Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

NOTAS SOBRE EL CONSERVADURISMO
DE FRANCISCO DE PAULA ARRANGOIZ

José Antonio Matesanz


Determinar con exactitud meridiana el grado en que Arrangoiz representa al pensamiento conservador en general además del suyo propio en particular, en cierto sentido no es estrictamente necesario, y exigiría un estudio comparativo que va más allá de las pretensiones de este trabajo. Resulta suficientemente claro, en efecto, que a más de postularse en vocero de su partido -y algún título habrá tenido para ello- sin que nadie lo desmintiese jamás, Arrangoiz coincide, sin melindre de originalidad personal, con el pensamiento de Lucas Alamán, alma y motor del partido conservador que además de aglutinarlo le dio una definición histórica, una teoría política y un programa de acción. Coincide a tal grado que no tiene empacho en entrar a saco en la Historia de México de Alamán y transcribir textualmente páginas y páginas para cubrir el periodo de 1808 a 1852. La única ocasión en que Arrangoiz se permite disentir abiertamente del gran patriarca conservador, es cuando señala que Alamán está en un error al creer que el poder en el México independiente ha estado exclusivamente en manos de blancos: "ministerio por ministerio, congreso por congreso, podría yo manifestar que casi siempre cerca de la mitad era de mestizos"; también ha habido indios, "hombres de talento los más, y muy distinguidos por su honradez no pocos", y algunos mulatos y cuarterones.[ 1 ] Para el periodo que va de 1852 a 1867, a falta de una obra unitaria como la de Alamán con la cual pudiese identificarse totalmente y que le ahorrase el trabajo, Arrangoiz acude al sistema socorrido en su tiempo, ejemplo México a través de los siglos, de enchorizar documento tras documento con algún comentario propio aquí y allá.

Documento tras documento, hay que precisarlo, referentes casi exclusivamente al partido conservador, el casi es deleznable. Si las historias que se han escrito sobre la Reforma y el Imperio desapareciesen todas menos la de Arrangoiz, difícilmente nos enteraríamos de que en efecto hubo liberales, y menos aún podríamos determinar lo que hicieron para triunfar. Arrangoiz termina su obra en mayo de 1872, a cinco años escasos del fusilamiento de Maximiliano, demasiado fresco aún el fracaso de la solución propuesta por los conservadores para "salvar la nacionalidad mexicana". Es comprensible que la pasión encendida lo haya llevado a tratar de justificar a su partido y sólo a él. De acuerdo con una ciega lógica de facción (ciega porque no se da cuenta de que ningunear al enemigo implica rebajarse a sí mismo), en uso en su tiempo y en el nuestro y practicada al parejo por liberales y conservadores, muchos de ellos sin la disculpa de la cercanía, es imprescindible negar al contrario no sólo beligerancia sino hasta la existencia misma. Para explicar este exclusivismo hay que tener en cuenta que al igual que los liberales Arrangoiz se apoya en la premisa de que su partido está formado por "los hombres que son la nación verdadera".[ 2 ] Los otros, pues, no son ni siquiera parte de la nación y puede prescindirse incluso de darles un lugar bajo el sol. En parte es precisamente ese apasionado sectarismo lo que permite suponer que las ideas que expresa en esta obra son las que defendió el partido conservador.

Uno de los resortes primordiales que impulsan al conservadurismo de Arrangoiz está formado por los juicios que le merecen las distintas etapas de la historia de México. Tan acostumbrados estamos a que los grupos que han luchado en nuestra patria apelen siempre, entre otras, al arma en que puede convertirse el juicio histórico, que hoy ya no nos asombra este afán de definición a través de un medio tan específico, tan diferenciado y especializado como es el de la historia. En su origen y en su desarrollo, sin embargo, la apelación al juicio de la historia, precisamente porque este juicio está determinado por un enfoque que responde a la propia actitud ante la vida, tiene el sentido de búsqueda y selección, entre las diversas opciones que se van presentando al paso del tiempo, de una definición del ser nacional.[ 3 ]

Ante España, y por ende ante el régimen colonial, Arrangoiz tiene una actitud positiva. La imagen que pinta del régimen novohispano, calcada de Alamán, es totalmente idílica. La conquista de México "es la única que haya producido realmente grandísimos bienes a la humanidad y a la civilización".[ 4 ]

La Nueva España gozó de paz y prosperidad especialmente a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Los españoles lograron imprimir en esta sociedad, con notable hondura, principios morales y reglas de gobierno que además de haber traído al país grandes bienes permanecen como ejemplo a seguir. En contraste con épocas posteriores, en la Nueva España "no había libertad de imprenta ni se hablaba de derechos individuales, pero a nadie se insultaba o ultrajaba impunemente; el hombre honrado estaba verdaderamente protegido; no se sacaba de su choza al indio laborioso".[ 5 ] Para el partido conservador la época colonial es verdaderamente el paraíso perdido que hay que recobrar. Pocos documentos nos revelan tan claramente la actitud preterista y nostálgica de los conservadores ante la Colonia como el dictamen que la Comisión de la junta de Notables emitió en 1863:

¡Ah! Si alguna memoria grata, como la de los placeres de la niñez, queda todavía para la nación mexicana, ciertamente que pertenece a los tiempos de la monarquía. Como involuntariamente, en medio de las hondas congojas y de la intensidad de los males que han sido el triste patrimonio de estas últimas generaciones, volvemos nuestros ojos llenos de lágrimas, a esos siglos que nuestros tribunos llaman de oscurantismo y de opresión, de grillos y cadenas, y exhalamos de nuestros pechos suspiros lastimosos tras el bien perdido de la paz, de la abundancia y de la seguridad que entonces disfrutaron nuestros predecesores.[ 6 ]

Tanta belleza fue gravemente quebrantada por la revolución de Independencia. En su advenimiento no dejaron de influir los mismos errores cometidos por la metrópoli, en lugar destacado la expulsión de los jesuitas "impremeditada y tiránica"; a ella se debe en gran medida que España hubiese perdido "antes de lo que pudiera esperarse"[ 7 ] sus posesiones en América. Pero lo que más impresiona a Alamán-Arrangoiz es el "carácter odioso"[ 8 ] que tomó la guerra.

Sucedió al populacho mexicano lo que al hombre de buena conducta y moralidad cuando da un mal paso, que nada lo detiene ya generalmente en el camino de la perdición. Es un dicho común entre los mexicanos, que el beato que resbala, hasta los infiernos no para: eso aconteció al pueblo de México; si no por moral ni beato, sí por la costumbre de obedecer por respeto a la autoridad, no se había movido contra ella: pero desde que los mismos que debían darles buen ejemplo; desde que muchos que hasta entonces le habían enseñado desde el púlpito el respeto a la autoridad, les predicaron lo contrario con su ejemplo, se arrojó a la senda de los crímenes, cometiéndolos espantosos.[ 9 ]

Para los conservadores es totalmente falsa la imagen que los liberales han procurado dar del movimiento insurgente, presentándolo como la lucha de un pueblo generoso por conquistar su independencia, por librarse de un opresor extranjero y tiránico. La imagen verdadera es la de una guerra de razas y una guerra social. De un lado estuvieron los blancos buenos, las gentes decentes, los propietarios, los fieles, los cristianos, todos los que tenían algo que perder; del otro los malos, la plebe que carecía de arraigo social, los bandidos enemigos de toda sociedad, los libertinos, los infieles. El medio básico de acción adoptado por los insurgentes desde un principio consistió en excitar al populacho a la revuelta con el cebo del saqueo y la satisfacción del odio acumulado contra los españoles. Es falsa la distinción entre españoles y americanos que hacen los liberales; americanos hubo, mayoritariamente, entre los que defendieron al régimen español. Enorme responsabilidad, por otra parte, cupo al bajo clero en la extensión y mantenimiento de la insurrección: "El clero y el desorden eran precisamente lo que sostenía la revolución; sin el primero, hubiera carecido de jefes; sin el segundo, no habría tenido secuaces".[ 10 ] Los insurgentes carecían de móviles políticos legítimos, de ahí que su acción hubiese resultado inútil: "todo fue infructuoso, todo se desvaneció ante el desorden, la anarquía y el espíritu de rivalidad, de egoísmo, de pillaje y de privadas ambiciones, que fue el carácter de aquella revolución".[ 11 ] De ahí también que entre los propios insurgentes imperase la anarquía; después de la derrota de Morelos en Valladolid, dice el mismo Rosains en su Relación histórica,

faltó una fuerza preponderante que los constituyera, y cada cual se demarcó un territorio, se hizo soberano de él, señaló impuestos, dio empleos, usurpó propiedades y quitó vidas: hirvieron las pasiones, se confundió la libertad con el libertinaje y la licencia, y el país insurreccionado se volvió un caos de horror y de confusión, en el que sólo podían mantener al hombre de bien el poderoso estímulo de su honor.[ 12 ]

Arrangoiz se complace en señalar las contradicciones y los peligros en que caen los insurgentes cuando procuran atraer a los indios a la insurrección, cuando pretenden que su lucha es en nombre y defensa del rey. Rayón, en su Exposición de 1813, admite que era peligroso suprimir el nombre, del monarca "tanto porque el pueblo estaba acostumbrado a venerarlo cuanto por las pretensiones que se suscitarían entre los indios para restablecer sus antiguas monarquías y gobiernos, como lo habían pretendido ya los tlaxcaltecas".[ 13 ] Para Arraingoiz era un absurdo que los indios, es decir la raza conquistada, la mayoría de la población, los únicos que en su concepto tenían derecho a reivindicar la posesión de estas tierras no lo pretendieran, y que en cambio proclamasen ese derecho los hijos y descendientes de españoles. No deja de notar con satisfacción, además, el prejuicio racial de los insurgentes:

Es cosa digna de notarse que al mismo tiempo que estos degolladores de españoles, afectaban legitimar la independencia apoyándola en los derechos, que se pretendía reinvindicar de los indios, tenían a menos que se les creyera pertenecer a la raza conquistada, y todos, no sólo querían descender de españoles, de los conquistadores, sino que procuraban hacerse de algún pergamino, para probar que venían en línea recta de alguno de los bárbaros oficiales o soldados de Cortés, o de alguna distinguida familia de España. Esa misma contradicción se nota entre los naturales del resto de la América española, tanto en el Continente como en las islas.[ 14 ]

Para 1820 el sistema español se había revelado capaz de salir airoso de la terrible prueba a que lo había sometido la insurrección. Sin embargo el Imperio español se perderá en definitiva por los errores de la Metrópoli. La restauración en España de la Constitución liberal de Cádiz, vista con horror por los realistas novohispanos sobre todo por sus ideas en materia religiosa, provocará que los mismos que se habían opuesto a la independencia procuren ahora consumarla. Para lograrlo unen sus fuerzas los realistas y los insurgentes; pero esa unión, alcanzado su objetivo se deshace y cada uno busca su camino propio. El partido realista se divide en dos facciones, una que apoya a Iturbide y otra que se le opone, resentida por la imposibilidad de conseguir un príncipe borbónico. Los insurgentes se dividen a su vez: unos apoyan también a Iturbide, otros exigen el establecimiento de una República. Derrocado el emperador, "se dividieron los partidos en republicanos centralistas y federales: eran los primeros los francmasones y los antiguos monárquicos y borbónicos [...] a los federales se unieron los iturbidistas".[ 15 ] Arrangoiz no siente ninguna simpatía por los masones porque considera que las logias se propusieron propagar los principios liberales, es decir anticlericales de la Constitución de Cádiz, entre los que destaca por su peligrosidad la pretensión de excluir "al clero de toda la intervención en la instrucción de la juventud, que es la base de la guerra al catolicismo".[ 16 ] A pesar de eso, no tiene más remedio que reconocer que algunos de sus principios se acercaban a los de los conservadores: "y como los principios que profesaban eran respetar las propiedades y las personas, una libertad moderada, y hacer todas las reformas intentadas por las Cortes de España con prudencia y medida".[ 17 ] Reconoce también que los masones del rito escocés aglutinaron los primeros al núcleo de hombres que andando el tiempo se convertiría en el partido conservador; en efecto, a los escoceses se unieron los antiguos borbónicos,

los españoles, que encontraban en aquella [logia] apoyo y defensa en las persecuciones que se les suscitaban; los propietarios, que querían seguridad, el clero, que se veía atacado en sus principios, su respeto y sus bienes, y todas las demás clases que buscan tranquilidad, decoro y protección. Esto fue lo que dio tanta fuerza a los escoceses, y lo que ha hecho que este partido, mudando a veces de medios para llenar el mismo objeto y aprovechando la experiencia de lo pasado, en medio de las vicisitudes de las revoluciones, haya venido por diversas gradaciones hasta venir a ser hoy, aunque sin forma alguna de logias ni ningún género de organización, lo que se conoce con el nombre de conservadores.[ 18 ]

La insistencia de Arrangoiz en que el partido conservador es básicamente el de "los hombres de bien",[ 19 ] el de las "gentes de orden", de "la sociedad honrada y decente", de la "buena sociedad" y "su parte educada",[ 20 ] que era en suma "un partido que lo componía la mayoría de cuanto el país encerraba de más honrado y respetable en todas las clases",[ 21 ] indica claramente que a la tendencia política se le superpone un prejuicio básico de tipo social y moral. Sean cuales sean los colores y las denominaciones políticas: realistas, iturbidistas, borbónicos, escoceses, centralistas, monárquicos, imperialistas, para Arrangoiz estos hombres son los mismos, tienen los mismos principios y los mismos objetivos.

