Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

RELACIONES ENTRE MÉXICO Y LOS ESTADOS UNIDOS: 1921[ 1 ]

Martha Strauss Neuman


Sería imposible comprender el estado de las relaciones entre México y los Estados Unidos en 1921 sin tomar en cuenta la situación que privaba entre ambas naciones cuando menos a partir de 1917. Dicho año marcó la cristalización de la Revolución Mexicana: la promulgación de una nueva Constitución que fortaleció el nacionalismo mexicano y provocó, entre otras cosas, que algunos de sus artículos fuesen considerados por algunos círculos de capitalistas extranjeros como el fin de su preponderancia económica en nuestro país.

Es de todos sabido que para el segundo decenio de este siglo, buena parte de la vida económica mexicana se encontraba en manos extranjeras, situación provocada por la política que siguió Porfirio Díaz al dar una franca bienvenida a los inversionistas de todo el mundo. Primero el movimiento armado y después la nueva Constitución amenazaron abiertamente a capitalistas ingleses, franceses y belgas, pero sobre todo a norteamericanos, cuyas inversiones en México sumaban ya alrededor de seiscientos cincuenta y dos millones de dólares y eran las más importantes de todas las inversiones extranjeras en México.

Los capitales estadounidenses y europeos se encontraban diseminados en prácticamente todas las ramas de la economía mexicana, pero en el caso de los norteamericanos, las inversiones en las industrias extractivas -petróleo y minería- eran las predominantes; de allí el esfuerzo estadounidense por defender la situación que había prevalecido en nuestro país durante el Porfiriato.

Sin embargo, después de la primera veintena de años del siglo, el panorama ya no era igual ni en México ni en nuestro vecino norteño. En México, la Revolución de 1910 y la guerra civil provocaron la ruptura de la paz porfiriana que se había prolongado por treinta años y que, en muchos aspectos, transformó al país para siempre. Los Estados Unidos, a pesar de no haber atravesado por una revolución armada, sí fueron partícipes directos en la primera conflagración mundial y el resultado de la guerra probó ser económicamente muy ventajoso para nuestros vecinos.

No solamente fue la única nación vencedora en el conflicto, sino que su economía se desarrolló a tal grado, que por primera vez en su historia pasó de ser país deudor a país acreedor. Esto, aunado a su creciente industrialización, dio como resultado un gran auge económico que, salvo algunas depresiones, se prolongaría durante toda la década de los veinte.

La creciente expansión económica estadounidense llevó, a su vez, a la concentración de capitales cada vez mayores que debieron buscar salida en mercados externos. Ya para esta época era un hecho la consolidación de la hegemonía estadounidense sobre América Latina, de allí que no fuese extraño que inversiones importantes se realizaran en el área, distinguiéndose como principales receptores México y Cuba. La región también se caracterizaría por captar buena parte de las manufacturas norteamericanas y por proveer a los Estados Unidos de una constante, abundante y económica fuerza de trabajo, de la cual hablaremos más adelante.

Esto nos lleva a la conclusión de que precisamente los años en que México estaba luchando por recuperar el control sobre los recursos de la nación coincidieron con la etapa expansiva del capitalismo industrial, es decir, con la apropiación de mercados en dónde invertir, en dónde vender sus bienes y de dónde extraer las materias primas necesarias en el proceso productivo.

Al iniciarse el año de 1921, el presidente mexicano, Álvaro Obregón -uno de los caudillos más populares y carismáticos de la Revolución - con apenas un mes en la silla ejecutiva, tenía ya ideas bien concretas respecto al plano internacional. No así su homólogo estadounidense, el republicano Warren G. Harding, quien, después de asumir la presidencia en marzo de ese mismo año, delegó casi de inmediato la política hacia México en manos del Departamento de Estado, en parte por su falta de conocimientos sobre la problemática de nuestro país, sobre todo, porque las tensiones y reacomodos surgidos después de la Paz de Versalles ocuparían con creces su atención.

Varios eran los problemas que aquejaban las relaciones mexicanoamericanas en 1921. Sin embargo, el más urgente para México -y que se fue dramatizando al transcurrir los meses- fue el de lograr el reconocimiento oficial de Washington; este hecho representaba una necesidad urgente para legitimar al régimen obregonista ante el mundo entero, dándole un consenso de mayor firmeza tanto política como económica. Pero la estabilidad política -hablando en términos generales- estaba presente en la escena mexicana en 1921, así que el reconocimiento estadounidense resultó no tanto una necesidad nacional sino un requisito para satisfacer el orgullo personal del general sonorense.

La cuestión del reconocimiento de un gobierno mexicano por el norteamericano no era nuevo en la historia de las relaciones entre ambos países, pero la lucha por lograrlo -y los medios que se utilizaron- caracterizarían la mayor parte de la administración obregonista.[ 2 ]

Los motivos por los que los Estados Unidos se negaban a reconocer al general Obregón eran bastante claros: la Casa Blanca no podía otorgar su aprobación a regímenes que amenazaran con dañar a los intereses económicos de los norteamericanos en México. La amenaza concreta era la interpretación y práctica del artículo 27 constitucional, por cuyos preceptos se decretaba que tanto la superficie como el subsuelo -y todo lo que en él existe- dentro de los límites del territorio mexicano pertenecían a la nación. Esta disposición contravenía los códigos mineros de fines del siglo XIX y principios de éste, por medio de los cuales Porfirio Díaz había otorgado la propiedad del subsuelo al dueño de la superficie, acciones que en mucho nos explican el desenfrenado crecimiento de la inversión extranjera en México durante dicha época.[ 3 ]

Los principales intereses afectados por la nueva legislación eran, obviamente, mineros y petroleros, quienes, por el monto de sus inversiones en México, resultaron -como ya hemos dicho- en su mayor parte de ciudadanos norteamericanos, seguidos muy de lejos por los de los capitalistas ingleses.

