Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

WILSON Y BRYAN ANTE VICTORIANO HUERTA: ¿INTERVENCIONISMO CONVENCIONAL O IMPERIALISMO MORALISTA? LA PERSPECTIVA NORTEAMERICANA

Martha Strauss Neuman


Probablemente no es exagerado definir al presidente norteamericano Woodrow Wilson (1913-1921) como uno de los hombres más controvertidos en la historia contemporánea de nuestra nación vecina. Resulta, por lo tanto, evidente que su vida y obra hayan merecido la atención de numerosos especialistas y que los volúmenes dedicados a su estudio ocupen el primer lugar en cuanto a presidentes norteamericanos se refiere (quizá junto a los de Franklin D. Roosevelt), en los acervos bibliotecarios.

El tema que aquí nos atañe se refiere a un aspecto particular de los múltiples problemas que aquejaron a la administración wilsoniana; sin embargo, sus implicaciones fueron tan graves tanto en los Estados Unidos como en México que, durante algún tiempo, su posible solución fue considerada como el asunto principal en la agenda del Departamento de Estado.

Por otra parte, resulta de mucha importancia que los científicos sociales que se dedican al estudio de las relaciones entre México y los Estados Unidos consideren seriamente la visión y la perspectiva norteamericanas sobre nuestra propia historia. Es por eso que intencionalmente se ha prescindido en esta investigación de la numerosa bibliografía mexicana que existe sobre este periodo y tema particulares. En cambio, quedan incluidas obras de historiadores y políticos norteamericanos que enfocan el tema desde diferentes puntos de vista. La perspectiva permanece netamente norteamericana, pero resulta claro que dentro de ella se esbozan las distintas actitudes del pueblo estadounidense en relación con su vecino sureño.

La filosofía de Woodrow Wilson "Dios creó el mundo y, para gobernarlo, a los Estados Unidos"

Woodrow Wilson no fue solamente un hombre de ideas; era, aún más importante, ciudadano de un mundo invisible, el mundo del espíritu, en el cual Dios reinaba en justicia y con amor. No se le puede entender sin tomar en cuenta las bases religiosas en su vida. Educado dentro de la iglesia presbiteriana sureña, Wilson creyó desde pequeño en la omnipotencia divina, la moralidad del universo, un sistema de premios y castigos y en las supremas revelaciones de Jesucristo. La humanidad -sentía- vivía no únicamente por gracia de la Providencia, sino también bajo sus inmutables decretos. Compartía la creencia calvinista de la predestinación, la absoluta convicción de que Dios había ordenado al universo desde su origen y que Él utilizaba a los hombres para sus propios fines. De estas creencias asumiría la idea del destino y de un sentimiento íntimamente ligado con las riendas del poder.[ 1 ]

El impulso misionario de Wilson ayuda a explicar lo que se afirma sobre su diplomacia. En grado variante, otros factores estuvieron; involucrados: su ingenuidad, el deseo de proteger los intereses económicos de sus conciudadanos, sus ambiciones imperialistas, pero, según uno de sus biógrafos, éstos operaron en su subconsciente. Lo más importante en su motivación fue la necesidad de impartir justicia, luchar por la causa de la paz internacional y dar a otros pueblos las bendiciones de la democracia y la cristiandad.[ 2 ]

Detrás de todas las acciones de Wilson, existía un sentimiento intenso de propósito moral y no es sorprendente que su liderazgo se expresara, de modo invariable, en términos morales tanto en política internacional como doméstica. No obstante, su actitud le llevó a casi una tragedia en México; su moralidad. fue, en el mejor de los casos, simplista y contradictoria, aunque a veces se utilizó adecuadamente como técnica y base de liderazgo. El presidente estaba convencido de que era el predicador nacional y que como tal debía articular el sentido moral de su pueblo.[ 3 ]

A pesar de que Wilson llegó al poder con poca experiencia en materia diplomática, sabía bien -y lo venía diciendo desde hacía 25 años- que los Estados Unidos habían llegado al final de una época y que la política aislacionista quedaba en el pasado. Nuevas y poderosas fuerzas estaban surgiendo. La industrialización y los grandes negocios desafiaban a la antigua civilización agraria; vastas compañías y monopolios buscaban poder, no sólo en los negocios, sino también en la política. La nación se enfrentaba a un creciente imperialismo económico, en donde los intereses privados eran suficientemente poderosos para demandar y asegurar privilegios. Wilson había advertido, años atrás, que los grandes capitales intentaban, incluso, apoderarse de las universidades, las iglesias y la prensa.[ 4 ]

Su interés por la diplomacia fue el resultado de los cambios de las fuerzas de poder en el ámbito internacional y en el futuro papel de los Estados Unidos en el mundo a raíz de la guerra contra España (1898) la extensión de los intereses norteamericanos en el Lejano Oriente y la adquisición de un imperio en ultramar. En su History of the American people, Wilson concluía que los Estados Unidos se habían alejado de su propio desarrollo doméstico y girado hacia "la conquista de mercados en el mundo". [ 5 ]

Ya desde entonces era posible detectar una increíble ambivalencia en los postulados wilsonianos. Al tiempo que aceptaba la propaganda de imperialistas como Alfred T. Mahan y Albert J. Beveridge, en cuanto a que la bandera debía seguir al comercio, Wilson esgrimía principios morales y democráticos. Durante su campaña atacó a los poderosos banqueros y capitalistas que controlaban los trusts, los ferrocarriles y los servicios públicos. Sólo tuvo que rascar un poco la situación mexicana o la china para descubrir esas mismas fuerzas.

