Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

EL DOCTOR PEDRO BOSCH QUE YO CONOCÍ.
HOMENAJE EN UN ANIVERSARIO DE SU MUERTE

Carlos Bosch García


Pedro Bosch Gimpera murió en México el 9 de octubre de 1974. Nunca le gustaron los honores. Fue una eminencia mundial por sus investigaciones, por sus conocimientos y por el papel importante que siempre tuvo en los estudios de arqueología. Sus obras son conocidas y abundantes y constan en todos sus curricula por lo que no deseo comentarlas aquí, pues no conozco suficientemente ese campo y son los especialistas quienes deben opinar. Sin embargo, entre sus obras se encuentran algunas que nos sirvieron a todos como la Historia de Oriente, La España de todos o La formación de los pueblos de España.

No es la intención que yo escriba sobre el especialista como, digo arriba, sino sobre el hombre, y reconozco que aun esto me resulta difícil, pues dar una impresión de lo que fueron aquellos ochenta y cuatro años de vida no es fácil. Por otra parte, siendo su hijo tengo el gusto y la obligación de hablar de él. Como se me ha pedido que lo haga me siento a la máquina para, hasta donde es posible, decir lo que mi padre representó para mí.

¿Qué cómo era? ¿Qué me quedó a mí de él? ¿Quién era? Y otras muchas son preguntas difíciles porque sería muy largo y complejo tratar de explicar al arqueólogo-investigador; al profesor de la universidad; al decano y al rector de la Universidad de Barcelona, donde yo empecé mis estudios de Historia; al director del Museo de Arqueología y, a la vez, su fundador; al conseller de la Generalitat de Catalunya, al profesor de la Universidad de Oxford, al organizador del Congreso de Arqueología después de la Primera Guerra Mundial; al profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México; al profesor emérito de esta misma universidad, o al profesor de la Escuela Nacional de Antropología mexicana. En otras palabras, se trata del resultado de una vida dedicada al estudio durante sus largas ocho décadas, pero envueltos en congresos, viajes, reuniones, publicaciones y alumnos entre los que también yo me conté.

Tengo un recuerdo global de su personalidad que mezcla el Bosch íntimo con el profesional que muchos, aparte de mí, también conocieron. El Bosch sencillo, profundo, en todos sentidos, cariñoso y risueño con todo el mundo, afable y plácido, pero de carácter violento y enérgico incluso consigo mismo. Éstas serían las características finales y complementarias del recuerdo. Todos los que así lo conocimos consideramos que su homenaje hacia nosotros, los más cercanos, y hacia todo el género humano, del que estaba enamorado sin reservas, fue su sonrisa; su bonhomía; su placidez; la energía; el trabajo; la enseñanza paciente; el ejemplo, así como el gusto por la vida, la buena comida y bebida y sus puros. Fue un hombre con ganas de vivir que supo hacer de la vida su gusto y usarla para sus aficiones y vocaciones.

Pasados diez años de su muerte, queda la serenidad del recuerdo con cuanto lo rodeó y por las circunstancias, muy especiales, en que hemos tenido que vivir, se aprecia su parte positiva y su creación continua. Ahí estaba el eje de su ser que regía todo lo demás, incluso a nosotros sus familiares, y no es de extrañar que a los ochenta y cuatro, tres días después de hospitalizarse y poco antes de fallecer, recibió su último libro Paleontología, editado en Viena, que recoge veintiséis trabajos suyos publicados con anterioridad de manera dispersa y relacionados con los orígenes europeos que también anotó.