Hacia 1921 tanto petroleros como mineros tenían ya organizaciones bien establecidas para defender sus intereses en México. A pesar de que en ese año las inversiones norteamericanas en minería sobrepasaban a las dedicadas a la industria petrolera, los representantes de este último grupo tuvieron una mejor capacidad de organización porque se trataba de una industria en mayor expansión que la minera pero sobre todo por la homogeneidad que les dio el hecho de que el petróleo sólo se explotase en los estados del Golfo de México, en tanto que los yacimientos mineros se encontraban diseminados en más de una docena de entidades, lo que a su vez provocó la creación de organizaciones mineras a nivel local, aunque propensas a unirse para presionar a su gobierno en contra la política mexicana.[ 4 ]

Durante todo 1921, los petroleros y su principal organismo, la Asociación de Productores de Petróleo en México, lucharon denodadamente en contra del reconocimiento del gobierno mexicano. Sus tácticas fueron variadas: difamación, propaganda contraria a nuestro país, informes alarmistas sobre la situación mexicana (que iban desde afirmar que Obregón no permanecería por mucho tiempo en el poder debido a la falta de estabilidad de su gobierno hasta la acusación de que la amenaza bolchevique estaba convirtiendo a nuestro país en una "pequeña Rusia"); una de sus formas efectivas de presión fue la de boicotear la producción petrolera, reiterando su temor ante la confiscación y la retroactividad de las leyes mexicanas.

El temor de los petroleros no era del todo injustificado; cuando menos hasta 1927 el nacionalismo permeó la escena política mexicana y no sólo esto, sino que concretamente 1921 fue un año muy importante, ya que México alcanzó la cúspide de su producción petrolera con más de ciento noventa y tres millones de barriles, convirtiéndose así (al menos durante ese año, porque después la producción comenzó a declinar), en el segundo productor mundial, después de los Estados Unidos y aportando este año el veintiséis por ciento de la producción total de hidrocarburos.

Uno de los principales aspectos de la democracia americana es, sin duda alguna, el acceso de los diferentes grupos que conforman la opinión pública a las altas esferas en donde se toman las decisiones. Por esta razón, durante esa época, los grupos capitalistas norteamericanos serían los más influyentes en el Departamento de Estado, de allí que no resulte extraño que las decisiones del secretario Charles Evans Hughes con respecto a nuestro país reflejaran directamente las necesidades de los grupos norteamericanos con intereses en México. Aunque la presión se dejó sentir también por círculos de intelectuales, de liberales y aun de políticos, la fuerza indudable del grupo capitalista, determinó, en buena medida, el enfoque que Washington dio a sus problemas con México.

Durante todo el año de 1921, así como en 1922, el Departamento de Estado condicionó el reconocimiento de Obregón a la firma previa de un tratado de amistad y comercio, el cual sentaría las bases legales e internacionales para evitar que el artículo 27 se pudiera aplicar en forma confiscatoria y retroactiva, como alegaban las compañías petroleras.[ 5 ]

Obregón, aún antes de ascender a la presidencia, había prometido defender el derecho internacional, no solamente al no aplicar retroactivamente las leyes mexicanas, sino que también había garantizado la solución de otros dos conflictos, que junto con el petrolero, empañaban las relaciones con la Casa Blanca: uno era el de la reanudación del pago de la deuda exterior y, el otro, relacionado con el primero, el pago a los extranjeros que hubiesen sufrido daños en su vida o propiedades durante el reciente conflicto armado.

Con respecto a las obligaciones financieras de México en el exterior, el pago de la deuda y sus intereses había quedado suspendido desde 1914, año en el que el entonces presidente, Victoriano Huerta, había declarado su incapacidad de hacer frente a sus responsabilidades internacionales.

Los acreedores extranjeros, al igual que los grupos petrolero y minero, decidieron unificar sus esfuerzos con el fin de presionar con mayor eficacia; por un lado al gobierno americano para que éste a su vez lo hiciera con el nuestro, y, por el otro, al mexicano directamente; presión que quedó plasmada en forma definitiva al negar todo tipo de crédito a México hasta que liquidara sus viejas deudas.

Así, pues, en 1919 nace el Comité Internacional de Banqueros de México y su importancia como grupo de presión persistiría hasta bien entrada la década de los treinta. En 1921 van a unir fuerzas con el grupo petrolero logrando con su propaganda evitar la reanudación de las relaciones diplomáticas con nuestro país.[ 6 ]

Cabe especificar, sin embargo, que la presión bancaria en Washington no fue tan importante como la petrolera, ya que de toda la deuda mexicana (calculada en 1921 en más de 508 millones de dólares), sólo de veinte por ciento correspondía a tenedores norteamericanos y el resto a europeos, por lo que el Departamento de Estado asumía que este renglón no era tan fundamental como la defensa del grupo petrolero, el cual controlaba casi el sesenta por ciento de nuestras riquezas de hidrocarburos.[ 7 ]

Aun con todo el peso que esta presión representaba, Obregón resultó ser un político hábil y sumamente audaz, lo que quedaría demostrado a mediados de 1921 cuando finalmente rompió el frente petrolero-bancario. En julio, el gobierno decretó el aumento de los impuestos a la exportación del petróleo en un veinticinco por ciento.[ 8 ] Esto obviamente despertó protestas airadas por parte de las compañías, quienes inmediatamente predijeron -en forma por demás alarmista- su bancarrota total. Pero aun antes de que las acongojadas compañías recurrieran a pedir apoyo al Comité de Banqueros, el presidente mexicano anunciaba que el capital obtenido por concepto de los impuestos petroleros (que de mantenerse estable la producción ascendería a treinta millones de pesos anuales) sería utilizado en su totalidad para reanudar el pago de la deuda. Bajo esas condiciones, no sólo los banqueros no apoyaron a los petroleros en contra de Obregón, sino que incluso los instaron a aumentar su producción en aras del beneficio de los tenedores de la deuda.

