Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

ASOCIACIÓN METODÓFILA "GABINO BARREDA". DOS ENSAYOS REPRESENTATIVOS

Lourdes Alvarado


Iniciados en el método científico, merced a una educación sistemática y eminentemente filosófica, durante la cual, le vimos aplicar a toda clase de fenómenos, y conducir en todo caso a conclusiones seguras, susceptibles de engendrar la convicción más íntima, hemos tenido ocasión de convencernos de su excelencia y alto alcance, a tal punto, que le miramos hoy como el medio único que posee el hombre de llegar a inequívocos y garantizadores resultados, como infalible piedra de toque de la verdad, que como la mágica palabra de los cuentos árabes, despliega ante nosotros las maravillas del mundo fenomenal en su efectivo alcance, y nos indica los puntos de apoyo, que la actividad humana busca como Arquímedes, para fijar la palanca que cambie la faz del mundo.

Porfirio Parra

Introducción

El año de 1867 representa una fecha trascendente para el posterior desarrollo de México. En primer término, por haberse consumado el triunfo definitivo de las ideas republicanas sobre la fórmula intervencionista y monárquica largo tiempo acariciada por algunos de los representantes del partido conservador; y, en segundo, por haber servido de marco coyuntural a uno de los discursos más impactantes de su época, ya que a más de efectuar una interesante y novedosa revisión de nuestro pasado, anticipaba los planteamientos ideológicos fundamentales del futuro programa liberal.

Ciertamente, el 15 de septiembre de 1867 el doctor Gabino Barreda (1818-1881) pronunciaba en la ciudad de Guanajuato su célebre Oración Cívica, magistral pieza oratoria destinada a reorientar la política gubernativa del Estado republicano encabezado por Juárez y a transformar, desde su raíz, los objetivos patrios, encauzándolos a partir de entonces hacia una búsqueda ilimitada del orden como instrumento, la paz como medio y el progreso como meta, fin y razón última del ser nacional:

Ciudadanos: que en lo adelante sea nuestra divisa Libertad, Orden y Progreso [...] triple lema simbolizado en el triple colorido de nuestro hermoso pabellón nacional... Que en lo sucesivo una plena libertad de conciencia, una absoluta libertad de exposición y de discusión dando espacio a todas las ideas y campo a todas las inspiraciones, deje esparcir la luz por todas partes y haga innecesaria e imposible toda conmoción que no sea la puramente espiritual, toda revolución que no sea meramente intelectual. Que el orden material conservado a todo trance por los gobernantes y respetado por los gobernados, sea el garante cierto y el modo seguro de caminar siempre por el sendero florido del progreso y de la civilización.[ 1 ]

Inspirado en la filosofía positivista de Augusto Comte, Barreda desarrollaba en su discurso toda una interpretación del devenir histórico nacional, a su juicio, producto de la lucha entre dos fuerzas antagónicas: las del progreso y las del retroceso, éstas últimas representadas por los intereses corporativos del clero y de la milicia. Basándose en la teoría de los tres estados del pensador francés, aunque sometida a ciertos ajustes con el objeto de adaptarla a las circunstancias específicas de nuestro país, consideraba que México, en forma semejante a la experimentada por otros pueblos, estaba destinado a recorrer tres etapas distintas, constitutivas del ciclo evolutivo de toda sociedad: el estadio teológico, caracterizado por el predominio político del clero y la milicia; el estadio metafísico, periodo combativo en el que las fuerzas del retroceso, defensoras del orden teológico, disputan la supremacía a las fuerzas del progreso; y el estadio positivo, identificado en su realidad de entonces, por el predominio de los liberales sobre los conservadores. Cabe recordar que para el fundador del positivismo en México, y en ello radica una de sus diferencias respecto a la concepción comtiana, las fuerzas liberales revolucionarias representaban ya al espíritu positivo, mientras las ideas del clero católico encarnaban al espíritu negativo?[ 2 ]

De esta forma, el triunfo de Juárez, símbolo representativo de las fuerzas progresistas sobre la farsa monárquica promovida por Napoleón III y encabezada por el archiduque austriaco Fernando Maximiliano, determinaba para Barreda el arranque del periodo positivo en México. Empero, para finalizar y superar los antagonismos partidistas que durante cerca de medio siglo habían escindido a los mexicanos y los habían sumergido en una luenga crisis que parecía imposible superar, para establecer el orden positivo, única garantía del progreso, se tornaba inminente educar e iniciar ideológicamente a la juventud, a los dirigentes futuros, mediante el conocimiento metódico de un cuerpo homogéneo de verdades científicas, cimiento del nuevo ciclo de paz y concordia. Con este objeto, a todas luces de suma importancia, fue fundada la Escuela Nacional Preparatoria, plantel en el que bajo la tutela de Gabino Barreda, su creador, se formó la primera generación de positivistas a la que perteneció Porfirio Parra.

En ella, y gracias a los beneficios de una educación cientificista, las nuevas generaciones superarían "la anarquía que reina actualmente en los espíritus y en las ideas, y que se hace sentir incesantemente en la conducta práctica de todos".[ 3 ] Sostenía el fundador de la preparatoria que una educación de este tipo sería "a la vez que un manantial inagotable de satisfacciones el más seguro preliminar de la paz y del orden social".[ 4 ]

Estos jóvenes, recientemente sumados a las filas del positivismo y deseosos de continuar el aprendizaje y conocimiento del método científico en un plano más elevado, constituyeron -bajo la dirección del célebre maestro-, la Asociación Metodófila Gabino Barreda (1877), organismo cardinal para el futuro en nuestro país de esta corriente del pensamiento, ya que a través de su estricta disciplina y metódicos estudios se perfeccionaron, quienes como Porfirio Parra, Miguel S. Macedo, Luis F. Ruiz y Manuel Flores, habrían de llegar a ser los maestros de la segunda generación de positivistas.

Si bien la mayor parte de los integrantes de esta asociación fueron destacados positivistas y posteriormente profesionistas de reconocido prestigio, para los fines de este trabajo ocupa un lugar especial Porfirio Parra, heredero, en ausencia del maestro, de la difícil misión de continuar y defender la enseñanza del positivismo en México, y autor de los dos ensayos reproducidos a continuación, por considerarlos fundamentales para el estudio y comprensión de las modalidades adoptadas en nuestro país por esta corriente del pensamiento.

Nacido en Chihuahua el 26 de febrero de 1854, Porfirio Parra realizó sus primeros estudios en el Instituto Literario de su estado; hacia 1870 se trasladó a la ciudad de México e ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria y poco después (1873) a la Escuela Nacional de Medicina, etapa ésta última en la que tuvo la oportunidad de tratar más profundamente a Barreda, convirtiéndose desde entonces y hasta su muerte en uno de sus más fieles discípulos. Esta amistad se consolidó a tal punto que, cuando en 1878 Barreda tuvo que abandonar su país, confió a Parra la clase de Lógica, con lo que implícitamente le heredaba el tutelaje ideológico tanto de la doctrina positivista como de la institución preparatoria.

Cumplir con esta misión no fue fácil. Parra tuvo que sortear múltiples obstáculos y soportar otros tantos ataques, orientados contra las bases y enseñanza del positivismo. Marginado durante un largo período de la Escuela Nacional Preparatoria continuó como docente en la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria y en la Escuela Nacional de Medicina; colaboró en diversas publicaciones periódicas; formó parte de múltiples asociaciones científicas, artísticas y literarias; representó a México en varios eventos internacionales y desempeñó los cargos -aunque no de manera, continua- de diputado (suplente y propietario) y de senador en varias legislaturas, durante la etapa que va de 1883 a 1912.

En 1901, ya bajo la administración de justo Sierra al frente de la Subsecretaría de Instrucción Pública, formó parte del Consejo Superior de Educación Pública y de la Comisión Nacional del Centenario de la Independencia; finalmente, en 1907 retornó, ya como director a la Escuela Nacional Preparatoria, consumando su carrera docente en 1910 con el nombramiento de primer director de la Escuela Nacional de Altos Estudios, cargo que ocupó hasta su fallecimiento en 1912.

La Asociación Metodófila Gabino Barreda, fundamental para la formación filosófica de Parra y de sus correligionarios positivistas, se propuso objetivos sumamente ambiciosos: Leopoldo Zea señala como uno de los principales su afán por demostrar públicamente "cómo un grupo de hombres dedicados a distintas especialidades podía entenderse y unirse por medio de ciertos principios que eran considerados como fundamentales, por medio de un método de interpretación susceptible de ser aplicado uniformemente a la solución de diversas cuestiones".[ 5 ] A través de este aprendizaje, los jóvenes, apenas iniciados en el uso del método positivo, lograrían poseer, independientemente de sus respectivas profesiones y creencias, un fondo común de verdades, a su vez, base ideológica, requisito indispensable para hacer posible el advenimiento de la era de orden y de paz que se había propuesto alcanzar el iniciador de la doctrina positiva en México.

De ahí por tanto, la importancia de tal organismo, donde los alumnos recién egresados de la Escuela Nacional Preparatoria, convencidos seguidores de la doctrina positivista, y por tanto, futuros defensores de la paz y del progreso, pondrían a prueba en forma pública, a manera de nuestros actuales seminarios, su manejo del método positivo, para que, en caso de presentarse alguna falla, fueran los mismos asociados, con base en una estricta revisión metodológica, los encargados de señalarla.