Además de su creencia en la moral y en un mundo ordenado por el Todopoderoso, Wilson poseía una fe ciega en la democracia como el sistema político más humanitario y cristiano. De principio a fin en su madurez, estudió, escribió y trató de llevar a la práctica los aspectos esenciales del gobierno democrático, tanto en casa como en el exterior. Pensaba que todos los pueblos eran capaces de autogobernarse, pero que este proceso se adquiría sólo después de años de experiencia disciplinada. Ya fueran peones mexicanos o campesinos rusos, blancos u orientales, todos poseían las aptitudes para ser entrenados en los hábitos de la democracia. Estas ideas inevitablemente trajeron profundas implicaciones en el desarrollo de las relaciones internacionales. Sus creencias lo llevaron; directamente a la conclusión de que la democracia algún día sería regla universal. Esta convicción, más que una suposición, era una fuerza imperativa que lo impelió a poner en práctica temerarios planes en México, el Caribe y, finalmente, el mundo entero.[ 6 ]

Las consecuencias de esta visión simplista encuentran un ejemplo certero en la respuesta wilsoniana a la situación de México en 1913, cuando Victoriano Huerta asumió el poder tras el derrocamiento del gobierno constitucional de Francisco I. Madero. Para Wilson, los hechos eran tan obvios como la luz del día y se negó -apoyándose en juicios moralistas- a reconocer al nuevo régimen. Más aún, Wilson creó una prueba de autenticidad constitucional, la cual involucraba determinar, desde el exterior, si el gobierno de Huerta era legal o moralmente político, así como constitucional en forma. Esta "diplomacia moral" pronto llevó a Wilson y a los Estados Unidos a una grave intromisión en los asuntos internos de México, y esto, a su vez, trajo consecuencias casi desastrosas para ambas naciones.[ 7 ]

La filosofía de William Jennings Bryan:
"Dios los creó y ellos se asociaron"

Cuando un tanto a su pesar, Woodrow Wilson nombró a Bryan secretario de Estado (después de todo, el de Nebraska había sido pieza fundamental en el triunfo del partido demócrata), el Departamento tuvo al fin un líder opuesto al imperialismo y a la diplomacia del dólar, por lo que su designación provocó duras críticas, sobre todo por parte de los republicanos conservadores.

Bryan fue un líder diferente. Hombre que mantuvo una posición de gran poder político durante una generación, sin una organización política, carente de riquezas excepto por sus ingresos como orador y sin cargos públicos salvo por un breve periodo: cuatro años en el Congreso y dos como secretario de Estado (marzo 1913-junio 1915) constituyen su carrera oficial. Sin embargo, su influencia personal sobre legisladores y políticos se prolongó durante más de treinta años. Desde 1892 perdió todas las elecciones en donde presentó su candidatura, pero nadie en su tiempo tuvo más influencia política sobre la opinión pública. Otros hombres han sido más poderosos en un momento dado, pero ninguno mantuvo su ascendencia sobre la mente de millones de votantes por un periodo tan extenso como el estadista de Nebraska.[ 8 ]

La filosofía de Bryan no era totalmente ajena a la ideología histórica del partido demócrata. Adjudicaba a los norteamericanos un enorme patriotismo e inteligencia suficientes para resolver todo tipo de problemas, dando por supuesto que el análisis final de las grandes cuestiones políticas recaía en la moral. En otras palabras, Bryan argüía que todos los problemas sociales eran en esencia morales, es decir, religiosos. [ 9 ]

En la superficie, el movimiento democrático encabezado por Bryan tenía un fuerte tono antimilitarista y antiimperialista, características también presentes en el movimiento populista de fines del siglo XIX y principios del XX. A partir de 1899, el antiimperialismo se convirtió en su campaña permanente, ocupándose, entre otros asuntos, de bloquear la anexión de las Filipinas, ya que la consideraba como adquisición imperialista, obra de financieros que buscaban su propio beneficio y no el del pueblo.[ 10 ]

De hecho, la carrera de Bryan puede dividirse en dos fases: la primera incluye su papel en la guerra contra España, el Tratado de París e intentos subsiguientes para obtener la independencia filipina. La segunda abarca su actuación como secretario de Estado, cuando sus tratados conciliatorios y la búsqueda de opciones para prevenir la participación norteamericana en la guerra, lo distinguieron como evangelista de la paz mundial. Sin embargo y paradójicamente, Bryan utilizó en forma simultánea los principios del "gran garrote" y la "diplomacia del dólar" para extender el poderío estadounidense sobre Centroamérica y el Caribe.

Profundamente religioso, intensamente patriótico y humanitario, Bryan llevó a Washington ideales largamente anhelados: la creencia en la democracia como la mejor forma de gobierno, la misión norteamericana de regenerar a otros pueblos, la extensión cristiana de la democracia y su compromiso de cooperación como requisito indispensable en las relaciones internacionales.[ 11 ]

En resumen, Wilson y Bryan compartían varios rasgos fundamentales, de los cuales el más grave era su ignorancia en materia de relaciones exteriores; también los unían ciertos ideales que proveyeron la dinámica a su diplomacia. Ambos eran moralistas que catalogaban a la política exterior en términos de verdades absolutas más que como expresiones pragmáticas. Ambos se dedicaron al ideal democrático (al menos teóricamente) y se obsesionaron con el concepto de la misión norteamericana en el mundo, al asegurar que comprendían el bienestar de otros países mejor que los mismos líderes de esas naciones. Finalmente, esa necesidad de servir a la humanidad fue tan avasalladora que los llevó a la interferencia directa en los asuntos internos de otros países en una escala hasta entonces jamás intentada por los Estados Unidos. [ 12 ]