Lo de menos sería que su vida se distinguió por publicar libros, pero debe tenerse en cuenta que los que escribió fueron fundamentales porque abrieron un campo de estudio en la arqueología española y formaron "escuela" desde muy pronto. Así, se hizo una figura internacional afincando vocaciones y dirigiendo carreras; entró en los círculos especializados y no hay arqueólogo, historiador o antropólogo que desconozca su nombre. Todos lo respetan, aun los que no comulgaron con sus ideas y muchos lo admiran. Es posible que fuera por lo difícil que resultaba refutarlo, pues para ello había que reunir un gran cúmulo de conocimientos. Sus cronologías, por ejemplo, muchas de ellas son anteriores al carbón 14 y tuvieron muy pocas modificaciones después de este descubrimiento, y parece extraordinario que la mente humana pueda inducir, a veces, situaciones que la ciencia confirma con posterioridad.

Sus alumnos lloraron su muerte y de ello son testigo los trabajos que publicaron en In memoriam Pedro Bosch Gimpera. Entre ellos se reconocen nombres muy distinguidos. Hubo algo que atraía en sus clases: quizá porque ellas daban una mejor idea de su personalidad. Como todo buen profesor trataba a todos, dentro y fuera de la clase, sin regatear tiempo y prestando atención a cuantos le preguntaban o facilitando sus propios libros de trabajo. En pocos minutos plasmaba en el pizarrón el cuadro de las culturas que estudiaba con todas sus relaciones, a veces mundiales, sin usar notas, sólo mapas y algún libro que presentara ejemplos ilustrados de cerámica. Si era necesario, él mismo dibujaba los mapas o las ilustraciones en la pizarra como ejemplos. Por poco que lo empujaran, la clase se extendía del tiempo establecido y continuaba tratando con más precisión aún y con mayor profundidad los temas que se habían expuesto, ampliándolos. Así las clases de una hora podían prolongarse. Indiscutiblemente se entregaba sin condición a su quehacer y a sus alumnos. Hubo ocasiones en que su clase tenía lugar al final de la tarde y, con las extensiones, el profesor venía saliendo demasiado tarde. Un día decidí ir a buscarlo a la hora de su salida para que, viéndome, considerara que era la hora de terminar. Sin embargo, cuando me vio, me dijo: "¡Hola! ¿Qué haces aquí?, siéntate un momento", y tomaba el hilo de nuevo, y yo fascinado. El resultado era que los dos llegábamos tarde a donde teníamos que ir.

Dos semanas antes de morir impartió sus clases en la Escuela Nacional de Antropología y también en la universidad donde era profesor emérito después de treinta y cinco años de enseñar en México. Pero en ninguna de sus clases se oyó el resumen de historia universal, desde la prehistoria hasta el momento en que vivíamos, 1937, que me hizo cuando comencé mi carrera de Historia en la Universidad de Barcelona interrumpida con el exilio. Al estar preparando el examen de admisión donde se cerraba la puerta universitaria a los que no daban la talla, se me acercó una noche para decirme: "¿cómo vas? Si te decides a participar en el examen no vas a hacer el ridículo y quiero estar seguro desde antes de que eres capaz".

En efecto, nos sentamos cada noche, sin faltar una, hasta que tuvo lugar el examen. Llegaba cansado, a veces muy tarde pero no le importaba, yo lo esperaba todas las noches, tomaba café y un coñac que absorbía despacio mientras hablaba y hablaba. Yo tomaba mis notas que desarrollaba al día siguiente, ¡historia general! Aproximadamente unos quince o veinte días. Comenzamos con la prehistoria y terminamos con nuestra guerra. Pero, además entraron todos los continentes y fue en parte narración con síntesis, pero además una interpretación en torno al significado de la vida de la humanidad. Tuve, con anterioridad, como profesor a Jaime Vicens Vives que fue excelente, pero nunca vi las cosas como en la ocasión que relato: ¡qué facilidad y qué claridad además de qué seguridad en el conocimiento! El resultado fue el que debía ser, entré a la universidad y comencé mi carrera. Resulta tan importante para mí poder decir que mi padre, aunque fuera entre bombardeos y apagones, me enseñó a pensar y a estudiar como que mi madre me enseñó a caminar. Porque así fue. En las excavaciones de Calaceite, en el alto Aragón, mientras mi padre excavaba un poblado ibérico, mi madre me enseñó a dar los primeros pasos entre los muros del pueblo y los trabajadores comentaban: "miratel sembla un sapet, ja camina". Esto, es claro, me lo contaron, yo no me acuerdo.

