Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

TRES CONFERENCIAS SOBRE EL MUNDO LATINOAMERICANO

Carlos Bosch García


LA HISTORIA DEL SIGLO XX EN MÉXICO

Hay momentos en que debemos recapitular las ideas que nos quedan a lo largo de nuestros estudios y ése es precisamente el objeto de los tres ensayos que vamos a presentar: la historia de México, la de Latinoamérica, y finalmente intentaremos situar ambas dentro del contexto general, que, para nuestro propósito es el de los Estados Unidos que tanto nos afecta.

Los mexicanos nos preocupamos por la historia. Somos un pueblo mestizo, que se enraiza en las grandes tradiciones indígenas y también en las grandes tradiciones hispánicas pero, además, la mezcla ha creado nuevas poblaciones que deben tenerse muy en cuenta. Los historiadores, que tienden a manejarse buscando los grandes trazos de la historia, se ven obligados a prescindir de un sinfín de elementos que son característicos de la historia nacional. Entre las diferencias está el que se deba prescindir de datos, cuyo sentido se limita a necesidades nacionales. A propósito, dice el historiador Germán Arciniegas, en la página 117 de su libro Este pueblo de América, que siempre me ha impresionado,

si fuera posible trasladar a un gobierno la pintura que suele hacerse del siglo XIX en América, el asunto no ofrecía dificultades, sino que resultaría sobremanera hermoso. Adelante, rompiendo la centuria, descollarían los héroes, Bolívar, San Martín, Sucre, Artigas, O'Higgins, caballeros en corceles nerviosos, rutilantes de gloria bajo frondas de laurel. Luego como siguiéndoles los pasos avanzarían los caudillos. Los caudillos fueron esas breves figuras locales arbitrarias y rudas que llenaron los escenarios de la vida americana, hasta el bordo mismo del siglo XX, reventando por ahí y haciendo patria, a su manera. Ahí veríamos a Rosas y Porfirio Díaz, al doctor Francia y a Guzmán Blanco, héroes y caudillos. He aquí la síntesis, fuera de esto nada. Detrás de los capitanes de la Independencia, una polvareda dorada, que cubría la marcha de las caballerías. Detrás de los caudillos, el rumor de barbarie que levantaban a su paso las montoneras.

Así plantea Arciniegas la síntesis del siglo XIX; es el cuadro que se ajusta a cualquiera de las historias nacionales latinoamericanas si se le van cambiando los nombres y quizá también las fechas. Pero por detrás del "rumor de barbarie" suceden muchas cosas. Dice Arciniegas también: "ahora ocurre formular una duda, el siglo XIX ¿fue todo eso y nada más que eso? ¿Fueron los héroes éstos personajes sobrenaturales, de que habla la historia? Los caudillos representaban con fidelidad a nuestro mundo americano, detrás del gobelino en que he tratado de sintetizar la pintura oficial de nuestro siglo pasado ¿qué había? Para saberlo sería necesario desarticular, en cierto modo la figura de los protagonistas, aventurarse a golpear en el bronce de los libertadores, y en el barro de los dictadores, para oír la voz del metal, y de las tierras que les dieron vida, y ¿entonces...?"

Ésa es la gran pregunta que tenemos que resolver los historiadores modernos. Cuando ya hemos oído la voz del metal de los libertadores y del barro de los dictadores viene la reflexión para podernos dar cuenta de dónde está el todo. No es fácil empresa y cuesta mucho trabajo, además de esfuerzo, tratar de ver y de acertar en esas dudas tremendas. ¿Qué hay en el siglo XIX? ¿Cómo se nos plantea y qué es lo que hereda?

Al pensar así vemos cómo México recibe, por ser una de las naciones del continente latinoamericano que también pertenece al mundo, una serie indefinida de influencias externas y propias en el quehacer de su propia historia. México cuenta en el siglo XIX con una herencia indígena pero también tiene la otra, en que debe insistirse, señorial, derivada del periodo colonial. Mientras más estudio hay, más se ve que esa herencia constituye un sustrato que se adelanta por el siglo, recorriéndolo todo. Varía el ser de estos señores por las influencias laterales que entran en el continente durante ese siglo. Entre ellas las hay ideológicas, económicas, sociales, literarias, de conocimiento. Ellas son responsables de los cambios que se observan en el prototipo inicial del señor que recibimos del periodo colonial. El sustrato de los señores, sustrato también de la vida mexicana se va alterando con el tiempo. Ese trasfondo nos da qué pensar en cuanto a que, si existen los señores y tuvieron poder absoluto, ¿qué se hizo en la independencia? Y concluimos que ella fue el resultado de ciertas necesidades señoriales, planteadas por eso grupos, y también de ideologías que alteraron seriamente su pensar y su quehacer. Pero si hablamos de ideologías también debemos plantearnos, que las ideologías sólo afectaron a aquellos que les pudieron manejar para poder llegar al conocimiento, a través de la lectura que era el trasmisor de todo ello.

La Ilustración del siglo XVIII, aparejada al pensamiento de la Revolución Francesa, influyó en nuestro México, junto con toda esa tradición señorial, que era un producto propio. Cuando leemos a Leopoldo Zea o cuando entramos en ciertos escritos de historiadores contemporáneos del periodo estudiado, vemos cómo se formaron o entraron las ideas a nuestro país y la huella que en él dejaron. También fue característico de México el que las ideas no se aceptaran puras, sino que se transformaran y adecuaran a una realidad que fue la mexicana. O sea, que no se puede encontrar ilustración pura, ni positivismo puro, sino que sólo se encuentran raíces de las filosofías más o menos alteradas por las necesidades nacionales. Una raíz de liberalismo, o de ilustración, o de positivismo y luego sigue la deformación de la tesis ideológica causada por la realidad y la necesidad de la aplicación política. Por ello se resolvieron los problemas de la independencia hasta cierto punto y muchos de los que ella planteó fueron legados al siglo siguiente, y todavía los tenemos en mano.

