Martha Strauss Neuman
Septiembre vio la luz con un nuevo juego por parte de Huerta y Gamboa. La presión ejercida por Lind había mermado considerablemente la paciencia del general, y en un nuevo intento de engañar a Wilson, envió a Washington a su agente Manuel Zamacona en la misma calidad con que Lind había venido a México.[ 86 ] Éste sugirió que se le recibiera, con la advertencia de que cualquier arreglo sólo podría concertarse mediante los términos que él fijase desde México. A su vez, O'Shaughnessy creyó sincera la iniciativa de Huerta y también pidió a Bryan que Zamacona fuera recibido.[ 87 ]
Después de una serie de notas intercambiadas entre ambos gobiernos, Zamacona llegó a Washington donde se le informó que sería recibido con la condición de que no se discutiera la cuestión del reconocimiento; que quedaba claro que Huerta no sería candidato en las elecciones del 26 de octubre, y que los acuerdos de la entrevista serían comunicados al gobierno mexicano a través de Lind.
Naturalmente, el agente mexicano se negó a seguir estas instrucciones. Huerta y Gamboa fingieron sentirse resentidos ante O'Shaughnessy por la actitud americana, pero de hecho consumaron el propósito de sus intenciones: alargar el tiempo y poder delinear con más precisión sus futuros planes.[ 88 ]
O'Shaughnessy comenzaba a preocuparse por el cauce que estaba tomando la situación interna de México. El 10 de septiembre informaba que "si el Congreso se vuelve intolerable, Huerta lo disolverá".[ 89 ] Éste, por supuesto, negaba que fuera a establecer una dictadura y enigmáticamente confió a O'Shaughnessy dos promesas políticas que había hecho: "pacificar al país y reformar las leyes".[ 90 ]
El 16 de septiembre Huerta anunció al Congreso su ardiente deseo de establecer un régimen constitucional y logró aliviar momentáneamente la preocupación de Lind. Pero el hecho más alentador fue la nominación de Gamboa por el Partido Católico el día 24. "Creo que casi hemos llegado al final de nuestros problemas", escribió Bryan al presidente, mientras, que el Departamento de Estado anunciaba la aprobación de la candidatura de Gamboa, aún cuando los estados norteños no participaran en las elecciones.[ 91 ]
El nombramiento de Gamboa y del general Rascón como candidato del Partido Católico y el aparente alejamiento de Huerta convencieron a Bryan de que la lucha pronto terminaría. Sin embargo, esta felicidad duró poco, ya que en la capital, la alarma de que Huerta disolvería el Congreso, se hacía día a día más intensa.
Las siguientes cinco semanas serían de gran desilusión para Wilson, Bryan y Lind; aprenderían que las promesas de Huerta eran de papel y que el viejo general sólo intentaba ganar tiempo.
A fines de septiembre, Lind recibió un mensaje de Loring Olmsted (uno de sus tantos informantes) asegurándole que de buena fuente se sabía que Huerta y Blanquet serían los próximos presidente y vicepresidente, respectivamente, y que la promesa de las elecciones no era más que otra mentira de Huerta. Además, afirmaba que la nominación de Gamboa era un engaño. En posesión de esta información, Lind reportó a Bryan que Huerta permanecería en el poder a pesar de todo lo que se hiciera desde Washington.[ 92 ]
En octubre y en vísperas de las elecciones se le ordenó a Lind informar al presidente mexicano que "el gobierno de los Estados Unidos no sentirá que se ha logrado un acuerdo constitucional satisfactorio a menos que se haga un honesto y sincero esfuerzo para asegurar la participación y la cooperación de los líderes norteños. Este gobierno espera que sus buenos oficios puedan ser utilizados para este propósito. En nuestra opinión, es necesario que la participación y la cooperación sean esforzados y aseguren que una libre elección tendrá lugar y en la cual el general Huerta no será candidato".[ 93 ]
Además y actuando de nuevo por su propia iniciativa, Lind se acercó a Huerta con un plan para establecer negociaciones entre el gobierno provisional de la capital y los constitucionalistas. Lind proponía que Huerta, los Estados Unidos y los revolucionarios nombraran agentes plenipotenciarios, quienes se reunirían para elaborar los términos del cese de hostilidades y convocarían a elecciones en las que todas las facciones participarían. Irónicamente, el mismo día los rebeldes del norte anunciaban a Bryan su determinación de permanecer en la lucha y de no participar en las elecciones de octubre.[ 94 ]
La victoria de los constitucionalistas en Torreón (8 de octubre) no pasó desapercibida en los Estados Unidos. Lind inició conversaciones informales con un emisario de Huerta y otro de Carranza. El general rechazó todas las proposiciones y Lind atribuyó esta postura al deseo que tenía de permanecer en el poder.[ 95 ] Desde entonces Lind se convirtió en ardiente defensor de la causa rebelde. Todos sus informes estuvieron llenos de alabanzas a los carrancistas y trató de convencer a Bryan de que la situación forzaría irremediablemente a la intervención militar y que la acción más benigna que podría hacer su gobierno sería reconocer beligerancia a los rebeldes y levantar el embargo de armas:
¿... No se podría llegar a un acuerdo con los rebeldes, concediéndoles el reconocimiento con la condición de que permitieran la entrada de tropas americanas a los puntos en que la vida y la propiedad carecen de protección adecuada?[ 96 ]
Una serie de catastróficos acontecimientos en la ciudad de México, pusieron fin a la "vigilante espera", colocaron al gobierno norteamericano en una abierta hostilidad hacia Huerta y libraron a Wilson y a Bryan de las consecuencias que podría acarrear su promesa de apoyar al nuevo régimen que emanara de las elecciones de octubre.
El día 10, Huerta arrestó a 110 miembros de la Cámara de Diputados y los envió a la Penitenciaría. El Congreso había sido elegido en tiempos de Madero y se había opuesto a Huerta sobre todo a raíz del asesinato del diputado Belisario Domínguez. Ante la amenaza de los diputados de disolver al gobierno y trasladarse fuera de la capital, Huerta cerró la Cámara y asumió poderes dictatoriales.[ 97 ] O'Shaughnessy escribió ese mismo día: "Huerta tiene la espalda en la pared y puede ser considerado desde ahora como un dictador militar absoluto".[ 98 ] La acción de Huerta fue como una bofetada en la cara del demócrata presidente americano, y aunque la Secretaría de Relaciones se negó a informar al respecto,[ 99 ] lo cierto es que el Departamento de Estado envió un fuerte mensaje al gobierno mexicano:
No solamente es una violación de las garantías individuales, sino que destruye cualquier posibilidad de elecciones libres. El presidente cree que una elección sostenida ahora no tiene ninguna validez por medio de la cual la ley proteja los votos y resulta, por lo tanto, que no puede tomarse como la representación de los deseos del pueblo. El presidente no se sentirá justificado para aceptar el resultado de una elección así ni reconocer al presidente que de ella salga electo.[ 100 ]
De este modo, la disolución del Congreso trajo consigo no sólo el fin de la política de "vigilante espera", sino que desde entonces, Wilson se mostró francamente prorrevolucionario y exigió lograr la renuncia de Huerta "por los medios que sean necesarios".[ 101 ]
Confundidos sin duda por su afán de entendimiento con Washington y presionados por sus propios intereses petroleros, un día después del golpe de estado, sir Lionel Carden llegó a tomar posesión de la legación británica en la capital mexicana.[ 102 ] Carden era portavoz de Lord Cowdray, y existen fundamentos suficientes para creer que la secretaría inglesa del Exterior dictó su política hacia México fundamentalmente presionada por este último. El nuevo ministro había servido en diferentes embajadas de Centroamérica y el Caribe, tenía puntos de vista imperialistas y era abiertamente antiamericano.[ 103 ]
De cualquier modo, el arribo de Carden coincidió con el golpe huertista y este hecho fue considerado por Wilson y Lind como el respaldo británico a la dictadura y como el comienzo de serias complicaciones con aquel gobierno.[ 104 ] Edith O'Shaughnessy, esposa del encargado de Negocios, escribió: "El señor Lind, por su parte, no guarda en secreto sus convicciones de que Inglaterra tiene intenciones hostiles con respecto a la situación".[ 105 ]
Basando sus informaciones en rumores y reportes de petroleros americanos, Lind concluyó que el dinero de Lord Cowdray mantenía a Huerta en el poder y que a cambio de su ayuda, el industrial británico exigía nuevas concesiones que le permitieran satisfacer las necesidades petroleras de la Marina Real durante cincuenta o cien años más.