Todavía han de agruparse y reagruparse los conservadores en diferentes combinaciones antes de que cuaje el partido, y antes de llegar a decidirse plenamente por la solución extrema cuyo fracaso habría de implicar su desaparición como partido político. Derrotados en 1828, en 1830 las fuerzas conservadoras ensayan otra combinación:

el triunfo del Plan de Jalapa fue el de un nuevo partido formado sin logias ni clubs, compuesto de los restos de los escoceses, de la gente respetable que había entre los yorkinos, del clero, del ejército, y de todas las personas que, ocupándose únicamente de sus negocios, querían, justicia y orden. Este partido, que empezó a llamarse el de los "hombres de bien", fue más tarde el centralista y es hoy el monárquico.[ 22 ]

Arrangoiz no tiene simpatía ninguna por Santa Anna; la relación ambigua que hubo entre los conservadores y el caudillo veracruzano la interpreta como una necesidad impuesta por las desastrosas condiciones del país; se soportó a Su Alteza Serenísima porque no había otro hombre que pudiera imponerse, porque mantenía el orden público y porque la alternativa era caer en manos de los liberales.

Como era de esperarse, el concepto que tiene Arrangoiz de los liberales, de los rojos, responde punto por punto pero en un sentido negativo al que tiene de los conservadores. Los liberales provienen de los antiguos insurgentes, que no eran más que ladrones y asesinos. Independizado México se convirtieron en eternos aspirantes que, "llamándose demócratas, no eran sino hombres llenos de la más desenfrenada ambición, de las familias menos conocidas en general y que no se paraban en los medios de hacerse del poder; ni siquiera en el saqueo y el asesinato".[ 23 ]

A los ojos del pueblo quedaron justificados, con la ley de premios de 1823 "los horrendos principios de la insurrección, datando desde este periodo la nueva persecución contra los españoles, que tan funestas consecuencias produjo".[ 24 ] Esos principios fueron los que se pusieron en práctica de nuevo en 1828, cuando Zavala y Lobato "para atraer a su partido a la canalla de la capital, [...] la ofrecieron el saqueo del Parián, donde estaban las tiendas de los españoles",[ 25 ] y los que alcanzaron su culminación en la expulsión de los "gachupines". Otro principio general que aplican siempre que tienen oportunidad los liberales es el de desorganizar la Hacienda,[ 26 ] y el de que el poder no es más que un instrumento para enriquecerse.[ 27 ] El prejuicio social aflora claramente: "¿No fue él [Anastasio Bustamante] uno de los que hicieron gentes a estos micos?"[ 28 ]

Arrangoiz resume así sus juicios sobre la historia mexicana de 1810 a 1857:

Creo que habré convencido a mis lectores de que no fue la causa de la insurrección de 1810 ni la de la proclamación de la independencia en 1821 el odio de los mexicanos al gobierno teocrático militar, a la tiranía de España. Habrán visto, pues, que son novelas y romances todo lo que han escrito varios hispanoamericanos y extranjeros sobre las causas de la independencia de México; que hecha ésta marchando de motín en motín, tiranizado el país unas veces por dictaduras militares inmorales como la de Santa Anna, pero que respetaba la propiedad y daba garantías de seguridad; otras por la feroz dictadura de la desenfrenada demagogia, representada por el mismo Santa Anna, en 1829 y 1833; también por Gómez Farías en 1833, y por Juárez, al último, que nada respetaba ni a la religión, ni al individuo que no pensaba como ella, ni a la propiedad; pocas veces gobernada la República por hombres de orden como Bustamante, Bravo, Corro y Paredes que respetaban cuanto debe respetarse, religión, individuo y propiedad, y no atropellaban a sus enemigos, habrá visto el lector, digo, que, perdida la mitad del territorio de la antigua Nueva España y temiendo perder la nacionalidad, la parte que representa a todo el país, la mayoría de la propiedad, de la moralidad, de la ciencia; los conservadores, los hombres que son la nación verdadera, acudieron al fin al único remedio que podía salvar su nacionalidad y sus tradiciones, y lo consiguió después de largos trabajos, a la monarquía.[ 29 ]

Los capítulos que dedica Arrangoiz a reseñar el periodo de 1808 a 1854, no son la fuente más a propósito para bosquejar los hitos básicos del proceso de formación de un concepto conservador de la historia mexicana. Es normal, legítimo e inevitable que el presente del historiador determine el enfoque con que juzga el pasado; por ello lo que en realidad podemos deducir de estas páginas es el enfoque que tenía Arrangoiz al momento de escribir. Sabemos que ese enfoque, tomado de Alamán, ha cristalizado ya en el gran conservador a resultas de una amarga experiencia de muchos años como testigo presencial de la agitada historia mexicana, como funcionario público, como promotor de ambiciosas empresas económicas y como político. Toda esa experiencia, toda la frustración acumulada al ver destruidas una tras otra durante el México independiente las grandes esperanzas originadas por una Nueva España floreciente, tiñe de negro la óptica del historiador, lo convierte en moralista, lo lleva a aplicar a sus juicios históricos una moral inflexible y maniquea, lo conduce a postular la vuelta al pasado como solución a tantos males.