Por el hecho de que hubo dos posturas principales, la de los grupos tradicionalistas que persisten con un fuerte carácter señorializante, y por el otro lado la de los grupos ilustrados, que en sus matices diversos, tienden hacia el liberalismo, la independencia responderá a las necesidades de esos dos grandes grupos. Por desgracia, hasta muy entrado el siglo XIX no se puede hablar de pueblo. Éste es una masa informe, como las montoneras de que habla Arciniegas y, en consecuencia, la independencia no logra permear la sociedad en toda su profundidad. Zea habla de la falta de conciencia, tanto del mundo americano como mexicano, y muestra cómo las angustias de las ideologías se reducen a las capas altas de la sociedad. En cierta forma los problemas se plantearon primero por los grupos peninsulares, después por los criollos y luego por los mestizos; pero en ninguna forma hubo una participación abierta del mundo indígena o del mundo social más bajo. Ese mundo se había convertido por tradición colonial en el de "los hombres de", "los hombres de don fulano": son los hombres de Hidalgo, de Morelos o de Iturbide. Estos hombres "de" son las masas que no se quieren dar cuenta de lo que pasa, porque están acostumbradas a obedecer y a actuar de acuerdo con los intereses de "su señor" del que dependen. Es, en esta forma, que encontramos como se nos forman unos grupos sociales verticales, en vez de clases sociales horizontales con los intereses típicos de las mismas. Son verticales porque sólo dependen de la postura que adopte el señor, que puede ser hacendado, militar, dictador o político.

La supeditación de que venimos hablando parece determinar una serie de movimientos y el mecanismo es importante porque, en un momento dado, no es concebible de otra manera que un personaje pueda tomar el gobierno invocando ciertas ideologías y que al día siguiente, como quien dice, otro pueda hacerlo por la ideología contraria y que sin embargo ambos, una vez en el poder utilicen los mismos procedimientos y técnicas. Ello se debe a ambos, tanto liberales como conservadores; ellos reaccionan debido a unos intereses de tipo señorializante que poco a poco absorben grupos mayores que también obedecen, a los señores. Por ello, la política de la primera mitad del siglo XIX está hecha por los personajes fundamentales que representan ideologías pero, en realidad, ellas son sólo la excusa de la acción y su contenido se altera de acuerdo con las necesidades. Al llegar estos señores al poder su independencia se convirtió en una independencia administrativa basada en los principios de libre comercio, que protegía la libertad de los propios señores ante una monarquía que había caído.

También hay que entrever como, por señores y por tradicionalistas, deseaban instalar monarquías en el gobierno. Toda América lo hizo, no fue sólo México quien respondió a este deseo. México se diferenció por ser el único país que cumplió con su ilusión al principio de la tercera década del siglo. Fue sostenible, sin embargo, la tesis pues si algo cuesta es que los hombres cambien la inercia. Los hombres de la independencia eran señores acostumbrados a una monarquía centralista, conservadora y buscaron la forma de establecer monarquías centralistas y conservadoras. Por otra parte, al observarse la forma en que se movieron los personajes mexicanos, ilustrados, vemos que lo hacían con mucha lentitud y los pensadores avanzaron hasta lograr establecer la posibilidad de admitir una declaración de independencia. Evolucionaron con ritmo lento hasta que, habiendo aceptado la independencia, la resolvieron lógicamente con la monarquía. éste es el grupo que, después, llamamos conservador y en el fondo son los mismos elementos de ese mundo señorial que avanzan hasta aceptar la solución republicana porque no hay otro, después del fracaso de Iturbide. No hubo rey que viniera y se agotó la posibilidad de nombrarlo dentro del país.

Los señores tuvieron que aceptar la solución liberal de la república pero siguieron siendo, de hecho, conservadores y centralistas y sus sentimientos íntimos fueron en el fondo monárquicos. Sin embargo, al colaborar con la república tuvieron que ser compañeros de quienes admiraron a los Estados Unidos liberales de la federación, o de aquellos que buscaron las soluciones constitucionales inglesas, e incluso de aquellos que admitieron el imperio de las ideologías liberales, todavía no muy definidas, de las Cortes de Cádiz. De ese conglomerado se diferenciarían los dos grupos republicanos que definieron a los liberales y a los conservadores que quedaron enfrentados. Los unos tendientes al radicalismo liberal federal y los otros al conservadurismo centralista y produjeron moldes que, con poca variación perduraron durante el siglo.

Los liberales tuvieron que ser federales, partidarios de la separación entre Iglesia y Estado, anticortesianos, indigenistas mientras que en el caso de los conservadores hubo que ser centralistas, partidarios de conservar la unión entre la Iglesia y el Estado, cortesianos, y antiindigenistas; todavía se pudiera decir que quisieran ser monárquicos y ello explica la ayuda que dieron al segundo imperio.

Enfrentados liberales y conservadores, y usando los mismos procedimientos de poder se movieron durante la primera mitad del siglo XIX haciendo coincidir la subida del uno con la caída del otro como si no hubiera solución para la política mexicana. Ello duró aproximadamente hasta la mitad del siglo con algunas brechas que apuntaron hacia anhelos de cambio y de reforma como lo fueron en los casos de Guerrero y Gómez Farías, quienes sirvieron como indicadores de que, por debajo, se formaba un sentimiento cada vez más razonado del liberalismo. Hasta que el liberalismo maduró lo suficiente para dar lugar a la Reforma de 1857. En ella se establecieron nuevos conceptos e ideas, se plantearon nuevas fórmulas se hicieron innovaciones y se replantearon problemas básicos. Se ha llegado a rechazar la herencia colonial y se buscaron soluciones en la filosofía externa, yendo en pos de una filosofía americana que respondiera a los problemas distintivos de América y de México. El contacto establecido con el extranjero, y de manera especial con la economía extranjera, había ayudado en el proceso de maduración y todo ello influyó para que México lograra con su Reforma una liberación jurídica, pospuesta después de la independencia. Quedaron relegadas todavía la independencia social y la independencia económica que no deberían lograrse en el recorrido del siglo XIX.

