Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

 

Doris M. Ladd, The Mexican nobility at Independence, 1780-1826,
Austin, Institute of Latin American Studies, 1976, 376 p., mapas, cuadros.

Josefina Zoraida Vázquez


Recientemente se han revisado muchas interpretaciones de nuestra historia que nadie recordaba ya cuándo habían sido acuñadas; no obstante, algunas parecían fuera de todo embate. Tal es el caso de la interpretación aceptada sobre la consumación de la independencia y el movimiento de Iturbide. Desde quién sabe cuándo se le consideraba como un intento de las fuerzas reaccionarias (ricos, Iglesia y ejército) para evitar la vigencia de la Constitución de 1812. La explicación resultaba a veces forzada; desde luego el Plan de Iguala mismo resultaba anacrónico: ¿cómo fue posible que un movimiento tan reaccionario llamara por igual a españoles, americanos, africanos, orientales e indios? Pero existía también la respuesta: el oportunismo de Iturbide. Sin embargo se presentaban también otros puntos que salían del esquema, que parecían mostrar que el ambiente no estaba contra la Constitución, por ejemplo, la insistencia hasta de eclesiásticos de alta jerarquía en exigir la jura de la Constitución y ponerla en vigor de inmediato completamente (Castañiza en Durango, Antonio Pérez en Puebla, Guridi y Alcocer en México); la apertura de todos los puestos burocráticos a los ciudadanos de todos los grupos sociales, el establecimiento de la libertad de comercio, los golpes al monopolismo estatal, etcétera. La solución dada es curiosa; se ha dividido la conducta de muchos personajes entre actitudes liberales y conservadoras. El esquema romántico de que todo lo "bueno" procedía de los insurgentes no podía admitir que ni por un momento Iturbide hubiera respondido a nada que no fueran intereses bastardos. Lo importante es que el libro de Doris Ladd se atreve a desafiar esa interpretación y nos ofrece una que otorga un lugar importante a la nobleza, para 1808 casi toda criolla, en la cual las fuerzas ilustradas y liberales representaban el mismo papel que en su contraparte peninsular.

El libro ofrece una increíble cantidad de información minuciosa sobre la nobleza novohispana, pero es de fácil lectura. De hecho contiene siete capítulos, un epílogo e interesantísimos apéndices. Los capítulos se refieren a los orígenes de la nobleza mexicana, los nobles como plutócratas, el estilo de vida noble, el mayorazgo, los agravios de la elite en vísperas de la independencia, la ruina y la supervivencia. El epílogo resume, hacia adelante y hacia atrás, atando cabos; los apéndices ofrecen listas y cuadros de gran interés sobre muchos temas; orígenes de la nobleza mexicana, las nominaciones de candidatos de todo el virreinato para los títulos que otorgaría el reino en 1804, la nobleza femenina, las grandes fortunas de Nueva España de 1770 a 1830 y sumarios genealógicos de las familias. A través de ellos nos enteramos de que al ser concedidos sesenta y tres títulos, cuarenta y tres lo fueron a peninsulares y veinte a criollos, cuarenta a virreyes, ocho a capitanes generales, tres a oidores, uno a visitador, uno a intendente y tres a oficiales de Hacienda. La lista de condesas y marquesas es interesante, pues prueba que el sexo no era obstáculo para ejercer el título. Las nobles se casaban -algunas de ellas muchas veces- casi siempre con españoles, aunque no se oponían a hacerlo con criollos o con sicilianos. La lista de fortunas nobles registra dieciocho millonarios, según parece, caso muy singular en las Américas.

Además de los apéndices, el libro contiene dos mapas y veintinueve cuadros que ilustran muchos casos particulares de origen; fortuna; distribución de bienes; distribución territorial de las haciendas; de inversiones; desarrollo de algunas fortunas; ganancias, por años, de la venta del pulque, de los granos y de la carne; deudas de la nobleza al Juzgado de Capellanías y a la Real Caja de Consolidación; daños de la independencia a los bienes de algunos nobles; efectos de la guerra en la economía; cambios en el valor de la propiedad, etcétera.

La autora se empeña en definir el significado de ser noble en la sociedad novohispana, así como sus privilegios y limitaciones, explicando paso a paso el proceso y las complicaciones y costos del ennoblecimiento. Los títulos más viejos fueron los otorgados en el XVI y XVII, pero con el paso del tiempo y los matrimonios entre las mismas familias todos ellos constituían de hecho una sola. La mayor parte de los títulos fueron concedidos por los Borbón durante el XVIII y el XIX. Felipe V otorgó doce, Fernando VI, dos; Carlos III, veintitrés; Carlos IV, nueve, y Fernando VII alcanzó a otorgar nueve. Estos títulos borbónicos honraban en general a aquellos que habían contribuido al gobierno, la defensa y el desarrollo económico del virreinato.