Si bien todo este proceso era fundamental, no pasaba de ser un instrumento, quizás el más adecuado, para cumplir con su objetivo cardinal, su fin último, confesado por Porfirio Parra en la sesión del 27 de mayo de 1877:

Hoy sale a la luz por primera vez el órgano de nuestra sociedad, hoy cumplimos con el imperioso deber que tienen cuantos se consagran a investigaciones de interés general, de presentar a la conciencia pública el resultado de sus mediaciones y reconocemos la obligación, no menos imperiosa, de indicar desde luego el móvil que nos impulsó a reunirnos, y los motivos que han determinado hasta hoy y determinarán en lo sucesivo la marcha del cuerpo colectivo que constituimos [...] consideramos como un deber ineludible colaborar con nuestros contemporáneos, en la elaboración de la obra magna del porvenir [...] de manifestarles el grano de arena, digamos así, con que pensamos contribuir al levantamiento del gran edificio de la reconstrucción.[ 6 ]

Para la realización de un proyecto de tales dimensiones, los miembros de la organización confiaban en el método científico; sólo éste -dice Parra- "franca y explícitamente aplicado al estudio de los fenómenos sociales, sería la segura panacea de los presentes males",[ 7 ] de ahí el interés de esta generación por aplicarse al riguroso estudio del método, de ahí su afán por dominarlo, mas confiesa el mismo autor, conscientes de sus propias limitaciones y fallas, acordaron laborar bajo la tutela del mismo Barreda, a quien admiraron hasta límites extremos, como puede apreciarse en innumerables testimonios escritos, entre los que destaca el documento que a continuación reproducimos.[ 8 ]

De manera simultánea a la realización de estas sesiones, se pensó en elaborar un órgano que contribuyera a propagar los beneficios del método positivo, que permitiera llevar a un público más numeroso el sentido y el contenido de la asociación. Con los Anales esperaban convencer, hacer "comprender a todos, cuán competente es [el método positivo] para resolver todo problema, por complexo [sic] que ser pueda, y cuán inaccesible es a la inteligencia humana aquella región adonde no llegan los rayos de su incomparable brillo".[ 9 ]

Efectivamente, tanto el proceso de selección y perfeccionamiento de los futuros conductores de la filosofía positivista en el seno de la Asociación Metodófila, así como la publicación de sus ensayos a través de los Anales, fueron motivo de la integración de otros tantos jóvenes a las filas de esta corriente del pensamiento. Si atendemos a las palabras de Agustín Aragón, fue precisamente la lectura de dos trabajos publicados po: los Anales: "Las causas primeras" de Porfirio Parra y "Los deberes recíprocos de los superiores y de los inferiores" de Miguel S. Macedo, el factor decisivo que lo animara a optar por la filosofía comtiana, suceso que desde luego no debió ser un caso excepcional.

Por todo ello, considerando la transcendente labor desplegada por la Asociación Metodófila en la caracterización del positivismo mexicano, hemos seleccionado dos estudios de uno de sus miembros más distinguidos, el doctor Porfirio Parra. El primero es la "Introducción" a los Anales de la Asociación Metodófila Gabino Barreda, que a su vez nos sirve de guía para comprender los ambiciosos objetivos de dicho organismo, y, el segundo, es "Las causas primeras", por abocarse al estudio de uno de los aspectos que más apasionadamente ocuparan tanto a devotos como a enemigos de la filosofía positivista, y en el que su autor desarrolla una crítica de la concepción ideológica basada en la existencia de las causas primeras o trascendentes, a la vez que sustenta su propia filosofía, para él la única adecuada para conducir al conocimiento, y por ende, la única capacitada para transformar a la realidad. Parra resume así la importancia del tema:

ninguna entre las mil cuestiones que en el transcurso de los siglos se han presentado ante el augusto tribunal de la razón humana, ha tenido el privilegio de preocuparla tan vivamente como la que se refiere a la investigación de la causa primera del Universo: siempre frente a frente de la inteligencia.[ 10 ]

Tal y como dice Zea, en "Las causas primeras" "quedan contrapuestos dos tipos de filosofía: la que se apoya en las primeras causas y la que se apoya en la demostración. La primera no tendrá para Parra otro soporte que el de la voluntad; la segunda lo obtendrá en la realidad misma".[ 11 ]

De esta manera, el ensayo "Las causas primeras" de Porfirio Parra concreta uno de los aspectos vertebrales de la corriente filosófica iniciada y sustentada en nuestro país por Gabino Barreda y un grupo de asiduos seguidores; es probablemente el parteaguas más claro y eficaz entre la antigua concepción metafísica, basada en principios indiscutibles e indemostrables, sólo apoyados en la fe, y la nueva ideología cientificista, L indada exclusivamente en la observación y experimentación, cuyos postulados dieron marco a un largo periodo de nuestra historia intelectual.


INTRODUCCIÓN [ 12 ] [ 13 ]

Separados por la naturaleza de sus estudios especiales y,consagrados a la resolución de problemas prácticos distintos, los miembros de la "Asociación Metodófila Gabino Barreda"[ 14 ] se encuentran, sin embargo, íntimamente unidos por el poderoso lazo que resulta de la adopción de los mismos principios fundamentales y de un método uniforme, susceptible de aplicarse a la solución de las cuestiones más variadas, ya se trate,de aquéllas relativamente simples, que son el objeto de las matemáticas y ciencias físico-químicas, ya de las que suscita en el espíritu del médico la difícil interpretación de un síntoma, ya de las que hacen surgir en la mente del abogado las espinosas análisis y las complejas síntesis, a que se prestan los fenómenos sociales sometidos a su examen.

Hoy sale a luz por primera vez el órgano de nuestra sociedad, hoy cumplimos con el imperioso deber que tienen cuantos se consagran a investigaciones de interés general, de presentar a la conciencia pública el resultado de sus meditaciones, y reconocemos la obligación, no menos imperiosa, de indicar desde luego el móvil que nos impulsó a reunirnos, y los motivos que han determinado hasta hoy y determinarán en lo sucesivo la marcha del cuerpo colectivo que constituimos; por más que estemos convencidos de nuestra insuficiencia personal, por más que signifiquemos poco en la corriente majestuosa del progreso en nuestro siglo, nos consideramos como activos, aunque imperceptibles miembros, del grandioso cuerpo de las sociedades, y consideramos como un deber ineludible colaborar con nuestros contemporáneos, en la elaboración de la obra magna del porvenir: infiérese de aquí la obligación de indicar la naturaleza de los asuntos a que nos consagramos, de manifestarles el grano de arena, digamos así, con que pensamos contribuir al levantamiento del gran edificio de la reconstrucción,[ 15 ] de explicar al público la razón por qué esta vez solicitamos su atención: dejar cumplido este deber es el objeto a que tiene la introducción presente.

Iniciados en el método científico, merced a una educación sistemática y eminentemente filosófica, durante la cual, le vimos aplicar a toda clase de fenómenos, y conducir en todo caso a conclusiones seguras, susceptible de engendrar la convicción más íntima, hemos tenido ocasión de convencernos de su excelencia y alto alcance, a tal punto, que le miramos hoy como el medio único que posee el hombre de llegar a inequívocos y garantizadores resultados, como infalible piedra de toque de la verdad, que como la mágica palabra de los cuentos árabes, despliega ante nosotros las maravillas del mundo fenomenal en su efectivo enlace, y nos indica los puntos de apoyo, que la actividad humana busca como Arquímedes, para fijar la palanca que cambie la faz del mundo.[ 16 ]

Contemplando por otra parte el estado actual de la sociedad, y viéndola oscilar entre un pasado que se aborrece y un porvenir que no se ve claro aún, presentar los encontrados caracteres, propios de las épocas de crisis, ser el teatro de desencadenada tempestad, que destrozar amenaza las delicadas flores de la moral; época cuyos matices crepusculares inspiran ilusiones de supervivencia a los últimos representantes de una filosofía agonizante, y motivos de volterianas carcajadas a la misantropía escéptica, hemos creído que sólo el método científico, franca y explícitamente aplicado al estudio de los fenómenos sociales, sería la segura panacea de los presentes males, sería el iris de serena paz, que marcara el fin de la tormenta, que sólo el sol de la ciencia haría desaparecer con sus vívidos rayos los postreros fantasmas ontológicos que sombrean aún las más elevadas regiones del saber humano.

Tal creencia dictó a nosotros con el irresistible acento del mandato, el deber de consagrarnos con no interrumpido empeño a la cultura de tan fecundo método, y como no nos sintiéramos bastante familiarizados todavía con el manejo de tan poderoso instrumento intelectual, acordamos hacer nuestros ensayos, bajo la sabia dirección del eminente pensador con cuyo nombre se honra la sociedad que con tal fin instituimos; él, que tuvo la gloria de importar a nuestra patria el símbolo de la más adelantada de las filosofías; él, que durante diez años ha sostenido una lucha de titán,[ 17 ] con el fin de plantear entre nosotros un sistema de educación general y uniforme, sea cual fuere la ulterior especialidad a que se consagre el educando, sistema que establece una unión íntima y espiritual entre los que a él se someten, habituándolos a sustituir la fe ciega en principios indiscutibles e indemostrables, por la convicción hija de la demostración irrecusable; él, que guió nuestros primeros pasos en tan fértil vía, era el único a quien recurrir debiéramos, para que dirigiese los subsecuentes; como era de esperarse de su afán por el cultivo del método científico, aceptó la presidencia de nuestra asociación, y consintió en honrarla con su nombre.

No es sólo el frío análisis, la seca disección hacia lo que tenderán nuestros estudios, nos dirigimos de preferencia hacia las fecundas síntesis; no demolemos, tratamos de construir; la moral será el fin a que converjan nuestros esfuerzos, trataremos de hacer apoyar sus principios sobre las inmortales columnas de la ciencia, procuraremos demostrar cómo es posible dar a estos principios una base sólida inatacable: ya se registra en los anales de nuestra primera sesión, un hecho que aunque de pura economía interior, no creemos ocioso dar a conocer, por juzgarle a propósito para inspirar al público una idea de nuestras tendencias moralizadoras: tratándose de verificar la primavera votación, el señor Barreda emitió el laudable parecer de que constara en las papeletas del escrutinio la firma del votante, a fin, dijo, de imprimir a nuestros actos, aun a los más insignificantes, el sello de la más rigurosa responsabilidad.