Aunado a esto, al poco tiempo llegó a la ciudad de México Thomas Lamont, representante de los intereses bancarios, e inició una serie de pláticas con Obregón y sus ministros, las cuales culminarían con la firma del tratado De la Huerta-Lamont en 1922 y la pacificación temporal de este poderoso grupo.[ 9 ]

En cuanto al pago de reclamaciones por los daños ocasionados durante la Revolución, a fines de 1921 el canciller mexicano, Alberto J. Pani, introdujo una sugerencia, que finalmente en 1923 se adoptaría como la única solución posible. Esta iniciativa fue la creación de dos convenciones de reclamaciones, una general, que abarcaba el periodo de 1868 a 1910 y que funcionaría bilateralmente, y la otra, una especial, que oiría de las reclamaciones sobre daños ocurridos entre 1910-1920 y de carácter unilateral, ya que serviría únicamente a los quejosos norteamericanos.[ 10 ]

A pesar de la alianza entre el Departamento de Estado y los petroleros en contra de México, en modo alguno podemos afirmar que no existieran segmentos de la opinión pública norteamericana que favorecieran a Obregón. El mismo grupo capitalista estuvo dividido, pues mientras petroleros, mineros y banqueros le declararon la guerra al general sonorense, los comerciantes y, en forma incipiente todavía, en 1921 los industriales apoyaron el reconocimiento oficial del presidente mexicano.[ 11 ]

1921 fue un año caracterizado, entre otras cosas, porque un número considerable de cámaras comerciales de diversos estados de la Unión Americana visitaron nuestro país. Claro que estuvieron auspiciadas por el gobierno obregonista como parte de su contrapropaganda, como lo demuestra la formación, en febrero, de la Mexico-American Excursions con capital inicial de cien mil pesos para conducir excursiones a nuestro país;[ 12 ] estos viajes resultaron benéficos pues los viajeros regresaban a su país -y así lo manifestaban ante los medios de comunicación- con una visión muy positiva de México, alegando que el reconocimiento era necesario para el estrechamiento de los lazos económicos entre ambas naciones.

Esto nos lleva a considerar el otro gran evento que estaría presente también durante todo 1921. Éste fue el despliegue de una enorme campaña publicitaria por parte del gobierno mexicano, no solamente en los Estados Unidos, sino en Europa y Latinoamérica por igual.[ 13 ] Convencido de que sus promesas no eran escuchadas por el Departamento de Estado y negándose a firmar un tratado previo al reconocimiento que, como Obregón decía, era ofensivo y cuestionaba la legitimidad por medio de la cual había ascendido a la presidencia, el general se dedicó, junto con la ayuda de un puñado de colaboradores, a organizar un contraataque propagandístico hacia los grupos de presión norteamericanos que se habían empeñado en impedir su reconocimiento.[ 14 ]

Ya en su informe al Congreso en 1921, Obregón admitía las difíciles relaciones que existían entre los Estados Unidos y México. Además en ese mismo documento, el ejecutivo mexicano atacaba a la prensa extranjera (sobre todo a la norteamericana) por publicar frecuentemente noticias falsas o exageradas sobre sucesos ocurridos en México. Para contrarrestar dichas acciones, Obregón anunciaba la reorganización de la Secretaría de Relaciones Exteriores y la creación de la Sección de Información y Propaganda, adscrita a la propia secretaría y que tendría a su cargo el envío de información a consulados y legaciones extranjeras sobre datos exactos del país, boletines postales, periódicos, mapas, libros, fotografías, películas, etcétera, para ser proporcionada a quienes la pidieran.[ 15 ]

Aunado a esto, se crearon numerosas "agencias financieras" en las principales ciudades estadounidenses, europeas y latinoamericanas, para mantener informada -adecuadamente- a la opinión pública de aquellos lugares con respecto a la situación mexicana.[ 16 ] No sin pesar, el cónsul norteamericano, en Tampico, asumía, a mediados de ese año, que el gobierno mexicano estaba gastando de siete a ocho millones de pesos en propaganda para lograr su reconocimiento.

Aun cuando esta cifra sea más alta de lo creíble, existen ciertos indicadores que señalan la enorme preocupación obregonista por ver legitimado su gobierno internacionalmente. No solamente se gastaron miles de pesos en traer y entretener a docenas de comerciantes (que además celebraron ese año una conferencia internacional de comerciantes en la capital mexicana), sino que los preparativos para las fiestas del centenario de la consumación de la Independencia (a conmemorarse en septiembre) implicaron el aumento presupuestal a la Secretaría de Relaciones Exteriores (que tendría a su vez la obligación, entre otras, de contratar veinticinco autos de lujo para el traslado de todo el personal diplomático asistente a los festejos), también se aumentó el presupuesto de la Secretaría de Industria y Comercio, que tendría a su cargo el montaje de todo el espectáculo.[ 17 ] El proyecto sobre los festejos era por demás fastuoso: incluía un banquete a todo el cuerpo diplomático en la rotonda monumental del Bosque de Chapultepec, la iluminación de todas las calzadas y fuentes del bosque, fuegos artificiales, bailes y hasta el retiro de todos los pordioseros del área, para presentar ante el mundo la imagen de un México progresista, estable y, ¿por qué no?, sin menesterosos.[ 18 ]

La propaganda obregonista incluyó también la contratación de agentes tanto mexicanos como extranjeros que dieron a conocer -en forma oral y escrita- la estabilidad política que existía en México y pregonaron las riquezas -y la facilidad para adquirirlas- que había en nuestro país. Se trataba sobre todo de realzar la personalidad del sonorense y al parecer fueron tan benévolos sus pagos, que el Archivo General de la Nación, en su ramo de Presidentes, contiene un sinnúmero de ofrecimientos de diversas personas para prestar sus servicios como oradores o escritores, a quien acuñó la famosa frase de "no hay quien se resista a un cañonazo de cincuenta mil pesos".[ 19 ]

El gobierno mexicano intentó -en cuanto pudo- negar que fuertes sumas del erario nacional tuvieran como destino final el pago de publicidad en el extranjero, pero para nadie eran ya secretas las actividades gubernamentales. Éstas se hicieron aún más patentes entre la opinión pública mexicana ante dos hechos concretos: el primero, que la cadena periodística Hearst (con mucho la más importante en aquella época en los Estados Unidos) dejó su postura ya clásica de oprobio hacia México y su actitud altamente intervencionista, para concentrarse en presentar en sus diarios únicamente noticias favorables de nuestro país;[ 20 ] el otro hecho, que los estados sureños, tradicionalmente defensores de la línea dura en contra de México, revirtieran su política, ya que a mediados de año, las legislaturas de Texas, Nuevo México y Arizona reconocían al régimen obregonista aun cuando su gobierno estaba todavía muy lejos de hacerlo.

Estos cambios, obviamente no nacieron de una actitud natural, benévola hacia nuestro país, sino que fueron la consecuencia directa de la publicidad y el soborno obregonistas.

