Ariel Rodríguez Kuri
La información básica que ha dado lugar a este trabajo se obtuvo del Archivo Francisco Bulnes, disponible en la sección de archivos incorporados del Archivo General de la Nación. El material ahí coleccionado es diverso: notas sueltas sobre múltiples temas, borradores inconclusos, originales de artículos periodísticos, síntesis de libros, sumas y restas de su contabilidad personal, etcétera.
El material del Archivo Francisco Bulnes está completamente clasificado en más de diez secciones, de las cuales la número cuatro (El Gobierno del General Díaz), la cinco (Los Científicos), la seis (La Revolución de 1910), la siete (México: su Organización Económica, Política y Social) y la once (Las Tendencias Políticas en General y para México) pueden ser particularmente útiles para la caracterización del pensamiento político de Francisco Bulnes.
El archivo no carece de inconvenientes. Gran parte de la documentación no está fechada, y no es posible en todos los casos deducir del contexto mismo del documento su cronología aproximada. Además, hay un vacío notable: el archivo no posee la correspondencia personal de Bulnes. Esto último puede ser más complicado de lo que parece, pues gran parte del material que el archivo contiene seguramente fue concebido para su publicación en la prensa, o en forma de libro, o bien son notas -interesantísimas- para apoyar posteriores escritos publicables. Es obvio, en este sentido, que al gran público no se le habla con la misma sinceridad que a los íntimos -menos aun cuando el presidente de la República en turno es Porfirio Díaz, o Victoriano Huerta, o Venustiano Carranza.
Entre el vituperio y la lucidez podemos ubicar el ámbito de reflexión política de Francisco Bulnes (1847-1924). Autor prolífico, ingeniero de minas,[ 1 ] amante de la polémica y la paradoja, sofista sin autocrítica, Bulnes es un personaje inscrito en una tradición de escasa membresía en el medio intelectual de su tiempo: el escepticismo político, la sistemática incredulidad ante el desarrollo de la realidad social y política del país. Bulnes perteneció a una generación y a un grupo políticamente derrotado en nuestro país. Ha dicho Luis González de los Científicos porfiristas:
A ninguna de las doce elites que han regido la vida mexicana en las últimas dos centurias les ha ido tan mal con la posteridad como a ésta. Nadie la quiso desde que se apochotó en los puestos de mando más allá de la cuenta y quizá desde que asumió una actitud de desdén hacia la multitud. Su altivez fue en perjuicio de su fama.[ 2 ]
La figura de Francisco Bulnes es una puerta de acceso para incursionar en un universo político y cultural, cuyo estudio, sin embargo, rebasa los límites de este trabajo. Aquí, en todo caso, se pretende evidenciar ciertos rasgos de pensamiento de un personaje oculto en las sombras de su propia biografía, y que logró plasmar en los textos que nos ha legado muchas de las debilidades del mundo político al que pertenecía.
Entreverado con los excesos de su escritura (el uso indiscriminado de los adjetivos, la sintaxis dislocada por la pasión), hay todo un diagnóstico político y social de la realidad mexicana. Pero hay, asimismo, evidencias de la impotencia y de la soledad de un intelectual que, sin haber sido de ninguna manera un incondicional de Porfirio Díaz, aparece ante nosotros como un elemento insustituible de la cultura política del Porfiriato.
Para efectos de este trabajo, nos detendremos en la percepción sociopolítica de Bulnes en dos momentos cruciales de la historia de México, y de los cuales fue testigo e incluso actor: 1) el asunto de la reelección de Porfirio Díaz en 1903-1904, y 2) la prefiguración, desarrollo y desenlace de la revolución maderista.
Escuetamente, en una nota, Francisco Bulnes buscó justificar las razones de una de las dos últimas reelecciones de Porfirio Díaz:
La reelección debe llevar tres grandes fines: 1. Responder eficazmente al temor de la sociedad de caer en la demagogia militar o civil. 2. Responder a las esperanzas de los mexicanos de tener al fin instituciones nacionales de acuerdo con su estado actual de civilización. 3. Impedir que alguien tenga posibilidades de asaltar el poder en cualquier tiempo.[ 3 ]
Una larga y sinuosa historia de pie a estas afirmaciones. Mucho se discutió, mucho se escribió y en la práctica bien poco pudo resolverse sobre la sucesión constitucional de Porfirio Díaz en la primera década del siglo XX. Más que una colección de buenos deseos, las líneas de Bulnes nos recuerdan el tono apremiante de aquella discusión; todavía de mayor importancia, sin embargo, es que tal documento, sin que podamos leerlo abiertamente, evidencia la intuición de Bulnes de que los peligros para la estabilidad del régimen político del Porfiriato parecían encontrarse entre las propias facciones y personajes que lo integraban.
