Cecilia Noriega Elío
La visión oficial de la obra de Lizardi se ha empeñado en arrancarlo de su tiempo, en hacerlo portador de una ideología liberal e impulsor de reformas sociales lejanas a las circunstancias en que vivió. Este afán de homenaje patriótico no puede darnos una idea de la manera en que este hombre pensó y actuó; se le ha pedido una coherencia que no pudo tener en los agitados años en que vivió y que de continuo le exigieron reconsideraciones y enmiendas.
Se plantea, pues, la necesidad de aprehender su obra con una doble visión: en primer lugar, es posible destacar el aparato conceptual, lo aprendido y utilizado como razones y argumentos generales. En una segunda instancia, da la posibilidad de establecer la relación que guardan los conceptos y las racionalizaciones con la situación vivida y descrita en su literatura, en la que entran en juego valores y juicios que trata de afirmar. Metodológicamente este paso significa ir de las ideas a la mentalidad, de lo racional y conscientemente logrado como conocimiento, a lo pensado y sugerido como respuesta a situaciones concretas.
El primer paso se da casi simultáneamente en una lectura cuidadosa, ya que es posible destacar aquello que Lizardi entrega como conceptos, pero el segundo impone una bipartición entre una "alegoría criolla" y una "representación popular", en las que se destacan las peculiares maneras en que Lizardi manifestó su relación personal con los grupos de la sociedad en que vivía. Las mismas novelas de Lizardi parecen imponer esta división, pues si bien hay en ellas un rico caudal descriptivo en el que el autor toma sus distancias con respecto a lo descrito, también hay abundantes parrafadas de consejos, sugerencias y principios generales, que no siempre se aplican y cuadran con lo descrito y relatado. La intención moralista del autor lo aleja del ambiente y de sus personajes; la cultura libresca no siempre encaja en los ambientes en que transcurre la vida de sus personajes. Parece faltar esa identificación entre vida y descripción que dio su carácter de tal a la novela del siglo XIX, en la que hasta los más nimios detalles corresponden a la trama vital que se entrega. Sin embargo, no por esto debe desecharse la novelística de Lizardi, al contrario, muestra muy bien el conflicto en que se desenvolvió como hombre de una sociedad compleja en la que los hombres de letras sentían la necesidad de cerrar los ojos a muchas situaciones para dictar normas convenientes. Uno de los valores de sus novelas radica en la evidencia del conflicto en que se debaten realismo, moralismo y culteranismo incompatibles.
Al darnos cuenta en sus novelas de la cultura aprendida en libros y cátedras por el principal de sus personajes, Lizardi se declara heredero de ese conflicto cuando hace decir al Periquillo Sarniento:
aún no se abandonaba enteramente el sistema peripatético, que por tanto tiempo enseñoreó los talentos más sublimes de la Europa, cuando mi sabio maestro se atrevió el primero a manifestarnos el camino de la verdad sin querer parecer singular, pues acogió lo mejor de la lógica de Aristóteles y lo que le pareció más probable de los autores modernos en los rudimentos de física que nos enseñó; y de este modo fuimos unos verdaderos eclécticos, sin adherir caprichosamente ninguna opinión, ni defender sistema alguno sólo por inclinación al autor.[ 1 ]
El eclecticismo, que confiesa y recomienda expresamente Lizardi, es una filosofía de conflicto; constituye el camino para conciliar los valores de la cultura clásica y los avances de la ciencia y la filosofía modernas con las verdades tradicionales, tan celosamente definidas por las autoridades eclesiásticas, como único medio de salvación. La filosofía ecléctica se propagó desde mucho antes por Europa y América; en Nueva España fue el felipense Benito Díaz de Gamarra su más destacado divulgador en el siglo XVIII, y no es improbable que a éste se refiera el Periquillo como su maestro idealizado, pues sus obras eran bien conocidas en México.[ 2 ]
El hombre culto de las postrimerías del siglo XVIII y principios del XIX no podía sustraerse al abundante caudal de obras que circulaban por Europa y América, muchas de ellas eran perseguidas por la Inquisición y por las autoridades civiles, pero hubo medios ingeniosos para evitar el secuestro de libros y para hacerlos circular.[ 3 ] Lizardi pudo echar mano de recursos bibliográficos pues, nacido en 1776 y muerto en 1827, vivió una época en que se amplió el panorama de lecturas. Jefferson Rea Spell ha rastreado los antecedentes intelectuales de Lizardi a través de El Periquillo Sarniento[ 4 ] y ha logrado identificar 107 títulos de obras -libros, folletos y publicaciones periódicas- de tema muy diverso: educación, lecturas para niños, física positiva, medicina y farmacia, legislación y obras de derecho, de moral, catecismos, doctrina cristiana, mística, teología, disposiciones eclesiásticas, literatura y poesía, diccionarios y otras que no admiten clasificación precisa.
Las consejas y sermones de Lizardi obedecen en buena medida los postulados de la Ilustración. Los momentos en que se eleva del plan descriptivo para hacer que sus personajes discutan las cuestiones de la humanidad, la igualdad de los hombres, el poder redentor de la razón y la forma en que la sociedad debe organizarse para lograr tan altas miras, no faltan en sus novelas y escritos literarios. Actúa como un ilustrado, o mejor, como un hombre del mundo hispánico que ha aceptado los predicados del siglo de las luces. Pero es importante observar que tales momentos sólo se dan en situaciones bastante alejadas de la vida diaria que es la que intenta describir en sus novelas.
Razón y libertad, libertad y bienestar. He aquí los postulados fundamentales del pensamiento ilustrado, que en las novelas de Lizardi tienen buena acogida. ¿Pero por quiénes, dónde y cuándo? Por personajes que están fuera de Nueva España, o por individuos que se han sustraído de alguna manera de la sociedad contradictoria en que no tienen realización posible tales predicados; en lugares apartados de la Nueva España, o por personas que se han aislado de los escenarios ordinarios de la vida en la propia ciudad de México; tales pláticas tienen lugar en situaciones extremas o fingidas. En Manila, cuando Periquillo sirve a las armas del rey de España, ocurre un incidente entre un "caballero español" y un negro inglés cuya generosidad y buenos modales seducen a Periquillo, pues habiendo podido matar al español en un duelo que éste provocó, le perdona la vida, y de paso les da una lección de humanidad. Les habla de la crueldad de la esclavitud, de lo ridículo y salvajes que resultarían entre las tribus del África los modales de los europeos y acaba por convencerlos de que el color no significa nada entre los hombres, pues todos participan de la razón y todos pueden convivir sobre las bases de la igualdad que imponga un gobierno justo.[ 5 ]
Esta reprobación de la esclavitud y de la desigualdad entre los hombres tendrá que ponerla en práctica Periquillo una vez que ha regresado a su patria. Pero tal parece que las circunstancias hacen que se olvide de tan elevados principios. Ya sus padres y amigos lo habían amonestado antes sobre lo necesario que era convivir e intimar sólo con gentes de su propia clase, y él mismo recomendará que así lo hagan los que viven en la confundida y revuelta ciudad de México, como lo constatamos en muchos pasajes de las novelas y escritos lizardianos. Periquillo sólo acude a las edificantes prédicas de la igualdad en un caso desesperado, cuando ya establecido como dependiente de un comercio en San Agustín de las Cuevas (Tlalpan), arrepentido de su vida desordenada y en vías de convertirse en próspero comerciante, se le presenta un misántropo, un hombre de bien enloquecido por las absurdas costumbres de la sociedad que lo han hecho fracasar en su vida. Renegando del mundo, este hombre considera que no hay razón ni bondad en la tierra, y Periquillo tiene que aconsejarlo, hacerle ver que el hombre es bueno por naturaleza y que se ha equivocado al confundir a toda la humanidad con el vulgo, que es:
un monstruo con muchas cabezas, con muy poco o ningún entendimiento [...]. El vulgo se compone de la gente idiota del pueblo, y ésta no sabe pensar, y cuando piensa alguna cosa es casi siempre mal, pues no conociendo las leyes de la crítica, discurre por las primeras apariencias que le suministran los objetos materiales que se le presentan, y como sus discursos no se arreglan a la recta razón, las más veces son desatinados, y los forma tales con la misma ignorancia que un loco; pero así como no debemos agraviarnos por las injurias que nos diga un loco porque no sabe lo que dice, tampoco debemos hacer aprecio de los dicterios ni opiniones perversas del vulgo, porque es un loco que no sabe lo que piensa ni lo que habla.[ 6 ]
La humanidad razonable y bondadosa por naturaleza, ésa de la que hablan los ilustrados en sus idealizaciones, no es el vulgo que llena la ciudad de México; es la gente educada, la gente de bien, poca en el México que describe Lizardi, pues, como se verá, es consciente de que a muy pocos puede llegar el mensaje de su prédica, que ciertamente no se dirige a los indios, mestizos y castas, quienes unidos forman el vulgo. La humanidad se relega casi exclusivamente a la elite criolla con posibilidades nacionales.
