Lourdes Alvarado
La figura de Porfirio Parra representa un importante eslabón entre los forjadores intelectuales del siglo pasado. Considerado uno de los más destacados discípulos de Gabino Barreda, el iniciador de la doctrina positivista en México y el fundador de la Escuela Nacional Preparatoria, su vida y su obra nos brindan importantes datos para ahondar en ese capítulo de nuestra historia cultural para enriquecer y comprender el pensamiento de esa generación de mexicanos que, si bien colaboraron y sirvieron a la dictadura, supieron conservar cierto sentido crítico y gran sentimiento patriótico y, sobre todo, nos auxilia notablemente en nuestro intento por conocer el proceso educativo puesto en marcha por el Estado liberal a partir de 1867, cuyas metas, como se sabe, superaron las puramente docentes y conformaron un complejo programa de desarrollo nacional.
Desafortunadamente, poco sabemos respecto a la vida privada de Porfirio Parra ya que aquellos que se han abocado a su estudio, excepción hecha de la breve alusión que sobre el tema nos han dejado Agustín Aragón y José Vasconcelos, parecen ignorar este aspecto tan importante de todo hombre e indispensable para lograr un auténtico conocimiento de las circunstancias personales y sociales que debieron condicionar su actividad intelectual y política. Sin embargo, intentaremos esclarecer las diversas etapas de su vida, así como el contexto económico, político y social que con mayor o menor intensidad forjó su carácter y, por ende, su quehacer científico, filosófico, histórico y literario.
Nació nuestro autor el 26 de febrero de 1854 en la ciudad de Chihuahua, donde años más tarde inició sus estudios en el Instituto Literario del Estado, dejando desde entonces prueba de su clara inteligencia y sobre la que Emeterio Valverde Téllez nos dice:
Desde sus más tiernos años se hizo admirar y amar la rara precocidad de su ingenio. A los doce años ya componía versos no despreciables que revelaban el numen poético que más tarde había de conquistarle un puesto entre los predilectos de las musas.[ 1 ]
Mas las aptitudes del joven estudiante se expresaban en diversas áreas del conocimiento; sorprendía a maestros y familiares por su afición a los estudios filosóficos, disciplina que junto al latín emprendió desde muy joven.
En cuanto a su condición socioeconómica, Moisés González Navarro en su obra Sociología e historia de México apunta que pertenecía a una de "las mejores familias chihuahuenses, mientras que Emeterio Valverde Téllez refiere la cortedad de recursos de sus padres, motivo por el que, para financiar sus estudios preparatorios en la ciudad de México, tuvieron que efectuar "grandes y generosos sacrificios". Por su parte, Agustín Aragón opina que provenía de una acaudalada familiar de clase medía venida a menos, circunstancia que obligó a don Tomás Parra, padre de Porfirio y reconocido por sus cualidades morales, a ganarse la vida como obrero de la Casa de Moneda de Chihuahua.
Sea cual fuere su situación económica, Parra guardó un grato recuerdo de los años transcurridos en aquel tranquilo rincón provinciano, sentimiento que expresará posteriormente al referirse al señor cura y vicario José de la Luz Corral, palabras que además reflejan los matices de la educación religiosa característica de la época:
La figura del predicador daba mayor realce posible a la palabra privilegiada; su actitud llena de majestad; sus correctísimos ademanes; su ancha cara, redonda, bondadosa y expresiva, y su tez blanquísima, destacándose sobre el negro fondo de las colgaduras del templo, todo contribuía a que los fieles conmovidos hasta el extremo acabaran por verter torrentes de lágrimas. Yo unía las mías a las de los demás, y aseguro que nunca las he vertido más puras ni más consoladoras [...]. He oído después a otros predicadores que gozaban de gran fama, y los he oído especialmente en el sermón del pésame, y confieso que ninguno ha vuelto a causar en mí la impresión del señor cura Corral [...]. Han pasado algunos años, y ya adolescente ingrese al entonces Instituto Literario del Estado, al inmortal plantel fundado por el benemérito padre Irigoyen. El año de 1864 acudí en busca de saber a ese noble aunque modesto plantel; lo dirigía con el título de rector el cura Corral; allí volví a escuchar aquella palabra elocuente y fluida, más de cerca y en tono más familiar, y la semilla de afecto sembrada en mí desde el púlpito se desarrolló y floreció.[ 2 ]
El joven destacó a tal grado entre el resto de sus condiscípulos, que el Congreso del estado le asignó un subsidio de doscientos pesos para que se trasladara a la ciudad de México y continuara sus estudios en la recientemente creada Escuela Nacional Preparatoria, plantel al que ingresó en 1870 y donde cursó los grados de tercero, cuarto y quinto de bachillerato. Por su conducta y aprovechamiento excepcionales, conquistó otra beca que le permitió finalizar sus estudios profesionales.
A esta época corresponde su primer contacto con la corriente filosófica positiva, entonces vigorosamente sostenida por Gabino Barreda, fundador de dicha institución, y quien posteriormente ejerció gran influencia sobre su posición ideológica.
