Silvestre Villegas Revueltas
Con el triunfo de la Revolución de Ayutla, llegó al poder un grupo de mexicanos que comulgaba con los principios liberales aunque éstos, en su concepción, debían ponerse en la práctica con alcances distintos. De aquí que se estableciera una marcada división entre los llamados liberales moderados y aquellos que se les conocía con el nombre de radicales.
El gobierno del general Ignacio Comonfort es precisamente del corte del primer grupo, aunque no por ello se le debe remitir al de un régimen contemporizador con la facción conservadora; por el contrario, a lo largo de sus dos años de permanencia llevó a cabo una serie de medidas como la ley de desamortización de bienes eclesiásticos, obvenciones parroquiales, sin olvidar que durante su gestión se elaboró la malhadada Constitución federal de 1857. Además de lo anterior, hizo frente a dos importantes levantamientos reaccionarios en Puebla y a un sinfín de asonadas en todo el país que se contaron casi a diario; su gobierno, puede decirse, transcurrió en un ambiente que mostraba los pródromos de la guerra civil que habría de desatarse más tarde.
Algunos de los problemas que se tomaron como pretexto para la ulterior invasión tripartita tienen su origen durante la administración del presidente poblano; tal es el caso de varios asesinatos perpetrados a españoles en dos haciendas del estado de Morelos y de un mineral en Durango. Efectivamente, una gavilla de bandoleros asaltó ambas propiedades en tierra caliente y, tras amenazar a todos los operarios, asesinó a los españoles, coterráneos del dueño. Esto era malo, pero lo peor fue que corrió el rumor de que esas acciones tenían la venia de Juan Álvarez, mismo que se había distinguido siempre por su aversión en contra de los iberos. El embajador de España entregó una protesta enérgica, exigiendo al gobierno el castigo de los culpables en un plazo de unos cuantos días; éste echó manos a la obra y sus primeras diligencias no fueron del agrado del ministro, el cual tiempo después pidió sus pasaportes para retirarse a su patria. El caso concluyó en que finalmente fueron procesados los culpables, no sin tener en cuenta que muchos dueños de tales posesiones tenían a sus trabajadores en condiciones francamente inhumanas de trabajo y se habían acarreado el odio de los lugareños, luego de que también apoyaban moral o pecuniariamente a las fuerzas conservadoras.
Lo importante de esos asesinatos no fue que se dieran, sino el significado y las repercusiones que tuvieron. Es bien conocido que en tiempos de inestabilidad política se cometen muchas arbitrariedades, pero en este caso se convirtió en un reclamo de gobierno a gobierno que, unido a otros factores como era nuestra deuda, misma que era sujeta a revisión, ya que se encontraban en el monto general una serie de irregularidades que el gobierno mexicano no estaba dispuesto a pagar, conformaba un cuadro que podría desembocar en una intervención armada. Para aquel tiempo, el general Juan Prim se pronunció en contra de dicha posibilidad aduciendo entre otras cosas la inoperancia de los argumentos expuestos. Por su parte el gobierno mexicano asumiendo su responsabilidad envió a Juan Antonio de la Fuente como representante ante la corte de Madrid, dicho personaje antes de llegar a España recabó informes tanto en Inglaterra como en Francia de posibles alianzas, apoyos y, en sí, ponderar el ambiente que sobre dicho problema reinaba en otros países especialmente en sus respectivos gobiernos; al fin, no sin varios contratiempos, De la Fuente fue recibido fríamente por el ministro del Exterior; ambos mantuvieron varias conversaciones sin llegar a acuerdo alguno, de tal forma que, ante un posible rompimiento, Francia e Inglaterra ofrecieron interponer sus buenos oficios para que se pudiese llegar a algún arreglo honorable. El conflicto cedió pero se mantuvo latente.
Lo anterior nos habla de los intereses contrapuestos que tenían dichos países respecto a México y cómo un incidente tan menor podría desencadenar una guerra de resultados inciertos preocupando a las cancillerías que velaban por sus propios intereses, no tanto que estuvieran en favor de una u otra línea que adoptara el gobierno mexicano, siempre y cuando no los afectase.
Para desgracia de nuestro país, la situación nacional se complicó, ya que tres meses después de haberse proclamado la Constitución, el propio presidente dio un golpe de Estado en contra de ésta cuyo resultado último fue la caída del propio Comonfort y con ello del orden constitucional; Benito Juárez que, a la sazón era presidente de la Suprema Corte de Justicia, asumió por sí mismo el mantenimiento del orden legal siendo respaldado en un primer momento por el gobernador de Guanajuato, Manuel Doblado, quien aunque siendo moderado se opuso de manera terminante a aquel golpe de Estado. Dicho personaje al igual que muchos otros que vivieron en el siglo XIX fue modificando su forma de pensamiento a través del tiempo de ser moderado, al grado de apoyar la sublevación del padre Jarauta y Bustamante y proclamar religión y fueros en favor de Comonfort hasta oponerse al desconocimiento de la carta magna. Doblado era, sin duda alguna, un personaje importante tanto en la política nacional como en el ámbito regional, sus contactos con prominentes hombres de ambos partidos lo mantenían al tanto del vaivén político, "su doblez" y tortuoso seguir -como lo ha calificado un autor- inspiraba recelo, pero sus dotes mismas lo hacían hombre de confianza para una situación delicada. En el ámbito regional era un auténtico cacique como Álvarez o Vidaurri, pero con más mundo; tenía influencias en los estados vecinos y dada la posición geográfica que ocupa Guanajuato era el centro de los campos de lucha.
Doblado ofreció a Juárez alojamiento y ahí se formó la coalición de estados que apoyaban el orden constitucional; son conocidas las derrotas que sufrió el general Parrodi en Celaya y Silao, y la tan discutida rendición y entrega de armas hecha por Doblado al ejército reaccionario comandado por Osorio.
Para efectos de este presente ensayo tocaremos de manera superficial aquellos acontecimientos, especialmente los que se refieren a las relaciones internacionales que se dieron durante la guerra de Reforma, con el fin de hilarlos con el centro de nuestra investigación que es propiamente el inicio de la invasión francesa.
El gobierno tacubayista obtuvo en el primer año y medio de la guerra importantes triunfos que postraron prácticamente a los seguidores de Juárez, pero si bien éste carecía de los medios militares idóneos para enfrentarse directamente a la reacción, encontraba en el pueblo los recursos humanos para rehacerse y mantener de continuo una presión bélica sobre aquéllos. No es ocioso resaltar que la figura de Santos Degollado es vital en este sentido, ya que teniendo poderes omnímodos para organizar la resistencia pudo de alguna manera convencer a la población de la justeza de sus objetivos, acción de importancia, ya que era precisamente el pueblo quien se ofrecía a luchar y a mantenerlos. Y si esto se dice fácil, pensemos de qué manera el gobierno constitucional, siendo contrario a la leva, hubiera podido ya no mantener, sino formar un ejército cuando el pueblo entero estuviese en contra de lo que él postulaba. De aquí que cuando los voceros de la reacción sermoneaban acusando a los rojos de querer acabar con la religión católica, la de "nuestros padres", los liberales dejaban en claro que ellos eran católicos convencidos, seguidores de las ideas cristianas, pero aclaraban, entre otras cosas, que ellos combatían en contra de un clero corrupto y asesino que se había hecho propio una serie de facultades que no era en esencia de su menester; en este sentido Doblado asentaba que
en todos los países en que el cristianismo ha llegado a ser la religión dominante, el clero ha adquirido gradualmente tales riquezas y tal influencia política que se ha hecho al fin imposible el gobierno del poder civil y el libre progreso de la sociedad. Tal situación ha conducido en todos los países [...] necesaria e inevitablemente a una lucha entre el poder civil y el poder clerical en la que el primero ha triunfado, haciendo de su victoria la suma de las aspiraciones.[ 1 ]
Tal era el carácter de la lucha que, mientras Degollado organizaba la resistencia en el centro del país, Juárez se asentó en el puerto de Veracruz, lugar estratégico, ya que era la puerta de entrada con las comunicaciones al exterior y fuente de prácticamente todos los ingresos que por conceptos de impuestos de importación recababa el gobierno. Es a partir de este momento cuando volvemos a retomar el hilo de las relaciones internacionales, punto medular de este trabajo.