En la práctica, la política misionaria y antiintervencionista de Wilson y Bryan estuvo plagada de inconsistencia. ¿Por qué hubo tantas diferencias entre la teoría y la práctica? En primer lugar, Wilson heredó una política caribeña cuyo objetivo central era defender el Canal de Panamá; por otra parte, Wilson y Bryan confiaban en que el bienestar caribeño dependía absolutamente de la supremacía americana en el área. Más aún, como arcángeles de la democracia, creyeron que podrían enseñar a México, a América Central y al Caribe, a escoger gobernantes eficaces y a establecer instituciones duraderas. La intervención, por lo tanto, se racionalizó siempre en términos del buen vecino que iba al rescate de sus "indefensos" amigos, contra peligros y desórdenes internacionales. Debido a tales ideas, jamás concibieron que la suya era una acción imperialista convencional.[ 13 ] Dado este enfoque, no es extraño que Wilson y su secretario de Estado intentaran controlar y dirigir la Revolución Mexicana.

"... y pusieron sus ojos en México..."

La diplomacia mesiánica encontró su apogeo en el esfuerzo de Wilson para modelar la Revolución Mexicana dentro de un patrón constitucional y moral por él diseñado. Por supuesto, Wilson heredó, no creó el problema mexicano; los acontecimientos de la Decena Trágica (9-18 de febrero de 1913), durante los cuales Victoriano Huerta llevó a cabo su golpe de Estado, desarrollaron una serie de hechos que culminaron en una de las revoluciones más significativas del siglo XX. Sin embargo, esto no fue aparente entonces. La única razón por la cual el presidente saliente Taft no reconoció a Huerta fue que pensaba utilizar el reconocimiento como arma política, para saldar favorablemente algunas disputas con México. Por su parte, y siguiendo la práctica tradicional, Inglaterra, Francia, Alemania, Japón y otros países reanudaron o mantuvieron lazos diplomáticos con México, ya que Huerta aparecía como la única persona capaz de preservar el orden y proteger los intereses extranjeros.

Durante largo tiempo, Wilson creyó que los mexicanos estaban ampliamente preparados para la democracia al estilo norteamericano. Pensaba que México, en una etapa inferior de civilización, era básicamente igual a las naciones anglosajonas. Pero el presidente estaba malamente preparado para tratar con la Revolución Mexicana. Para él, Huerta era el símbolo de todo lo malo en Latinoamérica; había llegado al poder por la fuerza, derrocando a un gobierno constitucional y concluía que el general Huerta había autorizado personalmente la tragedia del 22 de febrero. En mayo de 1913, Wilson le confió a un amigo: "Jamás reconoceré a un gobierno de carniceros". [ 14 ]

La posición de Wilson constituía un profundo cambio en la política de reconocimiento seguida por los Estados Unidos desde fines del siglo XVIII. Desde entonces, el requisito esencial había sido la posesión de autoridad de facto como índice de aprobación popular. Jamás se habían aplicado criterios de tipo moral.

Desde que asumió el poder, Wilson comenzó a recibir cartas e informes acerca de los problemas mexicanos, sobre todo de intervencionistas o de aquellos que tenían intereses económicos en México. Tuvo acceso a todos los reportes del embajador Henry Lane Wilson, junto con los comentarios de los expertos del Departamento de Estado. Los mensajes de su embajador no sólo no le procuraron un conocimiento real de las condiciones imperantes, sino que lo llenaron de enorme desconfianza. Como defensor de la diplomacia del dólar que el presidente tanto aborrecía, el ministro era también vocero de la comunidad de los grandes negocios. Aunque el embajador se apresuró a informar a Bryan que había paz en todo el país,[ 15 ] el presidente americano pronto comenzó a recibir información de cónsules contradiciendo la visión de su representante en México.

Las presiones sobre Washington se sucedían vertiginosamente. Los grandes capitalistas con intereses en México enviaron notas al presidente Wilson para convencerlo de que reconociera a Huerta, pues de no ser así, los norteamericanos perderían su lugar preponderante en la economía mexicana y su sitio lo ocuparían los europeos, cuyos gobiernos ya habían reconocido al nuevo mandatario mexicano.[ 16 ]

En apoyo a Wilson, Bryan se opuso tanto a los consejeros del Departamento de Estado como a Henry L. Wilson. El secretario deseaba un gobierno constitucional para México, se oponía a la intervención militar y a la adquisición de nuevos territorios, pero carecía de ideas específicas sobre cómo tratar a México.

Para julio de 1913, Wilson decidió seguir el consejo de su agente especial, William Bayard Hale, de eliminar a Huerta y ayudar a establecer un nuevo gobierno mediante la aplicación de una política moral determinada. Existía una convicción creciente entre sus consejeros en cuanto a que el apoyo económico por parte de concesionarios industriales, especialmente intereses petroleros británicos, era lo único que sostenía al poder huertista.[ 17 ]

Además, Wilson decidió utilizar los buenos oficios de su gobierno para limar las diferencias existentes entre las diversas facciones en México y hacer respetar el acuerdo mexicano de convocar a elecciones presidenciales el 26 de octubre de ese año, siempre y cuando Huerta no se postulara. Para el mexicano, obviamente, ésta no era la mejor de las soluciones. Opinaba que su colega americano era un soñador,

un hombre que ignora las necesidades, las tendencias y las pasiones de los pueblos de la América española, cree el señor Wilson que se pueden implantar en México las reformas que existen en los pueblos más cultos; supone que en México la sucesión presidencial se puede consumar sin efusión de sangre; cree en la igualdad de tendencias del pueblo mexicano; y por último -lo que es más peligroso- piensa implantar sus teorías idealistas en toda la América española.[ 18 ]

El presidente americano tenía una opinión encontrada sobre Huerta. Pensaba que era un hombre bárbaro y falso, pero también valiente y determinado, mezcla de debilidad y fortaleza, de ridiculez y respetabilidad:

A veces uno desea su sangre, para hacer justicia por lo que él ha hecho, y otras, uno lo encuentra agradable, con una oculta admiración por su descaro [...]. Ama sólo a los que le aconsejan hacer lo que él desea hacer [...]. Rara vez está sobrio y siempre imposible, y sin embargo ¡qué combatiente tan admirable es!

