Juan A. Ortega y Medina
No recuerdo bien si fue en 1944 o 1945 cuando me encontré por vez primera con el doctor Leopoldo Zea, pues al morir el maestro Antonio Caso dejó vacante la cátedra de “Introducción a la Filosofía de la Historia”, la cual fue ocupada por el joven profesor, al que el propio sabio y brillante maestro fallecido había propuesto previamente, acaso premonitoriamente alertado por la inminencia de su ya muy cercano e ineludible tránsito. Tuve un doble privilegio cuya remembranza conservó entre las cosas valiosas que la vida de tarde en vez nos acuerda: haber asistido como alumno doctorando durante todo un semestre al curso impartido por don Antonio sobre Schopenhauer, "El mundo como voluntad y representación", y haber sido asimismo espectante discípulo de don Leopoldo, cuyo nombre ya sonaba como autor del ensayo Superbus Philosophus (1942), de El Positivismo en México (1943) y de Apogeo y decadencia del Positivismo en México (1944). El compromiso del novel maestro universitario en el maravilloso, si no es que milagroso semillero de ideas estimulantes que fue Mascarones, fue grande, pues éramos un grupo de estudiantes de posgrado atentos, contestatarios y provocativos que esperábamos con afilada crítica la exposición del doctor Zea sobre, la "Filosofía de la Historia” de Nietzsche. El expositor salió indemne de la prueba y acrecentado su prestigio, y tuve desde entonces con él una liga intelectual sólida, cuyo debe y haber ha venido enriqueciéndose a lo largo de los años, desde la firme base de una leal y sólida amistad que entrambos nos profesamos.
Asistimos juntos a los seminarios que impartió José Gaos sobre Descartes, Heidegger y Aristóteles, y yo, no tengo empacho en confesarlo, tuve la oportunidad de codearme con la pompa y gala de la inteligencia histórico-filosófica mexicana de aquel entonces: Justino Fernández, Edmundo O'Gorman, Antonio Gómez Robledo y Arturo Arnaiz y Freg entre otros más; alguno que otro críptico y agazapado jesuita desaforado, denunciante del escandaloso "Gaos o, si ustedes lo prefieren, caos en Mascarones", y, por supuesto, Leopoldo Zea.
A fines de la década de los cuarenta y comienzos de la siguiente, encabeza Zea el que fuera famoso grupo de jóvenes filósofos existencialistas que se proponían, de acuerdo con su inspirador, dar a los mexicanos conciencia de su responsabilidad social para que actuasen o sufriesen de acuerdo con ella, conscientemente, las consecuencias de su irresponsabilidad. Se trataba de formular una pregunta sobre el ser del mexicano a la que había que contestar desvelando en la respuesta la autenticidad de este ente. Respondiendo a ello los hiperionistas escribieron en la colección dirigida por Zea, México y lo mexicano (1952-1956) diversos ensayos y libros en donde procuraron responder a la cuestión ontológica formulada por el director. Yo no pertenecí a dicho grupo; pero como historiador fui invitado por Zea a participar en la colección donde el problema de todos los autores fue despabilar la conciencia del sujeto histórico mexicano; de aquí que se haya visto en ellos a los representantes del nacionalismo filosófico que en la década de los cuarenta tenía el apoyo de la cultura oficial o gobiernista. Sus obras representaron para entonces las mejores reflexiones mexicanistas sobre la indagación histórico-filosófica, historicista por supuesto, del -repitamos- "ser del mexicano".