Claro se infiere de lo expuesto, que no nos afiliaremos a sistema alguno determinado, que el cultivo del método científico será el objeto preferente de nuestras tareas; a su alto,criterio someteremos todas las doctrinas, todas las opiniones: aquellas que él sancione, formarán parte integrante de nuestro inmutable credo; aquellas que con él fueren incompatibles, serán condenadas sin piedad, por muchas que fueren las simpatías que antes de tal prueba nos hubieren inspirado.

No faltará quien aplique el epíteto de descreidos, a nosotros que poseemos las más profundas de las convicciones, las científicas; quien inculpe a nuestras doctrinas de minar la moral,[ 18 ] siendo a nuestro juicio las únicas que pueden darle una base sólida y definitiva, quien tache de desalentador nuestro sistema de nociones, que enaltece e ilustra la actividad humana, de presuntuosa una filosofía que considera la relatividad de nuestros conocimientos, como uno de sus dogmas más caros, ni quien persistiendo en ver la tierra como un lugar de destierro y al hombre como un ser degenerado, como un ángel caído, nos impute el degradar a nuestra especie, siendo así que ofrecemos a su variada actividad, un teatro vastísimo, que en el estudio metódico de los fenómenos naturales, le prometemos el cetro del globo, y que proyectamos en su porvenir la halagüeña perspectiva de un progreso, cuyos límites ninguna mano osa trazar hoy.

Desde ahora anunciamos que consideraremos tales acertos, como meras declamaciones que ni siquiera distraerán nuestra atención; pero si alguien hace a nuestras aseveraciones alguna objeción seria, estamos dispuestos a escucharla con diferencia, y a apreciarla en todo su valor, procuraremos resolverla o modificarla, si fuere insoluble nuestra primera conclusión.

Lo expuesto en estas mal trazadas líneas, bastará para que el público se forme una idea de nuestra sociedad; el curso de esta publicación se la dará mejor a conocer. ¡Ojalá seamossiempre acertados en la manera de tratar las cuestiones en quenos fijemos, y pongamos en relieve lo seguras que son las conclusiones a que se llega, aplicando el método positivo. ¡Ojalá hagamos comprender a todos, cuán competente es para resolver todo problema, por complejo que ser pueda, y cuán inaccesible es a la inteligencia humana aquella región adonde no llegan los rayos de su incomparable brillo!

Estaba reservado a los hombres de nuestro siglo contemplar el triunfo definitivo de la ciencia sobre los otros medios que, desde la cuna de la civilización, puso el hombre en práctica. para conocer el universo: uno a uno han perecido sus rivales, sólo ella persiste creciendo siempre; analítica hasta aquí, ha conquistado poco a poco todas las regiones del saber, y hoy encumbrada en su cima, dirige desde allí su aquilina mirada. sobre el conjunto de sus dominios, y formula vastas síntesis extensas y seguras generalizaciones; convencidos de la potente base que puede suministrar a todas las concepciones, la presentaremos con todo el brillo que ha conquistado definitivamente; al intentarlo no desconocemos la magnitud de tal empresa, y lo insuficiente de nuestras fuerzas; mas nos anima a asumir la convicción de que en la ciencia se encarna la dicha futura de la humanidad.[ 19 ] Del público esperamos, juzgue con. imparcialidad nuestros escritos y les consagre aquella atención, que es el preliminar indispensable de todo juicio motivado; tan importante nos parece esta última condición que nos vemos tentados al solicitarla, a decir parodiando al héroe griego: "Hiere, pero escucha."

Porfirio Parra.


LAS CAUSAS PRIMERAS[ 20 ]

Ninguna, entre las mil cuestiones que en el transcurso delos siglos se han presentado ante el augusto tribunal de la razón humana, ha tenido el privilegio de preocuparla tan vivamente como la que se refiere a la investigación de la causa primera del Universo: siempre frente a frente de la inteligencia, simpre desafiándola, ha sido a la vez su piedra de toque y su infranqueable escollo; cuando nuestra razón sin conocer el alcance de su fuerza, ni definir los límites de su jurisdicción, sin conocer a punto fijo la naturaleza de las alas que la permitan elevarse a las sombrías regiones de lo desconocido, creía resolver tan gigantesco problema, formuló de él soluciones diversas en el fondo y sobre todo en la forma, que son el fiel termómetro de su cultura, el más elocuente síntoma de la faz de progreso que entonces recorría; pero a pesar de todo, la cuestión permanecía intacta, guardaba siempre su respetable incógnito, cada nueva solución, que al formularse parecía resolverla, y apagar la sed, que tan formidable interrogación despertaba en la humanidad, se encontraba a poco insuficiente; la terrible pregunta, constantemente eludía las sutilezas de la respuesta, filtraba a través de ellas, como fluido sutil, que se quisiera empuñar, como intangible alucinación que se pretendiera asir.

En nuestros días, mejor instruido el hombre en cuanto a la naturaleza de su razón, más familiarizado con las vías que pueden conducirle a la verdad, sabiendo hasta qué grado le es dado alcanzarla, cuando un estudio objetivo, digámoslo así, de la conciencia, le ha indicado los funestos extravíos a que puede conducirle el examen puramente subjetivo de ella, cuando ha aprendido a desconfiar de las inspiraciones "a priori" por halagüeñas que sean, y atenerse a los resultados "a posteriori" por desalentadores que parezcan, se declara incompetente para resolver tal cuestión, que considera de todo punto fuera de su alcance, y cosa rara, problema que a nuestros antepasados parecía fundamental, pierde en este nuevo modo de ver su importancia, hasta degenerar en cuestión pueril, estéril, sin sentido casi, sea que rompiendo con las filosofías anteriores declaremos explícitamente con Comte la incompetencia del hombre para resolver tal problema, sea que con Herbert Spencer creamos resolverle, cuando sólo le hemos planteado en términos claros, y demos a lo que deja entrever el significativo nombre de "incognoscible"[ 21 ]

Parecerá extraño que ocupe la atención de la respetable asamblea que me escucha, tratando una cuestión, que coloco, desde luego, fuera de nuestro alcance; pero reflexiónese la considerable importancia que se ha dado a su resolución; considerándola como la base del saber humano, de ella por vía deductiva, casi como simples corolarios, se han hecho brotar todas las concepciones humanas. Cuestión de tan vital importancia merecerá, por todos conceptos, que la razón fije en ella su augusta mirada, antes de que removiendo el secular edificio de la filosofía, la coloquemos fuera del vasto campo de su alta especulación, verificando así la más trascendental revolución, que desde el origen del saber se haya realizado en el sistema de nuestras concepciones; exponer, pues, los fundamentos en que descansa el fallo de incompetencia de la humana razón para juzgar la presente cuestión, será el objeto de este imperfecto trabajo, y ojalá consiguiera presentarlos con la claridad y lógico encadenamiento que exige tan interesante asunto.

Tema de fecundísimos estudios, y que exigiría una pluma muy superior a la mía, sin que, por otra parte, pudiera caber en los estrechos límites de esta disertación, sería el estudio histórico de la cuestión que me ocupa, obligado preliminarle [sic] su examen filosófico; presentarla en sus diversas faces, estudiar detalladamente sus mil soluciones, o más bien, sus mil formas de solución, examinar las relaciones de cada una de ellas con el resto del saber contemporáneo, y el papel, ora visible, ora latente; pero siempre importante, que ejercían en la renovación de las sociedades, la acción no menos notable de la ciencia, que en su continuo y progresivo desarrollo les imprimía diversos giros, ya favoreciéndolas, ya siéndoles adversa y contribuyendo a sus metamorfosis; mas faltándome espacio, tiempo, y sobre todo, aptitud para desarrollar dignamente tan extenso plan, llenaré esta exigencia de mi trabajo, presentando de una manera general las principales faces de esta importante evolución, poniéndola en paralelo con la del saber positivo; en seguida presentaremos la cuestión ante el supremo e inapelable tribunal de la razón contemporánea, esclarecida con los mil fanales de la ciencia, y quedaremos convencidos de que si la inteligencia pretendiera aún resolverla, realizaría, en siglos de pleno y completo saber positivo, la ímproba tarea de colmar el mitológico tonel de las Dánaides.

A fin de encontrar en el pasado la cuna de la presente cuestión, y de trazar así la primera línea de su historia, remontémonos con el pensamiento hasta esos siglos sin nombre, ni anotación cronológica, a los cuales no llegan los rayos del sol de la historia, para cuyo estudio faltan completamente escritos, medallas, monumentos, inscripciones, huellas inequívocas del hombre inteligente, pensador y emprendedor; cuya exploración, más que histórica es geológica, pues en ese remotísimo pasado solamente dejó el hombre sus osamentas de mamífero, y las hechas de sílex de su naciente industria, que la madre tierra recogió avara y que guardadas en su seno, como en museo seguro, son hoy inequívocos testimonios de la existencia del hombre en tan lejana época. Sin duda que desde entonces, y quizá más que nunca, se ocupó de averiguar la causa primera del Universo, sin duda este aguijón constante de la inteligencia activó la suya, la despertó de su inicial letargo, y se vio precisado a responder de la única manera que le era posible pregunta tan fundamental. ¿Podremos conocer la respuesta que se dio? No por la vía directa, esto es, por el examen de monumentos intelectuales contemporáneos que no sobrevivieron, ni podían sobrevivir: sí por la indirecta, esto es, por el concurso de los datos que poseemos sobre el origen de nuestros conocimientos, desarrollo de nuestra cultura actual, elementos psicológicos de nuestra razón, lo que nos permite conocer la serie de soluciones susceptibles de resolver un problema complicado, en relación con la correspondiente de datos crecientes, hasta el punto de decir cuál de aquellas soluciones corresponde a determinado número de éstos, y nos dá la posibilidad al estudiar la evolución de una ciencia, de comprender con toda claridad, y aun de preveer con bastante exactitud el estado de una de sus teorías en determinada época; conociendo el conjunto de nociones síncronas.

