Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

JOSÉ FUENTES MARES, HISTORIADOR MEXICANO

José Manuel Villalpando César


Fuentes Mares, el hombre

Aprovechando el afortunado epíteto que el mismo José Fuentes Mares (1918-1986) ha utilizado para rubricar los títulos de sus biografías, trataremos de definir, en pocas líneas, el papel de un hombre dedicado en cuerpo y alma a tareas intelectuales y que destacó por su vibrante y entusiasta entrega al quehacer historiográfico. No cabe la menor duda de que resulta más difícil y complicado entender y explicar a un hombre de pensamiento que a uno de acción, y el motivo es simple: este último se manifiesta en su obra material, tangible, mientras que al primero hay que buscarlo a través de sus ideas, labor que muchas veces es ardua y agotadora.

Para hablar de Fuentes Mares no intentamos, a propósito, una reseña meticulosa de su vida, pródiga en datos y fechas, que sería más propia para un currículum o un diccionario. Por otra parte, una semblanza moral que nos dé a conocer las cualidades y defectos de este historiador, también escapa a nuestros alcances. Por lo tanto, nos concretaremos, sencillamente, a presentar los principios y actitudes que rigieron su existencia.

Hombre de ideas arraigadas fue, sin duda, Fuentes Mares, pero de ideas no producto de prejuicios o atavismos, sino derivadas del estudio metódico, de la reflexión constante. Sus convicciones, fuertes y enérgicas, surgen y se nutren de la inteligencia, ejercitada en su labor, añosa, de indagar la historia de la patria. Hombre apasionado, pero no de pasiones; hombre que apasiona.

Si nos fuera posible determinar el valor supremo de cada quien, fácilmente podríamos descubrir que los seres que hacen de la inteligencia y del pensamiento sus armas y divisas, proclaman a los cuatro vientos su amor por la libertad, el mayor de los bienes. Y Fuentes Mares no es la excepción; "invertí mi vida en el proyecto de ser libre",[ 1 ] decía, y puso en práctica su ideal, pues "contra la costumbre del intelectual mexicano, se mantuvo distante de los poderosos, lejos de sus palmaditas, sin chambas en el gobierno [...]. Algunos creen que el Estado sólo debe pagar a los escritores, pero no imponerles sus dogmas [...]. Fuentes Mares ni siquiera quiso ser deudor del mecenas oficial",[ 2 ] y abiertamente expresó su rechazo al servilismo y la ignominia que representa el recibir un sueldo por ejercer la vocación natural de pensar. Para él, "un escritor sólo es posible en el marco de la libertad irrestricta, en alguna forma anárquica, que rebasa cualesquiera dependencias burocráticas, políticas o religiosas. De no ser total, la libertad del escritor se mediatiza al servicio de conveniencias oportunistas".[ 3 ]

Pero no basta ser libre para ser escritor; la otra gran virtud que el intelectual debe poner en práctica es el trabajo constante. La inteligencia debe ser alimentada cotidianamente; las lecturas, la reflexión, la consoladora presencia del papel y de la pluma son la compañía perpetua del escritor; no tiene derecho al descanso y para él, por lo tanto, el trabajo debe convertirse en una convicción y nunca en obligación, términos enemistados al decir de Fuentes Mares, y tiene razón, pues las grandes obras del hombre son fruto, no de una obligación de hacer, sino de una pasión por crear. Claro está que, en una sociedad materialista y frívola como la nuestra, el trabajo del escritor no deja de ser una ocupación rara y anacrónica; mas el escritor debe superar la corriente adversa y sobresalir. Así, Fuentes Mares, ante la crítica y la incomprensión de la mayoría hacia los escritores, relata:

Personalmente cuento con valiosas experiencias en eso de identificar la inactividad física con la pereza, pues como paso todo el día en mi estudio sobra quién me pregunte cuándo trabajo, si bien ya se dio el caso de que un amigo benévolo reconociera que estar ocho horas sobre la máquina de escribir también es trabajar.[ 4 ]

A todo esto, los ingredientes que forman al escritor, libertad y trabajo, deben tener un uso y un destino. El escritor, provisto ya de esos elementos que le garantizan su condición de ser pensante, debe dirigirlos a conquistar un ideal, un bien trascendente que les dé sentido. No tendría caso ser escritor para desperdiciar el intelecto en vanidades. No; el escritor debe forjarse una meta superior. Para Fuentes Mares, esa meta está representada por dos conceptos, claramente diferentes, pero que él quisiera identificar en uno solo: patria y verdad. Fuentes Mares escribió sobre la historia de su patria aspirando siempre a descubrir en ella la verdad. "Mi patria es la tierra de mis padres y mi cultura",[ 5 ] señalaba con energía, mientras expresaba su rechazo y antipatía por el "nacionalismo mexicano" mal entendido, puesto que para él debe entenderse como "orgullo histórico y convicción de identidad [...]. A cambio del nacionalismo enraizado en cuatro siglos de historia, nos acomodamos al intrascendente, fincado de verdades a medias y mentiras completas [...]".[ 6 ]De aquí arrancan sus públicas diferencias y enfrentamientos con la historia oficial, todo por dignificar a la verdad, a la verdad de su patria. Esta actitud de reto, lo ha convertido ya en uno de los historiadores heterodoxos más leído en México, aunque igualmente condenado por el oficialismo radicalizante que no tolera ver a sus paladines rebajados al nivel del hombre simple, del hombre real "que hizo y padeció la historia [...] el ser oscuro y luminoso".[ 7 ]