Volviendo atrás, fue su intervención la que me hizo historiador. Después lo escuché muchas veces junto con mis compañeros, así me di cuenta de que era "maestro" porque lo traía en la sangre. A veces se metía en sus investigaciones para ayudar a sus alumnos: "hombre -me decía- a fulano se le atasca su trabajo y estoy tratando de ver si yo lo desatasco para que pueda continuar", y claro que lo lograba. Su biblioteca era el centro de su actividad. La apariencia era de antemano fatal, no parecía haber orden porque no había clasificación pero todo tenía un orden de pensamiento y era más que obvio que él encontraba todo lo que necesitaba, hasta el más ínfimo folleto que es lo que la clasificación bibliotecaria trata de lograr. Todo respondía a la biblioteca de un intelectual que trabajaba en ella, y la usaba constantemente.

Alguna vez pensé y dije, porque me lo preguntaron, que un intelectual es una persona permanentemente preocupada por un problema y que su preocupación se convierte en obsesión hasta el punto de no poder descansar si no logra resolverlo para meterse en otro. Lo demás a su alrededor no tiene importancia.

Si esto es cierto, mi padre fue un perfecto intelectual y cualquier cosa que no se relacionara con sus intereses no le importaba y no la entendía. ¿Cómo cambiar la cinta de su máquina de escribir? ¡Nada! ¿Cómo hacer funcionar correctamente su coche a pesar de que toda la vida lo usó? ¡Nada! Desde que, con sorpresa de los campesinos, llegaba a las excavaciones en su Ford modelo T echando humo por el tapón o con las bielas fundidas por el esfuerzo (más de una vez los periódicos comentaron "el doctor Bosch llegó con su cafetera echando vapor"), hasta que, acompañado por Juan Comas en la avenida de los Insurgentes de México, comentó "caramba, este pavimento está verdaderamente perdido porque todo tiembla. No -dijo Comas- es que creo que se acaba de reventar una cuerda y ya debe estar en el suelo. ¿Ah, sí? No se preocupe ya casi llegamos". Y siguió saltando y rodando el coche.

En fin, instintos mecánicos nunca los tuvo; no era hombre práctico, era incapaz de clavar un clavo. En cambio, cuando un señor que yo no conocía me dio el pésame comentó: "soy hijo de un obrero y me hice ingeniero, su padre hizo construir la escuela de mi pueblo y yo, gracias a ello, pude estudiar". Esto valía más que todas las fallas mecánicas del mundo.

Ayudar a construir una escuela, abrir un nuevo museo o llevar la universidad a las fábricas y a los pueblos debieron ser verdaderos deleites para él porque respondían a una forma de saciar necesidades de sus semejantes, para él fundamentales. Asistí a la inauguración del Museo de Arqueología de Barcelona y recuerdo su satisfacción. Después con mucha frecuencia lo acompañé en su coche a fábricas o municipios donde se reunían obreros y campesinos para escuchar su charla. En unos casos hablaba de arqueología y de las primeras culturas humanas. En otros, según las regiones, les hablaba de griegos, de romanos, de iberos, de la edad del paleolítico o de la del hierro. A los campesinos les hablaba de las cuevas y de la pintura rupestre y los invitaba para que avisaran cada vez que encontraran algún monumento que no se conociera, o que evitaran que la gente los despojara. Así se logró extender el servicio de excavaciones y es de recordarse el entusiasmo con que colaboraban. Aparecía "lo doctó Bosch", como decían, y de inmediato se le unían.