Más aún, Lind pensaba que el gabinete inglés había accedido a la demanda de Cowdray de que Stronge fuese sustituido por Carden, como arma de los intereses petroleros ingleses, y que, temerosos de las simpatías demostradas por el Congreso a los rebeldes, Cowdray y Carden habían insistido en el establecimiento de la dictadura. El fin último de esta conspiración -insistió Lind- era lograr el control completo de todos los yacimientos petrolíferos de México. Y para asegurar el triunfo, Carden hallaría los medios de mantener a Huerta en el poder a pesar de las elecciones.[ 106 ]
Los análisis de Lind sobre la intervención inglesa de hecho tenían pocas bases y estaban sustentadas en informaciones falsas de petroleros americanos. De cualquier forma, no importa que tan erróneas hayan sido sus apreciaciones, el hecho es que Wilson y Bryan le creyeron y basaron la mayor parte de su política hacia México con base en los reportes de su agente confidencial. Como resultado, Wilson emprendió una campaña de presión diplomática para forzar al gabinete británico a olvidarse de sus aspiraciones en México y ayudarlo a echar a Huerta del poder.[ 107 ]
Para sorpresa de los americanos, el 14 de octubre Carden manifestó a Huerta que la disolución del Congreso no había sido del agrado de Inglaterra, pero el dictador simplemente replicó que su acción era de incumbencia estrictamente nacional y de ninguna potencia extranjera.
Por su parte, la política británica tenía poca confianza en las palabras de Wilson sobre la integridad territorial de México, y si bien no aprobaba al gobierno huertista, sentía que la postura americana era demasiado idealista.[ 108 ]
Después del golpe de Huerta, Lind estaba más que convencido de que no había esperanzas de llegar a un acuerdo amistoso; pensaba que la solución de los conflictos radicaba en la intervención militar y en la ayuda americana a los rebeldes. La señora O'Shaughnessy escribiría a su madre:
Estoy bastante preocupada por la conversación que tuve con el señor Lind, puesto que me comunicó su convicción de que debe apoyarse el avance rebelde levantando el embargo y me temo que esto será precisamente lo que recomiende en Washington [...]. El libro del porvenir mexicano oscila frente a él como un pergamino; ¿es posible que no sepa leerlo? Cualquier medida que tomase para limitar o exterminar el poder central de México, sólo ocasionaría calamidades.[ 109 ]
El 22 de octubre, O'Shaughnessy se entrevistó con Carden y éste le aseguró que su gobierno no intentaba adoptar una política antiamericana sino que, por el contrario, deberían unir sus mejores esfuerzos para apoyar a una administración que lograra la paz en México. Pero el diplomático americano se mostró receloso y así lo hizo saber al Departamento de Estado, subrayando que los intereses británicos en América Latina eran puramente comerciales y que poco importaba a la Gran Bretaña las formas de gobierno que imperasen en ella.[ 110 ]
Por otra parte, informó a Bryan que no existía ningún candidato oficial, pero que Huerta no se postularía abiertamente; señaló que las posibilidades podían ser tres:
Dos días más tarde el dictador llamó al cuerpo diplomático para asegurarle que las elecciones programadas para el 26 de octubre se llevarían a cabo como se había dispuesto, que él respetaría al candidato que triunfara y que, a pesar de que varias personas le habían mostrado su adhesión, se declararía nulo todo voto a su favor. Por otra parte, puso especial empeño en reafirmar ante O'Shaughnessy sus propósitos de pacificación y su deseo de que las relaciones entre ambos gobiernos volvieran a la normalidad.[ 112 ]
Como prometió Huerta, el día 26 tuvieron lugar las tan sonadas elecciones en medio de una apatía general por parte de la población. Cuando se terminó el cómputo, se anunció que se invalidaba la elección pues la mayoría de votos favorecían a dos candidatos inelegibles: Huerta y Blanquet, y que el primero permanecería en el poder con el fin de convocar a nuevas elecciones en un futuro inmediato.[ 113 ]
Después de estos acontecimientos, Wilson instruyó a O'Shaughnessy reiterar la demanda de la renuncia de Huerta pues, de no ser así, los Estados Unidos insistirían en términos de ultimátum y el presidente se vería forzado a proponer ante el Congreso americano serias medidas prácticas. Asimismo, el presidente ordenó a Lind regresar a la capital para recibir la respuesta a estas nuevas demandas. Lind insistía en que Huerta disolviera el Congreso antes de dejar el poder, mientras que el general argumentaba que si así lo hacía no tendría ante quién renunciar.[ 114 ]
Por otra parte, Wilson tomó medidas enérgicas para alinear a otros países dentro de su política. En los últimos días de octubre, se había dedicado a completar una nota que enviaría a las principales potencias. Esta nota acusaría a dichas naciones, y particularmente a la Gran Bretaña, de dirigir sus políticas basadas únicamente en intereses materiales.[ 115 ]
La prensa americana comentó ampliamente la nota que su mandatario estaba por enviar. En realidad, ésta nunca fue presentada a los ingleses; el presidente se la había dado a John Bassett Moore, consejero del Departamento de Estado, con el fin de que le diera los últimos toques y le agregara un párrafo, de la Doctrina Monroe.
Moore se horrorizó al leer el contenido del mensaje y dio, a Wilson una verdadera lección de métodos diplomáticos. Enfatizó que la Doctrina Monroe no estaba involucrada y que los países extranjeros podían otorgar el reconocimiento a las naciones latinoamericanas, si ése era su deseo, sin pedir permiso a los Estados Unidos. Además -concluyó Moore- se acusaba impropiamente a Inglaterra y el gobierno americano no tenía las suficientes evidencias para hacerlo.[ 116 ]
El 27 de octubre Wilson pronunció un discurso en Alabama; en él culpó a los concesionarios extranjeros de instigar la lucha en Latinoamérica. Obviamente dirigía sus palabras a los británicos y afirmó que los Estados Unidos ayudarían a las repúblicas americanas a librarse de la opresión comercial a que estaban sujetas por parte de los intereses extranjeros.
Alarmados por estas declaraciones, los ingleses intentaron acercarse a los norteamericanos y decidieron actuar de acuerdo con la política de Wilson. Carden fue comisionado para mediar entre Huerta y los Estados Unidos, pero el dictador rehusó los buenos oficios del ministro británico. Ahora sí, Huerta sabía que no recibiría más el apoyo inglés en sus conflictos con la Casa Blanca.[ 117 ]
La famosa política hacia América Latina que Wilson anunció en Alabama, pudo haber parecido novedosa. Sin embargo, como en sus declaraciones anteriores, era la expresión directa de sus propias ideas y no sólo una respuesta a las condiciones prevalecientes. Ya no manifestó su deseo de entablar relaciones más cordiales con Latinoamérica, sino que analizó la profundidad de las mismas. Al hacerlo, dio a conocer los fundamentos esenciales de su nueva política: era una "unión espiritual" entre Norte y Sudamérica lo que él buscaba. Se separó más que nunca de la política materialista al declarar: "El interés no une a las naciones, algunas veces las separa".[ 118 ]
Ante la crítica situación prevaleciente en la capital, los ministros de Alemania, Rusia y Noruega se trasladaron a Veracruz, donde nuevamente se encontraba Lind. Todos estuvieron de acuerdo en que el panorama era verdaderamente caótico y confidencialmente informaron a Lind que ellos estaban ansiosos de que los Estados Unidos actuaran ya de manera definitiva.
El alemán Von Hintze fue el más enfático de todos; no pensaba que el problema fuese serio desde el punto de vista militar pues consideraba muy débil al ejército mexicano y, además, estaba seguro de que las personas inteligentes de la República verían con buenos ojos la intervención.[ 119 ]
Mientras tanto, en la capital O'Shaughnessy presentaba al secretario privado de Huerta las proposiciones de Wilson y utilizó toda la presión que pudo durante los tres días siguientes para obligar al general a ceder.
En un principio el dictador se mostró dispuesto a renunciar y la administración instruyó a Lind para que volviera a la capital y reanudara las negociaciones y concertara el establecimiento del nuevo gobierno. Pero Huerta, indignado por las informaciones norteamericanas sobre el ultimátum de Wilson, se endureció súbitamente.[ 120 ]
Buscando una nueva confrontación con el gobierno federal, Lind se trasladó a la capital el 7 de noviembre. Esta vez, su conducta fue completamente diferente a la asumida al principio de su misión; entonces se había conducido como un hombre pacífico y tolerante. Sin embargo, en noviembre fue brusco con todos y no le importó si su actuación era vista como una intervención en la soberanía mexicana. Percatándose de que los miembros del cuerpo diplomático y de la colonia extranjera temían más que nada la posibilidad de la victoria revolucionaria, Lind se deleitaba al proferir amenazas acerca de la posible derogación del embargo.[ 121 ]
En sus mensajes sugirió firmemente que nada se dejara ya a la iniciativa de Huerta porque todo lo frustraría con engaños y demoras. El agente señaló concretamente que, al dejar Huerta el poder, fuese sustituido por Jerónimo Treviño; Lascuráin debía volver a Relaciones, y la cartera de Guerra debía ofrecerse a Felipe Ángeles. Pero si se acordaba que en vez de un presidente fuera una junta la que gobernara al país, Lind propuso que quedara constituida, además de los citados, por Miguel Ruelas, Luis Elguero, Alonso Rodríguez Miramón y... Porfirio Díaz.[ 122 ]
Por su parte, Huerta envió una circular a las potencias extranjeras, reafirmando la constitucionalidad de su gobierno y subrayó su determinación de permanecer en el poder hasta dejar pacificada la nación. Ante este hecho, Lind se esforzó inútilmente por entrevistarse con él, mientras que O'Shaughnessy recibía órdenes de amenazar al general con romper las relaciones diplomáticas si no renunciaba.[ 123 ]
El 9 de noviembre hubo una comida en la embajada y en ella, el ministro alemán Von Hintze sugirió a Lind que las amenazas no funcionarían con Huerta, mientras que el norteamericano afirmó que lo crucial en esos momentos era el giro que pudiesen tomar las relaciones angloamericanas y que los Estados Unidos no admitirían jamás el dominio de los intereses británicos en detrimento de los norteamericanos.[ 124 ]
La resolución del gobierno alemán de apoyar la política wilsoniana se tradujo a su vez en una presión mayor por parte de los Estados Unidos, para apartar a Inglaterra de México.