Dedicarse a la historia para encontrar la verdad tiene un sentido concreto. No se trata de "halagar a los emisarios del pasado, sino de convencer a los inteligentes voceros del futuro".[ 8 ] Es decir, Fuentes Mares escribe para el mexicano de hoy y del mañana, proponiéndole una visión, no nueva, sino develada, de la historia de la patria. Para ello, "era preciso escribir mucho más, por encima de intereses faccionarios, para recuperar cuanto nos arrebataron",[ 9 ] razón por la cual las trifulcas y encontronazos con los historiadores de partido, de todos, no lo abandonaron jamás. De aquí se desprende la esencia de su vida, la causa final de su existencia; libertad y trabajo, aplicados en la comprensión de la patria y en la búsqueda de la verdad, se sintetizan en un solo concepto que bien podría ser el sinónimo de Fuentes Mares: inconformidad. Moderno caballero andante, se inconformó ante los relatos históricos que nos han sido dados, se opuso tanto a las verdades por decreto como a las verdades por dogma y tradición, pues confiesa que desde muy joven le fueron revelados los encantos de la vida combativa,

a partir de entonces hago la guerra con mi máquina de escribir [...]. Yo amo a México porque no me gusta. Deslices del perfeccionismo. Tal vez por eso he recibido tan pocas distinciones y reconocimientos. Los premios son para gente de paz, y yo detesto la paz con todo el fuego de mi alma. La conciencia viva es conciencia en permanente estado de guerra.[ 10 ]

Un rasgo peculiar de su temperamento que no podía pasar desapercibido, lo es su fino y grande sentido del humor, el que campea a lo largo de todas sus obras. Irónico y mordaz, gozando plenamente al estar sumergido en los vericuetos de la historia, Fuentes Mares sorprende a muchos cuando a sus sesudas deducciones agrega comentarios que invitan a sonreír, actitud que él mismo provoca, para dejar constancia de su "protesta contra la mexicanísima costumbre de tomarnos tan en serio".[ 11 ] Cabe la certidumbre de que Fuentes Mares, al buscar la verdad por convicción, se divirtió enormemente escribiendo.

Por otra parte, asunto puntilloso es que él se refiere a su bonanza económica. Definitivamente, Fuentes Mares hizo dinero con sus libros, pues logró algo que ninguno de nosotros historiadores había podido alcanzar: ser un autor de éxito tanto desde el punto de vista del rigor científico como en el campo meramente comercial, lo que ha suscitado la envidia y el resentimiento de aquellos que niegan todo valor a quienes obtienen fama y dinero ganados en buena lid. Fuentes Mares no ocultó su éxito con pudor fingido; al contrario, pregonó que lo económico es simplemente resultado del esfuerzo por escribir sobre la verdad que, dicho sea de paso, es un tema que asegura los ingresos, aunque lo difícil es dar con ella.

"No desconozco cuánto me plugo ganar millones de pesos con mis libros, pero también los habría escrito de no haber conseguido, con ellos, ni para una casa de interés social. Si algún mérito me arrogo, es no haber confundido nunca las causas y los efectos, los instrumentos y los fines",[ 12 ] respondía Fuentes Mares con la sinceridad de que siempre hizo gala.

Con estos rápidos trazos, hemos intentado esbozar la personalidad de José Fuentes Mares. Seguramente insuficientes para un retrato completo y exacto, nos conformamos con estas ideas que pueden ser lo bastante ilustrativas para reflejar la catadura moral e intelectual de este hombre.

Fuentes Mares, el historiador

El carecer de una formación en el campo de la historia, no fue obstáculo para que Fuentes Mares se consagrara a ella profesionalmente. Bien provisto de rigurosos antecedentes académicos, el derecho y la filosofía; poseedor de una cultura humanística lo suficientemente sólida como para emprender con firmeza cualquier aventura intelectual y, sobre todo, contando con la voluntad y el deseo de saber y difundir, Fuentes Mares no dudó en dedicarse de lleno a la historia demostrando, además, que el historiador nace y no se hace.

El motivo principal que lo indujo a convertirse en historiador es sencillo: recobrar para las generaciones presentes y futuras la identidad y el nacionalismo auténticos, perdidos entre la farragosa y tendenciosa realidad de una historia oficial, y entre las tinieblas del desencanto y desinterés de la mayoría. Ante un panorama desolador, pletórico de "verdades a medias y mentiras completas", Fuentes Mares decidió rescatar lo que, a su juicio, merece ser considerado como el espíritu de la nacionalidad. Para ello combatió a la historia vergonzante y a la vez grandilocuente, la que canta himnos a las derrotas, la que divide a los personajes en buenos y malos. Tal fue la misión que se echó a cuestas.

Historia, para Fuentes Mares, lo es todo: "entre el pasado y el presente no existe línea divisoria muy segura [...] el presente se nos escapa constantemente de las manos, convertido en pasado, y nosotros mismos estamos hechos de ambos porque somos vida, y, si somos vida, somos historia, hecha en parte y en parte por hacer",[ 13 ] dice, dejando al historiador el problema y la responsabilidad de determinar si algún hecho particular tiene o no significación histórica. Es decir, es el historiador el que tiene frente a sí el análisis y la explicación de algún suceso del pasado, quien debe conceder o negar a ese suceso el derecho de ser participante en la historia. Por esta razón, para el historiador, la historia "es el quehacer subjetivo que se ejerce sobre materiales objetivos; el intento personal de recrear lo pretérito, de donde sus encantos y limitaciones".[ 14 ] Así, es el historiador quien reconstruye y recrea una nueva realidad subjetiva lícitamente.