Antes de 1910, la obsesión de Bulnes parece haber sido Bernardo Reyes. Este personaje, que venía a representar algo así como un incipiente populismo de corte militar, era el depositario de todas las desconfianzas civiles del grupo de los Científicos y en particular de Bulnes. Baste recordar, por ejemplo, el libro que Bulnes publicó en 1903, Las grandes mentiras de nuestra historia,[ 4 ] donde procuró demostrar con lujo de detalles el papel nefasto que, según él, tuvo el ejército a lo largo del siglo XIX. No en balde, precisamente en esas fechas, había sido removido Reyes de la Secretaría de Guerra, y se había dado carpetazo al proyecto de "segunda reserva" en el ejército federal.[ 5 ]
Años después, a propósito del mismo tema, las desconfianzas de Bulnes emergerían con todas sus letras, y dejando de lado la diplomacia de los mensajes cifrados, afirmó que
La segunda reserva tuvo por objeto organizar un partido militarista y al mismo tiempo civil y rabiosamente personalista al general Reyes; el proyecto fue adquirir a toda la juventud activa, robusta, inexperta, entusiasta y desgraciadamente servil [y] convertir a cada reservista en un elector, darle armas, organizarlo para las tres luchas, la de los comicios electorales, la del motín capitaneado por reservistas y la militar para una buena guerra civil.[ 6 ]
La obsesión por Reyes y el militarismo parece evidenciar en todo caso una serie de debilidades políticas estructurales el Estado porfirista, y que Bulnes, como otros intelectuales del Porfiriato, pudo identificar antes de 1910.
En el famoso discurso de Bulnes, leído en la Cámara de Diputados en 1903, podemos encontrar un alegato en pro de la institucionalización y en favor de la aparición de partidos políticos.[ 7 ] El discurso es un documento excepcional en todos sentidos. En primer lugar, porque alcanzó su objetivo explícito: justificar ante la opinión pública y ante el grupo gobernante la sexta reelección de Porfirio Díaz. Pero, además, porque planteó nítidamente la encrucijada a la que estaba llegando el país.
Afirmaba Bulnes que justificar la reelección de Díaz en virtud de la necesidad de conservar el crédito internacional del país era poco más o menos que desalentador; ello quería decir que en cuanto faltase el general Díaz, el crédito mismo peligraría: "Nada más propio para acabar pronto con el crédito, que anunciar al orbe, que después del general Díaz, caeremos en el insondable abismo de miseria de donde hemos salido".[ 8 ] Pero el problema no era exclusivamente financiero; lo que estaba a discusión era el futuro entero de la nación: "Yo creo que la reelección debe ser más que una cuestión de gratitud para un esforzado guerrero y colosal estadista. Yo creo que la reelección debe ser más que una brillante cuestión de presente, que debe ser algo nacional, y sólo es nacional lo que tiene porvenir. Y creo que el porfirismo y el mexicanismo no son antagónicos, que hay que armonizarlos".[ 9 ]
Ya en ese presente, en el momento mismo en que hablaba Bulnes, los temores y angustias habían empezado a surgir: "¡La nación tiene miedo! La agobia un escalofrío de duda, un vacío de vértigo, una intensa crispación de desconfianza ¡y se agarra a la reelección como a una argolla que oscila en las tinieblas!"[ 10 ] Tal era el diagnóstico, tal era la ponderación de los ánimos nacionales, tal era la paradoja del momento: Díaz debía ser reelecto para garantizar su propia y pacífica sucesión. ¿Cómo? El camino a seguir lo marcaba el propio Bulnes, asumiéndose como portavoz del país entero: "La nación quiere partidos políticos; quiere instituciones; quiere leyes efectivas; quiere lucha de ideas, de intereses y de pasiones".[ 11 ]
Cualquier argumento en favor de un individuo, cualquier propuesta de solución a la problemática de la sucesión que no pasase por la institucionalización, era inconcebible para Bulnes:
¿Qué es lo que ve el país que se le ofrece para después del general Díaz? ¡Hombres y nada más que hombres! Para después del general Díaz el país ya no quiere hombres [...] El periodo magnífico de excepción lo está substanciando gloriosamente el general Díaz, y no queda para sus sucesores, pretendientes del régimen personal, más que el periodo de execración.[ 12 ]
Por uno u otro camino, Bulnes regresaba al problema de lo que él llamaba el personalismo político. Antes de 1910, sus temores parecían fundados. En una sociedad sin organizaciones políticas, el caudillismo militar -por estar sustentado en una fuente real del poder: el ejército- amenazaba con llevarse la mejor tajada del pastel en la disputa por la herencia política de Porfirio Díaz. Todo el alegato civilista de Bulnes ha de leerse en el contexto accidentado y apasionado de aquella discusión política que duró al menos diez años.
Los juicios de Bulnes, por lo demás, fueron en muchos sentidos acertados, pero las posibilidades prácticas de modificar la inercia del Estado porfirista fueron a la larga casi nulas. El porqué de esta incapacidad no deja de ser un tema apasionante de la historia del Porfiriato y la Revolución Mexicana. Queda claro, en todo caso, que el grupo político al que pertenecía Bulnes -los Científicos- depositó -seguramente porque no tuvo otro remedio- sus esperanzas de ganar la carrera de la sucesión en el propio general Díaz. Cuando don Porfirio dio de sí en 1911, el resentimiento de Bulnes se expresó, encendida y meticulosamente, en cortas pero sugerentes frases:
El general Díaz llegó a ver un Reyes imaginario, un Limantour imaginario, unos científicos imaginarios, un pueblo mexicano imaginario, un Madero imaginario; y lo que fue peor, un proletariado intelectual imaginario. Él lo creía su basura, lo estuvo pisando muchos años, lo llamaba "caballada"; y ese proletariado intelectual lo embaucó, lo fascinó, lo sugestionó, lo hizo ver todo imaginario, y cuando lo juzgó ya imbécil, ese proletariado levantó las patas y lo untó en los huaraches del peladaje zapatista.[ 13 ]
Aún más, el hecho de que Díaz se hubiese convertido en el impedimento esencial de todo arreglo pacífico a la sucesión, jamás le fue perdonado. Así, Bulnes llegó a dudar de la salud mental del general: "En el camino que estaba pisando Díaz, había pruebas de locura rematadas de omnipotencia".[ 14 ] Al calor de los acontecimientos, la política se trocó en psicología.