De 1966 a 1970 fue Zea director de la Facultad de Filosofía y Letras, y comprendiendo la necesidad de conocer y profundizar en la cultura de nuestro vecino del norte, justo por su vecindad y por la presión que en todos campos del saber y del poder ejerce Angloamérica, creó con objeto cognoscitivo e intelectualmente defensivo el Centro de Estudios Angloamericanos en donde se impartieron cursos sobre la historia intelectual de los Estados Unidos e historia de la cultura norteamericana. Una vez más el doctor Zea me hizo objeto de su distinción y puso la dirección del centro en mis manos a la par que invitó como colaboradora, secretaria académica y editora de la revista Anglia de dicho centro a la doctora Josefina Vázquez. La publicación intentó y logró dar una visión interpretativa de todos los países de lengua inglesa y cultura anglosajona, y aunque sólo aparecieron seis números, las colaboraciones nacionales y extranjeras insitas en ellos, dieron a la revista un prestigio bien merecido. Al dejar el doctor Zea la dirección de la facultad se juzgo que el centro facilitaba la intromisión norteamericana en los problemas universitarios y la solución antiuniversitaria fue suprimirlo sin comprender los profundos motivos nacionalistas que impulsaron a su creador.
Como maestro y amigo le platiqué y comenté sobre un libro en embrión donde me abocaba al estudio del horizonte espiritual y político-económico de la evangelización puritana en la Nueva Inglaterra, y recibí de él, como siempre, el estímulo necesario para terminarlo y la ayuda para publicarlo. El doctor Zea pudo ejercer una decisiva influencia en este caso no sólo por su propio interés temático, sino porque desde 1947 era presidente del Comité de Historia de las Ideas en América, de la comisión histórica del Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Empero no crean los presentes que nuestro homenajeado se conformó con facilitar la publicación, sino que tuvo además la gentileza de acompañarla con un esclarecedor y enjundioso prólogo que constituyó entonces y continúa constituyendo hoy un todo indisoluble como antecedente imprescindible del contenido.
Toda la ingente obra de Leopoldo Zea, desde la década de los cuarenta a la fecha, posee un vigoroso eje filosófico-político constituido por el rechazo de todo tipo de absolutismo y la fe declarada por la libertad verdadera; es decir, la responsabilidad humana, humanista; la del hombre, que como él escribió en 1940, trata de salvaguardar su individualidad creadora, libre. De modo parecido a lo que opinaba Juan Bautista Vico, para el cual la naturaleza era cosa ya hecha que sólo Dios conocía por ser su creador, Zea estima también que esa naturaleza sigue siendo incognoscible; pero a su lado existe otra, la que el propio hombre se va haciendo conforme vive y se esfuerza en constituir y afirmar su libertad en la historia.
Indagando y profundizando Zea en el estudio de las ideas, a lo que le había impulsado su maestro José Gaos; el historicismo de Ortega (circunstancialismo y perspectivismo y el estudio de la ideología mannheimiana y de la sociología del saber de Scheller, llegará a la sistematización de la historia de las ideas tal y como lo expresa en sus dos primeras obras (1942 y 1944), sobre todo en el Positivismo en México y a la utilización del método histórico para comprender mediante él la circunstancia mexicana; toma de conciencia a través de la filosofía positivista o análisis del positivismo en México en cuanto a su aceptación, imposición, sentido y limitaciones del mismo para los mexicanos. Como Leopoldo Zea no desliga la historia de la filosofía, ni separa a ésta de aquélla, cuando cambia la una tiene por fuerza que cambiar la otra. Y como nuestra historia es mexicana y por lo mismo distinta a la historia europea, particularmente la de Francia, la filosofía comtiana cambia y tiene que adaptarse a nuestra realidad histórica; es a saber, tiene que conciliar los intereses de una nueva clase, la burguesía colonialista, que como no posee el ímpetu industrial ni el poder económico de la europea y norteamericana, no le queda otro remedio sino ponerse a las órdenes de ésta.
Prosiguiendo el maestro con su investigación sobre la historia de las ideas en México, fue pergeñando en 1947 una serie de artículos que posteriormente serán publicados bajo el título de La filosofía en México (1955) donde se analiza el planteamiento de problemas que son propios de esa concepción filosófica, a los que se da soluciones asimismo propias en cuanto corresponden a semejantes problemas. No se trata, nos advierte Zea, de imponer a la realidad mexicana unas determinadas concepciones filosóficas, sino antes bien se trata de buscar aquellas concepciones filosóficas que convengan a esta realidad. Contrariamente al modo de operar hegeliano, Zea no define la realidad por la idea, sino a ésta por aquélla. De suerte que no sacrificará la realidad a las ideas, sino las adaptará a la realidad. En el análisis de la realidad histórica mexicana se importan ideas filosóficas que consciente o inconscientemente manipuladas se pondrán al servicio de la realidad de nuestro México: ideas de independencia o libertad política; libertad de conciencia reformista y libertad económica y social revolucionaria. Y por último búsqueda libre y exenta de tributaciones al exterior en todos los campos del saber y del arte de lo auténticamente mexicano como aportación original nuestra a la cultura universal.
