Angela Moyano Pahissa
Un estudioso de la frontera escribe: "La característica que quizás defina mejor a la frontera norte de México es la proporción considerable de mexicanos que consumen y utilizan los recursos y bienes culturales norteamericanos".[ 1 ]
Los análisis sociológicos son los que dan el cuadro de la situación de una comunidad en cuanto a su modo de vida. De ahí que desde hace algún tiempo sabemos de la preocupación por el estado de la cultura mexicana en la frontera. En el interior del país se especula frecuentemente acerca de su identidad. Hay algunos periodistas, sociólogos, historiadores y políticos que llegan a afirmar que es una área ya más "gringa" que mexicana. Es ahí, no obstante lo que arrojen los análisis sociológicos del momento donde se deben consultar los documentos históricos para llegar a la verdad. Lo más importante es definir claramente las diferencias entre la cultura norteamericana y la nuestra. Para ello, necesariamente hemos de remontarnos a los orígenes de ambos países y establecer una especie de cuadro de diferencias que quizá iluminen las actitudes actuales. Al ver el origen y constatarlo con el cambio, sabremos si existe o no un concepto de identidad en la frontera. Es en esta instancia que la perspectiva histórica puede servir para apoyar los análisis sociológicos. Los datos históricos, dicen Cahman y Boskoff en su estudio Sociología e historia,[ 2 ] son indispensables para que surja una teoría sociológica válida. Apoyada en esta idea quisiera comunicar lo que a través de los años he investigado acerca del pueblo norteamericano. Me parece que no podemos definir a nuestra frontera sin analizar las características angloamericanas que se ciernen sobre ella desde su origen. A nadie escapa que la influencia de la cultura norteamericana se extiende en la actualidad al mundo entero. Sin embargo, no existen comunidades cuyos grupos mayoritarios se encuentren en tan grande dependencia económica y cultural con los Estados Unidos como las comunidades fronterizas mexicanas. Lo que quizás sea más trascendente es el hecho de que esas personas, tan dependientes del país vecino, no conozcan, en su inmensa mayoría, ni siquiera los aspectos más sobresalientes de la cultura norteamericana; por supuesto al igual que los angloamericanos del otro lado desconocen la mexicana.
La base del problema consiste en averiguar las consecuencias culturales y sociales de vidas que dependen de una cultura que desconocen. Uno se pregunta si el problema intrínseco de la frontera no consistirá en que millones de personas de culturas diferentes vivan en estrecho contacto, aunque ignorándose el uno al otro o con absoluta indiferencia hacia la cultura de sus vecinos.
Cualquier intento para comprender las relaciones culturales en la frontera debe tener una base que trate de elucidarlo. Debe apreciarse que la única manera de obtener una visión más o menos clara es la de apuntar las diferencias culturales entre los dos países. Para eso hay que necesariamente remontarse a los inicios de su colonización. Fue en esa etapa de la historia cuando empezaron a forjarse dos naciones diferentes que por consiguiente abordarían los mismos problemas con puntos de vista diametralmente opuestos que curiosamente siguen siendo vigentes. Un buen ejemplo de ello es el folleto que el Washington International Center obsequia a los profesores y estudiantes extranjeros becados en los Estados Unidos por diferentes instituciones. El folleto se titula The values Americans live by y en él se da una lista de trece valores o características comunes a la mayoría de los norteamericanos; el que tiene conocimiento de la historia de los Estados Unidos reconoce que casi todos se derivan del pasado.
La primera colonia en lo que sería el territorio de los Estados Unidos se fundó en 1607. La Nueva España para esa fecha contaba con buen trecho de lo que sería un largo proceso de mestizaje cultural. Por el contrario, las primeras colonias de los Estados Unidos fueron completamente inglesas desde sus inicios; el mundo indígena fue totalmente rechazado. Establecieron un ámbito inglés y los inmigrantes que obtuvieron bienestar en ese mundo lo hicieron al recurrir a una adaptación completa. A través de la historia del pensamiento y la cultura norteamericanas, prevalece la veneración por Inglaterra,[ 3 ] excepto durante el periodo de la independencia, es larga la lista de personajes norteamericanos que han hecho hincapié en su herencia inglesa. Desde el principio lucharon por conservar instituciones políticas inglesas tales como el gobierno representativo, la ley común, el sistema de jurado popular, la supremacía de la ley, el sistema de impuestos y la subordinación del ejército a la autoridad civil.[ 4 ] A finales del siglo XIX todavía se insistía en que, a pesar de la intensa inmigración no inglesa, esa herencia seguía siendo predominante. Los inmigrantes en la sociedad norteamericana actual triunfaron y triunfan en el grado en que se adaptan a los valores y modo de vida angloamericana.