En términos precisos, los ingleses se vieron forzados a escoger entre la amistad de los Estados Unidos, o las ventajas que pudieran sacar apoyando a Huerta. Sir Edward Grey estaba francamente asustado acerca de lo que podría suceder con los intereses británicos en México si los constitucionalistas triunfaban. Si Huerta era eliminado y los rebeldes obtenían el control del país ¿asumirían los Estados Unidos la responsabilidad de proteger las propiedades inglesas en México?
Estas cuestiones fueron discutidas y contestadas cuando Grey envió a Washington a su secretario, sir William Tyrrell, para entrevistarse con Wilson. El británico prometió que la Secretaría del Exterior negaría su reconocimiento a Huerta; por su parte, Wilson aseguró al enviado inglés que "enseñaría a las repúblicas sudamericanas a elegir buenos hombres" y que los Estados Unidos lucharían por establecer un gobierno en México "bajo el cual todos los contratos, negocios y concesiones estuvieran más seguros que nunca".[ 125 ]
Las subsecuentes negociaciones entre Londres y Washington lograron hacia mediados de noviembre el establecimiento de un acuerdo angloamericano sobre México. En efecto, Grey subordinó su política a los deseos personales de Wilson y aunque no retiró el reconocimiento formal a Huerta, frenó la actividad de Carden y lo depuso poco después de su cargo en México; además, hizo ver al gobierno federal que no recibiría más el apoyo de la secretaría británica del Exterior.[ 126 ]
Aparentemente, Wilson creyó que sus exitosos esfuerzos por eliminar la ayuda británica a Huerta, llevarían al dictador a retirarse de la política mexicana, pero éste, lejos de amedrentarse, continuó consolidando su propio poder en la ciudad de México y no dio ninguna seña de estar dispuesto a dejar su cargo.[ 127 ]
Otras naciones europeas pronto siguieron el ejemplo de Inglaterra, especialmente después de que Wilson les comunicó que estaba dispuesto a negar al gobierno mexicano cualquier tipo de ayuda material y económica. Aunque ningún país retiró el reconocimiento al gobierno provisional ni mostró evidencias de simpatía hacia la administración moralista de Wilson, se cuidaron de determinar su política hacia México. El resultado de esto fue el creciente aislamiento diplomático del régimen huertista.[ 128 ]
Dispuesto a prestar su ayuda, Von Hintze reunió confidencialmente a Lind, O'Shaughnessy, Jesús M. Rábago (secretario privado de Huerta) y al ministro de Bélgica; el representante de Huerta insistía en que la renuncia del general no podía ser muy apresurada pues había que salvar su honor, pero Lind no quiso escuchar nuevas promesas y exigió que se disolviera inmediatamente el Congreso y que Huerta se retirara sin ninguna condición.[ 129 ]
Horas después llegó el ultimátum de Washington que amenazaba a Huerta con la ruptura total de relaciones diplomáticas si no se acataban las decisiones del gobierno americano. O'Shaughnessy entregó la nota a Rábago y se fijó la medianoche del 12 de noviembre como plazo para que Huerta disolviera el Congreso; ambos diplomáticos acordaron reunirse ese mismo día con Lind para entrevistarse con Huerta en Palacio Nacional, pero ni el general ni su secretario se presentaron. Un ministro de Huerta le confesó a O'Shaughnessy que el presidente se había enfurecido con sólo escuchar el nombre de Lind. Como resultado de esto, el emisario de Wilson no esperó instrucciones de Washington y partió violentamente hacia Veracruz.[ 130 ]
Cuando Lind salió de la capital, Garza Aldape entregó a O'Shaughnessy una nota de Huerta referente exclusivamente al Congreso:
Wilson ni siquiera prestó atención a estas proposiciones y a su vez formuló dos condiciones indispensables para continuar con las negociaciones:
Garza Aldape transmitió la tarde del día 14 la respuesta de Huerta. El desafío del dictador no se concretó al rechazo de intervención de cualquier potencia en los asuntos internos de México, sino que al día siguiente reunió a la Cámara de Diputados en sesión preliminar para acordar, entre otras cosas, que la apertura formal tendría lugar el 20 del mismo mes.
Desesperado ante la astucia del presidente, O'Shaughnessy inclinó sus gestiones al plan original de Wilson: la renuncia de Huerta. Con este fin, se entrevistó con el senador José Castellot; asimismo trató de convencer a los diplomáticos de Brasil, Argentina y Cuba para que no asistieran al acto inaugural. Pero todas sus gestiones fueron vanas: el Congreso se reunió, confirmó su propia elección declarando nula la pasada votación, Huerta leyó su mensaje y todo el cuerpo diplomático, con excepción de O'Shaughnessy, asistió a la ceremonia.[ 133 ]
Mientras tanto, el continuo avance del ejército constitucionalista hacia la capital, convencía cada día más a Wilson de que los rebeldes podrían ser el instrumento para lograr la caída de Huerta, sin tener que intervenir militarmente. Desde mediados de octubre, Carranza había establecido un gobierno provisional en Hermosillo, Sonora, y tenía controlada la mayor parte de los estados norteños.
Sin embargo, la cuestión principal en la mente de Wilson era saber si los constitucionalistas eran lo suficientemente capaces para gobernar al país y si él, desde Washington, podría controlarlos. Para encontrar una respuesta adecuada a sus dudas, a mediados de noviembre envió a Nogales a Bayard Hale, con un mensaje de suprema importancia para el primer jefe, proponiéndole nada menos que una cooperación conjunta de constitucionalistas y americanos en la lucha contra Huerta.[ 134 ]
Hale celebró pláticas con los revolucionarios del 12 al 14 de noviembre. En ellas, el agente americano aseguró que Wilson estaba dispuesto a permitir la exportación de armas, pidiendo únicamente a cambio las garantías necesarias para salvaguardar las vidas e intereses de los americanos en México y la seguridad de que Huerta renunciaría inmediatamente y se establecería un gobierno provisional mientras se convocaba a nuevas y libres elecciones.
Carranza argumentó que no consentiría la intervención americana en los asuntos domésticos del país y dio por terminadas sus pláticas con Hale. Así, la cuestión del embargo quedó en suspenso hasta enero de 1914.[ 135 ]
Nuevamente la política de enviar agentes a México disgustó enormemente a la opinión pública mexicana:
Bayard Hale ante Carranza y el tristemente célebre Lind, ante el general Huerta, han desempeñado "dignamente" su papel. Tanto el uno como el otro han cumplido "admirablemente" aunque sin el menor éxito sus honrosas misiones.
Ambos han ofrecido el apoyo de su poderoso gobierno a cambio de ciertas concesiones que parecen haberse traslucido al público [...]. [Sin embargo] el general Huerta, con altísimo patriotismo, rechazó altivamente las condiciones.[ 136 ]
Tanto Huerta como los constitucionalistas rechazaban así los esfuerzos de Wilson para llegar a un arreglo, ya que el presidente americano estaba convencido de que su política era correcta, al acercarse 1914 empezó a favorecer cada vez más a los rebeldes. El presidente creía en cuatro pasos a seguir:
Sin embargo, no intentó poner por el momento en marcha estas medidas y volvió a su política de "vigilante espera".[ 137 ]
Durante todo el mes de diciembre, Lind planteó a Bryan la posibilidad de que los Estados Unidos proporcionaran ayuda a los constitucionalistas, facilitándoles armas y evitando así la intervención militar directa. Afirmaba que si los rebeldes estuvieran bien abastecidos, les sería fácil derrotar a Huerta, y entonces Carranza podría hacerse cargo del gobierno provisional.