A la caída del gobierno de Comonfort, las potencias europeas reconocieron sucesivamente a los presidentes Zuloaga y Miramón, acto que se explica de la siguiente manera: por lo que se refiere a España, jamás tuvo buenas relaciones con los liberales, al grado de romper relaciones con nuestro país encargando sus asuntos a la legación de Francia. Este rompimiento se debía además de lo expuesto en páginas anteriores, a la incompatibilidad de principios que sustentaban ambos gobiernos, lo que se traducía en una negación e incomprensión de todo aquello que les sonara a liberalismo. Mientras tanto, en Francia los motivos eran más bien personales, ya que el marqués De Gabriac tenía una idea muy particular de los conflictos mexicanos, y sus informes amañados que enviaba a su patria contribuían para que se formase en aquellas latitudes una imagen desfavorable no sólo del país sino de su gobierno constituido. Con el tiempo y con base en comentarios de ciertas personas que actuaron en aquel tiempo, se pondrá de relieve cuán nefastos para sus propios países y para México fueron aquellos embajadores que se mandaban a los países pobres, a los de la periferia, aunque de ellos sacasen buena parte de la materia prima que los hacía enriquecer.
Por su parte, la Gran Bretaña, aunque simpatizaba con los principios liberales, apoyó a la conserva con el único fin de que sus intereses comerciales no fueran afectados, probablemente con una visión equivocada de que, si reconocían a la gente que ocupaba la capital, podrían salvaguardar dicha posición, no queriendo ver que con ese acto la situación incierta a que devendría el país perjudicaría, como sucedió aquello que les interesaba tanto a los ingleses.
Finalmente, los Estados Unidos guardaron una posición neutral con vistas a sacar un mayor provecho de cualquiera de las partes contendientes una vez que se aclarara cuál de ellas prometía más, no sin dejar de ver con buenos ojos al gobierno de Benito Juárez que estaba instalado en Veracruz.
La guerra que libraban ambas facciones llegó a repercutir en el plano internacional, debido fundamentalmente a la escasez de dinero que sufrían liberales y conservadores para seguir en pie de lucha, además de que el país y sus habitantes, incluyendo los extranjeros, sufrían las arbitrariedades de la situación que se daban por los dos lados. Asesinatos, préstamos forzosos y robos de conductas para el pago de la deuda extranjera fueron la nota común en aquellos años, lo que provocó una situación de excepción que fue aprovechada por las potencias para ofrecer su apoyo con base en tratados leoninos como lo fueron los tan conocidos Mon-Almonte y McLane-Ocampo, cuya simple lectura produce tal irritación que sólo si se trata de comprender lo que pasaba en aquel momento puede uno llegar a concebir que nuestros compatriotas se comprometieran a saldar tales villanías. Si bien, por fortuna, el tratado con los Estados Unidos no llegó a aprobarse, el acordado por la reacción, que, dicho sea de paso, era más sensato que el primero, formará parte de las futuras reclamaciones que tendrá que sobrellevar el gobierno juarista. Aunado a lo anterior, el robo de la legación británica perpetrado por las fuerzas de Miramón y el robo de 600 000 pesos destinados a pagar parte de la convención inglesa por las tropas de Degollado van a conformar los últimos trazos de las futuras reclamaciones de ese país.
Debemos comprender que los actos referidos líneas atrás traslucían la desesperación a que habían llegado para ganar la guerra, aunque fuese a un costo muy alto. Los hechos posteriores mostraron qué tan caro resultaron para el país aquellos actos cometidos y la maledicencia, la intriga y la incomprensión de algunos personajes hacia nuestro país.
Para completar el cuadro de aberraciones que se dio durante la guerra de Reforma, nos falta mencionar el caso de los bonos Jecker que figuraron entre las reclamaciones francesas y que también fueron motivo de discordia entre los comisionados que vendrían a exigir en 1862 cuentas al gobierno de México. Efectivamente, después de más de dos años de guerra civil, ambos bandos habían agotado sus últimos recursos, en tal situación el gobierno de Miramón entabló con la Casa Jecker un préstamo por 725 000 dólares que, a la sazón, eran 3 750 000 francos, por los cuales recibió bonos pagaderos para alguna época futura y que ascendían a 15 000 000 de dólares o 75 000 000 de francos,[ 2 ] lo que quería decir que algún día se pagaría esa deuda con intereses cercanos al 400%, que dadas las estipulaciones de aquella época eran francamente un robo; mas hay que enfatizar que, si el préstamo era usurario, la culpa recae fundamentalmente en aquel que acepta dichas estipulaciones, o sea directamente en Miramón.
A pesar de los préstamos, del poder de la Iglesia, de contar con la mayoría del ejército profesional y de la gente de bien, el régimen conservador tras obtener algunas victorias militares iba perdiendo y la frustración de no poder tomar Veracruz, lo que significaba la extinción del constitucionalismo, marcó de hecho la gradual pero segura caída de su régimen. Para Doblado el triunfo del partido liberal se había dado de la siguiente manera:
establecido [el gobierno] en Veracruz durante una sangrienta lucha de tres años sus fuerzas eficazmente secundadas por la opinión pública, fueron conquistando palmo a palmo todo lo que la reacción había invadido en un principio [...]. El triunfo había sido completo: era la primera vez que el principio de autoridad y legalidad obtenía en el país una victoria tan decidida y espléndida; la primera vez que una rebelión que había comenzado por enseñorearse de la capital no había llegado a dominar en toda la república. Y para todo el que medite con imparcialidad sobre esa victoria del gobierno constitucional, ella no tiene otra explicación sino que la causa de ese gobierno era la nación, y que por ello encontró una cooperación eficaz y sostenida en el pueblo de la república [...]. Ese triunfo obtenido por la legalidad daba a todos los hombres ilustrados y pensadores la esperanza de que al fin había llegado la época en que se consolidara en México un orden público constitucional y estable a cuya sombra la paz floreciera y prosperaran todos los ramos de la riqueza pública.[ 3 ]
El sentido general de movimiento reformista era el de un cambio en la sociedad mexicana, de haber sufrido treinta y cuatro años de cuartelazos que se resolvían, como dice Sierra, en palacio o en la catedral, donde se obtenían grados y empleos, la asonada tacubayista de 1858 encontró un país que venía cambiando su forma de ser cuatro años atrás. A diferencia de los sucesos anteriores, el movimiento iniciado por Zuloaga caló en lo más profundo del pueblo mexicano, al grado de dividirse familias enteras y perderse añejas amistades; era un conflicto social con máscara religiosa ya que, si hubiese sido exclusivamente el segundo aspecto, es casi seguro que el pueblo no los hubiera secundado. Los dirigentes liberales ya no eran militares de profesión, sí los había, pero en su mayoría eran profesionistas o civiles que en muchas ocasiones se convirtieron en militares por pura necesidad, católicos prácticamente todos, pero convencidos de que debía operarse una transformación en el clero haciéndolo menos mundano y con visos de modernidad; profesaban ideas contrarias a la de una sociedad corporativa donde militares y clérigos estuviesen por encima del resto de la comunidad. Pero sería una ilusión suponer que todos los que peleaban tenían dichos ideales, los chinacos e indígenas que conformaban buena parte de los contingentes militares se adherían por seguir a un hombre carismático o porque el patrón o el terrateniente que los explotaba se había adherido a la causa conservadora obligándolos a seguirla y asesinándolos si se rehusaban.