La historia, pues, implica siempre la participación consciente y volitiva del historiador para hacerla vigente y actual: requiere ser arte para expresar las experiencias humanas objetivas, por lo cual, la historia necesita apoyarse en la filosofía para interpretarlas y darles sentido de contemporaneidad, ya que de no ser así, no pasaría de ser una mera acumulación de hechos, efemérides sin propósito alguno. De aquí que "el pasado -la vida humana objetivada- carece de significación actual sin la intervención del punto de vista del historiador [...] un punto de vista que recrea con su arte narrativo y reconstruye e interpreta con su filosofía",[ 15 ] lo cual significa que sobre un hecho particular puede haber tantas historias, diferentes entre sí, como historiadores que se ocupen de él.

Fuentes Mares asigna un contenido a la historia: el hombre; contenido exclusivo, pues ella no podría versar sobre otra cosa:

no entiendo la historia sin amor y consecuentemente rechazo los relatos en que el hombre desaparece en aras de una objetividad que es pura incapacidad de asombro frente al quehacer objetivado de otros hombres. Sólo los hombres tenemos historia, porque sólo los hombres tenemos conciencia de nuestra experiencia y voluntad de aprovecharla históricamente.[ 16 ]

Por esta razón, Fuentes Mares ha sido considerado como un "historiador tradicional, preocupado por las existencias individuales en vez de las estructuras económicas y sociopolíticas",[ 17 ] comentario más cercano a la admiración que a la crítica. Modas de los tiempos, si bien hoy parece ser importante conocer el entorno de la vida humana, no por ello deja de ser relevante el papel del hombre, puesto que todo gira a su alrededor.

Además, Fuentes Mares resuelve airosamente el problema que se presenta con frecuencia al tratar de jerarquizar el valor que tiene el hombre como protagonista de la historia frente a las condiciones objetivas como escenario de ésta.

El hombre es actor de la historia, y lo es fundamentalmente en cuanto sujeto que capta y expresa el mensaje de su circunstancia, de la que se aprovecha para representar un papel principal o segundón, según sea limitado o eminente su genio interpretativo [...]. Cuando se reúnen las condiciones históricas de un suceso, éste se consuma mediante la acción del hombre instrumental -providencial se le ha llamado también-, que es quien más oportuna y exactamente captó lo que ordinariamente se llama la fuerza de los hechos o sea, en finales, la lógica de la historia.[ 18 ]

También se enfrenta a la clásica polémica de la "objetividad - subjetividad del historiador", rebasándola y degradándola a la categoría de algo sin importancia. En pocas líneas finiquita la cuestión:

Experimento no sé qué profunda adversión hacia historiadores que hacen gala de objetividad [...] y será porque lucho inútilmente por alcanzarla. Metido en la historia de mi patria [...] hago de la objetividad mi estrella polar, pero no la alcanzo. Tal vez suceda que no pongo los medios de lograrla, y que no lo haga por temor también a dar esquinazo a una serie de pasiones limpias, a las que no quiero renunciar. No, voy a conducirme fríamente ante lo que adoro ni ante lo que detesto [...]. Pero he luchado toda mi vida por mantener el amor y el rechazo en el plano de la honestidad intelectual más estricta, honestidad que es condición sine qua non del quehacer historiográfico.[ 19 ]

Así, la objetividad o la subjetividad quedan atrás y lo verdaderamente importante, la honestidad, se transforma en el estandarte que el historiador debe orgullosamente enarbolar. Por supuesto, es difícil perseverar, "cierto que el escritor es un ser de carne y hueso, que como tal experimenta simpatías o antipatías por ideas, programas o personajes",[ 20 ] pero la intención de ser honesto y, más que todo, su cumplimiento, son inseparables en la conciencia del historiador.

El pasado, para él, ya pasó, premisa básica e indispensable que el historiador no debe nunca olvidar, pues, por ejemplo, al hablar de la pasada centuria, expresa enfáticamente: "La gran querella mexicana del siglo XIX es historia, pasado, campo abierto a la búsqueda objetiva [...]. Todo puede ser esos años [...] menos palenque para dirimir enemistades actuales".[ 21 ] El historiador debe estar al margen de las controversias partidistas y evitar a toda costa el adherirse a "la gastada dicotomía héroe-traidor, falsa y gravosa",[ 22 ] asegurando así la independencia que la historia precisa para poder existir. Una cosa es el historiador apasionado, y otra, muy diferente, el historiador comprometido; el primero se apasiona por algo, mientras que el segundo, se compromete a algo. La diferencia es sustancial y salta a la vista.

Por descontado está que la honestidad intelectual tiene un precio que es el de no quedar bien con nadie, ya que, por lo regular, toda la gente tiende a radicalizar sus opiniones. "Aún sobreviven en nuestro pequeño mundo inquisidores comunistas, capitalistas, católicos y protestantes, clamando por hogueras, como los inquisidores de otros tiempos, para castigar a quienes rehusamos llevar en la solapa cualquiera de sus etiquetas".[ 23 ] Ésta es la tragedia del historiador honesto, vivir solitario, pues el rechazo es generalizado, inclusive en el mismo medio de los historiadores, tan celosos entre sí. Sin embargo, la lección de Fuentes Mares es útil y apreciable; en suma, propuso ver el pasado con ojos amorosos, y no vendados como justicia ciega.