Por otra parte -decía Lind-, si los Estados Unidos no llegaban pronto a un acuerdo con México, se podrían presentar complicaciones con Europa. El agente se refirió especialmente a los españoles, quienes podrían precipitar la intervención norteamericana porque eran los que más estragos habían sufrido durante la Revolución, aunque concedió que el mayor riesgo lo constituía sin lugar a dudas la Gran Bretaña, cuyo gobierno estaba dispuesto a obtener mayores ventajas en México, desbancando a los Estados Unidos del lugar preponderante que ocupaban.[ 138 ]
O'Shaughnessy también enviaba informes alarmantes al Departamento de Estado. Los federales habían recuperado Torreón y esto renovaba el prestigio de Huerta. El encargado de Negocios, al igual que Lind, opinaba que la única solución para ayudar a los rebeldes era levantar el embargo de armamento, ya que en la situación reinante, éstos sólo conseguían armas en cantidades mínimas, mientras que Huerta se las proveía de Europa, con lo que fácilmente seguiría derrotando a los constitucionalistas y llegaría a establecer una dictadura permanente.[ 139 ]
Los mensajes de Lind se fueron volviendo más y más fuertes. Describía detalladamente la caótica situación prevaleciente en México y apremiaba a su gobierno para terminar la guerra: "Mientras más tiempo continúe [la lucha], más difícil será la rehabilitación del desafortunado país y será mayor el riesgo de una intervención armada [...]. A los federales les falta capacidad y a los revolucionarios los medios para poner fin a la guerra".[ 140 ]
Antes de salir de Veracruz, Lind había tenido contacto con un mormón norteamericano llamado H. L. Hall, quien pretendía estar de acuerdo con Emiliano Zapata, y que por conducto del cónsul general en México, Arnold Shanklin, trató de que Lind y un coronel zapatista de apellido Martínez discutieran la forma de entablar relaciones con el movimiento zapatista y el gobierno de Wilson; Lind nunca se entrevistó con Martínez, pero a través de Shanklin se acordó utilizar un lenguaje en clave; Lind sería conocido como "Juárez", Shanklin como "Paz", Zapata como "Dix", Hall como "Clark" y Martínez como "Brady".[ 141 ]
Lind reportó a Shanklin que Washington mostraba la más cálida simpatía por los "amigos de Martínez" y que usaría sus buenos oficios para ayudarlos, siempre y cuando se abstuvieran de atacar la capital.
Sin embargo, Zapata y Martínez se mostraron reacios a cooperar. A través de Hall y Lind trataron de obtener una suma de dinero en pago a negarse el privilegio de entrar a la ciudad de México. Por conducto de Shanklin, Lind informó a Zapata que su gobierno no podía dar dinero ni siquiera para fines caritativos, pero sugirió la posibilidad de que la Cruz Roja americana los ayudara: "Zapata debe comprender de una vez por todas que no ha habido negociaciones entre él y el gobierno americano".
Incapaz de obtener el dinero que deseaba, Zapata comunicó a Shanklin que procedería como mejor le pareciera y abruptamente finalizó las pláticas.[ 142 ]
La cada vez más complicada situación llevó a Wilson a la conclusión de que las notas de Lind ya no eran suficientes y que debía hablar personalmente con él. Así, la cita se concertó para el 2 de enero de 1914, a bordo del Chester, en Gulfport, Mississippi.
A pesar de que nadie sabe a ciencia cierta lo que hablaron, Lind salió con la impresión de que el presidente estaba de acuerdo con él acerca de lo que sucedía en México. Si el agente interpretaba correctamente los argumentos de Wilson, sus reportes tendrían influencia en las decisiones del mandatario americano.[ 143 ]
Después de esta entrevista, Lind se mostró mucho más franco en sus informes e incluso juzgó la política de su gobierno en una carta que envió a Wilson:
E s muy divertido para mí, señor presidente, cuando leo las estudiadas disertaciones de hombres como Woolsey, Harvey y otros que se mofan de su política mexicana como el sueño de un idealista teórico que no tiene concepción alguna sobre la situación mexicana o sobre política internacional [...] estoy plenamente convencido de que todo lo justificable e idealista que su política pueda ser, su importancia económica y política para los Estados Unidos es tanto mayor en cuanto que uno está justificado en no hacer ninguna comparación entre el derecho y el interés. Si el gobierno de Huerta, o más bien, los principios establecidos por el gobierno de Huerta prevalecen, México continuará siendo un anexo europeo, industrial, financiera, política y sentimentalmente, excepto en la industria minera, donde el valor y los recursos americanos han avanzado, como diría usted, por medios puramente físicos.
Si los revolucionarios triunfan, y nosotros estamos encargados de eso, entonces las masas se voltearán y tendremos un régimen mexicano que al menos será imparcial y que se espera sea amistoso.[ 144 ]
Los rumores de si los Estados Unidos no resolvían exitosamente la cuestión mexicana la posibilidad de una intervención conjunta por parte de las potencias europeas llevaron a Wilson a la conclusión de que un franco acercamiento a los rebeldes era lo mejor que podía hacer en esos momentos.
El 27 de enero de 1914, Wilson comenzó las negociaciones con Luis Cabrera, agente de Carranza en Washington. Las demandas del presidente se tornaron menos severas ante la indiferencia constitucionalista; Cabrera fue informado de que los Estados Unidos temían que el gobierno del primer jefe se volviera muy radical en caso de triunfar, pero el agente mexicano aseguró que los revolucionarios no adoptarían ninguna medida anticonstitucional.[ 145 ]
Estas seguridades eran todo lo que Wilson necesitaba para justificar lo que, según admitía, "era un curso inevitable de acción dadas las circunstancias". Ahora sí se encontraba listo para efectuar un cambio radical en su política mexicana, es decir, abandonar su antiguo plan de establecer un gobierno provisional en la capital mexicana e inclinarse a dar pleno apoyo a los constitucionalistas.[ 146 ]
A pesar de eso, Lind se mostraba cada vez más desesperado; el 26 de enero insistió de nuevo: "si todavía se tiene el proyecto de derogar el embargo, estoy seguro de que ahora es el momento indicado", y dos días después: "ha transcurrido un mes desde mi entrevista con el presidente y no tengo conocimiento de que se haya hecho algo de lo que sugerí en dicha conversación. ¿Siguen en pie los planes?"
Tres días después llegó la tan esperada respuesta de Bryan: el presidente había decidido derogar el embargo.[ 147 ]
De todo esto se puede concluir que la única promesa que hizo Wilson en su entrevista con Lind fue la de derogar la prohibición de exportar armas a México.
Tanto los informes alarmantes de Lind y O'Shaughnessy como su propia desesperación de no lograr sus fines llevaron a Wilson a principios de febrero a firmar el decreto para levantar el embargo de armamento a México, con lo que, pensó, facilitaría el triunfo de los rebeldes y obligaría a Huerta a retirarse.
Por su parte, Lind y O'Shaughnessy recogieron y transmitieron al Departamento de Estado las repercusiones que tuvo en México la revocación del embargo. El ejecutivo mexicano trató de demostrar que las medidas tomadas por la Casa Blanca, en vez de perjudicar a su gobierno, lo ayudarían a terminar con la guerra civil.[ 148 ]
Con tal motivo, dos días después de la declaración de Wilson, el ministro de Gobernación, doctor Ignacio Alcocer, informó a la prensa:
Creo que la medida de los Estados Unidos para la libre exportación de armas hacia nuestro país, caso de ser cierta, es prueba evidente de grandísima sinceridad, porque hace mucho tiempo nadie ignora que en nuestra frontera norte había sobre este asunto una tolerancia disimulada.
Con esta determinación, los descontentos no darán un paso más, en su tarea revolucionaria y el actual gobierno de Méjico sacará grandísimo provecho, porque se le presenta una feliz oportunidad para dar a conocer la fuerza de que realmente dispone.[ 149 ]
En opinión de Lind, sólo los aristócratas estaban indignados por la resolución americana, no así el pueblo, que recibió la noticia con júbilo lo mismo que los constitucionalistas, quienes ya tenían en la frontera una considerable cantidad de municiones en espera de transporte.[ 150 ] Además, le confió a un amigo que el fin perseguido por Wilson era dar oportunidades iguales a las dos facciones contendientes, para que, al luchar con armas iguales, se definiera cuál de los beligerantes, siendo el más fuerte, tenía derecho a gobernar.[ 151 ]
A pesar de la "buena acción" de Wilson, el levantamiento del embargo intensificó el conflicto, ya que ambos bandos se equiparon, si bien el decreto favoreció a los rebeldes, ya que ellos controlaban toda la línea fronteriza y así importaron las armas más rápido que el gobierno federal.[ 152 ]
Sin embargo y como el decreto de Wilson no cambiara en forma determinante la situación, Lind aconsejó una acción más drástica por parte de los Estados Unidos. El 14 de febrero propuso que el agregado militar americano planeara un ataque de los rebeldes a los barcos federales en Tampico. Asimismo, sugirió que los buques americanos ocuparan los puertos del Golfo de México, cortando así las vías de aprovisionamiento de combustible. Los puertos, además de ser la principal fuente de ingresos de Huerta, eran esenciales para recibir ayuda material -incluyendo armas- de Europa.[ 153 ]
A fines de febrero, un periódico neoyorkino publicó una serie de artículos escritos por James Creelman, los cuales se difundieron ampliamente en los Estados Unidos y México. Su propósito original fue contrarrestar los efectos del México bárbaro de John Kenneth Turner, y por tal motivo, el otro entrevistador de Porfirio Díaz se dirigió a México.