El triunfo juarista marcaría un hito en los anales de la historia mexicana ya que llegaba como vencedor no un sublevado sino aquel a quien se le habían desconocido sus legítimas facultades, arma que había sido su fuerza y que enarbolaría en lo sucesivo.
Una vez que hemos relatado de manera sucinta los acontecimientos que se tomaron como pretexto para efectuar la invasión tripartita, nos abocaremos a trazar las líneas generales que anteceden a los tratados de La Soledad y las particularidades que se desarrollaron en torno a aquel hecho.
En los primeros días de enero de 1861 hizo su entrada triunfal en la capital Benito Juárez, acompañado de sus más cercanos colaboradores. Se había obtenido el triunfo a un costo muy elevado, y ahora se imponía la dificultad de conservarlo y llevar a la práctica los ideales por los cuales se había luchado, pero la situación del país era catastrófica ya que, aunado a la bancarrota del erario nacional, el gobierno juarista tenía que enfrentarse a una serie de problemas internos que en mucho contribuyeron para crear un ambiente de incertidumbre que hiciera posible la caída del gobierno. La primera dificultad y quizá la más importante fue la profunda división que en aquel año se dio dentro de las filas del partido liberal, que como ha sucedido en muchas ocasiones en la historia, la facción de avanzada por intrigas mezquinas lucha entre sí echándose en cara el incumplimiento de lo trazado o la interpretación de todo un plan de acción favoreciendo con ello al grupo conservador que, en la mayoría de estas ocasiones, se mantiene unido, compacto, listo a aprovechar cualquier error del bando contrario. Y en el caso que nos ocupa no fue la excepción, ya que en el primer momento se presentaban las elecciones presidenciales y los seguidores de Miguel Lerdo y de Jesús González Ortega trabaron una lucha de facciones contra los juaristas haciendo éstos lo propio contra los dos contendientes. Aunque las elecciones fueron ganadas por el oaxaqueño, la elección de diputados y en sí la conformación del poder legislativo le era parcialmente contraria a su persona, luego de que según las estipulaciones de la propia Constitución de 1857, el poder ejecutivo estaba prácticamente maniatado por la Cámara de Diputados. Éste le echaba en cara su inmovilidad, su incomprensión de los problemas, la falta de energía para castigar a los reaccionarios incentivados por los asesinatos de Ocampo, Degollado y Valle; la conformación de los hombres de sus ministerios, en fin, no faltaba situación alguna para criticar su régimen.
En el ámbito regional, el gobierno de Juárez tenía que enfrentar a los caciques, como Vidaurri, que en muchas ocasiones se negaban a acatar las órdenes que les enviaba el gobierno federal, tal es el caso de la aprehensión de Ignacio Comonfort que residía en Monterrey desde principios de 1861; la falta de recursos pecuniarios más elementales para cubrir los gastos de gobierno, como la situación que describe el jefe político y militar del territorio de la Baja California en una carta que le hizo llegar al presidente, además de la inseguridad que existía en prácticamente toda la república por la gran cantidad de bandoleros que pululaban por todos los caminos y que en muchas ocasiones se identificaban al grito de "religión y fueros" llegando inclusive a atacar las goteras de la ciudad de México o de otras poblaciones importantes, dado lo cual el gobierno tenía que emprender campañas muy costosas, que en vista de su frecuencia menguaban por completo el exiguo presupuesto federal.
Respecto a la situación internacional, el panorama era harto complicado ya que el gobierno juarista procedió a expulsar a aquellos embajadores que reconocieron el gobierno tacubayista, y en el caso del representante español, Francisco Pacheco, tuvo tintes dramáticos ya que éste consideró el acto una ofensa a su persona y a la de la reina Isabel II. Antes de salir del país, dejó recomendada la custodia de sus nacionales y el cuidado de sus intereses a la legación de Francia que encabezaba M. Dubois de Saligny, persona ambiciosa, profundamente despectiva hacia nuestro país, con instrucciones suficientes para dificultar el gobierno de la república y con el conocimiento suficiente de las intrigas monárquicas que el grupo de mexicanos encabezado por José María Hidalgo hacía en la corte de Napoleón III, y la idea que tenía éste respecto a la consolidación de un gobierno adicto y protegido por Francia que fuera cabeza de playa para el dominio franco al sur de los Estados Unidos.
Gran Bretaña envió a Charles Lennox Wyke con instrucciones de que se siguieran pagando los bonos de la convención inglesa incluyendo los robos perpetrados por Miramón y Degollado, exigiendo además de que se castigase a los culpables; por último punto, que asegurara la libertad religiosa y, en fin, que dados sus conocimientos sobre la problemática de los países latinoamericanos llevara a cabo una política más certera. En resumidas cuentas es lo que Ralph Roeder ha llamado una política de "algón y biblias".
Finalmente, por lo que se refiere a los Estados Unidos, Thomas Corwin fue enviado por el gobierno de Abraham Lincoln con el objeto primordial de asegurar, al menos, que México adoptase una posición neutral respecto a la guerra civil que ellos enfrentaban, evitando en lo posible que cualquier acción de los sureños fuese contraproducente al gobierno de Washington. De paso se aseguraría al gobierno juarista que aunque tenía reclamaciones en contra de nuestra nación, ellos estaban en contra de que se estableciese un gobierno monárquico en México, lo que constituía una flagrante violación a la doctrina Monroe, pero también dejaban ver que, si un apoyo a México ponía en peligro su unión o en último caso su soberanía, ellos dejarían pasar los acontecimientos. En resumidas cuentas, la política México-Estados Unidos por parte de esta potencia se orientaba exclusivamente a proteger sus intereses a costa de nosotros, a pesar de que simpatizaran con el gobierno juarista.
Como se puede apreciar: ¡qué dificultades hubo de sobrellevar el gobierno de Juárez en aquel año de 1861!; mas aunado a las anteriores, el segundo semestre de ese año complicó la situación del país al grado de aprobarse una ley que suspendía los pagos de la deuda externa por un espacio limitado de dos años, lo que no implicaba un desconocimiento de dicha deuda. Tal medida conmocionó a la sociedad mexicana y dejó estupefactos a los embajadores de Inglaterra y Francia, quienes exigieron una explicación ante tal proceder no siéndoles convincentes los argumentos expuestos por el gobierno. Muy dentro de sí, Dubois de Saligny se regocijó de gusto ya que esta situación le proporcionaba el pretexto más acabado para completar su intriga con vistas a una intervención francesa en México. Ambos embajadores pidieron sus pasaportes, pero el señor Wyke no perdió el contacto con el ministerio de Relaciones Exteriores, ya que pensaba que de alguna manera este conflicto podría resolverse, luego de la importancia del monto de la deuda inglesa.