En un libro publicado en 1949, Dos etapas del pensamiento en Hispanoamérica, Zea se refiere a la posibilidad de entender el proceso histórico hispanoamericano mediante la instrumentación de la lógica hegeliana; pero rechazando de antemano la divinización del espíritu, escribe el filósofo historiador o, si ustedes lo prefieren, el historiador filósofo, porque él piensa a la conciencia como algo concreto y ajeno a la abstracción metafísica. El confrontamiento fenomenológico hegeliano de América y sus hombres hará, como se sabe, de ésta, pura naturaleza y de ellos una humanidad encubierta, inferior, cosificada y otorgada a regañadientes. Y como de acuerdo con Zea, la lógica dialéctica de Hegel es asimilativa, conservadora, y no como la tradicional, negativa y excluyente, al aplicarla a la realidad histórica latinoamericana rechaza los intentos hispanoamericanos de considerar al pasado propio como ajeno y negativo. Mas como el pasado es en realidad lo que nos constituye, él, Zea, exige que se tome conciencia de la realidad histórica constitutiva, rechazando las utopías constitucionales, literarias y culturales que al revisar nuestra historia observamos que fueron antes bien motivo de estancamiento que de progreso. Pasadas las ilusiones utópicas, nos dice Zea, "los hispanoamericanos siguieron siendo hispanoamericanos, esto es, hijos de esa realidad llamada Hispanoamérica".
En sus dos obras siguientes, América como conciencia (1953) y América en la historia (1957) examina el problema de la identidad de los hispanoamericanos en relación con sus ancestros europeos y determina con rigor que lo indígena se ha amalgamado en tal grado en nosotros, hombres mestizos y por lo tanto "bastardos" usufructuadores de los bienes culturales europeos, que ya no tiene sentido para nosotros. Esto es, la cultura precolombina no puede considerarse como una cultura propia.
Se refiere también el autor al criollismo hispanoamericano y lo considera nuestra más típica enfermedad, dolencia de inadaptación, de vacío histórico, de autonegación; porque al criollo le parece poco América y Europa demasiado. La historia del hombre iberoamericano es el desconocimiento de la propia realidad, el rechazo de lo que le es propio, la negación de su ser americano y su deseo imposible de querer ser otro. En América como conciencia, lo americano original, hombres y tierras, son también considerados desde la perspectiva europea. La visión es doble, positiva y negativa: tierra de promisión y continente satánico, humanidad e infrahumanidad. A la mirada de los europeos conquistadores y colonizadores, los indios son satanizados y su cultura es juzgada diabólica; mas convendrá con nosotros el doctor Zea que las calificaciones poseen no obstante un valor positivo dado que el diablo sólo podía estar interesado en pastorear, así sea malignamente, a hombres y no animales. Se produce por parte del europeo lo que ha llamado recientemente Zea el encubrimiento de América, verbigracia el análisis del ser y cultura indígenas mediante categorías que no les corresponden, que no les son propias. La concepción del mundo indígena es subsumida; su empecatada cultura arrasada y es sustituida por una Weltaschauung distinta y ajena. Sin embargo, el mundo demoniaco aborigen no muere del todo y en el lento transcurrir de los siglos irá sigilosamente apareciendo, superviviendo, pese al estrecho cerco político, económico, social y mental de la época colonial. Círculo aprisionador aristotélico-tomista que las nuevas filosofías y ciencias experimentales acabarán por romper, y a cuya destrucción contribuirá no poco el entusiasmo imitativo de nuestros insurgentes, independentistas, liberales y positivistas por los éxitos de la América del Norte, que tanto contribuyó a la conformación de la conciencia hispanoamericana. Esta fue la primera cara admirativa presentada por la jánica potencia anglosajona, bien pronto reemplazada por la otra faz intervencionista y egoístamente interesada que provocó el rechazo hispanoamericano e inmediatamente el redescubrimiento de las cualidades propias olvidadas o repudiadas. Pero Zea se muestra abiertamente comprensivo, conciliatorio e intercomprensivo entre las dos Américas, supuesto que le parece negativo el que Hispanoamérica se considera a sí misma por obra de algunos de sus pensadores poseedora de la máxima espiritualidad y relegue a Angloamérica al papel de representante máximo de la pura materialidad, tal el caso de Rodó.