Lind se entrevistó con Creelman en Veracruz y comprendió que su misión convendría a los intereses de Huerta. Pero antes de que Creelman partiera, Lind tuvo la impresión de que el periodista pensaba que el dictador caería pronto y que los Estados Unidos se verían forzados a intervenir antes de que terminara el año. El agente también se percató de que Creelman se cuidaba de exponer sus propias opiniones y que lo inducía a hablar a él la mayor parte del tiempo.
Cuando los reportajes salieron a la luz, Lind se dio cuenta de que se referían con hostilidad a su persona, ya que lo retrataban sentado en la cima del consulado americano, como estuvo siete meses, esperando sonriente "mientras México y sus quince millones de hombres, mujeres y niños iban a la ruina".[ 154 ]
A pesar de que Bryan intentó apaciguarlo, el reportaje de Creelman y las frecuentes manifestaciones en su contra, llevaron a Lind a un estado de suma ansiedad y nerviosismo. El almirante Fletcher reportó que lo había encontrado "alterado y no muy bien de salud y temeroso de su seguridad personal".[ 155 ] Con el fin de calmarlo, Fletcher envió una guardia de marinos al consulado la cual ya no se separaría del agente hasta su salida del país.
Convencido cada vez más de que Huerta no dejaría el poder, Lind continuó argumentando en favor de los rebeldes, como lo demuestra su despacho del 3 de febrero cuando afirma que "Huerta trata de conseguir ayuda financiera por cualquier medio, y la presión económica sobre él no basta para acabar con su dictadura".[ 156 ] Cuatro días más tarde, apremia al gobierno americano para prestar ayuda a los revolucionarios. El 21 del mismo mes solicita directamente la intervención de artilleros americanos para reforzar a los rebeldes.[ 157 ] El 24 manda un despacho con carácter urgente:
La situación en México es desesperada. Los préstamos forzosos, nuevos impuestos, venta de propiedades públicas, están a la orden del día. Las inversiones extranjeras en comercio, minas y fábricas sufren graves amenazas de ser destruidas. La opinión general tanto de extranjeros como de mexicanos es que si no obtienen pronto una victoria decisiva, los Estados Unidos deberán asumir una actitud intervencionista.[ 158 ]
La situación se tornaba cada día más grave. Huerta se aferraba más que nunca al poder y los logros revolucionarios permanecían estáticos. Ya no sólo Lind sino todas las legaciones extranjeras en la capital temían lo que pudiese suceder. El embajador americano en Londres escribió al Departamento de Estado que sir Edward Grey había ordenado a Carden que, con el fin de estar preparados para una posible emergencia, transportara directamente armas y abastecimientos desde la flota inglesa hasta la legación en la ciudad de México.[ 159 ]
Al conocer estos hechos, Lind propuso a Bryan enviar armas y hombres a la capital con el propósito de que los europeos no dominaran la situación y para que O'Shaughnessy no se humillara ante Huerta para obtener el permiso de entregar a la colonia americana las armas necesarias para su defensa. Además, sugirió otros planes: que el mayor Smedley Butler, del cuerpo de marinos de Fletcher, al frente de un grupo de trabajadores petroleros, se apoderara de los dos cañoneros federales que estaban en Tampico y los entregaran a los constitucionalistas;[ 160 ] o que Arwin Astrath se apodera del Zaragoza, cañonero huertista, a su salida de Nueva Orleáns.[ 161 ]
Asimismo proyectó un acuerdo con Fletcher y Butler; un destacamento de la Marina norteamericana al mando del último se apoderaría de la capital, aprehendería a Huerta y lo entregaría a las autoridades mexicanas; la ocupación de la ciudad de México no sería vista como una intervención -afirmaba el agente- pues tenía como fin acabar con la anarquía reinante y restablecer el orden:
A mi juicio la situación es demasiado seria para permitir que Huerta continúe. No sólo está arruinando a México sino que también nos está envolviendo. Si no hay un cambio decidido para el 15, yo creo que deberá ser eliminado en 48 horas después de esa fecha. Puede hacerse, y nuestros preparativos para tal fin son tan completos que creo se pueden lograr sin la pérdida de un solo americano.
No se necesitan órdenes formales excepto la autorización presidencial para proceder y todas las direcciones que pueda darme [...]. Deseo expresar claramente que el único propósito que tengo al sugerir la expedición, es plantear ante usted un método positivo para eliminar a Huerta, en caso de que el plan ahora seguido demuestre ser demasiado lento para la prevención de complicaciones internacionales. La toma temporal de la ciudad de México, limitada a los propósitos de frenar la carrera anárquica de Huerta y dar al pueblo mexicano una oportunidad de reasumir ordenadamente el gobierno, no debe verse como una intervención.[ 162 ]
Por otro lado, el agente norteamericano intentó un acercamiento tanto de zapatistas como de carrancistas con los Estados Unidos y pidió autorización a Bryan para amenazar a los banqueros en caso de que pretendieran ayudar a Huerta, aunque prometiéndoles que, de no hacerlo, los rebeldes respetarían sus intereses.[ 163 ]
Lind consideraba que la sola presión económica de los Estados Unidos no derrocaría a Huerta, pues éste contaba con muchos recursos para reunir fondos, tales como su proyecto de aumentar en un 100% los impuestos de importación a las mercancías norteamericanas con dos fines: obtener dinero y vengarse por el levantamiento del embargo.
Lind aseguró que Huerta obtenía ingresos mensuales de 10 millones de pesos por concepto de petróleo y de las aduanas del golfo; que los bancos proyectaban concederle un préstamo de 24 millones de pesos en compensación por no haber establecido un banco nacional que emitiera papel moneda, y por último, que los especuladores también estaban dispuestos a facilitar fondos a Huerta a cambio de ciertas concesiones.[ 164 ]
También insistió en atacar al ministro inglés Carden, sobre todo porque creía que fomentaba una alianza anglo-japonesa para ayudar a Huerta. Por otra parte, agregó que habían llegado a la capital varios funcionarios japoneses para estudiar las finanzas de México y para que un consorcio bancario de su nación emitiera bonos para este país. Lind adujo que, a pesar de no tener una base firme para acusar a Carden, éste trataba de que los japoneses proporcionaran cañoneros al gobierno federal. En este punto O'Shaughnessy estuvo de acuerdo, ya que conocía un informe de la legación japonesa a su país, el cual afirmaba que una gran parte de la costa del Pacífico en México era muy apropiada para la inmigración japonesa.[ 165 ]
A todo esto, Bryan contestó únicamente con un telegrama informando a Lind que el presidente Wilson todavía no pensaba en una acción inmediata. La insistencia del agente se puede atribuir al efecto causado por su larga permanencia en Veracruz; la intensidad del calor, la atmósfera tan cargada de suspenso, así como las frecuentes y alarmantes llamadas que recibía contribuyeron a la ansiedad que reflejó en sus mensajes a Washington. Atribuyó a Huerta el asesinato del inglés Benton y el lento avance de los rebeldes; la amistad entre O'Shaughnessy y el dictador hacía cada vez más tensa su relación con el primero. Veía a los extranjeros más intranquilos que nunca y tuvo la plena seguridad de que el momento de la intervención armada había llegado.[ 166 ]
En marzo Huerta envió a su nuevo ministro de Relaciones Exteriores, José López Portillo y Rojas, a conferenciar con Lind en Veracruz. Durante la plática, el diplomático mexicano se refirió de Huerta con gran admiración e insistió en que un hombre como él era necesario para lograr la paz en México. Condenó la actitud de Wilson por no reconocer al gobierno provisional de la capital, y aunque habló bien de Carranza, fue muy amargo al referirse a los rebeldes.
Portillo y Rojas apeló por un cambio en la actitud norteamericana y, a pesar de que la entrevista fue amistosa, sugirió el reconocimiento de Huerta, la restauración del embargo y el levantamiento del boicot financiero. A cambio de esto ofrecía la garantía de que Huerta se retiraría después de las elecciones programadas para julio.[ 167 ]
Al informar a Washington de las proposiciones hechas por el ministro mexicano, Lind aconsejó rechazarlas de inmediato. Insistía en que era imposible y arriesgado confiar en Huerta y que la oferta para la reanudación de las negociaciones había sido diseñada únicamente para que los Estados Unidos no llevaran a cabo ninguna acción.[ 168 ] Wilson y Bryan estuvieron de acuerdo, y a pesar de que el presidente informó a la prensa que Portillo y Rojas era un hombre honorable y sus propósitos dignos de consideración, ni siquiera instruyó a Lind para seguir en pláticas con él.