En cuanto a la predilección divina, desde que Inglaterra se había decidido por el protestantismo no hizo más que buscar pruebas que le confirmaran que Dios era protestante e Inglaterra el nuevo pueblo elegido. No sólo como protestantes sino como anglosajones, ellos tenían derecho a conquistar al Nuevo Mundo para redimirlo. Circularon folletos que alrededor de 1580 acusaban a los españoles, con quienes tenían pleito desde la Reforma, de ser una raza mezclada: "La perversa raza de esos medio visigodos [...] esos semimoros [...] semijudíos [...] y semisarracenos... "[ 5 ] Así que otra característica a la que se enfrentan las relaciones entre norteamericanos y mexicanos en nuestra frontera norte es el racismo de los norteamericanos, heredado como vemos de sus tradiciones culturales.
Los ingleses confirmaron su superioridad con la derrota de la Armada Invencible española (1588). Desde entonces hasta la fecha el mundo hispano ha sufrido y sufre de las consecuencias de la Leyenda Negra urdida por Holanda e Inglaterra. Para poder explicar en qué consistió a la Leyenda Negra y en un afán por resumir un tema singularmente complejo preferimos citar al profesor Powell en su libro El árbol del odio: "la premisa básica de la Leyenda Negra es la de que los españoles se han manifestado a lo largo de la historia como seres singularmente crueles, intolerantes, tiránicos, obscurantistas, vagos, fanáticos, codiciosos y traicioneros. "[ 6 ]
La actitud antihispana, a la que nos referimos, apareció a finales del siglo XVI durante el reinado de Isabel I y continúa hasta nuestros días. Varios son los autores que han examinado el problema de las relaciones entre México y Estados Unidos y pocos los que se remontan hasta los orígenes. Aquellos que lo hacen (Bosch, Ortega, Schmitt, etcétera) muestran cómo el problema fundamental es el de los prejuicios mutuos. Son actitudes enraizadas en ambas tradiciones culturales que si no es posible anular hay que entender. El conocimiento de la tradición cultural heredada por los norteamericanos del siglo XIX, época en que se iniciaron nuestras relaciones con ellos, nos explica en gran parte su comportamiento. Las causas de nuestros problemas están profundamente basadas en el pasado. Es así como se entienden los diarios de los primeros norteamericanos que visitaron nuestra frontera al inicio del siglo XIX. Apenas llegados reproducían los conceptos heredados de la Leyenda Negra y acusaban a los novohispanos y después a los mexicanos de los mismos defectos atribuidos a los españoles.
Por lo que hemos visto, sabemos que los ingleses que vinieron a fundar las trece colonias trajeron como parte integral una fuerte herencia antihispana, una actitud de superioridad racial y la creencia de ser los predilectos de Dios. Ese sentimiento se convertiría en certeza de ser el pueblo elegido con la llegada de ingleses calvinistas a tierras americanas, concretamente a la Nueva Inglaterra.