Entre sus mejores habilidades estaba la de dibujar mapas según su propia necesidad y fueron famosos entre amigos y discípulos. Todos sus libros tienen mapas porque la vida humana siempre está ligada a la geografía. De ahí la importancia de sus mapas para explicar. Todos ellos están llenos de flechas, puntos y rayas que muestran los movimientos de los pueblos prehistóricos. Cuando ante ellos hacía sus explicaciones todo se veía vivir. Lo mismo sucedía con sus cuadros sinópticos que también elaboraba.

Posiblemente sea difícil imaginar el proceso para la integración de un mapa de Pedro Bosch Gimpera: siempre se partía de un problema local que se situaba estampándose en el papel. Aparecía de inmediato la localidad geográfica del problema y se buscaba el origen de las influencias que incidían en la localidad. Claro, a medida que avanzaba el estudio las influencias venían de más lejos y no cabían en la cuartilla inicial donde se empezó el proceso. No era problema pegarle otra en el lado donde se requería el espacio y se continuaba el dibujo. Así se iba pegando y pegando y terminaba con verdaderos lienzos de tamaño poco manejable, formados por un sinfín de cuartillas pegadas las unas a las otras. Zonas marcadas con lápices de colores llamaban la atención sobre ciertos lugares. En el dibujo intervenía siempre la tinta china y resultaba un producto sucio con abundantes salpicones anárquicos que daban un aspecto de lo más pintoresco. De ahí partían los mapas que más tarde ilustrarían los libros. Recuerdo el original del mapa de España publicado en su Formación de los pueblos de España, que tiene dos metros de altura logrados por el procedimiento de ir pegando hojas a medida que se necesitaban. Ni qué decir tiene que los mapas se hacían con curvas de nivel y nunca utilizó los publicados, pues las curvas de nivel eran demasiado espaciadas para poder apreciar barreras de quinientos metros. Su argumento era que una montaña de quinientos metros puede constituir una barrera para la emigración de los pueblos primitivos y como los mapas comerciales no se la mostraban tenía que repetirlos para completarlos. Es cierto que esto le resolvía los problemas. En una ocasión, tenía colgado en la pared, uno de sus mapas con flechas inconclusas y lo observaba hacía varios días. Mi madre tomó asiento de espaldas al mapa para hacer una consulta de tipo doméstico que no logró porque le interrumpió diciendo, perdida la vista en su mapa, "espera, es que ahí estaba la tribu y se me perdió, pero me parece que acabo de averiguar hacia dónde fue". Estas corazonadas surgían de conocer la comarca en cuestión, muy a fondo, pero también de poder tener presente en la mente el material arqueológico total.

En el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de México, donde trabajaba, sus mapas llamaron mucho la atención, pues hizo uno que colgaba en la pared y llegó a cubrirla. Dos de los investigadores, Paul Kirchhoff y Juan Comas, discutían un día ¿cuál de los dos tenía mayor antigüedad? Cada uno presumía ser el más viejo en el instituto. Como no llegaron a un acuerdo, Comas le preguntó a Kirchhoff: "¿a ver Paul hasta dónde llegaba el mapa de don Pedro cuando tú entraste? Ves, cuando yo entré era menor, por tanto yo soy el más viejo". Todos estos detalles comprendo que pueden sorprender y no hay por qué la vida privada familiar de los grandes hombres -algunos otros he conocido- no sea igual que la de los hombres que no son tan grandes. En el caso de Bosch Gimpera se trataba de un hombre sencillo, como ya dije, que hacía una vida casera y de estudio, y precisamente por ser sencilla la gente podía imaginarla muy complicada si lo veían de lejos. El estudio de por sí requiere mucho tiempo y ello plantea la necesidad de encerrarse en la biblioteca la mayor parte de la vida. Ahí no hay complicación posible sino la modestia de quien sabe y aprende y se da cuenta, sin importar la edad ni el rango, de que se aprende todos los días. Porque en este aspecto no se puede perder el tiempo, las bibliotecas se convierten en instrumentos primordiales para quienes nos dedicamos a los quehaceres intelectuales. Los cargos públicos son por eso nocivos para los intelectuales de verdad, porque los sacan de las bibliotecas y también los distraen de su preocupación. Generalmente, a los intelectuales de verdad los he oído descontentos cuando obtienen por obligaciones de la vida, cargos oficiales. Cuando tratan de compensar el esfuerzo que invierten en el cargo se ven obligados a trabajar de noche en lo suyo acortando las horas de sueño. ¡Siempre hay un conflicto entre lo que se debe y lo que se quiere hacer!