Por lo tanto, el diplomático mexicano regresó a la capital sin una respuesta formal a las proposiciones de Huerta.[ 169 ]
Entre el 3 de febrero (derogación del embargo) y el 9 de abril de 1914 (incidente de Tampico) se acentuaron las diferencias entre Lind y O'Shaughnessy. El primero creía necesaria la actuación de los Estados Unidos para forzar a Huerta a renunciar, ayudando directamente a los rebeldes o decididamente mediante la intervención militar. En cambio, el encargado de Negocios pensaba que la solución a los problemas radicaba en un cambio de actitud de Wilson ante Huerta, aunque en última instancia también sugirió la intervención armada, aduciendo una causa diferente a la de Lind: acabar de una vez por todas con los desmanes revolucionarios.[ 170 ]
Poco después de la salida de Portillo y Rojas, el encargado de Negocios llegó a Veracruz. Incapaz de eliminar sus frustraciones mediante una acción directa contra Huerta, Lind las desplazó atacando a O'Shaughnessy. Desde noviembre en que había fracasado en lograr la renuncia de Huerta, Lind comenzó a culpar al encargado de Negocios de buscar una forma más honorable para que el dictador se alejara del poder. El agente había informado a Washington que O'Shaughnessy estaba actuando con debilidad y más tarde creció su sospecha de que seguía siendo muy amigo de Huerta, sobre todo por el hecho de que la señora O'Shaughnessy era muy cariñosa con el viejo dictador. Éste, por su parte, los trataba con especial cuidado y les brindaba toda clase de atenciones.[ 171 ]
Lind pensaba que la deslealtad de O'Shaughnessy era inconsciente y que había sido subyugado por el respaldo que el gobierno provisional daba a la Iglesia, y además opinaba que, por haber permanecido tanto tiempo fuera de los Estados Unidos, le era imposible ya juzgar objetivamente la situación. De cualquier forma, O'Shaughnessy sólo permaneció dos días en Veracruz porque no soportó la agresiva actitud de Lind. El día que salió, el agente confidencial recomendó a Washington que dicho funcionario debía ser llamado inmediatamente, pero Wilson no lo llamó ni dio señas de adoptar una política más vigorosa.[ 172 ]
El ex gobernador de Minnesota estaba desesperado. A lo largo de su estancia en México, todas sus negociaciones habían sido vanas, sus recomendaciones a Washington no tuvieron eco, la opinión pública mexicana lo menospreciaba e ignoraba y su misión se le antojaba cada día más inútil.
A pesar de la revocación del embargo, su esperanza quedó truncada al percatarse de que los rebeldes no lograban la victoria final y sus constantes sugerencias de intervención se estrellaban ante la impasibilidad de Wilson.
El 29 de marzo finalmente telegrafió a Bryan pidiéndole autorización para regresar a los Estados Unidos, ya que consideraba que Huerta continuaría indefinidamente en el poder y que sus labores podrían ser desempeñadas por los cónsules Canada (de Veracruz) y Shanklin (de la ciudad de México).
El presidente aprobó su decisión y, por conducto de Bryan, agradeció a Lind sus servicios, invitándolo a Washington para intercambiar opiniones con él.[ 173 ]
Así, el 6 de abril de 1914, siete meses después de su arribo a México, John Lind y su hija Jemy abordaron el Mayflower con destino a Washington. Lind fue el instrumento de la primera acción wilsoniana en México y su regreso a los Estados Unidos confirmó el fracaso de la política americana.
A pesar de haber sido poco útil como mediador, Lind fue de gran ayuda para Wilson en otros aspectos. Había llegado a México desconociendo por completo el país y regresaba como el consejero número uno en asuntos mexicanos.[ 174 ]
Pero el destino le tenía preparada una nueva sorpresa. Con la esperanza de permanecer sólo unos días en Washington y regresar cuanto antes a su querida Minnesota, el arresto del contador y siete marineros del ballenero americano Dolphin, en Tampico (9 de abril), desató una cadena de acontecimientos que lo llevaron a permanecer en la capital norteamericana, no un par de días, como pensó, sino varios meses más.
Sin lugar a dudas, John Lind fue un hombre de controversia. Inspiraba devoción entre sus seguidores y fuertes sentimientos de odio entre sus enemigos. La señora O'Shaughnessy lo describió como
un hombre con muchas cualidades naturales, dueño de un gran magnetismo; alto, erguido, de pelo color arena, era inequívocamente escandinavo. Bajo las tupidas cejas, sus ojos azules de normando [...] Había aún algo de lincolnesco en su mirada y en sus maneras; pero su entrada en el escenario de México había sido ciertamente brutal y el ambiente le había resultado por completo extraño...[ 175 ]
Sin embargo, es importante puntualizar que la conducta de Wilson fue en gran parte dirigida por Lind. Tanto sus impresiones de Huerta como de Carranza eran el reflejo de lo que su agente pensaba acerca de ellos. Y a pesar de que Wilson tomaba en consideración la opinión de otras personas, éstas por lo regular habían tenido contacto directo con Lind.[ 176 ]
A pesar de su exitosa carrera política en los Estados Unidos, la misión confidencial de John Lind en México estaba predestinada al fracaso. El ex embajador Lane Wilson puntualizó años más tarde que éste se debió a tres razones:
Jamás pudo llegar a un acuerdo pacífico con Huerta y esto debido a la naturaleza de las proposiciones que traía, pero tampoco entendía la "vigilante espera" de Wilson y con tal motivo, poco después de su llegada a México, comenzaba a sugerir la intervención armada. Creía que si Huerta era eliminado, algún otro sería reconocido y activamente respaldado como su sucesor, y pronto se percató de que se requería algo más que dejar pasar unos cuantos rifles por la frontera para lograr un resultado efectivo.[ 178 ]
Sobre todo durante su permanencia en Veracruz tuvo acceso a informaciones de la más diversa índole. Su ignorancia de la problemática mexicana y su propio fanatismo añadido a la sumisión a Wilson, le hicieron ver la situación de una forma especial e interpretar todo en el sentido de que los Estados Unidos, al intervenir en México, obraban en pleno derecho y en bien de la libertad y la justicia.[ 179 ]
En cuanto a los muchos juicios que se han hecho acerca de su misión, las únicas diferencias radican en la variedad de adjetivos que se han aplicado a la palabra "fracaso". Y desde luego, si se mide de acuerdo con el grado en que Lind logró llevar a cabo sus instrucciones, este juicio no expresa sino la pura verdad. Sin embargo, conviene tener presente que los mensajes de Lind a Wilson y a Bryan, escritos casi a diario, deben de haber sido uno de los elementos de juicio más importantes para que el presidente americano apreciara los sucesos que estaban ocurriendo en México.[ 180 ]
Después de algunas malas interpretaciones iniciales, Lind fue conociendo México y sus análisis ciertamente mejoraron. Aún así, sólo percibió un lado de la escena mexicana, pues consagró sus esfuerzos a hacer patente que Huerta era la encarnación del mal. Lind no llegó a México para buscar la más deseable de las soluciones; llegó para encontrar la manera más efectiva de echar a Huerta del poder.[ 181 ] Años después afirmó:
estoy convencido de que, si se hubiera reconocido a Huerta y se le hubiera proporcionado la oportunidad de tomar prestado todo el dinero que Europa le hubiera podido prestar, no habría establecido la paz en México. Se puede decir que tuvo dinero en abundancia si se compara con lo que tuvieron los constitucionalistas. Obtuvo, de diferentes maneras, y gastó más de doscientos millones de pesos durante su breve administración, pero no obstante, no pudo obtener ninguna ventaja contra los constitucionalistas, aunque éstos carecían casi por completo de fondos.
La eliminación de Huerta era necesaria a los intereses del pueblo mexicano. La eliminación de la clase directora del gobierno mexicano bajo sus órdenes era necesaria no sólo para los intereses de México sino también para los Estados Unidos.[ 182 ]
Analizando los problemas de la sociedad mexicana, los informes de Lind estuvieron muchas veces equivocados. Consideraba que el pueblo mexicano era esencialmente agricultor, pero que desde la llegada de los españoles había sido desposeído de sus tierras, y afirmó: "Ésta es y será la causa de las revoluciones en México mientras no se arregle esa cuestión".[ 183 ] Evidentemente, el enviado americano ignoraba por completo que muchas propiedades agrícolas habían sido adquiridas en los últimos cincuenta años, durante los regímenes de Juárez y Díaz.