Francisco Bulnes pensó la revolución maderista desde perspectivas disímiles. En su archivo aparece todo tipo de argumentos: desde aquellas líneas redactadas al calor de las primeras impresiones que en él iban dejando los acontecimientos hasta razonamientos donde podemos detectar incipientes rasgos de una estrategia antimaderista de mediano plazo.
Al distribuir los juicios y emociones de Bulnes con fines estrictamente analíticos, se pueden establecer tres categorías argumentales. De lo anterior no necesariamente se desprende que hubiese habido un criterio consciente y explícito en Bulnes que se corresponda con la clasificación que aquí se presenta. Al calor de la polémica y ante el apremio de los hechos, el discurso de Bulnes resulta un tablero abigarrado de sentencias y reiteraciones, de intuiciones políticas e interpretativas espléndidas, y de excesos retóricos muy propios de la época.
Así entonces, la ordenación del discurso de Bulnes obedece a una reconstrucción post factum, y de ninguna manera cabe pensar que tal fue la secuencia empírica de los acontecimientos. Se presentan así los argumentos de Bulnes agrupados de la siguiente forma: a) la génesis y el personal de la revolución maderista; b) las debilidades del maderismo triunfante y c) las consecuencias de mediano y largo plazos de la revolución.
Hacia 1915, Francisco Bulnes sostenía que el régimen de Porfirio Díaz "había dejado de ser el gobierno orgánico de México".[ 15 ] Hay, en este juicio, una línea de continuidad, una lógica que prevalece, respecto a una reflexión más general que el propio Bulnes aventuraba hacia 1911:
En México, nuestras clases directivas o ilustradas han manifestado desde nuestra independencia una gran incapacidad para gobernar: nuestros conservadores quisieron gobernarnos conforme a principios estrictos de teología dogmática y moral; los liberales apelaban a cartillas demagógicas y a los moderados les dio por la monarquía constitucional en un país donde no podía haber monarca ni constitución.[ 16 ]
Una hipótesis más general explica entonces la revolución maderista. Bulnes se esfuerza en evidenciar que debe existir una correspondencia y una mínima compatibilidad entre poder, gobernantes y sociedad. Al comentar la manera en que Porfirio Díaz había neutralizado las candidaturas vicepresidenciales de Reyes y Limantour, en 1904, Bulnes no dejará de subrayar el carácter "majestuoso, profundo e inmoral" del golpe político de Díaz.[ 17 ] Pero al mismo tiempo, se esfuerza en dejar sentadas las, a su juicio, obvias limitaciones -personales y de grupo- de Reyes y Limantour para aspirar legítimamente a la presidencia.[ 18 ]
Bulnes remitió las causas de la revolución maderista a las propias contradicciones del Porfiriato. Después de iniciada la revolución de 1910, el escritor evitó por tanto las explicaciones fundadas meramente en la constatación de ambiciones personales o en los supuestos desvaríos de Madero: "Un individuo es capaz de causar una rebelión; no hay individuo capaz de causar una revolución".[ 19 ] Y si el ejercicio del poder requiere cierta organicidad respecto a la sociedad, en esa misma lógica la revolución viene a ser "la fuerza orgánica salvadora" que trata de "liberar del morbo o de la muerte al organismo infectado", es decir, a la sociedad y a su gobierno.[ 20 ]
Bulnes no simpatizaba en absoluto con el maderismo, y no hay evidencia de que haya mostrado una actitud conciliadora hacia el movimiento. En más de un sentido, Bulnes fue un antimaderista connotado. Pero es necesario patentizar que en nuestro autor es rastreable cierta coherencia interpretativa respecto a los acontecimientos que ante sus ojos tenían lugar. De ahí entonces de que la principal crítica de Bulnes no se haya centrado precisamente en la vocación de poder de Madero, sino en la cauda de invitados indeseables que acudieron al banquete revolucionario. Afirma Bulnes, en una de sus obras más citadas: "El gobierno de Madero, excepto en su ineptitud para mantener la paz, era superior al de Díaz, y debió ser ayudado para restaurar la paz, no derrocado".[ 21 ] Así entonces, quizá haya que leerse con mucho cuidado, más allá de su literalidad, una frase apocalíptica de junio de 1911. "No deseo que el señor Madero [dice Bulnes] tenga que arrepentirse del tremendo principio de anarquía que ha proclamado".[ 22 ]
Con el contexto de Bulnes, la afirmación anterior es menos una censura inapelable a la revolución maderista que una enérgica protesta contra los procedimientos del personal revolucionario. Incluso en el caso de Emiliano Zapata, no dejan de sorprender sus juicios curiosamente moderados sobre el morelense:
Zapata no es respetado [...] pero no hay duda de que posee un lado respetable. El gobierno interino [de León de la Barra ] le ofreció grandes sumas de dinero para su uso personal si abandonaba la lucha [...]; sin embargo, aun cuando ame derramar la sangre del hombre honrado y mancillar el pudor de las vírgenes, ama también un ideal que lo conducirá a una muerte próxima. Zapata no es todo lodo; en su barro corporal sangriento y en su espíritu tenebroso de demonio católico, se encuentran verdaderos diamantes tallados por inequívocos sacrificios a favor de una causa no toda ella condenada por la civilización, como es la rendición de los pobres.[ 23 ]
Más temprano que tarde, Bulnes hubo de preguntarse por la composición social de los contingentes revolucionarios. Ante esta problemática, Bulnes muestra que detrás de sus frecuentes generalizaciones y su inmoderado gusto por los énfasis estilísticos, había un agudo observador. En realidad, identifica dos problemas entreverados, en esta suerte de sociología de la revolución. Reconoció, en principio, que la verdadera batalla de la guerra revolucionaria la había librado "la clase submedia rural", es decir, "la clase popular, clase sin pretensiones, humilde [...] más amante de la vida de aventuras y del bandidaje, que del poder, la tribuna, la diplomacia y las solemnidades oficiales".[ 24 ] Pero define asimismo el que a su juicio fue el grupo social que verdaderamente controló el proceso: "el verdadero amo de la Patria" -sostuvo Bulnes- "[fue] el proletariado intelectual".[ 25 ]
El proletariado intelectual, para Bulnes, era "la clase media liberal profesional", es decir, "los sabios de colegio", aquel grupo que se volvió insustituible en México desde la restauración de la República en 1867.[ 26 ] De este sector sólo se podían esperar grandes ambiciones, pues su verdadera vocación era la conquista del poder, la sustitución del grupo dirigente del Porfiriato.