El paso dado por la Reforma provocó el estallido conservador que resucitó sus deseos de monarquía y enfrentó a Juárez con Maximiliano, pero a la misma vez provocó la entrada de la historia de México dentro de la corriente de la historia general de la que fue exponente al positivismo comtiano que tuvo que adaptarse a la realidad nacional.

Aparte de cuanto se ha escrito y dicho del positivismo, éste representó para la historia de México la búsqueda de contestaciones de la vida moderna a los problemas mexicanos, surgidos en consecuencia de que se había recrudecido la presión ideológica y económica de los grandes imperios y de manera muy especial la del de los Estados Unidos.

Tuvo lugar la revolución industrial estadounidense que planteó a aquel país la necesidad de derramar, fuera de sus fronteras, el producto de sus esfuerzos que, poco a poco, fue entrando en el mundo mexicano. Ello, aunando a la preocupación general de alcanzar los niveles definidos por la civilización, forzó a que se aceptara el positivismo, que vino a cambiar formas de vida y de producción, y formas de comercio de tal manera que un serio extranjerismo provocó el acoplamiento del país a los nuevos cánones de la civilización.

El Porfiriato, para lograr ese acoplamiento, tuvo que poner en jaque muchos de los conceptos de la Reforma de 1857 y fusionó muchos de los elementos modernos, que se convertirían en fundamentales del mundo nacional mexicano. Cabría preguntarse ¿hasta qué punto todavía estamos viviendo en pleno positivismo? De él heredamos la preocupación de industrializar el país y también la de educarlo para incorporar a la nueva comprensión las masas marginadas de "hombres de". Pero nuestro pueblo continuó sin enterarse y la educación no logró alcanzarlo, volviéndose así a establecer el mismo molde del principio de siglo en el que los educados fueron los señores. Pero, educación quería decir sembrar conciencia en toda la sociedad con un sentido nacional y esa siembra no logró perforar la sociedad, por ello cabe preguntar si en realidad hubo en consecuencia una conciencia nacional dentro de la sociedad y por ello, en último extremo, sí es válido hablar de nacionalismo.

El hecho es que el siglo XIX legó una independencia administrativa que, a casi cuarenta años de distancia, se complementó con la jurídica pero, si bien se negó la herencia colonial, no logró en cambio reivindicar la indígena y se consumió el siglo en la búsqueda de realidades propias que pusieron el pensamiento y la economía en dependencia de los pensamientos y de las economías extranjeras. En cambio no se encontró un verdadero movimiento social, profundo, por esa dependencia dentro de la que respiraba, todavía con vigor, el mundo tradicional de los señores, adaptados en cierta forma, que apoyaron el concepto positivista de la economía. El positivismo tuvo el arte de homogeneizar el pensamiento de las capas sociales altas y de apoyar el orden dentro del cual sólo la libertad y la igualdad de enriquecimiento reflejaron las tesis libertarias que se levantaron en el exterior. El siglo XX tendría que ser la contestación al positivismo, iniciada con la Revolución Mexicana de 1910 que puso en jaque las bases del sistema.

Hay que observar como el siglo XIX no pudo resolver sus problemas con tesis propias y se hizo eco de los movimientos externos que plantearon soluciones que correspondieron a otros mundos con circunstancias diferentes. Por ello la historia mexicana del siglo XIX trasladó los problemas al siglo XX cuya primera contestación a ellos fue la del nacionalismo, envuelto en la tesis de libertad.

. LA HISTORIA DEL SIGLO XX EN LATINOAMÉRICA .

Hace años que nos hemos preocupado por cómo plantear la historia de Latinoamérica, que comprende la de veintitantas naciones. Es difícil reducir tantas historias nacionales para lograr una versión que nos explique el contenido general de todas ellas, lo que para nosotros nos es tan importante. Por mexicanos somos latinoamericanos, pero resulta difícil lograr una visión del complejo de naciones que aparecen en el continente después de su independencia. En ellas se acumula un conjunto de distintas geografía, diversidad de tipos humanos y de formas de pensar y, para colmo, en el siglo XIX, todavía, se complica el panorama con una secuencia de nuevas inmigraciones que desde el mundo occidental y desde el oriental completan el mundo americano. Con ellas los problemas políticos, económicos y aun ideológicos se confunden más. América Latina abunda en todo lo que se planteó al hablar de México. En su conjunto, pasa por el movimiento de independencia dentro de un margen de tiempo que varía entre diez y quince años. A la vez que México sufre también de un periodo traumático al salir de la Colonia y se adentra después, en una época en que se logran las formas políticas hasta que se hunde en lo que los libros llaman el gran caudillaje latinoamericano. Sin embargo, resulta claro que el caudillaje del principio de siglo es muy diferente al del fin y se siente que hay una forman diferente de ver, de hacer y hasta de disponer según el periodo que se vea.

Todo ello está envuelto dentro del problema de soberanía, cuya discusión recorre el siglo y plantea si el pueblo es o no soberano. En otras palabras si el vocablo "pueblo" coincide con el estrato social más alto de Latinoamérica o si debe entenderse como se entiende hoy, comprendiendo a todos.