A mediados de año, Obregón había enviado una carta al presidente Harding con el fin de esclarecerle los principales problemas que, a su juicio, impedían la reanudación de las relaciones entre ambas naciones. Según el presidente mexicano, la interpretación del artículo 27, el pago de reclamaciones y el pago de la deuda exterior constituían las notas de discordia entre ambos gobiernos.[ 21 ] Obregón recalcaba que todo se solucionaría, pero estas promesas no parecieron impresionar mucho al presidente norteamericano, quien, después de esperar más de un mes, contestaba a su colega mexicano diciéndole que él no creía en promesas y que si esperaba el restablecimiento de las relaciones debería firmar primero el tratado de amistad y comercio.[ 22 ]

Como si el desplante epistolar del presidente Harding hubiera sido insuficiente para convencer a Obregón de la intransigencia norteamericana, este incidente coincidió con otro que alarmó aún más al gobierno mexicano: dos buques de guerra estadounidenses, el Cleveland y el Sacramento se acercaron peligrosamente a las costas del Golfo, en virtud de que el cónsul norteamericano en Tampico así lo había solicitado, por el carácter tan precario que estaba tomando la situación y con el fin de defender a los norteamericanos en aquella área petrolera.[ 23 ]

La alarma generada en los corredores del Castillo de Chapultepec- entonces residencia del ejecutivo- es de imaginarse, incluso el propio Obregón pensó que la intervención era ya inevitable. En la embajada norteamericana el ambiente no era menos desconcertante. El mismo encargado de negocios, George T. Summerlin -entonces el diplomático de mayor rango, ya que no había embajador-, telegrafió al Departamento de Estado tan pronto se enteró de las maniobras navales, pidiendo que se le informara con qué carácter venían los buques.[ 24 ]

El arribo de las embarcaciones ciertamente coincidió con el anuncio del aumento a los impuestos a la exportación del petróleo y aunque tres días después los barcos regresaron a los Estados Unidos sin causar mayores problemas, sí dejaron en la mente de los mexicanos la idea bien impresa, de que el gobierno norteamericano seguiría defendiendo a sus conciudadanos en México, aun a costa de la soberanía misma de nuestro país.

Independientemente de todos estos acontecimientos, durante todo el verano de 1921, circularon rumores del pronto reconocimiento obregonista, rumores propagados sobre todo por ciertos periódicos tanto mexicanos como norteamericanos. Se pensaba que el gobierno de la Casa Blanca reanudaría sus relaciones formales con México en honor del centenario de la independencia. Inclusive el New York American (de la cadena Hearst) informaba de la adquisición de una mansión en Washington por las autoridades mexicanas por la nada despreciable suma de trescientos cincuenta mil dólares, para establecer allí la embajada.[ 25 ]

Sin embargo, tan pronto aparecían noticias de este tipo eran cuestionadas por la prensa conservadora norteamericana, encabezada por el New York Times, que por lo regular manifestaba su incredulidad con respecto a la estabilidad mexicana, acusando frecuentemente a sus dirigentes de tener lazos con el bolchevismo soviético. Pero a estos ataques contestaban nuevamente las voces liberales, como la revista The Nation, que alguna vez afirmó vehementemente: "Obregón no es bolchevique, ni comunista, ni siquiera socialista. Es un demócrata jeffersoniano".[ 26 ]

Aun cuando el Departamento de Estado sabía de toda la propaganda y contrapropaganda de los diferentes sectores públicos tanto en México como en los Estados Unidos, los rumores del creciente radicalismo mexicano no dejaron de causar enorme inquietud. Obregón se había rodeado de un grupo de hombres (entre los que destacaba Plutarco Elías Calles, quien ocupaba la Secretaría de Gobernación) identificados -según los políticos estadounidenses- con las fuerzas contrarias al capitalismo. La situación mexicana, sin embargo, debe enmarcarse en el panorama global que presentaba la opinión pública norteamericana en los primeros años de la década con respecto al socialismo o a cualquier ideología izquierdista y que podría resumirse de la manera siguiente: apoyo y alianza gubernamentales con las grandes corporaciones, rechazo sistemático a las demandas sindicales y una política sumamente agresiva en contra de los radicales extranjeros, que iba desde la amenaza hasta la expulsión del país o del encarcelamiento de individuos durante meses sin derecho a ser juzgados.

Esta histeria colectiva en contra de todo lo que pudiera tener tintes rojos pronto rebasó las fronteras nacionales, y tomando en cuenta esta situación, no es de extrañar la actitud que asumió Washington cuando la ciudad de México fue sede, a principio de 1921, de la Reunión Panamericana del Trabajo, a la cual asistió la Federación Americana del Trabajo, ya con mucho, la organización sindical más importante de los Estados Unidos. Su líder, Samuel Gompers, se entrevistó con Obregón y algunos miembros de su gabinete, quienes lo convencieron de interceder ante su gobierno en favor del reconocimiento. Ciertamente la influencia de Gompers no alcanzó los niveles requeridos, pero al menos su organización manifestó públicamente, meses después de su contacto con los dirigentes mexicanos, que la Federación Americana del Trabajo reconocía -independientemente de lo que opinara Washington- a Álvaro Obregón como presidente de México. El apoyo sindical norteamericano sin lugar a dudas ayudaría a convencer a los elementos conservadores de la influencia del socialismo en nuestro país.[ 27 ]

En este contexto plagado de propaganda por uno y otro bando, debemos hacer mención de la creación de lo que es hoy el Centro de Enseñanza para Extranjeros de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuyo sexagésimo aniversario se festejó, con sobrada razón, el pasado mes de julio.

Conocida es la inquietud de Obregón con respecto a todo lo referente a la cultura. Probablemente él hizo más por la educación que cualquier otro presidente mexicano hasta entonces, esfuerzos que quedaron plasmados con la creación, en los primeros meses de 1921, de la Secretaría de Educación e Instrucción Pública encabezada por el célebre José Vasconcelos.[ 28 ] El interés de Obregón no fue efímero, sino sólido y constante; estimuló continuamente los programas vasconcelistas y proveyó de cuantos fondos pudo a la difusión de la cultura. Casi mil escuelas rurales se fundaron bajo su administración y entraron en funcionamiento bibliotecas y centros culturales en un afán de llevar la educación hasta las regiones más apartadas de la república.