Pero abandonemos ya el campo de la teoría de la historia para abordar el de la práctica, en donde Fuentes Mares aplicó todos los principios que hemos venido comentando. La obra escrita de Fuentes Mares es copiosísima. Intencionalmente, dejamos fuera de análisis sus colaboraciones en periódicos y revistas, abrumadoras, y nos concentraremos únicamente en sus libros, cerca de treinta. Podemos dividirlos en tres grandes categorías: primeramente, los de carácter filosófico, Ley, sociedad y política, y Kant y la evolución de la conciencia socio-política moderna, ambas obras de juventud. En segundo lugar, sus incursiones por el mundo de la literatura, como sus cuatro comedias de tema histórico, agrupadas en un solo volumen titulado Teatro; sus novelas Cadenas de soledad, Servidumbre y El crimen de la Villa Alegría; el delicioso ensayo sobre la gula Nueva guía de descarriados y sus memorias publicadas con el nombre de Intravagario.

El tercer gran grupo de las obras de Fuentes Mares lo constituyen sus libros de historia: Gabino Barreda; México en la hispanidad; Poinsett, historia de una gran intriga; Santa Anna, aurora y ocaso de un comediante; la tetralogía Juárez y los Estados Unidos; Juárez y la Intervención; Juárez y el Imperio y Juárez y la República; La emperatriz Eugenia y su aventura mexicana; Génesis del expansionismo norteamericano; Monterrey, una ciudad creadora y sus capitanes;...y México se refugió en el desierto; La Revolución Mexicana, memorias de un espectador; Don Sebastián Lerdo de Tejada y el amor; Miramón, el hombre; Cortés, el hombre; Historia de dos orgullos; Las mil y una noches mexicanas i y ii; Las memorias de Blas Pavón y la Biografía de una nación. Como se ve, Fuentes Mares como historiador sí se ocupó de escribir historia.

La bibliografía histórica de Fuentes Mares es abundante; con justa razón, sus amigos se preguntaban: "¿Qué cómo produce Fuentes Mares tantos y tan buenos volúmenes de historia? Es una pregunta aún no contestada y muy difícil de responder, mas si nos damos cuenta que es autor y actor que no sólo escribe, que vive en el mundo y convive cotidianamente con seres vivos y no sólo con mamotretos y papeles".[ 24 ] Pero, ya estamos en condiciones de aventurar una respuesta: la eficiente combinación de libertad y trabajo; el firme propósito de develar la historia de la patria y, sobre todo, la ardiente pasión que imprimió a su quehacer historiográfico, dieron por resultado tan vasta obra.

Apuntemos ahora algunas ideas preliminares sobre el método usado por Fuentes Mares para escribir historia, al que se volverá posteriormente: "proporcionar primero el dato objetivo, sujetarlo a interpretación inmediatamente después, y finalmente coronar ésta con algún comentario intencionado".[ 25 ] Sencilla parece ser la fórmula, pero implica una gran cantidad de labor investigadora, de juicios y valorizaciones fundados en la realidad histórica, de un manejo del idioma apropiado y lúcido. Tres pasos que pudieran parecer tan simples, pero que reclaman una total dedicación y esmero. La teoría y la técnica histórica de Fuentes Mares constituyen, en sí mismas, un digno ejemplo para los historiadores.

Concluyamos este apartado, haciéndonos eco de la opinión que resume el significado de Fuentes Mares, el historiador:

Hoy que el trabajo histórico se ha convertido en una industria, hoy que proliferan las fábricas de libros históricos en donde docenas de obreros asalariados y autómatas día tras día y de tales a cuales horas recogen testimonios de hechos, que no de sus hechores ni de sus ideas, acuden a computadoras y esgrimen tijeras y engrudo, nos resulta Fuentes Mares con la tesis tan cara a los románticos de que la historia es el intento personal de recrear lo pretérito, inducidos por un sentimiento amoroso hacia lo que se fue y no volverá.[ 26 ]

Quizá se le considere como un historiador obsoleto y anacrónico, pasado de moda y exageradamente individualista, pero no se le escatimará el mérito de haber concebido, de nuevo, al hombre como el ser más importante de toda historia, como lo único que merece ser historiado.

Fuentes Mares y las relaciones internacionales

Para Fuentes Mares, historiador de las cosas de su patria, las relaciones internacionales de México son motivo de constante preocupación. La historia de un pueblo no se puede concebir aislada, separada del resto de las naciones; Fuentes Mares concede un gran valor al contexto internacional en el que se desenvuelve la historia; es más, casi podría afirmarse que buena parte de sus libros de historia, los principales, son libros sobre la historia internacional de México.

¿Por qué considera Fuentes Mares de tanta importancia a la situación internacional? En primer lugar, porque el mundo está formado por países que se interrelacionan; no existe ni es posible el ermitañismo entre ellos; los países dependen unos de otros y sería absurdo pensar en la autosuficiencia. El reconocer esta primera verdad, constante histórica en realidad, hace que Fuentes Mares se ocupe de estudiar las relaciones internacionales como un medio, diferente y poco usual si se quiere, de conocer la historia de la patria.

Pero además, si bien todos los países se encuentran en las circunstancias antes descritas, en el nuestro parece ser más aguda esta interdependencia, ya que no solamente nos hemos visto en la necesidad natural de acudir a los demás, cumpliendo indefectiblemente con esa constante histórica, sino que los demás no han dudado en intervenir directa o indirectamente en México para obtener beneficios de toda índole. México ha sido tierra fértil para la intromisión extranjera, y esta segunda verdad es también un aliciente para que Fuentes Mares dedique sus afanes hacia las relaciones internacionales.