Mientras eso sucedía en México, las cancillerías de los tres países "ultrajados", trabajaban empeñosamente en forma combinada para hacer valer sus derechos; España, a pesar de lo que se ha dicho, abrigaba la esperanza de reconquistar nuestro país; Francia esperaba hacer real el plan napoleónico de un estado latino fuerte; a Inglaterra le preocupaba su dinero prestado y que su país vecino ocupara una posición predominante en el continente americano, además de que para aquellos momentos sus relaciones con los Estados Unidos no eran del todo buenas. Por fin pudieron ponerse de acuerdo y llegaron a entablar un convenio que se ha conocido con el nombre de Convención de Londres, firmada el 31 de octubre de ese año, donde se estipulaba esencialmente que las tres potencias mandarían fuerzas militares para que ocupasen los principales puertos del país, se comprometían a no buscar medidas coercitivas ni la adquisición de territorio alguno "y a no ejercer en los asuntos interiores de México ninguna influencia que pueda afectar el derecho de la nación mexicana, de elegir y constituir libremente la forma de su gobierno".[ 4 ] También se estipulaba que dichas naciones nombrarían comisionados facultados plenamente para resolver las cuestiones que se suscitasen con motivo de la distribución de las sumas de dinero y finalmente se invitaba a los Estados Unidos para que se unieran en dicha empresa.
Al saberse la noticia en México y en el mundo, causó hondo revuelo, sobre todo en el carácter exclusivamente financiero de la intervención aduciendo que aquellos países no tomaban en cuenta la precaria situación en que nos encontrábamos y que no habían entendido los términos que se especificaba en la ley de suspensión de pagos. Pero lo que causó mayor inquietud fueron aquellos párrafos donde se hablaba de que dejarían al pueblo mexicano libremente para que adoptase la forma de gobierno que más le conviniese. Esto hacía suponer que para las potencias había un sin gobierno y que la guerra civil por la que habíamos pasado, donde la facción constitucional ganó el conflicto, no suponía nada y estábamos en espera de que alguien viniera a regenerarnos.
Fue hasta ese momento cuando las partes en discordia (juaristas y no juaristas) se percataron de hasta qué punto la soberanía de la nación y el plan reformista sin distinción de matices estaban en peligro. Mas la unión de ambos bandos no habría de darse sin ciertas dificultades hasta finales de 1861. El hecho era que los ciudadanos conscientes se oponían fehacientemente a una intervención cualquiera que fuese su tinte. Francisco Zarco, uno de los campeones del reformismo, exponía en su periódico:
No por ideas de falsa dignidad sino por razones de verdadero decoro y de conveniencia estamos en contra de la intervención amistosa de cualquier potencia extranjera en el arreglo de nuestro régimen interior. Comprendemos que el interés europeo está unido a la pacificación de México, a la prosperidad y al aumento de sus rentas; pero para cooperar a estos resultados, no se necesita que las naciones amigas vengan a darnos gobierno e instituciones y a coartar el ejercicio de la soberanía del pueblo mexicano.[ 5 ]
Es interesante remarcar los últimos renglones de la cita cuando Zarco subraya que el camino más viable para cumplir con nuestros compromisos es precisamente la no intervención en nuestros asuntos domésticos, y esto es lógico para una persona que estuviese bien informada de los sucesos que acontecían en México, pero sobre todo que comprendiera el estado en que se encontraba la república y cómo una intervención más bien precipitaría de manera contraria aquello que pretendía arreglar la convención. Doblado en este mismo sentido afirmaría tiempo después
los sucesos todos de la invasión revelan de la manera más clara que los gobiernos europeos que tomaron parte en tan aventurada empresa lo hicieron engañados por infieles y mentidos informes de infames intrigantes, estimando que la actual situación de la república distaba poco de la de los tiempos de Fernando Cortés.[ 6 ]
y respecto a la Convención opinaba:
al fin de las intrigas de M. Saligny y de los traidores mexicanos que trabajaban de acuerdo con él en Europa dieron sus frutos, y el día 31 de octubre del año próximo pasado se firmó en Londres, uno de esos actos que la diplomacia sabe preparar en términos tan vagos que así cuadran a la guerra defensiva más justa, como a la que tiene por objetivo la participación de un país, la destrucción de una nacionalidad. Ninguno de los gobiernos signatarios de la convención de Londres la hizo saber oficialmente al gobierno mexicano, ninguno de ellos declaró la guerra a la República, ninguno de ellos hizo preceder la invasión armada del territorio mexicano de alguna comunicación dirigida a exigir la reparación de los agravios y la protección de los nacionales con cuyo pretexto se firmó aquel documento.[ 7 ]
La diplomacia mexicana una vez que se enteró oficialmente de la futura invasión arremetió de nueva cuenta para ver si podía sacar alguna ventaja: De la Fuente pidió sus pasaportes ante la actitud ofensiva del gobierno francés y se retiró a Inglaterra donde fue tratado por Lord Russel con frialdad pero esperó. Por su parte, Matías Romero, quien en un principio se había alegrado por la llegada de Lincoln a la presidencia y con ello un posible cambio en las relaciones bilaterales, se fue desengañando con el paso del tiempo para concluir finalmente en una carta que le escribió el ministro Zamacona asegurándole que los norteamericanos sólo actuarían por México en defensa propia. Sin embargo, no escatimó nunca cualquier posibilidad -como entrevistas, banquetes, artículos pagados, relaciones personales, etcétera- para favorecer al gobierno juarista y para informar el público estadounidense, senadores, diputados y hombres influyentes en la política, sobre la verdadera situación que atravesaba el país, remarcando los peligros que le atraería a los Estados Unidos tal intervención, subrayando especialmente la posible alianza o anexión de los estados sureños a un nuevo gobierno y los beneficios que a corto o largo plazos le traería a ese país el apoyo a Juárez. La diplomacia norteamericana velando por sí misma apreciaba según su óptica el conflicto, y en una conversación con Romero, el senador Blair, integrante de la Comisión de Asuntos Internacionales, le comentaba:
Las naciones europeas han estado meditando de mucho tiempo atrás planes para establecer su influencia en este continente. Los han madurado ya, y ahora, con la conducta de México y las dificultades de los Estados Unidos, tienen una oportunidad que no se les volverá a presentar y que de seguro han de aprovechar; pero nosotros también nos estamos disponiendo para defender a nuestra vez la política tradicional de este gobierno, que no permite el establecimiento de influencias europeas en este continente.[ 8 ]
A grandes rasgos, ése era el panorama internacional a fines de 1861 y urgía poner fin a las discordias dentro del propio gobierno. Con la renuncia de Zamacona y otros ministros se creó una crisis ministerial que para aquellas alturas era catastrófica; la oposición en la Cámara de Diputados exigía que se escogieran hombres aptos para el ministerio; se mencionaban los nombres de Payno, Lafragua, Doblado y Sebastián Lerdo. Este último tuvo varias conferencias con el presidente y después de rehusar su postulación propuso varios nombres y, a su vez, Juárez hizo lo propio, Lerdo le manifestó al presidente sus inquietudes y le aclaró que los gabinetes propuestos deberían tener el consentimiento de la mayoría de los diputados; por fin, se pensó en la figura de Manuel Doblado, gobernador de Guanajuato, y que en aquellos días estaba pronto a llegar a la capital.