Así, muchos años tuve que acostumbrarme a dormir arrullado por el sonido de la máquina de escribir Erika que mi padre tenía en su despacho, separado de donde yo dormía por una puerta.

En política fue hombre sereno, nada de extremo le complacía; era liberal y puede decirse que tenía un alto y muy definido concepto de lo que era la libertad, la nación y la nacionalidad. Por todas estas razones era republicano federalista, pero no separatista. Concebía por tanto una España formada de estados soberanos autónomos, federados y regidos por un gobierno federal, representativo, que respetara todas las nacionalidades hispánicas: Las representadas por cada una de sus provincias: Galicia, Andalucía, Castilla, Euzkadi, Catalunya, Extremadura, Aragón, etcétera, pues todas esas tierras tienen razones más que históricas para ser respetadas. El problema de las nacionalidades lo explica en su España de todos. Siempre le preocupó, porque ahí es donde comienza el respeto para todos los habitantes de España y porque la unidad se hizo desfigurando la historia de ésta cuando se sometió al centralismo y al regalismo identificado con el gobierno centralista, con Castilla y con el Estado español. Lo que pocos ven es que Castilla sufrió, sin decirlo, por ese centralismo que se le impuso igual que a los demás. Propiamente dicho el conflicto no está en Castilla sino en el Estado. Por estas razones estuvo de acuerdo con las autonomías, pues éstas imponen una responsabilidad sobre cada una de las partes. Tanto el gobierno catalán de la Generalitat como el régimen autónomo universitario que defendió, significaban responsabilidad local, orgullo de ser que todos sentimos en aquel entonces. Se vibraba porque se trabajaba con la conciencia de que se construía y se creaba para uno mismo dentro de la comunidad catalana y en catalán, por eso hablábamos catalán que nos servía de ingrediente para unirnos y la construcción y la creación de cada provincia sería la de la España moderna y el ser, respetado, de cada una de ellas, sería el de toda España.

Con estos conceptos de respeto, cuando quienes presidían el gobierno de la Generalitat, durante la guerra civil, le pidieron su colaboración para ayudar al país a defender una causa justa y lícita, que representaba el mejor símbolo de la libertad, la dio gustosa. Pero hay que entender que no era político, y si hizo de político ello ocurrió por considerar que podía ofrecer su prestigio académico en defensa de su país, maltratado y maltrecho por el fascismo. ¿Habría por fin alguna forma de consolidar el futuro de la autonomía catalana? Si esto se conseguía ello significaría la libertad para toda España y haría posibles las autonomías de las demás provincias. Todavía la noche antes de fallecer, comentando su libro La España de todos, que consideraba su testamento histórico para todos los jóvenes españoles que enfrentarían el futuro; discutimos lo importante que resultaba entender el significado del libre albedrío relacionado con un alto sentido de responsabilidad y de tolerancia. Hablamos de la forma en que todo ello se encontraba en la base de la libertad que tanto habíamos querido y de cómo había que luchar contra los intereses mezquinos, con el fin de ir en busca de un entendimiento entre las naciones hispánicas. ¡Noche extraordinaria aquella! Yo lo velaba y abrí la conversación buscando una forma de acortar aquellas horas amargas tanto para él como para mí, pues la gravedad era obvia. Con la sorpresa de la enfermera, que nada entendía, fuimos desarrollando este tema que siempre fue vital para los dos. Tanto él como yo hemos sostenido la misma tesis en nuestros trabajos: la de mantener y defender la libertad y la personalidad porque son elementos necesarios para nuestra cultura, la catalana, que sentimos como cultura de base en nuestro ser y que podemos combinar con todo el respeto, tanto con la castellana como con la mexicana a la que también pertenecemos. Concluimos que, por ser mejores catalanes, podíamos ser mejores castellanos y españoles y ahora mejores mexicanos. Pero si se nos hiere nos retraemos y nos enquistamos conscientemente. En otras palabras, se trata de que por querer lo propio se quiere y se respeta lo ajeno. Por eso hemos podido hacer nuestro todo lo español y todo lo latinoamericano. Hasta el punto de podernos asimilar a los países que escogimos para nuestro exilio, lo que sin el cariño por lo propio no hubiera sido posible.

