Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

LA APORTACIÓN DE LOS HISTORIADORES ESPAÑOLES TRASTERRADOS A LA HISTORIOGRAFÍA MEXICANA[ 1 ]

Juan A. Ortega y Medina


La diáspora republicana al término de la Guerra Civil Española (1936-1939) encontró en México, como es sabido, una generosa acogida. Entre el grupo de notables exiliados no podía faltar el correspondiente a los historiadores ya formados en España, que constituían la mayoría, y el de los jóvenes que se formarían en México. De ambos hemos de tratar en este ensayo para hacer destacar su participación en el desarrollo y progreso de la historiografía mexicana. Desde luego enfocaremos nuestro juicio crítico sobre los historiadores españoles que han dejado una huella permanente, ya temática o metodológica, en los alumnos mexicanos que ellos contribuyeron a formar y que actualmente constituyen, por decirlo así, la plana mayor de los historiadores más representativos del país.

Para acercarnos a su obra hemos considerado necesario dividir el grupo no tanto desde el punto de vista de las especialidades como de las peculiaridades. Helos aquí: Maestros ejemplares: José Gaos, Ramón Iglesia y José Miranda. Humanista y teólogo: Nicolau d'Olwer y José Gallegos Rocafull. Críticos de arte: José Moreno Villa, Juan de la Encina, Ceferino Palencia (historiadores del arte mexicano), Adolfo Salazar y Jesús Bal y Gay (historiomusicólogos). Bibliófilos: Agustín Millares Carlo e Ignacio Mantecón. Especialistas en historia jurídica colonial e historia independiente hispanoamericana: Rafael Altamira, José María Ots Capdequí, Javier Malagón Barceló y José María Miquel i Vergés. Historia de la ciencia: Germán Somolinos d'Ardois, Francisco Guerra y Modesto Bargalló. Historiadores marxistas: Wenceslao Roces y Julio Luelmo. Crítico en historiografía: Víctor Rico González. Historiadores formados en el exilio: Rafael Segovia, Carlos Bosch García y Juan A. Ortega y Medina.

Existe todavía un grupo numeroso de investigadores que escriben de historia, pero que su campo de especialidad es fundamentalmente la antropología, tales como Pedro Bosch-Gimpera y Juan Comas Camps (formados en España) y Ángel Palerm Vich, Santiago Genovés, José Luis Lorenzo, Pedro Armillas, Pedro Carrasco Pisana y Carmen Viqueira (formados en México). Desgraciadamente el juicio que tenemos formulado acerca de sus investigaciones y estudio escapa al acoso crítico dado el contenido temático que nos interesa.

Antes del arribo a México de los historiadores españoles el panorama historiográfico mexicano, heredado en su mayor parte de la corriente filosófica y metodológica positivista, presentaba, afirmémoslo en términos muy esquemáticos, una interesante pentafurcación temática: cinco escuelas o corrientes interpretativas atraían la atención y cada una de ellas realizaba la reconstrucción del pasado adoptando posiciones exclusivas que las hacía chocar entre sí y dirimir incluso ásperamente sus seculares y politizadas querellas: la tendencia tradicional, entre erudita y romántica, proclive por herencia directa a la consagración del mundo colonial, estaba representada brillantemente, entre otros importantes historiadores, por Federico Gómez de Orozco, Rafael García Granados, Manuel Toussaint, Julio Jiménez Rueda y, en parte, por Pablo Martínez del Río y Carlos Pereyra, éste último desde el exilio en Madrid; la tendencia indigenista, opuesta por principio y por ascendencia liberal a la anterior (hispanista y conservadora), tenía por representantes más conspicuos a Manuel Gamio, Alfonso Caso y Miguel Othón de Mendizábal, todos ellos estimulados por los logros de los investigadores extranjeros, norteamericanos y alemanes principalmente; la corriente neopositivista estaba encabezada por Joaquín Ramírez Cabañas, Vito Alessio Robles y el por entonces joven historiador Silvio Zavala, recién llegado de España con su flamante doctorado conseguido en la Universidad Central de Madrid bajo la experta, eficaz y afectuosa guía de Rafael Altamira; la seudomarxista, muy combativa, estaba encabezada por Luis Chávez Orozco, Rafael Ramos Pedrueza y Alfonso Teja Zabre, cuyo método de investigación era positivista, si bien estaba orientado por un confuso materialismo histórico en sus comienzos, y, por último, la prehistoricista representada por una polémica y solitaria figura, Edmundo O'Gorman, lector afanoso, como todos los jóvenes intelectuales mexicanos de aquel entonces, de la obra de José Ortega y Gasset.

I

Con la emigración intelectual llegan José Gaos y Ramón Iglesia que aportan la concepción circunstancialista y vitalista desarrollada por Ortega, cuyo historicismo consistía en la toma de conciencia o autognosis relativa al papel que representan las ideas en el desenvolvimiento cultural del hombre. La llamada historia de las ideas encontró en un principio la terca oposición de los historiadores profesionales que se atenían a la concepción positivista o cientificista impresa en la famosa definición de Guillermo de Humboldt, was sichwirklich zugetragen hat, asimilada por Ranke y expresada en estos términos: wie es eigentlich gewesen.

Las ideas reflejan las vivencias del hombre; lo que éste ha hecho, vivido y soportado a lo largo del devenir histórico. Como sostiene Gaos, los hechos no son independientes de las ideas; pero éstos no se reducen a ellas. Las ideas son unos hechos diferentes de los demás; pero no aparte de ellos. Más aún, los hechos políticos y económicos no pueden entenderse como sustentadores de una ideología, sino como elementos emergentes del subsuelo ideológico.[ 2 ] Llegado Gaos a México (1939) su primera salvación circunstancial será la de sentirse a la vez un hombre de allá y de acá, un trasterrado, neologismo acuñado por él y con el que quiso expresar su identificación con la nación mexicana ("patria de destino") sin renunciar a la propia ("patria de origen").[ 3 ] Motivo de sorpresa fue para él la coincidencia temática de los grandes maestros hispanoamericanos (Rodó, Martí, Vasconcelos, Ramos, Caso, etcétera), con los maestros españoles (Larra, Ganivet, Costa, Unamuno, Ortega, etcétera). Unos y otros, sin previo acuerdo, se habían dedicado con ardua energía a reivindicar los valores nacionales propios. Se trataba de una toma de conciencia, de una dramática autognosis con la que intentaban salvarse ellos salvando las circunstancias históricas nacionales. El tema a dilucidar era la salvación mediante una terapéutica regeneradora; pero según Gaos, para poder curarse de la decadencia no valía la fórmula hasta entonces empleada, la de rehacerse según un presente o modelo extraño, francés, inglés o norteamericano, sino "rehacerse según el pasado y presente más propio con vista al más propio futuro";[ 4 ] porque el pasado, nuestro pasado, nos es constitutivo, una realidad viva y presente, y, por ende, no inmutable.

Esta aproximación, redescubrimiento o americanización de Gaos da por resultado, al igual que para los otros intelectuales exiliados, una valoración que se finca no en un saber de la América española, sino en un vivir-la y comprender sus posibilidades de futuro: la posible unidad del mundo hispánico por encima de las fronteras nacionales.

La obra de Gaos, desde la cátedra y en sus múltiples escritos ha contribuido más que la de ningún otro colega suyo en el trastierro al acercamiento cultural entre españoles e hispanoamericanos e hispanoamericanos entre sí; al conocimiento de los mutuos valores y, por lo tanto, al enriquecimiento de todos.

El contacto intelectual de Gaos con el estudiantado de México y de otros países iberoamericanos ha sido, sin duda, el más fecundo que jamás profesor hispánico haya tenido, no sólo por el número de jóvenes formados bajo su sabia dirección, sino por la cantidad de los trabajos y estudios histórico-filosóficos que tales discípulos han realizado. Todavía más, se puede afirmar que gracias a la labor extraordinaria del profesor español la renovación provocada por la historia de la historia de las ideas en Hispanoamérica ha afirmado y afinado la conciencia de nuestra identidad continental iberoamericanista.