Paralelamente, y en un contexto más amplio, se iniciaron pláticas entre funcionarios mexicanos y norteamericanos constituidos en el Comité para el Intercambio Estudiantil entre los Estados Unidos y México, que dieron como fruto que veintidós planteles norteamericanos ofrecieran en diferentes formas, becas o exenciones para un total de cien estudiantes extranjeros, en su mayoría mexicanos. Entre estas instituciones se encontraban las universidades de Texas, Nebraska, Minnesota y la de Nueva York.[ 29 ] Además, algunas firmas estadounidenses ofrecían a los estudiantes latinos trabajos de medio tiempo en sus empresas, mientras realizaban sus estudios en los Estados Unidos, e incluso se integraron agrupaciones que se reunían para discutir literatura e historia latinoamericanas. Uno de estos grupos sostenía veladas regulares para que los jóvenes practicaran su español, y tan rígido era su sistema de aprendizaje, que se prohibía en absoluto hablar en inglés, teniendo que pagar -aquel que no cumpliera los requisitos- un centavo por cada palabra pronunciada en otro idioma que no fuera el español.[ 30 ]

En su informe de gobierno de 1921 -al que ya hemos hecho alusión anteriormente-, Obregón anunciaba la inauguración del sistema de cursos de verano para extranjeros y demostraba su satisfacción al declarar: "asistieron cerca de cien alumnos [...] y además profesores distinguidos de distintas universidades norteamericanas".

El gobierno mexicano hacía un descuento del cincuenta por ciento en el transporte por ferrocarril desde todas las ciudades fronterizas hasta la capital mexicana a los estudiantes y maestros que asistieran a los cursos, así como exención de otros pagos y becas hasta por mil pesos.[ 31 ] Este tipo de facilidades no fueron otorgadas únicamente a estudiantes y profesores norteamericanos; el mismo tipo de intercambio se dio, sobre todo, con universidades centroamericanas. Pero cabe resaltar que estos actos se debieron en parte al interés obregonista por fomentar la cultura, pero más que nada, fueron un medio para captar la atención de Washington y entibiar un poco las relaciones entre ambos países.

Otro aspecto de 1921 que es importante destacar es el relativo a los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos. A pesar de no haber causado fricciones peligrosas entre ambos gobiernos, como el asunto petrolero o las reclamaciones, sí desató una ola de debates en los Estados Unidos (por cierto más numerosos que relevantes) sobre la conveniencia o no de contratar a trabajadores mexicanos, y el trato por ellos recibido obtuvo enorme atención -y no menor preocupación- por el público mexicano.

Para situar el problema concretamente en nuestro año de estudio, es prudente recordar que la emigración masiva de México a los Estados Unidos comenzó poco después de iniciado este siglo. Entre 1910-1920 casi un millón de mexicanos emigró al norte, como consecuencia directa de la Revolución, la inflación y el hambre. Este movimiento indudablemente coincidió con una etapa de plena expansión capitalista en los Estados Unidos, que a su vez produjo un enorme mercado abierto a todos aquellos que buscaban trabajo. Los braceros se movilizaron hacia el norte a través de la frontera, atraídos por el amplio desarrollo del suroeste agrícola y por las marcadas diferencias de salarios entre ambos países. Su arribo durante esta primera etapa fue callado; de todos los grupos de inmigrantes no anglosajones, los mexicanos probablemente fueron los que pasaron más desapercibidos.

Cuando los Estados Unidos entraron a la Primera Guerra Mundial en 1917, su necesidad de mano de obra fue aún mayor. Se requería de miles de brazos para cultivar, producir y manufacturar alimentos, ropa, armamento, etcétera, fuerza de trabajo que en buena parte fue reclutada al sur de la frontera.[ 32 ]

Pese a que en 1917 el gobierno americano aprobó una ley que restringía la inmigración, el Departamento del Trabajo eximió específicamente a los trabajadores agrícolas mexicanos de cualquier limitación para entrar legalmente a territorio americano. Asimismo, los mexicanos quedaban exentos de pagar un impuesto per cápita de ocho dólares, así como del examen de alfabetización y otras cláusulas impuestas a los nacionales de otros países.

Después de la guerra, los mexicanos en los Estados Unidos comenzaron a hacerse cada vez más visibles para los anglos. Hacia 1921, los trabajadores mexicanos ya ocupaban puestos en plantas acereras y empacadoras de carnes en Chicago, en fábricas automotrices en Detroit, en minas y en actividades ferroviarias por todo el país; ni qué decir de los campos agrícolas del suroeste y de la región de las Rocallosas, donde los mexicanos se habían convertido en el grupo numéricamente dominante.[ 33 ]

Esta urbanización y dispersión geográfica del inmigrante mexicano despertó gradualmente la conciencia americana sobre la naturaleza de este grupo, su relación con la sociedad anglosajona y su posible lugar dentro de ella.

Pese a su enorme crecimiento, la expansión económica estadounidense no fue duradera. La inflación y la sobreproducción se dejaron sentir a partir de mediados de 1920; para principios del año siguiente, los precios de los principales productos agrícolas habían caído por debajo de los niveles existentes en vísperas de la guerra.[ 34 ] Una de las consecuencias que tuvo esta depresión fue que cerca de cien mil trabajadores mexicanos perdieron sus empleos y tuvieron que regresar a su lugar de origen. El retorno de estos hombres produjo no pocos problemas al régimen obregonista, ya que éste se encontraba restringido de fondos y acosado por complejos problemas político-económicos originados por la Revolución.[ 35 ] No obstante, el presidente mexicano se ocupó personalmente del financiamiento y funcionamiento de un grupo diseñado para el regreso de los trabajadores, obra que trascendería debido a la alteración que produjo en la actitud obregonista hacia la emigración a los Estados Unidos.