El presidente Juárez y Doblado entraron en conversaciones para ver si aceptaba el nombramiento como jefe del ministerio, a lo cual el guanajuatense subrayó que él exigía dos condiciones para el caso: que se le dejase nombrar, a su vez, a personas de su entera confianza, sean cuales fueren, que lo dejaran obrar "sin que pare yo [Juárez] la atención en que unas veces estire y otras afloje",[ 9 ] y que debía adoptarse una política enérgica y obrar dictatorialmente con sólo que se lleve adelante la reforma haciendo lo mejor que conviniera.
El sentido de las conversaciones traspasó las fronteras del gabinete y la opinión pública; a través de los periódicos, pudo percatarse de la necesidad de que ese hombre entrara de lleno al conflicto que se presentaba; Zarco opinaba que Doblado no podía negarse a servir al país en semejantes circunstancias además de que lo consideraba el lazo de unión entre los poderes ejecutivo y legislativo, luego de que se esperaba que echaría a andar el programa reformista.
Por todo lo anterior, dejaba entrever cierta presión al gobierno para que aceptase sus condiciones. La Orquesta, periódico satírico, daba rienda suelta al sustentar: "Doblado, amigo, a la hora de la fiesta va uno desdoblando sus trapitos para engalanarse, y el gobierno ha empezado a hacerlo; celebramos infinito que se ponga de gala",[ 10 ] mas también presionaba "y cuestiones de poco momento llamamos nosotros en las actuales circunstancias en que la nacionalidad está amenazada, detenerse por puntos de administración interior, escrúpulos de conciencia adjudicataria en pundonores malentendidos, y a no admitir las propuestas del señor Doblado, que en la actualidad es el único que posee la confianza pública y podría salvarnos".[ 11 ] Por fin, una vez que fueron aceptadas sus propuestas y que se conoció la llegada de la flota española, Doblado expresó: "supuesto que el ciudadano presidente me deja la formación del nuevo gabinete y me ofrece seguir la marcha administrativa que aquél adopte en sentido de la Reforma, acepto el nombramiento con que ha tenido la bondad de nombrarme".[ 12 ]
[Doblado] gozaba de un prestigio peculiar. El único prohombre de la Reforma cuya reputación no había sufrido daño con los progresos del movimiento, sus capacidades, que quedaban por comprobar, estribaban en las expectativas que su fama despertaba. Solicitado más de una vez para que entrara en el gobierno, se había negado a arriesgar su reputación hasta tener la ocasión de coronarla.[ 13 ]
Doblado era por su temperamento
un oportunista, un posibilista; sin altos ideales, pero progresista por convicción, y seguro de que la Reforma era la condición necesaria del progreso de México, el gobernador de Guanajuato ni era hombre casado con los procedimientos de intransigencia recomendados por el jacobinismo exaltado, ni repugnaba servirse de los reaccionarios cuando pudieran ser útiles, con tal de no ceder en el terreno de los principios, ni era de los feroces que creían que no debía tratarse con el extranjero mientras no desocupase el territorio y menos con los españoles; todo en suma, lo veía bajo el ángulo de lo conveniente y realizable. Con esas ideas ingresó al gabinete; el señor Juárez conocía perfectamente a Doblado y sabía que si no era su enemigo personal, sí lo era político dentro del campo liberal.[ 14 ]
Visto desde esta perspectiva, la entrada de Doblado se veía favorecida por la coyuntura y su acción se entendía como la de la persona idónea para llevar a cabo los arreglos con las potencias extranjeras que en el caso de España ya habían invadido al Puerto de Veracruz. Los diversos cónsules, embajadores -como el de Estados Unidos- y prohombres de la política le escribieron a Doblado felicitándolo y solicitándole que su negociación internacional fuese lo más certera posible. Un párrafo de dichas comunicaciones nos puede dar idea: "La paz con las potencias europeas en términos honrosos (en la condición actual de los gobiernos republicanos de este continente) es, si no una necesidad absoluta, es sin duda un objeto de primera importancia".[ 15 ] Es así como le fue encomendada la difícil y peligrosa tarea de impedir que la intervención tripartita acabara con nuestra nacionalidad, cosa que se dice fácil pero que ha de haber pesado en lo profundo de su ánimo.
Mientras eso sucedía en el lado mexicano, los españoles procedieron, violando de alguna manera la Convención de Londres, adelantarse en la empresa, ya que de inmediato emprendieron diligencias para invadirnos lo más pronto posible consumándose esta acción a mediados de diciembre de 1861. Los gobiernos de Francia e Inglaterra protestaron, y las explicaciones de Calderón Collantes más que satisfacer, aumentaron las sospechas sobre todo de Napoleón III, quien vio en el número de soldados de aquella nación (seis mil hombres aproximadamente) una acción que, aparentemente, según la Convención, no tenía justificación alguna.
Las tropas que llegaron a Veracruz comandadas por los generales Gasset y Ruvalcaba procedieron con la actitud más prepotente, digna de un agresor que espera poco de las negociaciones y se presenta, con un tono altanero, al estilo conquistador, apreciación hecha por el mismo Doblado. Es necesario recalcar que el sentimiento público y oficial español estaba predominantemente impregnado de un ambiente favorable a la reconquista y, en último caso, al de una monarquía. Así pensaban Serrano y otras personalidades del gobierno que, si bien en las instrucciones dadas a Prim no se menciona lo anterior, la respuesta es simple: Maximiliano no es español, España no puede en este caso obrar en contra de los intereses de Napoleón III.
El nombramiento de Juan Prim como jefe del ejército español y comandante de todas las fuerzas expedicionarias no fue del agrado de muchas personas ya que además de rencillas y envidias personales, era conocida su reputación como hombre de ideas liberales, además de que se le recordaba por su negativa ante una invasión de España a México en 1858. Primero llegó a Cuba y, posteriormente, ya en combinación con franceses e ingleses tomó rumbo a Veracruz en los primeros días de 1862. A su llegada fue recibido con honores militares y tras inspeccionar los alrededores propuso redactar un documento común al pueblo de México, sin antes ponerse en contacto con el gobierno juarista, para explicar los motivos de su presencia. Su lectura muestra la belicosidad de los ánimos y la falta de tacto consciente o no, al no reconocer de primer momento al gobierno constituido.
Sin embargo, la situación se complicó días después ya que en el puerto de Veracruz escaseaba la comida, el alojamiento, los transportes y día a día aumentaba la insalubridad de la ciudad lo que ocasionaba que en unos cuantos días hubiese una cantidad respetable de enfermos.
El primer contacto oficial que tuvieron fue a través del Ejército de Oriente que comandaba el general López Uraga, quien había puesto fuera de la ley a toda aquella persona que ayudase de cualquier forma a los extranjeros. Éstos, no sin gran dificultad y debido a que no contaban con transportes, pudieron establecerse en los poblados de La Tejería y Medellín; es curioso cómo una fuerza expedicionaria de cerca de nueve mil hombres no contase con este tipo de material de primera necesidad para llevar, si no una campaña, por lo menos darle movilidad. Es posible que verdaderamente hayan pensado que a su llegada todas las fuerzas del partido conservador les brindarían la ayuda necesaria, pero como pudo percatarse Prim después de algunos días de permanecer en nuestro país, fue que dicha facción no contaba con el apoyo popular y mucho menos tenía la capacidad para poner una fuerza militar bien dotada al lado de los contingentes extranjeros.