Sin embargo, el estudio de las relaciones internacionales no es, para Fuentes Mares, un fin en sí mismo; es más, no tiene sentido hacerlo, sino es que se les considere como un medio apropiado, eso sí, para reconocer la realidad histórica de la patria. Fuentes Mares aprovecha las relaciones internacionales para escribir sobre la historia de México, pero no hace historia de ellas. Así, en su amplio repertorio bibliográfico, se vale de este medio para explicar sucesos y situaciones que, en su mayoría, ya habían sido contemplados por otros historiadores quienes utilizaron preponderantemente fuentes nacionales. Esto hace que Fuentes Mares aporte una nueva visión, casi desconocida o prudentemente evitada, de la historia de México, basada en documentos provenientes de otros países. Los ejemplos son abundantes y mencionaremos sólo algunos de ellos: la misión de Poinsett en nuestro país; los compromisos de Gómez Farías, Zavala y otros liberales connotados con los representantes del Destino Manifiesto; Santa Anna y su controvertido desembarco en Veracruz en 1847, protegido por los norteamericanos; las cuitas de Juárez presionando a negociar los tratados McLane-Ocampo; las intrigas de los añorantes monárquicos en las cortes europeas; los mezquinos intereses esgrimidos por la Francia intervencionista; pero sobre todo, la perpetua conjura de los Estados Unidos en contra de México.

En todos estos sucesos, y en muchos más, Fuentes Mares propone nuevas tesis y nuevas explicaciones, casi siempre en pugna con la historia oficial, y que sacuden las tradiciones populares, esculpiendo con su afán desmitificador una historia más real, más humana y, salvo prueba en contrario, quizá más cierta. Al resolverse a explorar las relaciones internacionales, considerándolas como una rica veta ignorada para acercarse a la historia de México, Fuentes Mares se convirtió en un historiador polémico que no se detiene ante ningún valor preestablecido, si éstos no poseen cimientos sólidos, pues, para él, todo lo dado está sujeto a verificación. Las relaciones internacionales abren a Fuentes Mares la posibilidad de reconstruir la historia de México bajo otra perspectiva, diferente a cuantas se habían intentado y que, seguramente por lo innovador del método y lo terrible de sus conclusiones, es abiertamente condenada, llegándose al extremo de adjudicársele el dudoso honor de recibir el mote de "traidor a la patria".[ 27 ]

La técnica de utilizar las relaciones internacionales como medio idóneo para explicar la historia de México puede apreciarse en muchos de los libros de Fuentes Mares. Sin embargo, a efecto de ofrecer una muestra significativa, es conveniente reducir el estudio de sus obras a las más relevantes desde este punto de vista. Así, no puede desconocerse que Juárez y los Estados Unidos, Juárez y la Intervención y Juárez y el Imperio constituyen una interesante oportunidad de comprobar el método de Fuentes Mares, además de que permiten observar de cerca la manera en que cumplió con sus ideas sobre la historia y sobre los historiadores. Específicamente, estos libros destacan por ser un intento no sólo de reconstruir el pasado, sino de interpretarlo y darle un sentido de contemporaneidad, puesto que van más allá de una simple relación de hechos ciertos, al incursionar en los terrenos de la filosofía de la historia, es decir, al penetrar en las causas buscando su explicación.

En estas obras, tres son los grandes conceptos que maneja Fuentes Mares; Estados Unidos, Europa y México. Los hombres actúan, esencialmente, en el ámbito internacional, haciendo suyos los principios del país que representan. La trama, una madeja de hilos de carácter internacional que Fuentes Mares va desenredando hasta que la disección permite distinguir y clarificar las líneas de acción, los compromisos, las dificultades y, sobre todo, los resultados de esa conjunción de intereses. La versión que aporta Fuentes Mares, en resumidas cuentas, demuestra la importancia que tiene en cualquier trabajo historiográfico de alcances nacionales el considerar la participación internacional, puesto que, de carecerse, la explicación final y última quedaría trunca y, definitivamente, inoperante.

Así, tomando en cuenta lo anterior y para entender a Fuentes Mares en su tarea de historiador, debe insistirse en la situación geopolítica de México, descrita por él con meridiana claridad, al señalar que "primero con una larga frontera común que corre inerme por el desierto, y luego con un territorio que bajo la presión de ambos mares se estrecha en Tehuantepec, la geografía nos ha hecho pasar muy malos ratos".[ 28 ] A partir de este descubrimiento, la presencia de los Estados Unidos en nuestra historia se convierte, para Fuentes Mares, en una obsesión apasionada.

Investigaciones profundas y certeras, reflexiones y juicios perfectamente fundados, hacen de Fuentes Mares un historiador implacable que dedica su obra a desenmascarar al más enconado enemigo que México pudo haber tenido.

En verdad resulta imposible escribir la historia de México sin acentuar la solapada o abierta interferencia de nuestros vecinos del norte. Llegaron tarde al nuevo mundo, y aunque nuestros antepasados tenían bien guardadas las entradas principales, se nos colaron por la puerta de servicio. Desde ese momento se nos volvieron el Convidado de Piedra, invitados expresos o tácitos en nuestra mesa. Una vez dentro, no hubo forma de sacarlos, y con el tiempo se hicieron dueños de la casa, del barrio, de la ciudad, del continente. Hemos de contar con ellos. Podemos incluso tratarlos amistosamente, mas no sin pararnos a considerar el precio de su amistad. A ese fin he dirigido muchos libros, y no me arrepiento.[ 29 ]

En efecto, son notables las páginas que dedica a combatir las insidias de los Estados Unidos. Resulta interesante conocer el veredicto que Fuentes Mares dicta sobre ellos, puesto que está fundado en una tenaz investigación de fuentes primarias norteamericanas. Así, se comprueba su hipótesis planteada como la necesidad de estudiar la historia de México desde fuera, desde el punto de vista internacional.

