Álvaro Matute y Evelia Trejo
Cuando Justo Sierra afirmó, al concluir su reseña crítica a México a través de los siglos, que deberían transcurrir por lo menos veinticinco años para intentar otra obra de síntesis general sobre el pasado mexicano, no imaginaba que sólo once años más tarde aparecería tal trabajo dirigido nada menos que por el propio Sierra.[ 1 ] En efecto, tal parecería que México a través de los siglos sería la primera -y última- gran síntesis en mucho tiempo. En parte, casi lo ha sido. Sin embargo, México: su evolución social apareció como una alternativa histórico-sociológica distinta. México a través de los siglos era la gran expresión del liberalismo romántico tardío; la obra dirigida por Sierra vendría a expresar al positivismo,[ 2 ] acaso también ya tarde, de acuerdo con el panorama internacional. La celeridad con la cual se sucedieron ambas obras -menos de la mitad de años que vaticinaba don Justo- pone de manifiesto por lo menos dos cosas: primero, que una es consecuencia de la otra y, segundo, que hacia 1889 el liberalismo vivía horas extras, a medida que el régimen porfiriano se colocaba en el cenit. Dicho de otro modo, por lo que respecta a investigación, la obra dirigida por Sierra le debe mucho a la dirigida por Vicente Riva Palacio; por lo que toca a expresión, no es exagerado afirmar, que salvo un par de notas discordantes, no hay monumento tan representativo del Porfiriato como México: su evolución social.[ 3 ]
En un sentido distinto al indicado en el párrafo anterior, los once años que median entre las dos obras sí parecen los veinticinco que quería Sierra. La segunda es más moderna en actitud ante el pasado, concepción de los hechos históricos, explicaciones y, desde luego, su nota más distintiva: la arquitectónica. La división temática, a diferencia de la cronológica de México a través de los siglos evita que la historia tienda a "retrogradar hacia la crónica y la crónica a pulverizarse en efemérides".[ 4 ] Por último, aunque los dos libros son obras notables de la tipografía de su tiempo, la primera está ilustrada con grabados en acero mientras que la segunda con fotografías.
Hay, no obstante, un aspecto en el que México a través de los siglos aventaja a México: su evolución social: las reediciones. De hecho, la segunda de las obras sólo ha tenido una edición completa, aunque aparecieron simultáneamente versiones en inglés y francés, además de la original en español. Algunos trabajos, como el del propio Sierra, han sido editados como obras sueltas; otros sólo han salido una sola vez de las prensas.[ 5 ] Por lo que toca a México a través de los siglos, no hay hogar mexicano de clase media para arriba, que se precie de ilustrado, que no haya recibido favorablemente el embate de un agente vendedor de libros, aunque en muchos casos, la obra termine sirviendo de elemento decorativo; también puede resolver algún problema escolar a nivel medio superior.
Los autores de México a través de los siglos nacieron entre 1828 y 1844; el director de la obra, en 1832, esto es, era dos años menor que Porfirio Díaz. En cambio, los de México: su evolución social nacieron entre 1839 y 1873; su director en 1848. Revisémoslos uno por uno:
1. Manuel Sánchez Mármol (1839-1912)
2. Julio Zárate (1844-1917)
3. Genaro Raigosa (1847-1906)
4. Justo Sierra (1848-1912)
5. Bernardo Reyes (1849-1913)
6. Pablo Macedo (1851-1918)
7. Gilberto Crespo y Martínez (1852-1916)
8. Porfirio Parra (1854-1912)
9. Miguel S. Macedo (1856-1929)
10. Carlos Díaz Dufoo (1861-1941)
11. Ezequiel A. Chávez (1868-1946)
12. Agustín Aragón (1870-1954)
13. Jorge Vera Estañol (1873-1958)[ 6 ]
La distancia media entre las dos fechas extremas es 1856, año en el que nació el menor de los Macedo; sin embargo, es fácil advertir que la mayoría se integra entre 1847 y el ya mencionado 1856. De acuerdo con las agrupaciones generacionales de quince años, que se han aceptado de manera más amplia, México a través de los siglos es obra de la generación 1830-1844, mientras que México: su evolución social corresponde a la ubicada entre 1845-1859. Ya Díaz Dufoo, Chávez, Aragón y Vera Estañol pertenecen a la generación "azul", precedente a la "revolucionaria", en la nomenclatura luisgonzalina.[ 7 ]
Se trata de la generación básicamente educada por Gabino Barreda de manera directa. Cuando se dio la lucha entre el imperio y la república, niños y jóvenes fueron los primeros en vivir la coincidencia entre su arribo a la edad adulta y el advenimiento de la paz en México. El positivismo los formó y prefirieron a Comte, Spencer, Mill y Taine por encima del ya vetusto Rousseau y los ideales románticos de la generación anterior.[ 8 ]
No de manera casual el grupo "nuclear" de la generación, es decir, el que va de Sierra a Miguel S. Macedo, se caracterizó por su asimilación a la alta burocracia porfiriana: entre sus hechos pueden citarse la fundación de los periódicos El Foro y La Libertad, la asimilación a la política vía Manuel Romero Rubio, la organización de la unión liberal que apoyó la tercera reelección de Díaz y, finalmente, la ocupación de secretarías y subsecretarías de Estado, una gubernatura, puestos elevados en el ramo educativo, en fin, expresaban la política porfiriana en su vertiente científica o realizaban una obra importante dentro del positivismo mexicano.[ 9 ] Esto alcanza a algunos de la generación siguiente, como el ortodoxo comtiano Agustín Aragón. De esta manera, México: su evolución social es, a la vez, la expresión más acabada del binomio positivismo-porfirismo.
