Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

LA ELITE MILITAR REVOLUCIONARIA EN MÉXICO.
SUS ORÍGENES SOCIOCULTURALES Y LIGAS PERSONALES

Marta Ramos


Para lograr comprender la dinámica de fenómenos históricos tan complejos como son los estallidos revolucionarios es fundamental intentar un estudio sistemático de sus actores.[ 1 ]

En la presente aportación expondremos una síntesis de las principales características socioculturales de los generales con más alta graduación a finales de 1914.[ 2 ] Por otro lado, penetraremos el origen de las ligas y rivalidades personales que evolucionaron hacia el marcado clientelismo de los años 1914-1915. Como sabemos, en este periodo se manifestaron con mayor claridad el tipo de relaciones basadas en la fidelidad ya que la desaparición de un enemigo común, el ejército federal, reveló y acentuó los conflictos latentes. Los orígenes de estos lazos tienen frecuentemente su génesis en la vida "prerrevolucionaria" de los generales. ¿Hasta qué punto se podría sostener que los principales líderes pertenecieron antes de la Revolución a una "elite" social y cultural? ¿Cuál fue el peso de los lazos personales dentro de la formación de las alianzas entre las facciones a finales de 1914? Nos esforzaremos en aportar elementos de respuesta a esta problemática.

Un análisis socioprofesional

Resulta sorprendente encontrar un número tan amplio de líderes que pertenecieron a familias acomodadas cuando los símbolos de la Revolución han sido los Villa, los Zapata y en general los jefes de extracción más humilde. Por otro lado, generaciones de historiadores han insistido erróneamente sobre el origen popular de este movimiento. En realidad, el nivel social de los dirigentes fue generalmente más elevado de lo que se ha pensado. No es necesario insistir sobre la posición holgada de las familias a las que pertenecieron Jesús Carranza y Raúl Madero, menos conocidos que sus hermanos, pero que jugaron un papel militar de mayor relieve en las luchas revolucionarias. Alrededor de los Madero se agruparon hombres con posibilidades económicas considerables. Principalmente los hermanos Aguirre Benavides, dueños de grandes extensiones de tierra en el estado de Coahuila. Su tío Catarino Benavides tenía una fortuna personal que le permitió pagar y armar a los primeros maderistas que se alzaron en el norte de la república.[ 3 ] Miguel Acosta estuvo igualmente ligado a este grupo familiar (sobrino de Evaristo Madero). El futuro general ofrecía en 1911 excelentes sueldos y armas además de caballos de óptima calidad a los hombres que aceptaran seguirlo en los primeros levantamientos. Su aspecto personal: "Fino, correcto y de conducta intachable..." revela una posición social acomodada.[ 4 ]

Otro ejemplo característico es el de Francisco de P. Mariel, terrateniente de origen italiano, dueño de grandes propiedades en los alrededores de Huejutla, Hidalgo. En este mismo estado, Roberto Martínez y Martínez tenía igualmente intereses considerables que puso al servicio de la Revolución.

A Luis Felipe Domínguez, hacendado de Tabasco, no le hicieron falta recursos para mantener y equipar a ochocientos hombres a finales de 1910. Tampoco a Máximo García, a quien John Reed conoció y describió como "un rico hacendado, dueño de inmensos latifundios" en el estado de Chihuahua.[ 5 ]

Estos ejemplos ilustran la idea que una de las principales características de los primeros jefes maderistas fueron sus posibilidades económicas que les permitieron reclutar y sostener a los hombres que los siguieron.

Los constitucionalistas también fueron hombres de recursos. Los tres grupos principales de la Revolución contaron con el apoyo de aliados privilegiados. Alrededor de los Carranza se reunieron personajes como los hacendados Ernesto Santoscoy e Idelfonso Pérez o empresarios como Fortunato Zuazua.

A pesar de los orígenes sociales modestos de Francisco Villa, el movimiento que llevó su nombre atrajo un número considerable de generales "catrines" que superaban en proporción a los "pelados"; Estos jefes "catrines" o "perfumados" como se denominaban entre ellos mismos fueron hombres como Felipe Ángeles, Eugenio Aguirre Benavides, Máximo García y Manuel Chao, generalmente ex maderistas.