Del seminario de Gaos surgió la notable obra de Leopoldo Zea, el discípulo más prometedor (hoy ya consagrado) y querido del maestro.

Zea, por medio de su vasta e importante aportación histórica sobre el positivismo y la historia de las ideas en Latinoamérica ha proyectado los valores propios del pasado hispanoamericano haciendo de ellos los fundamentos de una renovación o regeneración -Aufhebung lo llama él, en sentido hegeliano- ínsita en el plan original del maestro cuando éste se refería a "rehacerse" según un modelo propio. Zea ha provocado en la América española aquella toma de conciencia que también postulaba su maestro; prueba de ello son las obras que sobre el tema general de la historia de las ideas en América ha realizado Arturo Ardao, para Uruguay; Guillermo Francovich, para Bolivia; Humberto Piñera, para Cuba; Joao Cruz Costa, para Brasil; Jaime Jaramillo, para Colombia; Angélica Mendoza, para Estados Unidos; Rafael Heliodoro Valle, para Centroamérica; Mariano Picón Salas, para Venezuela; José Luis Romero, para Argentina, y Luis Oyarzún, para Chile.

Recordando el doctor Gaos a sus discípulos y amigos, escribe que su acción magisterial sobre los primeros y profesional sobre los segundos repercutió en él, en su propio desarrollo, haciéndole madurar.[ 5 ] Después de Zea, discípulo casi exclusivo suyo, siguió la generación que él llama de los historiadores, entre los cuales destacaron los siguientes: Victoria Junco, Algunas aportaciones al estudio de Gamarra o el eclectisismo en México; Bernabé Navarro, La introducción de la filosofía en México; Monelisa Lina Pérez Marchand, Dos etapas ideológicas del siglo XVIII en México; Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México; Francisco López Cámara, La génesis de la conciencia liberal en México; Olga Victoria Quiroz Martínez, La introducción de la filosofía moderna en España; Vera Yamuni, Conceptos e imágenes en pensadores de lengua española, y Carmen Rovira, Eclécticos portugueses del siglo XVIII y algunas de sus influencias en América.

La segunda generación estuvo constituida fundamentalmente por los llamados hiperiones, quienes capitaneados por Zea ahondaron en el tema de la filosofía mexicana y publicaron sus ensayos en la serie editorial México y lo Mexicano, dirigida también por Zea. John Leddy Phelan estudió toda la serie y ha dejado constancia de títulos y autores, que surgidos en su mayor parte del seminario de Gaos representaron para entonces las mejores reflexiones mexicanistas de la inteligencia histórico-filosófica juvenil.

De la última generación, la de los "hegelianos", esperaba Gaos que la filosofía mexicana entrara a una etapa de normalidad colectiva independiente de la genialidad personal y del intercambio, strictissimu sensu, internacional.

Dos de los más estimados amigos del doctor Gaos, Edmundo O'Gorman y Justino Fernández, y asimismo otro alumno de la promoción primera, Manuel Cabrera, expresaron más de una vez lo que debían al maestro y se declararon sus discípulos; pero Gaos, con toda modestia, reconoció que los tres estaban ya formados, como lo demostraba la orientación toda de la obra ya publicada y de la que de ellos iba a seguir. No obstante, los enfoques historicistas, vitalistas y hegelianos de los dos primeros muestran a las claras la huella profunda que las exposiciones y escritos del maestro habían dejado en ellos: véase si no la impronta de Gaos en investigaciones tan profundas como la Coatlicue de Justino Fernández o Crisis y porvenir de la ciencia histórica de Edmundo O'Gorman, para sólo citar dos libros notables entre la vasta producción histórica de ambos autores.

La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México así como El Colegio de México, donde el doctor Gaos impartió cursos y dirigió seminarios, debieron y deben aún mucho a la capacidad, entusiasmo y eros pedagógico del fallecido maestro español. Sus antiguos alumnos, hoy distinguidos y algunos hasta famosos profesores, constituyen la más rica herencia histórica y filosófica que el profesor asturiano heredó a México.

Al llegar Ramón Iglesia y Parga a México (1939) traía consigo dos decisivas experiencias: una intelectual y americanista por cuanto como investigador del Centro de Estudios Históricos de Madrid había ya publicado El hombre Colón (1930) y preparado la edición de la Historia verdadera de Bernal Díaz; otra guerrera y traumatizante provocada por su participación activa en la contienda civil.

Reinicia su carrera profesional en la capital mexicana ingresando como profesor en la Escuela de Verano de la Universidad Nacional Autónoma de México y en La Casa de España, pronto refundida en El Colegio de México (1941); se le encarga la cátedra de Introducción al estudio de la Historia. Desde ese momento el batallador Iglesia inicia una verdadera cruzada en rescate de una historia que yace prisionera de la interpretación y metodología positivista, y que por lo mismo ignora el perspectivismo histórico, de raíz orteguiana, que justiprecia y da razón de los hechos. El problema de nuestro tiempo consiste en la observación de la realidad histórica desde una determinada perspectiva o circunstancia; de suerte que la verdad histórica resultará múltiple de acuerdo con los observadores, lugares y épocas. Dos razones expone el historiador español acerca de la imposibilidad para la historia de sustraerse al medio en que se la escribe: inmersión del historiador en un ambiente que hoy es distinto del que era ayer, como también será distinto al de mañana; rechazo de la imparcialidad histórica porque, según él, ésta nunca ha existido y su conceptuación es un puro mito. [ 6 ] La personal ecuación del historiador, frase que toma Iglesia de Ranke, no nos garantiza en modo alguno la solicitada objetividad.[ 7 ]

La historiografía cientificista es la culpable de haber estorbado el progreso de la historia; el historiador positivista es el responsable de tal entuerto puesto que pretende lo imposible: liberar a la historia del elemento personal, es decir "de la deformación de los hechos, deliberada o no, que imprimen a sus relatos quienes en ellos han sido actores o testigos". Además, prosigue el crítico, las fuentes históricas no hablan por sí solas, dado que "sus lenguas son múltiples según las personas que las manejan".[ 8 ] Todo documento carga consigo un doble gravamen de subjetividad: intencionalidad del autor y selección del historiógrafo.

Algunos de sus antiguos alumnos, hoy día y con poquísimas excepciones sobresalientes historiadores (Ernesto de la Torre, Alfonso García Ruiz, Carlos Bosch García, Manuel Carrera Stampa -fallecido ha poco-, Sol Arguedas, Fernando B. Sandoval, Enriqueta López Lira y otros más), coinciden en destacar los valores carismáticos que como profesor poseía Ramón Iglesia, pero que resultaba en extremo riguroso en punto a metodología y recreación artística. Exigía sapiencia, pero también simpatía y comprensión sin las cuales la historia, que debe atenerse fundamentalmente a los significados humanos que poseen los hechos históricos, se convierte en mera arqueología. De aquí que Ramón Iglesia combata ardorosamente a los historiadores meramente cientificistas por la propensión de éstos a convertir a sus discípulos en cazadores de documentos, en ratones de bibliotecas y archivos; en hacer de ellos ardillas incansables e infecundas, convencidos además de que la obra publicada en 1925 queda superada por la editada en 1945, tal y como se tratara, escribe Iglesia con ironía, de un nuevo modelo de automóvil.[ 9 ] Y por si fuera poco, prosigue el implacable crítico, se imbuye a los alumnos que el valor de un libro de historia depende exclusivamente de la cantidad de autores citados, de la abundancia de notas y registros bibliográficos, de la profusión de índices analíticos. Y sumadas a estas aberraciones, acaso la mayor y más monstruosa: ponerlos de espaldas a la filosofía, a la literatura, al arte... a la vida.[ 10 ]

Predicando con el ejemplo, en su seminario de El Colegio de México trabajó con sus alumnos y publicó el fruto de las investigaciones obtenidas bajo su dirección. En Estudios de historiografía de la Nueva España reunió Ramón Iglesia los trabajos más importantes de sus seminaristas: Hugo Díaz Thomé trabajó sobre Cervantes de Salazar; Fernando de Salazar, sobre Durán; Manuel Carrera Stampa, sobre Muñoz Camargo; Carlos Boch García, sobre Herrera; Ernesto de la Torre, sobre Dorantes de Carranza; Enriqueta López Lira, sobre Solís, y Julio Le Riverend, sobre Clavijero.