Como anticatólico ferviente, negó cualquier actitud positiva de la Iglesia en la sociedad mexicana, afirmando que el clero era poco menos que un agente de represión. Pensaba que si un hombre quería triunfar en México debía cooperar con la Iglesia y sugirió que la Revolución se debió en parte al poder que perdió aquélla sobre los mexicanos.[ 184 ]
En cuanto a la capital mexicana, Lind consideraba que ésta había sido durante siglos el centro del gobierno y de la opinión pública: "Hogar de intrigas y corrupción y es, en su arrogancia, en su riqueza, en su ética moral y política, donde se nota que la ciudad de México es la capital más degradada de todo el mundo [...]. El ejercicio del poder y la recompensa al apetito son los factores permanentes que controlan sus actividades".[ 185 ]
Erróneamente, Lind ignoró toda influencia local y dividió al pueblo mexicano en dos grandes grupos geográficos: norteños y sureños. "Cuando llegué a México en mi reciente viaje me encontré con que la parte del país que he designado con el nombre de México del Norte, se hallaba en estado de rebelión contra la autoridad que Huerta presumía ejercer en el sur".[ 186 ]
Aun cuando nunca estuvo en el norte de la República, desarrolló la creencia de que, con excepción de los ricos terratenientes y las clases profesionistas del sur, los del norte eran decididamente superiores tanto en potencial intelectual como económico: "Es absolutamente inútil esperar un gobierno ordenado en manos de los mexicanos del sur", escribió a Bryan poco después de que Huerta asumió poderes dictatoriales, haciéndole ver asimismo que sólo los norteños podrían lograr la paz.[ 187 ]
Más que una diferencia racial entre ambos grupos, Lind afirmó que la proximidad del norte de México a los Estados Unidos había sido definitivamente determinante. Los mexicanos del norte tuvieron la oportunidad de ponerse en contacto con las ideas e instituciones angloamericanas y los más afortunados habían incluso vivido en los Estados Unidos, y ellos o sus hijos pudieron asistir a escuelas norteamericanas. El resultado de esto fue que los mexicanos se apropiaron de las ideas progresistas de aquel país.
Lind naturalmente asumió que el fervor revolucionario de los constitucionalistas se debió al contacto que tuvieron con la ideología norteamericana. Su revolución, escribió a Wilson, fue el intento de "seguir los pasos de la marcha de nuestro pueblo".[ 188 ]
Lind pensó honestamente que México sufría de los mismos males que él trató de erradicar de los Estados Unidos durante su carrera pública: un régimen político corrupto (en este caso, el gobierno provisional de Huerta), sostenido por una facción privilegiada, interesada exclusivamente en la industria (en este caso, los concesionarios británicos) y que no tomaba en cuenta los verdaderos intereses y necesidades del pueblo. Pero él tenía fe en que estas malignas condiciones podrían ser eliminadas por un grupo (en este caso, los constitucionalistas) que trabajase dentro de los lineamientos democráticos. Por tal motivo, Lind aceptó y promovió la intervención militar americana en México, con el fin de establecer una democracia liberal capitalista.[ 189 ]
Mientras que teóricamente su razonamiento fue altruista, en la práctica fracasó, al igual que su presidente, al no percatarse de que el precio de su realización -el control norteamericano sobre la Revolución Mexicana - era más de lo que el pueblo mexicano estaba dispuesto a pagar.
[ 86 ] George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 236-237; Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 103.
[ 87 ] O'Shaughnessy a Bryan, 1 septiembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/8648.
[ 88 ] George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 238.
[ 89 ] O'Shaughnessy a Bryan, 10 septiembre1913, National Archives of Washington, 812.00/8768.
[ 90 ] O'Shaughnessy a Bryan, 24 septiembre 1913, Wilson Papers, ser. 2, citado en Edward P. Haley, Revolution and intervention: the diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, 1910-1917, Cambridge/London, the Massachusetts Institute of Technology Press, 1970, 294 p., ils., p. 103.
[ 91 ] Bryan a Wilson, 25 septiembre 1913, Wilson Papers, citado en Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, introducción de Harry Steele Commager y Richard Brandon Morris, New York, Harper and Row Publishers, 1954, 332 p., ils., mapas, p. 116.
[ 92 ] George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 238.
[ 93 ] Bryan a Lind, 1 octubre 1913, National Archives of Washington, 812.00-9583.
[ 94 ] Edward P. Haley, Revolution and intervention: the diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, 1910-1917, Cambridge/London, the Massachusetts Institute of Technology Press, 1970, 294 p., ils., p. 105.
[ 95 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 125-126.
[ 96 ] Lind a Bryan, 9 octubre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9143; William M. Rossiter, Mexican-American relations, 1913-1920: a reappraisal, tesis microfilmada inédita, Chicago, University of Chicago, 1952, 380 p., p. 89.
[ 97 ] Arthur S. Link, La política de los Estados Unidos en América Latina, 1913-1916, trad. de Fernando Rosenzweig, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, 290 p., p. 60; Joseph Allen Flores, President Wilson's agents in Mexico, 1913-1915, tesis microfilmada inédita, Berkeley, University of California, 1959, 94 p., p. 36-37.
[ 98 ] O'Shaughnessy a Bryan, 10 octubre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9166/9173.
[ 99 ] El País, 14 octubre 1913, p. 1, 3.
[ 100 ] G. Jay Rausch Jr., Victoriano Huerta, a political biography, tesis microfilmada inédita, s. l., University of Illinois, 1960, 290 p., ils., p. 169.
[ 101 ] John Morton Blum, Woodrow Wilson and the politics of morality, introducción y edición de Oscar Handlin, Boston, Little, Brown and Company, 1956, 216 p., p. 89.
[ 102 ] Ray Stannard Baker, Woodrow Wilson. Life and letters, 8 v., Garden City (New York), Doubleday, Doran and Company, 1931, v. 4, p. 261.
[ 103 ] Ray Stannard Baker, Woodrow Wilson. Life and letters, 8 v., Garden City (New York), Doubleday, Doran and Company, 1931, v. 4, p. 261; Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, introducción de Harry Steele Commager y Richard Brandon Morris, New York, Harper and Row Publishers, 1954, 332 p., ils., mapas, p. 116-117.
[ 104 ] Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, introducción de Harry Steele Commager y Richard Brandon Morris, New York, Harper and Row Publishers, 1954, 332 p., ils., mapas, p. 117.
[ 105 ] Edith O'Shaughnessy, Huerta y la Revolución vistos por la esposa de un diplomático en México, traducción, prólogo y notas de Eugenia Meyer, México, Diógenes, 1971, 340 p., p. 57.
[ 106 ] Lind a Bryan, 15 octubre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9128/9141; Larry D. Hill, "The progressive politician as a diplomat: the case of John Lind in Mexico", The Americas, v. XXVII, n. 4, abril 1971, p. 355-372, p. 360.
[ 107 ] Larry D. Hill, "The progressive politician as a diplomat: the case of John Lind in Mexico", The Americas, v. XXVII, n. 4, abril 1971, p. 355-372, p. 364-365.
[ 108 ] William M. Rossiter, Mexican-American relations, 1913-1920: a reappraisal, tesis microfilmada inédita, Chicago, University of Chicago, 1952, 380 p., p. 81.
[ 109 ] Edith O'Shaughnessy, Huerta y la Revolución vistos por la esposa de un diplomático en México, traducción, prólogo y notas de Eugenia Meyer, México, Diógenes, 1971, 340 p., p. 61.
[ 110 ] O'Shaughnessy a Bryan, 20 y 22 octubre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9289.
[ 111 ] O'Shaughnessy a Bryan, 22 octubre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9326.
[ 112 ] O'Shaughnessy a Bryan, 24 octubre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9344.
[ 113 ] G. Jay Rausch Jr., Victoriano Huerta, a political biography, tesis microfilmada inédita, s. l., University of Illinois, 1960, 290 p., ils., p. 170; O'Shaughnessy a Bryan, 26 octubre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9407.
[ 114 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 111.
[ 115 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 170-171.
[ 116 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 170-171; Arthur S. Link, La política de los Estados Unidos en América Latina, 1913-1916, traducción de Fernando Rosenzweig, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, 290 p., p. 70-71.
[ 117 ] Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 106; Luis G. Zorrilla, Historia de las relaciones entre México y los Estados Unidos de América, 1800-1958, 2 v., México, Porrúa, 1966, mapas (Biblioteca Porrúa, 30), v. 2, p. 251-252.
[ 118 ] Harley Notter, The origins of the foreign policy of Woodrow Wilson, Baltimore, The Johns Hopkins Press, 1937, 696 p., p. 266-267.
[ 119 ] George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 243; Lind a Bryan, 3 noviembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9513.
[ 120 ] Arthur S. Link, La política de los Estados Unidos en América Latina, 1913-1916, trad. de Fernando Rosenzweig, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, 290 p., p. 77.