En efecto, convencidos como estamos de que en el Universo se verifica todo según leyes invariables, constantes y dependientes de la mutua acción de propiedades inmanentes a los elementos materiales, al investigar el origen de una noción, por sublime que sea, no recurriremos al fácil expediente de una revelación abiertamente contradicha por tal convencimiento, sino que le buscaremos en las leyes indeclinables, como las demás a que está sujeta nuestra inteligencia; la mencionada convicción nos impedirá ver en el esplendor de nuestra actual cultura otra cosa, que la acumulación de los trabajos de las generaciones que nos precedieron, conquistas jamás perdidas, sirviendo constantemente de base a nuevas; sabemos también que los elementos psicológicos de nuestra razón: comparación, inducción, deducción, etcétera, se ejercen sobre datos suministrados por la observación, constantemente se perfeccionan por la educación así espontánea como sistemática. Nos será, pues posible, procediendo por la vía así inductiva como deductiva, esto es, dado un estado intelectual perfectamente conocido, investigar el anterior que le dio origen, y obtenido, buscar el antecedente, y siguiendo así retrospectivamente la serie histórica, llegaremos a fundar para el hombre primitivo una teoría, o al menos una hipótesis que tendrá en historia el mismo valor que la de Laplace en astronomía, pues que llegamos a ambas por idénticos procedimientos lógicos.

Utilísimo medio, así de investigación como de contraprueba, que nos puede servir para establecerla, es el examen comparativo de las sociedades que en la actualidad pueblan el globo; si las examinamos una a una, desde la más civilizada hasta la más rudimental y tosca, hallaremos en su conjunto una serie gradualmente progresiva que reproduce con bastante fidelidad las faces correspondientes que presentó nuestra especie en su ascendente evolución; viene la historia a enseñarnos que las naciones que ocupan en ella un lugar preminete, han recorrido sucesivamente las faces todas que representan las menos adelantadas en lo que tienen de esencial, considera a éstas como detenidas en cierto estado de su desarrollo, en virtud de circunstancias que les han sido peculiares, en fin, las plenamente salvajes vienen a presentar los tipos iniciales de la civilización, por los que en tiempos más o menos remotos han pasado los pueblos más adelantados. Combinados así, el examen sociológico, simultáneo y sucesivo, encontrado este nuevo y fecundo lazo entre la geografía y la historia, nos será posible sintetizándolas convenientemente, llenar por medio de la primera, los numerosos y sensibles vacíos de la segunda.

Tales son en lo general las bases del procedimiento que emplearemos para darnos cuenta del estado intelectual del hombre en el periodo antehistórico; no siéndome posible exponer detalladamente su aplicación, por impedirlo los límites que he impuesto a este trabajo, sólo expondré sucintamente los resultados en lo que toca a la cuestión que es su asunto, advirtiendo que lo haré de una manera abstracta y general, lo cual me obligará a trazar en pocas líneas y sin referirme a tiempos ni lugares, el orden de sucesión de sus principales soluciones, procurando explicarlo racionalmente. El hombre primitivo, colocado en el esplendente teatro de los fenómenos naturales, trató de explicárselos, debiendo basarse su explicación en los elementos que le suministraba la observación de entonces, éstos eran, como debe suponerse, bien escasos, no poseía en efecto más campo de observación que el conjunto de fenómenos que se presentaban a su vista, ni más medio para estudiarlos que su examen superficial y contemplativo: era su conciencia otro teatro de observación de más importancia para él, porque atestiguaba de una manera inequívoca su existencia, y le representaba el panorama exterior con esplendente vivacidad; el inundo exterior y su conciencia, he aquí la doble fuente en que su inexperta razón debía tomar los materiales de sus conclusiones, el primero presentábasele de un golpe con su imponente complicación, sus multiformes aspectos; la segunda presentándole la apariencia de aquel como engañoso espejo, le hacía tomar la variedad y el desorden aparente por la uniformidad y arreglo real, de aquí es, que observando el mundo, tomó sin poder evitarlo, la forma por el fondo; ningún grupo de antecedentes observaciones existía, que, dando perspicacia a su vista y criterio a su razón, le impidiera concluir que la variedad irreductible, la constante contraposición y aun la abierta lucha, eran los caracteres de los componentes del mundo. Estudiando su conciencia, adquirió la única noción, posible entonces, de causalidad; observándola notó que los cambios en ella verificados, eran determinados por un agente en apariencia expontáneo y omnímodo, la voluntad, adquirida esta primera noción causal, y urgido por la mano de hierro de las leyes lógicas de la inteligencia, trasportóla al mundo exterior cuya diversidad fenomenal creyó real, y creó tantas voluntades diversas e independientes, cuantos eran los fenómenos, y aun aspectos de fenómenos que observaba y que eran por ellas regidos; de aquí la creación de un Dios que hace mover la hoja del árbol, otro que hace retumbar el trueno, otro fulgurar el relámpago, y así para lo demás, de aquí en una palabra el fetichismo, primer sistema filosófico de la humanidad, caracterizado por la divinización de todas las cosas, consecuencia lógica del aislamiento completo, de la absoluta independencia en que se creía a los fenómenos, entre quienes no se descubría lazo alguno; eran coexistentes necesarios de tal sistema la falta absoluta de ciencia, que fundada en buenas observaciones liga los hechos, carencia de escritura, aun imperfecta, que permitiendo anotarlos hace descubrir sus conexiones mutuas; las tribus salvajes representan hoy este estado primitivo de la civilización, que en los tiempos prehistóricos recorrieron las actuales naciones civilizadas.

Pero esta primütva y tosca concepción del universo debía modificarse, cuando ensanchándose el campo de la observación, mejorándose ésta, adquiriéndose cierta experiencia que la escritura hacía transmisible de una generación a otra, y mejorándose quizá la inteligencia misma del hombre, por el ejercicio y la transmisión hereditaria de su perfeccionamiento intrínseco, comenzó a descubrirse cierta relación íntima, entre fenómenos que antes se creían independientes, formáronse entonces grupos de éstos, que fueron disminuyendo más y más en número; paralelamente fueron eliminándose voluntades, las que quedaron presidieron a grupos homogéneos, y no a individualidades fenomenales; continúa explicándose el orden del mundo por el acuerdo de las voluntades o divinidades que le rigen; las tempestades, los temblores de tierra, eclipses y demás fenómenos, que según la observación incompleta de entonces, se consideraban como un trastorno o desarreglo del orden general, se veían como el signo del desacuerdo de los dioses; la historia nos presenta como tipo concreto de este periodo, el politeísmo de la antigüedad.

Continuando el hombre en esta vía, pudo llegar hasta el último grado de perfeción a que se presta tal sistema, a establecer una inducción mejor, esto es, basada sobre más y mejores observaciones, a hacer una generalización menos incompleta, cuando abrazando, aun superficialmente, toda clase de fenómenos, se encontró entre todos un lazo general, que hizo posible la reducción a una sola voluntad, de todas las que antes se consideraban independientes. Altamente progresista tal conclusión, supone un ensanchamiento enorme en el campo de la observación, por primera vez hace vislumbrar al hombre el encadenamiento general de los fenómenos, a través de su aparente independencia, revela un fondo de unidad, bajo la apariencia protéica de la naturaleza no son ya varias las voluntades independientes y autónomas que rigen al mundo, es una sola que se considera como causa primera y final del universo.

En los párrafos anteriores hemos bosquejado de una manera abstracta la historia de las causas primeras; comprende un gran periodo de la evolución humana cuyo principio se confunde probablemente con el de nuestra especie, y se extiende hasta muy cerca de nuestra época. Comte le designa con el significativo nombre de teológico; es la evolución completa de una filosofía caracterizada por el establecimiento "a priori" de sus principios fundamentales, por el carácter absoluto de sus cuestiones, y por la falsa idea que se forja de la relación de causalidad que le reveló el estudio puramente subjetivo de la conciencia.

Paralelamente a ella, hacía su lenta evolución otro sistema filosófico, que en vez de limitarla, dirigiendo la inexperta razón humana a la investigación de la causa primera de las cosas, adoptó el camino inverso: humilde en su origen, propúsose un programa de lenta y difícil realización, ensanchándose poco a poco y sin perder jamás terreno, ha llegado en nuestros días a someter a sus rigurosos métodos, todas las concepciones humanas, iniciada por Aristóteles; consagróse a la exacta observación de los fenómenos naturales, a su enumeración, a su distribución en categorías, a la investigación de las relaciones constantes que les ligan; recogiendo asidua los numerosos materiales de sus inducciones, no se propone averiguar la causa primera de las cosas, sino el hecho más general que comprenda el mayor número posible de hechos particulares; no se lanza con Platón a las elevadas, pero quiméricas regiones de un mundo puramente subjetivo; con perspicaces ojos somete todo a su examen, sin dejar de ver la tierra se elevará hasta el cielo, su programa es el de la ciencia, su método el científico.