En este sentido, hay un lugar común que Bulnes se esfuerza en contradecir. "Según la ignorancia de los pueblos, una revolución tiene por objeto un cambio de principios en el gobierno"; sin embargo, afirma Bulnes sin matices, "una revolución tiene por objeto un cambio personal para gobernar conforme a los principios [de] la sociedad".[ 27 ]
Un círculo se ha cerrado. La génesis de la revolución maderista radica en dos puntos que se proyectan simultáneamente: la incapacidad de la clase política porfirista para resolver el problema de la sucesión del general Díaz, y las acechanzas y oportunismos del "proletariado intelectual" que se asfixiaba en el estrecho mundo político del Antiguo Régimen, y que logró montarse en la ola de la revolución para convertirse, sin duda, en el contingente privilegiado del maderismo.
Hacia mediados de 1911, el triunfo del maderismo era inobjetable. De ello no dudó Bulnes jamás. Pero no renunció, sin embargo, a identificar las verdaderas debilidades de aquel movimiento. Más que un historiador, Bulnes era un político -en todo caso-, un analista político nato. Los mejores juicios que de él conservamos tienen que ver precisamente con el ejercicio del poder: "Nadie ha negado que la revolución de 1910 fue popular y que su triunfo fue completo sobre el ejército y las clases directoras". Pero señala, a manera de crítica: "¿Si en la revolución de 1910 triunfó el pueblo, por qué no se organizó inmediatamente un gobierno popular, aun cuando hubiese tenido la tabernaria forma demagógica o la siniestra socialista [ya que era imposible] que se organizara una democracia?"[ 28 ]
En realidad, esa pregunta no se la hizo solamente Bulnes. Muchos maderistas se preguntaron, azorados, por qué la revolución triunfante respetaba, más allá de lo que indicaba la prudencia política, al personal y las instituciones del Antiguo Régimen. De ello hay fehacientes testimonios.[ 29 ]
Bulnes percibió que Madero, al triunfo de su revolución, se enfrentaba a una tríada de posibilidades políticas, de las cuales una pudo haber fortalecido su poder: 1) obrar con honradez y renunciar; 2) llevar a su máxima expresión la revolución democrática: reforma agraria, política obrera, desarme del ejército, municipios libres, régimen parlamentario; 3) convertirse en presidente, pero no en dictador, lo cual efectivamente hizo.[ 30 ]
Bulnes señaló hasta el cansancio la inviabilidad de un gobierno maderista sustentado tan sólo en principios democráticos. "La forma de gobierno científicamente indicada en 1911 era el cesarismo", afirmó sin ambages.[ 31 ] En otras palabras, se requería un gobierno fuerte para afrontar una situación difícil, inmanejable; sin un gobierno fuerte -aun fuese el de Madero-, el futuro sólo depararía "derrumbes y sepulturas", pues el "tétrico principio de la omnipotencia popular" era poco menos que suicida; estaba en puertas "la peor de las anarquías: la anarquía social".[ 32 ]
El alegato en favor de un gobierno maderista fuerte no era una argumentación en favor del prócer de Coahuila era, en realidad, un llamamiento para contener "la sublevación de los campesinos de la peor especie contra las clases civilizadas de la nación mexicana", y más aún "el choque del analfabetismo contra la cultura nacional; el empuje de la pasión descarada de bandidaje contra la moderación usada aun por los peores políticos de las clases directoras; en fin, una lucha de clases muy siniestra".[ 33 ] En un momento dado, bien valía la pena sostener que de los males el menor.
Por otra parte, si Bulnes pretendió rescatar lo rescatable del maderismo, no por ello renunció a sumarse a aquella ofensiva que los porfiristas desataron a partir de mayo de 1911 contra la revolución maderista.[ 34 ] Bulnes supo aprovechar aquella paradójica situación que el triunfo maderista suscitó. La inmensa e insospechada popularidad de Madero descansaba sobre bases quizá no tan firmes. Y el camino que en este sentido recorrió Bulnes sorprende por su temeridad. Contra la opinión de muchos antimaderistas, Bulnes consideró que las elecciones de octubre de 1911 debían llevarse a cabo según lo programado,[ 35 ] pues a su juicio "el prestigio del señor Madero está en franca evaporación" y es "cuestión de tiempo nulificarlo políticamente". Si Madero parece invencible a mediados de 1911, "no lo sería siempre: cuando deje de estar envuelto en nubes apocalípticas [...] y botando de ovación en ovación [...] oiremos gritar ¡muera Madero!"[ 36 ]
Bulnes tejía fino. El prestigio de Madero se veía afectado no por la prolongación del interinato de Francisco León de la Barra, sino por su rápido acceso al poder. Al ejercer la presidencia de la República, Madero se convertiría en el cuentahabiente de sus propios errores. El ejercicio del poder lo desgastaría y la nación en su conjunto reconocería la inviabilidad del régimen maderista.
Bulnes no se contentó con razonamientos de largo plazo. Haciendo eco de una inquietud generalizada en 1911, asumió como inminente el despido masivo de burócratas que hubiesen trabajado para el gobierno porfirista. Aventuro que era el Partido Constitucionalista Progresista (PCP) el interesado en los despidos, y que Madero parecía mostrar una actitud más prudente al respecto. La conclusión era de esperarse: el pcp debía ser disuelto de una vez por todas.[ 37 ]
En la misma lógica de enfrentamiento inmediato con el régimen maderista, se inscribieron los ataques de Bulnes a lo que llamó la imposición de José María Pino Suárez como vicepresidente de la República. Sostuvo además que dicha imposición le costó a Madero el "ochenta por ciento de su popularidad".[ 38 ]
Parece evidente la intención de Bulnes por magnificar las desavenencias en el seno del propio maderismo, que ciertamente llegaron a ser por momentos candentes. Como estos dos últimos casos parecen demostrar, Bulnes no perdió de vista la discusión del momento, la dinámica de los asuntos que estaban a la orden del día. Para Bulnes, el ejercicio del poder político fue siempre un asunto de astucia, de oportunidad, pero sobre todo de fuerza real. Tácitamente, en 1920, Bulnes criticó la benevolencia de Madero con Bernardo Reyes y Félix Díaz después del intento de asonada en Veracruz, en octubre de 1912; Madero simplemente "los despreció".[ 39 ]
En esa misma perspectiva, Bulnes llegó a calificar a Madero como un "tremendo idealista trágico". Más aún, y haciendo gala de su cultura, afirmó que Aristóteles se había quedado corto con aquello de que el hombre era un animal político: "es algo peor [es] un animal idealista".[ 40 ]
Un aliento más largo, una reflexión más amplia, ocupó igualmente la pluma de Francisco Bulnes. Pensar la revolución más allá de los infinitos avatares del momento, no deja de ser un mérito, sobre todo si consideramos el temperamento apasionado de nuestro autor. Bulnes supo decantar las impresiones más inmediatas que el fenómeno revolucionario estaba generando en la sociedad. Pudo, finalmente, obtener algunas certezas de aquello que sucedió en México a partir de 1910.
Después del cuartelazo de la Ciudadela, con la aparición y ascenso del constitucionalismo, a muchos de los contemporáneos de Bulnes les pareció que se iniciaba otra revolución en México. Bulnes no compartió la idea, como no compartió plenamente el punto de vista que asociaba al personal revolucionario con simples facinerosos: "Las personas que en México ven [la revolución constitucionalista como] una simple y extraña cuestión de bandidos, padecen grave error. La revolución carrancista no es más que un episodio de la gran Revolución Mexicana que comenzó el 18 de noviembre de 1910 con la tragedia de Aquiles Serdán.[ 41 ]
Pero Bulnes no entendió únicamente en términos de la continuidad histórica los acontecimientos de aquella década. Logró percibir que algo mucho más importante que una simple y violenta circulación de las elites del poder estaba teniendo lugar al unísono de la revolución maderista. El recambio de los hombres en el gobierno parecía ser trascendido por una descomposición profunda de las estructuras y mecanismos del poder en México.
En una especie de radiografía de la crisis revolucionaria, Bulnes insistió en que las consecuencias del maderismo trastocaban el equilibrio de poder nacional, y de alguna manera la revolución replanteaba el problema de la centralización de las decisiones, que el Estado porfirista había llevado adelante. En un documento contemporáneo al gobierno maderista, decía Bulnes: "[La revolución] ha creado o si se quiere va creando un grupo de nuevos caciques; pero si éstos no son absorbidos [...] por el cesarismo al que gravita fatalmente el señor Madero [...] estos caciques formarán una oligarquía, y ésta puede valer más que una buena dictadura".[ 42 ]
En un documento posterior, Bulnes aventuró la hipótesis de que Madero recompuso sus propias alianzas en su perjuicio: "Don Francisco I. Madero debió haber continuado el trabajo de expulsión del poder contra las burocracias porfiristas [de los estados] y al no hacerlo, y al aceptar con no disimulado frenesí, la dictadura que le ofrecían las legislaturas de la mayor parte de los estados, traicionó a la revolución y dio lugar a la legitimidad de la contrarrevolución".[ 43 ]
Se evidencia un doble proceso. Por un lado, la revolución estaba creando un grupo de nuevos caciques, que al calor de la lucha y con la evaporación de la disciplina social porfirista tendían a consolidarse. Por otra parte, grupos de interés locales del Antiguo Régimen habían concertado una suerte de alianza con el gobierno maderista, que estaba contribuyendo decisivamente a fracturar por dentro el bloque de fuerzas antiporfiristas. No es de extrañar, entonces, que Bulnes sostuviera, con ese característico gusto suyo por las metáforas truculentas, que "Madero se había colocado matemáticamente entre la espada revolucionaria y la espada reaccionaria".[ 44 ]
David A. Brading ha propuesto que, a partir de la ascensión al poder de Madero, se inició en México un dramático proceso de desarticulación del Estado nacional. Como el aprendiz de brujo, Madero no pudo controlar finalmente las fuerzas oscuras que desató su lucha por la presidencia de la República: "La incapacidad de Madero para comprender la naturaleza de las fuerzas que había desatado produjo posteriormente la desintegración del Estado mexicano".[ 45 ]
Francisco Bulnes percibió ese proceso, y en algún sentido adivinó que las circunstancias altamente conflictivas por las que atravesaba el país exigían soluciones acordes a la magnitud y a la lógica del proceso. De ahí su obsesión por vislumbrar un hombre del destino que sintetizase los esfuerzos políticos y militares para la reconstrucción y centralización de los lazos del poder nacional. En 1912 escribía: "necesitamos de algún hombre que debe estar [en] alguna parte y que nuestros ojos no encuentran, pero que la revolución formará".[ 46 ]
Bulnes pensaba en Carranza, pero sobre todo en Obregón. Y si a Madero lo derribó el golpe de febrero de Victoriano Huerta, éste, por su extracción militar y por su cercanía al reyismo, no fue nunca bien visto por Bulnes. Pero más importante aún, el golpe de febrero de 1913 no solucionaba prácticamente nada, pues, a juicio de Bulnes, para organizar y llevar a cabo un golpe de mano como el de la Decena Trágica se requería cierta dosis de "iniquidad y cobardía",[ 47 ] pero nada más.
En la presentación de los juicios, las ideas y las emociones de Francisco Bulnes, he subrayado, quizá artificialmente, dos actitudes y dos propuestas distintas. La primera sería el alegato institucionalizante de 1903; la segunda, el conglomerado más heterogéneo de puntos de vista respecto a la revolución maderista.
El discurso de 1903 fue quizá el documento más importante que se generó en México después de 1900 y hasta la aparición del Plan de San Luis Potosí. Esto, por varias razones. En primer lugar, porque en el documento aquél no hablaba sólo Bulnes. Al contrario, Bulnes se hizo portavoz de una facción política que buscaba denodadamente conquistar la plena hegemonía en el seno del bloque de poder porfirista: es decir, los Científicos. Además, en segunda instancia, el documento sintetizó, con asombrosa claridad, no sólo la propuesta civilista de esa facción, sino evidenció, al mismo tiempo y dialécticamente, las propias limitaciones políticas de ese sector. Esto es, el interlocutor principal del discurso siguió siendo esencialmente Porfirio Díaz; la propuesta institucionalizante -partidos políticos, etcétera- buscaba la aceptación del general Díaz; su viabilidad radicaba en la anuencia de don Porfirio.
Lo anterior -sugiero- es extraordinariamente importante, porque contribuye a delinear una verdadera debilidad estratégica del Porfiriato: el general oaxaqueño fue al mismo tiempo la fuente real de poder del régimen,[ 48 ] y la única fuente de legitimidad del mismo. Una iniciativa política nacional que no contase con el respaldo del general Díaz, parecía no tener futuro alguno en México. Que Francisco Bulnes, uno de los intelectuales más lúcidos e independientes del Porfiriato, tuviese que hablarle primero a don Porfirio y luego al estrechísimo mundo político de aquellos años, da cuenta de la aguda anemia política que acabó por sepultar al régimen.
En tercer lugar, el documento estableció el campo y los contendientes de aquella lucha sorda e intensa por la sucesión de Porfirio Díaz. La propuesta civilista de Bulnes ha de leerse también como expresión del más grande temor de los Científicos antes de 1910: la resolución violenta -léase desfavorable- de la sucesión en favor de Bernardo Reyes.
Al general jalisciense se le temió no sólo por un desmedido amor científico a la democracia formal, sino por el hecho, en esas circunstancias gravísimo, de que Reyes venía del ejército y en toda sociedad, como sabemos, el ejército es una fuente real de poder. Este razonamiento no sólo magnificaba las posibilidades del reyismo; al contrario, esa obsesionante animadversión de Bulnes por el caudillismo militar era sintomática de las propias debilidades de los Científicos: su dramática carencia de base social, su escisión profunda respecto a la sociedad, su crónica incapacidad de erigir e identificar sus interlocutores sociales y políticos.
La irrupción de la revolución maderista supuso al menos dos grandes problemas para el pensamiento político del Porfiriato, problemas que de alguna manera se prefiguran en la obra de Bulnes. En primera instancia, el tono y los juicios muchas veces meramente descriptivos o francamente defensivos nos remiten a la ausencia de una estrategia de poder en el Antiguo Régimen. Bulnes mismo, con la gran cantidad de problemas que abordó durante el interinato y el gobierno maderista, parece haber buscado el camino más propicio para clarificar su propio punto de vista respecto a lo acontecido entre 1910 y 1913.