Un íntimo amigo de Iglesia, el historiador estadounidense L. B. Simpson hace resaltar la recreación vitalizadora y humana con la que su colega encarna a un Colón o a un Bernal Díaz haciéndonoslo ver sin beaterías románticas, destatuizados, sin pedestales ni monumentos mitificadores y deshumanizantes. Son llana y simplemente hombres de carne y hueso.[ 11 ]

Trabajando en España, Ramón Iglesia rompió lanzas, como él escribe, a favor de Bernal Díaz y arremetió contra Gómara al que calificó de "panegirista de Cortés, adulador servil y no [sabe] si alguna cosa más".[ 12 ] Las "falsedades del clérigo" experimentaron sin embargo un repliegue crítico al ponerse Iglesia nuevamente en contacto con el libro de Gómara desde su nueva perspectiva mexicana, y no se hace esperar la revaloración de la obra de éste y la del caudillo Cortés. Ramón Iglesia no canta la palinodia, sino que nos da las razones existenciales que motivaron un cambio radical en su apreciación a causa de su propia experiencia vital, su Erlebnis, como él mismo escribe.[ 13 ] Su condena de la Historia de la Conquista del capellán de Cortés se aligera y si bien no rebaja los valores propios del soldado cronista, procura ahora elevar al clérigo a la altura misma de aquél. El Cortés apagado de Bernal resplandece ahora en Gómara y los opacos soldados de éste brillan en la obra del medellinense a costa de la opacidad del caudillo. Iglesia reconoce que ha leído ahora con mayor atención y ello le hará romper una nueva lanza a favor del clérigo cronista. Las circunstancias han cambiado, su experiencia vital le hace mudar de punto de vista. Aleccionado por la "durísima experiencia"[ 14 ] de la Guerra Civil Española, escribirá en descargo de su perspectivismo lo que sigue:

Pero la guerra estalló y me aprisionó, y de este modo adquirí una experiencia viva y directa de los problemas militares, una experiencia que todos los libros de historia del mundo no me habrían dado. Vi de primera mano lo que es la guerra, una piedra de toque para todos los valores humanos, a causa de que en la guerra estamos siempre bajo la opresión de la muerte, la cual en tiempos normales está fuera de visión. Vi la parte jugada por los comandantes, que sabían cómo mandar, y la parte representada por los soldados, que sabían cómo obedecer y morir. Y vi también la profunda necesidad de establecer la jerarquía y la disciplina en un ejército, algo que habíamos olvidado, o acaso habíamos desdeñado en nuestra civilizada, liberal e individualizada sociedad. Y esto fue lo que hizo renovar mi concepción total de cierto número de problemas históricos, incluyendo en éstos el libro de Bernal. Después de la guerra releí su libro y leí más atentamente que antes el texto de Gómara. Comparé los dos y obtuve conclusiones [...].

Aunque no acepto la exclusiva importancia que Gómara da a Cortés, reconozco ahora que la parte de Cortés en la conquista fue mucho más significativa que la que le otorga Bernal.[ 15 ]

En 1940 llega a México procedente de Chile el doctor José Miranda y es incorporado inmediatamente a la Universidad Nacional Autónoma de México y a El Colegio de México, todavía institucionalmente denominado La Casa de España. De la importante producción historiográfica del profesor Miranda, sólo un artículo, "En torno a la docencia de España", publicado en plena guerra en Cuadernos de Madrid (1939), fue ajeno al tema mexicano o americano. De 1945 data la primera publicación mexicanista de José Miranda "El método de la ciencia política"[ 16 ] con el que inaugura sus investigaciones. El contacto con la circunstancia histórico-política de México va a llevar al doctor en Derecho al estudio de la ciencia política y de aquí a la historia, interesándose dentro del campo de esta última en la problemática económica. Sus principales investigaciones se refieren a las instituciones coloniales, y la obra en que las estudia, Las ideas y las instituciones políticas mexicanas (1521-1820),[ 17 ] es un boceto, como él mismo aclara con modestia, de trescientas sesenta y nueve páginas en el que aplica su peculiar método consistente en presentar en primer lugar las raíces españolas (medievales) e indígenas (prehispánicas) del proceso; en segundo lugar en hacer el análisis de la época colonial, y en tercero en abocarse a la época independiente que es la resultante del encadenado proceso que culmina con la autonomía nacional. La segunda obra de Miranda, Reformas y tendencias constitucionales recientes de la América Latina (1945-1956),[ 18 ] editada como la anterior por el Instituto de Derecho Comparado de la Universidad Nacional Autónoma de México, ilustra asimismo muy bien la formación jurídica, la profundidad histórica y la soltura metodológica alcanzada por el historiador en el estudio de las instituciones.

Entre la treintena de ensayos y artículos publicados por Miranda destacan los relativos al análisis económico de las instituciones coloniales (encomienda, mesta, tributación, etcétera); pero hay también otros muchos dedicados al examen de la legislación indigenista colonial, a la cohesión social de los pueblos indios, a la distribución de la población nativa, a la evolución cuantitativa y al desplazamiento demográfico de los naturales durante el virreinato. Todos estos trabajos y otros tantos más sobre la ilustración mexicana (Clavijero), la evangelización y el erasmismo ponen de manifiesto la capacidad y la infatigabilidad del historiador español, el cual estaba empeñado en dramática lucha contra el colonialismo intelectual prefabricado con base en esquemas o modelos de tipo euroamericano. Como manifiestan tres de sus últimos alumnos, hoy historiadores profesionales de reconocido mérito, Guillermo Palacios, Bernardo García Martínez y Andrés Lira, José Miranda "ha venido a constituir, ya desde antes de su muerte, uno de los puntales sobre los que será posible intentar la reconstrucción integral de la historia de México y de América Latina".[ 19 ]

La herencia intelectual dejada por Miranda ha dado y sigue dando frutos. Ernesto Chinchilla elaboró su tesis doctoral bajo la dirección del maestro; Pedro Carrasco, Luis Muro y Luis González acusan en sus obras primeras la influencia ejercida por el profesor, y Julio Le Riverend, Hugo Díaz Thomé y Pablo González Casanova lo recuerdan con nostalgia. Con este último publicó Sátira anónima del siglo XVIII.[ 20 ] José Miranda enseñó a sus alumnos, como escribe Le Riverend, a recorrer el siglo XVIII mexicano.