Lizardi critica las costumbres de la sociedad y arremete contra las instituciones que han inmovilizado la riqueza, que han prejuiciado a los hombres y que han impedido el progreso. Pero confía en que los que así lo han hecho, y gozan por ello de una situación favorable, podrán enmendar sus pasos. Éstos sólo son los criollos y españoles, la gente de bien, que podrá convencerse de que estaba equivocada pero aquellos que han nacido y crecido en situación desfavorable, los mestizos, las castas, los negros, la clientela de cárceles, los arrastraderitos y lugares de mala muerte, ¿qué esperanza tienen? ¿Lograrán la igualdad que tan razonadamente hizo desear para todos los hombres el negro inglés de Manila? En esta tierra, sobre el escenario mexicano en que los intereses concretos de Periquillo y de otros personajes de Lizardi se ponen en juego parece que no. Para ellos deja Lizardi correr la fatalidad de la sociedad estamental, aunque muy revuelta y alterada en que vivía. Falsos fueron los acertados discursos que pronunció el Aguilucho, mulato inteligente y preparado, en la cárcel cuando allí se hallaba Periquillo. A él y a otros personajes de semejante condición los relega al papel de fondo; los que aprenden y aprovechan son los que comparten la "alegoría criolla".
El principio general de la igualdad de derechos de todos los hombres se desvanece en la propia tierra de Periquillo. Los que han nacido en mala condición allí permanecerán, y sólo podrán ser objeto y reconocer las virtudes y los nobles sentimientos de quienes sí pueden, por su situación privilegiada, aspirar a los valores universales. En fecha tan avanzada como 1825 (cerca de nueve años después de terminado El Periquillo Sarniento, donde habla de igualdad un negro de nacionalidad y lugar remotos), Lizardi escribe una obra de teatro, El negro sensible,[ 7 ] en la que describe las situaciones que ha creado la esclavitud: el negro, comprado por una dama caritativa para libertarlo, es separado de su mujer que está en manos de un esclavista. Los derechos humanos del esclavo no se defienden en esta obra, sino que se realzan las virtudes y la sensibilidad de los amos. La moraleja de la obra sería:
En el más infeliz y desdichado,
en el más andrajoso y abatido,
mira a tu semejante y a tu hermano,
a quien debes amar como a ti mismo.
Si Dios te diere bienes de fortuna
no seas jamás avaro ni mezquino;
participen los pobres de tu dicha;
halle en ti protección el desvalido.
Al final, en medio de conmovedoras escenas que muestran la caridad cristiana del ama, el hijo de los esclavos que han logrado su libertad muestra su gratitud al hijo de la señora limpiándole de rodillas los zapatos, momento que ella aprovecha para sensibilizar al niño:
Aprende con esto a ser agradecido;
el infeliz no tiene otro lenguaje,
pero hace cuanto pende de su arbitrio
para manifestarte que te quiere
y agradece tu obsequio prometido.
Las almas de los negros son capaces
de poseer las virtudes y los vicios
en grado superior como los blancos
por más que la codicia y el capricho
del europeo los juzgue semibrutos;
pero éste es otro agravio conocido.
Tal reconocimiento se debe a la virtud de los amos cristianos; Lizardi no lo muestra como fruto de una contienda política y social, a la cual reprobó en sus novelas, escritos literarios y políticos, pues temía todo aquello que sacudiera el orden social establecido. El cambio debía venir con orden para guardar lo más valioso de la tradición. Lizardi acogió las reformas al sistema político cuando se lograron ordenadamente, o al menos eso parecía; la revolución iniciada por Hidalgo lo aterró, reprobó las matanzas de españoles como muchos otros criollos que después brillaron en la vida independiente de México. Lizardi ponderó como positiva la acción de las Cortes Extraordinarias en España, pues conservaban el sistema en lo que tenía de positivo y lo reformaban en lo que un hombre de orden podía considerarlo negativo.
He aquí su pensamiento cuando advierte lo que ha de ser el "buen gobierno" que ya se aprontaban a establecer las Cortes españolas:
Lo que interesa es tener un gobierno protector, un gobierno piadoso que le modere [al ciudadano] en cuanto pueda las contribuciones; un intendente activo y celoso del bien común que no permita regatones que le encarezcan los víveres y los maten de hambre; esto es lo que le importa y esto es lo que han tenido presente las Cortes al formar esa Constitución [Política de la Monarquía Española ] que proporciona la felicidad a cualquier ciudadano; esa Constitución que admirarán las potencias vecinas para las que acaso han ministrado con sus ejemplos los materiales; esa Constitución que sabe conciliar la subordinación con la independencia y la sujeción con la suspirada libertad; esa Constitución, en fin, que nos acaba de transformar de esclavos en vasallos. Éstas han sido las Cortes extraordinarias y éstos sus felices resultados.[ 8 ]
Frente a la Constitución Política de la Monarquía Española y la acción de las Cortes, que tantos conatos de reacción despertaron en España y América, Lizardi destaca lo valioso, lo positivo que es para él la seguridad y la libertad de los ciudadanos. Esto es lo que le interesa salvar; no discute uno u otro sistema, acoge aquel que dé seguridad personal a los ciudadanos dignos. Consecuente con esto reprobó la lucha armada, y luego, después de la entrada triunfante de Iturbide a México, una vez lograda la meta de la conspiración conservadora y reaccionaria que lo envió a transar con Guerrero para evitar que en Nueva España se impusiera el régimen liberal de las Cortes españolas, Lizardi acoge al caudillo triunfante como una promesa de paz y libertad para los ciudadanos, y olvidando su anterior reprobación a los insurgentes canta conciliador en una obra de teatro compuesta a Iturbide para la ocasión:
Tú que concluiste la obra majestuosa
de los grandes Hidalgos y Morelos
en siete meses con fortuna rauda
y fuiste de tu patria el embeleso.[ 9 ]
Salvaguardar la libertad del ciudadano y asegurar el goce de sus derechos individuales deberán ser los principios del gobierno. Pero ¿quiénes son los ciudadanos? Para Lizardi los hombres de bien, los capaces de trabajar y lograr la propiedad para ser aptos políticamente en primer lugar, y luego, aquellos que supieran desempeñar un oficio o una"profesión honrosa". Estos supuestos se hacen evidentes en las ocasiones en que roza las cuestiones económicas, que trae a cuento para sopesar las virtudes morales de los individuos más que para atender a la situación económica del país. Es cierto que no ve la riqueza en la minería y que recomienda el trabajo del campo, utilizando ciertos argumentos de corte fisiócrata muy en boga entonces, pero lo hace más que nada para asegurar la salud de la población entregada a la especulación y a la ganancia fácil y aventurera. La agricultura, remedio de males, no tiene una contrapartida en la que se reflexione sobre la situación del jornalero o del peón; es en una nota fuera del texto en la que afirma que los pobres son los feudatarios de los ricos, aseveración ocasional que se mantiene en el tono moralizante de aceptación de la riqueza y la pobreza como lo dado por Dios. No se alienta al pobre a cambiar las cosas, al contrario, al conservar el sistema de cosas establecido, se da oportunidad a los privilegiados de ejercer las virtudes que predica la moral cristiana, de las cuales dependerá la salvación de todos.
No existe pues en la obra de Lizardi el proyecto utópico que se ha querido ver en ella, pues nunca propone un nuevo sistema. Más que un utopista, según la definición de Mannheim, sería un ideólogo, en tanto que las ideologías son"aquellos complejos de ideas que dirigen la actividad al mantenimiento del orden existente, y las utopías [...], aquellos complejos de ideas que tienden a producir actividades dirigidas al cambio del orden predominante".[ 10 ]
Todos somos del mismo barro,
pero una cosa es bacín y otra es jarro.
- Refrán criollo
La mentalidad de Lizardi, al igual que su ideología, implica una moralidad. Su proyecto de sociedad es moral más que político o social; una moralidad preceptiva que, para cubrir todo el espacio social que intenta abarcar en sus novelas, necesita una división de valores clara y consistente. En mayor o menor grado, todas sus novelas llevan esta división:
1) Lo ponderado, donde se encarnan los valores criollos, presentes siempre, y donde lo que se critica es solamente su incumplimiento. Lizardi, como miembro de un grupo y vocero de su ideología, ve lo que le interesa ver: qué valores sostienen al grupo y en función o a través de cuáles va a tejer su relación. Sus novelas son el intento de hacer posible la realización de esos valores simplemente enunciando los requisitos. Por otra parte, el mundo en el que se pueden realizar sus valores existe: es la sociedad de los criollos.