El título completo de la obra permite hacer una glosa de los propósitos que perseguían Justo Sierra y su docena de colaboradores. Primero que nada, el enunciado básico: un sujeto, México, del cual se conocerá cuál ha sido su evolución social. El concepto de evolución da, por sí mismo, todo un contenido. Implica una trayectoria entre dos puntos, pero además, ascendente. Se va de lo primitivo a lo desarrollado; de lo simple a lo complejo. El concepto evolución trae implícita la idea de un camino progresivo y de cambio natural; de un movimiento que se da necesariamente, a veces eurítmico, a veces violento, pero siempre hacia adelante. La palabra social complementa la idea de evolución. Se trata, entonces, de la evolución de un todo orgánico, plenamente interrelacionado y totalizante. Sin embargo, es preciso especificar qué aspectos componentes de la sociedad se tomarán en cuenta. Ello lo da el muy largo subtítulo de la obra,[ 10 ] que dice:
Síntesis de la historia política, de la organización administrativa y militar y del estado económico de la federación mexicana; de sus adelantamientos en el orden intelectual; de su estructura territorial y del desarrollo de su población y de los medios de comunicación nacionales e internacionales; de sus conquistas en el campo industrial, agrícola, minero, mercantil, etc., etc.
Lo anterior expresa con claridad el contenido plural de la gran obra. Pero hay un enunciado más que pone en claro sus intenciones: Inventario monumental que resume en trabajos magistrales los grandes progresos de la nación en el siglo XIX.
Las últimas palabras se ligan con dos hechos: uno gráfico y el otro financiero: el primero es que la última ilustración del último tomo de la obra, cuando ya no queda por delante sino el índice, es don Porfirio Díaz Mori, vestido de civil en su despacho presidencial. Fotografía imponente que lo muestra de perfil, proyectando desde ahí su dominio personal, ubicado en la cúspide de la pirámide del poder. El otro hecho, el financiero, es que la obra fue costeada con dinero público.[ 11 ] Se trataba, en suma, de dar al mundo y a las elites plutócrata e intelectual mexicanas ese "inventario monumental" de los "grandes progresos de la nación en el siglo XIX", aunque un par de autores clavaron sendas espinas en ese canto a sí misma con el que se celebró la elite del poder.[ 12 ]
Por lo demás, ese "inventario" trata de recoger -y lo hace- todos los aspectos enunciados en el enorme subtítulo y que son funciones vitales del organismo social, desde su base inerte, el territorio y sus "razas", más estáticas que dinámicas hasta la "era actual", donde se hacía el balance final del proceso evolutivo.
Es interesante notar que la obra fue dirigida por un historiador, en realidad polígrafo, y colaboró con él otro escritor ya probado en los menesteres de Clío, como Julio Zárate, autor de la parte tercera de México a través de los siglos. Otros colaboradores escribirían historia después: Aragón, Chávez, Parra, Vera Estañol, pero en 1900 no lo habían hecho. Huelga decir que los otros jamás lo harían.
La arquitectónica del trabajo, en términos muy generales, ofrece una organización lógica y coherente a la cual se le atraviesan obstáculos difíciles de salvar. Por otra parte, al describirla se comentará la idoneidad de los autores, salvo en un caso.
Olvidó Sierra que cuando reseñó México a través de los siglos recomendó una edición alterna en libros más pequeños porque, decía, las obras que requieren atril para leerse están condenadas a permanecer cerradas. Decoración versus comunicación.
El primer tomo se abre, como es natural en todo trabajo positivista que se respete, con "Del territorio de México y sus habitantes", escrito por el entonces joven ingeniero Agustín Aragón, cuya fama todavía no trascendía. Sin embargo, sus conocimientos topográficos y su comtismo ortodoxo lo autorizaban a ser el encargado de esta parte, que con la de Sierra, es de las más valiosas de la obra.
Continúa el ya clásico texto de don Justo "Historia política" que parte de las culturas aborígenes y llega al establecimiento de la república restaurada. Su magistral "La era actual" queda reservado para el balance final. Desde luego, Sierra era un historiador, o se estaba haciendo. Profesaba cátedra de Historia en la Escuela Nacional Preparatoria, era autor de textos auxiliares para la enseñanza de distintos niveles. Trabajos como "México social y político" y la citada reseña a la obra dirigida por Riva Palacio lo revelan como un lector responsable y atento de la herencia historiográfica mexicana. Por "Historia política" no hay que entender, de manera restringida, una historia del poder sino un gran hilo conductor a la vez que marco general y totalizante de toda la obra, dentro del cual se ubican los aspectos particulares.
Julio Zárate, abogado que llegó a ser ministro de la Suprema Corte, se refiere a la realidad institucional, de manera sincrónica y no diacrónica, al escribir sobre "Las instituciones políticas. Los estados de la federación mexicana y las relaciones internacionales". Es un complemento tanto del texto de Sierra porque se refiere al presente, a donde Sierra arribó después de todo el proceso histórico, como del de Aragón porque da un perfil institucional de la parte geográfico-humana del primero.
Tal vez ningún miembro del ejército mexicano estaba tan calificado para referirse a las armas como Bernardo Reyes, rara combinación de militar de campaña y de gabinete, y no ajeno a la posibilidad de trocar eventualmente la espada por la pluma. Su obra es una generalización de la historia militar mexicana. Hasta el momento, ninguno de los trabajos está calificado con la voz "evolución".
El segundo volumen del primer tomo se dedica al trabajo intelectual y a instituciones. Lo abre el maestro de lógica -discípulo dilecto de Barrera- doctor Porfirio Parra, el positivista más reconocido de su tiempo. Él traza la trayectoria de la ciencia en México.