Desde el principio del siglo hay una permeabilidad social, pero ello no indica que las estructuras coloniales fundamentales dejen de existir y por ello se favorece la persistencia de los señores, cuya personalidad, así como la de los grandes caudillos de la primera mitad del XIX, comprende las características esenciales del señorío colonial. Este produce un estrato, subyacente a todas las ideologías conservadoras y liberales, que existe en el siglo XIX y que, en cierta forma, se prolongue hacia el XX. Por debajo de todo lo que se superpone en Latinoamérica, el estrato tradicional señorial sobrevive y choca con las ideologías del siglo. Nombres, fechas, datos, sucesos de enorme importancia se agolpan en la mente cuando se entrevé ese proceso histórico latinoamericano. Por un lado, están en pie las diferencias de pensamiento que se producen en el choque entre el mundo tradicional y el moderno, debidas a que Hispanoamérica continuó ligada al mundo clásico cristiano, que no cede en estos confines del océano porque su filosofía era adecuada al mundo del siglo XVIII y tenía sólidas raíces. Por el otro estaba la modernidad, perfilada cada vez con mayor vigor, que planteó valores nuevos y cambió la visión de lo que significaba la riqueza, que pasaba de ser posesión de tierra a ser riqueza económica de extracción, de comercio y de inversión. Esta nueva visión representante del mundo moderno, que incluso tiene implícito el desarrollo de los imperios económicos, llegará a su cúspide a mediados del siglo.

Aunque el impacto de estos sucesos tenga lugar en ritmo creciente a lo largo del siglo. Latinoamérica resiente los efectos y la aristocracia señorial cambia su sentido hasta constituirse en el grupo de pudientes que llegó a dirigir el poder económico y con él también la sociedad, por razón de haberse acoplado a la modernidad, aceptando su comercio, su demanda de materias primas y su capital. Los enfrentamientos de la primera mitad del siglo se deben al asedio del poder político convertido en el complemento del poder económico que instiga la modernidad; y a la discrepancia de la filosofía del mundo cristiano con la moderna, la primera de base señorial agraria y la segunda de base económica. Pero los señores representan las dos ideologías a la vez, conservadora y liberal, que se baten por el poder económico o político sin otro objetivo que el poder en sí, pues el poder político atrae el económico y viceversa.

Para entender el significado del siglo XIX en Latinoamérica hay que concebir una América de los señores, otra de los que producen y otra de los que observan y razonan. La interrelación de estas tres Américas es la historia general de América. A través del siglo, la América de los señores se matizó y cambió su manera de ser y terminan convertidos en hombres de gran empresa, en grandes comerciantes, o en nuevos ricos, que unieron su riqueza tradicional a la nueva, adquirida, y todo ello se hizo con la ayuda de "sus" hombres o con los de confianza que los rodearon.

Los grupos de pudientes se aumentaron en número porque, con la nueva concepción, la libertad del enriquecimiento fue aceptada por el positivismo y ello favoreció el que fuera alcanzada por individuos procedentes de las capas inmediatas inferiores que se apoyaron en la técnica, en la burocracia o en la industrialización. La movibilidad social fue favorecida por las actividades propias de la primera América. A la par que se alteraron las sociedades latinoamericanas todo se reflejó en las ciudades y en la forma de vida que en ellas tuvo lugar. De una vida señorial agrícola se fue hacia una vida enriquecida y, hasta cierto punto, industrializada y comercializada. Para lograrlo se contó con el trabajo de la segunda América que no piensa, que no se interesa sino en obedecer y en facilitar la tarea de la primera América, pues ella fue quien movió los puertos y los ferrocarriles o las oficinas siguiendo hundida en la pobreza y obediente a "Don Fulano" que le ordenaba lo que hacer, a la vez que velaba por ella. Al crecer las influencias industriales y comerciales, el enriquecimiento y el bienestar de la primera América se produjo por la alianza de sus miembros con los capitales extranjeros y porque los "Don Fulano" les habían empeñado el trabajo, ordenado, indefinidamente. El mundo latinoamericano se yuxtapuso a un mundo exterior, que no le perteneció y se representó, en la primera mitad del siglo, por el capital inglés y por el norteamericano al final de la época. La consecuencia fue que la primera América se desnaturalizara por el roce con sus colaboradores extranjeros y que se aunara a su pensamiento facilitándose así la entrada de las nuevas formas filosóficas y los criterios, que sirvieron para justificar las situaciones producidas.

El resultado fue que Latinoamérica se convirtiera en un complemento de la economía externa, general, mundial en la que no hubo otro papel a jugarse que el de convertirse en el punto de extracción de las materias primas y en el mercado para el consumo de bienes manufacturados.

La primera América entregó a la segunda, que estaba a su disposición, a cambio de una participación de los beneficios pues no obtuvo la oportunidad de dirigir ni de decidir el fenómeno que, por acoplado, se manejaba desde fuera.

La tercera América formada por los pensadores, y por quienes se preocuparon en analizar lo que estaba ocurriendo, tuvo un difícil papel a desarrollar durante el siglo. La preocupación consistía en cómo ponerse al paso con el ritmo de la civilización, sin perder las características de la realidad americana que no facilitaba la tarea en un principio.

Después de negar, por razón de la independencia, el propio pasado se vieron metidos en una búsqueda desesperada por encontrar los valores nacionales que respondieron a la idiosincrasia de los complicadísimos y variados pueblos de Latinoamérica. Esa búsqueda perduró durante el siglo XIX causando que si el crítico se enfrentaba al sustrato señorial pudiente, de la primera mitad del siglo, se produjeran represiones que terminaron en exilios y a veces en violencia, que descartaba así la actuación del filósofo. Pero cuando el crítico fue aceptado por los políticos, entonces su función se desvirtuó porque, de hecho, se convertía en colaboracionista, y forzaba los argumentos para producir las justificaciones que no caracterizaron su papel.