Durante estos años Parra se relacionó con jóvenes pertenecientes a los más variados estratos sociales y provenientes de diversas regiones del país, hecho que sin duda debió ampliar su visión de la vida y contribuir a la formación y consolidación de su carácter. No tardó en adaptarse al nuevo ambiente y superar sus dificultades; tenemos noticia de que hacia 1872 fue objeto del reconocimiento de las autoridades escolares, al otorgársele el primer premio en el cuarto año de estudios preparatorios.[ 3 ] En 1871 concursó para ocupar la plaza de catedrático de Historia Universal de México en la Escuela Secundaria de Niñas, obteniendo el segundo lugar; un año después, también por oposición, fue nombrado catedrático de Historia en la Escuela de la Encarnación.
A los diecinueve anos de edad (1873), ingresó en la Escuela Nacional de Medicina donde transcurrió su preparación superior. Sin duda, estos años decisivos en la formación del Estado mexicano lo fueron también de la madurez ideológica del joven Parra, quien presenciaba y sufría los drásticos vaivenes de la política nacional. La muerte de Juárez elevaba a Sebastián Lerdo de Tejada a la silla presidencial (1872-1876), hecho que recrudeció más aún las rivalidades partidistas. Muy lejos estaba entonces nuestro país de conquistar la anhelada unidad nacional que le permitiría adentrarse en las rutas de la paz y el progreso.
El territorio patrio se resquebrajaba ante las rebeliones de los diversos caciques que negaban su obediencia al ejecutivo, destacando la figura de Manuel Lozada, una de las que más significativamente logró tambalear la dudosa estabilidad política del país y que, sólo gracias a la campaña comandada por Ramón Corona, fue sometido en la Sierra de Álica y finalmente condenado a muerte.
Hacia fines de 1875, ante el proyecto reeleccionista de Lerdo, surgió el Plan de Tuxtepec encabezado por la figura de Porfirio Díaz, general en jefe del llamado Ejercito Regenerador, quien para adueñarse del poder tuvo que imponerse a lerdistas y partidarios de José María Iglesias. "Héroes" y rebeldes obligaban a invertir los escasos fondos del erario nacional en material bélico indispensable para intentar dominar la insurrección crónica. En consecuencia, la opinión pública se inclinaba mayoritariamente hacia la implantación del orden y de la paz como única medida capaz de garantizar el progreso nacional. Pareciera como si después de la prolongada crisis política sufrida por el país los partidos antagónicos convergieran en considerar la necesidad de iniciar un nuevo ciclo de nuestra historia. Tal anhelo común fue plasmado por Gabino Barreda en su célebre Oración cívica del 16 de septiembre de 1867, filosofía que serviría de norma conductora al Estado liberal.
Acontecimientos tales debieron contribuir a la formación política del activo y polifacético estudiante de Medicina, quien con posterioridad dedicaría su vida a la defensa de la ideología positivista, a su juicio, única forma capaz de finiquitar las profundas divergencias que impedían a la nación mexicana superar sus deficiencias y adentrarse en el ámbito del progreso internacional. Prueba de tales inquietudes en el ánimo de Porfirio Parra fue su participación en el movimiento estudiantil que tuvo lugar en la ciudad de México durante los meses de abril y mayo de 1875, suceso calificado por María del Carmen Ruiz Castañeda como el primero en su tipo digno de ser tornado en consideración, ya que defendía la independencia académica respecto de intereses políticos y religiosos para los estudios de índole profesional, con lo cual se intentaba llevar al campo docente los postulados de la generación reformista.[ 4 ]
Basta recordar los nombres de aquellos jóvenes caudillos que, junto a Parra, organizaron el movimiento de “La Universidad libre" para reconocer en ellos a algunos de los futuros dirigentes del Estado mexicano. Mas tales experiencias no motivaron que descuidara sus estudios; por el contrario, lo observamos esforzarse continuamente; hacia 1874 ocupó la plaza de practicante en el Hospital de San Andrés al sobresalir entre ocho concursantes más, pese a que pertenecían a grados superiores.
1875 representa un año definitivo en la vida de Parra. Contagiado de tifo en el ejercicio profesional y después de que algunos colegas se habían declarado incompetentes ante su caso, recobró la salud gracias a la intervención del maestro y médico Gabino Barreda. A partir de entonces, la relación entre ambos se estrechó notablemente como consta en las siguientes palabras:
Yo mismo soy un testimonio viviente de la pericia médica de mi maestro. En 1875, siendo practicante del Hospital de San Andrés, en la sala del gran cirujano Rafael Lavista, adquirí por contagio el tifo que en mí revistió una forma de las más graves. El médico de cabecera, sin esperanzas de salvarme, convocó en junta a los ilustres médicos Rafael Lavista y Miguel Jiménez, quienes afirmaron que el caso era desesperado, declarando que no había nada qué hacer. El señor Barreda, reconociendo la mucha gravedad del caso, abrigó alguna esperanza y formuló una indicación que fue aceptada casi por mera cortesía por sus ilustres colegas, y a esa sabia indicación debí conservar la vida, pues apenas se puso en práctica desaparecieron como por encanto los síntomas graves.[ 5 ]
Esta amistad debió consolidarse un año más tarde, al inscribirse al curso de patología general impartido por Barreda, relación que el discípulo describe en términos sencillos y francos:
Tuve el gusto de cursar esta asignatura en 1876, y en ella pude apreciar la gran responsabilidad de Barreda que tan profundo influjo ejerció sobre mí. Aunque había sido alumno de la Preparatoria, no cursé con él la clase de Lógica, pues mi espíritu estaba orientado a la sazón hacia otros rumbos. Pero en la memorable clase de patología general, no sólo adquirí un concepto claro y bien definido de la asignatura tal como se encuentra expuesta en los magníficos tratados sobre la materia [...], sino que también adquirí una idea del método científico, y desde esa inolvidable fecha acepté el criterio y las doctrinas del maestro y me proclamé su discípulo.[ 6 ]
Mientras tanto sus avances continuaban. En 1877 ocupó el cargo de profesor de Medicina de Urgencias en el Conservatorio Nacional de Música y se inició en la Asociación Metodófila Gabino Barreda, fundada en febrero del mismo año. Entre sus integrantes podemos citar a Adrián Segura, Andrés Aldasoro, Andrés Almaraz, Salvador Castellot, Alberto Escobar, Carlos Esparza, Ángel Gabino, Regino González, Miguel S. Macedo, Demetrio Molina, Daniel Muñoz, Pedro Mercado, Pedro Noriega, Carlos Orozco, Manuel Ramos, Joaquín Robles, entre otros, todos ellos seguidores de la filosofía positivista y deseosos de acrecentar y profundizar sus conocimientos al respecto.