Se percibe en Bulnes una búsqueda desesperada por encontrar un hilo conductor que posibilite la explicación del problema maderista, y que posibilite además la crítica de los hechos y de los hombres del maderismo. Es razonable sostener que Bulnes encontró la verdadera génesis -según la entendemos nosotros- de la revolución maderista, y, ubicó, a veces luminosamente, sus debilidades.
Lo que es más dudoso es que Bulnes haya podido concebir una estrategia general, coherente, para una restauración porfirista sin don Porfirio. Ello no sucedió así no sólo porque Bulnes lo consideró imposible -sobre todo después del golpe de febrero de 1913-, sino porque en muchos sentidos tal posibilidad no le interesaba. La lectura de sus libros posteriores a la revolución maderista parecen demostrar este hecho. Se reconoce en Bulnes un profundo cansancio de la historia y una abjuración -no totalmente explícita- de su pasado porfirista. Lo cual no implica que se sumase al contingente entusiasmado y entusiasmante de la revolución. Quiere decir únicamente que en sus últimos años, ideológicamente, Bulnes se quedó con Bulnes, y nada más.
Por lo demás, si bien Bulnes vivió lo que podríamos llamar la evidencia empírica de la revolución, no pudo finalmente asimilarla política ni culturalmente. El innegable bagaje popular de la Revolución Mexicana no logró convencer a nuestro autor de cambiar el tono y el destinatario de su mensaje. Habló de la revolución, pero no necesariamente con los revolucionarios. Diseccionó el nuevo régimen, enumeró sus virtudes y sus defectos, pero no pudo ni se propuso dialogar con los actores sociales que le dieron sentido a la revolución. Bulnes habló del maderismo desde afuera, un afuera cultural y político.[ 1 ] Cfr. Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, México, Porrúa, 1976, t. I, p. 48, y Enciclopedia de México, México, Secretaría de Educación Pública, 1987, t. 2, p. 1 085.
[ 2 ] Luis González, La ronda de las generaciones. Los protagonistas de la Reforma y de la Revolución Mexicana, México, Secretaría de Educación Pública, Dirección General de Cultura, 1984, p. 50.
[ 3 ] Archivo General de la Nación, Archivo Francisco Bulnes, Notas, caja 9, exp. 20, f. 22. Citaré únicamente el título del documento, caja, expediente y folio. Obviaré por lo tanto las siglas, pues toda la información de archivo para este artículo se encuentra en el Archivo General de la Nación, y atribuiré siempre la autoría de los documentos a Francisco Bulnes. En ninguna de las cajas consultadas encontré evidencia de que un documento no perteneciese a nuestro autor.
[ 4 ] Las grandes mentiras de nuestra historia. La nación y el ejército en las guerras extranjeras, México, Editora Nacional, 1960 (primera edición, 1903).
[ 5 ] Cfr. Rodolfo Reyes, De mi vida, memorias políticas, 1899-1913, Madrid, Biblioteca Nueva, 1929. Dos tomos. v. II, p. 29. José Ives Limantour, Apuntes sobre mi vida pública, 1892-1911, México, Porrúa, 1965, p. 129 y s.
[ 6 ] Proyecto del general Reyes en las elecciones presidenciales, caja 9, exp. 17, f. 24-25.
[ 7 ] Francisco Bulnes, "En torno a la reelección". Discurso pronunciado en la Cámara de Diputados (1903), en Álvaro Matute (comp.), Antología. México en el siglo XX. Fuentes e interpretaciones históricas, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Lecturas Universitarias, 12), p. 344-355.
[ 8 ] Francisco Bulnes, "En torno a la reelección". Discurso pronunciado en la Cámara de Diputados (1903), en Álvaro Matute (comp.), Antología. México en el siglo XX. Fuentes e interpretaciones históricas, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Lecturas Universitarias, 12), p. 345.
[ 9 ] Francisco Bulnes, "En torno a la reelección". Discurso pronunciado en la Cámara de Diputados (1903), en Álvaro Matute (comp.), Antología. México en el siglo XX. Fuentes e interpretaciones históricas, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Lecturas Universitarias, 12), p. 348. Subrayado en el original.
[ 10 ] Francisco Bulnes, "En torno a la reelección". Discurso pronunciado en la Cámara de Diputados (1903), en Álvaro Matute (comp.), Antología. México en el siglo XX. Fuentes e interpretaciones históricas, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Lecturas Universitarias, 12), p. 351.
[ 11 ] Francisco Bulnes, "En torno a la reelección". Discurso pronunciado en la Cámara de Diputados (1903), en Álvaro Matute (comp.), Antología. México en el siglo XX. Fuentes e interpretaciones históricas, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Lecturas Universitarias, 12), p. 351.
[ 12 ] Francisco Bulnes, "En torno a la reelección". Discurso pronunciado en la Cámara de Diputados (1903), en Álvaro Matute (comp.), Antología. México en el siglo XX. Fuentes e interpretaciones históricas, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Lecturas Universitarias, 12), p. 351-352.
[ 13 ] Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la Revolución Mexicana, México, Editora Nacional, 1960 (primera edición, 1915), p. 349.
[ 14 ] Proyecto del general Reyes en las elecciones presidenciales, caja 9, exp. 17, f. 16.
[ 15 ] Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la Revolución Mexicana, México, Editora Nacional, 1960 (primera edición, 1915), p. 398.
[ 16 ] ¿Por qué no debe triunfar la Revolución?, caja 11, exp. 14.