2) Lo descrito: que se basa en la negación de los valores criollos, pero no por su incumplimiento sino porque no existen ni son posibles: lo que describe, porque no hay posibilidad de ponderación, es la sociedad mestiza, la mezclada, a la que trata de imponer -artificialmente- los mismos valores de los grupos criollos. El mundo de sus novelas es valorativo, pero sus valores no se encuentran en un todo cerrado y armónico; mientras más elevado es el nivel conceptual más profundo es el abismo que separa las dos esferas en que se divide la narración. Cuando Lizardi puede establecer e imponer sus valores es casi siempre en espacios cerrados, en los hogares e instituciones criollas, creadas para ellos; pero cuando lo intenta en los espacios abiertos, en las calles y lugares del "bajo mundo", en los cuales se le rompen sus concepciones le resulta imposible hacerlo; trata de entenderlos pero se enfrenta con un muro inexpugnable y sólo le queda el recurso de la descripción. Así, describe sin valoración explícita el ambiente cotidiano de las clases bajas, de los mestizos y las castas, de los léperos. De este modo, Lizardi subraya un hecho con su literatura: "no hay sentido ni valor algunos en modos de vida ajenos al dominante".[ 11 ]
Los valores a partir de los cuales va a construir el edificio social tienen un condicionamiento moral. Va a contraponer los polos de la sociedad no por factores económicos y sociales, sino puramente morales: "Si un brillante estado de opulencia pone al hombre en el riesgo de ser un inicuo por la facilidad que tiene de satisfacer sus pasiones, el miserable estado de la pobreza puede reducirlo a cometer los crímenes más viles".[ 12 ] Todas sus demandas sociales para la nueva sociedad van a estar determinadas por este cariz moral.
Se le ha querido ver innumerables veces como vocero del liberalismo, y si bien sus lineamientos generales podrían llevar a pensarlo, sobre todo por sus escritos políticos de ocasión, en sus novelas y a través de sus personajes parece lo contrario. Al recapitular su vida, Periquillo pone en crisis su liberalismo y el de Lizardi, su supuesta rebeldía se desmorona y se convierte por la sociedad teocrática en que vive, metiéndose de lleno a la Iglesia. Dice a un paso de su conversión total, cuando reniega de su vida descarriada:
Treinta y tantos años cuento de vida, y de una vida pecaminosa y relajada. Sin embargo, aún no es tarde, aún tengo tiempo de convertirme de veras y mudar de conducta. Si me entristece lo largo de mi vida relajada, consuélame saber que el Gran Padre de familias es muy liberal y bondadoso, y tanto paga al que entra en la mañana a su viña como al que empieza a trabajar en ella por la tarde. Esto es hecho.[ 13 ]
La posición "crítica" tradicional en la literatura mexicana quiere ver en Lizardi a un revolucionario, en el sentido de un pesimista de los valores de su clase que se apoya en su confianza en las clases bajas; Villoro, aunque sin pertenecer a esta corriente, afirma que:
en los momentos en que los escritores americanos insurgentes se dejaban arrastrar por su entusiasmo en el porvenir de México, sonó la primera voz discordante. Si en 1814 el Pensador Mexicano pintaba un oscuro cuadro de las posibilidades de los criollos, no era por animadversión. Lo que originaba su escepticismo eran los años de desgracias aparentemente inútiles que había sufrido su patria. La revolución seguía en el mismo estado que al principio; la independencia no se alcanzaba y el americano parecía incapaz de realizar sus propósitos: la guerra fratricida era su única creación. La desilusión realzaba los defectos del criollo y quebrantaba el optimismo.[ 14 ]
Esto, aunque cierto en parte, a la larga viene a demostrar lo contrario. La crítica es feroz por constructiva; a la optimista confianza en los criollos se debe el impulso de la obra de Lizardi, y sin ese optimismo todo el proyecto lizardiano sería inexplicable y decorativo. José Luis Martínez va mucho más allá:
Lo característico de todas las novelas de Lizardi es el ambiente social que describe para revelar sobre todo la profunda separación de las dos clases más diferenciadas: la de los poderosos que desprecian al pueblo y la de los indígenas oprimidos e ignorantes. Lizardi dedicó su vida a estos últimos.[ 15 ]
En primer lugar, el tema de las novelas de Lizardi son los criollos y a ellos van dirigidas; los mestizos y las castas son descritos desde lejos, y los indígenas, ésos, a los que dedicó su vida, apenas son tratados en sus novelas exclusivamente como escenario de fondo. Esto no significa que no le preocupen; le preocupan, sí, sobre todo en algunos escritos políticos, pero más como un estorbo para la conformación de la sociedad criolla que como elemento capaz de encarnar una tarea en su proyecto. Esta contradicción se puede ver claramente en sus poesías, si tomamos como punto de partida que Lizardi se basa en valores que sólo van a poder cumplir las clases privilegiadas.
En la poesía Hay muertos que no hacen ruido se ve la contradicción entre los valores reales pero inconscientes y los ideales conscientes. Ella muestra que los valores reales se identifican con los prejuicios ancestrales:
¿Sabes quién es? Fulano,
el hijo de tío Antón, el hortelano.
¿La frente arrugas, riéndote me ves?
¿Parece que lo dudas; no me crees?
Pues oye y nota cómo fue la cosa:
tenía éste una hermanita, si no hermosa
al menos aseadita,
con tales cuales gracias y bonita,
cuánto bastó a agradar a don Trebejo
(que en su pueblo era rico este buen viejo).
Casó con ella y hete aquí en un trote
a la payita rica y con buen dote;
el tío Antón se murió tal vez de gusto;
ella dio a luz un niño muy robusto.
Después del paritorio
se le hizo al pobre viejo un buen velorio:
éste en su testamento
(y esto hace al caso para nuestro cuento)
de primer albacea dejó al cuñado,
quien así que se vido tan sobrado
de hacienda y de dinero,
se nos volvió de un salto caballero:
dejó manga, cotón y chamarrita,
y se echó el pantalón y la levita;
como fue siempre un charro oscurecido,
ahora quiere fungir lo que no ha sido.
Quien quiera ver a un ruin que le dé un cargo.
Y así, Fabio, no nombres caballero
a aquel que viste bien y trae dinero
(que quizá alguno lleva
un rico anillo do llevó la esteva),
sino al hombre bien criado,
al piadoso, al cortés, al bien hablado;
porque no es ni la sangre ni riqueza
el distintivo cierto de nobleza:
a ésta la califican las virtudes.[ 16 ]
Como se observa, Lizardi está contra la movilidad social: predomina la visión estamental de la sociedad, en la que los estamentos se apegan más a la normación jurídica que al funcionamiento social real. Cada quien debe estar en el lugar que le corresponde jurídicamente, sin posibilidades de movilidad. Lizardi propone un esquema de valores que sólo pueden cumplir los criollos, en parte porque son los que controlan las principales fuentes de riqueza; son pues valores para un grupo social necesariamente privilegiado: el criollo como el único con posibilidades de imponer funcionamientos y comportamientos sociales "racionales": son los que están en poder de la razón -como argumento de autoridad (condicionada por las circunstancias históricas de grupo: económicas, sociales y políticas, consolidadas con el triunfo de la independencia de Iturbide)- y por tanto, de la razón como facultad del entendimiento. Los personajes de Lizardi, todos criollos menos uno cuyo destino viene a corroborar esta tesis, sólo afirman los valores existentes en ese medio social hostil y corrupto; lo que Lizardi trata precisamente de demostrarles es que el mal no está en ellos ni en sus valores que son los justos y permanentes, sino en la sociedad que no ha sabido cumplir con los lineamientos originales de esos valores establecidos desde siempre por los grupos dominantes. Los grupos mestizos se rebelan contra este "mundo de razón" que les impide cumplir sus propios postulados: les imposibilita una existencia digna y les desautoriza también la voluntad de tenerla, no quedándoles más que estar "fuera de la ley". Ante esto, Lizardi no tiene más remedio que describir este mundo, para él "sin razón y fuera de la ley", y no llega a elaborar un verdadero proyecto para este grupo -aunque tampoco lo intenta dado que queda fuera del mundo criollo- porque está incapacitado para imponerles los valores que conoce y estima.
Si bien el criollo no se ve impedido de seguir hacia la cumbre, no deja de molestarse por las múltiples dificultades con que debe luchar en su camino. Y quizá esto explique su constante actitud reformista: modificar estos obstáculos no implica un trastorno en el régimen existente, sino sólo un acoplamiento adecuado en las formas legales y administrativas sobre todo, que permitan la prosperidad de su situación como grupo dominante, y esto lo hará mantener el sistema de cosas establecido y librarlo, a costa de lo que sea, de todo lo que implique inseguridad e inestabilidad: orden y progreso. Como es la clase con acceso a los canales legales y burocráticos por su situación de autoridad frente a las otras, una vez expulsados los españoles, tratará de adecuar estos canales a la situación económica y social conveniente: esto lo llevará a mantener la actitud reformista como bandera de un grupo que tiene en Lizardi uno de sus principales voceros.