Desde el punto de vista personal, ésta constituyó una de las etapas más críticas de su vida. Siendo estudiante, contrajo matrimonio, aunque se separó poco tiempo después, hecho que sin duda alteró su equilibrio emocional, el ritmo de sus estudios profesionales y los rasgos definitivos de su carácter, convirtiéndose a partir de entonces en un individuo reservado y triste que José Vasconcelos lo recuerda en Ulises criollo como un "genio un poco atormentado y misterioso", amante de la embriaguez, debido esto a su posible decepción amorosa.
Pese a tantos problemas y pruebas, su voluntad fue inquebrantable y terminó su carrera, obteniendo en 1878 el título de médico cirujano. Más tarde, concursó exitosamente por la plaza de profesor adjunto de Fisiología en la Escuela Nacional de Medicina y en marzo del mismo año obtuvo el nombramiento de profesor de Lógica en la Escuela Nacional Preparatoria en sustitución de Gabino Barreda, convirtiéndose a partir de entonces en uno de los más radicales defensores del positivismo como base del sistema educativo nacional.
Gabino Barreda, enviado a Europa en misión diplomática, debió abandonar confiadamente tal foro ideológico en manos de Porfirio Parra, su discípulo más distinguido, hecho que Ángel Pola narra con riqueza de detalles:
Lo presentó a sus discípulos con un speech, como sucesor suyo. Parra pronunció un discurso de aceptación. Fue aplaudido y abrió el curso explicando magistralmente la lección del día, sentado don Gabino de oyente. Desde entonces la vida de la doctrina estuvo asegurada y el maestro partió tranquilo para Alemania con una misión diplomática, confiando en que el positivismo dominaría los ánimos en las escuelas.[ 7 ]
Mas Agustín Aragón, en un artículo publicado por la Revista Positiva y con un tono de profundo resentimiento hacia la actividad desarrollada por quien fuera su maestro, niega que éste realmente hubiera cumplido con la misión encomendada e inclusive llega a afirmar que Barreda murió intranquilo ante el futuro de su doctrina.
La cátedra de Lógica representó uno de los mayores retos profesionales que enfrentara; sin embargo, también en esta ocasión salió triunfante. Remitámonos a un juicio de Antonio Ramos Pedrueza, su alumno por aquellas fechas:
Parra recibió el alto y peligroso honor de concluir el curso comenzado en 1880; abrió su curso íntegro: yo pertenecí al grupo de jóvenes que hicimos un año escolar con él. No puedo recordar sin honda emoción la ansiedad con que esperábamos las cuatro de la tarde para entrar a la cátedra; el joven maestro desarrollaba frente a nosotros las enseñanzas sabias que Barrera y de Stuart Mill; su palabra limpia y sonora fluía como raudal cristalino en medio de los aplausos de los preparatorianos de quinto año; el espectáculo era inolvidable.[ 8 ]
Sin embargo, muy poco duró la satisfacción de suplir al maestro. Época e ideales mutaban y se daba marcha atrás a la política educativa implantada con anterioridad; por tanto, y como él mismo indica en su curriculum vitae, fue separado de la clase de Lógica "por haber sido cambiado el sistema de enseñanza filosófica".
Ciertamente, cambios académicos de no poca importancia consumaban en Parra los ataques anteriormente dirigidos contra Barreda, adoptándose la filosofía racionalista en vez de la experimentalista inglesa de la que nuestro autor fue siempre ardiente partidario. Con tan importante giro político se iniciaba una nueva etapa dentro de la historia de la educación nacional; sucesos recientes modificarían el capítulo correspondiente a la aventura positivista mexicana y, consiguientemente, afectarían las vidas de quienes, como Parra, permanecieron estrechamente ligados a esta corriente ideológica, aunque conservando cierta independencia de criterio.
No obstante que desde sus inicios el positivismo y su innovador en México (Gabino Barreda) fueron blanco de múltiples ataques, éstos se recrudecen a partir de la década de los ochenta, llegándose al extremo de proponer un nuevo proyecto de instrucción pública conocido como Plan Montes, que amenazaba con aniquilar a la misma Escuela Nacional Preparatoria por considerársele matriz de la doctrina y germen de graves problemas sociales.