Si bien ningún hacendado se unió al movimiento zapatista, los orígenes sociales de sus jefes no fueron tan humildes como se piensa generalmente. El mismo Emiliano Zapata no era en 1910 un peón dependiente. Había heredado tierras de su padre y era aparcero de unas cuantas hectáreas en una hacienda local. También ejerció la ocupación de arrendador de caballos y era conocido en el estado de Morelos como uno de los mejores conocedores de la raza equina. Su hermano Eufemio heredó igualmente un pequeño capital de sus padres, que invirtió en el comercio de frutas en el estado de Veracruz.[ 6 ] Uno de los jefes más cercanos de Zapata, Alfredo Serratos, trabajó como jefe de viajeros del departamento de maquinaria de una importante casa de la ciudad de México. Esta firma le brindaba un sueldo mensual de quinientos pesos y excelentes prestaciones.[ 7 ] Antes de la Revolución, Francisco Mendoza, uno de los jefes zapatistas de mayor relieve era propietario del rancho " La Cuadrilla de Pala" que se encontraba en la municipalidad de Jojutla. No sabemos con exactitud qué profesión ejercía Pedro Saavedra en 1911. Sin embargo, disponía de recursos suficientes para levantarse con cien hombres armados y montados de su propio peculio.

Si regresamos a consideraciones más generales, en muchos casos los futuros dirigentes no tuvieron el tiempo suficiente para alcanzar una posición tan privilegiada como la de los ejemplos que mencionamos. Esto se justifica por la juventud de los generales que se refleja en la proporción de estudiantes que se vieron obligados a interrumpir sus carreras. Futuros líderes como Rafael Buelna, Ernesto Aguirre Colorado o Gilberto Camacho eran aun estudiantes en 1910. Sin embargo, pertenecían a familias distinguidas y pudientes. Su ingenio, ambición personal y sus lazos con familias poderosas les aseguraba un futuro prometedor.

Héctor Aguilar Camín describió en su libro la Frontera nómada la posición profesional ascendente de Álvaro Obregón y Benjamín Hill,[ 8 ] quienes tenían conexiones con miembros de la oligarquía local de Sonora y un futuro sin lugar a dudas prometedor. Los vínculos, aun lejanos, con familias influyentes jugaron un papel fundamental en el ascenso profesional de los famosos jefes sonorenses.

Fue también el caso de Ramón lturbe, a quien su hermano Francisco, hacendado de Sinaloa, brindó todo su apoyo.

Debemos señalar que una característica general de los líderes fue el acceso a la propiedad antes de la Revolución. Trabajos de investigación recientes han revelado el papel de los "rancheros" o pequeños propietarios durante este periodo.[ 9 ] Aunque este concepto cubre realidades muy diversas, resulta válido para designar a los que, sin ser terratenientes, cultivaban tierras que les pertenecían. Álvaro Obregón, Lucio Blanco y Felipe Riveros obtenían ganancias de sus cultivos antes de 1910. Ninguno de nuestros jefes era peón cuando estalló la Revolución. No todos poseían cantidades extensas de tierra. Sin embargo, debemos comparar lo que representaba la propiedad de la tierra, aun mínima, en un país en el cual la mayoría de los campesinos no eran dueños de la tierra que cultivaban.

Algunos pasaron épocas difíciles, pero en el momento de tomar las armas habían alcanzado una posición social más elevada que en sus comienzos. Francisco Villa empezó a trabajar en la hacienda de la familia López Negrete cultivando a medias; más tarde, ya fuera de la ley, practicó el abigeato pero a partir de 1908 inició una vida más estable y próspera dedicándose al comercio.

Manuel Diéguez empezó desde abajo; encontró trabajo en una finca campestre en el estado de Sinaloa, pero como el salario que percibía resultaba demasiado bajo abandonó ese empleo y se dirigió a Mazatlán, en donde se le contrató como "criado de segunda" en la Armada Nacional. Más tarde, ingresó como minero en una importante compañía sonorense. No obstante, en 1906 había alcanzado un puesto de mayor relieve: era el ayudante de contaduría de la superintendencia de las minas de Cananea. Se le dio el puesto por su dominio del inglés y por sus conocimientos en administración.[ 10 ]

Debemos mencionar un alto porcentaje de profesiones ligadas al comercio. Emiliano Nafarrete permaneció en los planteles educativos hasta la edad de diecisiete años. Al término de sus estudios secundarios, se separó del colegio para dedicarse al comercio, quedando al frente de un establecimiento mercantil que su padre tenía en San José de Gracia, Sinaloa.