Publicó Miranda un hermoso libro sobre Humboldt y México,[ 21 ] y en él analiza objetivamente, con simpatía pero sin aspavientos y admiración excesiva, la obra del sabio viajero, rechazando la enajenada admiración liberal del siglo XIX por el Ensayo novohispano. Humboldt es, según Miranda, un ilustrado cuya formación compaginaba con la de los ilustrados mexicanos de fines del siglo XVIII. La obra sobre la Nueva España surge de la feliz conjunción del sabio alemán con los sabios mexicanos. Miranda alaba los análisis sociológicos y económicos que realiza Humboldt en el Ensayo y reconoce la honestidad intelectual de éste por cuanto denunció los males administrativos del gobierno virreinal.[ 22 ]

Otro libro importante de José Miranda es España y Nueva España en la época de Felipe II.[ 23 ] El análisis de la situación política y económica de la colonia en el siglo XVI es extraordinario y la figura del mal llamado "Rey Prudente" o del roi paperassier, como lo apodaron los franceses, covachuelista e indeciso, resulta breve y magistralmente trazada. El rey burócrata es un hombre severo y acartonado, de personalidad gris, acomplejado e introvertido.[ 24 ]

Por último el historiador, aunque muy brevemente, expone las causas económicas de la decadencia de España y termina estas cincuenta y nueve páginas de análisis haciendo un apretado resumen de la contribución científica española (siglo XVI) al resaltar sobre todo el aporte hispano a la historiografía a consecuencia de la incitación americana; porque, como escribe Miranda, "si España descubrió a América, América descubrió a España nuevos caminos y objetivos del saber".[ 25 ] Tal es el caso de la originalidad y trascendencia de la "revolucionaria" historiografía española del siglo XV relativa al Nuevo Mundo, una historiografía, remacha el autor, que hace época y que debería señalarse como piedra miliar en la historia de la historiografía.[ 26 ]

II

El americanismo de Nicolau d'Olwer surge de su presencia en México y del cultivo antañón en sus lejanos días de profesor de la Universidad de Barcelona de las crónicas medievales, fundamentalmente la de Joinville y, sobre todo, la de Ramón Muntaner, escrita durante el dominio catalán, en el siglo XIV, del Mediterráneo oriental. En el libro intitulado Cronistas de las culturas precolombinas,[ 27 ] establece un parangón entre la extrañeza y admiración de un Hernán Cortés y de un Bernal Díaz ante la contemplación de la cultura azteca, y el asombro del capitán Muntaner ante la magnificencia de Bizancio, escenario para la epopeya almogávar catalana. Lo mismo, según el maestro barcelonés, puede decirse del estupor de Francisco Pizarro o de Cieza de León frente a la civilización incaica.

Nicolau d'Olwer, que es consciente de las limitaciones de su "antología" testimonial, se propone con ella "dar una idea completa del panorama cultural americano tal y como lo v[ieron] y juzga[ron] los cronistas"; pero, apostilla el historiador, tal y como creyeron verlo, porque el testigo "puede ser veraz y no ser verídico su testimonio".[ 28 ] Reflexión historiográfica en verdad inteligente y que traspasa los límites objetivamente positivos de la escuela histórica cientificista en la que se formó el autor.

El Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590)[ 29 ] de Nicolau d'Olwer es algo más que una biografía y las verdades que éste obtiene no son absolutas sino tan relativas y circunstanciales como las del propio fraile ante la enigmática presencia del Anáhuac, pese incluso al método empírico de investigación antropológica inventado por el misionero y que el comentarista bautiza como de "encuesta y mesa redonda".[ 30 ] A pesar de la dedicación, capacidad científica y amorosa del sabio y buen fraile, su Historia general no nos puede dar la comprensión total interna de aquel mundo desaparecido. Naturalmente, nos aclara el crítico, esto no quita que Sahagún siga siendo "la primera autoridad en cuanto se refiere a la cultura y religión aztecas" y que su obra contenga el "tesoro" exhaustivo de la lengua náhuatl.[ 31 ]

De hecho, piensa Nicolau d'Olwer, el fraile "parece convencido de que una sola ganancia indiscutible aportó la conquista, la religión; pero que, por lo demás, la cultura autóctona en nada era inferior y en algunos puntos superior a la cultura importada".[ 32 ] Deducción final de Nicolau d'Olwer que dejando aparte lo que tenga de verdad científica no deja de ser circunstancialmente subjetiva por cuanto proviene de un hombre que se hace eco de una conciencia histórica europea que ya no se siente tan segura, como antes, de la primacía occidental.

Por último, Nicolau d'Olwer opone ingeniosamente al llamado " malinchismo " el sahagunismo; es decir, que si por el primero se entiende (exento ya el término de su connotación populachera y vulgar), el deslumbramiento que lo exótico español produjo en el ánimo de muchos mexicanos; por el segundo se ha de considerar asimismo el deslumbramiento que lo exótico indiano produjo a su vez en algunos españoles. "Exósmosis y endósmosis espiritual, curioso mestizaje del alma trascendente más importante para el futuro de México que el propio mestizaje físico."[ 33 ] "¿Quién es más mexicano -pregunta el crítico-, el español Sahagún que escribe su Historia en náhuatl, o el noble tlaxcalteca Muñoz Camargo, que escribe la suya en castellano?"[ 34 ] Mestización, en suma, de la que el propio humanista catalán resulta prueba, si consideramos el proceso de mexicanización (o matización como veremos en el siguiente autor) experimentado por él mismo.

El canónigo y lectoral del Seminario de Granada, España, José María Gallegos Rocafull llegó también a México con la emigración republicana; ejerció su ministerio como párroco de la iglesia de La Coronación, en el Distrito Federal, y trabajó como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. En su libro El hombre y el mundo de los teólogos españoles de los siglos de oro[ 35 ] defiende eclécticamente a los teólogos neoescolásticos del siglo XVI, quienes armados con la razón examinaron y rechazaron las exigencias de una escolástica verborraica. Son teólogos españoles poseídos de una santa furia que se enfrentan a todo lo divino y humano. El padre Mariana sostiene el derecho del pueblo al regicidio supuesto que los pueblos no pueden libertarse de los tiranos sino por la fuerza; Domingo Báñez, al afirmar la causalidad universal de Dios, hasta parece hacerlo responsable del pecado y aun lo acusa de asesino de la libertad del hombre; Luis Medina opone la libertad del hombre a la sabiduría y poder de Dios: Suárez se atreve a exaltar la soberanía popular frente a la realeza; Melchor Cano aconseja a Felipe II que haga la guerra al papa, y Francisco de Vitoria condena las guerras de Carlos V, las conquistas y el mal trato a los indios. Las ideas de los teólogos lanzadas desde las cátedras universitarias golpean la conciencia de gobernantes y gobernados. Sobre estos cimientos neoescolásticos se construye el Estado-Iglesia español que perderá la batalla misoneísta frente a la modernidad nacionalista y económica de las nuevas naciones europeas.

Este tenso libro de Gallegos Rocafull constituye el zaguán intelectual por el que se nos conduce al gran patio interior de El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII,[ 36 ] en donde como en los clásicos corrales teatrales asiste al conflicto entre dos mundos que se enfrentan y se influyen mutuamente para crear un tipo de cultura nueva, resultante de la muerte de la autóctona. Empero la cultura cristiana triunfadora queda a su vez matizada, asimilada por la originalidad de la nueva tierra y sus gentes. El mundo español interroga a la esfinge indiana que plantea enigmas que deben ser prestamente contestados: ¿Qué es la tierra y qué hacer con ella? ¿Cómo son sus habitantes y cómo hay que tratarlos? ¿Son válidos respecto a ellos los tradicionales conceptos europeos o hay que crear otros más holgados en que quepa, sin deformarse, toda la sorprendente novedad del nuevo mundo? Ver cómo se contestan estas preguntas y ver asimismo cómo encaja lo nuevo en el viejo esquema bíblico tripartito constituyen la clave del libro. En su prólogo nos declara el autor su cordial vinculación a México, su mestización espiritual por obra de la acción telúrica de su nueva patria y por el impacto que en él se ha producido al conocer la historia novohispana en sus fuentes.

Hace suyo Gallegos Rocafull el ideal político de Suárez, conciencia humana en tanto que síntesis del plan de Dios y de la misión del hombre, y reconoce la razón histórica de España al oponerse a la modernidad hasta llegar a la consunción total. La explicación del teólogo-historiador o, si se quiere, del historiador-teólogo, no justifica sino aclara el quid de lo que somos los hombres hispánicos al mostrarnos las raíces o razones de nuestro retardo histórico. Pero solamente, sólo entonces las puertas del porvenir quedan abiertas para emprender la nueva marcha con vista a la cancelación de nuestras demoras.