Como es natural, empleó muchos siglos para desarrollarse; al principio sólo consiguió dar un carácter científico a aquellos fenómenos que, por su simplicidad, generalidad, relaciones numéricamente evaluables, su frecuencia que hace trivial su observación, exigen para su estudio métodos relativamente poco complicados, y procedimientos casi exclusivamente lógicos; con el conjunto de las leyes que los rigen se fundan las matemáticas, la mecánica y la astronomía; es posible sentadas estas piedras angulares de la filosofía científica, pasar al estudio de un orden de fenómenos más particulares, más complicados, ligados por relaciones más numerosas y menos susceptibles de evaluación numérica; los físicos, su complicación los hace de observación difícil, y para vencer esta dificultad, el arte de observar se perfecciona instituyendo la experimentación; con el nombre de física se constituye entonces una nueva ciencia que liga a estos mil fenómenos, y fórmula en leyes las relaciones constantes que ofrecen entre sí; dado este paso tan trascendental en el estudio del mundo inorgánico, se pueden ya estudiar los más complejos de sus fenómenos: los químicos, perfecciónase el método, creando la nomenclatura, y fundada la química, sistematizánse las nociones referentes a la naturaleza inerte; elimínanse de este vastísimo territorio toda entidad metafísica, toda voluntad teológica; quedan sólo hechos ligados por invariables relaciones; consecuentes sucediendo necesariamente a determinados antetecedentes, en tan prolongado estudio modifica la razón la noción de causalidad, a la subjetiva de "la voluntad", "razón suficiente", "entidad increada, absoluta", de la filosofía rival, sustituye la noción objetiva de "la fuerza", agente condicionado, implicando relación invariable, cambia igualmente el punto de vista bajo el cual considera las cuestiones, cuando la física demuestra la conservación de la fuerza en sus mil transformaciones, cuando ponen en evidencia las balanzas de la química, la indestructibilidad e increabilidad de la materia, cuando renuncia la astronomía a la tarea de marcar límites a los espacios estelares, y cuando las hipótesis cosmogónicas, por más que se prolonguen en los profundos abismos del ayer más remoto, no consiguen encontrar en el universo señales de creación, llegar a un estado realmente primordial, sino sólo a cierta faz de la evolución, de la que por graduales metamorfosis surgió el estado actual. Todo obliga a la nueva filosofía a cambiar el modo primitivo de ver, a sustituir la idea de sucesión necesaria, a la de causa absoluta, eficiente; las de metamorfosis y evolución, a las de destrucción y creación, en una palabra, a que nociones relativas reemplacen a las absolutas en todas las regiones del humano saber.

¿Era bastante para completar la cultura de la razón humana, sistematizar en un conjunto filosófico homogéneo, las mil nociones relativas a la naturaleza inerte? De ningún modo: conocido el macrocosmos permanecía desconocido el microcosmos, frente al mundo inorgánico ya objetivamente estudiado, alzábase el orgánico como un misterio, descollando en su seno el hombre con su conciencia, pasiones, voluntad, inteligencia, constituyendo el mundo subjetivo, que se estudiaba según el peligroso método de este nombre; la filosofía quedaría, pues, incompleta, mientras no redujera a la unidad el mundo y el hombre, entidades en esa época del saber unívocas e irreductibles, sujetándolas a los mismos métodos, comprendiéndolas en doctrinas semejantes; sea haciendo descender al mundo exterior el método subjetivo y las doctrinas "a priori", con que hasta allí se había estudiado al hombre, síntesis ya imposible; sea extendiendo hasta él el método positivo, que constituyó científicamente lo que entonces se llamara filosofía natural; era imposible realizar tal homogeneidad filosófica antes que la química, escudriñando los fenómenos íntimos de la materia inerte, que son la transición a los biológicos, revelara por primera vez la estrecha conexión que liga al hombre con el resto de la naturaleza, ofreciendo, en parte al menos, el medio de salvar el infranqueable abismo que se creía les separaba. Tal era la dificultad de uniformar la filosofía, careciendo del poderoso auxilio de la mencionada ciencia, que el genio de Descartes, al verificar su importante reforma filosófica, no consiguió llegar a la ambicionada unidad, no pudo evitar sancionar la dualización, dar a la filosofía dos criterios, dos métodos, concluir que una absoluta y radical diferencia alejaba al hombre del mundo, y fiel a las exigencias lógicas de su sistema, colocó a los brutos en el mundo inorgánico, considerándolos como autómatas de orden mecánico.

Una vez fundada la química, fue posible, aun antes de poseer todas las nociones reasumidas en el penúltimo párrafo, emprender convenientemente el difícil estudio del mundo orgánico; clasificando sus innumerables seres encontróse en ellos el gradual y progresivo desarrollo de la actividad vital, en constante relación con la complicación creciente de sus organismos; no pudieron considerarse ya como seres aislados entre sí y del resto del mundo, sino como términos de una serie no interrumpida, ramificada y de continua y creciente complicación, que por graduaciones insensibles permitían pasar desde los fenómenos simples, y en apariencia inertes del mundo inorgánico, hasta los más elevados y grandiosos de la inteligencia del hombre, no fue posible ya considerar a este último como un ser soberano, aislado, sin parentesco ni parecido con los otros, ocupando un solio de vertiginosa altura; fue sólo un caso particular, el último y más complejo término de la serie orgánica; halló la química en la composición elemental de los individuos de dicha serie, los elementos del mundo inorgánico, ninguno nuevo: los seres organizados estaban sujetos a las mismas leyes que el resto de la naturaleza, y eran el teatro de fenómenos de un orden más elevado; pero unidos por relaciones constantes susceptibles de formularse en leyes cuyo estudio constituyó una nueva ciencia, " la Biología". Comparado el hombre con los demás seres vivos hallóse, que no posee ningún órgano, ninguna función que le sea exclusiva, o lo que es lo mismo, que tanto estática como dinámicamente, difiere de ellos cuantitativa y no cualitativamente; confirmó, y aun quizá inspiró la bilogía, la noción importante de la indisoluble conexión que existe entre el estado dinámico y el estático, en virtud de la cual, toda modificación del primero, presupone una correspondiente en el segundo y viceversa; ella nos reveló que en los fenómenos vitales, como en todos los demás, es la fuerza inmanente a ciertas condiciones de la materia; y así como jamás se presenta el calor sin cuerpo caliente, la luz sin foco luminoso, nunca encuentra la biología sensibilidad sin nervios, contractilidad sin músculos, secreción sin glándulas, etcétera.

Incluido el estudio de la naturaleza humana, aun en su parte psicológica, en el sistema del saber positivo, fue posible aplicar sus métodos al conocimiento de los fenómenos siciales, y, fundando la sociología, se unificó al fin el conjunto de nuestro saber en una vasta síntesis filosófica, en que doctrinas homogéneas, métodos uniformes y adaptables al grado de complicación del asunto, dominan toda clase de fenómenos, y dan a la razón el más fiel y experimentado de los criterios.[ 22 ]

Hemos bosquejado tan rápidamente como nos ha sido posible, el lento, laborioso y dificilísimo desarrollo de nuestra actual filosofía científica. ¿Tendrá ella un lugar para la cuestión de las causas primeras? Se sabe, que con este nombre se han designado, las que careciendo de causa lo son de las cosas, y esto de una manera absoluta, es decir, independientemente de toda relación, de toda condición o circunstancia; ya al delinear el desarrollo de nuestra filosofía, hemos hecho observar el punto de vista relativo en que se coloca, y esto nos indica, que el carácter de sus doctrinas y la naturaleza de sus métodos, la hacen inaplicable a la cuestión absoluta de las causas primeras; vamos a tratarla ahora directamente, a fin de completar la demostración, con este objeto: demostraremos primero lo imposible que es al hombre estudiar, y aun siquiera comprender, las cuestiones absolutas entre las cuales se cuenta la de causas primeras; a continuación la examinaremos en sí misma, y haremos ver cuán extraña es a la idea de causalidad propia a las ciencias positivas, y por último, pondremos de manifiesto los errores, así lógicos cocientíficos, en que incurren sus pretendidas soluciones.

En efecto, la inmensa experiencia acumulada por la humanidad, en los órdenes más variados de cuestiones, la han convencido empíricamente del necesario carácter de relatividad inherente a sus concepciones, necesario decimos, porque es consecuencia de la naturaleza de nuestros conocimientos, de los datos que nos sirven para formarlos, y de la manera con que la razón elabora dichos datos en la formación de nociones; ahora bien: siendo nuestros conocimientos el conjunto de ideas que tenemos del mundo exterior y de nosotros mismos, estas ideas, que constituyen su fondo, su material, por decirlo así, sólo son, como ya indicamos, la expresión de las invariables relaciones que hemos descubierto en los fenómenos, sin que en ningún caso podemos abarcarlos en sí mismos, y limitándonos a establecer comparaciones entre unos y otros, es como conseguimos averiguar su mutuo enlace; la verdad, primera condición impuesta a nuestros conocimientos, lejos de ser, como pudiera creerse, una noción absoluta, es decir, independiente de toda comparación, que no implica relación alguna, tiene el contrario para nosotros el carácter de relatividad, que el genio de Santo Tomás de Aquino le imprimió desde la Edad Media; la consideramos como el acuerdo entre la manera como concebimos las relaciones de las cosas, y las relaciones reales de estas mismas cosas, y surge como es fácil concebirlo de la comparación que establecemos entre el mundo subjetivo y el objetivo, implicando su relación de concordancia.