Continúa y complementa al anterior, el trabajo de Ezequiel A. Chávez sobre "La educación nacional". Chávez era colaborador cercanísimo de Sierra en la Subsecretaría de Instrucción Pública, entonces todavía fundida a la Secretaría de Justicia.
El decano de los autores era el literato tabasqueño Manuel Sánchez Mármol, muy bien calificado para la empresa que le fue encomendada. Prácticamente no hay género literario que quede fuera de su consideración.[ 13 ]
Un tropiezo lógico es la inclusión en este orden de los trabajos del reconocidísimo penalista Miguel S. Macedo. Tres textos breves, sincrónicos y no diacrónicos, constituyen su colaboración que, si bien es de alta calidad en sí, no sigue los patrones propios de toda la obra. Son: "El municipio. Los establecimientos penales. La asistencia pública". Indudablemente era necesario hacer referencia a esos tres aspectos, pero acaso dentro de un todo orgánico más acorde con el criterio evolucionista adoptado en toda la obra. Además, la parte dedicada al municipio debió estar más asociada a los textos de Zárate.
Por fin, tomo y volumen concluyen con una breve revisión del derecho mexicano a cargo de Jorge Vera Estañol, en "La evolución jurídica".
El tomo II parece tener como autor intelectual no a Sierra sino al mismísimo Limantour. Es el libro dedicado a la economía y todo en él es diacrónico. Puntualmente se recorren los aspectos fundamentales de la economía. Los trabajos son: "La evolución agrícola", "La evolución minera", "La evolución industrial", "Evolución mercantil", "Comunicaciones y obras públicas" y "La hacienda pública".
Salvo en el primer caso, la idoneidad de los autores es definitiva. Resulta inexplicable desde el punto de vista intelectual que en una obra que perseguía un alto índice de calidad aparezca un trabajo como el de Genaro Raigosa, cuya presencia se explica por su parentesco político con el presidente Díaz. Así, "La evolución agrícola" es escatimada por el autor, presa fácil de un sociologismo indigesto que lo aleja de la descripción positivista en aras de generalizaciones fáciles y huecas.
Contrasta con "La evolución minera", a cargo de quien fuera nueve años subsecretario de Fomento, el ingeniero Gilberto Crespo y Martínez.
El economista Carlos Díaz Dufoo senior es quien escribió lo tocante a la industria. Indudablemente se trata de uno de los trabajos más logrados. Podría decirse que él solo podría haber salido airoso si se le hubiera encomendado la redacción del tomo íntegro, ya que es el único que hace una historia más global de la economía al trazar la evolución de las industrias. No se limita a ellas, sino que relaciona la producción con la circulación, la distribución y el consumo, de acuerdo con los patrones clásicos de la economía.
Por último, Pablo Macedo, abogado, hombre ligado al gobierno y al capital privado en su rama financiera, es el autor de los tres trabajos restantes, todos sólidos y bien trazados. Muy descriptivo en su "evolución mercantil" y en la parte de las comunicaciones, sin dejar de serlo en la parte hacendaria, alcanza su mejor nivel. Se trata, además, del texto capital pro Limantour, aunque esté dedicado a la memoria del iniciador de la transformación hacendaria, don Matías Romero. Da crédito, con honradez, al escritor Ángel de Campo, Micrós, que redactó la parte prehispánica y colonial de la Hacienda Pública, y que desempeñaba un puesto en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.[ 14 ]
Éste es el conjunto de trabajos que integran la obra monumental. Dentro de ella, el México antiguo ocupa un lugar, aunque modesto, significativo.
Se ocupan del México prehispánico, en general, Sierra, Reyes, Parra, Chávez y todos los economistas. Aunque el trabajo de Aragón es sincrónico, al referirse a los indios vivos, tiene como telón de fondo al pasado que los generó. Obviamente Justo Sierra sí le da un lugar a la antigüedad indígena y, además, es el único que se refiere a otros grupos aparte del mexica. Su oriundez campechana y su oficio de historiador lo llevan a los mayas y a otros grupos del ámbito que todavía no era designado con el nombre de Mesoamérica. El general Reyes traza un cuadro del ejército mexica, su organización guerrera, de manera escueta y firme, para relatar, aparte, los hechos de armas de la Conquista. Si bien Parra niega la existencia de una ciencia precolombina, sí le dedica unas pocas páginas a los aztecas, al igual que Ezequiel A. Chávez. En general, Sierra rebasa el diez por ciento de su texto en referencia a la historia antigua, mientras que Reyes alcanza alrededor de un ocho por ciento y ni Parra ni Chávez superan el cinco por ciento.
Los economistas son más generosos. Todos se refieren a él. Raigosa supera el siete por ciento, Crespo el nueve por ciento, mientras que Díaz Dufoo se extiende en un dieciocho por ciento. Dos de los trabajos de Macedo andan por el cinco por ciento cada uno y el de las obras públicas dedica dos páginas de setenta y cinco al asunto de los acueductos y el problema de los lagos tenochcas.
En términos generales hay cerca de un diez por ciento, si se toma en cuenta sólo a los trabajos que sí le dedican atención al México antiguo y un poco más del cinco por ciento en relación con la obra completa. No se trata con ello de asentar una verdad de Pero Grullo y "demostrar" que interesaba más el presente que el pasado, sino simplemente medir el grado de interés que la herencia indígena le merecía a este grupo de miembros destacados de la elite cultural y financiera del Porfiriato.
Es oportuno indicar que los trabajos no pueden verse como resultados de una investigación histórica a fondo, tratándose, como se trata, de una tarea de síntesis. Así, pues, baste recordar que las fuentes más socorridas para componer la obra fueron básicamente las obras de Manuel Orozco y Berra y Alfredo Chavero; que hay referencias a Bernal Díaz del Castillo, a Cortés, a Clavijero y otros, y sólo en contadas ocasiones referencias a fuentes primarias como la Matrícula de tributos o el Códice mendocino.