Y concluía:

A toda hora del día y de la noche tengo que revisar mi juicio sobre qué es lo mejor que se puede hacer.[ 19 ]

La renuncia de Henry L. Wilson (agosto de 1913) terminó con la primera fase de la crisis mexicana, desde el punto de vista de Wilson. Desde entonces retomó el problema con fresco ímpetu y armado con un nuevo programa. Bien o mal, concluyó que Huerta debía abandonar el poder antes de que se pudiera lograr algo constructivo. Ni paz ni orden ni estabilidad serían posibles mientras el control estuviera en manos de un tirano. Reconocer a Huerta sería otorgar apoyo moral al despotismo y premiar a las revoluciones. Sin embargo, Huerta no tenía la menor intención de renunciar y proclamó, a través de su ministro de Gobernación, que no permitiría a los extranjeros entrometerse en los asuntos internos de México.[ 20 ]

Como la situación en México se deterioraba a pasos agigantados, Wilson reunió al Congreso para exponerle las terribles condiciones que imperaban en nuestro país. Afirmó ser amigo de México en espera de demostrar que "nuestra amistad es genuina y desinteresada" y que el restablecimiento de la paz le importaba mucho más que el engrandecimiento del comercio americano: "Probaremos al pueblo mexicano que sabemos cómo servirlos sin pensar primero en cómo servirnos a nosotros mismos". Pero subrayaba que con la situación por la que atravesaba México, la paz era imposible, que su gobierno había esperado varios meses, llenos de peligro y ansiedad, pero las condiciones, lejos de mejorar, habían empeorado:

La guerra y la desorden, la devastación y la confusión amenazan [...] al país. Como amigos no podemos seguir esperando una solución. Fue nuestro deber ofrecer, al menos, nuestros buenos oficios para ayudar, si podíamos, a llevar a cabo algunos arreglos que trajeran alivio y paz, así como sentar una autoridad política mundialmente reconocida.[ 21 ]

Fue por esto que Wilson envió a John Lind como agente confidencial a México, con las siguientes instrucciones para llegar a un arreglo satisfactorio:

  1. Cese inmediato al fuego y un armisticio escrupulosamente observado.
  2. Garantías para elecciones libres e inmediatas en las que todas las facciones participarían.
  3. Consentimiento del general Huerta de no postularse como candidato a la presidencia.
  4. Acuerdo de todas las facciones a aceptar los resultados de las elecciones y cooperar con la nueva administración.[ 22 ]

Como era de esperarse, las propuestas de Lind fueron rechazadas. En su respuesta, el canciller Federico Gamboa, aseguraba que la República estaba bajo absoluto control federal, y que si el gobierno americano en verdad quería ayudar a México, debería cuidar que ningún tipo de ayuda militar o económica llegase a manos rebeldes ni proveerlos de refugio, armas y comida en territorio americano, así como observar estrictamente las leyes de neutralidad. Más aún, resultaba insultante otorgar una garantía sobre la no postulación del general Huerta, ya que ése era un asunto estrictamente interno "y ninguna nación, no importa que tan fuerte o respetable sea, debe intervenir".[ 23 ]

La nota de Gamboa estaba cargada de sarcasmo, reiterando a Lind todos los puntos que ya había aclarado con respecto al reconocimiento. Hacía hincapié en el hecho de que Wilson no consideraba que México continuaba acatando sus obligaciones internacionales, y que otras naciones no sólo reconocieron al gobierno huertista, sino que incluso habían ofrecido préstamos y continuaban invirtiendo en la industria mexicana. Más aún, con actitud enérgica, el canciller mexicano dio a conocer ante el Congreso todas las notas intercambiadas entre ambos gobiernos, a la vez que denunciaba la naturaleza intervencionista de la administración americana.[ 24 ]

La réplica mexicana sorprendió a Wilson: no había considerado que sus propuestas fuesen rechazadas. Era clara la falta de planeación, pero a pesar de las amenazas que acompañaron a la propuesta, no se siguió ninguna acción inmediata.

"La paciencia de Job parecía infinita..."

Wilson decidió actuar con calma y demostrar a México lo que significaba la verdadera neutralidad. Preveía el recrudecimiento del conflicto entre las diversas fuerzas mexicanas y, por tal motivo, apremió a todos los norteamericanos residentes en México a salir cuanto antes:

Debemos hacer saber a todos los que pretenden ejercer autoridad en cualquier parte de México, del modo más inequívoco, que vigilaremos la suerte de aquellos americanos que no puedan salir, y que los responsabilizaremos por sus sufrimientos y pérdidas.