Las novelas tienen muchos elementos que descubren esta clase social. El público se delinea por su identificación con las críticas y demandas de sus situaciones cotidianas. Estos elementos son múltiples y surgen a cada paso en la lectura de El Periquillo Sarniento, de La quijotita y su prima, de Don Catrín de la Fachenda, para los que cada página tendría por lo menos un ejemplo, de los que bastan unos cuantos, no libres de contradicción, aunque siempre dentro de los cauces y valores de la clase criolla. La familia de Periquillo, por ejemplo, sirve de entrada para que el público se identifique con el ámbito hogareño que se quiere criticar o delinear. Dice Periquillo: "Nací en esa rica y populosa ciudad [de México] por los años de 1771 a 1773, de unos padres no opulentos pero no constituidos en la miseria; al mismo tiempo que eran de una limpia sangre, la hacían lucir y conocer por su virtud".[ 17 ]
Dos elementos juegan principalmente: Lizardi va a hablar de la ciudad de México como centro eje de la sociedad mexicana, y de la familia criolla, la que se considera de "limpia sangre" aunque no tenga dinero. Los mestizos, las castas y los indios quedan descartados como posibles lectores. Si en la familia se da toda una serie de hechos que nos permiten identificar la clase a la que se dirige, en los demás escenarios no se dan menos. En la escuela, por ejemplo, dice Periquillo: "me sentaba mi maestro junto a sí, ya por especial recomendación de mi padre, o ya porque yo era el más bien tratadito de ropa que había entre los alumnos. No sé qué tiene un buen exterior que se respeta hasta en los muchachos".[ 18 ]
Cuando adolescente, su padre le deja en su testamento unas máximas para que las siga toda su vida; entre ellas una dice: "Jamás desprecies al pobre, y hallen siempre sus miserias un abrigo en tu corazón";[ 19 ] esta sentencia presupone un elemento que pueda contraponerse al pobre como su opuesto.
Aquí entran otros factores que sugieren una conclusión: el pobre, pero de buena cuna, no indio ni mestizo, sí entenderá los valores que postula la novela: los valores reales que se manejan aunque inconscientemente de parte del público y del escritor. Así, Periquillo cambia de suerte en la vida, según sea su exterior:
porque la pobreza es una cosa y la porquería otra; que aquélla provocaba a lástima y ésta a desprecio y asco de la persona; y por fin, que me acordara del refrán que dice: como te veo te juzgo [...] [Y comentaban] se conoce que este pobre muchacho es hijo de buenos padres y que no se crió de mozo de botica. Así se hace hijo, manifestar uno siempre sus buenos principios, aunque sea pobre, una de las cosas en que se conoce al hombre que los ha tenido buenos, es que no le gusta andar roto ni sucio.[ 20 ]
Por otra parte, entra en contradicción con el desarrollo de su obra literaria, en la que se burla de los nombramientos y otras fórmulas sociales, pues el "don" sí importa a la "decencia" de un grupo y la "decencia" importa mucho; llega a confesar Periquillo que:
ya no me decían Pedro a secas sino don Pedro; pero entonces yo no paré en la consideración de lo que puede un exterior decente [...]. Cuando estaba vestido de mozo o criado ordinario nadie se metió a indagar mi nacimiento ni mi habilidad; pero en cuanto estuve medio aderezado, se me examinó de todo y se me distinguió en el trato.[ 21 ]
De igual manera, provoca un trauma al novelista que pinta con rasgos tormentosos el proceso de "venir a menos", en el que se pierden una serie de elementos materiales y morales indispensables para salvaguardar la coherencia del grupo.
A partir de aquí, cuando el lector ya sabe con qué se debe identificar, pueden enumerarse los requisitos para lograr pertenecer dignamente a la clase privilegiada. Estos requisitos van a conformar todo un proyecto de sociedad que estará dividido en las críticas al comportamiento tradicional de la carrera criolla por una parte y, por la otra, en los ideales que se le proponen para llegar a ello, previniéndole de todos los obstáculos que encontrará en su camino. Los requisitos se adivinan de inmediato, serán: religión, talento, prudencia, nobleza (de cuna y de sentimientos que para Lizardi la mayor parte de las veces van aparejadas), cuna, educación, etcétera, que son los elementos explícitamente declarados como "buenos" en boca de todos los personajes autorizados y cuya carencia ocasiona los males de quienes no lo son.
Las críticas fundamentales no se dirigen contra el hombre colonial, sino contra el hombre improductivo: esto es, que no importa tanto el sistema que rija las relaciones sociales como el comportamiento del hombre individual dentro del esquema de trabajo. El criollo se había caracterizado siempre, como el español, por su desdén hacia todo lo que fuera trabajo productivo, y éste va a ser el fundamento del hombre moderno: ser productivo para poder pagar la conservación de la dignidad y no perder el honor.
Ahora no se critican los valores coloniales sino su desmoralización; no el honor sino el abuso del término, es decir, el honor mal entendido, ya que "por desgracia esta palabra honor se ha corrompido y se ha hecho sinónimo de la venganza, vanidad y demás caprichos de los hombres".[ 22 ]
Se critica la costumbre de tomar en cuenta el qué dirán; se aclara que el exterior no cuenta para la salvación y que "el hábito no hace al monje"; se dan oportunidades, como ejemplifica la historia del Trapiento, a los criollos pobres o sin suficientes oportunidades para que no caigan en los excesos de las clases bajas y ayuden a constituir su sociedad. En este sentido, se coloca en primer lugar la importancia de la educación que se exige en términos del grupo privilegiado: la buena educación es, más que la instrucción adecuada, los buenos modales, el buen comportamiento, la decencia y la hombría de bien. El caso de don Catrín es claro: "él manifestó con su pluma haber sido de unos principios regulares y decadentes, aunque dirigidos por unos padres demasiado complacedores y por esta razón muy perniciosos".[ 23 ]
Se critican los valores caducos y ridículos, como la falsa nobleza, pero también se hace escarnio de los anhelos políticos de los criollos: de su afán de poder, de control gubernamental, causa fundamental de la lucha por la independencia. El ideal es aspirar a la moderación.
Los ideales que son parte de los requisitos para el proyecto de sociedad se dan a contrario sensu de las críticas. El ideal no es nuevo, no surge de la situación histórica y social que se está viviendo, aunque sí es fruto del análisis minucioso de los postulados y finalidades que se proponen para el grupo criollo; este ideal está en:
la sólida y verdadera virtud. El hombre que la posee es el verdadero hombre de bien, y de consiguiente, cumpliendo exactamente con las obligaciones que le impone su estado, se hace útil y apreciable en cualquiera clase a que pertenezca en la sociedad.[ 24 ]
Este cumplimiento estricto de las obligaciones correspondientes a cada grupo social, es el ideal a alcanzar porque impide que se produzca el desorden, la cosa más temida por el intelectual que tiene o busca posición segura en la sociedad, y por las mismas clases con posición social alta. No se piden cambios, por el contrario, se propugna que se mantenga el orden establecido.
La medianía y moderación en los criollos es la moraleja que cunde, entre líneas, de la vida de sus personajes. Para conseguir esta tranquilidad sin mayores dificultades Lizardi aconseja a los criollos que, para que no tengan obstáculos en su camino hacia la felicidad: "lo que se gaste en lujo no haga falta a los pobres ni a los acreedores [...] ¿lo que se gasta en lujo no estuviera mejor empleado en los pobres que siempre sobran?"[ 25 ]
Con este comportamiento se eliminan por sí solos los obstáculos que se podrían encontrar, porque los pobres "bendecirán al rico" y lo verán como "a un padre", por lo que jamás se levantarán contra él, y todo temor de intranquilidad desaparecerá. Por eso el criollo debe comportarse como buen cristiano y no causar la envidia de los demás; en la medianía encontrará la única posibilidad de ser feliz; además, deberá completar su obra protegiendo al desvalido, y todo se habrá logrado cuando éste diga:
Ha muerto nuestro padre, nuestro amigo, nuestro tutor y nuestro todo, ¿quién nos consolará? ¿Y quién sustituirá el lugar de este genio benéfico?