Los capítulos que dedica Arrangoiz al periodo de 1854 a 1867, en cambio, se benefician de un enfoque un tanto más flexible, todavía no petrificado en una visión inmóvil. Aquí podemos ver un proceso histórico en trance de hacerse y deshacerse, podemos ver a la historia conservadora en busca de una formulación definitiva, tan definitiva como la muerte.

A partir de la revolución de Ayutla, o más bien del triunfo relativo del programa liberal encarnado en la Constitución de 1857, la historia de México sufre un vuelco que Arrangoiz tiene la agudeza de notar y de calibrar en todo su valor. En todas las revoluciones anteriores, en la larga serie de asonadas y motines que caracterizan al periodo, no había corrido, en realidad, demasiada sangre;[ 30 ] la vida política era algo que sucedía entre un pequeño grupo de políticos y militares constituidos en apoderados del pueblo,[ 31 ] que se abstenía de participar en un proceso que ni le interesaba ni le incumbía,[ 32 ] a menos que se tratase de la canalla interesada en el saqueo.[ 33 ] Vencedores y vencidos en realidad no tenían nada que perder, pues una vez aclarado quién era quién, todos conservaban los grados, los empleos y los sueldos que antes tenían.[ 34 ] Todo esto cambia a partir de 1857. El partido conservador, desde que Alamán establece con toda claridad sus principios en la carta que dirige a Santa Anna el 23 de marzo de 1853,[ 35 ] y desde que la infidelidad del viejo comediante a esos principios[ 36 ] lo convence de la inanidad de las soluciones tomadas a medias, adopta la solución extrema: monarquía con príncipe extranjero y de ser necesario con intervención extranjera. El partido liberal por su parte también se ha radicalizado; libre ya de sus falsas alternativas, frustrado por sus continuos fracasos en su intento de imponer a la sociedad mexicana formas políticas republicanas y democráticas, está ya decidido a reformar la sociedad atacándola por una de sus bases más sensibles: el poder social y económico de la Iglesia. La lucha política deviene en guerra religiosa:

puestos frente a frente los dos principios, el conservador y católico contra el demagógico y anticatólico, la lucha no ha sido puramente entre militares; ha tomado parte el país, antes tan indiferente, y la guerra un carácter tan sangriento cual lo han tenido todas las religiosas; porque en México ha sido verdaderamente de esa clase, desde 1857, por más que quiera disfrazársela con nombres políticos.[ 37 ]

Para Arrangoiz es indiscutible que la única solución a todos los males acumulados del país está en la monarquía católica y conservadora. Ya Alamán había dicho en 1853 que:

la federación se ha transformado en una máquina de destrucción, la más poderosa que pueda imaginarse, pues su fuerza ha sido representada por el terrorismo y la arbitrariedad más absoluta, multiplicados por una cifra igual al número de los estados, además del Congreso general, no habiendo muro, por sólido que sea, capaz de resistir al embate de veinte arietes impulsados por el fanatismo político, o por el espíritu de impiedad; [...] de todas estas causas procede que el sistema federal sea el paraíso de los aspirantes, y el terror del clero y de los propietarios.[ 38 ]

La federación es inmoral, impía, rapaz y destructora;[ 39 ] el gobierno de Juárez persigue a la religión: la libertad de cultos es sinónimo de persecución al catolicismo, la pretendida nacionalización de bienes de manos muertas no más que el robo de las propiedades de la Iglesia,[ 40 ] es decir del dinero de los pobres, "del dinero con que se mantenían los hospitales, los hospicios, las casas de los locos, las escuelas; en una palabra, casi todos los establecimientos de beneficencia y de instrucción para la clase menesterosa".[ 41 ] Si la imposición de una monarquía implica la intervención extranjera, que así sea; la inmensa mayoría del país está convencida de que no queda otro remedio.[ 42 ] Esa inmensa mayoría del país estaba formada por el partido conservador, al cual se había agregado un elemento nuevo: los indios, "ese partido [los conservadores] se componía de la mayoría de cuanto el país encerraba de valer en educación, riqueza, ilustración, nacimiento y de casi la totalidad de los indios; en una palabra de la gran mayoría física, moral e intelectual de todo México".[ 43 ]

Los conservadores, cuyo partido era en sustancia el que había querido el Imperio [...] que fue proclamado en virtud de un plebiscito de los indios, de la inmensa mayoría del país llena de júbilo, porque los recuerdos y las tradiciones hacían que fuera monárquica.[ 44 ]

No es de extrañar, entonces, que fueron los indios los que recibieron con más entusiasmo al emperador.[ 45 ] La restauración de la monarquía le da pie a Arrangoiz para insistir en el arraigo que en México habían logrado los principios del régimen español:

Lo que verdaderamente debería llamar la atención es que, después de más de medio siglo de revoluciones y de desmoralización, haya habido en todos los partidos y existan aún tantísimos empleados honrados, lo cual prueba cuán sólidos eran y cuán arraigados estaban los principios de moralidad que llevaron a la administración pública los españoles.[ 46 ]

El mexicano es "un pueblo que, aunque desmoralizado por continuas revueltas, conserva todavía gérmenes felicísimos de orden y de obediencia".[ 47 ]

Son los hombres en México lo que en todas partes; pero es sorprendente, señor, que después de tantos años de revolución, de propagación de las ideas más antisociales y antirreligiosas, se conserve todavía tanta moralidad en las altas clases; tanta sumisión, tanto respeto, a los que consideran sus superiores, en la clase del pueblo. Este fenómeno [...] consiste en lo profundamente inculcados que están los sanos principios, que le han enseñado ese clero inmoral y falto de caridad.[ 48 ]

Por su parte la Hacienda estará organizada "aproximándose al tiempo antiguo".[ 49 ]

Arrangoiz no puede separar de ninguna manera la instauración del Imperio del problema religioso. El principio conservador que establecía que la cuestión de los bienes de la Iglesia debía resolverse de acuerdo con el Papa era para él inmutable, condición sine qua non para el establecimiento de la monarquía y su consolidación.[ 50 ] La mayoría del país había pedido la intervención precisamente para restablecer el catolicismo y solucionar el problema de los bienes eclesiásticos de acuerdo, no en contra de los de la Santa Sede.[ 51 ] "La intervención, que en tanto ha sido recibida con entusiasmo, en cuanto a que se creía que era la protección de los intereses religiosos y sociales."[ 52 ]

Era el grito universal y ardiente de un pueblo católico, que veía en la reparación del santuario el primero de sus deberes y la más dulce de sus esperanzas [...], él, más que cualesquiera reflexiones, explica el carácter y las verdaderas tendencias del movimiento monárquico en México.[ 53 ]

Todo intento de conciliación estaba destinado al fracaso:

querían [España, Francia e Inglaterra] conciliar a los conservadores con los federales; el ateísmo con el catolicismo; a la monarquía con la república roja; a los independientes de 1821 con los hombres de 1810: querían un absurdo, en fin.[ 54 ]

En suma, "para él [pueblo mexicano] monarquía y restablecimiento del catolicismo, con su clero regular y secular eran sinónimos", dice Arrangoiz en su carta del 13 de abril de 1865 en la que expone a Maximiliano las razones de su renuncia.[ 55 ]

Todo fracasó por no haber comprendido, ni Maximiliano ni los franceses, que la consolidación del Imperio dependía de que los principios conservadores se aplicasen íntegramente, de que se deshiciese lo hecho por los liberales.

Desde entonces [desde que Maximiliano adoptó el programa de la Reforma ], como lo hicimos notar a tiempo, la bandera imperial dejaba de contraponerse esencialmente a la revolucionaria; los sostenedores de la primera perdieron el brío y la fe, que adquirieron los sostenedores de la segunda.[ 56 ]

A Maximiliano en realidad, según Arrangoiz, no le interesaba México; su objetivo era conquistarse a los liberales austrohúngaros y llegar a ceñir la corona del Imperio austriaco: "El trono de México no era para él más que el teatro de su estreno".[ 57 ] Por su parte Napoleón III, interesado en hostilizar al Papa, impuso a Maximiliano una política liberal; el convenio secreto entre los dos emperadores hacía burla de los principios conservadores y monárquicos.[ 58 ] Los generales franceses también aconsejaron a Maximiliano en ese sentido, "que su majestad aceptó porque servía a sus proyectos ambiciosos".[ 59 ]

Maximiliano hizo todo lo posible por enajenarse las simpatías de los conservadores; "nulificó a todos los hombres más importantes de los conservadores, dejándolos a un lado con cierta ostentación".[ 60 ] "El saber, las cualidades morales, todo desaparecía ante los ojos de Maximiliano, cuando se era conservador: no convenía a sus miras ocupar a ninguno que perteneciera a aquel partido."[ 61 ] La conducta del emperador "había sido una conducta impolítica, que lo había alejado de los conservadores, de los propietarios, del clero y de los indios".[ 62 ] Maximiliano obró de mala fe; sus intenciones no pueden ser calificadas de rectas: "ni es exacta ni pueden dársela los conservadores a quienes había hecho tan manifiesta traición; ni los republicanos, pues eran fusilados sin piedad".[ 63 ] Hasta en detalles quizá pequeños pero muy significativos detecta Arrangoiz el anticonservadurismo del emperador: celebrar el 16 de septiembre en vez del 27;[ 64 ] haber manifestado antipatía por los españoles;[ 65 ] haber abandonado su primer nombre, Fernando, tan español;[ 66 ] hostilizar a "la parte más respetable de la sociedad mexicana" vistiéndose de charro;[ 67 ] permitir que sus consejeros le mal informasen "sobre la educación del pueblo mexicano, pretendiendo hacer odiosa a su majestad la memoria del gobierno colonial (Informe del ministro Siliceo);[ 68 ] haber pronunciado un impolítico discurso en Dolores en celebración del 16 de septiembre.[ 69 ]