Por motivos de cantidad y calidad el grupo de calvinistas que incluía a los llamados puritanos de Nueva Inglaterra, a los presbiterianos escoceses y a los reformados, fue el grupo de más influencia en la formación de los Estados Unidos. A través del estudio de su historia se ha insistido en que el espíritu calvinista fue el mayor determinante en la cultura norteamericana. No se puede comprender la historia de Estados Unidos y la de sus relaciones con otros países si se desconoce esa herencia.[ 7 ] La actitud norteamericana hacia el ahorro y el triunfo, hacia el trabajo y el ocio son amplia muestra de esa verdad. Para poder entender su manera de pensar hay que conocer sus características principales. El hombre calvinista se sentía elegido por Dios para transformar al mundo. Como tal, debía ser industrioso pues según su teología esa era la única manera de glorificar a Dios y obtener el éxito indispensable para cónsiderarse salvado. Martín Lutero escribió que trabajar era orar y los calvinistas añadieron que sus fieles debían ser miembros provechosos para la comunidad.[ 8 ] Esa obsesión con el trabajo fue uno de los pilares de la comunidad puritana original. En una mente desocupada andaba el diablo, decían. Sus principios básicos eran "trabajo y piedad"; por lo que la ley contra la pereza era severa, una de las más drásticas de su código. En la lista de "valores" norteamericanos compilada por el Washington International Center para estudiantes y profesores extranjeros, llaman a la creencia en la ética del trabajo "la orientación norteamericana hacia la acción y el trabajo" y añaden que "para los nortemericanos es una rutina el planear y programar un día extremadamente activo". La gente, dice el informe, "cree que es "pecaminoso" perder el tiempo o dedicarse al ocio."[ 9 ] Exactamente lo mismo que decían los calvinistas o puritanos de Boston en el siglo XVI. Esa actitud ha creado entre ellos innumerables personas con el vicio del trabajo, lo que llaman workaholics. En resumen, según el informe, la mayoría de los norteamericanos cree que las actividades recreativas deben ocupar sólo una pequeña parte de la vida.
La creencia en el deber de trabajar fue una herencia tan profunda que observadores del carácter norteamericano están de acuerdo en que una de las faltas más graves para su mentalidad era y es la pérdida del tiempo. El tiempo es dinero, dicen, y por lo tanto no hay que malgastarlo. El miedo a no utilizar provechosamente su tiempo libre es hasta la fecha tan intenso como el de fracasar en el trabajo. Eso los impulsa a llenar los ratos de ocio con actividades diversas. El norteamericano medio no conoce el gusto del ocio por el ocio.[ 10 ] Nuevamente acudimos a la lista de valores para constatar que el control del tiempo sigue siendo para ellos de gran importancia.
Se ha dicho que otra de las características heredadas de los puritanos es la idea de la igualdad. "El puritano, nos dice Ortega y Medina, al fincar el mérito en el éxito personal sin hacer distingos tajantes de clase o posición supuesto que lo que le interesa del hombre no es lo que es sino lo que sabe hacer [...] rompió definitivamente con los últimos estamentos señoriales".[ 11 ] Según esto los norteamericanos actuales siguen dando mucha importancia al concepto de igualdad. Dicen que es lo que los hace parecer extraños ante los extranjeros en cuyos países se aprecia no la igualdad sino el rango, el estatus y la autoridad. Aunque los que hemos vivido en los Estados Unidos no hemos visto que se practique mucha igualdad, sin embargo, es otra característica que ellos reclaman como propia. Dan un gran valor a la informalidad, otra característica que choca con la "formalidad" de la mayor parte de las sociedades mexicanas.
Los puritanos eran gente consciente de su misión como una clase históricamente progresista comprometida en una lucha revolucionaria. Nunca hubo un pueblo más convencido de poseer la verdad. John Winthrop escribió: "Nuestro mejor consuelo y defensa es que enseñamos aquí la verdadera religión y los sagrados mandamientos de Dios Todopoderoso [...] por lo tanto no dudamos de que Dios está con nosotros y si Dios está con nosotros ¿quién puede ser nuestro enemigo?"[ 12 ]