Asimismo, el mandatario americano decretó la prohibición de exportar arenas o pertrechos de guerra de cualquier tipo a la República Mexicana:

No puede cuestionarse que tenemos un derecho moral en el caso y que actuamos en interés de un arreglo justo [...]. La presión continua de fuerza moral romperá, antes de muchos días, las barreras del orgullo y del prejuicio y triunfaremos más rápidamente como amigos de México que como sus enemigos.[ 25 ]

Cuando a mediados de septiembre Huerta anunció al Congreso su ferviente deseo de establecer un régimen constitucional, Lind y Bryan se sintieron profundamente aliviados. Pero el hecho más alentador fue la nominación del canciller Gamboa como candidato presidencial. "Creo que casi hemos llegado al final de nuestros problemas", escribió Bryan al presidente, al tiempo que el Departamento de Estado manifestaba oficialmente su beneplácito por la candidatura de Gamboa, aun cuando los estados norteños no participaran en las elecciones.[ 26 ]

Al mes siguiente -vísperas de los comicios-, el gobierno americano hizo saber a Huerta que no se consideraría haber logrado un acuerdo constitucional a menos de que se hiciera un esfuerzo "sincero y honesto" para asegurar la participación y la cooperación de los líderes norteños, y reiteraba: "es necesario que [...] se asegure que una libre elección tendrá lugar, en la cual el general Huerta no será candidato".[ 27 ]

Pero la situación no se resolvería tan fácilmente. Una serie de acontecimientos en la ciudad de México pusieron fin a la "vigilante espera" norteamericana y colocaron al gobierno wilsoniano en abierta hostilidad hacia Huerta y libraron a Wilson y a Bryan de las consecuencias de su promesa para apoyar al nuevo régimen constitucional que emanara de las elecciones de octubre. El día 8, Torreón, clave de las defensas huertistas en el norte, cayó en poder de los rebeldes y dos días después, Huerta mandó arrestar a ciento diez diputados. Cerrada la cámara, el general asumió poderes dictatoriales. El encargado de negocios norteamericano en la capital mexicana escribía: "Huerta tiene la espalda en la pared y desde ahora puede ser considerado como un dictador militar absoluto".[ 28 ]

Wilson envió un enérgico mensaje al gobierno mexicano al enterarse de la disolución del Congreso, indicando que dicha acción no sólo era una violación de las garantías individuales, sino que además destruía cualquier posibilidad de elecciones libres, y concluía que su gobierno no aceptaría el resultado de los comicios llevados a cabo en las nuevas circunstancias.[ 29 ]

La acción de Huerta tuvo un impacto impresionante sobre el demócrata de la Casa Blanca, quien, durante las siguientes semanas, mantuvo la esperanza de que la mediación norteamericana sería suficiente. Sin embargo, al finalizar 1913, Wilson comenzó a alterar su política hacia México, ayudando a los constitucionalistas y exigiendo la renuncia de Huerta "por los medios que sean necesarios".

"...pero hasta al más santo se le acaba la paciencia"

En un comunicado a todas las embajadas (menos a la de Turquía y a la de México, aunque Lind recibió una copia), el secretario Bryan reafirmaba la política que seguiría su gobierno hacia México, asegurando que los Estados Unidos sólo deseaban la paz y el orden en América Latina, cuidando que los procesos de autogobierno no se interrumpieran o hiciesen de lado:

Usurpaciones como las del general Huerta amenazan la paz y el desarrollo de América [...] tienden a hacer de lado la ley, a poner en peligro constante las vidas y fortunas de nacionales y extranjeros por igual, a invalidar contratos y concesiones [...].

Es el propósito de los Estados Unidos desacreditar y derrotar tales usurpaciones cuando ocurran. La política actual del gobierno de los Estados Unidos es la de aislar completamente al general Huerta; aislarlo de la simpatía y ayuda extranjeras y del crédito [...] ya sea moral o material, y forzarlo a renunciar.

Si el general Huerta no se retira por la fuerza de las circunstancias, se volvería deber de los Estados Unidos utilizar medios menos pacíficos para echarlo [...].

Su resolución [de los Estados Unidos] es que ninguna de tales interrupciones del orden civil serán toleradas [...].

El gobierno de los Estados Unidos no irá más allá de este propósito determinado. No se permitirá buscar ninguna ventaja especial o exclusiva en México o en otros lugares [...] pero buscará, aquí y en otras partes, mostrarse como el paladín [...] de la puerta abierta.[ 30 ]

Desde noviembre de 1913 hasta abril de 1914, Wilson dedicó todas sus energías y empleó cuanto recurso diplomático pudo, para forzar a Huerta a renunciar. Se envió al agente Hale a las líneas constitucionalistas y Bryan pidió a las potencies extranjeras que no ayudaran al dictador. La presión sobre la Foreign Office dio como resultado que los británicos aceptaran la política wilsoniana, retirando su apoyo a Huerta, y que los rusos, incluso manifestaran beneplácito ante una probable anexión.[ 31 ]

Otras naciones europeas pronto siguieron el ejemplo de Inglaterra, especialmente después de que Wilson envió notas a las potencias, revelando su determinación de negar a Huerta cualquier tipo de ayuda material. Aunque ninguno de esos pases retiró el reconocimiento diplomático al gobierno huertista, o dieron muestras de simpatía hacia la política moralista de Wilson, se cuidaron de especificar su futura conducta hacia México. Wilson logró lo que deseaba: el aislamiento diplomático del régimen huertista.