Fueron estos motivos los que orillaron a los representantes aliados a ponerse en comunicación con el gobierno de México, no sin el disgusto de Saligny, quien veía en esta acción el reconocimiento implícito de Juárez. Es en este momento cuando comienzan las dificultades entre los comisionados españoles e ingleses y los franceses especialmente con Dubois de Saligny:
Prim [...] se transformó en México [...] cuando supo ver de cerca el juego pérfido de la política europea y supo distinguir con claridad el futuro de un pueblo en donde la monarquía era una quimera proscrita para siempre. A su pensamiento supo acompañar la acción, la réplica rápida y justa, la pronta concepción del derecho, el sutil conocimiento de la intriga cortesana y de la maniobra internacional. Descubrió inmediatamente la trampa y tuvo la entereza de llamar tramposos a los gobiernos y a sus aventureros agentes.[ 16 ]
Los aliados informaron al gobierno que, dada la insalubridad de la zona, procederían a internarse en el país para ocupar posiciones en tierras templadas. Doblado respondió que eso era una provocación y que el gobierno se opondría a dicho avance, pero que estaba interesado en saber directamente cuáles eran las proposiciones y reclamos que las potencias pretendían hacer, abriendo la posibilidad de que los aliados, si así convenían, enviaran una comisión a la ciudad de México para arreglar un encuentro entre ambas partes. Tiempo después, sus comisionados, dos por cada nación, llegaron a la capital y se entrevistaron con el ministro y el presidente. Este viaje fue rechazado por unos y aprobado por otros; ambos tenían razón ya que los militares, especialmente los franceses, tomaron nota de las defensas del país, pero también pudieron constatar que la situación de la nación distaba mucho de lo que se había creído, siendo muy importante la participación y los comentarios que ante la sociedad expuso el brigadier Milans del Boch, lugarteniente del general Prim.
En un "estira y afloja" de notas, ambas partes convinieron en que se tuviera una conferencia entre el general Prim por los aliados y Manuel Doblado por el gobierno, para discutir el avance de las tropas. La cita se efectuaría en el poblado de La Soledad el 19 de febrero a las diez horas. Dicho encuentro mantenía en inquietud a los aliados y al gobierno juarista, ya que desde el desembarco de tropas españolas en los últimos días de diciembre de 1861 hasta esa fecha se había producido una evolución en la forma de comunicarse con el interior, o sea, del desplegado dirigido al pueblo mexicano sin tomar en cuenta al gobierno, pasando por una gran cantidad de notas entre los jefes militares y el propio Doblado a la de aceptar una conferencia directa entre el representante de las naciones demandantes y la del representante del gobierno mexicano, que contaba con las facultades para negociar un acuerdo. Esta evolución no era gratuita, para aquellos días los militares europeos se habían percatado no sólo de la peligrosidad del clima sino del error de considerar que llegarían a la ciudad de México sin ningún tropiezo, además, fue muy importante la labor diplomática emprendida por el gobierno mexicano al no exhibirse como agresor y la labor interna desempeñada por Juan Prim, quien fue percibiendo poco a poco no sólo la intriga francesa sino fundamentalmente la situación mexicana, se sensibilizó ante el liberalismo mexicano, y una vez así atrajo a Wyke, casi lo logró con De la Gravière pero se topó con la actitud férrea e intrigante del conde Saligny.
Prim y Doblado llegaron puntuales a la cita y conversaron seis horas. Los preliminares de La Soledad, resultado de lo anterior, estipulaban varios puntos importantes: se reconocía al gobierno constitucional, mismo que no había manifestado que necesitase auxilio del exterior y se entraba con él al terreno de los tratados para formalizar todas las reclamaciones pendientes. Se ponía en claro por parte de los aliados que no pretendían violar la soberanía, la independencia e integridad del territorio y que se fijaba la ciudad de Orizaba para iniciar las negociaciones; además los contingentes europeos conseguían de manera legal ocupar Córdoba, Orizaba y Tehuacán, subrayándose que si se rompían las negociaciones se retirarían a unos puntos señalados luego de que el gobierno mexicano se ocuparía de los hospitales aliados que quedasen tierra adentro. Finalmente se enarbolaría la bandera mexicana en San Juan de Ulúa y el puerto de Veracruz.
Saltan a la vista el reconocimiento de la legalidad del régimen juarista y la ganancia por ambos bandos de que las reclamaciones pasen al terreno de los tratados; de la misma forma los aliados obtienen el derecho legal de ocupar varias plazas importantes y la simbólica pero muy importante colocación del lábaro patrio en Veracruz y Ulúa. Doblado no pudo, a pesar de todo, obtener el control de la aduana del puerto, punto de suma importancia para las finanzas del gobierno.
La prensa opinó favorablemente respecto a los acuerdos de La Soledad al subrayar que
si bien los preliminares no pueden dar idea del arreglo colectivo o parcial que tengan todas las cuestiones pendientes, sí denotan de un modo muy claro que se han desvanecido los malos informes que servían de apoyo a los planes de intervención o de protectorado. Vemos ya plenamente reconocido al gobierno constitucional, punto importantísimo porque en él no se trata de la personalidad del señor Juárez y de sus ministros, sino de las instituciones del país, de la legitimidad de sus mandatarios, de la consolidación de los grandes principios reformistas.[ 17 ]
Y por lo que se refiere a la actitud del ministro, los periódicos que siempre lo habían apoyado ensalzaron su actuación: "Fiando en el triunfo de la verdad, de la razón y de la justicia, aplaudimos sinceramente el tacto, la circunspección, la dignidad y el patriotismo con que el señor Doblado ha cuidado de la honra de la República y deseamos que el resultado final corresponda a los preliminares".[ 18 ]
Finalmente, el propio interesado, al escribirle a Juárez, apuntaba:
En general informaré a usted que no pude sacar más, a pesar de que no ahorré razonamiento ni arbitrio oratorio de cuantos estaban a mi alcance y, si bien hay modificaciones sustanciales respecto de los artículos propuestos por el señor ministro de Justicia, hay también algunas concesiones adquiridas por nuestra parte que no estaban comprendidas en aquéllas [...]. Mi opinión como ministro en el gabinete es que los preliminares deben admitirse como lo mejor que puede obtenerse en las presentes circunstancias.[ 19 ]
Así como fueron aprobados por Juárez los preliminares de La Soledad, los aliados hicieron lo mismo, ya que estaban facultados para ello. Es importante señalar que Dubois de Saligny no hizo ningún tipo de aclaración con respecto al texto pactado, simplemente firmó, y si esto se subraya es porque días más tarde se retractaría de lo hecho en aquella ocasión.