Viene a tono, por otra parte, un pequeño comentario sobre lo que el nacionalismo significaba para un hombre de gran espíritu. Tomo un pequeño párrafo de su artículo "L'experiencia de la guerra de 1914", publicado en la revista Xalo c, maig-juny, 1974, n. 71, p. 36-39, que por la fecha estaba muy próximo al final de su vida, pues murió en octubre de este mismo año de la publicación. Se refería al congreso de arqueología, próximo a reunirse en Barcelona, recién terminada la guerra civil, cuando ingleses, franceses y alemanes no se podían ver. Barcelona se consideró el lugar central para todos los que querían asistir porque a nadie se ofendía en tierra neutral. Pero no faltó quien tildó a mi padre de germanófilo por haber ido a especializarse a Alemania. Al hacer el comentario sobre todo esto dice en Xaloc :

No he sentit mai el patriotisme com una superioritat ni exclusivisme respecte d'altres pobles o races i m'he adaptat sempre a d'altres ambients, la qual cosa no vol dir que s'hagi de renunciar a la propia tradició i he tingut tracte cordial i amics a tot arreu...

En efecto, en los treinta y cinco años de estancia en México hizo muy buenas amistades con sus colegas y compañeros y también con sus discípulos llegándose a adaptar en todo cuanto le fue posible. Su manera de pensar fue muy congruente en este aspecto, pues reaccionó contra todos los nacionalismos estridentes y siempre se enfrentó con ellos.

Volviendo atrás, a la noche del 8 de octubre de 1974, sorprendía la agilidad mental y la forma en que manejaba los temas, fue excepcional en esa noche funesta: resulta imposible reproducir la claridad de visión y la interpretación que hizo de todo el proceso en temas tan importantes para él como para mí. Parecía imposible, repito, en medio de la enfermedad y en estado tan grave. Si hubiéramos estado tomando café, los dos juntos, charlando, no hubiera estado más sereno y brillante. Duraría ya poco tiempo su vida, apenas veinticuatro horas más, pero aquella noche quedó como la noche más íntima y completa que jamás hijo y padre vivieron juntos, envueltos en un entendimiento de cada uno por el otro y a la vez unidos por el sufrir de cada uno a su manera. Lo admiré de nuevo, pues tal parecía que mientras más difíciles eran las situaciones para los dos -la primera cuando preparaba mi entrada en la Universidad de Barcelona, la segunda cuando juntos salimos de España hacia el terrible vacío y la tercera cuando su cuerpo se disponía a morir- mejor nos entendimos y nos comprendimos. Ahí estaba el misterio de su manera de ser que tanto sorprendía a los demás. El misterio de saber ser un hombre valioso y útil a los otros hombres, una verdadera figura y por ello todavía admirado. Considero que esas noches, las de Barcelona, la de la salida al vacío y la noche antes de que muriera, fueron parte de los legados más valiosos que mi padre me dejó.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute, Carmen Vázquez Mantecón (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 12, 1989, p. 265-275.

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