Es fácil explicarnos, esto es, referir a la manera como nos relacionamos con el mundo exterior y con nosotros mismos, o lo que es lo mismo, a la naturaleza de nuestros datos en ambos sentidos, el carácter de relación que siempre implican nuestras concepciones: efectivamente, sólo podemos entrar en relación con el mundo exterior, mediante las impresiones que excita en nuestros sentidos, y aun esta relación es limitada, pues que la percepción sensorial no puede percibir más que ciertos grados de impresión; de esto resulta que jamás podremos tener idea de lo que no puede impresionarnos, y que podremos considerarlo como no existente, puesto que en nada nos influencia: infiriéndose de aquí la necesaria esterilidad de toda investigación, así especulativa como práctica, sobre lo que está fuera de nuestra percepción.

Semejante, y más limitada aún, es la manera como la inteligencia se relaciona consigo misma, o sean los datos que el hombre puede tener de sí, en el estudio meramente subjetivo de la conciencia, este faro interno, tan seguro y luminoso según los metafísicos, queda reducido en manos de la biologa, a un fenómeno de percepción simultánea, y es fácil convencerse de lo vagas, engañosas y difíciles de apreciar que son sus indicaciones.

No es sólo la naturaleza de los datos que el hombre adquiere del mundo por los sentidos, y de sí mismo por la conciencia, lo que hace la relatividad de concepciones inherente a la inteligencia del hombre; lo es aun la manera como utiliza los datos suministrados por la percepción; efectivamente, sólo comparándolos, es como puede sacar partido de ellos para la elaboración de nociones; renunciando conocer la percepción en sí misma, fundamos nuestros juicios estableciendo una comparación entre dos percepciones, ya actuales, o sensaciones, ya pasadas y reaparecidas por la memoria, o bien elaboradas con sensaciones anteriores o sus elementos combinados por la imaginación. A su vez esta facultad de comparación es bien limitada, supuesto que no puede ejercer sino entre dos términos; sin que nos sea posible dar de ello una explicación racional, quizá dependa de la disposición estática de nuestro eje cerebro-espinal, y esté ligada especialmente a su división en dos mitades simétricas, entre las que existe una íntima conexion.

Establecido así racionalmente el carácter relativo de nuestros conocimientos, viene empíricamente a confirmar nuestra conclusión la falta completa de nociones absolutas en todas las esferas de nuestra especulación: no pueden las matemáticas dar a la filosofía los elementos de la concepción absoluta del espacio, ni la astronomía y dinámica, los de la del tiempo, y estamos obligados a forjarnos del primero, una idea que implica coexistencia de percepciones, y del segundo, una que supone sucesión de ellas; es impotente la física para revelarnos la esencia de la materia o su noción absoluta, cuando queremos caracterizarla tenemos que recurrir a la impresión más constante que despierta en nosotros, la de resistencia o percepción de la contractibilidad muscular; otro tanto pasa en química y biología, llegamos a propiedades irreductibles, cuyo significado íntimo nos es imposible penetrar, que concebimos como relaciones aisladas por un análisis minucioso de otras, que ordinariamente las complican.

Estableciendo como lo hemos hecho, nuestra incapacidad de poseer nociones absolutas, entre las que se cuenta la de causas primeras, habremos demostrado lo ociosa que es toda investigación, sobre este asunto; si termináramos aquí, pudiera creerse que la ciencia sólo prohíbe en este asunto la investigación, y que tolera la solución que dé a estas cuestiones la conciencia individual; pero si examinamos la idea de causalidad científica y hacemos resaltar cuán opuesta es a ella la que implica la cuestión que nos ocupa, que supone la investigación de la causa eficiente; mostraremos que así por el carácter de sus doctrinas, como por el severo criterio de sus métodos, es la ciencia esencialmente hostil no solamente a toda averiguación, sino a toda solución, sea cual fuere, quese formule sobre este asunto.

Cuando nos preguntamos la causa de un fenómeno cualquiera, cuando pedimos su explicación, redúcese ésta a referirlo a otro más general, y es más perfecta, si podemos referir este último a otro más general todavía; "causa" significa para nosotros, uno o varios antecedentes ligados a un consecuente por relaciones invariables, aquellos son a su vez consecuentes, de otros antecedentes con ellos invariablemente ligados, y así sucesivamente; esta relación necesaria de antecedentes y consecuente, o relación causal científica, es constante e invariable, aunque los resultados no siempre sean visibles, o sean opuestos a lo que ella implica, esta variabilidad en los efectos aparentes, depende de la relación igualmente determinada y constante de otros antecedentes, que pueden impedir la manifestación del consecuente, o determinarla en sentido contrario: si el antecedente obra siempre solo, el consecuente se manifestará siempre, y el fenómeno será simple; si ejerce su acción en compañía de otros, el consecuente se manifestará o no, sin que por esto cambie o cese la relación que los liga, así por ejemplo: un cuerpo pesado cae en virtud de la pesantez que le atrae hacia el centro de la tierra, si está suspendido a un hilo, el efecto visible, su caída, no se verificará por impedirlo el nuevo antecedente, resistencia del hilo, sin que por esto la pesantez deje de solicitarle; si le rodea un medio más pesado, como sucede en el caso de los globos aerostáticos, el cuerpo subirá, no porque la pesantez no obre ya sobre él, u obre en sentido contrario, sino porque obra sobre el medio elástico con más intensidad, y despierta en él una reacción igual y en sentido inverso, que produce la ascención del cuerpo; el oxígeno, es indispensable a la vida de los animales, un pez extraido del agua, muere asfixiado, sin que esto implique un cambio en la relación de causalidad, sino que un nuevo antecedente, desecación de las braquias, hace imposible al oxígeno ponerse en contacto con la sangre.

Cuanto pasa en la naturaleza se verifica por indeclinables, leyes, que no son más que la expresión de hechos generales, atestiguados por la ciencia; la causa no tiene más significación, como lo hemos dicho ya, que la de un antecedente individual o colectivo, ligado a su consecuente por una relación constante, formulada en una ley; toda explicación que no tenga el carácter indicado, no tan sólo carecerá de valor, sino que estando en abierta oposición con el criterio habitual, con el "sentido común" de los que están familiarizados con los métodos científicos, merece, bajo todos conceptos, el calificativo de absurda, toda investigación tocante a la causa primera de las cosas, saliendo del recinto de la experiencia humana, que sólo puede constatar relaciones entre términos de una serie,complicada y múltiple, sin poder llegar nunca a una primitiva o final, es, como indicamos anteriormente, estéril; toda conclusión sobre este punto carecerá pues, de base, y su carácter, en abierta oposición con el de las concepciones científicas, que dominan en nuestros días a la razón humana, la hará acreedora al epíteto de irracional.

Profundizando nuestras investigaciones hasta donde es posible, podremos explicarnos toda clase de fenómenos, refiriéndolos a propiedades inmanentes de los elementos materiales, sin que estas propiedades puedan considerarse como causas primeras, no son más que los hechos más generales a que hasta hoy podemos llegar, los primeros términos conocidos de las series fenomenales, y cuyos antecedentes desconocemos, hasta llegar a estos hechos nos prestan su potente ayuda la observación y la experiencia, viendo con claridad, la inteligencia formula el lazo indisoluble de la relación, en comprensibles y verificables teorías, capaces de dar a la práctica numerosos consejos que mantengan rico, impetuoso y siempre creciente, el inagotable manantial de la actividad humana. Más allá se rompen todos los hilos, se extingue toda luz, absórbese la razón humana en infecunda contemplación, o se pervierte en el árido excepticismo, desvíase lamentablemente nuestra actividad, llamando en nuestra ayuda potencias ciegas y sordas, o se enerva y desfallece, considerándonos bajo el férreo e ineludible yugo de la fatalidad. En cualquier sentido que dirijamos nuestra especulación, ya se trate de un hecho físico, químico, biológico o sociológico, se encuentra siempre detenida por alguna de las mencionadas propiedades irreductibles que, como infranqueables barreras, limitan su vuelo, atracción, calor, luz, electricidad, afinidad, propiedades nerviosas y musculares, he aquí la mayor parte de ellas comprendidas en la sintética denominación de "Fuerza"; son los hechos más generales que respectivamente abarcan el incalculable número de hechos particulares, así aquellos de que somos espectadores, como aquellos de que somos teatro; nunca lograremos saberlo que dichas propiedades son en sí mismas, nos limitamos a constarlas, a buscar entre unas y otras relaciones, que nos permitan limitar su número, y quizá reducirlas a la unidad, consistiendo en esto algunos de los grandes adelantos de la ciencia; cuanto podemos afirmar de ellas se reduce a considerarlas como inmanentes a respectivos estados de materia, de suerte que todo estado de esta última, revela cierto modo de fuerza, y determinada forma de la misma, presupone el correspondiente estado de la materia; ni una ni otra pueden ser creadas o destruidas, se nos presentan siempre indisolublemente unidas, ningún modo de fuerza existe aislado, independientemente de la materia, ni esta última, cualquiera que sea el conjunto de sus condiciones estáticas, deja de tener inmanente cierta forma o modo de fuerza.