En la obra ya citada, América en la Historia, Zea relacionará la historia americana con la historia general, subrayando la marginalidad que experimenta el hombre hispanoamericano frente a la historia europea y euroamericana. El hombre americano de procedencia ibérica se siente desterrado de la historia, marginado, supeditado y es la ideología burguesa del liberalismo occidental la que le lleva a confeccionar y cargar consigo su conciencia de inferioridad; conciencia de su atraso respecto a la cultura occidental, de la que son copartícipes los españoles y lo fueron no hace mucho los rusos de la época zarista.
En 1978 publicó Zea su Filosofía de la historia americana en donde una vez más intenta provocar en el lector hispanoamericano la conciencia plena de su libertad, de su desenajenación. El primer paso consiste en investigar los hechos; pero no cualesquiera hechos, sino aquellos que se refieren a la historia de las ideas en Latinoamérica con relación a la conciencia iberoamericana de dependencia y a los intentos por alcanzar la liberación. Se trata pues de una filosofía liberadora; de una toma de conciencia por parte de los hombres sometidos y explotados de Iberoamérica, en virtud de la cual ellos actuarán en la búsqueda consciente, explícita y necesaria de la libertad que es como debe corresponder al desarrollo histórico de la América indoibérica. Según Zea, el nuevo proyecto de liberación ha de partir de lo propio mediante el rechazo de la dependencia y subordinación, negando por consiguiente no sólo la admiración de lo otro, de lo ajeno, sino también el desconocimiento o rechazo de lo propio. En definitiva se debe conocer y asumir la propia historia, la propia realidad (proyecto que el maestro llama asuntivo), única y más segura forma para la regeneración de nuestra realidad americana.
Por último, sólo nos resta subrayar el bolivarismo que respalda en Zea su combate por la liberación de nuestra América a partir del reconocimiento de lo propio. Su vocación latinoamericana lo ha llevado a ser reconocido si no el pionero de la empresa liberadora en cuanto necesaria toma de conciencia, sí a ser considerado como el iniciador del movimiento de la filosofía de la historia de Hispanoamérica. Zea ha sabido aglutinar las dispersas corrientes latinoamericanistas y ha hecho de su Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, sin pretensiones hegemónicas, el medio más adecuado para la integración cultural del mundo iberoamericano y español. Gracias a su entusiasmo y dedicación se han multiplicado los estudios latinoamericanos no sólo en nuestro país sino en toda América e incluso en Europa y en otros países del Viejo Mundo.
Antes de terminar deseo afirmar que el doctor y maestro Zea es bien consciente de que al mundo latinoamericano no le cae bien ni le es apropiado, como periodísticamente y casi a diario se hace, clasificarlo como perteneciente al Tercer Mundo. Bien es cierto que desde el punto de vista estrictamente económico nos cuadra aunque nos pese tal clasificación; pero debemos tomar muy en cuenta que, como sostiene el psicólogo marxista Wilhelm Reich, "la clasificación ideológica de una sociedad es diferente a su clasificación económica. No hay una correspondencia exacta entre las condiciones económicas de un país y sus estructuras mentales ideológicas".[ 1 ] Texto leído por su autor en homenaje al doctor Leopoldo Zea el 30 de junio de 1987 en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute, Carmen Vázquez Mantecón (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 12, 1989, p. 277-284.
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