Del análisis que nos ofrece Ladd sobre las bases económicas de la nobleza se ve que no sólo era la agricultura el fundamento más general y resultaba un buen negocio, sino que, como representaba menos riesgos, mineros y comerciantes invirtieron a menudo parte de sus ganancias en la agricultura y la ganadería; y esto lo hicieron por negocio, no por el valor simbólico de la posesión de tierras. Tres familias, los Aguayo, los Regla y los Fagoaga, cubrieron sus enormes fortunas invirtiendo en todas las áreas; agricultura, ganadería, comercio, minería y finanzas.

Con una información que resulta en todo momento fascinante, la autora nos lleva del otorgamiento de títulos y la formación de mayorazgos hasta los golpes que significaron las reformas de los Borbón para los privilegiados novohispanos. Los nuevos impuestos, las trabas y nuevas cargas a los mayorazgos, así como la pérdida de algunos puestos burocráticos ocupados hasta entonces por los nobles se sumaron a las cargas fiscales, a la minería, el comercio y la acuñación de moneda. Esto explica que nobles educados como los Fagoaga, Alamán y el marqués del Apartado fueran reformistas ilustrados que abogaban por más crédito, más casas de moneda, libre entrada al azogue, menos cargas fiscales, etcétera.

Dentro de tal contexto, el decreto de 1804 significó llover sobre mojado, puesto que los nobles eran fundadores, sostenedores y principales deudores de gran parte de los fondos afectados. Hacia 1808, por tanto, la nobleza criolla compartía con el resto de los criollos novohispanos el deseo de autonomía. Fracasado el intento pacífico de 1808, en el que participaron algunos nobles, quedaría en espera de una nueva ocasión para volver a aflorar. Al estallar la revolución iniciada por Hidalgo, Ladd muestra una nobleza dividida al igual que el resto de la población. La mayoría identificó insurgencia con excesos, no obstante parece que también existieron Guadalupes nobles. En la pintura de Doris Ladd la situación durante la lucha independizadora resulta menos polarizada. Claro que en las zonas más afectadas como el Bajío, algunos cuantos nobles se alinearon en las fuerzas realistas y aun murieron por la causa. Otros se vieron precisados a ayudar a Calleja, y al movilizar a sus propios trabajadores adquirieron títulos militares por el mando de esas pequeñas unidades, lo cual se tradujo en dos ventajas: proteger sus propiedades y adquirir el fuero militar. En la mayor parte del país la vida no se vio tan afectada y los empresarios nobles se empeñaron en sortear las dificultades de la guerra al igual que antes habían sorteado las de las reformas. Muchos llegaron a arreglarse con los insurgentes y, según Ladd, algunos incluso lograron sacarle partido a la situación; la autora encuentra que aun la minería, el renglón más afectado, no lo fue tanto. Zacatecas estuvo en auge durante el periodo de la lucha, Pachuca y Real del Monte no fueron afectados y Taxco logró recuperarse para 1818. Sólo Guanajuato fue zona de desastre, sobre todo por las inundaciones de las minas.

Ladd insiste en que, tal como afirmó Quirós por aquel tiempo, el verdadero golpe a la economía fue la ruptura del viejo sistema de crédito novohispano. Ello explica que una vez independizado el país, los nobles se asociaron con el capital y la tecnología británica, buscando sortear el problema de la falta de fondos.

Tal vez lo más interesante del libro sea el papel de la nobleza en el movimiento autonomista, tema que hasta ahora todos los autores han pasado por alto. Ladd muestra claramente cómo desde antes de la guerra existía un grupo que se abocaba a lograr la autonomía, y éste, no sólo alardeaba de sus orígenes mestizos o aztecas, sino que defendía las maneras americanas de hacer las cosas, protestaba por medidas que consideraba poco adecuadas para el virreinato y clamaba por obtener alguna participación en la discusión de resoluciones que le afectaba. La autora considera que ese consenso fue el que encontraría expresión en las tres garantías del Plan de Iguala, ya que desde luego los métodos violentos inaugurados por Hidalgo atemorizaron a la mayoría. No hay duda de que el entusiasmo autonomista no podía morir por el fracaso de 1808, y que las inclinaciones liberales de muchos estuvieron presentes en las protestas a las suspensiones de la Constitución de 1812 -en especial en cuanto a elecciones y libertad de imprenta. Calleja, que era parte de la nobleza y deseoso de dar el golpe definitivo a los "traidores", se instaló en pleno corazón de la capital y abrió en su casa una especie de peña adonde acudía la flor y nata de la nobleza. Así llegó a darse cuenta de quién era quién y después, como jefe político, no dudó en deshacerse de los liberales más activos. Fagoaga y Rayas fueron encarcelados y Villaurrutia presionado a aceptar un puesto de oidor en Cataluña. Doris Ladd nos recuerda que en México en 1808, en Cádiz en 1811 y en Madrid en 1821, hubo nobles mexicanos que favorecieron la autonomía virreinal, la abolición de la esclavitud y el derecho a la ciudadanía y a todos los cargos para todos los grupos novohispanos por igual.