Un claro ejemplo de tal situación fue la corriente que responsabilizaba a la filosofía oficial de la secuela de suicidios acaecidos por aquellas fechas entre los jóvenes estudiantes, consideración defendida por La Voz de México y atacada, como correspondía a su tendencia ideológica, por La Libertad, donde a partir de 1879 colaboraba Parra, encargado de la sección científica junto a Luis E. Ruiz y Manuel Flores.[ 9 ]
Ante los afanes de La Voz de México por demostrar que la causa de estos sucesos radicaba en la perniciosa influencia que sobre la juventud ejercía la doctrina comtiana, La Libertad respondía enfáticamente: "¿Qué es lo que La Voz pretende probar? ¿Que la doctrina de Augusto Comte conduce al suicidio? Pues ni ahora ni nunca citará un solo texto del cual pueda racionalmente deducirse semejante consecuencia".[ 10 ]
Empero, tales afanes no conseguirían finiquitar la embestida dirigida contra la filosofía oficial, de tal suerte que primero Barreda, su fundador en México, y posteriormente Porfirio Parra, su discípulo, fueron marginados de la institución clave con la esperanza de frenar su fuerte influencia. La clase de lógica fue ocupada por José María Vigil (1829-1909), hombre de grandes valores, pero declarado adversario del pensamiento de su antecesor. Realmente, como señala Ernesto Lemoine, este hecho representa una ironía del destino, ya que la clase de Lógica, antorcha del positivismo, quedó así en manos de una de las figuras más destacadas del antipositivismo. Si bien la campaña desatada en contra de la supervivencia de la filosofía directriz de la enseñanza nacional y del plantel preparatoriano no logró consumar sus objetivos, es un hecho que sí debilitó sus cimientos y, desde luego, afectó la secuencia del proyecto original, así como vida y obra de sus más fieles defensores.
Mientras tanto, según palabras de Ramos Pedrueza:
Parra no tuvo ni local para continuar sus cátedras; nuestros ricos que ignoran la ciencia no gustan de ser sus mecenas; el joven maestro quedó oscurecido por muchos años, vegetando tristemente en las cátedras de Matemáticas en Agricultura y en la de Anatomía en la Escuela de Medicina.[ 11 ]
Miguel V. Ávalos, catedrático de la Escuela Nacional Preparatoria, confirma la versión anterior y refiere la dura época en que nuestro autor se vio obligado a permanecer al margen de la institución, infortunio compensado por la actitud de algunos estudiantes que, inconformes, decidieron desobedecer a las autoridades y buscar fuera del plantel las lecciones del maestro. Organizados así, crearon Virtus, agrupación cuyas metas -al fin jóvenes- proponían la regeneración del género humano a partir de la patria mexicana. Ávalos, años después, recuerda las vicisitudes sufridas por el maestro y sus alumnos:
¿Os acordáis, maestro?; ¿recordáis aquellas épocas de lucha dura para vos, en que un grupo de muchachos aclamaba vuestro verbo alado, desbordante de entusiasmo y con el bálsamo de su afecto calmaba los dolores de las heridas que el mundo de los hombres os causaba?[ 12 ]
Este forzoso distanciamiento del instituto creado por Barreda se prolongó largo tiempo. No sería hasta que Justo Sierra se hiciera cargo de la Secretaría de Instrucción Pública cuando Parra, reivindicado en tanto docente y filosófico, retornaría, primero, a la clase de Lógica (1906) y un año más tarde a la dirección del querido plantel.
Mientras tanto, había desempeñado las cátedras de Matemáticas en la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria de México (1881-1892), de Patología Externa en la Escuela Nacional de Medicina, en sustitución del célebre doctor Rafael Lavista, y de Anatomía Descriptiva en el mismo establecimiento. Colaboró en la redacción de La Libertad (de 1879 a 1892). En septiembre de 1883 asistió al Tercer Congreso Nacional de Higiene, cuyas labores se prolongaron hasta abril del año siguiente y en el que, como en otras ocasiones, se distinguió por sus acertadas intervenciones.[ 13 ]
En 1886 se integra a la Academia Nacional de Medicina y continúa con sus colaboraciones sobre temas científicos y filosóficos en diversas publicaciones periódicas; empero, sus afanes intelectuales lo involucran en otras tantas asociaciones científicas, artísticas y literarias, prueba concluyente de sus múltiples inquietudes, polifacética preparación y de su alta categoría entre la intelectualidad porfirista. Así, se incorporó a la Sociedad Filoiátrica de alumnos y profesores de la Escuela Nacional de Medicina, donde llegó a fungir como presidente; a la Sociedad Medica Pedro Escobedo; a la Sociedad de Geografía y Estadística; a la Sociedad Antonio Alzate; a la Sociedad Positivista de México, en la que ejerció funciones directivas; a la Sociedad Francesa de Enseñanza Popular, con sede en París; a la Academia Mexicana de Lengua correspondiente de la Española; a la Academia Mexicana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, correspondiente de la Española, y a la Academia Mexicana de Ciencias Sociales.[ 14 ]
Tuvo la oportunidad de asistir como delegado por Chihuahua al Congreso Pedagógico convocado por el secretario del ramo, Joaquín Baranda, en la capital de la república (1889-1890), asamblea de suma importancia para conocer las condiciones reales de la educación nacional y poder concretar y programar las medidas más urgentes por realizar. En la ceremonia inaugural, Baranda enfatizó sobre la especial significación de la instrucción pública para todo gobierno y, en particular, para los de tipo republicano y demócrata, recomendando la reservación del laicismo como base del orden y de la libertad y, a su vez, fundamentos del sistema. Entre los tópicos debatidos en ese Congreso, destacó el problema de la educación indígena, en relación con el cual se adoptaron medidas tendientes a frenar la secular explotación sufrida por el trabajador del campo y quedaron organizadas las bases de la instrucción primaria, declarada laica, obligatoria y gratuita.