Por otra parte, algunos sindicatos y políticos norteamericanos desataron una campaña para deportar a los braceros con el fin de que sus puestos fuesen ocupados por trabajadores estadounidenses. Samuel Gompers, líder de los trabajadores, instó a los miembros de la Federación Americana del Trabajo a que persuadieran a los mexicanos a cambiar de nacionalidad, pues de lo contrario serían expulsados de los sindicatos.[ 36 ] Asimismo, comenzó una ola de terror y abuso hacia las familias mexicanas, destruyendo sus propiedades y atemorizándolas constantemente. El sentimiento popular señalaba, en pocas palabras, que, en épocas de crisis, los mexicanos debían ser los primeros en quedarse sin empleo.[ 37 ]

Éste es el contexto en el que se desataría uno de los debates más largos y menos fructíferos de la década, acerca de la legislación relativa a restringir la inmigración mexicana. Sin embargo, y esto para nosotros es de mayor relevancia, tanto defensores como oponentes aceptaban abiertamente la idea estereotipada del mexicano; ambos bandos creían que la mayoría de los inmigrantes mexicanos eran peones indígenas cuyas características y potencialidades estaban determinadas por su raza. Los describían como dóciles, indolentes y atrasados. Una buena parte de la opinión pública americana creía que los mexicanos, viniendo de un país al que el economista Walter Weyl (futuro editor de The New Republic) llamaba la tierra de "mañana", se preocupaban poco por el trabajo y jamás planificaban su futuro. Debido a su atraso -concluían- siempre permanecerían en un estrato inferior.[ 38 ]

No obstante, existía un pequeño grupo de americanos que se negaba a admitir la descripción del mexicano aceptada por el grueso de la población. Este grupo consistía sobre todo de misioneros protestantes, quienes, aun cuando intentaban convertir a los trabajadores mexicanos, también reconocían y elogiaban los valores de la cultura hispánica. Afirmaban que todos los grupos étnicos poseían rasgos culturales distintivos cuya importancia podría contribuir al desarrollo de la civilización americana. Hacían hincapié en las habilidades del mexicano para las artes y la música y sostenían que el americano tenía mucho que aprender de su vecino sureño.[ 39 ]

Pero ésta fue la excepción a la regla. En aquel entonces estaban muy en boga las teorías seudocientíficas que intentaron explicar las diferencias culturales con base en las diferencias raciales, y supuesto que la mayoría de los mexicanos no era blanca (color de los más inteligentes y aptos, según las teorías spencerianas), esto los colocaba automáticamente en una escala inferior.

Por todo el país los anglos comenzaron a utilizar el término "mexicano" como signo de distinción. Un congresista texano en 1921 notaba que dicha palabra era usada para indicar raza y no procedencia o ciudadanía. Ese año había aproximadamente doscientos cincuenta mil mexicanos en Texas, nacidos en el estado, pero catalogado como mexicanos por su color, así como los negros eran "africanos a pesar de tener más de tres siglos en América. De allí que la palabra "mexicano" llegara a tener matices claramente racistas.[ 40 ]

A pesar de que varios políticos, sindicatos y otras organizaciones exigieron una deportación masiva para librar al país de los mexicanos pobres y desempleados, el Departamento del Trabajo se negó a utilizar fondos federales para dar solución al "problema mexicano".

Los informes diarios de los cónsules mexicanos y las noticias periodísticas describían un cuadro dramático sobre los sufrimientos de la comunidad mexicana en los Estados Unidos. A principios de 1921 no existía ninguna oficina gubernamental que se encargara de dicho asuntos, de allí que Obregón quedara al frente de un aparato diseñado para lidiar con semejantes problemas; sólo él podría utilizar partidas de los fondos nacionales y los cónsules quedaban como responsables directos de la protección de los nacionales en el extranjero así como de preparar su viaje de retorno al país; por su parte, la Secretaría de Gobernación asumía la responsabilidad sobre los trabajadores una vez que éstos hubiesen cruzado la frontera.[ 41 ]

Los costos de transporte eran frecuentemente el gasto más gravoso para el gobierno obregonista, independientemente del lugar en donde se encontraran los trabajadores desempleados. El cónsul de Los Ángeles, Eduardo Ruiz, trató de hacer frente a estas dificultades solicitando a varias compañías ferrocarrileras la venta de boletos a precio de descuento. Las compañías, sin embargo, consideraban que no existía ninguna razón válida para acceder a su petición. Cuando Obregón recibió esta información, envió una carta personal al presidente del Southern Pacific Railroad recordándole que miles de mexicanos habían ayudado a construir su empresa o habían prestado sus servicios en muchos otros sectores de la economía americana. La carta no pareció impresionar a los directivos de la compañía, quienes se limitaron simplemente a no escuchar las peticiones mexicanas.[ 42 ]

La experiencia de la repatriación masiva llevó a Obregón a tomar medidas para evitar que algo similar volviera a ocurrir. En mayo de 1921 ordenó la creación del Departamento de Repatriación dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Así, el político mexicano nunca más se involucraría personal y directamente en problemas de esa naturaleza.

Paralelamente, se inició una campaña de propaganda intensiva para evitar la salida de los trabajadores mexicanos. Se explicaba que los patrones no siempre cumplían los términos de los contratos y se citaba frecuentemente a las compañías algodoneras de Arizona por el mal trato dado a sus empleados. Docenas de artículos en los periódicos comenzaron a describir a partir de aquel año, el desempleo, el desamparo y el hambre generados inevitablemente por la emigración.[ 43 ]

A pesar de toda esta publicidad, la emigración mexicana continuó, por lo que Obregón trató, cuando menos, de establecer un sistema de contratación proteccionista para los trabajadores que salían de nuestro país. Asimismo, se esforzó por ampliar y acondicionar las sociedades mutuas de beneficencia que se encontraban en las comunidades de braceros en los Estados Unidos. Durante la crisis de 1921 vigiló que los fondos puestos a disposición de estos grupos fueran utilizados básicamente para ayudar a los mexicanos que quisieran regresar al país.[ 44 ]

Entre julio y octubre de aquel año, la situación de los mexicanos en los Estados Unidos pareció aligerarse levemente, debido a la estabilización de las condiciones económicas del país. Obregón entonces anunció que ya no era necesario un programa especial para la repatriación de braceros. Se habían gastado miles de pesos y más de cincuenta mil trabajadores habían recibido ayuda económica o pases de ferrocarril.[ 45 ] Aun así, una vez en el país, poco podía hacerse por los repatriados ya que la economía mexicana no estaba en posición de proveerles sustento. De allí que la mayoría de ellos se encontrara desempleada y, lo peor, sin posibilidad cercana de obtener trabajo. Puede asegurarse, pues, que gran parte de los mexicanos que volvieron en 1921, se encontraban de nuevo en los Estados Unidos aproximadamente un año después.