Los conservadores se alejan del emperador, ofendidos y frustrados.[ 70 ] Llegan incluso a negarse a aceptar los pequeños cargos que se les ofrecen.[ 71 ] Además, los franceses se comportan como en país conquistado: "seguían olvidando que eran los aliados de los conservadores, y no los enemigos de los mexicanos en general".[ 72 ] Por los saqueos aumenta "el odio de los conservadores mismos a la intervención".[ 73 ] Además los impolíticos decretos de Maximiliano afectan en primer lugar a los conservadores; el de 27 de septiembre de 1866, por el que se establecían comisiones especiales para administrar las haciendas de los propietarios ausentes, desafectos o que ayudasen a los republicanos, lo considera Arrangoiz desastroso para su partido porque: "el número de propietarios entre los republicanos era tan limitado, que no había uno por cada cincuenta propietarios conservadores; y que las fincas rurales de éstos estaban a merced de los republicanos, que eran los dueños de los campos y habían de usar de represalias".[ 74 ]

El 14 de septiembre de 1866, Maximiliano inicia una nueva política y llama a los conservadores a colaborar con él; pero, según Arrangoiz, no de buena fe,[ 75 ] puesto que estaba decidido a abandonarlos.[ 76 ] "Todas las clases de la sociedad manifestaron su satisfacción por el cambio de política, aunque tan tardío, del emperador."[ 77 ] Los conservadores insisten con Maximiliano para que se quede; les iba en ello su existencia como partido político:

después de volver a ser llamados a nueva vida política, después de haberse puesto en su provecho y con todo ardor a la obra, no podían resignarse a ver desaparecer todas sus esperanzas, todos sus designios de hacer prevalecer el elemento clerical en el gobierno, con la restitución de sus bienes.[ 78 ]

La importancia, la alteza de sus principios exigía que se luchase hasta el fin. "Razón tenían los conservadores: sus aspiraciones eran el triunfo de unas ideas salvadoras de su patria";[ 79 ] "debemos luchar, y luchar hasta el fin por conservar el principio monárquico en México, base y elemento esencial de la vida, del engrandecimiento y de la prosperidad de nuestra patria".[ 80 ] Maximiliano decide quedarse y arrostrar lo que viniere. Perdió la vida pero salvó su imagen histórica. Así enjuicia Arrangoiz la actitud final de Maximiliano:

Despojado de las ruines pasiones de que había estado poseído, libre de casi todas las funestas influencias que le habían dominado, rodeado de generales y jefes dispuestos a sacrificarse por él, y cuya lealtad comprendió, Maximiliano fue otro hombre en Querétaro, y después de haberse portado como convenía a un príncipe, supo morir valientemente como católico y caballero.[ 81 ]

Arrangoiz resume su opinión sobre las causas de la caída del imperio diciendo que no puede culparse a los conservadores, al Papa o al clero, sino a: 1) la imprevisión de Napoleón III, 2) la ignorancia de los franceses sobre las cosas mexicanas, 3) las miras interesadas de los que rodeaban a Maximiliano, 4) el prurito de gobernar a la francesa y desde París, 5) la conducta del general Bazaine y 6) la conducta de Maximiliano.[ 82 ]

¿Y el futuro? Arrangoiz no se hace ilusiones de ningún género. "La caída del imperio es la señal de la desaparición completa de la independencia de la República Mexicana ; no han de pasar muchos años sin que continúe la obra de 1848".[ 83 ] México está pues condenado a ser absorbido por los Estados Unidos, tarde o temprano: "Se hacen ilusiones los hombres de razas mixtas, que son la gran mayoría de los que hoy gobiernan en la República Mexicana, si creen que han de ser tratados como iguales a ellos por los ciudadanos de los Estados Unidos".[ 84 ]