Al desempeñar un papel tan importante, los Estados Unidos se hacen acreedores a la atención de Fuentes Mares; quizá más que ningún otro país, ellos son determinantes en el devenir de nuestra historia, según se desprende del análisis, somero inclusive, de los textos de Fuentes Mares, razón que justifica el detenernos a examinar los juicios y opiniones que vierte sobre ellos, y que constituyen la parte medular de su visión de la historia de México.

La raíz del asunto es fácil de identificar; la obligada vecindad de los Estados Unidos y México es la causa que origina todo un problema que hasta la fecha no ha sido resuelto. Pero además, explica Fuentes Mares, "sobre el drama geográfico se trazó el geopolítico, bajo la especie de una doctrina fatalista, mitad económica, mitad religiosa, con apoyo en la cual se proporcionó justificación moral a la abrupta, y en cierta forma candorosa, codicia territorial".[ 30 ]

Frente a frente, dos países, dos naciones completamente diferentes, sólo tienen en común una frontera compartida; la diversidad tendría que chocar tarde o temprano; sin embargo, la agresión primera, conceptual más que físicamente, provino de los Estados Unidos, a través de la doctrina del Destino Manifiesto, teoría que surgió "de una singular postura frente al mundo, específicamente puritano-protestante, en la que juegan, sobre todo, conceptos de tan arraigado sabor religioso como el de vocación, el de providencialismo fatalista, y aun el éxito entendido como prueba de la elección divina".[ 31 ]

Pueblo elegido, según ellos, los Estados Unidos dedicaron sus esfuerzos a difundir su verdad, para a través de ella asimilar o conquistar territorios. La gran intriga es puesta al descubierto por Fuentes Mares quien presenta documentos terribles, reveladores, en los que se percibe claramente la existencia de una conspiración general en contra de México; uno de ellos es, por sí mismo, argumento suficiente, prueba plena. Fuentes Mares cita a John Quincy Adams: "La totalidad del continente norteamericano parece encontrarse destinado por la Divina Providencia para ser poblado por una sola nación, hablando un solo idioma, profesando un sistema uniforme de principios religiosos y políticos".[ 32 ] A nadie escapa que el continente norteamericano del que habla Adams incluye, por supuesto, a México.

La obligación de extenderse, pues, responde a una orden divina, tarea que asumirán con auténtica devoción, puesto que tienen frente a sí la responsabilidad histórica de cumplir con un dictado celestial; avalados por esta fuerza moral, no dudarán en expresar que "frente a los pueblos que padecen las cargas de sus vicios, el pueblo superior -y al mismo tiempo salvador- respondería de su rescate aun cuando, para cumplir con esa misión, se vea en el doloroso apremio de ejercer la violencia alguna vez",[ 33 ] lo cual explica las invasiones de Tejas y la guerra del 47, actos bienhechores que mucho debemos agradecer.

Fuentes Mares no teme aplicar un calificativo a la intromisión de los Estados Unidos en México. "La doctrina del Destino Manifiesto no era la obra de un cerebro enloquecido, el decálogo de un conquistador a lo Napoleón o más exactamente, a lo Hitler. Era el fruto natural del pueblo que la produjo, la obra de varios millones de hombres poseídos por una de las fiebres imperiales más agudas de la historia".[ 34 ]

Abrumado por la evidencia, y ante el curso que siguió la historia, diferente a lo deseado por los Estados Unidos, Fuentes Mares no oculta su asombro: "Hoy se puede asegurar, sin hipérbole, que la supervivencia de México es una de las grandes sorpresas de la historia, máxime que su conquista, entró en los proyectos de todas las administraciones norteamericanas hasta 1860".[ 35 ]

Con el peso de la verdad demostrada, con la intriga descubierta, ante la cínica intervención, los Estados Unidos se convierten en el némesis de Fuentes Mares, en su enemigo irreconciliable, a tal grado que sólo podrá exclamar con ironía disimuladora de la impotencia: "¿Fantasma del pasado la política del Destino Manifiesto? ¡Qué más quisiéramos! Aún vive, aunque hoy más refinadamente [...]. Ellos no van a cambiar, pero nosotros alguna vez dejaremos en engañarnos. Antes, espero, de cumplirse la sombría profecía de Lucas Alamán, y este país deje de serlo".[ 36 ]

Fuentes Mares, en definitiva, achaca buena parte de las desgracias de México a los Estados Unidos, pero no se piense por ello que se alinea en la corriente historiográfica conservadora; resulta difícil inscribirlo en alguna de las formas interpretativas de nuestra historia; enemigo él mismo de partidarismos absurdos fundados en el pasado, no es posible encontrarle un lugar definido ni entre los seguidores de Alamán ni mucho menos entre los de Zavala, si bien hay que reconocer que muchos de sus juicios se acercan a los propugnados por los historiadores calificados como "reaccionarios". Sin embargo, pese a esta afirmación, en la obra de Fuentes Mares la verdad aparece en cada una de sus páginas, en forma fría y contundente, lo que invita a una obligada homologación de este autor con los conservadores. No lo fue nunca y desconfió siempre de ellos, pero parece darles la razón.