Aun cuando los esfuerzos del gobierno fracasaran, es necesario resaltar que Obregón fue el primer presidente mexicano que enfrentó las múltiples consecuencias de la debilidad del gobierno al tratar de solucionar los azarosos problemas de la emigración, y ya desde entonces se perfilaba el esquema que en los años venideros se repetiría una y otra vez: por un lado, la intensidad y dirección del flujo migratorio iba en relación directa con las necesidades propias de la economía estadounidense. Cuando ésta experimenta un crecimiento, la inmigración mexicana es apenas mencionada; cuando hay épocas de recesión, inmediatamente sale a flote el "problema mexicano". Por otra parte, y esto era ya un hecho indiscutible hace sesenta años, el sistema económico mexicano se encontraba imposibilitado para crear suficientes empleos para que la población en edad productiva no se viera en la necesidad de buscar nuevos horizontes en tierras lejanas.

Conclusiones

El año de 1921 debe verse como una etapa difícil en las relaciones entre México y los Estados Unidos. El Departamento de Estado, ejecutor de la política exterior, estuvo fuertemente dominado por ciertos grupos capitalistas que lograron sus propósitos: evitar el reconocimiento norteamericano del gobierno mexicano para luego tratar de debilitarlo y, en última instancia, lograr la abolición de ciertos preceptos constitucionales que los incomodaban.

La lucha de ambas facciones, por un lado los defensores de la línea dura en contra de México y por el otro los propagandistas obregonistas, no se redujo solamente a 1921, sino que se prolongó hasta bien entrado el año de 1923. En septiembre de ese año finalmente se reanudaron las relaciones entre ambos países, no sin que antes el gobierno mexicano acatara ciertas disposiciones americanas y se sentaran las bases para el pago de indemnizaciones a los ciudadanos estadounidenses que hubiesen padecido los desmanes revolucionarios. No obstante, todos estos arreglos fueron simples modus vivendi, pactos temporales, ya que las tensiones, las presiones de ciertos grupos y hasta el peligro intervencionista se prolongarían hasta principios de la década de los cuarenta.

Finalmente, 1921, y todo lo que en ese año sucedió, no fue sino un punto más en las relaciones -por cierto nada fáciles entre dos socios históricamente muy desiguales: por un lado, México, un país pobre, desangrado tras una década de revolución, y por el otro, los Estados Unidos, perfilándose ya como una gran potencia en todos sentidos; unidos -o separados, como quiera verse- por tres mil kilómetros de frontera, pero sobre todo, con una ideología, una cultura un desarrollo histórico, una economía y, en fin, una idiosincrasia tan distinta de éste y aquel lado, que sin temor a equivocarse podría afirmarse que ambas naciones configuran indudablemente una de las vecindades más contrastantes de este mundo.

[ 1 ] Conferencia dictada dentro del ciclo México en 1921 llevado a cabo en el Centro de Enseñanza para Extranjeros de la Universidad Nacional Autónoma de México, el 13 de octubre de 1981.

[ 2 ] El tema es tratado ampliamente en mi libro El reconocimiento de Álvaro Obregón: opinión americana y propaganda mexicana, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1983.

[ 3 ] El petróleo de México. Recopilación de documentos oficiales del conflicto de orden económico de la industria petrolera, con una introducción que resume sus motivos y consecuencias, México, Gobierno de México, 1940, p. 13.

[ 4 ] Lorenzo Meyer, Los grupos de presión extranjeros en el México revolucionario, 1910-1940, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1973, p. 45-47.

[ 5 ] Mensaje del Departamento de Estado a la prensa, 7 de junio de 1921, Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Expediente del general Álvaro Obregón, H/139 (PE)/3; L-E-1575.

[ 6 ] Edgar Turlington, Mexico and his foreign creditors. Volume 1. México in International Finance and Diplomacy, preparado bajo los auspicios de Columbia University Council for Research in the Social Sciences, New York, Columbia University Press, 1930, p. 277.

[ 7 ] Alberto J. Pani, Las conferencias de Bucareli, México, Tus, 1953, p. 76.

[ 8 ] Excelsior, 8 de junio de 1921.

[ 9 ] Secretaría de Hacienda y Crédito Público, La deuda exterior de México, México, Cultura, 1926, p. 9-16.

[ 10 ] Alberto J. Pani, Las conferencias de Bucareli, México, Tus, 1953, p. 107.

[ 11 ] Resoluciones de distintas cámaras comerciales norteamericanas que piden el reconocimiento de Obregón, United States, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State Relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Record Group 59 (Washington, National Archives, 1960), ms. 812.00/24506, /24511, /24512, /24622, /24626, /24632, agosto-septiembre 1921. Hacia 1922, el grupo industrial se quejaba abiertamente de que la postura de Washington ponía en aprietos sus negocios. Algunos industriales prominentes, como Elbert Gray de la United States Steel Corporation y G. H. Gibson de la Chicago Steel Car Company apoyaron abiertamente a Obregón, vid. Hanna a Hughes, 10 de abril de 1922, United States, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State Relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Record Group 59, ms. 812.00/26097.

[ 12 ] William F. Buckley Papers, ms., Weekly News Bulletin [Mexico City], 23 de febrero de 1921, folder 73.

[ 13 ] Embajador norteamericano en Guatemala a Hughes, 4 de noviembre de 1922, United States, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State Relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Record Group 59, ms. 812.20210/1.

[ 14 ] Álvaro Obregón, Informes rendidos por el ciudadano general Álvaro Obregón, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos ante el H. Congreso de la Unión durante el periodo de 1921 a 1924, y contestaciones de los ciudadanos presidentes del citado Congreso en el mismo periodo, México, Talleres Linotipográficos del Diario Oficial, 1924, informe de 1921, p. 26.

[ 15 ] Álvaro Obregón, Informes rendidos por el ciudadano general Álvaro Obregón, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos ante el H. Congreso de la Unión durante el periodo de 1921 a 1924, y contestaciones de los ciudadanos presidentes del citado Congreso en el mismo periodo, México, Talleres Linotipográficos del Diario Oficial, 1924, informe de 1921, p. 21.