Durante la primera mitad del siglo tuvieron que actuar por cuenta propia, de lo contrario había que colaborar y aliarse con los gobiernos procedentes de las asonadas porque cualquiera que fuera la ideología esgrimida se terminaba con soluciones dictatoriales: si los señores fueron quienes agitaron sus banderas conservadoras o si lo fueron los liberales se reincidió en el mismo procedimiento y de ello provino la confusión. La salida de los pensadores argentinos al Uruguay, causada por Rosas, con un exilio que duró hasta la caída del dictador fue característica. Sus ideologías, maduradas y manejadas libremente fueron responsables de la crisis que tiró a Rosas del poder y tanto influyeron en la política argentina como en la uruguaya y chilena. Partiendo de ahí se ve como el pensamiento evoluciona planteándose los problemas básicos de la política general latinoamericana de los grupos en el poder pero, a la vez, su preocupación se tenía con la función educadora que tiende a formar un nuevo hombre latinoamericano, capaz de llevar a cabo el progreso de Latinoamérica. Esa tendencia, aun cuando empezó al tratar de formar los cuadros de los dirigentes, pronto salió del mando académico para mover a los representantes de la segunda América, de la trabajadora. Fue el tema de educar a los pueblos uno de los característicos de los pensadores latinoamericanos y se generalizaron las escuelas de filósofos movidos por preocupaciones semejantes en Argentina, Uruguay, Venezuela, Colombia y México.

La preocupación de revivir al latinoamericano se complementó con la de dirigirlo y ello obligó a los pensadores a intervenir con sus ideas. Finalmente, esto también los llevó a participar de los quehaceres de gobierno inhabilitándolos como críticos en el momento en que entraron en la tarea política, pues su conocimiento tuvo que prestarse a justificar y racionalizar los procedimientos utilizados. Quienes no aceptaron se vieron marginados, enfrentados y aun exiliados. El momento en que los pensadores entraron a tratar de los problemas gubernamentales coincidió con la llegada del pensamiento de Cocote a Latinoamérica, traído por los pensadores latinoamericanos, como resultado de haber salido en busca de la filosofía adecuada a sus necesidades y realidades. Incluso hubo quienes llegaron a sus conclusiones como resultado de su propio razonamiento crítico, antes de que el comtismo alcanzara llegar a Latinoamérica.

Envueltos los latinoamericanos en el mundo de la comercialización, de la producción y del enriquecimiento el positivismo, amañado y forzado a las realidades que tanto analizaban, se convirtió en la fuente capaz de proporcionar las justificaciones apropiadas a los regímenes personalistas y dictatoriales latinoamericanos. Justo Sierra y Gabino Barreda adecuaron gobiernos y educación a los cánones y a un concepto de libertad de enriquecimiento y de una igualdad de todos los hombres para alcanzar la riqueza. Se creó un mundo que debía administrarse por el dictador benévolo y paternal que, rodeado de sus hombres de confianza, mantendría el orden y concierto de la sociedad a medida que avanzaba hacia una libertad que sólo se alcanzaría en un futuro.

Si el positivismo triunfó o fracasó es tema aparte, lo cierto es que se generalizó en todo el continente porque facilitó la explicación de lo que ocurría y porque vino al punto para mantener a Latinoamérica en su papel complementario del capitalismo extranjero. Cuando ese orden envejeció, el mundo capitalista tuvo que enfrentarse en América Latina con los nacionalismos radicales de los que México, Brasil y Argentina fueron los exponentes en el siglo XX.

Al final del siglo XIX, a pesar de la civilización y del progreso y de la relación con el gran mundo exterior, la primera América había condicionado la función de la segunda, la trabajadora, empeñando su quehacer al mundo externo del capitalismo. La tercera América desvirtuó su función crítica por asimilarse a la primera o por verse rechazada e inutilizada si no compartía la tarea. Por otra parte la primera América se alió con el capitalismo externo del que recibió las consecuencias, sin participar plenamente del mismo.

Los resultados fueron que el latinoamericano no pudo decidir cuál era su propio ser y el problema se pospuso para que se resolviera en el siglo XX. Si en un principio no se habían resuelto los problemas económicos para el final del siglo, sólo se había logrado participar de los sobrantes del tejemaneje dirigido desde fuera. Si no se logró un cambio social en el momento de la independencia, tampoco lograron los americanos llevarlo a cabo hasta el final del siglo y lo dejaron pendiente para que lo hiciera el siglo XX. Tampoco se logró definir la forma conveniente de política que respondiera a la idiosincrasia continental, porque la tesis del dictador benévolo también fracasó.

El mundo pensante latinoamericano, que quedó en su lugar y no se conformó con participar, habló de "Nuestra América", considerándola libre, frente a la América empeñada. Así resurgió el mundo espiritual cuyo primer síntoma fue la protesta de los poetas, automarginados de las sociedades, que fueron en busca de una poesía nacional; los escritores, cuya literatura fue rechazada, negaron el valor del castellano clásico porque les quitaba libertad en su expresión; los historiadores, buscaron las historias nacionales; los filósofos, que adoptaron el pensamiento social mas estridente de Europa.

Entre todos se formó el ambiente de crítica que rechazó el positivismo al sentir que detenía su pensamiento y volvieron a hablar de las libertades individuales en todo su contexto. Todos salieron del cientificismo y adicionaron una temática social al conocimiento.

La explosión tuvo lugar en el siglo XX con la Revolución Mexicana que, además de su contenido social, marcó el principio de un antagonismo nacionalista frente al imperialismo y que buscaba poner un hasta aquí a la supeditación económica auspiciada e incitada por el imperialismo.

Del análisis general, del recorrido histórico del siglo XIX latinoamericano, destaca que el siglo fue un periodo de tránsito porque, a pesar de sus esfuerzos, no logró soluciones a los problemas que se le plantearon. Política, sociedad, economía, pensamiento y cultura dieron bandazos no interrumpidos, para dejar en manos de las generaciones del siglo XX las posibles decisiones. Pero hubo el agravante de que, debido a las circunstancias en que se desenvolvió el siglo, los problemas aumentaron y se recrudecieron por el impacto de las revoluciones industriales, del capitalismo y del imperialismo que de ellas resultó. A parte habría que considerar los aumentos de la posición interna y la insatisfacción social que se produjo con las nuevas formas agresivas de vida.