No obstante que esta reunión acordó congregarse cada tres años, no lo hicieron hasta 1905 cuando Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, preocupado por uniformar las condiciones de la enseñanza primaria en todo el país, encomendó a Porfirio Parra la organización de un Tercer Congreso Nacional Pedagógico, con la misión de revisar las determinaciones del anterior y atender con especial interés los siguientes problemas: uniformidad de la educación nacional e indígena; problemas de las escuelas profesionales y diseño del plan nacional antialcohólico.
Cabe destacar que experiencias tales debieron enriquecer, matizar y hasta transformar muchas de las concepciones de Porfirio Parra, para entonces gran conocedor del contexto educativo nacional y, por ello, preparado para ascender a los más altos niveles de la administración pública.
Hacia 1896 la Sociedad Médica Pedro Escobedo lo distinguió con el primer lugar por su participación en el concurso sobre clasificación médico-legal de las heridas; un año después asistió, también como delegado por Chihuahua, al Congreso Internacional de Medicina y Cirugía celebrado en Moscú; posteriormente viajó a Paris, donde tuvo la oportunidad de conocer personalmente e intercambiar opiniones con algunos destacados positivistas franceses, ocasión sobre la que El Imparcial del 27 de febrero de 1898 reprodujo lo siguiente:
Durante numerosas entrevistas, el doctor Parra ha dado preciosos datos sobre la penetración gradual del positivismo en México.
Debemos al doctor Parra la traducción al español y la publicación en México del "Discurso sobre el espíritu positivo", ese admirable resumen de la filosofía positiva, bajo su doble aspecto científico y social.
Deseando atestiguar su viva simpatía al doctor, Parra, y por extensión a sus colegas de México, la Sociedad Positivista dio en su honor un banquete que se verificó el 12 de diciembre último, en los salones del Café Voltaire.[ 15 ]
De esta manera, Parra actualizaba su ideología y servía de puente entre los positivistas europeos y los mexicanos; sus continuos viajes a la capital francesa le permitieron estrechar sus relaciones, como consta en las siguientes palabras:
He tenido la alta honra de ser, desde mi entusiasta y ardiente juventud, uno de los más briosos adeptos de las ideas positivistas, mis viajes a Europa me han permitido ponerme en estrecho contacto con los círculos positivistas ahí organizados, y especialmente con el francés y el inglés; en compañía del señor ingeniero Agustín Aragón, tengo la viva y gran satisfacción de ser uno de los miembros del Comité Positivista Occidental, corporación ideada por el gran filósofo de Montpellier para propagar en el Occidente de Europa las grandes doctrinas que el egregio pensador formuló. Los positivistas parisienses son mis amigos, mis amigos muy queridos, casi diría mis hermanos, por el afecto mutuo que nos liga y las grandes consideraciones que me han dispensado.[ 16 ]
Mas su proyección internacional fue sumamente vasta. En 1899 fue nombrado delegado del gobierno mexicano a la Conferencia Internacional para la Profilaxis de las Enfermedades Venéreas y Sifilíticas celebrada en Bruselas; en 1900, con idéntica representación, asistió a los congresos internacionales de Medicina y Cirugía y de Higiene, en París; a la Junta Internacional para uniformar la terminología médica, realizada el mismo año, también en la capital francesa, esta vez comisionado por el Ministerio de Fomento, y en 1906 fue nombrado presidente de la Comisión Mexicana asistente al Congreso Internacional de Medicina y Cirugía celebrado en Lisboa.
Parra no permaneció ajeno a preocupaciones de índole política. En 1898, después de haber desempeñado el cargo de diputado suplente en diversas legislaturas (1883, 1884 y 1887), fue electo diputado propietario al Congreso de la Unión, función que desempeñó hasta 1910, en que fue nominado senador propietario y donde permaneció hasta su fallecimiento en 1912.
Cabe destacar que, si bien Parra constituyó parte de la elite intelectual porfirista, supo conservar, sobre todo en los primeros tiempos, cierto sentido crítico respecto al régimen; sentimiento que emerge claramente en algunos renglones de su novela Pacotillas, como, por ejemplo, en aquel capítulo denominado "Bandera de progreso", en el que denuncia algunos vicios del sistema, así como la forma intrascendente y hasta cómica como acostumbraban transcurrir las sesiones parlamentarias. Otra interesante prueba de su inconformidad política es el discurso que, en honor a la memoria del doctor Rafael Lucio (1819-1886), pronunció en la Escuela Nacional de Medicina, en el cual aludía francamente a la cuestionable situación del país. Tal acto cobra significación si se recuerda que, para estas fechas (1888), se aproximaba un nuevo periodo presidencial y la mayoría se inclinaba por la reelección del presidente Porfirio Díaz, efectuándose diversos actos públicos en su apoyo, como la manifestación que en los primeros días de junio recorrió las calles más céntricas de la ciudad de México.