III

El poeta, pintor, escritor, historiador y crítico de arte José Moreno Villa fue uno de los primeros trasterrados que pisó tierra mexicana (junio de 1937). Fundada La Casa de España pasó a formar parte de la misma y hacia 1939 publicaba el original que había traído consigo desde España: Locos, enanos, negros y niños palaciegos. En 1940 editó su primer libro mexicano, Cornucopia de México,[ 37 ] porque él veía todo lo nuestro como barroco coruscante, brillante, rizado, quebrado, contrastado, claroscurecido: "como un resumen del estilo rococó".[ 38 ] Este libro fue completado con Doce manos mexicanas. Datos para la historia literaria o Ensayo de quirosofía (texto y dibujos), que tengo para mí que fue la obra que recibió el aplauso agradecido de Alfonso Reyes. "José Moreno Villa ocupa un lugar eminente. No es posible hojear sus libros sin sentirse tentado a darle las gracias al instante".[ 39 ] La escultura colonial mexicana (México, El Colegio de México, 1942) es un libro en el que Moreno Villa quiso señalar las grandes líneas estilísticas de la escultura novohispana. Fue en su tiempo el único trabajo importante que existió sobre el tema, el cual fue realizado con exquisita sensibilidad y amplio respaldo investigante. Como él mismo escribe, su único atrevimiento fue el empleo del término tequitqui (tributario) para referirse al producto escultórico mestizo que aparece en México; pero el término lo aplica también a la pintura e incluso a la arquitectura, cuando se refiere por ejemplo, a la catedral de Zacatecas como "el Partenón del estilo tequitqui ", con lo cual quiere significar lo diferencial del arte colonial mexicano respecto a los modelos barrocos europeos.

Resulta curiosa si no es que tal vez controvertida la clave rítmica bisecular que Moreno Villa utiliza para justipreciar el arte mexicano: el siglo XVI es el de esplendor del tequitqui; el XVIII el magistral de la arquitectura barroca, y el XX el del valor estético original de la pintura. Los siglos intermedios son de producción correcta pero carente de autenticidad, de fuerza y originalidad, tal y como ocurre con la excelente pintura mexicana del siglo XIX. En el paisajista José María Velasco no encuentra lo diferencial mexicano que caracteriza, entre otros, a Orozco, Siqueiros, Tamayo, etcétera, artistas telúricamente amestizados de nuestro siglo.

En contraste con Moreno Villa, otro crítico e historiador del arte, Juan de la Encina (Ricardo Gutiérrez Abascal) en el único libro que publicó sobre el arte mexicano, El paisajista José María Velasco (1840-1912), el pintor es valorado en función de las influencias y perfecciones europeas que muestra en sus cuadros. Pero el pintor Velasco, volvamos de nueva cuenta a Moreno Villa,

no es una voz mexicana aunque pinte volcanes y panoramas de la alta meseta en que vivimos. Chávez Morado tiene voz mexicana en sus paisajes. Sabe poner en las ramas de los árboles, en el color, materia de las cosas, ese tono híspido o ese temblor horripilante que ya se anunció en José Clemente Orozco [...]. Y lo mismo Anguiano y lo mismo Meza o Carlos Romero [...]. Los casos de Tamayo, Guerrero Galván y Meza son los más atrayentes para el historiador porque acusan con mayor fuerza el drama sanguíneo.[ 40 ]

Es decir el conflicto de dos sangres, de dos razas, de dos culturas.

Pero el historiador y crítico Juan de la Encina no lo vio así; sus juicios históricos y críticos permanecieron europeos, ajenos a la realidad mestiza del arte mexicano. Sus obras principales, La nueva plástica (1940), La pintura del Renacimiento italiano (1949), La pintura española (1951) y Retablo de la pintura moderna (1953), son textos bien informados y pedagógicamente bien trazados; pero vueltos de espaldas a la potente originalidad del arte pictórico mexicano de nuestro tiempo.

Algo diferente le ocurre a Ceferino Palencia, profesor en la Academia de San Carlos (Escuela Nacional de Artes Plásticas) y en la escuela de pintura La Esmeralda, quien se deja permear fácilmente por el ambiente mexicano e intenta cuando menos comprenderlo. El arte de Tamayo (1950) y El arte contemporáneo de México (1951) muestran que para justificar su obra crítico-histórica tuvo que asimilar y hacer conscientes las circunstancias mexicanas en que le tocó vivir. La comprensión de esta realidad lo llevaría a escribir su México inspirador (1963).

Adolfo Salazar, historiador de la música, realizó una extraordinaria obra de información profunda en torno al arte musical. Seguramente de haberse quedado en Madrid hubiera publicado los mismos o parecidos libros que publicó en México: La rosa de los vientos en la música europea (1940), La música en la sociedad europea (1943), La música orquestal en el siglo XX (1943), La música moderna (1944), ntesis de la historia de la música (1945), La música como proceso de su invención (1950), La música [antigua] en la cultura griega (1954) y La música en la cultura española (1954).

La periodicidad e historicidad de la música está magníficamente expresada por el crítico en sus Conceptos fundamentales: "En la música -y en tantas cosas más- las mismas fuerzas que llevaron a este arte a su esplendor, sean también las fuerzas que lo lleven a su disolución y que, en definitiva, la música -como otras tantas cosas- no sea más que una explosión magnífica que destruye su propia creación".[ 41 ]

Jesús Bal y Gay llegó a México en 1938 y regresó en 1967 a España. Publicó en México el hermosísimo Cancionero de Upsala (1944), que aún sigue siendo el más bello libro editado por El Colegio de México. Con anterioridad había publicado bajo los auspicios de La Casa de España Romances y Villancicos españoles del siglo XVI. Fue fundador de Ediciones Mexicanas de Música y de una revista: Nuestra Música. Como jefe de la Sección de Investigaciones Musicales del Instituto Nacional de Bellas Artes preparó y editó una monumental obra sobre el Cancionero folklórico en México y asimismo publicó El Códice del Convento del Carmen, cuyo primer volumen apareció en 1953 y contiene misas y motetes en transcripción polifónica.

Dentro de este grupo añadiremos, por último, a Otto Meyer Serra, musicógrafo y crítico musical, autor del Panorama de la música mexicana (1941), que abarca desde la Independencia a la época actual, y cuyo intento primordial, hasta ahora sólo realizado parcialmente por Gabriel Saldívar, es historiar en serio el rico patrimonio musical del país.

IV

Agustín Millares Carlo, extraordinario e infatigable bibliófilo y latinista, llegó a México en 1939 y permaneció con nosotros más de veinte años, durante los cuales no cesó de trabajar y pues de contribuir al desarrollo de las humanidades en el país. Si lo incluimos aquí es por su aportación erudita al conocimiento del México colonial (Apuntes para un estudio bibliográfico del humanista Francisco Cervantes de Salazar (México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1957) y también hay que reconocer que Millares Carlo contribuyó ampliamente al conocimiento del siglo XVIII con los prólogos a la Biblioteca mexicana de Eguiara y Eguren y con su estudio sobre fray Benito Gerónimo Feijoo y Montenegro, destacando la importancia de éste en la introducción en España y las colonias de la filosofía ilustrada, bajo fórmula ecléctica; es decir, maridando el racionalismo anglo-francés con la ortodoxia católica.

Su contribución al conocimiento del padre Las Casas merece mención especial y los lascasistas han de estarle muy agradecidos sin duda alguna. Los manuales de literatura latina, universal y española, los textos escolares medios así como la Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas (México, 1971) ponen de relieve su amplia erudición y sus sólidos conocimientos históricos.

Junto a esta figura debemos poner la de su amigo y colaborador el bibliófilo José Ignacio Mantecón, coautor con Millares Carlo en muchas ediciones y muy especialmente del importante y utilísimo Álbum de paleografía (México, 1955) y del Índice y extractos de los protocolos del Archivo de Notarías de México (1944-1945). Dejando a un lado su vasta producción técnica de bibliógrafo, Mantecón ha contribuido también al conocimiento del mundo novohispano con su edición y comentarios al Informe de méritos y servicios de Alonso García Bravo, alarife que trazó la ciudad de México (México, 1957) y a la Cartilla vieja de la nobilísima ciudad de Puebla de los Ángeles (1781) de Pedro López Villaseñor (México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1961).