Materia y fuerza, he aquí los límites de la humana ciencia, incógnitas indespejables en el sentido absoluto, datos bien conocidos en el relativo; no se crea que revestimos estas nociones de un carácter ontológico, que las consideramos como entidades, no son sólo abstracciones del conjunto fenomenal que plenamente abrazan, condensando en la palabra fuerza, aquellos fenómenos que implican actividad, y connotando el resto con la de materia; estamos seguros de su constante unión, de que a cada elemento material es inherente cierto modo elemental de fuerza, expresión de su indeclinable actividad; dotados, pues, los átomos materiales de una propiedad activa, al encontrarse en presencia unos de otros, la mutua acción de dichas propiedades hizo nacer resultantes, definidas, indestructibles e invariables, que representan un primer grado de metamorfosis de la fuerza elemental; a su vez, estas últimas, obrando recíprocamente unas sobre otras, dieron lugar a nuevas resultantes o transformaciones de orden más elevado, que tendiendo siempre al equilibrio, producen, en un momento dado, un estado estable y armónico que constituye el orden del Universo; de esta tendencia al equilibrio, de esta continua, composición y descomposición, así de la materia como de la. fuerza, que dependen de la indestructibilidad de ambas, ha. resultado el grandioso drama de la evolución universal representado en el escenario sin límites del Espacio, durante la inagotable duración del Tiempo, de cuyas innumerables e interesantes escenas nos damos satisfactoria explicación, por el conocimiento de las leyes naturales, sin necesidad de recurrir jamás a ninguna hipótesis sobrenatural; así nos revela la cosmogonía científica el desarrollo de nuestro sistema planetario, la geología el de nuestro planeta, y la luminosa teoría de Darwin la complicada evolución del reino orgánico, y la concepción teológica del Universo, cede inevitablemente el puesto a la que considera su estado actual, como una de las fases de su inmensa evolución.

A pesar de lo que hemos expuesto, muchos se empeñan en formular tocante a las causas primeras, soluciones que, sobre ser indemostrables e ilusorias, están en abierta oposición con la concepción racional del Universo, vamos a examinarlas: por muchas que sean sus formas se pueden reducir a dos principales: una de ellas considera como causa primera el átomo material con su propiedad inmanente, la otra considera como causa primera una voluntad que creó el átomo y le dio la propiedad.

Los partidarios de la primera solución creen resolver la cuestión cuando en realidad no hacen más que detenerse en el límite de lo accesible, su modo de ver es erróneo, pues, como hemos dicho, el elemento material activo es sólo el primer término de la serie fenomenal, nada nos autoriza a afirmar que es su término inicial, supone que el punto de partida de las cosas, se confunde con el punto de llegada de nuestros conocimientos, y aun cuando fuera así, sería como dijimos, relativo y no absoluto el papel causal que le asignáramos.

La segunda solución, además de ser ilusoria como la anterior, incurre en la grave herejía científica de elevar al rango de causa general y primera, un agente particular y consecutivo, y deformado así, hacerle intervenir para explicar un fenómeno que niega hoy la experiencia humana; el agente a que aludimos es la volunttad, causa revelada al hombre por el examen subjetivo de la conciencia, que nos la presenta a veces sin antecedentes, y como capaz de crear en el sentido literal de la palabra; este agente causal fue el único que se conoció al principio de la especulación, se transportó, como dijimos, al mundo, y se le hizo intervenir allí como causa primera; hoy.ese traslado nos está formalmente prohibido, la ciencia considera la voluntad como un modo especial de fuerza, cuyos caracteres todos tienen; en efecto, como los otros modos, es inherente a cierto estado de la materia, cerebro normal, el cual siempre la presenta, y cuando observamos la voluntad suponemos, sin temor de equivocarnos, el cerebro fisiológico; como las otras fuerzas, la voluntad no es expontánea, sino resultado de un conjunto de antecedentes, tanto psicológicos, como físico-químicos, así, las sensaciones, los recuerdos, las pasiones, el calor de la sangre que nutre el cerebro, las reacciones químicas que allí se verifican, son sus necesarios antecedentes dinámicos; como las otras fuerzas, no se destruye, sino que es seguida de consecuentes movimientos, recuerdos, ideas, etcétera, que son a su vez metamorfosis de la fuerza; no tiene, pues, nada que en el fondo la aleje de las otras, y para la explicación en que se la hace intervenir, valdría otro tanto, y aún más, elegir el calor, la luz, la electricidad, que son siquiera más generales, y esto confirma lo que expusimos tocante a su elección, debida al modo particular con que se presenta en el estudio subjetivo de la conciencia.

Véase, pues, cuán grande error sería considerar la voluntad, no ya como causa primera, ni aun siquiera como un hecho universal existente en todas las condiciones de la materia; sería ilógico hacer intervenir este u otro agente, para explicarnos un fenómeno que la ciencia niega, la creación, la opinión que examinamos supone que una voluntad creó el Universo, nos hemos explicado ya sobre la voluntad; diremos algo sobre la creación como fenómeno natural; antes que la química demostrara que la materia no es destructible ni creable, se creía en la existencia de la creación y destrucción, como fenómenos naturales frecuentísimos, creencia fundada en observaciones imperfectas, cuya generalización era; veíase que la combustión destruía, es decir, hacía desaparecer un gran número de cuerpos, otros fenómenos mal observados hacían concluir en la frecuencia de las creaciones, de aquí es que una y otra se consideraban como los extremos necesarios de la existencia de las cosas, así todas debían haber principiado por ser creadas, y terminar por ser destruidas, y generalizando,estas conclusiones parciales que se creían evidentes, establecíase con el carácter de imponente inducción, que el Universo debió, como todo lo que le constituye, comenzar por una creación y concluir por una destrucción; cuán opuesta será nuestra inducción en este particular, teniendo en cuenta los datos de la ciencia, que nos revela que la creación y destrucción no existen, que sólo son aparentes, así tocante a la materia, como en lo relativo a la fuerza; en cuanto a la primera, la química nos ha enseñado que cuando hay apariencia de destrucción no se pierde un solo átomo, que éstos sólo han entrado en nuevas combinaciones imperceptibles, y cuando apariencia de creación, como sucede en la formación de precipitados, se ha verificado el fenómeno inverso, cuerpos imperceptibles se han hecho perceptibles sin que aumente la mesa total. A su vez la física ha desmentido las apariencias, en lo que toca a la creación y destrucción de la fuerza, las que considera como meras metamorfosis, así, el relámpago deslubrador que simulaba tan bien una creación instantánea, seguida de destrucción inmediata, y debida a una mirada colérica del ceñudo Jehová, no es otra cosa para nosotros, que una transformación de la electricidad en luz, calor, acción, química, movimiento, etcétera, sin pérdida ni ganancia en la suma total; sería en vano multiplicar estos ejemplos, todos nos conducirían a igual resultado. ¿Qué conclusión inductiva podemos y debemos fundar sobre estos datos?, que los fenómenos que observamos consisten sólo en metamorfosis, composiciones y descomposiciones, así de materia como de fuerza, que se verifican según leyes determinadas, y constituyen series múltiples y entrelazadas, cuyos términos están ligados entre sí por invariables relaciones; ninguno de ellos está aislado, sino que todos dependen de uno o varios antecedentes, y dan lugar a uno o varios consecuentes; ninguno es primero ni último; no conocemos ni podemos conocer en ellos principio o fin en la acepción absoluta de estas palabras.

Generalizando hasta el Universo estos datos concurrentes, le concebiremos de un modo análogo al que hemos concebido cada una de sus partes constitutivas; y confirmando la ciencia nuestra concepción, nos presenta en él las mismas metamorfosis, evoluciones análogas, estados que, lentamente y en virtud de las leyes naturales, provienen de otros anteriores, y dan del mismo modo nacimiento a otros, sin que por más que investiguemos, lleguemos a uno realmente primitivo o final; desconociendo esta verdad, erramos todavía en pos de pretendidos límites, imitaremos al que engañado por las aparentes fronteras del horizonte, se obstinara en tocarlas; a pesar de cuanto hiciera, estaría siempre en el centro del círculo engañador.

La hipótesis de una voluntad creadora, es, pues, en alto grado anticientífica, el fenómeno creación es rechazado por la ciencia, la voluntad es considerada por ella como una de las formas más especiales de la fuerza; por otra parte, aun suponiendo que la creación fuera demostrable, y fuera la voluntad su antecedente, lo que debiera ser resultado "a posteriori" y no concepción "a priori", aun en este caso, la cuestión de las causas primeras no quedaría resuelta, pues por grande que fuese la importancia científica de este resultado, no habríamos obtenido sino un antecedente más, sólo habríamos hallado otro eslabón en la cadena interminable de la relación, reconocido en el Universo un estado anterior a los que actualmente reconocemos; pero en el terreno de la causalidad absoluta, la cuestión quedaría en el mismo estado, puesto que en la suposición que venimos haciendo, la voluntad no tendría más carácter, que ser el hecho más general, y se podría preguntar cuál era la causa primera de esa voluntad.

La hipótesis materialista, sin estar en completa armonía con el riguroso método científico, y que incurre en los defectos lógicos que hicimos notar al examinarla, es, sin embargo, menos puesta a la doctrina de la ciencia que reconoce el hecho en que dicha hipótesis se apoya; que le encuentra como el fondo invariable, enmedio de la universal variabilidad, que le considera como lo irreductible de todo fenómeno, como el móvil inmediato de cuando se verifica, como lo siempre subsistente entre el torbellino de las mil transformaciones; y si en nuestro modo de filosofar hay algo que merezca el calificativo de ser necesario, será el elemento material activo, que nos presenta la ciencia como siempre subsistente, jamás destructible, que reconocemos merced a ella, al través de la proteica y transitoria apariencia de los fenómenos que nos rodean.[ 23 ]