Los criterios que usa Arrangoiz para enjuiciar, para construir una visión conservadora de la historia de México impresionan por su realismo, porque surgen de un sentido común y corriente, terrenal y práctico, apegado a una moral cotidiana simplista que postula como valores máximos el orden, la tranquilidad, la obediencia a toda autoridad, el respeto a las jerarquías establecidas, la honradez, la reverencia ante y la conservación de la tradición, la piedad. En su núcleo central alienta la oposición a toda novedad justamente por serlo, la condena inapelable del "furor de innovar todo, que es la epidemia moral del siglo".[ 85 ] Bajo el tenue barniz de las teorías y los programas políticos de que se reviste el conservadurismo, se transparenta con evidencia el moralista y el censor. Mientras que los liberales tienen que realizar un doble esfuerzo teórico para justificar la destrucción de una sociedad y la imposición de otra, los conservadores no tienen más que aferrarse al pasado y a un modo, católico, de enfrentarse a la vida, es decir a una moral. Liberales y conservadores por distintos caminos se proponen salvar la nacionalidad mexicana del peligro norteamericano, tan cercano entonces; los primeros a través de un mimetismo, de la imitación de los Estados Unidos; los segundos insistiendo en las diferencias. La distancia que erigen los conservadores entre su calidad de "hombres de bien" y el ínfimo rango que conceden a los liberales (norteamericanos incluidos), aunque efectivamente tenga fundamento por lo menos en parte en un prejuicio social -el prejuicio que postula una superioridad por el sólo hecho de haber nacido dentro de un grupo privilegiado por su jerarquía, por su riqueza o por su educación-, y hasta en uno de tipo racial, no muy sincero: "la plata blanquea a los indios y las castas: es un dicho común en México"[ 86 ] que se fundamenta radicalmente en la distinción católica entre buenos y malos, entre salvos y condenados, entre el pueblo de la Ciudad de Dios y el de la Ciudad terrenal. Por ello es que los conservadores están mucho mejor ubicados que los liberales para reconocer y asignar al indio un lugar importante en su sociedad: además de que es tradición española atenderlo, de que forma la mayoría de la población, el indio es cristiano y hombre de bien. Por ello es también que el credo conservador no se localiza en exclusiva en ninguna clase de la sociedad sino que encuentra fácilmente adherentes en todas. Más que una teoría política o un programa de acción, el credo conservador se manifiesta como una actitud vital; en eso reside su fuerza y su poder de pervivencia hasta nuestros días, aunque como partido político haya muerto en el Cerro de las Campanas el 19 de junio de 1867.

[ 1 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuntos...", 82), p. 297.

[ 2 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuntos...", 82), p. 876.

[ 3 ] Véase Edmundo O'Gorman, La supervivencia política novohispana. Reflexiones sobre el monarquismo mexicano, México, Centro de Estudios de Historia de México CONDUMEX, 1969, XII-96 p.

[ 4 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 536. A menos que se especifique lo contrario, los subrayados son de Arrangoiz.

[ 5 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 24.

[ 6 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 541.

[ 7 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 162.

[ 8 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 78.

[ 9 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 54.

[ 10 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 101.

[ 11 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 206.

[ 12 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 129.

[ 13 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 121.

[ 14 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 151.

[ 15 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 333.

[ 16 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 305.

[ 17 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 327.

[ 18 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 327.

[ 19 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 363.

[ 20 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 367, 379, 793, 803 y 837.

[ 21 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 825.

[ 22 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 354.

[ 23 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 342.

[ 24 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 335.

[ 25 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 349.

[ 26 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 283.

[ 27 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 340.

[ 28 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 131.

[ 29 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 876.

[ 30 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 430.

[ 31 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 378.

[ 32 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 348.

[ 33 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 350.

[ 34 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 430.

[ 35 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 421-422.

[ 36 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 426.

[ 37 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 430.

[ 38 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 419.

[ 39 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 560.

[ 40 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 448.

[ 41 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 567.

[ 42 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 448, 496, 529 y 792.

[ 43 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 554.

[ 44 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 777.

[ 45 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 588.

[ 46 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 454.

[ 47 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 528.

[ 48 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 690.

[ 49 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 453.

[ 50 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 777.

[ 51 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 566.

[ 52 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 559.

[ 53 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 543.

[ 54 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 441.

[ 55 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 686.

[ 56 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 816.

[ 57 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 874.

[ 58 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 582.

[ 59 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 771.

[ 60 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 589.

[ 61 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 595.

[ 62 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 756.

[ 63 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 783.

[ 64 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 355.

[ 65 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 617.

[ 66 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 588.

[ 67 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 591.

[ 68 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 694.

[ 69 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 593-594.

[ 70 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 743.

[ 71 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 592.

[ 72 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 582.

[ 73 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 593.

[ 74 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 775.

[ 75 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 775.

[ 76 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 786.

[ 77 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 818.

[ 78 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 785-786.

[ 79 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 785-786.

[ 80 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 822.

[ 81 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 874.

[ 82 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 876.

[ 83 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 877.

[ 84 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 878.

[ 85 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 21.

[ 86 ] Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, 2a. ed., prólogo de Martín Quirarte, México, Porrúa, 1968, LII-968 p. ("Sepan cuantos...", 82), p. 297.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 6, 1977, p. 51-68.

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