Es probable que tal actitud, característica en él sobre todo en las dos primeras décadas de la dictadura, le hubiera ganado la animadversión del "gran elector", por lo que en 1890, y sin causa aparente, sufrió "la más espantosa de las derrotas", según términos utilizados por la prensa contemporánea, al perder su curul en la Cámara de Diputados, no obstante que para entonces contaba ya con gran prestigio y renombre.[ 17 ] Puede deducirse por ello, que la asistencia de Parra a eventos internacionales durante la última década del siglo pasado fuera resultante, entre otros factores, de su necesidad de encontrar nuevos ámbitos donde se le evaluará con mayor justicia, y de la conveniencia que para el sistema significaba alejar a quien mantenía un tono sólo relativamente crítico, pero que, aun así, rebasaba los límites aceptables.
Desde el punto de vista literario, destaca su novela ya mencionada, Pacotillas, publicada en 1900, en la que plasma sus más vivas preocupaciones sobre el mexicano de su tiempo y algunas de sus principales inquietudes sociopolíticas y hasta filosóficas y sobre la que Juan Hernández Luna opina:
El mexicano que Porfirio Parra estudia en esa novela no es un ente artificial forjado con los recursos que proporciona el arte de novelar, sino un hombre real, histórico, de carne y hueso. Es el mexicano que existió durante el periodo que va de la Restauración de la República a la dictadura porfiriana.[ 18 ]
Tres años después salió a la luz pública su Nuevo sistema de lógica inductiva y deductiva, en el que vertió su concepción filosófica -afinada y modulada a lo largo de toda una vida de trabajo y esfuerzo-, y cuya influencia en la educación de la juventud mexicana de principios de siglo fue definitiva, ya que el Consejo Superior de Educación lo declaró adecuado para servir como texto de dicha asignatura en la Escuela Nacional Preparatoria y cuya vigencia se prolongó hasta 1930, según apunta Juan Hernández Luna.
Hacia 1905 fue premiado por su participación en el concurso abierto organizado por el gobierno de la República con ocasión del centenario del natalicio de Benito Juárez.[ 19 ] La convocatoria respectiva mencionaba los siguientes géneros: a) biografía de Juárez; b) estudio sociológico sobre la Reforma, y c) composición poética de Juárez.
Los resultados, dados a conocer oficialmente en una velada efectuada en el Teatro Arbeu de la ciudad de México, favorecieron a Rafael de Sayas Enríquez y Leonardo S. Viramontes en el primer tema; a Ricardo García Granados, Porfirio Parra y Andrés Molina Enríquez en el segundo, y a Rafael de Sayas Enríquez, Manuel Caballero y Juan A. Mateos en la tercera clasificación. Empero, su obra escrita no se reduce a esta participación, sino que es sumamente rica y variada; colaboró en diversas publicaciones periódicas con artículos de carácter científico, filosófico, histórico y político y entre sus textos de mayor relevancia destaca, a más de los ya citados, "La ciencia en México", uno de los capítulos integrantes de la obra México, su evolución social.
En el periodo comprendido entre los años de 1902 a 1906, fungió como secretario fundador del Consejo Superior de Educación, organismo que, con carácter consultivo, debía revisar y modificar las disposiciones vigentes en materia de enseñanza "a fin de hacer más eficaz la educación del país". A partir de su inauguración formal el 13 de septiembre de 1902, el ejecutivo estaba obligado a considerar la opinión de este cuerpo colegiado, aunque se le permitía tomar decisiones provisionales al margen del Consejo, lo que le brindó excesiva libertad de acción en materia educativa.
Hacia 1907, al acercarse las festividades del centenario de nuestra independencia nacional (1810-1910), el gobierno de la República nombró "a un grupo de ciudadanos de buena voluntad y amantes de su patria" para que conformaran la Comisión Nacional del Centenario de la Independencia, órgano coordinador de cuantas labores y celebraciones se efectuaran con tal motivo, entre cuyos representantes figuraban: Guillermo de Landa y Escandón, presidente; Francisco D. Barroso, Serapión Fernández, Romualdo Pasquel, Fernando Pimentel y Fagoaga, Eugenio Rascón, Rafael Rebollar, Carlos Rivas y Porfirio Parra, vocales, y José Casarín, secretario.
No obstante el absoluto divorcio de la realidad que tales individuos muestran en su apreciación sobre la situación del México durante la primera década del siglo XX,[ 20 ] es un hecho que todos sus integrantes gozaban del apoyo y de la confianza oficial. Porfirio Parra, componente de la misma, había dejado atrás las antiguas querellas con la elite en el poder y se preparaba, por sus méritos y prestigio, a escalar uno de los cargos más significativos de su vida profesional. En efecto, entre los números estelares del programa gubernamental de festejos del centenario figuraba la inauguración de la Universidad Nacional, cuya ausencia dentro del ámbito educativo se había dejado sentir a partir de la administración del Segundo Imperio que, con fecha del 30 de noviembre de 1865, decretó su clausura definitiva. Por ello, la reaparición de esta institución constituyó uno de los puntos clave de la política educativa de Justo Sierra.