Para principios de 1914, la política de Wilson hacia México había pasado ya por dos etapas; en la primera, el presidente simplemente se rehusó a reconocer al gobierno de Huerta, mientras que durante la segunda, caracterizada por la misión de John Lind, ofreció sus buenos oficios en un esfuerzo por conciliar a las facciones contendientes. En febrero, el mandatario americano tomó otra medida, la que inició la tercera etapa en el desarrollo de su política; hizo saber al comité senatorial de Relaciones Exteriores su intención de levantar el embargo de armamento a México, con el propósito formal de dejar que el país solucionase sus propios asuntos, pero veladamente con la intención de favorecer a los constitucionalistas. Esta determinación, sin embargo, proyectó a Washington directamente en los asuntos mexicanos e implicó responsabilidad sobre la situación que se desarrollaría entre huertistas y constitucionalistas.[ 32 ]

El encargado de Negocios en la capital, Nelson O'Shaughnessy, así como John Lind recogieron y transmitieron al Departamento de Estado las repercusiones que tuvo la revocación del embargo; Huerta confió a O'Shaughnessy que la medida "no tendría mayores consecuencias" ya que los revolucionarios conseguían, desde hacía tiempo, armamento norteamericano. Según Lind, sólo los aristócratas estaban indignados, mientras que el pueblo había recibido con júbilo las noticias y los constitucionalistas ya tenían una considerable cantidad de armas en la frontera, en espera de transporte.[ 33 ]

Pese a que la medida de Wilson beneficiaba a los rebeldes ya que éstos controlaban la frontera norte, el movimiento constitucionalista no logró triunfar sobre Huerta con la velocidad que Wilson esperaba, así que el presidente americano comenzó a volcar su atención hacia los puertos mexicanos que, además de representar la principal fuente de ingresos para Huerta, eran esenciales para mantenerlo abastecido de armas. Parecía haber llegado el momento de actuar. De hecho, Wilson había incluido en sus planes -ya desde noviembre de 1913- la posibilidad de intervenir, pero fue hasta abril de 1914 cuando se presentaron las condiciones idóneas para utilizar la fuerza. El día 9, el contador y nueve tripulantes del uss Dolphin fueron arrestados en Tampico por un oficial del ejército huertista. A pesar de que poco después quedaron libres y se les pidió una disculpa (incluyendo una expresión de pesar del propio Huerta), el comandante del escuadrón americano en Tampico, almirante Henry T. Mayo, no contento con las excusas verbales, dio al oficial mexicano veinticuatro horas para disculparse formalmente, izando la bandera americana en un lugar prominente del puerto y saludándola con veintiún cañonazos.[ 34 ] Wilson apoyó estas demandas, aunque el tiempo límite se extendió. Por su parte, Huerta demandó que el asunto se llevara a los tribunales de La Haya y, en todo caso, demandaba el saludo recíproco a la bandera mexicana.

Ya que la situación permanecía igual, Wilson reunió al Congreso, explicando no sólo el incidente de Tampico, sino también el arresto de un correo americano del uss Minnesota en Veracruz, un par de días después. El presidente solicitó poderes especiales para utilizar las fuerzas armadas de su país "con el fin de obtener del general Huerta el más amplio reconocimiento de los derechos y dignidad de los Estados Unidos".[ 35 ] Mientras en el Congreso se discutía la propuesta de Wilson, el incidente de Tampico pasó a un segundo plano, cuando llegaron noticias al Departamento de Estado, en la mañana del 21 de abril, sobre la inminente llegada a Veracruz del buque alemán Ypiranga, con un enorme cargamento de armas para el gobierno federal.[ 36 ] Bryan recomendó a Wilson que se debían tomar medidas extremas con el fin de evitar que los abastos desembarcasen. El Departamento de Marina dio instrucciones al almirante Fletcher para tomar la aduana de Veracruz e interceptar la entrega del armamento.[ 37 ] En la mañana del 21 de abril, la infantería de marina norteamericana tomó la aduana de Veracruz y, pocos días después, todo el puerto. Por fin había llegado el momento tan ansiado por Wilson; es obvio que su actuación fue, no sólo condenada por todas las facciones mexicanas, [ 38 ] sino también considerada como ilegal desde el punto de vista de las leyes norteamericanas, ya que si bien el Congreso aceptó la propuesta presidencial, el Senado aún no la había ratificado cuando Wilson ordenó la invasión.

Ya que la intervención norteamericana suscitó críticas airadas de los sectores liberales estadounidenses, Wilson dio a conocer -un mes después- a través de la prensa, sus intenciones hacia Mexico:

Primero. Los Estados Unidos no intentarán -de ninguna manera ni bajo ningún pretexto- apoderarse de territorio mexicano. Cuando terminemos con [Huerta], México quedará territorialmente intacto.

Segundo. No se permitirá ningún engrandecimiento personal por parte de inversionistas norteamericanos, o aventureros o capitalistas [...]. Se respaldarán los intereses comerciales legítimos que busquen desarrollar más que explotar.

Tercero. Se insistirá en un arreglo de la cuestión agraria por medios constitucionales.

Y continuaba:

La función de ser guardián de México no me satisface ni tampoco a nuestro pueblo [...]. Debemos y esperamos realizar una misión doble: primero, deseamos mostrar al mundo que nuestra amistad hacia México es desinteresada, en la medida de nuestro propio engrandecimiento; y segundo, esperamos probar al mundo que la doctrina Monroe no es lo que el mundo -incluyendo a algunos países de este hemisferio- cree, una mera excusa para obtener territorios.[ 39 ]

Epílogo

A fines de abril, los representantes en Washington de Argentina, Brasil y Chile ofrecieron sus "buenos oficios" para mediar, entre México y los Estados.[ 40 ] Las conferencias entre los representantes del abc, los de Washington y los mexicanos, se desarrollaron durante seis semanas en Niágara, Ontario, y terminaron, el 30 de junio, sin haber llegado a algún acuerdo satisfactorio. El compromiso fue imposible ya que los mediadores consideraban, que su tarea era reconciliar a los Estados Unidos con Huerta, y no a éste con Carranza, mientras que Wilson lo que exigía era la eliminación de Huerta y la transferencia del poder a aquella facción que, representara los intereses de la mayoría. La inferencia era clara: Wilson quería a Huerta fuera del gobierno y a Carranza instalado como presidente provisional.