V

Por tercera vez (1945) llegó a México el famoso historiador español Rafael Altamira y Crevea, esta vez no por decisión propia sino impelido por el vendaval guerrero europeo. Acogido en México reanuda sus clases y seminarios en la Universidad Nacional Autónoma de México y en El Colegio de México y, sobre todo, se pone intensamente a trabajar como un novel historiador sin hacer cuenta de la impresionante obra historiográfica realizada por él en España y sin parar mientes en que era un noble anciano que rondaba ya los ochenta años de edad. En 1945 publica treinta ensayos sobre diversos temas; en 1946 escribe siete y se le reimprime un curso de historia publicado en 1926 (París, Hachette); en 1947 son diecisiete los trabajos históricos menores que publica; ocho al año siguiente, destacando entre ellos el importante Manual de investigación de la historia del derecho indiano y el breve compendio intitulado Proceso histórico de la historiografía humana; en 1949 publica tres trabajos más; cuatro en 1950, y sobresalen entre ellos su Felipe II, hombre de Estado y el Curso Sintético y vademécum de la historia del derecho indiano; en 1951, año de su muerte, son cinco las publicaciones más los importantísimos Diccionario castellano de palabras jurídicas y técnicas tomadas de la legislatura indiana y Contribución a la historia municipal de América. Los temas de la historia jurídica española en América, la preocupación por la metodología y la enseñanza de la historia, la historia española y la formación de alumnos, que fueron el campo de acción para las actividades historiográficas de Rafael Altamira, siguieron siendo las mismas al instalarse en México.

Fue un historiador objetivo, positivista formado en la escuela científica francesa e italiana y creyó con toda sinceridad que era posible escribir la historia con absoluta ecuanimidad, desapasionamiento e imparcialidad. Tuvo sin embargo una confesada pasión don Rafael, su americanismo. Fue uno de los españoles de gran talla intelectual que desde sus inicios profesionales renovó el contacto con la América hispana y tendió un puente de mutua comprensión sobre el profundo abismo de los odios e indiferencias. A partir de 1909, en su primer viaje por Hispanoamérica, cancela los resquemores independentistas iberoamericanos y se preocupa fundamentalmente en acercar y dar a conocer la América española a los españoles y la España a los hispanoamericanos. Sus cátedras y seminarios contribuyeron a esta empresa a través de la formación de alumnos. Ya casi con un pie en el estribo Rafael Altamira recuerda y amonesta suave y críticamente a sus discípulos: el valenciano Ots Capdequí, el castellano Malagón Barceló, el venezolano Arcila Farías y, por supuesto, el mexicano Silvio Zavala, a quien desde la década de los treinta consideró como "uno de los mayores historiadores de América", y no se equivocó, por cierto, el maestro.

Consideremos ahora en un haz la obra de dos de los alumnos formados por Altamira: los ya citados José María Ots Capdequí y Javier Malagón Barceló. A pesar de tener el primero su residencia en Bogotá su contacto con México y con los colegas mexicanos y españoles fue estrecho y fecundo; lo mismo puede decirse respecto al segundo que vive en Washington y que ha realizado aquí su importante obra.

En el destierro el maestro Ots Capdequí pudo dedicarse al estudio sistemático del derecho indiano: El Estado español en las Indias (México, 1940); el Manual de historia del derecho español en América y del derecho propiamente de Indias (2 v., Buenos Aires, 1945), texto este último de gran divulgación entre las dos Américas, y en colaboración con Javier Malagón publicó en México el Solórzano y la política indiana (1965).

Al doctor Malagón se le deben entre otras muchas publicaciones Las relaciones diplomáticas hispano-mexicanas (1949-1952), en colaboración con E. López Lira y J. M. Miquel i Vergés; las Actas de Independencia de América, que llevan ya tres ediciones (1955, 1973 y 1978), acompañadas de un estudio de Charles C. Griffin; La literatura jurídica en la Nueva España, con prólogo de A. Millares Carlo, y la obra ya citada líneas arriba sobre Solórzano. En 1974 publicó El carolino código negro de 1784, mediante la lectura del cual uno se entera de que pese a su rigor no tiene comparación con los rigores y crueldades de los códigos negreros de otros países esclavistas de Europa. En 1978, en la colección SepSetentas publica su Historia menor.

El profesor Miquel i Vergés recibió su doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Interesado en España por la literatura, su estancia en México lo hizo cambiar de rumbo intelectual y dedicarse a la historia y a especializarse en el periodo independiente mexicano. En 1941 aparece su importante libro sobre La Independencia de México y la prensa insurgente, realizado en El Colegio de México. Se trata de una antología de los periódicos de la época, abarcando el examen de algunos de ellos. En colaboración con Hugo Díaz Thomé publicó en 1944 los Escritos inéditos de fray Servando Teresa de Mier (El Colegio de México). En 1949 dio a las prensas El general Prim en España y México; colaboró en las ya citadas Relaciones diplomáticas españolas de México 1822-1823, publicación de El Colegio de México (1956).

La obra póstuma, a la que había dedicado más de veinte años de investigación, apareció editada por Porrúa en 1969. Se trata del Diccionario de insurgentes, en donde encontramos una abrumadora e importante información biográfica, bibliográfica y documental de más de cuatro mil personas que contribuyeron a la independencia de México y que, en su mayor parte, han sido rescatadas por el autor del limbo documental en donde se hallaban olvidadas.

VI

Al campo de la investigación histórico-científica se dedicó arduamente el doctor en medicina Germán Somolinos d'Ardois, quien además de ejercer su trabajo profesional como médico tuvo tiempo para escribir con su paisano el doctor Isaac Costero un libro importante: Desarrollo de la anatomía patológica en México (1964). En la Gazeta Médica Mexicana describe con indudable humor e ironía la historia de la inclusión y asimilación de los médicos españoles exiliados al cuerpo médico mexicano: "Veinticinco años de medicina española en México" (1965), y un año antes, con motivo del Primer Centenario de la Academia Nacional de Medicina de México, redactó la Guía de la exposición histórica de la misma. En 1966 publica un apretado y valioso resumen sobre "Historia de la ciencia en México".[ 42 ]

Publicó gran número de artículos en la Gazeta ya mencionada y múltiples ensayos aparecidos en otras publicaciones similares; fue autor de las siguientes obras: William Harvey, descubridor de la circulación sanguínea (1952); Historia de la medicina (1952); Historia y medicina. Figuras y hechos de la historiografía médica mexicana (Universidad Nacional Autónoma de México, 1951), muchas Biografías breves de los médicos más famosos (1957) y La primera expedición científica de América (1971). Empero la obra capital de investigación histórica realizada por Somolinos fue su participación activísima en la edición de las Obras completas del primer protomédico de las Indias, el doctor Francisco Hernández. La "Vida y obra..." de éste fue escrita por Somolinos y aparece en el volumen I de la obra mencionada, así como la introducción a la Historia natural (1959). Con anterioridad había estudiado el médico español exiliado "La medicina teotihuacana" y profundizado en el famoso Libellus de medicinalibus indorum herbis o dice de la Cruz-Badiano.

El doctor Francisco Guerra pasó meteóricamente por México, pero tuvo no obstante tiempo para escribir y publicar una Historiografía de la medicina colonial hispanoamericana (1953) y la Iconografía dica mexicana (1955). A la edición facsimilar de la obra del doctor Monardes, Diálogo del hierro y de sus grandezas (Monterrey, 1961), contribuyó con "Nicolás Bautista Monardes. Su vida y su obra". En 1949, en México, publicó la Bibliografía de la historia de la medicina mexicana. En Madrid ha aparecido recientemente la Historia de la medicina hispanoamericana y filipina en laépoca colonial. Inventario crítico y bibliográfico.

Este médico madrileño y doctor en farmacología por la Universidad de Yale publicó también en la revista inglesa Medical History un artículo sobre "Aztec medicine" (1966) y otro sobre "Maya medicine" (1964), en los que comenta las prácticas médicas prehispánicas conocidas a través de las crónicas españolas y los códices prehispánicos. En términos generales las obras del doctor Guerra son más importantes desde el punto de vista catalográfico que del propiamente histórico.