[ 16 ] Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, México. Sus recursos naturales. Su situación actual. Homenaje al Brasil en ocasión del primer centenario de su independencia, México, Cultura, 1922, p. 74-78; Álvaro Obregón, Informes rendidos por el ciudadano general Álvaro Obregón, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos ante el H. Congreso de la Unión durante el periodo de 1921 a 1924, y contestaciones de los ciudadanos presidentes del citado Congreso en el mismo periodo, México, Talleres Linotipográficos del Diario Oficial, 1924, informe de 1921, p. 69.

[ 17 ] Obregón a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 5 de julio de 1921, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 104-C-5 (121-R-C).

[ 18 ] Proyecto de festejos de conmemoración del primer centenario de la consumación de la Independencia, 25 de enero de 1921, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 104-C-5.

[ 19 ] Véase José Reyes Estrada a Francisco Torre Blanca (secretario particular de Obregón), 26 de noviembre de 1920; "Obregón in Mexico", artículo publicado por Frederick Starr en The New Republic, 2 de noviembre de 1921, y Zach Lammar Cobb a Obregón, 11 de abril 1923, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 103-B-4, 104-E-42, leg. 1 y 104-P-1, respectivamente.

[ 20 ] Durante 1921, William Randolph Hearst visitó varias veces nuestro país, donde poseía amplios intereses económicos, y en cuanta ocasión tuvo pregonó la magnífica impresión que tenía de México y de Obregón, vid. Joaquín López (de Uruapan) a Obregón, 30 de octubre de 1921, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 229-H-17.

[ 21 ] Obregón a Harding, 11 de junio de 1921, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 104-H-5 (104-R1-H). Asimismo, Obregón envió una larga declaración de su política al New York World, delineando las metas de su gobierno y enfatizando que haría todos los esfuerzos necesarios para llegar a un entendimiento con los Estados Unidos. Por otra parte, el presidente mexicano aseguraba que en México no existían sentimientos antiamericanos, sino que grupos extranjeros en nuestro país luchaban para que no se llegase a ningún acuerdo entre ambos gobiernos, citando al grupo petrolero como el principal oponente a su régimen. Vid. Buckley Papers, New York World, 27 de junio de 1921.

[ 22 ] Harding a Obregón, 21 de julio, United States, Department of State, Papers Relating to the Foreign Relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1936, v. II, 1921, p. 420-423.

[ 23 ] Denby (secretario de la Marina ) a Hughes, 2 de julio, United States, Department of State, Papers Relating to the Foreign Relations of the United States, Washington, Government Printing Office, 1936, v. II, 1921, p. 448-449.

[ 24 ] Summerlin a Hughes, 8 de julio de 1921, United States, The National Archives, Department of State, Records of the Department of State Relating to Political Relations Between the United States and Mexico, 1910-1929, Record Group 59, ms. 812.00/25073.

[ 25 ] New York American, 18 de julio de 1921.

[ 26 ] Paul Hanna, "Mexico- 1921", The Nation (6 de abril de 1921), p. 503.

[ 27 ] Samuel Gompers a Obregón, 30 de junio de 1922, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 104-R1-E-15. El Chicago Daily Tribune del 11 de enero de 1921, refiriéndose a la estancia en México del líder sindical americano, afirmaba que cuando Gompers estaba dando un discurso, comenzaron a caer en el estrado folletos firmados por la "Rusia de los pequeños trabajadores mexicanos".

[ 28 ] Excelsior, 9 de febrero de 1921.

[ 29 ] Excelsior, 20 de febrero de 1921.

[ 30 ] Excelsior, 8 de enero de 1921.

[ 31 ] Excelsior, 20 de mayo de 1921.

[ 32 ] Lawrence A. Cardoso, "La repatriación de braceros en la época de Obregón 1920- 1923", Historia Mexicana, v. 26, n. 4, abril-junio 1977, p. 576-595, p. 577.

[ 33 ] Mark Reisler, "Always the laborer, never the citizen: Anglo perceptions of the Mexican immigrant during the 1920s", Pacific Historical Review, v. 45, n. 42, mayo de 1976, p. 231-254, p. 232-233.

[ 34 ] John D. Hicks, Rehearsal for disaster. The boom and collapse of 1919-1920, Gainsville, University of Florida Press, 1961, p. 77-78.

[ 35 ] Excelsior, 30 de enero de 1921.

[ 36 ] Manuel Gamio, "Preliminary report on Mexican immigration in [the] United States", s. p. i., [1926], copia mimeográfica, p. 25.

[ 37 ] Lawrence A. Cardoso, "La repatriación de braceros en la época de Obregón 1920- 1923", Historia Mexicana, v. 26, n. 4, abril-junio 1977, p. 576-595, p. 580.

[ 38 ] Paul S. Taylor, An American Mexican frontier, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1934, p. 127.

[ 39 ] Mark Reisler, "Always the laborer, never the citizen: Anglo perceptions of the Mexican immigrant during the 1920s", Pacific Historical Review, v. 45, n. 42, mayo de 1976, p. 231-254, p. 237-238.

[ 40 ] Mark Reisler, "Always the laborer, never the citizen: Anglo perceptions of the Mexican immigrant during the 1920s", Pacific Historical Review, v. 45, n. 42, mayo de 1976, p. 231-254, p. 240.

[ 41 ] Aarón Sáenz a Adolfo de la Huerta, 11 de mayo de 1921, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 822-M-1.

[ 42 ] Obregón al presidente del Southern Pacific Railroad, 4 de mayo de 1921, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 822-M-1.

[ 43 ] Obregón a Calles, 31 de agosto de 1922, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 711-M-30.

[ 44 ] Lawrence A. Cardoso,"La repatriación de braceros en la época de Obregón 1920- 1923", Historia Mexicana, v. 26, n. 4, abril-junio 1977, p. 576-595, p. 592.

[ 45 ] Francisco Alatorre (funcionario de los Ferrocarriles Nacionales) a Obregón, 22 de noviembre de 1921, Archivo General de la Nación, Presidentes (Obregón-Calles), 822-M-1.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 10, 1986, p. 177-196.

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