Las lágrimas de los pobres en la muerte de los ricos honran sus cenizas, perpetúan la memoria de sus hombres, acreditan su caridad y beneficencia y aseguran con mucho fundamento la felicidad de su suerte futura con más solidez, verdad y energía que toda la pompa y vanidad del entierro.[ 26 ]
Hay una contradicción evidente: dos proyectos, dos ideales: el trabajo y la educación, las metas más importantes en el pensamiento de Lizardi no incluyen a toda la sociedad en su marco de promesas; son los ideales del grupo dominante, y no abarcan a las clases bajas; el pobre está condenado a vivir dependiendo del rico y a buscar siempre un benefactor que le dé su caridad para compensar las diferencias a que conlleva su diferente situación de la que ellos no tienen la culpa, diferencias que deben existir hasta la muerte y que sólo con la muerte se corregirán, pues para Lizardi la muerte es la única que nos hace a todos iguales.
Si el ideal del rico debe ser la medianía, el del pobre será la resignación. Noches tristes es el ejemplo más claro de este pensamiento. A la inocencia de un "pobre hombre" a quien se mete en la cárcel injustamente se le pide conformidad, pues "en nuestras mayores desgracias debemos conformarnos con los sabios decretos de la Providencia [...] Los consuelos más sólidos y oportunos no se hallan sino en el seno de la religión".[ 27 ]
Este hombre pierde a su familia por una serie de accidentes provocados por la injusticia de los hombres y lo que se aconseja es:
Pues resígnate, amigo, abandónate a su divina y justa Providencia [...]. Éstos son los únicos consuelos que tenemos que esperar [...] la religión; la religión es el único escudo que nos presenta la fe en tan desiguales batallas.[ 28 ]
En cuanto a las críticas de los defectos personales también corresponde una división. Los defectos de los ricos son perdonables, pues parece que:
la soberbia del rico merece alguna indulgencia si se considera que jamás ha visto la cara a la miseria ni le han faltado lisonjeros que le anden incensando a todas horas las rodillas [...]. Pero los pobres que nacieron entre los terrones de una aldea o mísero pueblecillo, que sus padres fueron unos infelices y sus primeros refajos unas mantas; que así se criaron y así crecieron luchando con la desdicha y la indigencia, no sólo ignorando los ecos de la adulación, sino familiarizándose con los desprecios; éstos, digo, ¿por qué si a la Providencia le place elevarlos a un puesto brillante al momento se desvanecen y se desconocen hasta el punto no sólo de menospreciar a los pobres, no sólo de no socorrer a sus parientes, sino lo más execrable, de negar de su estirpe enteramente? Ésta es una soberbia imperdonable.[ 29 ]
Lo que en el fondo parece que no acepta Lizardi para su grupo es que quien no sea criollo ascienda económica y socialmente. La mayoría de las veces este ascenso se da por medio de puestos administrativos -después por medio del ejército-, lo cual también es imperdonable para el criollo: el que un miembro de otro grupo social ocupe los cargos que únicamente debieran estar destinados para él. Continúa el pensamiento anterior de esta manera: "No quisiera decirlo pero quizá por este vicio e ingratitud se inventó aquel trillado refrán que dice: quieren ver a un ruin, denle un cargo. Ello es una vileza de espíritu".[ 30 ]
Sólo cuando se refiere a grupos no criollos es que Lizardi utiliza este tipo de refranes y se coloca en posición de decir a quién corresponde la ruindad o la vileza de espíritu. Nunca un criollo podrá ser calificado así; es para ellos toda su confianza cuando les dirige familiarmente una llamada de atención:
Por otra parte, jamás os desvanezcáis con las riquezas ni con los empleos de distinción, porque ésta será la prueba más segura de que no las merecéis ni habéis jamás disfrutado de aquéllas... No sin razón dice nuestro vulgar adagio, que a herradura que chapalea clavo le falta, y es por esto.[ 31 ]
Las características de la conformación de la sociedad criolla están dadas frente al miedo al desorden social en contraposición con el orden de cosas establecido: a este orden corresponde el proyecto de sociedad que estará definido por el trabajo, la propiedad y los valores tradicionales, otra vez: el honor, la cuna, la educación, los principios. La recapitulación de la vida de Periquillo muestra la moraleja final: "que el hombre vicioso, flojo y disipado padece más en la vida que el hombre arreglado y de buen vivir".[ 32 ] Es la crítica a los grupos privilegiados que por sus excesos, corrompen el orden social:
La causa más ordinaria de la ruina de muchas personas es que arreglan su gasto según su estado y no según sus medios; según su ambición y no según sus riquezas. El lujo, hijo del deleite y de la vanidad, conduce a la pobreza por unos caminos brillantes y agradables.[ 33 ]
Y el peor pecado que un criollo puede cometer es llegar a ser pobre. Los excesos de disipación y prodigalidad vienen a constituir los defectos más comunes del rico, quien al verse "privado de lo necesario cae en la pobreza, la miseria y el abatimiento, y [...] queda abominado de todo el mundo".[ 34 ] Las aspiraciones de los criollos también son ridiculizadas para decirles: ¡conténganse!, pues si no se llegarán a
trastornar las clases y a corromper las costumbres. Desde que se vive sin regla en trajes y muebles, se vive también casi sin distinción de personas [...]. Este fausto arruina a las familias, y a la ruina de las familias se sigue la corrupción de las costumbres.[ 35 ]
Si cada quien se contiene en la esfera que le tocó en suerte no habrá desorden: el rico no debe ser pobre, porque siendo rico pertenece a un grupo cuya coherencia está en los valores que permite la riqueza, y si se sale de ellos corre el peligro de mezclarse con los demás y esto lleva al desorden social. El pobre no debe ascender porque si se sale de su esfera causa desorden porque no ha nacido en una "buena familia" y por tanto sus principios serán relajados, ya que "no hay hombre de malos principios y educación que no sea vicioso ni relajado" y esto llevará a la corrupción de las costumbres. Pero en los grupos no del todo sojuzgados:
el querer los hombres pasa rápidamente de un estado a otro, o a lo menos, el querer aparentar que han pasado es causa de su ruina y la de las familias y aun de los Estados. No crea usted que consiste en otra cosa la mucha pobreza que se advierte en las ciudades populosas que en el lujo desordenado con que cada quien pretende salirse de su esfera.[ 36 ]
Aquí parece que se intenta la descripción de una clase media en ascenso a la que se alerta en los postulados del criollismo para que se salve del mestizamiento y aumente la fuerza del grupo criollo.
La condición del hombre lizardiano es tener capital, que florecerá "en manos de un hombre de conducta y aplicado al trabajo", y en esta condición subyace la posibilidad de ser propietario, que sería otra de las finalidades del amor al trabajo y de su necesidad una necesidad política coherente con el liberalismo que asienta sus bases en la clase que detenta la propiedad. Aquí aparece Lizardi como típico producto de la ciudad de México en contraposición a los ideales de la provincia, que "presumían bien de la multitud", lo que según los capitalinos provocó que se perdiera todo: por tanto, hay que edificar la sociedad sobre las sólidas bases del liberalismo citadino.
En este sentido, las novelas de Lizardi, al identificar a este grupo con sus demandas e ideales, son la base literaria del naciente liberalismo que se desarrollará a lo largo de la primera mitad del XIX. El hombre debe vivir arregladamente para poder ser propietario, el único que podrá ejercer los derechos políticos. Para los liberales la propiedad se extiende a todos los medios de subsistir por sí mismo, y pueden depender del dominio o usufructo de fincas o capitales, de la industria y de todas las profesiones "honrosas" puesto que sus productos son capaces de proporcionar una vida independiente y una subsistencia cómoda y desahogada. Lizardi busca un proyecto de sociedad, pero entrena a sus lectores para que puedan llegar a constituir una nación, donde sus gobernantes y hombres públicos sean las personas virtuosas y no los viciosos y relajados, por esto se educa a los tipos como Periquillo y don Catrín, y por esto es tan importante la educación, pues ellos como criollos, como hijos de "familias decentes", deben y están en posibilidad de llegar a los puntos claves de la economía y la política nacionales el día de mañana. Sólo los propietarios tienen verdaderas virtudes cívicas: la beneficencia, el decoro y los modales; sólo ellos pueden carecer de los vicios antisociales como el robo y todo lo que tiende a alterar el orden público. Este y su interés están en íntima relación, así que tenderán a evitar todo aquello que pueda turbarlo. En este sentido, las opiniones de Mora al hablar del grupo que deberá constituir la base de la nación mexicana, no difieren para nada de las que emite Lizardi; para Mora:
serán personas respetables por su condición y rango social, por una educación esmerada y regular, que sólo se puede recibir en el seno de la abundancia, o de una suerte desahogada [...] habrá si se quiere propietarios ineptos y perversos, pero nadie se atreverá a decir que esto sea propio de la mayoría de su clase; lo mismo decimos de los proletarios, no faltarán algunos tal vez que tengan la capacidad necesaria para desempeñar los puestos públicos y sufragar para ellos; pero la generalidad siempre carecerá de estas prendas y las leyes no deben atenerse a lo que sucede por un fenómeno o caso raro, sino a lo que, siendo común y frecuente, está en la naturaleza de las cosas.[ 37 ]
Todas las causas del rompimiento del orden tienen su efecto en el desorden social que es a lo que más se teme porque se cae irremediablemente en la mezcla: hay que lograr algo así como la continuidad de una raza criolla pura. Por el lado contrario resulta el mestizamiento contra el que se da el mas fuerte grito de alerta: ¡criollos, no se mesticen!