El profesor de química Modesto Bargalló publicó en 1955 La minería y la metalurgia en la América española durante laépoca colonial, obra importante y esclarecedora sobre los procesos, adelantos e invenciones metalúrgicas españolas, donde incluye capítulos muy interesantes sobre los conocimientos de los aborígenes americanos, pertenecientes a las altas culturas, en la materia, y estudia las técnicas españolas de beneficio de los metales y las ordenanzas reguladoras, dictadas por el Estado imperial. Escribió además numerosos artículos entre los que merecen destacarse el de "Homenaje a don Andrés Manuel del Río", el dedicado a José Garcés García en el sesquicentenario de su libro Nueva teoría y práctica del beneficio de los metales de oro y plata y asimismo los destinados a subrayar los méritos técnicos y científicos de Bartolomé de Medina, inventor del beneficio de patio, y de los alquimistas y metalúrgicos del siglo XVI.

En 1965 publicó Las ferrerías de los primeros años del México independiente, y a este libro le siguieron varios más sobre Química orgánica y el beneficio de los metales en el México prehispánico y colonial, La amalgamación de los minerales de plata en la Hispanoamérica colonial (1966) y el dedicado a Andrés Manuel del Río y su obra científica.

La obra toda de Modesto Bargalló representa un rico filón historiográfico descubierto por él y del que se han de beneficiar lo mismo los historiadores de la tecnología que los de la ciencia, la cultura y la economía.

VII

El doctor Wenceslao Roces es el tipo de profesor que desde la cátedra ha ejercido y ejerce aún mayor influencia que por sus escritos, pocos recientemente. Como traductor, por el contra, la cultura mexicana está en deuda con Roces por la ingente tarea de divulgación realizada por él del pensamiento básico del extranjero, ya antiguo o moderno, mediante tersas y correctas traducciones del alemán, francés, ruso e inglés. La versión española de las obras de Carlos Marx se le debe a él, así como tantas otras que no cabe incluir aquí.

Tres ensayos de Roces, creemos que los únicos salidos de su pluma, han tenido amplia difusión. En el más notable, Algunas consideraciones sobre el vicio del modernismo en la historia antigua,[ 43 ] el autor la emprende contra los "brillantes embrolladores" (Mommsen, Beloch, Meyer, Pohlmann, Weber, Bloch, Toynbee, Heidegger, Jasper, Spengler, Croce y Nietzsche) por haber escamoteado o tergiversado en sus respectivas historias de Grecia o Roma, pese a sus indudables méritos, la realidad social-económica de las sociedades clásicas. Roces rechaza por un lado a los que enfocan las sociedades antiguas mediante conceptos y categorías típicas de los tiempos modernos; por el otro, defiende a la historiografía marxista de los ataques de aquellos que la impugnan académicamente por considerarla exenta de carácter coherente y sistemático.

Sus otros dos ensayos responden en su contenido a lo anunciado en los títulos correspondientes: La cultura de nuestro tiempo y Los problemas de la Universidad (1977).

Julio Luelmo y Luelmo, licenciado en Derecho, posee menos envergadura intelectual, en tanto que marxista, que Wenceslao Roces; pero aventaja a éste en cuanto a producción historiográfica original. El ingenio de Cervantes y la locura de don Quijote constituye el estudio de las ideas del escritor clásico desde el punto de vista político, social, religioso y económico; el método y la filosofía que lo informa, el materialismo dialéctico. Lo mismo hace Luelmo en Los antiesclavistas norteamericanos. La cuestión de Texas y la guerra con México[ 44 ] por lo que toca a la interpretación materialista-marxista del hecho histórico. En las noventa y dos páginas de este ensayo Luelmo nos entrega una versión mexicanista de los acontecimientos apoyada en una documentación bien establecida. Siguen después nuevos trabajos: Sociedades precapitalistas, El desarrollo de la sociedad[ 45 ] y la Breve historia de la agricultura en Europa y América.[ 46 ] Como es sólito en el autor, el modelo o esquema sobre el que proyectar y acomodar el proceso histórico real es el marxista, aunque algunos hechos difícilmente se ajustan al canevá previa e intelectualmente urdido.

VIII

Víctor Rico González llegó también a México como tantos otros intelectuales, perdónesenos lo repetitivo, al término de la Guerra Civil. Fue nombrado profesor sustentante de la cátedra de Historia de la Historiografía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y recogiendo sus notas, lecturas y apuntes confeccionó su libro: Iniciación a la historiografía universal (México, 1946). En esta obra el profesor español critica el historicismo y el relativismo histórico y, como buen representante del positivismo historiográfico, pasa revista a las escuelas que rechazan el método científico, y de paso censura al marxismo por su determinismo económico.

A la década de los cuarenta pertenece también su Historiadores mexicanos del siglo XVIII (México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1949) y destaca en este libro los trabajos históricos de Clavijero, Veytia, Cavo y Alegre, sobre todo la Historia del primero. Publica después, en México (Universidad Nacional Autónoma de México, 1953), Hacia un concepto de la Conquista de México, tema crucial para todo español e hispanoamericano por los filias y fobias a que el mismo da lugar, y examina las ideas al respecto de siete autores mexicanos y uno estadounidense, William H. Prescott. Fue un acierto incluir la Historia de la Conquista de México del historiador salemiano en la serie, porque tal abordaje critico no se hacía desde la primera mitad del siglo XIX. Prescott es un ejemplo palpable de un tratamiento objetivo, imparcial e impersonal del dramático acontecimiento y, por lo mismo, impresionó mucho a Rico por aquello mismo que expresó Goethe acerca de la Wahlverwandtschaften.

La dedicación americanista del historiador español se patentiza en sus antologías de Juan Bautista Alberdi, de Juan de Mariana y en la colección de documentos sobre la expulsión de los jesuitas (dos volúmenes). Escribió asimismo una Filosofía del arte en España e Iberoamérica en el siglo XVI (México, 1945) que se ha hecho rarísima y que, por desgracia, no hemos podido consultar.

IX

No fueron muchas las vocaciones inclinadas a la historia dentro de los jóvenes exiliados y a diferencia con el mayor volumen de los que se dedicaron a la antropología, podría suponerse que por ser esta ciencia un conocimiento concreto, directo y menos especulativo y emocional que la otra, sumando a ello la espléndida tradición antropológica española del siglo XVI en América, ello inclinaría a los jóvenes recién llegados a cultivar y proseguir unas tareas científicas ya iniciadas por unos antecesores propios tan brillantes, humanos y generosos.

Rafael Segovia Canosa se licenció en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, con una excelente tesis titulada Tres salvaciones del siglo XVIII español, de raíz y corte historicistas. Sin embargo, pronto abandonó la investigación propiamente histórica y derivó hacia los estudios de ciencia política en los que, al presente, sigue afanosamente dedicado. Carlos Bosch García, maestro y doctor en Ciencias Históricas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, se ha dedicado con empeño y positivo éxito al estudio de las relaciones diplomáticas entre México y los Estados Unidos. Su bibliografía al respecto es muy rica e importante, y es muestra de sus desvelos e intereses temáticos el último libro dedicado a El mester político de Poinsett en México.[ 47 ] Está ya también publicado su México frente al mar,[ 48 ] en donde analiza la controversia histórica u oposición de los representantes de la novedad marinera española frente a la tradición de los hombres de tierra adentro.

Resulta curioso por cuanto representa una evolución en su carrera, que Bosch García, quien comenzó interesándose por la antropología (La esclavitud prehispánica entre los aztecas, México, 1944), acabase estudiando temas histórico-diplomáticos. Así, de 1947 son los Problemas diplomáticos del México independiente; de 1957, Materiales para la historia diplomática de México 1820-1840; de 1961, Historia diplomática de México con los Estados Unidos (1820-1848) y de 1978, Latinoamérica, una interpretación global de la dispersión en el siglo XIX.