Para el escritor Orellana, los preliminares de La Soledad
eran la continuación, la consecuencia lógica e indeclinable de la política seguida por los aliados [...] eran un gran paso hacia la solución pacífica, recomendada por los tres gobiernos a sus representantes [...], además aquellos preliminares a nada comprometían, pues dejaban intactas todas las cuestiones para tratarlas en Orizaba [...]; los preliminares, no sólo fueron un acto político de la más alta conveniencia, sino también un rasgo de previsión y de inteligencia militar. Y sin embargo, ni una sola de las cláusulas dejó de ser rudamente combatida, no por los colegas del general Prim, que sin duda las consideraron buenas, supuesto que se avinieron a firmarlas, sino por los que, desde Europa, veían las cosas muy diferentes de la realidad.[ 20 ]
Ya estando el general Prim en España, explicó ante el Senado su proceder: "Los preliminares de La Soledad los consideré yo y los consideraron entonces mis colegas como un paso gigante hacia la solución pacífica que tan recomendada nos estaba por nuestros gobiernos, y también cumplía a la fuerza que representaban las tres naciones";[ 21 ] y agregaba "De todo lo dicho se deduce que los preliminares de La Soledad no sólo fueron un acto político y altamente conveniente, sino que sacó a los aliados de la mala situación en que estaban en Veracruz",[ 22 ] y finalmente sentenció:
Los preliminares de la Soledad merecieron en su artículo primero o preámbulo ser objeto de las observaciones del gobierno de la reina, que consideró que el tratar con el gobierno de Juárez era reconocerle, y reconociéndole se le daba una fuerza moral que no tenía. Señores, el gobierno que encontramos establecido en México, el gobierno de Juárez, fue reconocido por los aliados desde el momento que entraron con él en relaciones oficiales.[ 23 ]
Es claro, como se dijo en páginas anteriores, que el sentimiento íntimo del gobierno español no se reducía a cobrar dinero ni exigir satisfacciones por los asesinatos perpetrados a sus conciudadanos durante el régimen de Comonfort. Podemos afirmar que, si la situación combinada con Francia le hubiera permitido la posibilidad de establecer en nuestro país al menos un protectorado, si no hubiese estado al frente de la expedición el general Prim, dicha acción posiblemente se habría consumado, no sin una guerra feroz levantada por el pueblo mexicano. Es creíble que, si Prim no hubiera comprendido la situación mexicana y siguiera con su actitud prepotente como lo demostró al inicio de la invasión tripartita y con su sentimiento bélico que caracteriza prácticamente a todos los militares, el conflicto hubiera desembocado en un desarrollo incierto.
No mucho tiempo después de firmarse de común acuerdo los tratados de La Soledad, llegó la noticia de que un refuerzo bastante numeroso de franceses había desembarcado en Veracruz, pero lo que causó honda sensación fue que además de los franceses venían algunos connotados conservadores que estaban en el exilio. El gobierno mexicano envió una serie de protestas y los señores Wyke y Prim se sintieron sumamente molestos porque consideraban que aquellas personas lo único que harían sería dificultar la acción mancomunada de los aliados. Respecto a este acontecimiento Doblado escribió:
Las fuerzas francesas dieron abrigo en Veracruz a mexicanos declarados enemigos del actual orden de cosas establecido en la república [...]. Fuerzas francesas custodiaron en su tránsito de Veracruz a Córdoba a los traidores don Juan N. Almonte, don Francisco Miranda y otros [...]. El gobierno mexicano tenía en su poder cartas dirigidas por el traidor Almonte en que excitaba a jefes y oficiales del ejército mexicano a que promovieran asonadas llamándolos al poder, y desconociendo al mismo gobierno constitucional a quien los comisarios franceses al aprobar los preliminares de La Soledad habían reconocido los títulos bastantes para constituir una autoridad legítima, a saber, los elementos de fuerza y opinión necesarios para sostenerse contra cualquiera revuelta intestina no apoyada y favorecida por las bayonetas extranjeras.[ 24 ]
Efectivamente, desde ese momento los comisionados ingleses ordenaron reembarcar sus tropas, y gracias a la laboriosa actitud de Prim, Wyke accedió a seguir tratando por la vía diplomática las cuestiones mexicanas. Dubois de Saligny en un momento dado conversó con los representantes ingleses y les dijo que jamás él había firmado los preliminares de La Soledad, dejando estupefactos a los británicos, quienes acudieron al comandante español para ver qué opinaba; éste recibió la misma respuesta del comisionado francés. Eran evidentes, para aquel entonces, los oscuros motivos que movían a la expedición de Francia, pero esperando a Prim a que pudiese darse un arreglo favorable entre los comisionados esperó hasta el encuentro de Orizaba, pero todo fue inútil, la posición francesa era contraria al decoro y la dignidad de Juan Prim y Charles Wyke. Ante tal noticia el presidente Juárez mandó publicar un manifiesto para que el pueblo se enterase fehacientemente de los acontecimientos; en él explicaba que los comisionados de los tres países no habían podido ponerse de acuerdo en la interpretación que habían de dar a la Convención de Londres y que cada uno de ellos obraría de manera separada. Al mismo tiempo recalcaba que el gobierno francés, que se había comprometido por medio de los tratados de La Soledad a reconocer al gobierno constitucional, daba ahora abrigo a un "hijo espurio de México sujeto a juicio de los tribunales por sus delitos contra la patria",[ 25 ] Y sabiendo, como era de preverse, quién era el centro de las intrigas entre los aliados, Manuel Doblado le envió una carta a Saligny que significaba de hecho el rompimiento de las hostilidades con el imperio napoleónico:
La violación de los preliminares de La Soledad, consumada por los señores comisarios franceses a la sombra de un pretexto casi pueril, es injustificable examinada a la luz del derecho internacional [...]. El gobierno mexicano ha estado, y está todavía, dispuesto a agotar los medios conciliatorios para llegar a un acomodamiento pacífico, cuya base sean los preliminares de La Soledad. Ha cumplido por su parte y cumplirá, en lo sucesivo, con las obligaciones que se impuso en aquellos preliminares porque comprende cuánto lastima una deslealtad al honor de la nación. No agredirá el primero, porque sigue fielmente el principio de respetar las nacionalidades, mientras no recurran a otros medios que los de las convenciones. Pero el gobierno constitucional, depositario de la soberanía y guardián de la independencia de la república, repelerá la fuerza con la fuerza y sostendrá la guerra hasta sucumbir porque tiene conciencia de la justicia de su causa, y porque cuenta con que esa contienda la ayudarán poderosamente el valor y el amor a la patria, características del pueblo mexicano.[ 26 ]
De la misma importancia consideró el ministro atraerse a las otras dos partes beligerantes:
como México sabe apreciar en todo su valor la conducta noble, leal y circunspecta de los señores comisarios de la Inglaterra y de la España y como su deseo es apurar todos los medios conciliatorios, y arreglar definitivamente sus relaciones exteriores con las potencias amigas, está dispuesto a entrar en tratado con los señores representantes de la Gran Bretaña y de España, no obstante lo ocurrido el día 9, pues ahora como antes tiene la mayor voluntad para satisfacer cumplidamente todas las reclamaciones justas de aquellas naciones dándoles garantías eficaces para lo futuro y reanudar las relaciones de amistad y comercio que con ellos ha llevado sobre bases firmes, francas y duraderas.[ 27 ]
En esta forma
Doblado obtuvo, desde el mismo pueblo de La Soledad, la primera de las grandes victorias nacionales que caracterizaron la gesta de los años 1862 a 1867. No sólo porque supo darle oportunidad a Juan Prim para exhibir su carácter liberal, caballeroso y decente, y a Wyke para convencerse de que un acreedor puede más por las buenas que por las malas, sino porque dio al mundo una lección de decencia diplomática y de paso pulverizó en el terreno moral la política del matonismo, en la que se había anclado la cancillería de Napoleón III.[ 28 ]
Finalmente, para completar el cuadro, Prim esbozó, al presentarse ante el Senado español para explicar la conducta de sus actos, un pensamiento clarividente que sólo se da en aquellas personas de profunda inteligencia que pueden prever el desarrollo de un acontecimiento, y afirmó fehacientemente lo siguiente:
Yo no dudo que entrarán [los franceses] algún día en la capital de México, les costará mucha sangre, fatigas y tesoros, pero entrarán; su amor propio militar quedará satisfecho pero no crearán nada sólido nada estable, nada digno del gran pueblo que representan. No podrán crear una monarquía porque no encontrarán hombres de opiniones monárquicas; ni podrán siquiera constituir un gobierno de capricho, un gobierno de antojo, porque los mexicanos lo rechazarán [...]. Los franceses en México no tendrán más terreno que el que pise su autoridad ni aun llenarán el espacio en que resuenen sus clarines; ocuparán la capital de México y otro pueblo y otras ciudades, uno, dos, tres años, el tiempo que quieran, pero por mucho que dure la ocupación yo aseguro que no lograrán que los mexicanos quieran al príncipe Maximiliano por rey de México; siendo el resultado que los franceses tendrán que abandonar un día aquella tierra, dejándola más y más perdida que la que encontraron cuando a ella llegaron con promesas de querer salvarle.[ 29 ]
La invasión tripartita a México fue uno de los acontecimientos más tortuosos que la diplomacia internacional tenga en sus anales, es la expresión más viva del sentimiento colonialista que estaba en boga a mediados del siglo pasado. Si ésta no llegó a consumarse del todo, fue merced precisamente a la acción inteligente de los dos personajes centrales de esta ensayo, Juan Prim y Manuel Doblado. A pesar de que su proceder fue sumamente inteligente, no debemos olvidarnos de las circunstancias generales que rodearon a ambas personas, si éstas les hubiesen sido más contrarias posiblemente el resultado hubiese sido otro que el que conocemos, pero como no podemos hacer ficción, simplemente podemos afirmar que gracias a su actuación México siguió la senda más acorde a nuestra idiosincrasia.