Antonio Portas, uno de los jefes que se levantaron con Cándido Aguilar, nos relata en su autobiografía que muy joven adquirió una tienda de abarrotes en su pueblo natal de San Juan de la Punta, Veracruz, en donde se dedicó a la venta al lado de su madre.

Estos ejemplos, además de subrayar posiciones socioprofesionales menos dependientes que las de la mayoría de los mexicanos de esa época, ponen en relieve la importancia de ocupaciones vinculadas con el trato diario de mucha gente. Este aspecto contó mucho en el momento de los levantamientos.

Del análisis de los orígenes sociales se desprende una certitud: no pertenecían a las clases humildes, podríamos inclusive subrayar el hecho de que tenían en muchos casos una posición privilegiada. Su situación era ventajosa por los medios económicos de los que podían disponer y por el apoyo que les proporcionaban sus relaciones familiares.

El tipo de profesiones que aparecen con más frecuencia son aquellas que favorecen el establecimiento de múltiples contactos personales como son el comercio y la enseñanza. Aun cuando están ligadas al cultivo de la tierra siempre tienen vínculos con el comercio. Esta posición hizo posible que en el momento de los primeros levantamientos hayan dispuesto de los contactos y posibilidades materiales necesarios para reunir, armar y pagar a los voluntarios que los siguieron.

Naturalmente, la problemática que se desprende de este tipo de análisis se relaciona con los motivos que los impulsaron a oponerse al orden establecido, si tomamos en cuenta que sus posibilidades económicas eran en algunos casos muy semejantes a las de la elite porfirista. ¿Qué factores los diferenciaba de ella? ¿Qué razones fueron lo suficientemente poderosas para obligarlos a tomar las armas arriesgando lo adquirido?

Cabe mencionar que un factor importante fue su pertenencia a familias de abolengo, pero que habían perdido gran parte de su poder con la llegada de los porfiristas a los principales puestos políticos. Un ejemplo característico es el de Ignacio Pesqueira, miembro de la familia que acaparó el poder en el estado de Sonora de 1857 a 1877. Se trata de uno de los clanes que perdieron su preeminencia con el acceso al control del estado por el triunvirato de Torres, Izábal y Corral. A pesar de todo, en 1910, los Pesqueira siguen teniendo intereses económicos importantes en el estado. Ignacio administra los negocios mineros de la familia y ocupa en 1908 el cargo de presidente municipal de Cananea. La Revolución les brindó la oportunidad de acabar con sus enemigos porfiristas y de recuperar parte del poder perdido.

Además de contar con medios económicos considerables, los generales poseían características personales que les proporcionaron un poder de movilización digno de tomarse en cuenta. Un factor fundamental que los diferenciaba de la elite porfirista y que contribuyó a su victoria fue un hondo apego a la tierra. Este arraigo fue un rasgo general que implica un conocimiento profundo de sus habitantes y de sus posibilidades. Rancheros, hacendados, maestros, comerciantes, todos habían mantenido lazos estrechos con las realidades cotidianas del mundo rural. La mayoría nació y residía en el campo en 1910.

En el caso particular de los hacendados, nunca fueron ausentistas. Resulta interesante notar que las propiedades que fueron atacadas pertenecían con frecuencia a dueños que residían en la capital. Fue el caso de las haciendas azucareras de Morelos y de los latifundios de los Terrazas en Chihuahua.

Debemos insistir sobre la calidad de las relaciones que mantenían con las gentes que los rodeaban y en particular acerca de sus amplios conocimientos del campo, de sus necesidades y debilidades, así como de la manera en la que se podía movilizar, controlar o manipular su fuerza.

No tenían nada en común con las elites afrancesadas de la ciudad de México, cultas y bien vestidas pero con poco arraigo en el campo.

Otro aspecto notorio tiene relación con la personalidad de los generales que descubrimos a través de los textos. Sin duda alguna, fueron hombres fuera de lo común, dotados de facultades carismáticas y capacidades de organización que contribuyeron a darles la fuerza necesaria para reclutar grupos y llevarlos a la lucha.

En 1910, algunos habían inclusive alcanzado cierta popularidad, eran en ciertos casos notables locales, conocidos y respetados. Esto no era ajeno a un nivel cultural superior al de la mayoría de los mexicanos de principios de siglo.

¿Generales analfabetas?