Juan A. Ortega y Medina estudió la licenciatura en Historia en la Escuela Normal Superior de México y se graduó de maestro y doctor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Su obra es extensa (artículos, recensiones, ensayos y libros), pero pueden destacarse en ella dos temas de interés para él: el de la relación histórica de México con los Estados Unidos, además del estudio histórico de éstos (México en la conciencia anglosajona, 2 v., México, 1953-1955; Monroísmo arqueológico, México, 1953; La evangelización puritana en Norteamérica, México, 1976; El conflicto angloespañol por el dominio oceánico (siglos XVI y XVII), Universidad Nacional Autónoma de México, 1981, y el mexicano e hispanoamericano Humboldt desde México, México, 1960; Historiografía soviética iberoamericanista, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1961, y Estudios de tema mexicano, México, SepSetentas (84), 1973. Últimamente ha aparecido Teoría y crítica de la historiografía científica idealista alemana, Universidad Nacional Autónoma de México, 1980.

En relación con México ha traducido del alemán las Cartas a la patria del viajero C. G. Koppe, México, 1955; Cartas sobre México del también viajero alemán, del siglo XIX, C. C. Becher; ha prologado y anotado la obra del viajero y diplomático estadounidense Brantz Mayer, México lo que fue y lo que es, México, 1953. Ha editado, prologado y anotado también la obra fundamental para México de Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (México, 1966); la obra capital de W. H. Prescott, Historia de la Conquista de México (México, 1977), y la obra de J. Winckelmann, De la belleza en el arte clásico, México, 1959.

[ 1 ] Este ensayo es una apretada síntesis de un estudio preparado para un volumen conmemorativo de la presencia intelectual del exilio español en México, patrocinado por el ahora presidente de la república José López Portillo. El libro en cuestión se llama El exilio español en México 1939-1982, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.

[ 2 ] Cf. Peggy K. Korn, Topics in Mexican historiography, 1750-1810. Memoria de la Reunión de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos en Oaxtepec, México, Universidad Nacional Autónoma de México-El Colegio de México, 1970.

[ 3 ] Vid. José Gaos, Filosofía española en América (1936-1966), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1959, p. 23-24.

[ 4 ] Vid. "Carta abierta a Leopoldo Zea", apud José Gaos, En torno a la filosofía mexicana, México, Alianza Editorial, 1980, p. 410.

[ 5 ] Vid. "Carta abierta a Leopoldo Zea", apud José Gaos, En torno a la filosofía mexicana, México, Alianza Editorial, 1980, p. 168.

[ 6 ] Apud L. B. Simpson, "Prefacio" a Columbus, Cortes and other essays, Berkeley-Los Ángeles, University of California, 1969, p. 115.

[ 7 ] L. B. Simpson, "Prefacio" a Columbus, Cortes and other essays, Berkeley-Los Ángeles, University of California, 1969, p. 116.

[ 8 ] Apud Ramón Iglesia, "Consideraciones...", Jornadas, México, El Colegio de México, n. 51, 1945, p. 15.

[ 9 ] Cfr. Ramón Iglesia, "Orientación actual de las ciencias históricas", Educación y Cultura, VI, México, 1940, p. 325.

[ 10 ] Ramón Iglesia, "Consideraciones...", Jornadas, México, El Colegio de México, n. 51, 1945, p. 12-14.

[ 11 ] L. B. Simpson, "Prefacio", Jornadas, México, El Colegio de México, n. 51, 1945, p. VIII.

[ 12 ] Ramón Iglesia, Cronistas e historiadores de la Conquista de México, México, El Colegio de México, 1945, p. 139.

[ 13 ] Ramón Iglesia, "Dos estudios...", Tiempo, México, VI, n. 6-7, 1940.

[ 14 ] Ramón Iglesia, "Introducción al estudio de Bernal Díaz del Castillo", Filosofía y Letras, México, Universidad Nacional Autónoma de México, n. 1, 1941, p. 128.

[ 15 ] Ramón Iglesia, "Introducción al estudio de Bernal Díaz del Castillo", Filosofía y Letras, México, Universidad Nacional Autónoma de México, n. 1, 1941, p. 128.

[ 16 ] José Miranda, "El método de la ciencia política", Jornadas, México, El Colegio de México, n. 40, 1945.

[ 17 ] José Miranda, Las ideas y las instituciones políticas mexicanas (1521-1820), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1952.

[ 18 ] José Miranda, Reformas y tendencias constitucionales recientes de la América Latina (1945-1956), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1957.

[ 19 ] José Miranda, Vida colonial y albores de la Independencia, México, Secretaría de Educación Pública (Sep-Setentas, 56), "Presentación".

[ 20 ] José Miranda, tira anónima del siglo XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 1953 (Letras Mexicanas).

[ 21 ] José Miranda, Humboldt y México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962.

[ 22 ] José Miranda, Humboldt y México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962, p. 163-166.

[ 23 ] José Miranda, España y Nueva España en la época de Felipe II, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962.

[ 24 ] José Miranda, España y Nueva España en la época de Felipe II, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962 p. 15.

[ 25 ] José Miranda, España y Nueva España en laépoca de Felipe II, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962 p. 55.

[ 26 ] José Miranda, España y Nueva España en laépoca de Felipe II, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1962 p. 58.

[ 27 ] Nicolau d'Olwer, Cronistas de las culturas precolombinas, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1963.

[ 28 ] Nicolau d'Olwer, Cronistas de las culturas precolombinas, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1963, p. XIII del estudio preliminar.

[ 29 ] Nicolau d'Olwer, Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1952 (Comisión de Historia).

[ 30 ] Nicolau d'Olwer, Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1952 (Comisión de Historia), p. 236.

[ 31 ] Nicolau d'Olwer, Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1952 (Comisión de Historia), p. 13, 235.

[ 32 ] Nicolau d'Olwer, Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1952 (Comisión de Historia), p. 173.

[ 33 ] Nicolau d'Olwer, Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1952 (Comisión de Historia), p. 173.

[ 34 ] Nicolau d'Olwer, Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1952 (Comisión de Historia), p. 173.

[ 35 ] José María Gallegos Rocafull, El hombre y el mundo de los teólogos españoles de los siglos de oro, México, Stylo, 1946.

[ 36 ] José María Gallegos Rocafull, El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1974 (primera edición de 1951).

[ 37 ] José Moreno Villa, Cornucopia de México, México, La Casa de España, 1940.

[ 38 ] José Moreno Villa, Cornucopia de México, México, La Casa de España, 1940, p. VIII.

[ 39 ] Cit. R. Suárez, Prólogo a Cornucopia de México, México, Secretaría de Educación Pública (Sep-Septentas, 284), p. 37.

[ 40 ] José Moreno Villa, Lo mexicano en las artes plásticas, México, El Colegio de México, p. 59.

[ 41 ] Cit. C. Martínez, Crónica de una emigración, México, Libro-Mex Editores, p. 165.

[ 42 ] Germán Somolinos d'Ardois, "Historia de la ciencia en México", Historia Mexicana, México, El Colegio de México, n. 58-59, 1966.

[ 43 ] Wenceslao Roces, Algunas consideraciones sobre el vicio del modernismo en la historia antigua, México, Secretaría de Educación Pública, 1947 (Enciclopedia Popular, 181).

[ 44 ] Julio Luelmo y Luelmo, Los antiesclavistas norteamericanos. La cuestión de Texas y la guerra con México, México, 1961 (Edición del autor).

[ 45 ] Julio Luelmo y Luelmo, Sociedades precapitalistas, El desarrollo de la sociedad, México, 1964, y El desarrollo de la sociedad, México, 1965.

[ 46 ] Julio Luelmo y Luelmo, Breve historia de la agricultura en Europa y América, México, Atlante, 1958.

[ 47 ] Carlos Bosch García, El mester político de Poinsett en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1983.

[ 48 ] Carlos Bosch García, México frente al mar, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1981.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 10, 1986, p. 255-279.

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