Resumiendo todo lo expuesto, diremos que la cuestión de las causas primeras, por ser de carácter absoluto, está, como todas las de su clase, fuera del recinto de nuestra experiencia, y de los límites de nuestra razón que examinada en sí misma, es opuesta a nuestra idea de causalidad; que las dos únicas soluciones a que se presta, son susceptibles de ser lógicamente tachadas de ilusorias, y que una de ellas está en abierta oposición con la ciencia, así en la doctrina, como en cuanto al método, y es su enemiga irreconciliable.[ 24 ] En este imperfecto trabajo, hemos procurado desarrollar el dogma fundamental de toda filosofía científica; de la ilustrada benevolencia de este auditorio, espero la excusa de los defectos en que haya incurrido, atendida la dificultad del asunto, el no haber encontrado quien lo trate directamente, lo que habría guiado mi insuficiencia, y prestándole valioso apoyo; la falta de espacio me ha obligado a presentar en bosquejo, cuestiones cuyo desarrollo completo exigiría volúmenes; diremos para concluir, que nuestras doctrinas nada tienen de desalentadoras, ni en cuanto a la especulación, ni en cuanto a la actividad humana; no respecto a la primera, porque si bien confesamos sernos imposible conocer la verdad absoluta, nos impide caer en el escepticismo, la certeza de alcanzar siempre la relativa, que por un tiempo ilimitado prestará a nuestra inteligencia inagotable pasto, marcamos solamente la frontera, entre lo vedado y lo permitido, entre el campo estéril y el explotable. El poseer la íntima convicción de que en la naturealeza está sujeto todo al trazo indeclinable de una ley necesaria que rechaza el ciego acaso, y la intempestiva intervención sobrenatural, no enervará nuestra acción arrastrándonos al fatalismo, cuando incluida en tan firme convicción, viene la alentadora confianza en la amplia modificabilidad de los resultados, por sólo nuestra intervención, que ilustrada y dirigida por una sana ciencia, explotará, sin que podamos apreciar hasta qué punto, a la naturaleza domeñada. Vasta será nuestra práctica, como empíricamente lo demuestra el progreso industrial de nuestro siglo, en relación con el científico; nuestra doctrina es como toda verdad, en alto grado regeneradora y progresista; ella se funda en la demostración, base de toda convicción duradera, desafía al tiempo que sólo puede engrandecerla y consolidarla, unirá a los hombres con lazo espiritual indestructible, hará que la conciencia de la humanidad imperecedera se identifique con la conciencia individual. Así realizará el hombre los grandiosos destinos que le están reservados en el futuro, destinos tan esplendentes, que apenas vislumbrados por nosotros como la rosada aurora del día de la humanidad, nos comunican sublimes emociones, nos atraen con magia irresistible, y nos inspiran fuerzas para continuar el laborioso estudio de tan fecundas doctrinas, y emprender su lenta, difícil, aunque segura propaganda.[ 25 ]

Porfirio Parra

[ 1 ] Gabino Barreda, Documento interesantísimo que en forma epistolar expone los fundamentos de la Ley de instrucción Pública vigente, México, Tipografía de I. Paz, 1881, p. 11.

[ 2 ] En cambio, para Augusto Comte las ideas revolucionarias francesas representaban las fuerzas negativas o metafísicas por su incapacidad para asumir un carácter transitorio en el desarrollo de la humanidad, mientras que las ideas del clero correspondían a la etapa teológica.

[ 3 ] Gabino Barreda, "Carta al señor don Mariano Riva Palacio", Apud Edmundo Escobar, Gabino Barreda. La educación positivista en México, México, Editorial Porrúa, 1978, p. 114.

[ 4 ] Gabino Barreda, "Carta al señor don Mariano Riva Palacio". Apud Edmundo Escobar, Gabino Barreda. La educación positivista en México, México, Editorial Porrúa, 1978, p. 116.

[ 5 ] Leopoldo Zea, El Positivismo en México. Nacimiento, Apogeo y Decadencia. México, Fondo de Cultura Económica, 1968, p. 152.

[ 6 ] Porfirio Parra, "Introducción", en Anales de la Asociación metodófila " Gabino Barreda", México, Imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, 1877, v. I, p. 6.

[ 7 ] Porfirio Parra, "Introducción", en Anales de la Asociación metodófila "Gabino Barreda", México, Imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, 1877, v. I, p. 7.

[ 8 ] La Revista Positiva reproduce los discursos que constantemente pronunciaban en su honor los seguidores de Barreda.

[ 9 ] Porfirio Parra, "Introducción", en Anales de la Asociación metodófila " Gabino Barreda", México, Imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, 1877, v. I, p. 9.

[ 10 ] Porfirio Parra, "Las causas primeras" en Anales de la Asociación metodófila· " Gabino Barreda", México, Imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, 1877, v. I, p. 49.

[ 11 ] Leopoldo Zea, El Positivismo en México. Nacimiento, Apogeo y Decadencia. México, Fondo de Cultura Económica, 1968, p. 159.

[ 12 ] En la transcripción de los dos ensayos que aquí se incluyen, se modernizó la ortografía de los textos originales.

[ 13 ] Esta introducción fue leída por su autor, en la sesión del día 27 de mayo de 1877, y aprobada por unanimidad. (Nota del autor). [Porfirio Parra, Anales de la Asociación metodófila "Gabino Barreda", México, imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, 1877, v. I, p. 5-10].

[ 14 ] Entre los miembros de la Asociación Metodófila predominaban los estudiantes de medicina, aunque también los hubo de otras disciplinas como jurisprudencia, ingeniería y farmacia. Resultaba fundamental para todos ellos demostrar cómo el método científico o positivo permitía abordar todo tipo de problemas.

[ 15 ] Recuérdese que uno de los objetivos principales de Barreda y de sus seguidores era superar el estado de anarquía que caracterizaba a México desde el inicio de la Guerra de Independencia.

[ 16 ] Tanto Porfirio Parra como sus compañeros habían cursado sus estudios secundarios en la Escuela Nacional Preparatoria, por lo que cuando en 1877 se fundó la Asociación Metodófila ya tenían cierto dominio del método científico.

[ 17 ] Desde el mismo año de fundación de la Escuela Nacional Preparatoria, la doctrina positivista fue objeto de fuertes críticas provenientes tanto del sector católico como del liberal más radical. Probablemente fue bajo la administración de Ezequiel Montes, a cargo de la Secretaría de justicia e Instrucción Pública, del 9 de junio al 5 de noviembre de 1881, cuando se efectuaron los mayores ataques en contra de la instrucción basada en el positivismo.

[ 18 ] Entre las diversas críticas dirigidas contra la enseñanza del positivismo, una de las más recurrentes fue la de no proporcionar al estudiante una adecuada formación moral, lo que provocaba toda clase de vicios en el comportamiento social, especialmente entre los jóvenes, como por ejemplo: suicidios, duelos, insubordinacionales, vicios y libertinaje. De ahí que Porfirio Parra hiciera hincapié precisamente en este aspecto.

[ 19 ] El subrayado es de Lourdes Alvarado.

[ 20 ] Este trabajo fue leído por Porfirio Parra en la sesión del 5 de febrero de 1877; tanto por la importancia del tema, como por el prestigio que ya para entonces se había forjado su autor, representó uno de los ensayos más relevantes discutido en el seno de la Asociación Metodófila "Gabino Barreda". Porfirio Parra, Anales de la Asociación metodófila " Gabino Barreda", México, imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, 1877, v. I, p. 49-67.

[ 21 ] Porfirio Parra, al igual que Barreda, se identificó plenamente con la corriente positivista comtiana que proclamaba la existencia de etapas terminadas en el desarrollo de la humanidad, mientras que Herbert Spencer veía a la sociedad como un "super organismo" en constante evolución. Parra consideraba que no obstante los numerosos puntos en común entre ambos filósofos, existían múltiples e importantes divergencias y concluía: "El propósito de Comte fue más definido, más posible, más útil a los hombres y más humilde que el de Spencer" (Revista Positiva, v. IV, p. 825).

[ 22 ] El plan de estudios de la Escuela Nacional Preparatoria respetó este ordenamiento lógico del conocimiento, calificado por Barreda como la "escala científica", que debia partir de lo más simple a lo más complejo. De manera semejante a la evolución de la sociedad, "el espíritu [del alumno] va poco a poco ascendiendo en complicación de ideas y en complejidad de método". (Carta de don Mariano Riva Palacio).

[ 23 ] Casi inútil nos parece el examen del famoso argumento de la exclusión del medio en el que especialmente se apoyan los partidarios de la solución teológica, según el cual, puesto que no podemos concebir que el mundo exista por sí, debemos forzosamente admitir que fue creado, a lo cual diremos que el hecho de no concebir una cosa, no implica absolutamente nada ni en pro ni en contra de aquello de que se trata, y por otra parte, somos igualmente incapaces de comprender y concebir que el mundo fuera creado; como se ve, dicho argumento pudiera emplearse para sostener la solución contraria. El señor Barreda con su perspicacia filosófica habitual, pone en evidencia lo ilógico de este modo de razonar, comparándolo al que se emplearía para convencer a un ciego, de que una cosa era azul, limitándose a convencerle de que no podía concebir que era verde, hallándose el ciego igualmente incapacitado para concebir ambos colores. [Nota del autor].

[ 24 ] Esta posición frente al problema de las causas primeras del universo motivó algunas de las críticas más incisivas contra la doctrina positivista, ya que condenaba a la incertidumbre algunas importantes cuestiones de carácter moral, como por ejemplo la existencia de Dios y del alma.

[ 25 ] El trabajo de Parra sobre las causas primeras fue analizado críticamente por Barreda quien, como se ha señalado con anterioridad, vigilaba la pureza metodológica de los ensayos presentados por sus discípulos en la Asociación Metodófila. Al respecto afirmaba "puede hacérsele una observación fundamental, y es que tal como se ha presentado es un trabajo de secta y no adecuado para convencer a los que sean de opinión contraria [...] Se necesita mostrar que nuestra doctrina es buena y fecunda como lo ha demostrado el señor Parra, y en seguida probarles que la suya es insuficiente, infecunda y por lo tanto mala". (Anales de la Asociación metodófila " Gabino Barreda", México, imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, 1877, v. I, p. 71).

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute, Carmen Vázquez Mantecón (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 12, 1989, p. 211-245.

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