Mientras tanto, las fuerzas constitucionalistas seguían avanzando hacia la capital, por lo que la caída de Huerta era ya sólo cuestión de tiempo. Finalmente, el 15 de julio el general renunció y salió del país. El triunfo de Wilson en México se complementó con la firma, a fines de ese mes, de un tratado de arbitraje del abc respecto a las cuestiones pendientes entre México y los Estados Unidos. En septiembre se ordenó el retiro de las tropas de ocupación, lo que se llevó a cabo sólo hasta fines de noviembre. No se vindicó el honor norteamericano, es decir, no hubo saludo a la bandera, pero Wilson logró su propósito: Huerta se fue.

Conclusiones

Al efectuar un balance de estos acontecimientos, se puede concluir que la política mexicanista de Woodrow Wilson y su secretario de Estado se basó en una perspectiva histórico-moral de suyo particular, en la convicción del mérito y vitalidad del gobierno constitucional con todas sus implicaciones. La concepción moral de los Estados Unidos, la constante evaluación de su poder como medio de llevar a cabo su "misión" en el mundo, la reivindicación de los principios de libertad y moralidad, fueron parte esencial en el pensamiento idealista de estos hombres.

Tanto para Wilson y Bryan como para sus sucesores en el gobierno la soberanía americana, si no es que el control directo sobre los países estratégicamente relacionados con el canal interoceánico, se conceptualizó como una realidad histórica ineludible. Ambos disfrazaron la política de la "diplomacia del dólar" con un ropaje de buena voluntad y paternalismo.

Quizá en el fondo sus intenciones no hayan sido malas, lo que de ninguna manera justifica los medios que utilizaron para obtener sus fines, ya que, si bien lograron su objetivo principal -deshacerse de Huerta-, una serie de acontecimientos posteriores, tanto en México como en Europa y la creciente presión de los grupos capitalistas norteamericanos atraparon a Wilson y a Bryan en una situación fuera de su control. En palabras del biógrafo de Wilson, Arthur S. Link, la suya fue la historia de lo que sucede cuando evangelistas de la democracia se empeñan en enseñar a otros pueblos a seleccionar buenos gobernantes y a conducirse adecuadamente.[ 41 ]


[ 1 ] Arthur S. Link, "Wilson the diplomatist", en Earl Latham (ed.), The philosophy and policies of Woodrow Wilson, Chicago, The University of Chicago Press, 1958, p. 147-164, p. 6.

[ 2 ] Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, New York, Harper and Row, 1954, p. 82.

[ 3 ] Richard P. Longaker, "Woodrow Wilson and the presidency", en Earl Latham (ed.), The philosophy and policies of Woodrow Wilson, Chicago, The University of Chicago Press, 1958, p. 147-164, p. 67-81, p. 75.

[ 4 ] Ray Stannard Baker, Woodrow Wilson. Life and letters, 8 v., Garden City (New York), Doubleday, Doran and Company, 1927-1939, v. IV (1931), p. 57-58.

[ 5 ] Woodrow Wilson, History of the American people, 5 v., New York, Harper and Brothers, 1902, v. 4, p. 296.

[ 6 ] Arthur S. Link, "Wilson the diplomatist", en Earl Latham (ed.), The philosophy and policies of Woodrow Wilson, Chicago, The University of Chicago Press, 1958, p. 147-164, p. 153-154.

[ 7 ] Arthur S. Link, "Wilson the diplomatist", en Earl Latham (ed.), The philosophy and policies of Woodrow Wilson, Chicago, The University of Chicago Press, 1958, p. 147-164, p. 158.

[ 8 ] Charles E. Merriam, "William Jennings Bryan", en George F. Whicher (ed.), William Jennings Bryan and the campaign of 1896, Boston, D. C. Heath and Company, 1953, p. 78-82, p. 78.

[ 9 ] Richard Hofstadter, The American political tradition and the men who made it, 2a. ed., New York, Vintage, 1973, p. 246-247.

[ 10 ] Richard Hofstadter, The American political tradition and the men who made it, 2a. ed., New York, Vintage, 1973, p. 253-254; Richard Hofstadter, The age of Reform. From Bryan to F. D. R., London, Jonathan Cape, 1962, p. 85.

[ 11 ] Paolo E. Coletta, “Bryan, anti-imperialism and missionary diplomacy", Nebraska History, v. 4, n. 2 (junio 1963), p. 167-187, p. 167, 172-173.

[ 12 ] Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, New York, Harper and Row, 1954, p. 81-82.

[ 13 ] Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, New York, Harper and Row, 1954, p. 93-94.

[ 14 ] Michael C. Meyer, Huerta, a political portrait, Lincoln, University of Nebraska Press, 1972, p. 111-112.

[ 15 ] Henry L. Wilson al Departamento de Estado, 5 de marzo de 1913, us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1922, p. 756-757.

[ 16 ] Entre los principales defensores del reconocimiento se encontraban: James Speyer, banquero neoyorquino, y los presidentes de las siguientes compañías: Southern Pacific Railroad; Philips, Dodge and Company; Geen Cananea Copper Company y la Mexican Petroleum Company. Ray Stannard Baker, Woodrow Wilson. Life and letters, 8 v., Garden City (New York), Doubleday, Doran and Company, 1927-1939, v. VI, p. 246.

[ 17 ] David Franklin Houston, Eight years with Wilson 's cabinet, 1913-1920. With a personal estimate of the president, 2 v., Garden City (New York), Doubleday, 1926, v. I, p. 69, 73-74.

[ 18 ] Victoriano Huerta, Memorias, México, Vértice, 1957, p. 94.

[ 19 ] Carta de W. Wilson a Mary A. Hubert (24 de agosto de 1913), en Donald Day (ed.), Woodrow Wilson's own story, Boston, Little, Brown and Company,1952, p. 146-147.