Los periodos de inestabilidad son generalmente favorables a la toma de poder por caudillos con poca preparación escolar. En los campos de batalla la destreza en el manejo de las armas y caballos, unida a las facultades de organización, son más útiles que una cultura extensa. El conocimiento del campo como nos lo describe el propio Villa, a través de Manuel Muñoz,[ 11 ] tuvo una relevancia fundamental durante los años de clandestinidad y de lucha:

Sé dónde hay cuevas y de dónde sale buena agua para beber. Me amarras una venda, me llevas y me dejas en mitad de un cañón, que no se vea más que un cerro para un lado y otro para otro y te digo dónde estoy. [...] cuando hiela y cuando nieva, la montaña me cobija, durante el invierno [...] conozco las hierbas, sé cuáles alimentan y cuáles curan: la cola de coyote para cerrar las heridas, el simonillo para cuando hagas bilis y las barbas de elote para cuando duelen los riñones de mucho andar a caballo, la flor de tabachín quita la tos y la raíz de tumbavaquero te fortalece el corazón; hay yerbas que te duermen y otras que alegran como licor. [...] y también sé cuándo va a llover y cuándo va a hacer viento. Conozco las estrellas y por la noche sé para dónde camino.

Sin embargo, la mayoría de los dirigentes además de poseer este tipo de aptitudes empíricas, frecuentaron las aulas escolares y sus conocimientos les facilitaron sin duda el acceso a posiciones de liderazgo.

Y a pesar de todo la historiografía tradicional de la Revolución Mexicana ha insistido erróneamente sobre el analfabetismo y la falta de preparación de los principales generales. El tipo de fuentes a las cuales seguimos haciendo referencia es en parte responsables de estos errores de interpretación. La historia oficial, que nació con el triunfo de la facción carrancista, utilizó esta arma para desprestigiar a los vencidos. Emiliano Zapata, Calixto Contreras y Pánfilo Natera fueron jefes analfabetas y por lo tanto incapaces de dirigir a un país al que hubieran llevado a la ruina de no haber vencido los constitucionalistas.

Otro tipo de documentos, sin que la intención haya sido desacreditar, ahondaron en este sentido. Se trata principalmente de las novelas de José Vasconcelos y de Martín Luis Guzmán cuyos relatos fueron tomados al pie de la letra por muchos estudiosos como testimonios realistas de la Revolución. Fueron escritores cultos y talentosos y precisamente fueron sus conocimientos los que les impidieron juzgar objetivamente los niveles culturales de los generales que retrataron en sus obras. Emitieron un juicio con base en su propia cultura sin tomar en cuenta que una preparación que les podía parecer mediocre en el medio universitario de la capital podía dejar de serlo en un pueblo o en un rancho de provincia.

Los líderes revolucionarios poseían una clase de conocimientos ligados a la tierra y a los hombres que la trabajan, que la apreciación elitista y moralista de estos escritores no supo valorar. La descripción que hace Martín Luis Guzmán de algunos dirigentes en su obra El águila y la serpiente es particularmente transparente en este sentido. El autor de esta famosa novela tuvo la oportunidad de conocer y convivir con el líder norteño Ramón lturbe y nos describe a un jefe humilde con "una cultura [...] pobrísima entonces".[ 12 ]

Le llamó la atención "el desaliño" de su vestimenta, aunque posteriormente admite que después de considerar "dos o tres veces la totalidad de su persona" quedaba uno convencido de que "aquello, lejos de ser un defecto, era [...] indiferencia por lo que en el fondo no representaba valor alguno definitivo".[ 13 ] Este tipo de descripción induce fácilmente al error a cualquiera que desconozca los orígenes sociales y la preparación de Ramón lturbe. En 1910, lejos de encontrarse en una situación precaria, el joven sinaloense tenía un porvenir asegurado. Cuando decide afiliarse al antireeleccionismo estaba cursando la carrera de ingeniería y contaba con el apoyo de un hermano mayor, Francisco, hacendado del norte del estado. Desde los primeros momentos de la lucha, Madero lo recomienda personalmente como "un joven moderado, educado, patriota y que será un excelente soldado. Desea prestar sus servicios únicamente hasta fines de este año (1911), pues desea proseguir sus estudios de ingeniero".[ 14 ]

Otro dirigente que impresionó al autor fue José Isabel Robles. Martín Luis Guzmán nos describió su asombro ante "el hecho insólito de que un subordinado de Villa leyera a Plutarco". Lejos de reconocerle cierta preparación, insiste en que "mirándolo de cerca [...] y bajo la epidermis de su incultura tenía cierta sensibilidad fina que en cualquier otro hubieran parecido cualidades adquiridas".