. EL CONTEXTO GENERAL EN QUE VIVE LATINOAMÉRICA .

Nos ha preocupado la postura de México durante el siglo XIX y también la de América Latina en la misma época. Hay que enfrentarse a un problema mayor, que puede explicar una gran parte de lo ya planteado. Llegamos, con anterioridad, a la conclusión de que Latinoamérica durante el siglo XIX no hizo otra cosa que transcurrir. De hecho hubo preocupaciones y cantidades enormes de influencias y vicisitudes de todos tipos. Entraron influencias exteriores, ideológicas, románticas, positivistas, hubo movimientos económicos, efectos y latigazos de la revolución industrial y también del capitalismo externo. Ante todo ello lo que llamo "nuestra primera América" se alió con el mundo capitalista externo y empeñó el mundo latinoamericano del trabajo y de las materias primas. Los pensadores latinoamericanos, miembros de la tercera América, se esforzaron por encontrar, incluso, fórmulas filosóficas propias, locales, que ofrecieran la estructura de pensamiento necesaria para que América Latina pudiera salir de la confusión. Todas esas fórmulas fracasaron en cierta manera. Hubo de soportar la tragedia, clásica del pensador, que es la de participar en la estructura, desvirtuarse en su cometido e, incluso, justificar la estructura del mundo con que se alía como ocurrió en el caso del positivismo. No quedó otra manera que adentrarse en esa gran preocupación educativa, y ello fue, precisamente lo que hicieron los pensadores latinoamericanos. De todas maneras perduró el esfuerzo educativo que proporcionó enseñanzas y experiencia, por decirlo así esas fueron experiencias encerradas en las propias ideologías. Pero los mil problemas que América Latina tuvo a principios del siglo XIX, vuelven a encontrarse a principios del XX, y de ello resulta que América Latina transcurre, forcejeando por todo el siglo XIX. Se siguen encontrando en pie los temas de tipo económico al final del siglo, los filosóficos e intelectuales también lo están. Cómo educar, o cómo enseñar, o cómo asimilar y congregar a los pueblos latinoamericanos, sigue siendo tema de preocupación. Ha sido el siglo XIX un periodo en que los temas latentes se traspasaron al siglo XX para que éste los resolviera. ¿Pero cómo se iba a plantear la serie de interrogantes?

Por otra parte, América Latina se encontraba sumergida dentro de un verdadero embrollo económico, afectado por la industria, que se reflejaba, incluso, en la ideología. Todavía, por debajo, seguía la estructura colonial, en las instituciones de tipo colonial que quedaban en pie. Algún escritor ha comentado que al principio del siglo XIX quedaba la inercia de la colonia pero que al terminar el siglo esa colonia seguía en pie. Otro llegó más allá al decir que en el siglo XIX seguimos siendo españoles. Esa es la tragedia de América Latina. Contra todo ese mundo positivista se levantaron los escritores, intelectuales y pensadores modernos. Tanto Alfonso Reyes como Justo Sierra y los del Ateneo reconocieron estar inconformes por encontrarse forzados y limitados por el positivismo debido a que, en realidad, la libertad se interpretó como libertad económica. Ello fue característico sobre todo de la segunda mitad del siglo. No se entendió, o no importó lo que era la libertad social. Por ello quedaron en pie los problemas de principios del siglo y no se logró resolver la mayoría de lo planteado. Sin embargo, hay que reflexionar en cuanto a qué proporción representa que los problemas son internos o externos. Los historiadores tenemos que pensarlo con mucho cuidado.

Cuando Latinoamérica, después de su independencia, trató de entrar en relación con el mundo exterior se encontró con un escenario, montado, en el que debía actuar. Era ése un mundo difícil de entenderse, que representaba la historia universal, donde suceden una infinidad de procesos históricos que plantean problemas y también soluciones a los mismos. El hombre occidental se debatía dentro de los preámbulos del mundo moderno, del mundo nuestro, actual. De hecho, el siglo XIX preparó el campo para que se pudieran desarrollar las actividades que tendrían lugar en el siglo XX. Este mundo occidental, que por un lado, removió a Francia y por otro al mundo entero se representó en el ámbito de la Revolución Francesa pero también en el mundo de la Revolución Industrial. La ilustración afectó el conocimiento y dio origen a dos grandes líneas de desarrollo: una de tipo social que es la que produjo la Revolución Francesa con todas las inquietudes de tipo social y la otra industrial, técnica, que es la responsable de la revolución industrial a la que, más tarde, respondería el capitalismo.

Esos dos lineamientos condicionaron al mundo en ese siglo: por un lado la tecnología llevó la voz cantante y por el otro la ideología. Ideología que fue de libertad en el caso de la Revolución Francesa y de tecnología conservadora en el caso de la Revolución Industrial inglesa. El primero un mundo de revolución y el otro un mundo de evolución que se siguió expresando, incluso, en la forma de positivismo que más tarde adoptó.

Inglaterra, en el recorrido del siglo XIX, con pocos traumas violentos, pudo lograr obtener una postura ideológica social que asimilaba fórmulas francesas. La diferencia fue que a Francia le costara una revolución sangrienta llegar a esos puntos, que Inglaterra adoptó de trasmano movida por su industria que finalmente la llevaron a la misma ideología de libertad, de respeto humano, y de derechos del hombre.

