparativos que México estaba realizando para recuperar Texas. Ante esta amenaza, ambas cámaras de representantes acordaron que la frontera oeste se pusiera en estado de defensa. Esta situación y el que Burnett fuera partidario de una guerra ofensiva contra México hicieron que el asunto de la expedición a Santa Fe pasara a segundo término. Por otro lado, el comité encargado del estudio reportaba la pobreza de las arcas como obstáculo para lanzarse a la guerra contra México.

Lamar ocupaba de nuevo la presidencia cuando, en enero de 1841, se volvió a presentar en el Congreso la petición para que se abriera la comunicación comercial con Santa Fe y otros pueblos. Las cámaras de representantes no se pusieron de acuerdo, y el Congreso denegó el apoyo con el argumento del problema financiero. A pesar de esta negativa, Lamar, que estaba decidido a realizar dicha expedición, trascendió sus poderes constitucionales en los ramos militar y de hacienda, al pedir al tesorero ochenta mil dólares para el equipamiento de la misma.

Lamar seguía considerando fundamental abrir las relaciones comerciales y obtener el control del comercio de Santa Fe. Para apoyar su idea argumentaba que su empeño respondía al deseo de ocho mil habitantes de esa región, que buscaban terminar con México y pedían el apoyo de Texas. Con gran ingenuidad, la expedición se disfrazó de comercial. De hecho, eran los comerciantes los que acompañaban al ejército de voluntarios, que empezó a reclutarse, con el supuesto fin de ofrecer protección a los primeros, pero era para el ejército para quien se preparaba el transporte y toda la expedición. A mediados de mayo tenían reclutadas seis compañías, con un total de 265 personas, entre soldados y oficiales. El mando de las mismas se lo dieron al general Hugh Mc Leod.

Ya en el mes de abril, había ido a Nueva Orleáns George T. Howard con el encargo especial de abastecerse de lo necesario para la expedición y de invitar a voluntarios americanos para la misma. Entre los hombres que respondieron al llamado se encontraba George W. Kendall, editor del diario Picayune que se convirtió en el cronista de esta empresa, con su libro Narrative of the Texan Santa Fe expedition. Algunos comerciantes de Nueva Orleáns enviaron representantes para estudiar las facilidades que podrían obtenerse del comercio regular con Santa Fe, vía Texas.

En su libro, Kendall asienta que, cuando le preguntó a Howard cuál era el fin de la empresa, éste le informó que la intención del general Lamar era abrir el comercio directo con Santa Fe, por ser una ruta más corta que la del camino de Missouri, y que, aparentemente, éste era el objetivo principal. Más adelante, Kendall dice "que el general Lamar tenía otra intención, poner bajo la protección de su gobierno la provincia de Nuevo México localizada al oeste del lado texano del río Grande, no lo supe hasta que estuve en marcha hacia Santa Fe".[ 12 ]

A pesar de haberla conocido en el camino, Kendall justifica la idea de Lamar, al decir que tenía: "la bien fundada creencia de que nueve de cada diez habitantes estaban descontentos bajo el yugo mexicano y ansiosos de encontrarse bajo la protección de aquella bandera a la que, realmente, le debían fidelidad". Kendall continúa:

Con las pruebas que tenía el general Lamar de que tal sentimiento existía en Nuevo México, no podía actuar de otra manera que como lo hizo, no podía hacer otra cosa que dar a la gente del oeste de Nuevo México una oportunidad para arrojar el irritante yugo bajo el cual habían gemido por tanto tiempo. Texas reclamaba como su frontera el oeste del río Grande y los habitantes que estaban dentro de esa frontera pedían la protección de Texas; ¿no era entonces un deber para el primer magistrado de esta última proporcionar a todos sus ciudadanos toda la ayuda que le fuera posible?[ 13 ]

Con un absoluto convencimiento y muy poca noción de la geografía texana, Kendall insiste en sostener el punto de vista de Lamar y los texanos. Total, todo era cuestión de mover los límites fronterizos de acuerdo con lo que ellos pensaban y les acomodaba, sin tener en cuenta para nada a los ocupantes de dicho territorio que, según ellos, ni siquiera les correspondía.

En relación con este tema, Kendall continúa:

Texas reclamaba el río Grande como el oeste de su frontera, pero como Santa Fe y los otros puntos colonizados de Nuevo México situados en el lado oeste del cauce se hallaban tan aislados, la nueva república no había podido nunca ejercer su jurisdicción sobre la población que se encontraba realmente dentro de sus límites. Pero, los dirigentes de Texas creían [que] había llegado la hora de que su autoridad se ejerciera a todo lo largo y ancho de su dominio, de que los ciudadanos de su más lejana frontera estuvieran integrados a la comunidad, y, como estaban totalmente convencidos de su buena voluntad, había ansiedad por hacer ese movimiento, y así fue como se originó la expedición de Santa Fe.[ 14 ]

Esta expedición fracasó antes de llegar a su destino por la gran cantidad de obstáculos que encontró: ataques de indios, falta de agua, grandes distancias y un territorio desconocido, entre otros avatares. Salió el 20 de junio de 1841 y, según los planes, decía llegar a Santa Fe a fines del siguiente mes. Lo cierto es que el 31 de agosto se aprehendió al primer grupo que arribó a las afueras de Santa Fe y el 11 de septiembre a los grupos restantes.

En una carta fechada el 15 de junio de 1841 y dirigida a los comisionados texanos William G. Cooke, Antonio Navarro, Richard F. Brenham y William G. Dryden, que días después saldrían hacia Santa Fe, el secretario de Estado, Samuel A. Roberts, les dio instrucciones y, a pesar de la descripción que hizo de lo que pudieran encontrar, en ningún momento se presenta duda alguna sobre la territorialidad.

En la carta dice:

Esta expedición ha sido organizada por el presidente con el propósito de abrir la comunicación con aquella porción de la república conocida como Santa Fe, la que pronto será unificada al resto de la república, de tal manera que, la supremacía de nuestra Constitución y leyes prevalezca en todo el territorio que está dentro de nuestros límites. Ahora bien, como ese trozo de terreno está habitado por gente extraña a nuestras instituciones y sistema de gobierno, que habla un idioma diferente y que, en su origen, es de procedencia extranjera, gente cuya religión, leyes, maneras y costumbres difieren ampliamente de las nuestras; se necesitará de la mayor prudencia para darles a conocer el objeto de nuestra misión una vez que lleguen a Santa Fe y, posteriormente, al manejar lo relativo al intercambio con ellos.[ 15 ]

Continúa diciéndoles que, para el presidente, el fin primordial es atraer a la gente de Santa Fe al sistema y extender entre ellos el espíritu de libertad e independencia. Para lograrlo, les sugiere que no sean demasiado cautelosos en su conducta, conversaciones y comportamiento en general. Al contrario, les pide que, al llegar a Santa Fe, se apropien de los edificios públicos, recomendándoles, eso sí, que lo hagan de buena manera y convenciendo a la gente.

Dentro de las instrucciones dadas a los comisionados está la de explicar y convencer a la población de Santa Fe de todas las ventajas y del engrandecimiento de Texas, contrastándolo con México, con su debilidad, guerras civiles y su carga de deuda pública; en pocas palabras, destacando las enormes ventajas de pertenecer a Texas.

Lo anterior siempre y cuando se dieran las condiciones favorables, porque:

si no se logra la buena respuesta que esperamos, el presidente, a pesar del ansia que tiene porque nuestra bandera nacional sea reconocida en Santa Fe, no considera oportuno, por el momento, presionar ni utilizar la fuerza en esa porción de la república. Si las autoridades mexicanas están preparadas para defender con armas la plaza, y ustedes consideran que el grueso de la población los apoyaría, no resultaría nada bueno de arriesgarse en una batalla. Porque, si llegáramos a triunfar en la lucha armada, se necesitaría una poderosa fuerza militar para mantener la posesión de la plaza, cuyo solo costo, por no mencionar otras objeciones igualmente perentorias, lo haría prácticamente imposible. Si desafortunadamente no se ganara, los males que se derivarían de este hecho no requieren de una explicación más amplia. En un caso así no están autorizados a arriesgar una batalla.[ 16 ]

El secretario de Estado continúa la carta con las siguientes consideraciones:

en el caso de que sólo se resistieran las tropas del gobierno mexicano y, en su opinión, la gente estaría con ustedes o sería indiferente al resultado, lo único que, entonces, deberán tener en cuenta es la habilidad para derrotarlos, y ésta sólo ustedes podrán valorarla. Si llega a tomarse la ciudad, es probable que parte del ejército que los acompaña se quede al mando del general Cooke.[ 17 ]

Dicho general también llevaba una carta firmada por el secretario de Estado, en la que se le instruía sobre las medidas que debía adoptar para organizar un gobierno provisional y actuar él en la aduana una vez que Santa Fe fuera tomada.

Como ya se dijo, la expedición fue un fracaso absoluto. De hecho en Nuevo México estaban alertados sobre esa invasión desde 1839 y no tuvieron mayores problemas para hacerle frente. Se trasladó a los prisioneros a la ciudad de México, y algunos fueron recluidos en San Lázaro y otros en Perote. El cronista de esta larga peregrinación también fue Kendall.

En Texas no se sabía con exactitud lo ocurrido, sólo se corrían rumores de la derrota sufrida y del aprisionamiento de los participantes en la expedición, cuando Lamar pronunció su último discurso como presidente, el 3 de noviembre de 1841. Todavía insistió ante el Congreso en que sería un error negar la ayuda a los habitantes de Santa Fe, ya que éstos veían en ellos "una puerta abierta para ser admitidos en la misma familia", el verdadero peligro -decía- eran los ciudadanos norteamericanos de Nuevo México, que podían organizar una revolución y lograr la independencia de ese territorio y "una vez hecho esto -agregaba- tendrán un gobierno que llegará hasta el Pacífico, en tanto que nosotros estaremos circunscritos a límites que, aunque más extensos que los de San Marino, son mucho menores si se trata de contar con los elementos esenciales de protección".[ 18 ]

Lamar fue un texano convencido de la grandeza que podría tener su país. Muchos historiadores lo califican de loco visionario por el fracaso de la expedición, de la que es innegable que no midió los alcances. Por lo que se desprende de sus informes y discursos, pareciera que no tuvo la capacidad para darse cuenta de que las circunstancias eran diferentes a las de Texas cuando ésta proclamó su independencia de México, lo que lo llevaba a creer que la situación de los habitantes de Santa Fe era igual a la de los texanos. Lo que es indudable es que estaba decidido a hacer de Texas una gran república independiente.

En diciembre de 1841 ocupaba ya la presidencia Sam Houston. Lamar fue duramente atacado; muchos miembros del Congreso insistían en que se había extralimitado en sus funciones como presidente y, también, le criticaban la utilización de fondos que no habían sido plenamente autorizados por las cámaras. Sin embargo, en enero de 1842, cuando se supo ya con toda certeza el resultado de la expedición, surgió la idea de venganza.

Es difícil no ver en Lamar a un heredero de las ideas anexionistas propias de los anglosajones, que justificaba la incorporación de Nuevo México a Texas con los mismos argumentos utilizados por los políticos norteamericanos para apoyar sus fines de extensión territorial. Si el gobierno de Washington tuvo una reacción negativa hacia la expedición de Santa Fe, fue porque no se le tomó en cuenta por el fracaso de la misma, y porque, en el fondo, estaba esperando el momento propicio para incorporar Texas a la Unión Americana. Este momento no se había dado aún, ya que pretendían que México reconociera voluntariamente la independencia de Texas, lo que les evitaría un problema grave con ese país. Por eso, la acción de Lamar no acaba de encajar en sus planes. Éstos eran evidentes desde los primeros meses en que Texas se declaró libre y en Washington se azuzaba a sus representantes, pidiéndoles que presionaran al gobierno mexicano para que reconociera unos límites fronterizos inventados por ellos. De hecho, estos límites sacados de la manga sirvieron de pretexto para hacer estallar la guerra contra México, que se negaba a aceptar la independencia de Texas.

Waddy Thompson, diplomático norteamericano, fue el encargado de abogar ante el gobierno mexicano por sus paisanos aprehendidos en Santa Fe, y por el reconocimiento de la independencia de Texas. El propio Santa Anna le respondió así en una ocasión: "usted, señor, sabe muy bien que firmar el tratado de traspaso de Texas sería lo mismo que firmar el decreto de muerte para México [...]; mediante el mismo procedimiento tomarían ustedes, una tras otra, las provincias mexicanas, hasta tenerlas todas".[ 19 ]

En este contexto, la expedición de Santa Fe, que pudiera parecer una aventura aislada, se liga, a pesar de su fracaso, a todo el proyecto ideológico político basado en las ideas expansionistas de la población anglosajona del norte; y se incorpora totalmente al mismo por el deseo de venganza, que surge del orgullo herido de los texanos, y que los lleva a propiciar la anexión a la Unión Americana, que saben que se dará apenas las circunstancias sean favorables.

Kendall, cronista de la expedición a Santa Fe, vuelve en 1847 a México; como periodista durante la invasión norteamericana, dice que no va a hablar de la guerra de México, pero que puede "aseverar que ningún estado de la Unión demostró mayor presteza por entrar al conflicto que Texas mismo, ni proporcionó más hombres, dada la población que tenía en la época". También señala que, al primer llamado del general Taylor para reclutar voluntarios, declaradas ya las hostilidades, hizo parecer que,

el nuevo Estado se había levantado en armas; la mayoría de los participantes en la expedición de Santa Fe, que habían logrado sobrevivir, se enlistaron, y siempre se encontraban a algunos de ellos en Monterrey, en Buena Vista y en cada uno de los campos de batalla del valle de México y, ningún hombre se alegraba tan de corazón como ellos, con las victorias conseguidas sobre sus antiguos opresores.[ 20 ]

Como Kendall participó en la expedición y estuvo prisionero en México, comparte el sentimiento de sus compañeros en campaña, de los que hace un recuento minucioso. Para esas fechas, convertido ya en anexionista furibundo, declara: "Puedo asegurar que el momento más feliz de mi vida fue cuando vi desplegarse por primera vez la bandera americana en el Palacio Nacional de la capital mexicana, cuando, por primera vez, se la veía ondear triunfante en los Halls of Montezuma".[ 21 ]

No es difícil suponer que altos políticos norteamericanos, muchos ciudadanos de ese país, imbuidos del espíritu anexionista propio del Destino Manifiesto, texanos libres y soldados yanquis hicieran suyo ese momento feliz.

[ 1 ] William C. Binkley, The expansionist movement in Texas. 1836-1850, New York, Da Capo, 1970, p. 18.

[ 2 ] Wharton A. Rusk (s. f.), Diplomatic correspondence of the Republic of Texas, 3 v., Washington, GPO, 1908-1911, v. II, p. 193-194 (se cree que fue escrita alrededor del 18 de febrero de 1837).

[ 3 ] William C. Binkley, The expansionist movement in Texas. 1836-1850, New York, Da Capo, 1970, p. 31.

[ 4 ] Iron a Hunt, 31 de diciembre de 1837, Diplomatic correspondence of the Republic of Texas, 3 v., Washington, GPO, 1908-1911, v. I, p. 277.

[ 5 ] Thomas Maitland Marshall, Commercial aspects of the Texan Santa Fe expedition, Austin, Texas State Historical Association, c. 1917, p. 248.

[ 6 ] Discurso inaugural de Lamar, 10 de diciembre, 1838, The papers of Mirabeau Buonaparte Lamar, 6 v., edited from the original papers in the Texas State Archives by Charles Adams Gulick, Jr. (and others), Austin, Pemberton Press, 1968.

[ 7 ] Discurso inaugural de Lamar, 10 de diciembre, 1838, The papers of Mirabeau Buonaparte Lamar, 6 v., edited from the original papers in the Texas State Archives by Charles Adams Gulick, Jr. (and others), Austin, Pemberton Press, 1968.

[ 8 ] Mensaje de Lamar al Congreso, 12 de noviembre, 1839, The papers of Mirabeau Buonaparte Lamar, 6 v., edited from the original papers in the Texas State Archives by Charles Adams Gulick, Jr. (and others), Austin, Pemberton Press, 1968.

[ 9 ] En el texto se dice "typographical", pero probablemente es un error tipográfico.

[ 10 ] Letters of Secretary of State to Commissioners to Santa Fe, p. 1-5.

[ 11 ] Thomas Maitland Marshall, Commercial aspects of the Texan Santa Fe expedition, Austin, Texas State Historical Association, c. 1917, p. 255.

[ 12 ] George Wilkins Kendall, Narrative of the Texan Santa Fe expedition, Chicago, R. R. Donnelley & Sons, 1929, v. I, p. 15.

[ 13 ] George Wilkins Kendall, Narrative of the Texan Santa Fe expedition, Chicago, R. R. Donnelley & Sons, 1929, v. I, p. 15.

[ 14 ] George Wilkins Kendall, Narrative of the Texan Santa Fe expedition, Chicago, R. R. Donnelley & Sons, 1929, v. I, p. 15.-16.

[ 15 ] Letters of Secretary of State to Commissioners to Santa Fe, p. 6.

[ 16 ] Letters of Secretary of State to Commissioners to Santa Fe, p. 6.

[ 17 ] Letters of Secretary of State to Commissioners to Santa Fe, p. 8-9.

[ 18 ] Mensaje de Lamar al Congreso, 3 de noviembre, 1841, The papers of Mirabeau Buonaparte Lamar, 6 v., edited from the original papers in the Texas State Archives by Charles Adams Gulick, Jr. (and others), Austin, Pemberton Press, 1968.

[ 19 ] Waddy Thompson, Recollections of Mexico, New York-London, Wiley-Putnam, 1846, p. 238.

[ 20 ] George Wilkins Kendall, Narrative of the Texan Santa Fe expedition, Chicago, R. R. Donnelley & Sons, 1929, v. II, p. 427.

[ 21 ] George Wilkins Kendall, Narrative of the Texan Santa Fe expedition, Chicago, R. R. Donnelley & Sons, 1929, v. II, p. 428.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 14, 1991, p. 53-65.

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