El libro insiste también en que la cantidad de nobles que rodearon a Iturbide, una vez lograda la independencia, prueba su participación en el movimiento autonomista, que a ella le parece el corolario del plan que los mexicanos presentaron en Madrid el 25 de junio, como un último intento por lograr la autonomía dentro del Imperio. Ladd, al igual que Valadés y Robertson, acepta la versión de Alamán de que antes de partir para la península, los representantes novohispanos a cortes habían sido informados del Plan de Iguala en Veracruz por Gómez Navarrete. Cuando los representantes fracasaron ante las Cortes, dice Ladd, se aseguraron de que O'Donojú, un liberal, fuera enviado como jefe político a Nueva España. Habría que matizar algunos puntos; desde luego sería interesante saber si en efecto la junta que tuvo lugar en Veracruz informó sobre el Plan de Iguala o simplemente era una expresión más del deseo autonomista que iba tomando cuerpo nuevamente. La cita de Bustamante a que nos remite la autora -además de la de Alamán-, se refiere a la carta del 10 de enero de Iturbide a Guerrero en la que le comunica que han marchado a España los representantes mexicanos, quienes "poseídos de las ideas más grandes de patriotismo y liberalidad manifestarán con energía todo cuanto nos es conveniente, entre otras cosas el que todos los hijos del país, sin distinción alguna, entren en el goce ciudadano" y que posiblemente alguno de los príncipes venga a gobernar la Nueva España (cuadro, 1961, III, p. 111). De esa referencia no se deduce que, al partir, los representantes estuvieran enterados de los planes de Iturbide. Tampoco resulta del todo exacta la afirmación de Doris Ladd acerca de que el plan presentado el 25 de junio fuera concebido por Michelena, escrito por Ramos Arizpe y editado por Alamán. Al llegar este último, Michelena y Ramos Arizpe tenían su plan delineado, Fagoaga y los otros pueden haber contribuido con algún matiz en las juntas que tuvieron a su llegada, y Alamán parece haberse encargado de la redacción final. De todas maneras este hecho es totalmente independiente de la junta en Veracruz, ya que los dos principales autores estaban en España desde mucho antes. Tampoco el influir en la elección de O'Donojú tuvo que ver con el fracaso ante las Cortes, porque éste había partido desde fines de mayo. Lo que sí cabe recordar es que O'Donojú parece haber confiado en que las Cortes aprobarían el plan de Michelena por lo cual instaba a los novohispanos a esperar las nuevas de las Cortes españolas.

En cambio, suena convincente la afirmación de la autora de que la aristocracia mexicana radicalizaría las tibias declaraciones de Iturbide en Iguala al redactar el Acta de Independencia. En vez de la referencia al benigno tutelaje español, el documento que firmaron Rayas, Salvatierra, Salinas, Regla, Cadena, Tagle, José María Fagoaga, Aguayo y Guardiola hablaba de tres siglos de opresión. También pensamos que tiene toda la razón en criticar la interpretación tradicional de la consumación de la independencia por no dejar lugar para el liberalismo mexicano. Nobles como José María Fagoaga, a quien el mismo José María Luis Mora, nuestro famoso precursor liberal consideraba algo así como su maestro, quedan fuera del cuadro de los acontecimientos, no obstante desempeñar un papel tan importante durante toda la década de los veinte.

A pesar de que la autora se cura en salud al confesarnos que el estudio le ha provocado más preguntas que respuestas, nos gustaría que, ya que ha abierto algunas nuevas posibilidades, ampliara un poco la parte dedicada a la independencia, que es a la que se le pueden encontrar algunos cabos sueltos todavía. El libro tiene, por lo demás, algo que lo hará del gusto de casi todo el mundo: mucha información, resultado de una búsqueda exhaustiva en archivos; anécdotas y descripciones de la vida aristocrática; análisis y cifras sobre la economía; el juego de la política en tiempo de muchos cambios. Desde luego lo consideramos una lectura obligada para todo aquel interesado en nuestra historia y muy merecedor del premio Bolton que ha recibido.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (colaboración), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 8, 1980, p. 242-247.

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