América Latina recibió el impacto de Francia y también de España, pero entró al mundo moderno sin las bases y las fuerzas necesarias. De ahí que tuviera que pensar en negar la experiencia, o sea el pasado particular directo que es la herencia colonial, cercana al movimiento independentista. Tuvo que sobrevenir confusión por encontrarse, sin fuerza, ante las corrientes de la modernidad. América Latina mantuvo su cultura cristiana y negó la cultura moderna típica del siglo XIX que era la que facilitaba los procesos históricos descritos. Este fue el marco ideológico, el gran escenario donde Latinoamérica se debatió. Había que vivir dentro de la historia general mundial, pero en cuanto los latinoamericanos salían de su ámbito propio, protegido, se enfrentaban con los sucesos resultantes de problemas ideológicos y de situaciones que enraizaban en otro mundo. El resultado es que, en sus primeras salidas, se enfrentara con el mundo occidental que debía reconocer su independencia. Por otro lado, América Latina tenía que negociar, además de su reconocimiento, sus propias fronteras, que eran las de México con los Estados Unidos. Se nota que el mundo occidental se inclinaba a conceder el reconocimiento de los países latinoamericanos siempre y cuando, y a medida que, la política europea tomara posturas liberales. Si sus tendencias fueran conservadoras América Latina no era reconocida. Si los latinoamericanos adoptaban posturas conservadoras, entonces, atraía de inmediato la atención del mundo conservador occidental. Todos sabemos que en esos tiempos tuvo lugar el Congreso de Viena y la Santa Alianza y la influencia que tuvo por largo tiempo la política de Metternich. Todos ellos instrumentos internacionales de tipo conservador, que representaron la fuerza de retención de los movimientos residuales de la Revolución Francesa.

El contacto con los Estados Unidos tuvo por razón el hecho de que nunca se hubieran establecido fronteras claras, porque los principios de derecho internacional no coincidieron totalmente con la realidad internacional. Desde el siglo XVI se establecieron fronteras al norte de México, pero ellas fueron límites generales de la expansión y sus reglamentos fueron más o menos claros para la mentalidad y las necesidades de la época. Pero, a medida que se movieron las naciones y comenzó la expansión de los Estados Unidos, se llegó a un punto en que hicieron contacto con la frontera latinoamericana. Naturalmente eso fue, con la de México, y aparecieron los problemas. La dificultad de Latinoamérica con los Estados Unidos, que es la de México, se debió en el fondo a una situación heredada de la colonia. Por otro lado, se intentó resolverlo por dos partes que, al llegar a la solución, no tenían que ver con México. Como resultado de su expansión, los Estados Unidos se anexaron las dos Floridas y compraron la Luisiana planteando la necesidad de un entendimiento que vino con el tratado Adams-Onís. Este fue el resultado de un larguísimo debate que duró más de una decena de años y que en 1819 terminó por establecer la frontera mexicana que decidió un norteamericano y un español sin la menor opinión de mexicanos o de latinoamericanos.

La solución de la frontera asentó el principio de transcontinentalidad, básico y de consecuencias extraordinarias en el futuro de nuestras naciones y también en el del mundo. Basados en ese principio, trazaron la frontera atravesando el continente y, con ello, pusieron frente a frente al mundo sajón con el latinoamericano, que incluía a México. Sin embargo, la expansión de los Estados Unidos tenía que continuar dentro de su propio territorio pues la frontera no se debió de ninguna forma, a una necesidad real de territorio.

Otro principio que se envuelve en este desarrollo, y que proviene de más atrás, es el del Destino Manifiesto. Nos encontramos ante un país que considera su destino apoyado por una expansión ilimitada, porque debe llevar su sistema de gobierno y sus conocimientos hasta donde sea posible. El primer golpe para fortalecer esa ideología fue el firmado por Adams y Onís que estableció el límite transcontinental. Pero sobre esa postura se encimó otro documento de trascendencia que fue la Doctrina Monroe. En 1823, asentó de cierta forma que América Latina sería instrumento de los Estados Unidos al tratar de ahuyentar a los demás países de ella. Sin embargo, el texto de la "doctrina" contiene, en el fondo, una expresión de debilidad que resulta del temor hacia posibles expansiones europeas en Latinoamérica o en Norteamérica. Lo que produce ese temor es el hecho de que Rusia se moviera a través de Alaska y que hubiera la posibilidad de nuevas colonizaciones. La Doctrina Monroe es en consecuencia un documento que expone la debilidad de los Estados Unidos al principio del siglo. Pero, también, constituye una advertencia hacia Europa a quien dicen que no se oponen a las colonizaciones establecidas dentro del continente, mientras que protestarían ante posibles nuevos establecimientos. Sin embargo, no hicieron de ello un caso de fuerza y tampoco definieron el apoyo que, en tal situación, prestarían a los latinoamericanos. Pero Latinoamérica quedó teóricamente aislada y marginada del mundo occidental porque, si éste insistiera en tener relación peligrosa con América Latina, produciría graves preocupaciones. Esto es lo que hizo pensar a los latinoamericanos que los Estados Unidos estaban dispuestos a protegerlos ante los peligros, en un momento dado.

La amenaza europea no existió en la forma que esperaban los Estados Unidos. Aquel continente se sumergía en la revolución industrial. No contarían con ella hasta mediado el siglo y los ingleses podían enfrentarse a ellos con los instrumentos propios de la economía que respaldaba la política. El enfrentamiento se hizo en México en torno a las disputas de la frontera con el país del norte. De esta frontera, lo importante resulta ser el principio de transcontinentalidad que tiene las bases descritas además de un intento, fallido, de asegurar la no intervención a toda costa, de los países europeos en América. Pero quedaba también en pie el grito de impotencia que expone al mundo los principios en que los Estados Unidos piensan apoyar su política internacional expuesto por la Doctrina Monroe, que tendrá el mérito de ser ajustable y maleable según las circunstancias y las necesidades que enfrenten.

La primera mitad del siglo caracterizó el diálogo entre Inglaterra y los Estados Unidos por el esfuerzo que se hacía en busca de la hegemonía en América latina, donde cada uno utilizó sus propios instrumentos. La Gran Bretaña entró en el diálogo de manera positiva avanzándose aún a su época: comercio, inversiones, materias primas, manufacturas. Los Estados Unidos no contaron con esos instrumentos, productos de la modernidad y tuvieron que hablar desde un plano estrictamente definido por la economía agrícola. Por ello tuvieron que proceder con base en la conquista del territorio, o por medio de la intriga política que los llevaba en busca de simpatías nacionales que pretendían oponer a las peticiones inglesas. Esto explica que la primera mitad del siglo XIX produjera movimientos expansivos de conquistas sobre tierra latinoamericana y que a México le costara la mitad del territorio en 1848, como consecuencia del tratado de Guadalupe-Hidalgo en el que, como resultado de la guerra y del derecho de conquista, se volviera sobre la frontera transcontinental latinoamericana. Pero nuestros historiadores, por lo general, han limitado el tema a este punto y no han insistido en que la frontera no estaba todavía hecha.

Con un estudio un poco más profundo se nota que la frontera está simplemente planteada, en su parte territorial, entre las dos naciones. Hay que ver como el extremo oriental de la misma apunta hacia la isla de Cuba. Esa isla se tuvo en cuenta en 1824, a la llegada del embajador Poinsett a México, cuando se habló de que debía pertenecer a los Estados Unidos por razones estratégicas, políticas, económicas y aun geológicas convirtiéndola en un complemento de la parte continental norteamericana.

Por el otro extremo la frontera apunta hacia las islas del Pacífico y de manera muy especial hacia Hawaii.

Entonces, 1848 es el año en que los Estados Unidos cambian su concepto de frontera con América Latina, terrestre hasta entonces, para convertirla en una frontera mixta terrestre y marítima. Allí empezó el gran desarrollo del país a pesar de que todavía no se hubiera agregado a su historia la guerra de secesión, que trajo la plenitud de la Revolución Industrial. Ésta vino a combinar el potencial económico necesario y, en cincuenta años más, los Estados Unidos se convirtieron en una potencia mundial.

Cambiar de la frontera transcontinental terrestre establecida a principios de siglo a prolongar esa frontera en el mar a mitad de siglo, revela el extraordinario contenido del Destino Manifiesto y fuerza a su complemento, la Doctrina Monroe, a amoldarse a las necesidades del momento.

La frontera establecida en 1848 siguió el Sabinas, el Arkansas, el Bravo y atravesó por un paralelo el continente. A la vez se habló de la posibilidad de abrir el paso interocéanico en Tehuantepec. Su fracaso llevó a pensar en establecer el posible paso por el canal de Panamá o por los lagos de Nicaragua. Tuvo que fracasar la compañía francesa, hubo que hacer un convenio británico-americano para continuar el proyecto y, finalmente, quedó la obra de Panamá en manos de los Estados Unidos lográndose para ello, hasta la creación de la República Panameña que garantizaría la existencia de ese canal en manos de los norteamericanos y su constante comunicación interoceánica que relacionaba, de manera cómoda, las dos costas estadounidenses. Con ello Panamá formaba parte de la red de comunicación nacional norteamericana.

Mientras tanto se habían establecido las relaciones con el oriente desde 1842; se hizo el primer tratado de comercio con el Japón en 1848 que se revisaría a final de siglo y se prologaron los contactos de los Estados Unidos hacia Asia. A final del siglo, con motivo del problema cubano-español, se terminó con la intervención estadounidense en el conflicto que en el tratado de París legalizó la horizontalidad de los movimientos llevados a cabo. Así es como se pasó por Hawaii y se llegó hasta las Filipinas. Los Estados Unidos habían extendido su hegemonía a través del Pacífico en sentido horizontal y estaban al fin de siglo en contacto directo con el continente asiático.

Latinoamérica convive y su relación con los Estados Unidos ha resultado en una fuerte trama económica difícil de dominar. Se encuentra con ese mundo, de poder económico extraordinario, que se apoya en un instrumento capaz de lanzarse a países tan distantes, como lo están las Filipinas o el Lejano Oriente, de sus propias costas. Con ese instrumental habían hecho el recorrido de la mitad del globo en su extensión horizontal para el fin del siglo XIX y, apoyándose en los lazos económicos verticales con Latinoamérica, se reservaron la zona norte del Pacífico.

Entrando al siglo XX, y como resultado de la guerra del catorce, hicieron contacto con el mundo occidental, aliados con Inglaterra en torno a los problemas chino-japoneses, cuando intervinieron en el tratado de Versalles en cumplimiento del Destino Manifiesto, pues este movimiento representaba el otro elemento complementario de la extensión hacia el Lejano Oriente. Europa se vinculó así a la política norteamericana que seguía en su expansión horizontal en el globo.

Más tarde, en 1940, volverían a reincidir los Estados Unidos en sus movimientos horizontales hacia oriente primero (Okinawa) enfrentándose con Japón y hacia Europa de nuevo entrando a través de Italia, Francia y Alemania donde se detuvieron en Berlín.

Había sucedido que en menos de un siglo los Estados Unidos abrazaron al mundo, y su abrazo terminaba por un lado frente a China, frontera del mundo socialista, y por el otro en Berlín donde también se contemplaba por encima del muro berlinés al mundo socialista. Latinoamérica se encuentra encajada verticalmente fuera del rumbo horizontal por donde se mueve la gran política de las potencias. En el mundo horizontal se ha producido la dualidad del capitalismo y del socialismo que quedaron enfrentados. Pero los contactos de América Latina, en su posición vertical, la obligan a la relación con los Estados Unidos que la utilizan en sus propósitos durante el siglo XIX tanto como en el siglo XX, convirtiéndola en el complemento primero de la economía y del desarrollo de Inglaterra y después del de los Estados Unidos.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 7, 1979, p. 169-188.

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