Fuentes Mares y el quehacer historiográfico

Al escribir historia, Fuentes Mares cumple con todo rigor con los preceptos de esta ciencia. Las tres grandes fases que conforman la labor historiadora -investigación, explicación y expresión- son recorridas cuidadosamente, sin dejar cabos sueltos y tratando de abarcar al hecho historiado en toda su extensión. Las exigencias científicas se satisfacen al pie de la letra, pero son coronadas con un lenguaje fino, sencillo, lleno de vida, que da al relato histórico la categoría de pieza literaria.

En Fuentes Mares es posible reconocer una afortunada combinación de la historia como ciencia y la historia como arte. Al ceñirse estrictamente a los cánones de la investigación y de la explicación, la historia que recrea el pasado, que indaga lo sucedido, es elevada a la distinción de una ciencia que aspira a ser exacta. Pero a Fuentes Mares no le basta con eso; el historiador se vuelca sobre el pasado con amor y no debe desdeñar el darlo a conocer apasionadamente. Así, la expresión de la historia adquiere para él la condición de arte, utilizando para ello el idioma, a través de su estilo tan personal y tan castizo.

La investigación histórica es una premisa fundamental para Fuentes Mares. No es posible concebir una obra original sin un soporte documental sólido y consistente. En este sentido, dos etapas claramente diferenciadas vivió Fuentes Mares en su carrera de historiador. En la primera, dedicó sus esfuerzos a investigar, a hurgar en archivos, a revisar viejos papeles, todo ello como paso previo e indispensable para poder plantear y defender hipótesis. Después, con los años y con la experiencia acumulada, se dará el lujo de abandonar la tarea investigadora para dedicarse a la filosofía de la historia, a la búsqueda de las causas últimas de los sucesos, a la transmisión de ideas en forma simple y directa. Pero no se piense que esta segunda etapa carece de bases científicas; no, Fuentes Mares no podría haberse comprometido consigo mismo y con sus lectores de no contar anteriormente con largos periodos de investigación; así, la primera etapa de su vida de historiador sirve de soporte para la segunda, es más, ésta no se explica sin aquélla. Cuando se le critica por el desparpajo y la irreverencia que manifiesta en sus últimas obras, se olvidan sus críticos de la tesonera labor previa que produjo en el historiador la madurez suficiente para después, con el tiempo, rematar su obra con libros magistrales que, en efecto, desestiman a la investigación directa. La evolución de Fuentes Mares, desde el punto de vista del quehacer historiográfico, fue a la inversa de la mayoría de los historiadores; empezó con lo difícil, con lo erudito, para en seguida ascender a los planos de la sencillez, de la verdad pura y simple.

Sin embargo, veamos cómo investiga Fuentes Mares. Días enteros sin reposo, abandonando también a la familia, acaso con penurias económicas en sus primeros tiempos, los archivos se convierten en el hogar de Fuentes Mares. Por ejemplo, para escribir las obras que hemos venido analizando, Juárez y los Estados Unidos, Juárez y la Intervención y Juárez y el Imperio, se consagró en cuerpo y alma a escarbar en los archivos con la idea, predeterminada seguramente, de encontrar algo novedoso, algo diferente a lo ya conocido. Así, se sumergió literalmente en la exploración de los Archivos Nacionales de Washington, el Archivo de la Sociedad Histórica de Pensilvania, la Colección Latinoamericana de la Universidad de Texas, en donde se encuentran los papeles de Genaro García, la Correspondencia Diplomática de los Estados Unidos, el Archivo de la Legación de España en México, los Archivos del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia, etcétera, lo que le dio una idea del amplio universo de fuentes primarias, que se decidió a la tarea de investigar; realizó un monumental trabajo historiográfico que por sí mismo ya le valdría un lugar destacado entre nuestros grandes historiadores.

Pero no concluye allí; presentado el documento es necesario valorarlo, situarlo en el contexto histórico, y sobre todo relacionarlo con el curso de los acontecimientos. La explicación que Fuentes Mares da de la historia parte inequívocamente de documentos; así, más que explicarla, la recrea, la reconstruye ofreciendo argumentos que no requieren de mayor interpretación, pues son válidos en función de la prueba que los demuestra. El dar juicios sobre hechos históricos implica necesariamente una gran cultura y un gran conocimiento de todas las ramificaciones del suceso analizado. Sin duda, Fuentes Mares se preocupó por ello, pues de otra forma no podría encontrar relación alguna entre un documento aislado y el hecho de que es testimonio. Aquí Fuentes Mares recurre a las ciencias auxiliares de la historia; en primer término a la filosofía, la cual le permite brindar a la historia un carácter de plena contemporaneidad, y en seguida a la geografía y a la cronología, con el fin de fijar los hechos en el espacio y en el tiempo.

Como historiador que se precia de serlo, Fuentes Mares concluye su labor escribiendo historia; y lo hace bien, con un lenguaje lustroso, galano, pero a la vez sencillo, directo, sin rebuscamientos. Para él, el estilo es un elemento fundamental; es lo que diferencia a un historiador de otro, es la nota que distingue, que ennoblece, que convierte a la historia ciencia en arte sublime, como manifestación humana, la más alta de todas. Fuentes Mares es un convencido de la fuerza de las palabras, de la dignidad de la comunicación escrita. Aprovecha así la belleza y la elegancia del castellano, idioma al que adora, y lo defiende enconadamente; para él, el habla de un pueblo es parte de su herencia, de su más pura tradición, de su identidad. Fuentes Mares escribe a la perfección, honrando lo que pregona, cumpliendo con su postulado de atender ante todo, a los reclamos de la verdad y de la patria.