Genaro García (1867-1920) describe así el significado de tal acto:
El gobierno, por su parte, quiso solemnizar la centuria de la vida nacional con actos transcendentales para el futuro, y, al efecto, inauguró centros docentes de todo género, desde la escuela industrial primaria hasta la [Escuela Nacional de Altos Estudios] que ha de formar el magisterio de mañana, la que distribuiría entre los escogidos de la ciencia los más elevados preceptos y las enseñanzas más hondas del saber humano, y la Universidad, compendio y cifra de múltiples labores llevadas a cabo para dar forma definitiva y amplia a la educación nacional.[ 21 ]
Porfirio Parra, filósofo positivista de primera línea, científico, periodista, literato e historiador, fue, además, maestro por excelencia; por ello, por los méritos desplegados a lo largo de su vida, fue nombrado director fundador de la Escuela Nacional de Altos Estudios, institución cumbre de la nueva Universidad y cuya misión consistía en "formar profesores y sabios especialistas" con una preparación eminentemente práctica y superior a la que pudiera obtenerse anteriormente en las escuelas profesionales.[ 22 ] Desde el punto de vista educativo, esta escuela representa la cúspide del sistema; el instituto en el que habría de converger lo más selecto de la inteligencia mexicana en búsqueda de la excelencia en alguna de las opciones para las que fuera proyectada investigación, especialización y docencia.
La elección de Parra como conductor de tal establecimiento, así como el haber recibido el título de doctor ex officio, junto a otras distinguidas personalidades, en la ceremonia inaugural de la Universidad Nacional, nos habla, una vez más, de la destacada posición que llegó a ocupar dentro de la elite intelectual porfirista, hecho que, si bien puede tornarse cuestionable en cierto sentido, da pauta de sus justas dimensiones.
Dos meses más tarde de las festividades patrias, símbolo culminante del largo ensueño de paz y progreso porfirista, el país despertaba a la realidad. Aquella sociedad que confiaba ciegamente en la estabilidad del régimen, presenciaba alarmada, incrédula y quizá, en algunos casos, esperanzada, el inicio y el desarrollo del movimiento armado de 1910.
Porfirio Parra murió dos años más tarde, el 5 de julio de 1912, lapso que suponemos que transcurrió dedicado a las labores académicas que el reciente cargo le imponía, pero sobre todo, intentando superar la crisis anímica que los últimos acontecimientos nacionales debieron provocar en esta generación positivista, aferrada a una imagen ideal, a un concepto filosófico tan ajeno a nuestra realidad, a la verdad del México de principios de siglo. Pese a esta falta de sensibilidad y penetración sociopolítica que, por otra parte, no fue privativa de nuestro autor, cabe destacar la significación de su prolongada labor en aras de la educación nacional, razón por la cual la Secretaría de Instrucción Pública, portavoz del sentimiento universitario, dispuso que, en señal de duelo, durante nueve días se enlutase la fachada de los edificios universitarios y de los institutos de Patología, Bacteriología y Médico Nacional; de los museos de Arqueología, Historia, Etnología e Historia Natural y, por último, el de la Inspección General de Monumentos Arqueológicos. La ceremonia fúnebre, presidida por el presidente y el vicepresidente de la República, Francisco I. Madero y José María Pino Suárez respectivamente, tuvo lugar en el salón de sesiones del Consejo de la Universidad y entre los asistentes estuvieron: Antonio Ramos Pedrueza, consejero representante de la Universidad; Alfonso Pruneda, representante de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes; Mariano Canseco, secretario de Altos Estudios; Antonio Caso, profesor de esta institución; Manuel M. Gorozpe, director de la Academia de Bellas Artes; Manuel Torres Torija, consejero universitario; Francisco Rivas, Carlos Lazo, Federico Mariscal, Carlos y Manuel Ituarte, Luis R. Ruiz, Julián Sierra, Erasmo Castellanos Quinto, Miguel F. Bachiller, Jesús J. Acevedo y Pedro Henríquez Ureña, oficial mayor de la Secretaría de la Universidad; Valentín Gama, director de la Escuela Nacional Preparatoria; Horacio Barreda, secretario de la misma; Luis Cabrera, director de Jurisprudencia; Luis Salazar, director de Bellas Artes; Cecilio A. Robelo, director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología; Jesús Díaz de León, director del Museo de Historia Natural; Enrique C. Creel, antiguo secretario de Relaciones Exteriores; Ezequiel A. Chávez, diputado y doctor universitario; Alberto María Carreño, representante de la Sociedad Antonio Alzate y de la Sociedad de Geografía y Estadística, entre otros.
Las instituciones académicas y científicas más destacadas de la época convergían en el deseo de despedir con plenos honores al maestro Parra, uno de los pilares del saber más sólidos de su tiempo, uno más de aquellos que, entre aciertos y errores, llenan un importante renglón de nuestro ayer.
[ 1 ] Emeterio Valverde Téllez, Crítica filosófica o estudio bibliográfico y crítico de las obras de filosofía escritas, traducidas o públicadas en México desde el siglo XVI hasta nuestros días, México, Tipografía de los Sucesores de Francisco Díaz de León, 1904, p. 224.