¿Es legítimo considerar que no se podía ser simultáneamente culto y admirar a Villa? ¿Olvidaba que generales con la preparación de Felipe Ángeles o Raúl Madero fueron villistas? En realidad José Isabel Robles tenía las bases para apreciar Las vidas paralelas por una razón de peso. No solamente sabía leer y escribir sino que había adquirido conocimientos considerables en el seminario que abandonó para dedicarse al ejercicio de la docencia laica.

Pocos jefes no habían aprendido a leer y a escribir en 1910 (entre ellos Francisco Villa, Francisco Urbalejo y Luis Espinosa) y la preparación de gran parte es sorprendente. Pablo A. de la Garza, Carlos Echeverría y Diódoro de la Garza estudiaron jurisprudencia. Rafael Buelna y José Inocente Lugo seguían el mismo camino cuando la Revolución los sorprendió en los planteles universitarios. Gilberto Camacho y Ernesto Aguirre Colorado cursaron la carrera de Medicina. Otros se graduaron en escuelas de ingeniería: Vicente Dávila Aguirre, Eduardo Hay y Raúl Madero. Ramón Iturbe, mencionado anteriormente, obtuvo el título de ingeniero una vez terminada la Revolución maderista.

Los egresados del Colegio Militar de Chapultepec tenían igualmente un nivel académico elevado (Felipe Ángeles, Jacinto Treviño, Ángel Barrios, Federico Montes). El contenido del programa de estudios del prestigioso plantel de la capital basta para juzgar de la calidad de la enseñanza impartida. Estudios técnicos, comerciales y niveles de preparatoria también abundan. En algunos casos la enseñanza se lleva a cabo en colegios y academias norteamericanos.

Por otro lado, el número de profesores salta a la vista: Manuel Chao, Alberto Carrera Torres, Francisco Cosío Robelo, Otilio Montaño, Antonio Villarreal, José Isabel Robles... Definitivamente el porcentaje de jefes que recibieron una educación privilegiada es suficientemente amplio para impedirnos hablar de excepciones. Sostendremos además que un nivel de secundaria o primaria (la mayoría) debe ser considerado como un elemento de peso si se le compara al ochenta por ciento de analfabetas con los que contaba el país a principios de siglo.

¿Lo expuesto anteriormente corrobora la tesis de que los líderes revolucionarios pertenecían a un veinte por ciento de privilegiados culturales? ¿Cuáles son las implicaciones de este nivel escolar elevado? Sin duda alguna sus conocimientos por encima de la mayoría favorecieron su acceso al liderazgo. Además, su grado de conocimientos es una clave para entender su estado de insatisfacción. A pesar de su preparación, se les negaban los puestos políticos a los que aspiraban y que acaparaban un grupo reducido. Resulta interesante añadir que la enseñanza que se impartía en los planteles a los que concurrieron estaba marcada ideológicamente por los ideales liberales.

Los estudiantes que recibieron este tipo de educación individualista y democrática sintieron muy pronto que la realidad no correspondía a los principios aprendidos y experimentaron la imperiosa necesidad de cambiar este orden de cosas. No todos concebían el cambio de la misma manera y no fueron siempre opciones ideológicas las que determinaron su lealtad a los grupos clientelares que se formaron a finales de 1914.

El peso de las ligas personales

La importancia de los lazos personales en la historia de nuestro país es indiscutible y aporta nuevas luces en el estudio de la Revolución. No existe mejor coyuntura que la de los periodos agitados de nuestra historia durante los cuales se revela con más intensidad este tipo de fenómenos.

A pesar de todo, la mayoría de los estudios sobre la Revolución se han limitado a exponer la oposición entre Villa y Carranza para explicar la gesta del conflicto interno que dividió al país. Sin embargo, el análisis de los principales jefes nos revela la fuerza de oposiciones y ligas personales que van más allá de las diferencias que distanciaron a los dos líderes.