En el vestido, por ejemplo, no debe vestir "la señora como la plebeya, ni la ama como su criada ni nadie con traje que no le pertenece. Entonces sería un desorden y una espantosa confusión".[ 38 ]
Lo "bueno" por definición implica división y no mezclas; si se cae en la mezcla, ya no se respetan condiciones ni rangos sociales, ni linajes ni principios. Se propone un proyecto monolítico de sociedad: para el disfrute de un grupo. Al criollo siempre se le aconseja:
no familiarizarse tanto con esa clase de gente [...] pues no porque son pobres ni morenos, éstos son accidentes por lo que solamente no debe despreciarse al hombre ni desecharse su compañía, en especial si aquel color y aquellos trapos rotos cubren, como suele suceder un fondo de virtud, sino porque esto no es lo más frecuente; antes la ordinariez del nacimiento y el despilfarro de la persona suelen ser los más seguros testimonios de su antigua educación ni conducta; y ya ve usted que la amistad de unas gentes de esta clase no pueden traerle ni honra ni provecho.[ 39 ]
Así, es evidente que existe una continuidad moralista frente a su propia clase, y una distancia crítica frente a la "gleba": Lizardi no representa una utopía, sino la alegoría criolla frente al realismo de las clases no privilegiadas, frente a lo que se podría llamar representación popular.
Si criollo es igual a clase alta, dominante, privilegiada, los criollos pobres no existen (no deben existir), pues se mestizan. El Periquillo Sarniento es, en términos generales, el intento de un criollo por serlo efectivamente, por salvarse del mestizaje, y toda la novelística de Lizardi es el instrumento criollo de valores para que por la educación y el trabajo se conviertan en unos verdaderos criollos, en unos "hombres de bien, decentes y de vergüenza": es el instrumental valorativo propio de un grupo colonial en vías de despegue para salvarse de la barbarie.
No está por demás decir que el grupo de criollos conservadores que delinea Lizardi en sus novelas y en los que trata de crear una conciencia de su papel redentor, son los que van a triunfar al hacer imponer su ideología durante toda la primera mitad del XIX, por lo menos. Este triunfo es posible porque sus postulados, aunque políticamente utópicos muchos de ellos, son menos disparatados que los de los liberales; porque consideraron la herencia colonial que los liberales descartaron en un principio.
El proyecto fracasará porque las condiciones sociales ya no permiten la existencia de todos los valores que los criollos quieren imponer. Estos valores caducos socialmente hablando impiden un entendimiento de y con las clases bajas: las móviles, las inestables, las inseguras; las que se mueven en las calles, sin domicilio fijo en donde poder encajonar dogmas cotidianos. Sin embargo, la vida en las calles y en los lugares inexistentes para todos menos para "la gleba", para los miembros marginados de la sociedad, es de los mejor logrados en Lizardi. Él, como criollo no adinerado, está fuera de las oportunidades que ofrece por el momento la comunidad novohispana, pero cuenta con una educación elitista que lo obliga a imponer sus valores a todos los grupos sociales: es al describir la compleja heterogeneidad social que compone al México de fines de la Colonia cuando tiene que enfrentarse con realidades y no con valores acotados por una cultura libresca, de prescripciones. Es cuando muestra la sociedad mexicana tal como es: heterogénea, desordenada, resistente a cualquier imposición.
Se ve la heterogeneidad sólo cuando no caben los valores que se acostumbra defender, los valores morales que sólo pueden cumplir los grupos económicamente estables; sólo aquí se muestra la realidad descarnada. Periquillo, sin embargo, trata siempre de imponer sus concepciones a los mestizos y castas con los que topa en su vida; con los indios nunca lo intenta: no hay diálogo posible; atribuye a la gran masa desocupada de la ciudad todos los problemas, que son causa de la mala educación, en última instancia, de no haber nacido hombres de bien. Los valores pues, como elemento de salvación, siguen siendo los mismos: la buena educación, los principios, la moral, la propiedad, el trabajo honroso, son atributos que sólo unos cuantos pueden conseguir: la sociedad no da oportunidades iguales para lograr los valores de más alta estima.
Literariamente está representada por la descripción, en la cual entran de lleno esos valores inconscientes aunque reales, porque el criterio de un grupo cerrado no permite tomar conciencia de los problemas que no le atañen directamente a él.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX la lucha entre los grupos privilegiados, que pelean por la adquisición de más o menos fueros, es la pauta sobresaliente; las clases bajas no cuentan, o cuando mucho contarán para el futuro, cuando la riqueza se halle bien repartida entre los miembros del grupo dominante y pueda darse, sobre esta base, una organización de trabajo más completa. Así pues, por el momento no existe una lucha de contrarios sino de iguales; por eso Lizardi se manifiesta como enemigo de la revolución: los intereses criollos son los que están en peligro, es necesario tener conciencia de ello y de lo mucho que se perdería. Dice a su público:
¡Qué cierto es que el amor al dinero y nuestro amor propio, aunque no son virtudes, suelen contenernos y ser causa de que no nos prostituyamos a los vicios! De este evidente principio nace esta necesaria consecuencia: que mientras menos tiene que perder el hombre es más pícaro, o cuando no lo sea está más expuesto a serlo. Por eso los hombres más pobres y los más soeces de las repúblicas son los más perdidos y viciosos, porque no tienen ni honor ni interés que perder.[ 40 ]
En su intento por dejar testimonio de la realidad descrita llega a ser naturalista por la imposibilidad de ser moralista.
Aquí surge necesariamente otra división: Lizardi considera dos grandes grupos dentro de la realidad que describe, que no forman parte coherente de la sociedad, pero que ahí están impidiendo a la nación consolidarse como criolla: los mestizos (y castas) y los indios. Se ha dicho mucho que Lizardi favoreció y defendió a ambos, a lo que llamaba "el pueblo"; pero aquí también hay señales claras del público al que se dirige en sus novelas, que quizá sea lo que más ha confundido a sus críticos, además del malentendido conocido del significado histórico del liberalismo. En la dedicatoria de El Periquillo Sarniento dice: "sé que acaso seréis, algunos, plebeyos, indios mulatos, negros, viciosos, tontos y majaderos".[ 41 ] Más adelante se justifica y dice: "ya leeréis en mis discursos retazos de erudición y rasgos de elocuencia; y ya leeréis seguido un estilo popular mezclado con los refranes y paparruchadas del vulgo".[ 42 ] Quien nunca se concibe como tal ni se llama "vulgo" a sí mismo.
Por si no hubiera quedado claro, insiste en que:
hablamos aquí de los padres decentes y bien nacidos [...] no de la gente vulgar que no abriga ningunos sentimientos regulares, pues a estos no los corrige la crítica ni la persuasión [...] éstos no solamente no pueden dar a sus hijos educación y buen ejemplo, porque son unos brutos racionales, sino que por esta misma razón siempre los imbuyen de sus errores y preocupaciones, y con sus perversos ejemplos les forman un corazón de demonios.[ 43 ]
Y agrega que para esto más les valiera no tener hijos. El derecho a la procreación queda también como privilegio de las clases dominantes: la continuidad de la especie forma parte del proyecto para el grupo consciente de la sociedad.
En cuanto a la división anterior, los mestizos y las castas son lo que más le preocupa en tanto no sabe qué tratamiento darles. Teóricamente da a cada clase vicios privativos, que analiza como dados por Dios y contra los que casi no se puede hacer nada. Si son ricos, la soberbia y la vanidad, los excesos y el despilfarro. Si son indios:
son mezquinos, rudos, embusteros, supersticiosos, desconfiados y muchos borrachos y ladrones [...] en los payos y gente rústica veo que sobresale la barbarie, el despilfarro, la grosería y la superstición [...] los pobres de la ciudad son holgazanes, descuidados, atrevidos, sinvergüenzas, necios y abandonados a los vicios más torpes.[ 44 ]
El tratamiento de los pobres es duro. Critica sus abusos y defectos, con las mismas categorías y valores con que trata y juzga a los privilegiados, y no hay en sus escritos una representación verdaderamente popular: se les critica porque cometen abusos y cuando no lo hacen, no es "porque les falten ganas sino reales";[ 45 ] por su exterior sucio y roto, o por la carencia de éste; por gastarse lo que adquieren con trabajo en diversiones y superficialidades; en fin, por los vicios inherentes a todo grupo social que no tienen capital. Si bien admite que "la miseria empuja" muchas veces a cometer los peores delitos, y que por esto merece una disculpa el delincuente, en ocasiones llega a reconocer que: "entre esta gente que llaman ordinaria, sin razón, se hallan también almas nobles y generosas [...] pero no es menos cierto que esta no es regla general".[ 46 ]
El tratamiento de las clases bajas es inaprensible y contradictorio. Se dice que el ser pobre o rico:
no son defectos. El mundo mira con desprecio a los pobres y a los que no brillan con la nobleza, pero esta es una de las locuras de que está lleno el mundo. Los defectos que no dependen del arbitrio del hombre no son vituperables ni se deben echar en cara.[ 47 ]
Esto asegura la tranquilidad del grupo dominante: los pobres no pueden ni deben hacer nada puesto que las cosas están como están porque Dios lo quiere.