[ 2 ] Joaquín Márquez Montiel, Hombres célebres de Chihuahua, México, Jus, 1953, p. 124-125. Apud Revista de Chihuahua, n. 11, Chihuahua, diciembre de 1895.
[ 3 ] Ernesto Lemoine, La Escuela Nacional Preparatoria en el periodo de Gabino Barreda, 1867-1878, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Ediciones del Centenario de la Escuela Nacional Preparatoria, 1967, p. 101.
[ 4 ] Véase María del Carmen Ruiz Castañeda, “La Universidad Libre (1875) antecedente de la Universidad Autónoma”, Deslinde, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios sobre la Universidad, n. 110, 1979.
[ 5 ] Porfirio Parra, "El Sr. Barreda médico y profesor de la Escuela de Medicina", Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria, 1909-1910, t. II, p. 161-162.
[ 6 ] Porfirio Parra, "El Sr. Barreda médico y profesor de la Escuela de Medicina", Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria, 1909-1910, t. II, p. 163.
[ 7 ] Emeterio Valverde Téllez, Crítica filosófica o estudio bibliográfico y crítico de las obras de filosofía escritas, traducidas o públicadas en México desde el siglo XVI hasta nuestros días, México, Tipografía de los Sucesores de Francisco Díaz de León, 1904, p. 224-225.
[ 8 ] Antonio Ramos Pedrueza et al., "Discurso", en A la memoria del doctor Porfirio Parra, 1854-1912, México, Universidad Nacional de México, Escuela de Altos Estudios, 1912, p. 39.
[ 9 ] Manuel Flores (1853-1924), médico, pedagogo y escritor, nació en Guanajuato, Guanajuato. Hacia 1880 terminó sus estudios de Medicina; ingresó en el Hospital Militar e inició la cátedra de Medicina Legal en la Escuela Práctica Militar. Fue director de la Escuela Nacional Preparatoria, director de Enseñanza Normal y diputado federal a partir de 1892, además, asiduo colaborador de El Imparcial, El Mundo Ilustrado, Excelsior y Revista de Revistas, entre otros.
Luis E. Ruiz (1857-1914). Nacio en Alvarado, Veracruz. En 1877 finalizó sus estudios profesionales de medicina y entre los cargos de mayor importancia que ocupó destacan: secretario y presidente de la Escuela de Medicina, integrante del Consejo Superior de Instrucción Pública, miembro del Consejo Superior de Salubridad y regidor de la ciudad de México.
[ 10 ] “La Voz de México y el suicidio", La Libertad, México, 14 de febrero de 1878.
[ 11 ] Antonio Ramos Pedrueza et al., "Discurso", en A la memoria del doctor Porfirio Parra, 1854-1912, México, Universidad Nacional de México, Escuela de Altos Estudios, 1912, p. 41.
[ 12 ] Miguel Ávalos, "El cumpleaños de nuestro director", en Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria, México, 1908-1909, t. I, p. 183.
[ 13 ] El Tercer Congreso Nacional de Higiene se proponía elaborar una legislación sanitaria uniforme que, sin embargo, respetara la soberanía de los estados. Entre los temas discutidos destaca la urgencia de organizar los servicios sanitarios de la república, para lo que se acordó que Salubridad dependiera del ejecutivo federal y de los ejecutivos locales, creándose un Consejo Nacional de Salubridad en la capital de la república y juntas de Sanidad en puertos y zonas fronterizas.
[ 14 ] Porfirio Parra, Hoja de servicios del Dr. Porfirio Parra, México, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, Sección Universitaria, p. 10.
[ 15 ] Emeterio Valverde Téllez, Crítica filosófica o estudio bibliográfico y crítico de las obras de filosofía escritas, traducidas o públicadas en México desde el siglo XVI hasta nuestros días, México, Tipografía de los Sucesores de Francisco Díaz de León, 1904, p. 226-227.
[ 16 ] Porfirio Parra, "Impresiones de viaje", Revista Positiva, México, v. VII, 1907, p. 262-264.
[ 17 ] Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México. El Porfiriato. La vida política interior, 2a. ed., México-Buenos Aires, Hermes, 1970, p. 411.
[ 18 ] Juan Hernández Luna, "El gran Pacotillas", Historia Mexicana, México, abril-junio de 1952, v. I, n. 4, p. 518.
[ 19 ] La comisión especial responsable del evento estuvo integrada por Félix Romero, Emilio Velasco, Gabriel Mancera, Ramón Prida, José Casarín, Adalberto Esteva, Victoriano Salado Álvarez, Pablo Macedo, José Landero y Cos y José B. Cueto.
[ 20 ] Véase “La Comisión Nacional del Centenario", Revista Positiva, v. VII, p. 516-518.
[ 21 ] Genaro García, Crónica oficial de las fiestas del primer centenario de la independencia de México, publicada bajo la dirección de Genaro García por acuerdo de la Secretaria de Gobernación, México, Talleres del Museo Nacional, 1911, p. 181.
[ 22 ] Justo Sierra, “La Universidad Nacional. Proyecto de Creación", Obras completas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, v. VIII, p. 68.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 11, 1988, p. 183-199.
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