Pero su peculiar manera de expresar la historia tiene otra virtud. Su lenguaje cautiva, aprisiona al lector y lo conduce emocionado de la primera a la última página. Se podrá estar en contra de sus opiniones, pero se le reconocerá el mérito de no ser aburrido ni solemne. Fuentes Mares no es un enemigo del lector; al contrario, lo envuelve con un manto de palabras, cuidándolo, haciéndolo interesarse en la trama de la historia, y muchas veces, además comprometiéndolo y haciéndolo su cómplice. Con su expresión de la historia, tan propia y tan convincente, remata la obra iniciada con la investigación y la explicación. Fuentes Mares es, en suma, un historiador completo.

Fuentes Mares y la vivencia de la historia

Obtener una moraleja de la obra de Fuentes Mares es sencillo. Su legado es claro: vivir para la historia con inconformidad y apasionamiento, con libertad y afán productivo. El historiador, al mismo tiempo que recrea y reconstruye el pasado, se vuelve parte de la historia al interpretarlo, al convertirlo en una experiencia personal y vivencial de la que emerge con nuevos bríos para emprender otras hazañas. Pero además, el historiador tiene una misión concreta, no es un ser aislado que se empolva junto a sus papeles, sino que actualiza el pasado y lo hace presente en la vida futura. El historiador debe transformarse en el guía indiscutible de su tiempo, pues sólo él está en condiciones de aprovechar y aglutinar el cúmulo de experiencias humanas ocurridas día a día, año con año, siglo tras siglo. El historiador debe desempeñar un papel relevante en toda sociedad al fungir como moderno sacerdote del culto a este pasado vivo y vigente. Fuentes Mares lo entendió así, y con vanidad mal disimulada, apenas intenta rechazar a quienes le adjudicaron el título de ser la "conciencia de México".[ 37 ] Lo que sí es evidente, es que en él puede apreciarse cabalmente el valor de aquella vieja máxima que hace de la historia la maestra de la vida.

La historia así considerada, como sinónimo de proyecto y de porvenir, es el instrumento que tiene el ser humano a su alcance para dignificarse y darse sentido a sí mismo. Fuentes Mares, en este contexto, es el modelo de lo que debe ser un historiador; ejemplo, no para imitarse, sino para acercarse a lo que constituye la vivencia de la historia.

 

[ 1 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 21.

[ 2 ] Luis González y González, "José Fuentes Mares", Vuelta 115, México, junio de 1986, p. 64.

[ 3 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 129.

[ 4 ] José Fuentes Mares, Nueva guía de descarriados, 3a. ed., México, Joaquín Mortiz, 1978, p. 29.

[ 5 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 29.

[ 6 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 28.

[ 7 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 10.

[ 8 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 62.

[ 9 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 62.

[ 10 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 187.

[ 11 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 160.

[ 12 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 184.

[ 13 ] José Fuentes Mares, Mi versión de la historia. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia. Septiembre 9 de 1975, México, Jus, 1975, p. 14 y 15.

[ 14 ] José Fuentes Mares, Mi versión de la historia. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia. Septiembre 9 de 1975, México, Jus, 1975, p. 11.

[ 15 ] José Fuentes Mares, Mi versión de la historia. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia. Septiembre 9 de 1975, México, Jus, 1975, p. 12.

[ 16 ] José Fuentes Mares, Mi versión de la historia. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia. Septiembre 9 de 1975, México, Jus, 1975, p. 12.

[ 17 ] Luis González y González, "José Fuentes Mares", Vuelta 115, México, junio de 1986, p. 64.

[ 18 ] José Fuentes Mares, Mi versión de la historia. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia. Septiembre 9 de 1975, México, Jus, 1975, p. 13,

[ 19 ] José Fuentes Mares, Mi versión de la historia. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia. Septiembre 9 de 1975, México, Jus, 1975, p. 15 y 16.

[ 20 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 9.

[ 21 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 9.

[ 22 ] José Fuentes Mares, Miramón, el hombre, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 9.

[ 23 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 84.

[ 24 ] Luis González y González, Respuesta al discurso de ingreso de José Fuentes Mares a la Academia Mexicana de la Historia, México, Jus, 1975, p. 21-23.

[ 25 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 82.

[ 26 ] Luis González y González, Respuesta al discurso de ingreso de José Fuentes Mares a la Academia Mexicana de la Historia, México, Jus, 1975, p. 81.

[ 27 ] José Vasconcelos citado por José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 68.

[ 28 ] José Fuentes Mares, Juárez y los Estados Unidos, 5a. ed., México, Jus, 1972, p. 9.

[ 29 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 70 y 71.

[ 30 ] José Fuentes Mares, Juárez y los Estados Unidos, 5a. ed., México, Jus, 1972, p. 9.

[ 31 ] José Fuentes Mares, Juárez y los Estados Unidos, 5a. ed., México, Jus, 1972, p. 9.

[ 32 ] Citado por Fuentes Mares, en Juárez y los Estados Unidos, 5a. ed., México, Jus, 1972, p. 10.

[ 33 ] José Fuentes Mares, Juárez y los Estados Unidos, 5a. ed., México, Jus, 1972, p.10.

[ 34 ] José Fuentes Mares, Juárez y los Estados Unidos, 5a. ed., México, Jus, 1972, p. 16 y 17.

[ 35 ] José Fuentes Mares, Juárez y los Estados Unidos, 5a. ed., México, Jus, 1972, p. 14.

[ 36 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 182.

[ 37 ] José Fuentes Mares, Intravagario, México, Grijalbo, 1986, p. 88.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute, Carmen Vázquez Mantecón (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 12, 1989, p. 189-208.

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