De nueva cuenta queremos reiterar que los planes íntimos del gobierno de la reina Isabel II de España eran, de ser posible, establecer un protectorado o algo parecido, y que si no habían peleado por una monarquía fue porque el candidato al trono mexicano no era español, por lo tanto no tenían por qué apoyar una candidatura que aparentemente no los beneficiaba. Por su parte, los Estados Unidos guardaron una actitud típica en ellos y que era la de una disimulada neutralidad que sólo se resolvería a favor de uno y de otro si los acontecimientos fueran demasiado peligrosos para su existencia, o bien que les beneficiase de manera completa.
Para terminar diremos que este estudio estaría más completo si hubiésemos tenido la posibilidad de adentrarnos más a fondo en el sentimiento monarquista, no el típico que le echa en cara su antipatriotismo, sino un estudio completo del programa operativo que pensaban realizar, explicando de esta manera muchos arquetipos que sobre esta época tenemos.
[ 1 ] [Manuel Doblado], Relato del general liberal Manuel Doblado, secretario de Relaciones Exteriores sobre los principios de la intervención de Francia en México, 1867, 64 f., f. 3.
[ 2 ] Justur strictur veritas. Nuevas reflexiones sobre la cuestión franco-mexicana, México, Tipografía Nabor Chávez, 1867, 178 p., p. 10.
[ 3 ] [Manuel Doblado], Relato del general liberal Manuel Doblado, secretario de Relaciones Exteriores sobre los principios de la intervención de Francia en México, 1867, 64 f., f. 4.
[ 4 ] Álvaro Matute, México en el siglo XIX. Fuentes e interpretaciones históricas, 4a. ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 565 p., p. 507.
[ 5 ] Francisco Zarco, El Siglo Diez y Nueve, 9 de noviembre de 1861.
[ 6 ] [Manuel Doblado], Relato del general liberal Manuel Doblado, secretario de Relaciones Exteriores sobre los principios de la intervención de Francia en México, 1867, 64 f., f. 10.
[ 7 ] [Manuel Doblado], Relato del general liberal Manuel Doblado, secretario de Relaciones Exteriores sobre los principios de la intervención de Francia en México, 1867, 64 f., f. 6.
[ 8 ] José María Vigil, México a través de los siglos, 12 t., México, Cumbre, 1882, t. X, p. 7.
[ 9 ] Jorge L. Tamayo, Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia, 15 t., México, Secretaría de Patrimonio Nacional, 1965, t. V, p. 327.
[ 10 ] La Orquesta, 11 de diciembre de 1861.
[ 11 ] La Orquesta, 11 de diciembre de 1861.
[ 12 ] Véase Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Manuel Doblado, Expedientes Personales 1840-1868.
[ 13 ] Ralph Roeder, Juárez y su México, 2a. ed., México, Fondo de Cultura Económica 1984, 1101 p., p. 568.
[ 14 ] Justo Sierra, Juárez su obra y su tiempo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1977, 590 p., p. 369.
[ 15 ] Carta de Thomas Corwin a Manuel Doblado, 25 de febrero de 1862, en Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Manuel Doblado, Expedientes Personales 1840-1868.
[ 16 ] Genaro Estrada, Don Juan Prim y su labor diplomática, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1928, XXVIII -256 p. (Archivo Histórico Diplomático, 25), p. 239.
[ 17 ] Francisco Zarco, El Siglo Diez y Nueve, 23 de febrero de 1862.
[ 18 ] Francisco Zarco, El Siglo Diez y Nueve, 3 de marzo de 1862.
[ 19 ] Carta de Manuel Doblado a Benito Juárez, 20 de febrero de 1862, en Jorge L. Tamayo, Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia, 15 t., México, Secretaría de Patrimonio Nacional, 1965, t. V, p. 773-775.
[ 20 ] Francisco Orellana, Historia del general Prim, 2 t., España, J. Parrés, t. I, p. 370-371.
[ 21 ] Justur strictur veritas. Nuevas reflexiones sobre la cuestión franco-mexicana, México, Tipografía Nabor Chávez, 1867, 178 p., p. 50.
[ 22 ] Justur strictur veritas. Nuevas reflexiones sobre la cuestión franco-mexicana, México, Tipografía Nabor Chávez, 1867, 178 p., p. 56.
[ 23 ] Justur strictur veritas. Nuevas reflexiones sobre la cuestión franco-mexicana, México, Tipografía Nabor Chávez, 1867, 178 p., p. 58.
[ 24 ] [Manuel Doblado], Relato del general liberal Manuel Doblado, secretario de Relaciones Exteriores sobre los principios de la intervención de Francia en México, 1867, 64 f., f. 15.
[ 25 ] El Monitor Republicano, 12 de abril de 1862.
[ 26 ] El Monitor Republicano, 11 de abril de 1862.
[ 27 ] El Monitor Republicano, 12 de abril de 1862.
[ 28 ] Ernesto Lemoine Villicaña, "La guerra de México, hace un siglo", Boletín del Archivo General de la Nación, México, Secretaría de Gobernación, abril-junio, 1962, t. III, n. 2, p. 331-403.
[ 29 ] Discurso pronunciado por el general Prim, en el Senado español, defendiendo sus actos como general en jefe del cuerpo del ejército expedicionario a México y como ministro plenipotenciario cerca de dicha república, México, Tipografía Nabor Chávez, 1863, p. 128-129.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 13, 1990, p. 135-157.
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