El campo aparece muy poco en las novelas y siempre a través de una visión idílica, a la que se aúna la confianza en la salvación de esa gente que no molesta ni "afea" la vida de las ciudades; por otra parte, se cuenta con la seguridad de que estos "payos" no van a cambiar: sólo se les recomienda mayor instrucción en cuanto a los principios de su religión para que aprendan eso que se llama resignación y conformidad cristiana. También a los pobres de la ciudad, se les resigna de antemano:
¿Cuántas veces irá un hombre lleno de ignorancia de delitos dentro del dorado coche que hace estremecer vuestros humildes talleres? ¿Y cuántas la salsa que sazona los pichones y perdices de su mesa será la intriga, el crimen y la usura, mientras que vosotros coméis con vuestros hijos y con una dulce tranquilidad tal vez una tortilla humedecida con el sudor de vuestra frente?[ 48 ]
A la visión sentimental del pobre se contrapone la visión mestiza del criollo, la única que aparece en las novelas, en boca del personaje con mayor autonomía de su autor, el Aguilucho, quien dice a Periquillo: "me parece que tú eres más convenenciero que cobarde, y quisieras pasarte buena vida sin arriesgarte a nada".[ 49 ]
Así, para el mestizo, el criollo es el que no arriesga por lo que puede perder, aunque muchas veces sólo sea el honor y la dignidad. Para el criollo el mestizo es el aventurero, el bárbaro, el que arriesga su vida a cada paso porque no tiene más que perder. Por lo demás, la vida de Periquillo muestra lo difícil que es para un criollo desenvolverse entre los mestizos y las castas; todo le parece grotesco, sucio, de mal gusto; todo lo enjuicia con sus estrechos valores y nunca llega a comprenderlos ni a establecer una verdadera relación. Existe un fuerte resentimiento por parte del mestizo y del mulato hacia el blanco; lo primero que le dicen a Periquillo al caer en la cárcel, donde es el único blanco, muestra hasta qué punto el rencor socio-racial forma parte de las relaciones en esta sociedad:
¿Conque amigo, también usted ha caído en esta ratonera por cucharero? ¡Buena cosa! ¿Conque también los señores españoles son ladrones? ¡Y luego dicen que eso de robar se queda para la gente ruin! [...] para eso todos son unos, los blancos y los prietos; cada uno mete la uña muy bien cuando puede. Lo que tiene es que tú y yo robamos un rebozo, un capote o alguna cosa ansí; pero éstos, cuando roban, roban de a gordo.[ 50 ]
El problema se plantea más agudamente para los mestizos; los indios son bastante respetados en sus derechos, según Lizardi, o por lo menos no nos da ejemplos de lo contrario. El lugar donde más ampliamente los trata, pues son muy escasas las menciones que de ellos se hace, es en el pueblo de Tula, donde viven en su "república", con su gobernador que tiene representación ante las autoridades de la capital. Así pues, los indios tienen su lugar y sus valores aparte: en Lizardi ocupan un lugar negativo: uno de los pocos juicios que emite sobre el indígena es por boca de Periquillo, quien por su atolondramiento se ve envuelto en situaciones desagradables y exclama: "Si es cierto que hay aves de mal agüero, para mí las aves más funestas y de peor prestigio son los indios, porque por ellos me han sucedido tantos males".[ 51 ]
Y se hace así partícipe de la discriminación al indio. Lizardi no avanza en la concepción de la sociedad más allá de lo que propuso el sistema colonial: al indígena se le sigue considerando como miembro de una comunidad que vive en "república", con sus costumbres y legislación aparte.
El indio no representa un problema, al contrario que el inmenso grupo mestizo; en la época de Lizardi los naturales se olvidan por un momento y el grito mas fuerte se oye en contra de la contaminación del grupo criollo, del mestizamiento. Pero de todas maneras, la opresión contra el grupo ilegal, contra los mestizos y castas va a ser de parte de los blancos por costumbre de elite y de parte de los indios, que no los reconocen, no los quieren entre ellos, y nadie les permitirá integrarse: ni por las leyes ni por la administración de justicia. Los mestizos son eliminados de todo lo contaminable.
La problemática del liberalismo del XIX mexicano en este aspecto no es muy novedosa. Lo que propone Lizardi en cuanto al "buen gobierno" y al "bien común" (de acuerdo éste con el interés individual), es un problema antiguo: bien común para quién, si la colectividad está dividida en españoles y criollos, mestizos y castas e indios. Parece que la política socio-racial sufre un retroceso con el liberalismo: en la Colonia, por lo menos en teoría, el interés primordial para fijar el bien común era el interés que para los españoles sería el de los naturales; sin embargo, el hecho fue que el trato dado a los indios provocó que se fueran aislando del español y de su contacto, y en este sentido los problemas sociales del siglo XIX también nos llegan de la Colonia.
En cuanto a la separación residencial de los indígenas y los españoles, el cuerpo legal que incorpora estas medidas es la Recopilación de las Leyes de Indias de 1680; Lizardi la utiliza constantemente. El esquema legal no le funciona con los mestizos y las castas, como tampoco les funcionó a las autoridades coloniales, para quienes estos grupos no tenían cabida. Así, se establece un círculo vicioso: el grupo ilegal por naturaleza no tiene derechos, por tanto los tiene que buscar y defender una vez hallados, ilegalmente, lo que causa que la autoridad revestida de la justicia que le otorgan las relaciones establecidas con el pacto colonial, desde la Conquista y por su naturaleza misma, que se estableció meramente entre indios y españoles, estreche más el marco social e ilegalice consecuentemente a los grupos fuera de lugar. Las castas y mestizos en su mayoría sufren el estigma de su origen ilegítimo para los que el régimen colonial no previó un orden social especial. El régimen colonial se estableció a partir de dos repúblicas, la de indios y la de españoles, y todo lo que se saliera de este esquema inicial fue visto siempre negativamente.
Los otros grupos son pues ilegítimos desde su nacimiento y no caben en el rígido esquema moral de la época: la moralidad se aplica a quienes no tienen la posibilidad estamental del matrimonio. La inestabilidad se explica por la inexistencia de un orden social especial para quienes no fueran españoles o indios. Por otra parte, los mestizos y castas tienen toda clase de prohibiciones y sin embargo son la parte más útil y trabajadora de la sociedad, según unánime consenso: proporcionan trabajadores y mano de obra y soldados al ejército... Así pues, la inercia y la flojera tan criticadas en quienes Lizardi llama "holgazanes, descuidados, atrevidos, sinvergüenzas, necios y abandonados",[ 52 ] son la única arma posible contra un destino siempre adverso. Lizardi quiere imponer valores a grupos que no los tienen iguales, que tienen unos bien diferentes por su circunstancia histórica y social. Los que trata de imponer son los valores elitistas de una sociedad estamental.
Como para los criollos, las únicas vías de salvación para los mestizos son la educación y el trabajo. Según Lizardi, el trabajo sobra en todos los ramos por lo que los vagos se deben a "la holgazanería con que están congeniados", y la educación parece que está encerrada en un determinismo, pues:
el pobre ranchero, el infeliz indio, el plebeyo abandonado, que ignora la religión que dice profesa, que no conoce la justicia de las leyes, ni advierte la gravedad de los delitos que comete, y a más de esto se ha criado en medio de una familia soez, educado con los pésimos ejemplos de unos padres viciosos e ignorantes, ¿qué podrá ser sino un inculto barbaján y acaso un vicioso perdurable? Sin advertir la mutua conveniencia que nos resulta de sujetarnos a las leyes civiles; sin saber cuánto nos obligan las eternas; sin probar jamás los dulces frutos de las ciencias, y sin noticia de lo que es probidad, honor y vergüenza, ¿qué puede ser, repito, un hombre de éstos, sino un necio, un mal padre, un peor marido y un pésimo individuo de la especie humana?[ 53 ]
Interviene otra contradicción: Lizardi ha insistido que la educación y el trabajo son la salvación del hombre, en general, parecería que sin distinción de clases, pero si se analizan esos valores inconscientes que nos entrega sacados de la realidad, más que una contradicción, Lizardi se está refiriendo a dos grupos completamente diferentes aunque en su visión conceptual no sea consciente de ello: en la primera hay un determinismo negativo de la confianza en la salvación de las clases bajas; en el segundo caso se dirige a los criollos, cuyos valores, no su dinero, les permitirán salvarse. La movilidad sólo existe para los criollos, y los personajes de sus novelas son un ejemplo palpable de esta verdad. Ellos pueden ser pobres o ricos según trabajen o no. Para las otras clases se hace evidente un fatalismo, que unido a las aspiraciones de ascenso para los criollos, muestran el deseo de la consolidación del criollismo como clase dominante definitivamente.