La posesión de la verdad y la misión de regenerar al mundo con ella se convirtieron en dos de las características esenciales de los fundadores de los Estados Unidos. Y como tales ideas han tenido gran importancia en el desarrollo de su historia. Con el transcurso del tiempo, la verdad religiosa se secularizó y pasó a ser una verdad política: el sistema republicano. Consistentes con sus principios los norteamericanos se dedicaron a implantar ese sistema, por las buenas o por las malas, en todos los pueblos del mundo, justificando así, aun para sí mismos, sus anhelos de dominio. El estudio citado, por supuesto que no menciona la creencia en la posesión de la verdad y la misión de regenerar al mundo como dos valores en su lista, pero cualquier estudioso de su historia sabe que así es. Quizá los englobe en lo que el estudio llama "la creencia en el control personal sobre el ambiente" donde explican que "los americanos se ven obligados a hacer lo que siete octavos del mundo está seguro que no se puede hacer".[ 13 ]
La manera de entender la riqueza constituyó también una diferencia fundamental con el mundo católico y latino. Juan Calvino fue el primero de los reformadores protestantes en romper con la prohibición católica de la usura. Llegó a esa postura por ser jefe de la comunidad burguesa que vivía del comercio. Justificó todas las actividades económicas con tal que se llevaran a cabo bajo la vigilancia de la iglesia calvinista. Escribió: "¿Hay alguna razón para que las ganancias derivadas de los negocios no sean mayores que las que se obtienen de la propiedad de la tierra?" El que podía ser rico y no lo era pecaba.[ 14 ] Sin embargo, la ostentación y los gastos superfluos estaban prohibidos. La pobreza, que había sido respetada y hasta exaltada en el cristianismo medieval, fue para los discípulos de Calvino un estado despreciable y la prueba de ociosidad y de vicio. Los países católicos eran y son a los ojos anglosajones un escándalo tanto por su ostentación como por su pobreza. Ellos creen que las sociedades que no mejoran son por pereza. Los puritanos estaban seguros de su derecho a la tierra no cultivada porque el hombre debía glorificar a Dios por medio del trabajo. John Winthrop, primer gobernador de Massachusetts escribió: "Lo que yace baldío y nunca fue ocupado ni sometido está al alcance de quien lo ocupe y mejore, pues Dios ha dado a los hijos de los hombres un doble derecho a la tierra, hay un derecho natural, un derecho civil... "[ 15 ]
Esos comentarios religiosos fueron recogidos por generaciones posteriores y el mismo John Quincy Adams afirmó que eran su mejor argumento para conseguir territorio. La conclusión lógica fue que ellos debían trabajar la tierra si sus dueños no lo hacían. Perfecta justificación a su ambición. En todo el mundo se encargan de hacer lo que no está bien hecho pero para provecho propio. El doctor Ortega y Medina en su magistral estudio sobre el destino manifiesto nos dice: "En el caso de los mexicanos desposeídos en Texas, Nuevo México y California, el argumento cohonestante para justificar el despojo [...] fue también de corte tradicional: que los mexicanos no obtenían de esas tierras el debido rendimiento".[ 16 ]
El presidente McKinley recogió la tradición cultural y su inconsciente colectivo cuando indeciso sobre si debían o no quedarse con las Islas Filipinas acabó declarando que lo harían "en bien de la humanidad y de la civilización". Aquí reproducimos el relato de lo que aconteció después de la guerra hispanoamericana de 1898. El gobierno de los Estados Unidos decidió quedarse con el archipiélago y McKinley explicó su decisión a un grupo de clérigos metodistas:
Más de una noche me puse de rodillas y oré a Dios Todopoderoso para que me diese luz y guía. Una vez, ya muy entrada la noche, me llegó en esta forma (no sé cómo sucedió pero vino): 1) Que no podíamos entregarlas de nuevo a España, hubiera sido un acto cobarde y deshonroso; 2) que no podíamos entregarlas a Francia o Alemania -nuestros rivales comerciales en el Oriente- éste hubiera sido un mal negocio y dehonroso; 3) que no podíamos dejarlas a los filipinos (no estaban capacitados para gobernarse a sí mismos y no tardarían en tener allí una anarquía y un desgobierno peores que les había dado España); 4) y que no nos quedaba otra cosa que hacer que tomarlas todas, educar a los filipinos, elevarlos, civilizarlos y cristianizarlos y, con la gracia de Dios, hacer lo más que pudiésemos por ellos, como a nuestros semejantes, por quienes también murió Cristo. Después me fui a acostar, cerré los ojos y dormí profundamente.[ 17 ]
He aquí después de dos siglos, las mismas ideas y justificaciones empleadas por los puritanos de Massachussetts cuado llegaron a las costas de lo que sería la Nueva Inglaterra.
Para los puritanos el destino del país y la misión de organizar la comunidad formaban un todo inseparable. Tenían más interés en hacer funcionar sus instituciones que en discutir ideología. De ahí que durante años cuando los hombres de la Nueva Inglaterra hablaban de lo que podían ofrecer al mundo, no se refirieran ni a su credo ni a su iglesia sino a su modo de vivir. Como ya explicamos, dos de sus características principales fueron el sentirse poseedores de la verdad y encargados de la regeneración del mundo. Eso lo llevaron a cabo primero a través de la visión calvinista del evangelio y, segundo, cronológicamente hablando, con el ejemplo de su organización política y social. Todos aquellos que quisieran salvarse, ya no sólo religiosamente, sino económicamente, debían imitarlos. Herman Melville, literato del siglo XIX, pudo así anunciar al mundo: "Nosotros los americanos somos un pueblo diferente y elegido, el Israel de nuestros tiempos, llevamos el arca de las libertades al mundo".[ 18 ]
El pueblo americano creyó que se le había dado la misión de ser la escuela del orbe y el privilegio de llevar a todos los países al conocimiento de la democracia. En 1836, en su mensaje de despedida, el presidente Jackson declaró a la nación que Dios había escogido a los Estados Unidos como guardianes de la libertad para preservarla en beneficio de la raza humana. Recordemos que fue precisamente en ese año que Texas se independizó de México. El pueblo norteamericano interpretó ese movimiento como un paso más en el desarrollo de la libertad. Por lo tanto, la misión se convirtió en destino.[ 19 ]
La vocación a regenerar el mundo fue desde el principio parte integrante de su espíritu nacional.[ 20 ] El doctor Merck explica cómo ese sentido de misión se mantuvo siempre el mismo en cuanto a su esencia, pero cambiante a través del tiempo en cuanto a sus fines. Al principio de la historia de las trece colonias se creía en el deber de regenerar a Europa por medio del ejemplo de una nueva vida libre de toda corrupción. A esa idea, los puritanos agregaron la misión de demostrar la pureza de su iglesia y la perfección de su modo de vida.
Más tarde, después de la independencia, la misión cambió: desde ese momento consistió en dar a conocer las excelencias de su gobierno. Después de las vicisitudes de la confederación y el nuevo triunfo con la redacción de una constitución aclamada como insuperable, la misión se constituyó en necesidad de exportar lo que consideraban ser un gobierno perfecto.
Para los norteamericanos el cambio es un valor en sí mismo. Lo equiparan al desarrollo, mejoramiento, progreso y crecimiento. Muchas culturas más antiguas consideran el cambio como una fuerza destructiva y valoran la estabilidad y la tradición, conceptos que los americanos aprecian muy poco. Para ellos el futuro es más importante que el pasado y el presente. Como dice el estudio antes citado casi toda su energía está dirigida hacia la realización de un futuro mejor. De ahí que planean todo a larga distancia y se irritan ante gente que considera las épocas pasadas como las mejores.
La idea de la misión original quería decir educar, liberar y mejorar al mundo. Estaban seguros de haber inventado un modo de vida superior al de los demás y haber descubierto las grandes verdades que hacen libres a los hombres tales como los ideales de competencia y la libre empresa.
El Destino Manifiesto, dice el doctor Weimberg en su extraordinario estudio acerca del tema, "expresó un dogma de autoconfianza y ambición supremas, la idea de que la incorporación a Estados Unidos de todas las regiones adyacentes constituía la realización virtualmente inevitable de una misión moral asignada a la nación por la Providencia misma."[ 21 ] En el trasfondo estaba una enorme hambre y sed de tierras que había por lo tanto que justificarlas. Para ello se echó mano de una infinidad de argumentos. El proceder ideológico del gobierno de los Estados Unidos en sus relaciones con los demás (y muy particularmente de los senadores y representantes ante el congreso), no parece ser más que una larga lista de sofismas. Sería perdonable si en eso se hubiesen quedado; lo triste es que los periódicos y otros medios de comunicación se encargaron y se encargan de hacerlos no sólo comprensibles sino deseables por el público en general. Esa tendencia a pensar que sus intereses son los intereses del mundo es una actitud inconsciente del norteamericano medio. Una actitud que es fruto de la tradición y de su sistema educativo, en una palabra, de su herencia cultural. Al considerarse el pueblo elegido para defender los derechos humanos adquirían también el derecho a constituirse en jueces de los demás. Como dice el profesor Weimberg "el pueblo que se atribuye ser el campeón de las libertades de los demás llegará a pensar que sus derechos son los derechos de la humanidad."[ 22 ]
Ante este panorama de una cultura tan agresiva, tan dominante, tan fuerte en sus convicciones, es indiscutiblemente un mérito el que a través de los años la cultura de la frontera haya permanecido mexicana. Influencia cultural la hay, pero dominación no. Los habitantes de la frontera, al igual que sus antepasados, rechazan la transculturación y esta frontera constituye la región que sirve de valla al empuje del imperialismo cultural convirtiéndose así no sólo en parachoques sino en una verdadera defensa de nuestra identidad nacional.
A pesar o más bien porque la frontera casi depende económicamente de nuestros vecinos, siente una necesidad de demostrar su independencia cultural a través del folklorismo. A veces estos intentos pueden parecer casi patéticos pero no se puede negar que la intención es noble pues procura probar su mexicanidad por todos los medios. Todo esto nos demuestra que los habitantes de la frontera son un campo fértil para que los conocedores profundos de nuestra cultura, locales al igual que nacionales, la difundan en esas regiones. Los estudiosos en y de la frontera ubicados donde estén, deben hacer conocer la riqueza de nuestra cultura.
[ 1 ] Pedro Daniel Martínez, "Ambiente sociocultural en la faja fronteriza mexicana", América Indígena, v. XXXI, núm. 2, abril de 1971.
[ 2 ] Cahman y Boskoff, Sociología e historia, Londres, Collier-Macmillan, 1964, p. 159.
[ 3 ] Edward M. Burns, The American idea of mission, Nueva Jersey, Rutgers University Press, 1957, p. 41.
[ 4 ] Edward M. Burns, The American idea of mission, Nueva Jersey, Rutgers University Press, 1957, p. 42.
[ 5 ] Philip Powell, El árbol del odio, Madrid, Editorial José Porrúa Turanzas, 1972, p. 108.
[ 6 ] Philip Powell, El árbol del odio, Madrid, Editorial José Porrúa Turanzas, 1972, p. 15.
[ 7 ] Angela Moyano Pahissa, México y Estados Unidos: orígenes de una relación, México, secretaria de Educación Pública, 1985 (Colección Frontera), p. 20.
[ 8 ] Juan Ortega y Medina, Destino Manifiesto, México, Secretaria de Educación Pública, 1973 (SEPsetentas), p. 89.
[ 9 ] "The values Americans live by", Washington International Center, Washington, D. C., 1987, p. 2.
[ 10 ] Angela Moyano Pahissa, México y Estados Unidos: orígenes de una relación, México, secretaria de Educación Pública, 1985 (Colección Frontera), p. 21.
[ 11 ] Juan Ortega y Medina, Destino Manifiesto, México, Secretaria de Educación Pública, 1973 (SEPsetentas), p. 102.
[ 12 ] Daniel Boorstin, Historia de los norteamericanos: la expansión colonia, Buenos Aires, Tipográfica Editora Argentina, p. 9.
[ 13 ] "The values Americans live by", p. 3.
[ 14 ] Max Weber, The protestant ethic and the spirit of capitalismo, London, Georg Allen Ltd., cap. V.
[ 15 ] Citado por Albert Weimberg, Destino Manifiesto, Buenos Aires, Editorial Paidós, p. 81.
[ 16 ] Juan Ortega y Medina, Destino Manifiesto, México, Secretaria de Educación Pública, 1973 (SEPsetentas), p. 122.
[ 17 ] Louis Wright, et al., Breve historia de los Estados Unidos, México, Editorial Limusa, 1972, n. 362.
[ 18 ] Citado por Edward M. Burns, The American idea of mission, Nueva Jersey, Rutgers University Press, 1957, p. 2.
[ 19 ] Angela Moyano Pahissa, México y Estados Unidos: orígenes de una relación, México, secretaria de Educación Pública, 1985 (Colección Frontera), p. 27.
[ 20 ] Frederick Merck, Manifest Destiny and Mission in American History, New York, Alfred A. Knopf, 1963, p. 9.
[ 21 ] Albert Weimberg, Destino Manifiesto, Buenos Aires, Editorial Paidós, p. 29.
[ 22 ] Albert Weimberg, Destino Manifiesto, Buenos Aires, Editorial Paidós, p. 49.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute, Carmen Vázquez Mantecón (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 12, 1989, p. 51-61.
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