Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

 

Aída Lerman Alperstein, Comercio exterior e industria de transformación
en México, 1910-1920,
México, Universidad Autónoma Metropolitana-
Plaza y Valdés, 1989, 182 p.

Álvaro Matute


La investigación sobre los aspectos económicos de la década 1910-1920 está muy por debajo de la consagrada a los sociales, políticos y aun los culturales. No está en cero, ni mucho menos, pero se encuentra en grave desventaja con respecto a los otros. O, más bien, la realidad es la que se encuentra en desventaja, ya que hace falta conocer la vida económica para tener una idea global de lo que sucedió en México durante los años de la lucha armada y de los primeros momentos del establecimiento del nuevo Estado mexicano.

Como en todo, durante la propia Revolución hubo opiniones sobre la situación económica emanada tanto de personas del antiguo como del régimen por venir. Del primer bando, cabe destacar al lúcido economista Carlos Díaz Dufoo, y del nuevo tal vez a Antonio Manero, al mismísimo Luis Cabrera, a Rafael Nieto o al sonriente Alberto J. Pan¡. El caso es que la doxa sobre la economía ocultó en muchas ocasiones un verdadero episteme acerca de la misma. La carrera de las verdades contra los mitos se inició en los años de la Revolución aunque fue en los veinte cuando se reforzó el discurso tendiente a inventar la Revolución Mexicana, en polémica con aquel cuya misión era degradarla para, a su vez, inventar un antiguo régimen paradisiaco.

La idea triunfante fue la de los del antiguo régimen. Persistió siempre la creencia de que la economía mexicana había sido destruida por la Revolución. Dicha idea, de cualquier manera convenía a los artífices del nuevo Estado en la medida en que si había una recuperación, era obra de ellos. Levantar el nuevo país sobre las ruinas de las ruinas, es decir, de la destrucción revolucionaria de un régimen oprobioso. Sea cual fuere la razón, en términos generales persistió la idea de una economía destruida, de un millón de mexicanos muertos en la lucha y otros mitos que convenían a la retórica oficial. La idea seguía siendo repetida por una investigación que, al no contar con algo que sí fue destruido o ni siquiera llegó a ser construido, la estadística, repetía las primeras aportaciones en las que se combinaba cierto rigor con mucha ideología.

No fue sino hasta la década de los setenta cuando algunos investigadores, entre los que destaca John Womack Jr., pusieron en tela de juicio lo que se había repetido e iniciaron nuevos estudios sobre la economía mexicana contemporánea de la Revolución. En algunos casos había circunstancias que facilitaban las explicaciones. Por ejemplo, era contradictorio pensar en una economía destruida con una producción petrolera ascendente que coloca a México en 1921 en segundo lugar mundial. La circunstancia se llamaba Manuel Peláez, cuya actividad protectora de los campos petroleros impedía disturbios y por consiguiente la baja de actividad productora. Pero se pensaba que todo lo demás sí estaba mal porque los otros ramos productivos no tuvieron su Peláez. Ciertamente la agricultura decayó, pero sobre todo la de consumo nacional directo, como el maíz, el trigo, el arroz y, en general, los cereales básicos. En cambio, si se vuelve la vista a Yucatán, ésos son los años de auge exportador henequenero, o en Tabasco el guineo roatán tenía gran mercado externo, el palo de tinte de Campeche, etcétera. La minería, por su parte, observó irregularidades notables. Ya Francisco Xavier Guerra ha mostrado cómo los mineros abrazaron las armas y ello propició abandono de centros de trabajo, pero ya en la etapa pacificadora hubo una gran recuperación. El problema, en fin, radica en que no había habido una investigación sostenida que fuese revelando, rama por rama, aspecto por aspecto, en donde sí y en donde no hubo destrucción de la actividad económica y si lo destruido fue mayor, cuantitativamente hablando a lo que no lo fue. Ciertamente el diagnóstico foral no ha sido dado porque todavía falta mucho por hacer, sin embargo, cada día hay algo nuevo.

El reciente libro de Aída Lerman Alperstein, Comercio exterior e industria de transformación en México, 1910-1920, es una de esas aportaciones que permitirá contar con nueva luz para quienes intenten el balance final. Se trata de una investigación que parte, precisamente de lo que se plantea en los primeros párrafos de esta nota, es decir, el cuestionamiento de ciertas "verdades" que ya no lo son y continúa con una síntesis de la situación del comercio exterior en el Porfiriato para luego adentrarse en el decenio anunciado y hacer después lo propio con la industria de transformación, especialmente con algunas de sus ramas, como la textil, la tabacalera, la fundidora, la cervecera y otras. Destacan las dos primeras.

La autora ha hecho indagaciones en los ramos de Industria, Comercio y Trabajo del Archivo General de la Nación, en hemerografía de la época, destacando El Economista Mexicano y El Economista Financiero, así como boletines diversos. Ello le ha permitido la reconstrucción de algunas estadísticas fundamentales para establecer un nuevo y más completo conocimiento de la actividad económica de la época.

Con lo anterior ha establecido una positiva interacción de los dos ramos para presentar que, si bien hubo destrucción o detenimiento o interrupción, éstos no fueron de la magnitud que se creía y visto en el volumen nacional, el resultado se antoja más favorable al crecimiento que al estancamiento. Es indudable que si se hicieran los debidos matices regionales, entonces se podría observar dónde hubo estancamiento y destrucción y donde la Revolución no hizo sentir sus efectos destructivos y en cambio se benefició con la captación de los ingresos aduanales que arrebató al gobierno federal, cuando luchó contra él, o cómo estaba la situación entre constitucionalistas y convencionistas. Sin la diferenciación regional, es difícil separar la razón de ser de los argumentos favorables a la prosperidad o a la destrucción. Ciertamente esto falta en el libro que ahora comentamos, pero es hasta cierto punto fácil detectarlo por los diferentes tipos de industria que se desarrollaba en el país. Un ejemplo es el insólito crecimiento y después la desaparición de centenares de "fábricas" de tabacos, que en realidad, como señala Aída Lerman, surgían y desaparecían, pero que integrados a las estadísticas pueden confundir a quien se queda solamente en un nivel cuantitativo sin entrar en explicaciones de mayor detalle. Asimismo, es fácil advertir la ubicación geográfica de las industrias, pero sería mejor llamar la atención sobre la necesidad de hacer más geografía histórica en la historia de la economía.

La aportación de Aída Lerman es positiva y sólida. Representa un paso adelante en el conocimiento de una vertiente fundamental de la realidad que ayuda muchísimo a la comprensión cabal del gran conjunto. Hace ver, por ejemplo, que si había industrias había industriales, y que éstos, como lo ha desarrollado Mario Ramírez Rancaño, tenían un peso importante en la vida política, sobre todo al triunfo del constitucionalismo.

Ello aparece en las páginas de Aída Lerman como una aportación para el conocimiento global de los años revolucionarios que, a pesar de la abundancia de investigaciones, no se agota. Son de esperarse muchos más estudios como éste, ya emprendidos por la propia doctora Lerman como por más investigadores que lleven nueva luz que permita una comprensión más completa de la realidad nacional, entendida en su relación con el exterior y con las particularidades regionales que la conforman.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 13, 1990, p. 263-266.

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