[ 20 ] Ray Stannard Baker, Woodrow Wilson. Life and letters, 8 v., Garden City (New York), Doubleday, Doran and Company, 1927-1939, v. IV (1931), p. 263-264.

[ 21 ] "Wilson's Special Message on Mexico, delivered before Congress in Joint Session, August 27, 1913", en Woodrow Wilson, President Wilson's State papers and addresses, 2a. ed., New York, George H. Doran Company, 1918, p. 18.

[ 22 ] "Wilson's Special Message on Mexico, delivered before Congress in Joint Session, August 27, 1913", en Woodrow Wilson, President Wilson's State papers and addresses, 2a. ed., New York, George H. Doran Company, 1918. Para un estudio detallado de la misión de Lind en México, véase Martha Strauss, "La misión confidencial de John Lind en México", Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1977, v. 6, p. 97-151.

[ 23 ] Gamboa a Lind, 16 de agosto de 1913, us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1922, p. 823-827.

[ 24 ] El Imparcial, 28 de agosto de 1913.

[ 25 ] "Wilson's Special Message on Mexico, delivered before Congress in Joint Session, August 27, 1913", en Woodrow Wilson, President Wilson's State papers and addresses, 2a. ed., New York, George H. Doran Company, 1918, p. 24; Bryan al cónsul general en México, 27 de agosto de 1913, us, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Washington, National Archives, 1960, 812.00/8600A.

[ 26 ] Lind a Bryan, 16 de septiembre de 1913, y Bryan a Lind, 18 de septiembre de 1913, us, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Washington, National Archives, 1960, 812.00/8880.

[ 27 ] Bryan a Lind, 1 de octubre de 1913, us, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Washington, National Archives, 1960, 812.00/9583.

[ 28 ] O'Shaughnessy a Bryan, 10 de octubre de 1913, us, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Washington, National Archives, 1960, 812.00/9166 y 9178.

[ 29 ] Tan enérgica fue la comunicación que el gobierno mexicano se negó a dar a su conocer su contenido. El País, 14 de octubre de 1913. Para el texto del mensaje de Wilson, véase us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1913.

[ 30 ] "Our purposes in Mexico", comunicado de Bryan, 24 de noviembre de 1913, us, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Washington, National Archives, 1960, p. 443-444.

[ 31 ] Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, New York, Harper and Row, 1954, p. 119-120; Edward P. Haley, Revolution and intervention. The diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, 1910-1917, Cambridge, Massachusetts Institute of Technology Press, 1970, p. 107.

[ 32 ] Edgar E. Robinson y Victor J. West, The foreign policy of Woodrow Wilson, 1913-1917, New York, McMillan, 1917, p. 25-27.

[ 33 ] Berta Ulloa, "Carranza y el armamento norteamericano", Historia Mexicana, v. 17, n. 2, octubre-diciembre 1967, p. 253-262, p. 261. Los comentarios de la prensa mexicana diferían acentuadamente de las apreciaciones de Lind. Se pensaba que la actitud de Wilson recrudecería la guerra e implicaría una creciente intromisión norteamericana en los asuntos mexicanos. Véase El País, 4 de febrero de 1914.

[ 34 ] Almirante Mayo al general Zaragoza, 19 de abril de 1914, us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1922, p. 448-449, véanse Edward P. Haley, Revolution and intervention. The diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, 1910-1917, Cambridge, Massachusetts Institute of Technology Press, 1970, p. 131-132; Edgar E. Robinson y Victor J. West, The foreign policy of Woodrow Wilson, 1913-1917, New York, McMillan, 1917, p. 31; William M. Rossiter, Mexican-American relations, 1913- 1920. A reappraisal, tesis, Chicago, 1952, p. 104-105.

[ 35 ] “Wilson Special Message on the Tampico Affair" (delivered before Congress in Joint Session, April 20, 1914), en Woodrow Wilson, President Wilson's State papers and addresses, 2a. ed., New York, George H. Doran Company, 1918, p. 60-63.

[ 36 ] Cónsul Canadá (en Veracruz) a Bryan, 20 de abril de 1914, us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1922, p. 477.

[ 37 ] Telegrama de Bryan, 21 de abril de 1914, us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1922. La acción de Wilson rebasaba sus propios designios, ya que el mismo había decretado, un par de meses atrás, la abrogación del embargo de armamento, por lo que desde el punto de vista de la legislación americana -que ya no la de Wilson- resultaba perfectamente legal el que Huerta recibiese estos pertrechos. Finalmente el Ypiranga descargaría las armas en Puerto México al mes siguiente.

[ 38 ] Telegrama de Huerta a O'Shaughnessy, 21 de abril de 1914, us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1922, p. 479, protestando por el descenso ilegal de los marines americanos, y Comunicado de Carranza condenando la toma de Veracruz, transmitido por Carothers a Bryan, 22 de abril de 1914, us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1922, p. 483-484.

[ 39 ] Mensaje de Wilson publicado en el Saturday Evening Post (23 de mayo de 1914), en Donald Day (ed.), Woodrow Wilson's own story, Boston, Little, Brown and Company,1952, p. 162-163.

[ 40 ] Embajadores de Argentina, Brasil y Chile a Bryan, ofreciendo sus servicios, 25 de abril de 1914, us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1914, p. 488-489. Los detalles de las conferencias se encuentran en us Deparment of State, Papers relating to the foreign relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1922, p. 495-556.

[ 41 ] Arthur S. Link, Wilson: the struggle for neutrality, Princeton (New Jersey), Princeton University Press, 1960, p. 496.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 11, 1988, p. 201-218.

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