Los principales jefes estaban ligados entre sí por una red de lazos muy sólidos. En el momento de la escisión estos nexos contribuyeron a la formación de alianzas que se enfrentaron con singular fuerza. En este sentido el estudio de las biografías no puede limitarse a un examen individual y debe de entenderse a través de su relación con las redes de parentesco. Estos lazos no son evidentes. El discurso revolucionario presente en los debates de la Convención de Aguascalientes[ 15 ] alteró y escondió cuidadosamente lo que los delegados llamaban despectivamente "el personalismo". Los actos y decisiones que determinarían el futuro de México no debían depender de lealtades sino de opciones guiadas por nobles ideales. Sin embargo, la retórica revolucionaria negó sin lograr cambiar una realidad que se manifestaba cada día con mayor claridad.

Las relaciones de tipo personal no se limitaban a los líderes. La mayoría de los soldados estaban ligados a sus jefes por este tipo de lazos. Para designarlos se les llamaba generalmente "la gente de...". Cuando a finales de 1914 los generales se vieron orillados a elegir entre Villa, Zapata o Carranza, "su gente" no tuvo otra alternativa que la de seguir la elección de su jefe.

Las fuerzas que tomaron decisiones contrarias fueron extremadamente raras. Fue el caso de los hombres del general Sergio Pazuengo, quien en el mes de noviembre de 1914 se preparaba a incorporarse al Ejército Constitucionalista cuando sus tropas lo aprehendieron, entregándolo al jefe villista Calixto Contreras. El segundo hecho digno de mencionarse por su carácter excepcional fue el de la rebelión de las fuerzas del general chihuahuense Agustín Estrada. A principios de 1912, una parte de sus tropas lo desconoció lanzando el grito de ¡Viva Zapata, viva Vázquez Gómez y muera Madero!"

Sin embargo, por lo general, las ligas que unían a los revolucionarios eran lo suficientemente sólidas como para que acontecimientos análogos a los mencionados anteriormente tuvieran pocas posibilidades de suceder.

Disfrazada por los discursos, esta característica de un ejército fincado en las lealtades personales fue entendida y utilizada por los principales líderes para proporcionar cohesión a sus tropas y a la vez para limitar el poder de sus subalternos.

Molesto por la iniciativa agraria, autónoma y espontánea de Lucio Blanco, Carranza decidió frenar el poder cada día más sólido e independiente del famoso líder coahuilense. La estrategia del "primer jefe" consistió en ordenar su cambio de las fuerzas del noreste a las del noroeste, cortándolo de sus soldados y oficiales y poniéndolo bajo las órdenes de jefes cuya ambición pondría un freno a la carrera militar ascendente de Blanco. Posteriormente, con la victoria constitucionalista y la institucionalización del ejército, este método se generalizó. Se utilizó para limitar el poder de aquellos jefes cuyo potencial militar representaba un peligro para la estabilidad del gobierno constituido. Fue un arma definitiva, ya que por este medio se obtuvo su sumisión o eliminación (por medio de juicios sumarios o exilios), ya que cortarlos de sus fuerzas era percibido como una injusticia que provocaba con frecuencia rebeliones.

Lo interesante y complicado del papel que jugó el clientelismo es un hecho que no obedece a diferencias ideológicas ni de clase. Las redes de ligas personales tienen una estructura piramidal que abarca todo tipo de aspiraciones y opciones ideológicas. El cemento que une a sus miembros es la lealtad. Estas características dan por resultado alianzas aparentemente contradictorias pero que obedecen a una dinámica propia. Es el caso de la formación de la alianza villista. En el momento de la ruptura, la integraron elementos revolucionarios que se unieron a esta facción por razones de índole diversa. El núcleo principal quedó integrado por los jefes de la División del Norte ligados personalmente a Villa. Alrededor de un círculo concéntrico encontramos a la clientela maderista (los Aguirre Benavides, los Acosta, los Madero, etcétera), familias acomodadas y cultas del norte opuestas tradicionalmente a Carranza. Por otro lado encontramos la manifestación de resentimientos en contra del "primer jefe" o de sus oficiales. Felipe Ángeles y Rafael Buelna no encontraron un reconocimiento merecido de sus méritos en el campo constitucionalista.

Por último, tenemos a las clientelas cuya pugna por el control de la Revolución en el ámbito local las obligó a optar por la facción contraria a la de sus enemigos. En el estado de Sonora, José María Maytorena se decidió por Villa porque representaba la única alternativa frente al grupo carrancista encabezado por Obregón. En Sinaloa, Felipe Riveros se afilió al villismo y se opuso a los carrancistas Iturbe y Carrasco.

Otro tipo de alianzas paradójicas, si no se entienden a través de una articulación clientelista, es el caso del apoyo de grupos étnicos indígenas a jefes que no pertenecían a su tribu. ¿Cómo explicar el caso de los yaquis que en vez de luchar unidos se dividieron en dos grupos opuestos? El primero apoyó a Maytorena y al villismo. El segundo siguió a Obregón y contribuyó en gran parte al triunfo de una Revolución progresista e individualista contraria a sus intereses y a su visión del mundo.

El análisis de las relaciones personales debe de tomarse en cuenta en cada estudio general o monografía regional. El campo de investigación con base en esto es todavía muy amplio.

Conclusiones

Salvo excepciones, no se trataba ni de los hombres "del pueblo y analfabetas" a los cuales hacen referencia gran parte de los estudios que sobre el tema existen ni de los más ricos y preparados. Esto no implica que hayan pertenecido a la franja de la sociedad que se conceptualiza como "las clases medias".

Una mayoría poseía cultura, recursos y popularidad que justifican el empleo del término de "elite". Mas no de las elites afrancesadas y bien vestidas de la capital que detentaban el poder político, sino de notables locales.

Sus conocimientos estaban muy por encima de la mayoría del pueblo mexicano y contaban con medios económicos considerables. Sin embargo, sería erróneo pensar que el no tener mayores problemas económicos los predestinaba a concebir los cambios desde el punto de vista de la clase a la que pertenecían y que lo único que les molestaba profundamente era el no disfrutar de libertades políticas.

Un origen social privilegiado no excluye la capacidad para interpretar los anhelos de las capas más humildes de la sociedad. Lamentablemente, los generales con estas características estuvieron en la mayoría de los casos en el campo de los vencidos. Anhelo de justicia y convicciones quedaron relegados frente a "cualidades" como la conveniencia, el oportunismo y el olfato político.

 

[ 1 ] Este trabajo se realizó con base en Marta Ramos, L'élite militaire revolutionnaire, une étude prosopographique (1914-1915), tesis de doctorado.

[ 2 ] Para reunir lo que fue la elite militar a finales de 1914 y principios de 1915, seleccionamos a los jefes que tenían el mando de ejércitos de más de mil hombres o a los generales con el suficiente prestigio para ser reconocidos como representantes en la Convención de Aguascalientes. Para el caso particular de los zapatistas tomamos en cuenta a los firmantes del Plan de Ayala Reformado, ya que sus líderes no estuvieron al frente de fuerzas tan numerosas.

[ 3 ] Los datos biográficos provienen de los expedientes de los doscientos generales (carrancistas, villistas y zapatistas) que se encuentran en los Archivos de Cancelados y Pensionistas de la Secretaría de la Defensa Nacional.

[ 4 ] Romana Falcón, "¿Los orígenes populares de la Revolución de 1910?, El "caso de San Luis Potosí", Historia Mexicana, XIX (114), octubre-diciembre 1979, p. 218.

[ 5 ] John Reed, México insurgente, Barcelona, Ariel, p. 145.

[ 6 ] John Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI Editores, 1984, p. 4.

[ 7 ] Archivo de la Defensa Nacional, Cancelados, exp. C-XI-III-2- 696, f. 89.

[ 8 ] Héctor Aguilar Camin, La frontera nómada: Sonora y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI Editores, 1977.

[ 9 ] Franz Schryer, Rancheros of Pisaflores, Toronto, University de Toronto, 1980, Ian Jacobs, Ranchero revol: the Mexican Revolution in Guerrero, Texas, University of Texas Press, 1983.

[ 10 ] Héctor Aguilar Camin, Saldos de la Revolución, México, Océano, 1985, p. 44.

[ 11 ] Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, México, Málaga, 1977, p. 254.

[ 12 ] Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, México, Málaga, 1977, p. 254.

[ 13 ] Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, México, Málaga, 1977, p. 254.

[ 14 ] Alfredo Álvarez, Madero, su obra. Documentos inéditos, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1934, p. 27.

[ 15 ] Isidro Fabela (ed.), Documentos históricos de la Revolución Mexicana La Convención. Debates de las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria, 1914-1915, 6 v., México, Jus, 1972.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 11, 1988, p. 219-231.

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