Durante el siglo XVIII en Hispanoamérica, como en todas partes, creció el prejuicio racial. El siglo de las luces no alumbraba a toda la sociedad. Los blancos alegaban el afeamiento y deslucimiento de su sociedad por la presencia de los mestizos y por el empeoramiento de la raza indígena desde su contacto con la negra. La disculpa moral sólo se aplicaba al criollo: si las castas tenían esas costumbres tan reprobables era por su marginalidad social y legal, además de su pobreza. Para los criollos la pobreza es un error moral, un defecto ontológico, casi determinado por la raza.
Con estos elementos se afirma el odio y desprecio por la masa irredenta a priori que impedirá el progreso y el buen desarrollo del país; esta masa es el lastre por el cual los mexicanos -los criollos considerados a sí mismos como los únicos capaces de llamarse así dignamente- no pueden salvar a la nación. Uno de los pocos hombres que se da cuenta cabal del problema y en el que sí existe una representación verdaderamente popular es el obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, quien explicó las costumbres y situación de los marginados por su pobreza y su discriminación. En la Representación de Abad y Queipo de 1789 se trata con el mismo interés y con la misma prioridad el problema de los indios que el de las castas, inclusive para defenderlas, estilo poco usual en la época, pues dada su marginalidad y pobreza "es extraño que no delincan mucho más".
La creciente expansión del mestizaje provocó una actitud cada vez más exclusivista de parte de la elite blanca y de los criollos sobre todo, quienes llegaron a la cúspide a fines del siglo XVIII con ambiciones cada vez mayores y el encumbramiento del avance social del elemento burgués, para decirlo de alguna manera, en apogeo. Quizá a partir de aquí se empezaron a delinear los elementos para poder entrar en una lucha social más perfecta en sí misma que antes, cuando se tenía que tomar en cuenta otros muchos factores: sobre todo el racial heredado. En esto se afirma la mentalidad de Lizardi más como colonial que como liberal decimonónica.
Fuera de tono, Luis G. Urbina escribe que:
todos los críticos están conformes en que el Pensador era un revolucionario. Eso fue siempre; en esta obra [El Periquillo], más que en ninguna otra de sus fábulas. Era un demoledor. Lizardi era una musa que no desdeñaba de recorrer, con la greña suelta [sic], los suburbios de México, y de compartir la vida íntima del lépero [sic] y del catrín, para conocerlos y retratarlos mejor. Vivía del pueblo y para el pueblo. Era, puede afirmarse, el pueblo mismo.[ 54 ]
Lizardi hace en sus novelas una tipificación, un catálogo de tipos, que al igual que en los cuadros del siglo XVIII representan a cada individuo con su vestimenta peculiar y pintoresca; esto muestra un interés casi patológico por la genealogía, siempre discriminatoria, característica de su época. El Periquillo Sarniento, para Lizardi y para nosotros, no es más que el ejemplo de un rescatado del mestizamiento ("del pueblo"). Es el canto del criollismo por haber resistido al mestizaje.
[ 1 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p 36.
[ 2 ] Benito Díaz de Gamarra, Tratados, edición y prólogo de José Gaos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1947 (Biblioteca del Estudiante Universitario, 65).
[ 3 ] Cfr. Monelisa Lina Pérez Marchand, Dos etapas ideológicas del siglo XVIII en México a través de los papeles de la Inquisición, México, El Colegio de México, 1945.
[ 4 ] Véase Jefferson Rea Spell, "The intellectual background of Lizardi as reflected in The Periquillo Sarniento", Publications of Modern Language, Modern Language Association of America, LXXI:3, 1956.
[ 5 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 317-319.
[ 6 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 339.
[ 7 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano. Obras, 6 V., investigación, recopilación y edición de Jacobo Chencinsky y Luis María Schneider, estudio preliminar de J. Chencinsky, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios, 1963 (Nueva Biblioteca Mexicana, 7-9, 12, 30, 40), v. II, p. 286-288.
[ 8 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano. Obras, 6 V., investigación, recopilación y edición de Jacobo Chencinsky y Luis María Schneider, estudio preliminar de J. Chencinsky, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios, 1963 (Nueva Biblioteca Mexicana, 7-9, 12, 30, 40), v. III, p. 48-49.
[ 9 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano. Obras, 6 V., investigación, recopilación y edición de Jacobo Chencinsky y Luis María Schneider, estudio preliminar de J. Chencinsky, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios, 1963 (Nueva Biblioteca Mexicana, 7-9, 12, 30, 40), v. II, p. 271-272.
[ 10 ] Karl Mannheim, Ideología y utopía. Introducción a la sociología del conocimiento, traducción de Eloy Terrón, prólogo de Louis Wirth, Madrid, Aguilar, 1958, p. 36.
[ 11 ] Carlos Monsiváis, "Clasismo y novela en México", Cuadernos Políticos, México, Ediciones Era, n. 1, julio-septiembre 1974, p. 68.
[ 12 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 311.
[ 13 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 382.
[ 14 ] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 2a. ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1967, p. 220.
[ 15 ] José Luis Martínez, "Las letras patrias. De la época de la Independencia a nuestros días", México y la Cultura, México, Secretaría de Educación Pública, 1960, p. 341.
[ 16 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano. Obras, 6 V., investigación, recopilación y edición de Jacobo Chencinsky y Luis María Schneider, estudio preliminar de J. Chencinsky, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios, 1963 (Nueva Biblioteca Mexicana, 7-9, 12, 30, 40), v. I, p. 130-131.
[ 17 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 12.
[ 18 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 17.
[ 19 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 87.
[ 20 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 210-211.
[ 21 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 212.
[ 22 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 157.
[ 23 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, Don Catrín de la Fachenda y Noches tristes y día alegre, edición y prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1959 (Colección de Escritores Mexicanos, 81), p. 107.
[ 24 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, México, Editora Nacional, 1967, p. 568.
[ 25 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 95.
[ 26 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 94.
[ 27 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, Don Catrín de la Fachenda y Noches tristes y día alegre, edición y prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1959 (Colección de Escritores Mexicanos, 81), Noches tristes y día alegre, p. 133.
[ 28 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, Don Catrín de la Fachenda y Noches tristes y día alegre, edición y prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1959 (Colección de Escritores Mexicanos, 81), Noches tristes y día alegre, p. 154-155.
[ 29 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 112.
[ 30 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 112.
[ 31 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 113.
[ 32 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 371.
[ 33 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, México, Editora Nacional, 1967, p. 213.
[ 34 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, México, Editora Nacional, 1967, p. 439.
[ 35 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, México, Editora Nacional, 1967, p. 217-219.
[ 36 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 257.
[ 37 ] Cfr. José María Luisa Mora, Obras sueltas, 2a. ed., México, Porrúa, 1963, p. 633-635.
[ 38 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, México, Editora Nacional, 1967, p. 208.
[ 39 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 178.
[ 40 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 325.
[ 41 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 4.
[ 42 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 11.
[ 43 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 104, nota 5.
[ 44 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, México, Editora Nacional, 1967, p. 322-323.
[ 45 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 95.
[ 46 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 167.
[ 47 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 114.
[ 48 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 111.
[ 49 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 373.
[ 50 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 162-163.
[ 51 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, 7a. ed., prólogo de Jefferson Rea Spell, México, Porrúa, 1965 ("Sepan cuantos...", 1), p. 245.
[ 52 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, México, Editora Nacional, 1967, p. 323.
[ 53 ] José Joaquín Fernández de Lizardi, La Quijotita y su prima, México, Editora Nacional, 1967, p. 325.
[ 54 ] Justo Sierra (director), Antología del centenario. Estudio documentado de la literatura mexicana durante el primer siglo de la independencia, 2 v., compilación de Luis G. Urbina, Pedro Henríquez Ureña y Nicolás Rangel, México, Imprenta de Manuel León Sánchez, 1910, v. I, p. CXLII.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 7, 1979, p. 11-42.
DR © 2006. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas