Francisco José Paoli, Yucatán y los orígenes del nuevo Estado mexicano.
Gobierno de Salvador Alvarado, 1915-1918, México, Era, 1984, 222 p.
(Colección Problemas de México, 31).
Álvaro Matute
Resulta refrescante la lectura de este libro de Francisco José Paoli, en el cual logra el intento de vincular el presente con el pasado y la experiencia particular de un estado de la república con la totalidad de ella. En efecto, el análisis de la experiencia revolucionaria que protagonizó el general de división Salvador Alvarado en el Yucatán de 1915 a 1918 arroja mucha luz sobre los orígenes del Estado mexicano moderno. Las reflexiones finales del libro son un resumen e inventario de características del Estado mexicano, cuya primera puesta en práctica tuvo lugar en Yucatán. Dichas características son, entre otras, la alianza del Estado con los trabajadores, la asociación con los empresarios, la organización, el control y la orientación de la educación y el autoritarismo estatal.
Paoli parte de analizar las condiciones existentes en el Porfiriato, en la península y el estado de Yucatán, el cual vivió un desarrollo económico impresionante bajo la administración de Olegario Molina y Avelino Montes, gracias a la demanda internacional -principalmente norteamericana- del henequén y a la sujeción de los cultivadores a una condición próxima a la esclavitud, mediante el endeudamiento crónico, es decir, una mano de obra mas que barata. La diferencia entre la clase empresarial, los oligarcas y otros empresarios del henequén permitieron que Alvarado desarrollara la Comisión Reguladora del Mercado del Henequén como una compañía que garantizaba los precios a los productores al tratar con el comprador. Ello permitió terminar con el endeudamiento del peón, mejorar sus condiciones de vida y promover su educación. Asimismo, ello fue posible gracias a que en Yucatán la lucha armada fue mínima. Mas no se trata de resumir el contenido de un libro breve y brillante, sino de llamar la atención sobre sus aciertos. La línea que sigue Paoli es la de rastrear los elementos vivos -y muertos también- que existen del gobierno alvaradista en el Estado revolucionario mexicano. Todo queda muy claro y resulta de lo más interesante ver cómo la práctica de medidas auténticamente revolucionarias se vivifican fuera de su contexto originario y cómo también esas medidas se tradujeron en legislación a través de la diputación yucateca al Congreso Constituyente de 1916-1917. La actuación del diputado Héctor Victoria es ponderada como una de las más valiosas del Congreso de Querétaro.
Libros como Yucatán y los orígenes del nuevo Estado mexicano se inscriben en una línea de investigación dentro de la cual destaca El laboratorio de la Revolución de Martínez Assad, en la cual están empeñados muchos investigadores de la provincia y del extranjero inclusive, que han comprendido muy bien que la historia de la Revolución y del Estado mexicanos tiene que enriquecerse con el examen de lo que sucedió en los niveles regional y estatal. Cuando ese ciclo se cumpla no se habrá satisfecho una simple curiosidad, sino que se habrá llevado a consecuencias más hondas la necesidad de precisar los conocimientos sobre un hecho histórico vivo y trascendente. Por desgracia, ese saber no fue cultivado con la metodología adecuada por parte de quienes intentaron hacer la historia de la Revolución en los estados, ya que de haberlo hecho, la actual generación habría tenido un campo de estudio más estrecho.
No por objetar las excelencias del libro de Paoli, conviene ponerle algún reparo. En su simpatía por Alvarado, que comparte este reseñista, le sucede lo que a Víctor Manuel Villaseñor en sus Memorias de un hombre de izquierda -también objeto de una reseña mía- en relación con el general Obregón, y es lo siguiente: al glosar los artículos de Alvarado en El Heraldo de México, que continúan la tesis de La reconstrucción de México, pareciera que el voluntarismo de Obregón retrasó el proceso institucional de México hasta 1928. Es cierto que Alvarado, Martín Luis Guzmán y otros pugnaban por una mayor democratización institucionalizada, pero también es cierto que las condiciones del país en ese momento histórico reclamaban un caudillo que las negara y que, al afirmarse como tal, condujera el proceso a su propia negación. Si se entiende este aserto dialéctico queda claro que Obregón fue necesario, como también fue necesaria su desaparición. Con respecto a las buenas intenciones de Alvarado, habría que verlo más como un "grillo" que al saberse derrotado de antemano por el sonorense, por lo menos quiso dejarlo embarrado en el pavimento de la democracia. Hay algo del bueno y el malo en el discurso, pero en rigor esto es jalar agua al molino del reseñista a costa de un libro muy respetable que da un buen ejemplo a seguir.
Sin pretensiones de profecía porque ya se siente entre los estudiosos, la Revolución debe llevar a los investigadores al Porfiriato, éste a la Reforma y así al encuentro con las raíces históricas del México contemporáneo. Por otra parte, también se debe ir hacia muchos de los individuos que, como Alvarado, concibieron un modelo de país y pusieron en práctica mucho de lo que caracterizaba al modelo. Afortunadamente hay mucho quehacer historiográfico y, por fortuna, ese quehacer se enriquece con aportaciones como esta de Francisco José Paoli.Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 11, 1988, p. 274-276.
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