En sentido estricto, tampoco puede hablarse de una valoración de fuentes. Debemos centrar en este caso la atención más bien en el propósito de la síntesis y en la fidelidad con que se sigue ese fin.
Agustín Aragón señala en las primeras páginas de la obra la importancia de conocer en sus orígenes los elementos étnicos de la nacionalidad mexicana. De alguna manera invita a glorificar el pasado de los indígenas para enseñarlos a mejorar su porvenir.
Y ¿cuál es la historia prehispánica que nos ofrece la obra? Sin lugar a dudas la historia como tal es la narración en una prosa magnífica, de don Justo Sierra. Hay que destacar, en primer término, que es el único que se ocupa del mundo prehispánico rebasando al pueblo azteca. Director de la obra y autor de la primera parte que implica a la historia, valora sobre todo dos culturas: la maya y la tolteca. Es el marco de referencia obvio para las consideraciones posteriores sobre el pasado indígena.
Una vez establecidas las hipótesis más importantes sobre el origen del hombre americano, que de alguna manera admite autóctono; y después de señalar las semejanzas de los primeros grupos con los mound builders de Norteamérica, se refiere con bastante cuidado a la civilización maya:
Se hacen presentes, desde los primeros juicios de valor los parangones: la civilización del sur, lo mismo entre los mayas [...] que entre los kichés [...] tiene todos los caracteres de una cultura completa, como lo fueron la egipcia y la caldea; y como ellas, y más quizá, presenta el fenómeno singular de ser espontánea, autóctona, nacida de sí misma; lo cual indica inmensa fuerza psíquica en aquel grupo humano [...]. Una religión, un culto, y dependiendo de él, como suele, una ciencia, un arte, una moral y una organización social, un gobierno, todo esto encontramos en la civilización del sur, y no por cierto, en estado rudimentario, sino más bien en sorprendente desarrollo.[ 15 ]
Continuamos citando:
los sacerdotes, para distribuir sus fiestas, observaron los movimientos del sol y los astros, lo mismo en Chichén que en Tebas, lo mismo en Babilonia que en Palenke o Tula, y fueron cronólogos, y formaron calendarios y tuvieron numeraciones, modos de contar que aplicaron al tiempo, idearon un procedimiento fonético de escribir, y fue el sacerdocio maya uno de los tres o cuatro que inventaron la escritura propiamente dicha en la humanidad.[ 16 ]
Para mantener este primer tono podemos pasar, dando un salto pequeño, a sus impresiones sobre los nahoas, en particular sobre los toltecas, esa tribu que hizo que sus congéneres le cedieran Manhemí, la capital otomí, a la que desde entonces llamaron Tula.
El establecimiento de un culto superior en Tula, el encumbramiento de Quetzalcóatl sobre la casta guerrera, permiten que leyenda y tradición personifiquen en él las excelencias de la civilización tolteca.
Sugiere Justo Sierra:
Probablemente en aquella edad de oro de la teocracia, los sacerdocios de Tollan, de Teotihuacán y de Chololan consignaron en los monumentos y en los libros ideográficos sus estupendas concepciones sobre el origen y jerarquía de los dioses, sobre el origen del universo, el de la tierra y la humanidad.[ 17 ]
Dice que conjetura, a falta de documentos. Reconoce además a este pueblo aptitudes prodigiosas en sus manifestaciones artísticas:
son como los fragmentos del libro inmenso que se deshace a nuestra vista y que nos cuenta cómo vivía, cómo sentía, en qué pensaba aquel grupo ansioso de revelar una partícula de su religión, de su historia, de su alma, de su vida, en suma, en cualquiera obra que salía de sus manos.[ 18 ]
Cuando se establece una lucha entre las divinidades de la noche y crepuscular, probablemente por reforma del calendario y por la proscripción de los ritos antropofágicos sobreviene el fin del esplendor tolteca. Aquí termina la parte admirativa. Se permite don Justo todo género de suposiciones reveladoras e interesantes. Tal parece que la admiración que le producen las manifestaciones de las culturas prehispánicas, en un momento dado, lo obligan a explicar y justificar el rumbo que más tarde tomaron las cosas. Desde luego, anota como una rémora en el desenvolvimiento de las culturas la falta de animales domésticos y de carga. Incluso advierte que quizá de haber existido habría desaparecido la antropofagia, aunque sobre él tiene una interesante reflexión. Dice:
pudiera creerse que el sacrificio humano, considerado hasta entonces como una ofrenda a los dioses, al mismo tiempo que como creación de una nueva divinidad [...] bajo la influencia de Quetzalcóatl se convirtió en una especie de comunión con la divinidad misma a quien se ofrecía el sacrificio, y que tomaba parte en el banquete, sagrado en unión con sus adoradores [...] así esta costumbre ritual, repugnante y atroz como ninguna, estaba informada por el mismo anhelo que movía los ágapes eucarísticos de las prístinas comuniones cristianas.[ 19 ]
En otro sentido, opina también que, de haber conocido el hierro, no los hubieran conquistado los españoles:
si realmente el civilizador Quetzalcóatl hubiese sido europeo y hubiese traído a los toltecas una fe [...] si les hubiese traído una escritura, si les hubiese enseñado a servirse del hierro, los toltecas habrían mantenido su dominación sobre la altiplanicie y Cortés habría encontrado un pueblo indomable.[ 20 ]
Quizá a Sierra le hubiera gustado que la historia prehispánica que idealmente entroncara con la civilización occidental fuera la de los toltecas. Pero existieron los meshi. Antes de referirse a ellos se da la oportunidad de una digresión:
Si las analogías y los paralelismos tuvieran por regla general, en la historia, otro valor que el puramente literario, se podría caer en la tentación de mostrar, en estas regiones mexicanas, una especie de compendio de la distribución de la historia antigua en los pueblos orientales con la de la maya-kiché, se hallarían en los toltecas a los helenos de la América precortesiana, y a los aztecas o meshi se les reservaría, no sin poder autorizar esto son ingeniosas coincidencias, el papel de los romanos.[ 21 ]
Los aztecas, o meshi, le merecen un trato diferente. Así como Nezahualcóyotl es para él el postrero y mejor fruto de la cultura tolteca, Motecuhzoma es el producto superior de una raza guerrera. La organización social, poderosa con base en el sacerdocio, dominado todo por un profundo sentimiento de temor religioso, la religión y la guerra, como los polos de su vida, son las notas distintivas durante su imperio. Nezahualcóyotl era la otra opción:
este afinamiento de las aptitudes de los príncipes techcocanos para mejorar el legado de los toltecas, los habría puesto al frente de la evolución que la espantosa superstición de los aztecas hizo abortiva y frustránea [...]. El culto a los dioses tomó enormes proporciones [...]. Era preciso que este delirio religioso terminase, bendita la cruz o la espada que marcasen el fin de los ritos sangrientos.[ 22 ]
Motecuhzoma, que según Sierra era un iniciado, sabía que el dios Quetzalcóatl había anunciado su retorno: "su orgullo [agrega Sierra] se extremaba y la voracidad de los dioses aumentaba, y el oro de los tributarios al imperio constituía el más fatídico de los presagios".[ 23 ]
Como hemos dicho antes, después de Sierra, ninguno de los autores que se ocupan de la etapa anterior a la Conquista se referirá a otra cultura que no sea la azteca.
En un lenguaje curiosamente adornado, Bernardo Reyes destaca, como era de esperarse, la vocación guerrera de este pueblo, desde la perspectiva de mirar en la historia para advertir "qué moléculas integran el ser que hoy nos alienta".[ 24 ]
Hace una descripción cuidadosa de la organización militar, de la indumentaria, de los sistemas y de las tácticas. Explica que, a pesar de su organización y de su legendario valor, no llegaron a formar una gran nación por no mezclarse con los subyugados; aniquilaban a los pueblos y con sus tributos ahondaban la separación y creaban gérmenes de odio. Agrega Reyes: "Sea como fuere, Anáhuac en reducida proporción, fue un reino a semejanza del Imperio Romano, guerrero, altivo, dominador [...]. Y origen, aunque remoto, de nuestro ejército, fueron aquellas huestes meshicas".[ 25 ]
La diferencia cuando nos acercamos al trabajo sobre la ciencia es marcada. Éste no es congruente con la valoración que hacen Sierra o Reyes. Porfirio Parra cancela las posibles aportaciones de la civilización aborigen. Al entender como ciencia un conjunto de doctrinas bien comprobadas y expuestas con claridad y precisión, que cuente además con un método adecuado a cada categoría de fenómenos, concluye que eso no fue conocido por los aztecas. Y la causa fue su escritura imperfecta muy lejana aún al alfabeto. (Sierra había señalado que en víspera de la llegada de Cortés, el paso de la ideografía a la verdadera escritura se estaba verificando ya). También le parecía imperfecto su sistema de numeración. Dice: "Su aritmética no pudo ser sino muy rudimentaria, y apenas suficiente para las toscas necesidades de la vida diaria, pero no para servir en manera alguna de instrumento científico".[ 26 ]
Afirma que no tenían bases matemáticas de las cuales servirse para el cómputo del tiempo. Sierra, en contraposición, al referirse a los meshi afirmó que los sacerdotes que guardaban la tradición astrológica tolteca hicieron esculpir piedras cronográficas entre las que descuella la Piedra del Sol. Resume ésta los sistemas cronométricos y cosmológicos de los herederos de los toltecas con tal precisión que puede decirse que no existe otro igual entre los que fueron obra de pueblos aislados, como los primitivos egipcios, caldeos y chinos.[ 27 ] En cambio, Parra sostiene que la interpretación del calendario de Antonio León y Gama, según una autoridad consultada por él, no tiene sino un apoyo endeble en un único pasaje de Acosta; concede Parra que tuvieron conocimientos numerosos extensos y variados, pero no pasaron de una fase empírica; no llegaron a sistematizarlos.
Ezequiel A. Chávez, por su parte, cuando se refiere a la educación de los aztecas, dice que estuvo encaminada hacia el combate y la religión, tanto en la familia como en el Calmécac. También se buscó la educación intelectual pero sus conocimientos eran casi totalmente empíricos, pocos podían elevarse al concepto de ley:[ 28 ]"pero como es necesidad del hombre explicarlo todo por síntesis, ya que nuestros abuelos no alcanzaron sino raras veces la ley, y pocas la entidad metafísica, llegaron sí al dios, múltiple y multiforme para entender el Universo".[ 29 ]
Las explicaciones dadas con lo sobrenatural son siempre sugestivas, dice, y afirma que esto representaba ventajas para las bellas artes: "la imaginación calentada en el hornillo de lo sobrenatural, levantaba las ideas hacia las divinidades".[ 30 ] Así tomaron extensión de literatura, la poesía, la música, la danza, la arquitectura y el arte suntuario. Le parece, a pesar de esto, que el arte azteca en cuanto se ligaba con la religión carecía a menudo de la divina euritmia de los griegos, llegaba en ocasiones a la deformidad y al caos.[ 31 ] En cambio, cuando el problema religioso no venía a deformar la inspiración nativa lograban admirables productos de cerámica, orfebrería, plumaria, etcétera.
Pero la educación por excelencia era la guerra. Educación material y religión orientaban hacia el combate. Una idea sola explica la historia azteca y sus procedimientos educativos: la guerra. "Fue la educación de los antiguos mexicanos la obra maestra de la educación militar para los pueblos que están como el de los aztecas en un periodo semi-bárbaro".[ 32 ]
Los textos de Ezequiel A. Chávez y de Bernardo Reyes tienen en común una misma imagen de la sociedad mexica y una tarea descriptiva encaminada a explicar esa sociedad guerrera.
En la secuencia de los trabajos contenidos en el último volumen, referido a los progresos económicos, hemos dejado para el final el primero de ellos, "La evolución agrícola" de Genaro Raigosa.
Sobre el segundo, "La evolución minera" de Gilberto Crespo y Martínez consideramos suficiente señalar que es, de todos, el que consigna más referencias a fuentes; en realidad toma de Bernal Díaz y de Cortés las citas que componen un pequeño artículo en el que se destaca básicamente qué metales eran conocidos, cómo se utilizaban, de dónde los tomaban y cuán admirables eran los trabajos de orfebrería. Concluye, eso sí, con la idea de que "resulta indiscutible que para el estado de cultura de aquella época y teniendo en cuenta el aislamiento en que habían vivido del resto del mundo, los aztecas habían llegado a realizar notables adelantos".[ 33 ] Y agrega: "Pero en las leyes que rigen a los movimientos del oleaje humano estaba escrito que esa civilización había de chocar con otra más general que vendría del Lejano Oriente".[ 34 ]
Destaca sin lugar a dudas en el tercer volumen el tercer trabajo: "La evolución industrial", por Carlos Díaz Dufoo. Bajo la descripción de esa sociedad guerrera y sacerdotal, nos lleva a seguir los pasos de la industria, es decir, nos conduce a la evolución propia de esa organización social en particular. De la industria doméstica que aparece prácticamente cuando el hombre se asienta en un territorio, pasa a la que generan la guerra y el impuesto. Explica con la atención debida los cambios que propicia la aparición de distintos tipos de industria, así, la división del trabajo, por ejemplo. Se ocupa, también, del tributo y del importantísimo papel del comerciante. Ve muy clara la evolución de esos grupos y por consiguiente determina que la Conquista modificó su progreso, al cambiar las orientaciones y el desenvolvimiento, la dirección y las finalidades.[ 35 ]
Subyace por supuesto la idea de falta de cohesión que permitió justamente que la llegada de una civilización distinta variara su rumbo: "carecía el agregado de movimiento propio; venía éste impuesto, forzado; era una ley de obediencia y no un acto voluntario".[ 36 ]
Apegado también a la explicación más concreta, sin dejar de situar en un punto determinado de la evolución al pueblo azteca, Pablo Macedo en sus tres trabajos da una visión bastante satisfactoria. En "La evolución mercantil" juzga que están esas razas primitivas a punto de salir de la edad de la piedra pulida, alcanzando los principios de la edad de bronce, pero sin llegar a la de hierro.[ 37 ] Destaca el papel del comerciante y se preocupa por consignar las circunstancias adversas al desarrollo mercantil. En lo que se refiere a las comunidades y las obras públicas solamente hace mención a los trabajos para el desagüe del valle de México.[ 38 ]
En "La hacienda pública", en cambio, amplía bastante sus comentarios; parte de la consabida caracterización de la raza mexica como teocrática y militarista: "Los conquistadores, los cronistas, los historiadores están conformes después de ponderar la ferocidad de aquella raza en que no carecía de una civilización relativamente adelantada: llevaba en su sangre, como herencia, la sabiduría de los toltecas".[ 39 ]
Dice que "en la existencia del hogar sus principios pudieran glosarse en el Evangelio".[ 40 ] Pero en el fondo estaba la crueldad de la legislación penal, violencia en las ordenanzas y ferocidad en los ritos. Para llegar al tema del tributo retrata la jerarquía que se imponía a los tributarios: el monarca, los integrantes del culto, la casta militar, la nobleza. Explica con bastante detalle en qué consistía el tributo. Afirma que:
Aquellas gentes excedían a sus conquistadores en el conocimiento de la contabilidad pormenorizada y de una estadística incipiente; al mirar las cartas del imperio, donde se representan las tierras del calpulli de amarillo claro, las de los nobles de encarnado y las del rey de púrpura, donde no se omite el dato simbólico más insignificante para valorar los predios, ocurre afirmar que el territorio del viejo Anáhuac estaba catastrado.[ 41 ]
Agrega a los mercaderes entre los directores de la cosa pública y enumera las funciones que cubrían:
No es inexplicable que el conquistador se haya deslumbrado ante tan variadas riquezas y ardido en codicia; tampoco que los cronistas de buena voluntad rindieran justicia a un pueblo cruel en sus ritos, pero igualado en crueldad por el invasor; un pueblo que hubo de cumplir grandes energías para alcanzar el florecimiento de las rentas públicas, sin el buey ni el arado, con una cifra enorme de población consumidora y no productora, hundido en una charca, en el fondo de un valle rodeado de charcas abruptas, sin medios de comunicación expeditos, en guerra constante y guerra sagrada, y que, a pesar de todo, podía ejercer la acción fiscal y percibir los tributos cuatro veces por año de dieciocho meses.[ 42 ]
Consigna el hecho de que la Matrícula de tributos se haya salvado de la destrucción o sustitución llevada a cabo por los conquistadores. Es ésta "el inventario del botín, el documento fiscal, estadístico, el primero que encabeza la historia hacendaria en Nueva España".[ 43 ]
Por último, es definitivo que Genaro Raigosa no hace aportación alguna respecto a la agricultura de los pueblos prehispánicos. Se dedica con interés a explicar su convicción de que hay razón en quienes encuentran coincidencia entre americanos y asiáticos, basándose en el historiador chino Ma-Tuan-Sin, que se refiere a la visita de sacerdotes de Buda a México. Está seguro al parecer de que los términos Zacapoaxtla, Zacatepec, etcétera, semejan el eco de uno de los nombres de Buda, Sacca-moni [sic ]. Cuando se aproxima al tema, dice que no existió cohesión en el pueblo azteca por la tradición de guerras de conquista. Estuvo eliminada la idea del derecho propio en virtud de la subordinación jerárquica en que vivían las masas. Un parasitismo los convertía en rebaños de tributarios y servidores forzosos de las castas superiores, sin derecho propio ni idea de valimiento personal:[ 44 ]
La guerra debía ser, pues, el método natural de proveer las necesidades de la vida, y aquellas tribus, aquellos grupos derramados sobre el territorio fueron esencialmente guerreros [...]. Se hacía la guerra para someter a tributo [...] despojarlos de sus riquezas [...] obtener esclavos y a veces hasta para saciar el hambre de los vencedores en los cuerpos de los prisioneros, sacrificados ferozmente en los altares de sus dioses.[ 45 ]
Sigue a Sierra pero sin asomo de inteligencia y en un nivel que llega a ser irrisorio porque no fundamenta juicios. Sitúa a los aborígenes americanos en la etapa neolítica: no tenían transporte ni industria, su comercio era el trueque. Según él, las diferencias y vicios se petrificaron en la raza. Fueron determinados por el medio ambiente, no llegó a nacer en las masas el sentido de responsabilidad. No para mientes al asentar que "la unidad de población (glóbulo rojo nutritivo en lugar de célula nerviosa productora de energía) se formó de átomos inertes, arrastrados por la acción de fuerzas superiores".
Y concluye:
Cuando la Conquista pasó el rasero nivelador de la esclavitud sobre los vencidos destruyendo las jerarquías de las antiguas castas, la masa recibió su inercia sistemática, iniciándose fatalmente el proceso de su desintegración completa y de su regresiva evolución.[ 46 ]
Es cierto, cabe señalar, que contrasta muy notablemente esta cita con la que tomamos de Agustín Aragón, de la primera parte de la obra:
Una sociedad bien organizada, fuerte por lo numeroso y estable como el antiguo imperio mexicano, no se podía borrar del catálogo de los pueblos, no se podía luchar por su desaparición sin que quedasen vestigios suyos. La fusión de las civilizaciones española y mexicana fue de tal trascendencia que señaló desde entonces los destinos de México.[ 47 ]
Las respuestas a la invitación, quizá no muy enfática de Aragón, son sorprendentes. Cierto que no marcaba él las directrices de la obra, cierto que él era uno de los más jóvenes colaboradores de don Justo Sierra. Pero cierto, también, que señalaba en el inicio de la obra un problema de honda envergadura si se relaciona con el propósito evidenciado en este mismo trabajo de levantar un monumento a "la era actual".
La disparidad de los trabajos es muy clara, pero es asimismo muy explicable. Está presente el historiador, a nuestro juicio con mayúscula, que fue Sierra: remite a los hechos y desliza las hipótesis. Reyes es quizá el más nacionalista de todos; Parra, con una concepción de la ciencia que le limita la comprensión; Chávez, quien manifiesta con transparencia las corrientes deterministas, y, por último, exceptuando a Raigosa, están los autores de la evolución económica que presentan una valoración positiva más realista del periodo y que sin proponérselo tal vez respaldan esa preocupación de Aragón: "el progreso de México y su porvenir están íntimamente ligados con la suerte de la población indígena de México".
En suma, el evolucionismo está presente por la intención de la obra, también porque los autores se colocan en el mismo tiempo; quizá las divergencias obedecen a que no pueden, en cambio, situarse en el mismo espacio.[ 1 ] Justo Sierra, Ensayos y textos elementales de historia, edición ordenada y anotada por Agustín Yáñez, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1948, 517 p. (Obras Completas del Maestro Justo Sierra, IX), p. 181-190. Dice Sierra: "la obra representa el estado actual de nuestros conocimientos respecto de la historia de nuestro país; marca el fin de un periodo de trabajos: en muchos años, lo repetimos, nada igual podrá intentarse siquiera. Después de un cuarto de siglo de analizar las épocas y los hombres que viven en nuestra historia, aplicando los modernos métodos de investigación y examen, después de un cuarto de siglo de monografías fundadas en documentos libre y profundamente estudiados, pudiera rehacerse una obra que resultaría no mejor, tal vez, pero de seguro diferente". El texto data de 1899.
[ 2 ] A pesar de la negativa de William D. Raat a llamar positivismo al conjunto de corrientes tales como el evolucionismo o el darwinismo social y pretender restringir el término positivismo al comtismo, preferimos insistir en este término, de acuerdo con Leopoldo Zea, para denominar a todas sus expresiones derivadas del mismo tronco ideológico-filosófico.
[ 3 ] La ficha completa de la obra es como sigue: México: su evolución social. Síntesis de la historia política, de la organización administrativa y militar y del estado económico de la federación mexicana; de sus adelantamientos en el orden intelectual; de su estructura territorial y del desarrollo de su población, y de los medios de comunicación nacionales e internacionales; de sus conquistas, en el campo industrial, agrícola, minero, mercantil, etc. etc. Inventario monumental que resume en trabajos magistrales los grandes progresos de la nación en el siglo XIX, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902 [al reverso de la portada también se indica: Barcelona, Tipolitografía de Salvat e hijo, y el año de impresión].
[ 4 ] Justo Sierra, Ensayos y textos elementales de historia, edición ordenada y anotada por Agustín Yáñez, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1948, 517 p. (Obras Completas del Maestro Justo Sierra, IX), p. 184. Se refiere en esta cita al peligro en el que puede caer el historiador de la época colonial.
[ 5 ] Entre las obras editadas en su tiempo, destacan la parte dedicada al ejército, de Bernardo Reyes, y las tres monografías de tema económico de Pablo Macedo. De nuevo cuño han aparecido, entre otros, los trabajos de Ezequiel A. Chávez y Manuel Sánchez Mármol. Una revista mensual aparecida entre 1901 y 1904, La República, que no ha sido encontrada en la Hemeroteca Nacional, publicó por lo menos, todos los trabajos de economía.
[ 6 ] El único trabajo analítico, y no de la obra completa, sino de los trabajos de Sierra, Reyes y Sánchez Mármol, se debe a Benjamín Flores Hernández, "Las letras y las armas en México: su evolución social", Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, v. IX, 1983, p. 35-95. Vid. especialmente p. 41-46 para referencias a los colaboradores.
[ 7 ] Luis González, La ronda de las generaciones. Los protagonistas de la Reforma y la Revolución Mexicana, México, Secretaría de Educación Pública, 1984, 131 p.
[ 8 ] Una excelente exposición del cotejo generacional, en el reciente libro de Charles A. Hale, La transformación del liberalismo en México afines del siglo XIX, trad. de Purificación Jiménez, México, Vuelta, 1991, 453 p. Véase especialmente el capítulo II.
[ 9 ] Sobre los científicos, vid. Alfonso de Maria y Campos, "Porfirianos prominentes: orígenes y años de juventud de ocho integrantes del grupo de los Científicos, 1846- 1876", Historia Mexicana, v. XXXIV, n. 4 (136), abril-junio, 1985, p. 610-661.
[ 10 ]México: su evolución social. Síntesis de la historia política, de la organización administrativa y militar y del estado económico de la federación mexicana; de sus adelantamientos en el orden intelectual; de su estructura territorial y del desarrollo de su población, y de los medios de comunicación nacionales e internacionales; de sus conquistas, en el campo industrial, agrícola, minero, mercantil, etc. etc. Inventario monumental que resume en trabajos magistrales los grandes progresos de la nación en el siglo XIX, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902 [Al reverso de la portada también se indica: Barcelona, Tipolitografía de Salvat e hijo, y el año de impresión].
[ 11 ] "Contrato entre J. I. Limantour y J. Ballescá para la edición de la obra México su evolución social", Archivo General de la Nación, Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, leg. 238, exp. 415, f. 2-4, 19 de mayo, 1899.
[ 12 ] Más adelante, al glosar el trabajo de Agustín Aragón, se advertirá una de las "notas discordantes". La otra es el conocido texto del propio Sierra "La era actual" con el que concluye la obra y en el que señala que la libertad política ha sido sacrificada por el progreso económico.
[ 13 ] Benjamín Flores Hernández, "Las letras y las armas en México: su evolución social", Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, v. IX, 1983, p. 35-95, hace un muy buen examen de su contribución, así como de la de Reyes.
[ 14 ] Del Campo había nacido en 1868.
[ 15 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 40. Respetamos la ortografía de Sierra para los nombres indígenas.
[ 16 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 41-42.
[ 17 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 46.
[ 18 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 49.
[ 19 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 52.
[ 20 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 50.
[ 21 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 54.
[ 22 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 60-61.
[ 23 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 63.
[ 24 ] Bernardo Reyes, "El Ejército Nacional", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 348.
[ 25 ] Bernardo Reyes, "El Ejército Nacional", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 350.
[ 26 ] Porfirio Parra, "La ciencia en México", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. II, p. 425.
[ 27 ] Justo Sierra, "Historia política", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 61-62.
[ 28 ] Ezequiel A. Chávez, "La educación nacional", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. II, p. 472.
[ 29 ] Ezequiel A. Chávez, "La educación nacional", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. II, p. 472.
[ 30 ] Ezequiel A. Chávez, "La educación nacional", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. II, p. 472.
[ 31 ] Ezequiel A. Chávez, "La educación nacional", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. II, p. 472.
[ 32 ] Ezequiel A. Chávez, "La educación nacional", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. II, p. 274.
[ 33 ] Gilberto Crespo y Martínez, "La evolución minera", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 57.
[ 34 ] Gilberto Crespo y Martínez, "La evolución minera", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 57.
[ 35 ] Carlos Díaz Dufoo, "La evolución industrial", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 115.
[ 36 ] Carlos Díaz Dufoo, "La evolución industrial", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 116.
[ 37 ] Pablo Macedo, "La evolución mercantil", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 161.
[ 38 ] "Comunicaciones y obras públicas", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 308-309.
[ 39 ] "La hacienda pública", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 328.
[ 40 ] "La hacienda pública", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 328.
[ 41 ] "La hacienda pública", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 331.
[ 42 ] "La hacienda pública", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III.
[ 43 ] "La hacienda pública", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 332.
[ 44 ] Genaro Raigosa, "La evolución agrícola", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 7.
[ 45 ] Genaro Raigosa, "La evolución agrícola", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 8.
[ 46 ] Genaro Raigosa, "La evolución agrícola", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. III, p. 9.
[ 47 ] Agustín Aragón, "Del territorio de México y sus habitantes", en México: su evolución social, 2 t. en 3 v., México/Barcelona, J. Ballescá y Compañía, 1900-1902, v. I, p. 26.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 14, 1991, p. 89-106.
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