[ 17 ] Proyecto del general Reyes en las elecciones presidenciales, caja 9, exp. 17, f. 4.
[ 18 ] De Limantour, decía Bulnes (Proyecto del general Reyes en las elecciones presidenciales, caja 9, p. 17, f. 12): "bastaba escuchar a los que habiendo pasado por el campo del grupo limantourista y habiendo sido rechazados y recibidos con ofensiva frialdad, para quedar plenamente enterados de la nulidad del señor Limantour como candidato presidencial". De Reyes, si cabe, se expresó con juicios más implacables: "[Reyes] mostró su absoluta degeneración por este hecho extraordinario: después de planear la ruina política del general Díaz por ocho años [...] cuando la hora del triunfo asegurado llegó [...] el coraje abandonó al poderoso guerrero y buscó la clemencia del general Díaz [...]. Estos dos hombres [...] habían estado en mortal pavor uno del otro por largo tiempo, y calmadamente habían dejado que el país cayera en poder de los maderistas". Cfr. Francisco Bulnes, Toda la verdad acerca de la Revolución Mexicana. La responsabilidad criminal del presidente Wilson en el desastre mexicano, México, Los Insurgentes, 1960, p. 126.
[ 19 ] La obra de Madero y el Plan de San Luis, caja 11, exp. 10, f. 1.
[ 20 ] Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la Revolución Mexicana, México, Editora Nacional, 1960 (primera edición, 1915), n. 6.
[ 21 ] Francisco Bulnes, Toda la verdad acerca de la Revolución Mexicana. La responsabilidad criminal del presidente Wilson en el desastre mexicano, México, Los Insurgentes, 1960, p. 163.
[ 22 ] Documento de 22 de junio de 1911, caja 9, exp. 21, f. 20 y s.
[ 23 ] Diversos apuntes sobre la Revolución, caja 11, exp. 26, f. 43.
[ 24 ]Segunda parte. La contrarrevolución, caja 11, exp. 18, f. 6.
[ 25 ] Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la Revolución Mexicana, México, Editora Nacional, 1960 (primera edición, 1915), p. 374.
[ 26 ] ¿Por qué no debe triunfar la Revolución?, caja 11, exp. 14, f. 2.
[ 27 ] ¿Por qué no debe triunfar la revolución?, caja 11, exp. 14, f. 1.
[ 28 ] Segunda parte. La contrarrevolución, caja 11, exp. 18, f. 1.
[ 29 ] Cfr. el memorial del Bloque Liberal Renovador a Francisco I. Madero en Varios, De cómo vino Huerta y cómo se fue [...] Apuntes para la historia de un régimen militar, 2 v., México, Librería General, 1914, v. I, p. 7-8.
[ 30 ] Segunda parte. La contrarrevolución, caja 11, exp. 18, f. 10 y s.
[ 31 ] Documento 22 de junio 1911, caja 9, exp. 21, f. 28.
[ 32 ] Documento 22 de junio 1911, caja 9, exp. 21, f. 20 y s.
[ 33 ] ¿Por qué no debe triunfar la Revolución?, caja 11, exp. 14, f. 3.
[ 34 ] Es proverbial, en este sentido, la actuación del periódico El Imparcial, que entre mayo de 1911 y diciembre de 1912 desplegó una ofensiva antimaderista por demás apasionada. En su editorial sin firma del 11 de mayo de 1911 sostenía que "Madero no garantiza nada, es incapaz de responder de la suerte de los enormes intereses que durante tan largo periodo de paz han crecido en el país". Y así por el estilo.
[ 35 ] El Imparcial, desde junio de 1911, comenzó a publicar artículos editoriales y notas informativas en los cuales alentaba la posposición de las elecciones presidenciales, programadas para el 10 de octubre. Cfr. las entregas del 15 de junio y 8 y 15 de julio.
[ 36 ] La Revolución Mexicana, caja 11, exp. 25, f. 5 y 12.
[ 37 ] El lanzamiento a la calle de los empleados públicos y la disolución indispensable del PCP, caja 11, exp. 6, f. 1-14.
[ 38 ] El señor licenciado Pino Suárez en el candelero, caja 11, exp. 8, f. 2.
[ 39 ] Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la Revolución Mexicana, México, Editora Nacional, 1960 (primera edición, 1915), p. 162.
[ 40 ] Los tremendos idealistas trágicos, caja 11, exp. 17, f. 1.
[ 41 ] Diversos apuntes sobre la revolución, caja 11, exp. 26, 39.
[ 42 ] La Revolución Mexicana, caja 11, exp. 25, f. 14.
[ 43 ] Segunda parte. La contrarrevolución, caja 11, exp. 18, f. 28.
[ 44 ] Los tremendos idealistas trágicos, caja 11, exp. 17, f. 2.
[ 45 ] D. A. Brading, "La política nacional y la tradición populista", en D. A. Brading (comp.), Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana, traducción de Carlos Valdés, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, p. 20.
[ 46 ] Proyecto del general Reyes en las elecciones presidenciales, caja 9, exp. 21, f. 8.
[ 47 ] Francisco Bulnes, Toda la verdad acerca de la Revolución Mexicana. La responsabilidad criminal del presidente Wilson en el desastre mexicano, México, Los Insurgentes, 1960, p. 169.
[ 48 ] Cfr. Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México. El Porfiriato. La vida política interior. Segunda parte, México-Buenos Aires, Hermes, 1972, p. 854.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 13, 1990, p. 187-202.
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