[ 121 ] Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 104-105.
[ 122 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 138-139; Lind a Bryan, 2 y 7 noviembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/ 9507, /9511, /9513, /9532, /9556.
[ 123 ] G. Jay Rausch Jr., Victoriano Huerta, a political biography, tesis microfilmada inédita, s. l., University of Illinois, 1960, 290 p., ils., p. 174.
[ 124 ] Edith O'Shaughnessy, Huerta y la Revolución vistos por la esposa de un diplomático en México, traducción, prólogo y notas de Eugenia Meyer, México, Diógenes, 1971, 340 p., p. 57; Joseph Allen Flores, President Wilson's agents in Mexico, 1913-1915, tesis microfilmada inédita, Berkeley, University of California, 1959, 94 p., p. 40.
[ 125 ] Wilson a Tyrrell, 22 noviembre 1913, citado en Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, introducción de Harry Steele Commager y Richard Brandon Morris, New York, Harper and Row Publishers, 1954, 332 p., ils., mapas, p. 119. Arthur S. Link, La política de los Estados Unidos en América Latina, 1913-1916, trad. de Fernando Rosenzweig, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, 290 p., p. 73-74.
[ 126 ] Arthur S. Link, La política de los Estados Unidos en América Latina, 1913-1916, traducción de Fernando Rosenzweig, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, 290 p., p. 73-74.
[ 127 ] Charles C. Cumberland, Mexican Revolution, The constitutionalist years, Austin, University of Texas Press, 1972, 450 p., ils., p. 108.
[ 128 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 113-117; Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 108.
[ 129 ] Lind a Bryan, 11 noviembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9675.
[ 130 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 140; G. Jay Rausch Jr., Victoriano Huerta, a political biography, tesis microfilmada inédita, s. l., University of Illinois, 1960, 290 p., ils., p. 174-175.
[ 131 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 140-141.
[ 132 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 141; O'Shaughnessy a Bryan, 14 noviembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9705.
[ 133 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 141-142; O'Shaughnessy a Bryan, 15 noviembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9757.
[ 134 ] Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era, 1910-1917, introducción de Harry Steele Commager y Richard Brandon Morris, New York, Harper and Row Publishers, 1954, 332 p., ils., mapas, p. 120.
[ 135 ] Berta Ulloa, "Carranza y el armamento norteamericano", Historia Mexicana, v. XVII, n. 2, octubre-diciembre 1967, p. 253-262, p. 258; Michael C. Meyer, Huerta, a political portrait, Lincoln, University of Nebraska Press, 1972, XVI-272 p., 124.
[ 136 ] El País, 20 noviembre 1913, p. 1, 4.
[ 137 ] G. Jay Rausch Jr., Victoriano Huerta, a political biography, tesis microfilmada inédita, s. l., University of Illinois, 1960, 290 p., ils., p. 123.
[ 138 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 144-145; Lind a Bryan, 14 diciembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/10185.
[ 139 ] O'Shaughnessy a Bryan, 13 diciembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/10168.
[ 140 ] O'Shaughnessy a Bryan, 13 diciembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/10168; Lind a Bryan, 22 diciembre 1913.
[ 141 ] Testimonio de Lind, 27 abril 1920, Senate Documents, n. 285, 66 Cong., 2a. ses., p. 2350-2352, citado en George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 266.
[ 142 ] Alberto María Carreño, La diplomacia extraordinaria entre México y Estados Unidos, 1789-1947, 2 v., 20a. ed., México, Jus, 1961, v. 2, p. 247; George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 266.
[ 143 ] Edward P. Haley, Revolution and intervention: the diplomacy of Taft and Wilson with Mexico, 1910-1917, Cambridge/London, the Massachusetts Institute of Technology Press, 1970, 294 p., ils., p. 125-126.
[ 144 ] George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 253.
[ 145 ] William M. Rossiter, Mexican-American relations, 1913-1920: a reappraisal, tesis microfilmada inédita, Chicago, University of Chicago, 1952, 380 p., p. 90; G. Jay Rausch Jr., Victoriano Huerta, a political biography, tesis microfilmada inédita, s. l., University of Illinois, 1960, 290 p., ils., p. 178.
[ 146 ] Arthur S. Link, La política de los Estados Unidos en América Latina, 1913-1916, traducción de Fernando Rosenzweig, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, 290 p., p. 86.
[ 147 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 146; Bryan a Lind, 29 enero 1914, National Archives of Washington, 812. 00/10703.
[ 148 ] Berta Ulloa, "Carranza y el armamento norteamericano", Historia Mexicana, v. XVII, n. 2, octubre-diciembre 1967, p. 261.
[ 149 ] El País, 5 febrero 1914, p. 1.
[ 150 ] Lind a Bryan, 4 febrero 1914, National Archives of Washington, 812.00/10788.
[ 151 ] El País, 7 febrero 1914, p. 2.
[ 152 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 122.
[ 153 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 122; William M. Rossiter, Mexican-American relations, 1913-1920: a reappraisal, tesis microfilmada inédita, Chicago, University of Chicago, 1952, 380 p., p. 94.
[ 154 ] George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 257.
[ 155 ] Fletcher a Daniels, 4 febrero 1914, Daniels Papers, caja 39, citado en Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 170-171.
[ 156 ] Lind a Bryan, 3 febrero 1914, National Archives of Washington, 812.00/10778.
[ 157 ] Lind a Bryan, 24 febrero 1914, Wilson Papers, ser. 2, citado en Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 170-171.
[ 158 ] Lind a Bryan, 24 febrero 1914, National Archives of Washington, 812.00/ 10965.
[ 159 ] Page a Bryan, 11 febrero 1914, National Archives of Washington, 812.00/10860.
[ 160 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 153; Lind a Bryan, 5 febrero 1914, National Archives of Washington, 812.00-10792.
[ 161 ] Lind a Bryan, 6 febrero 1914, National Archives of Washington, 812.00/10818, /10819; Louis M. Teitelbaum, Woodrow Wilson and the Mexican Revolution, (1913-1916). A history of United States-Mexican relations from the murder of Madero until Villa's provocation across the border, New York, Exposition Press, 1967, 436 p., ils., p. 105.
[ 162 ] Lind a Bryan, 8 y 12 marzo 1914, National Archives of Washington, 812.00/11098, /11227.
[ 163 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 153; Lind a Bryan, 25, 28 y 31 marzo 1914, National Archives of Washington, 812.00/11326, /11327A.
[ 164 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 150-151.
[ 165 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 151-152; Lind a Bryan, 19 y 25 febrero/6 y 31 marzo 31 1914, National Archives of Washington, 812.00/10929, /10970, /11032, /11076.
[ 166 ] George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 258-260.
[ 167 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 119.
[ 168 ] Lind a Bryan, 19 marzo 1914, National Archives of Washington, 812.00/11218.
[ 169 ] Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 171-172.
[ 170 ] Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, 394 p. (Centro de Estudios Históricos, nueva serie, 12), p. 150.
[ 171 ] Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 172.
[ 172 ] Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 172-174.
[ 173 ] George M. Stephenson, John Lind of Minnesota, Port Washington (New York)/London, Kennikat Press, 1971, 398 p., ils., p. 261.
[ 174 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 122-123.
[ 175 ] Edith O'Shaughnessy, Huerta y la revolución vistos por la esposa de un diplomático en México, traducción, prólogo y notas de Eugenia Meyer, México, Diógenes, 1971, 340 p., p. 24-25.
[ 176 ] William M. Rossiter, Mexican-American relations, 1913-1920: a reappraisal, tesis microfilmada inédita, Chicago, University of Chicago, 1952, 380 p., p. 95-96.
[ 177 ] Henry Lane Wilson, Diplomatic episodes in Mexico, Belgium and Chile, Garden City, (New York), Doubleday, Page Company, 1927, p. 333, citado en Joseph Allen Flores, President Wilson's agents in Mexico, 1913-1915, tesis microfilmada inédita, Berkeley, University of California, 1959, 94 p., p. 47.
[ 178 ] William M. Rossiter, Mexican-American relations, 1913-1920: a reappraisal, tesis microfilmada inédita, Chicago, University of Chicago, 1952, 380 p., p. 95-96.
[ 179 ] Luis Lara Pardo, Matchs de dictadores, Wilson contra Huerta, Carranza contra Wilson, México, A. P. Márquez, 1942, 304 p., p. 71.
[ 180 ] John P. Harrison, "Un análisis norteamericano de la Revolución Mexicana en 1913", Historia Mexicana, v. V, n. 4, abril-junio 1956, p. 598-618, p. 603.
[ 181 ] Kenneth J. Grieb, The United States and Huerta, Nebraska, University of Nebraska Press, 1969, 234 p., ils., p. 123.
[ 182 ] John Lind, La gente de México, traducción de J. M. Coéllar, Veracruz, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1915, 34 p., p. 13, 27-28. John Lind escribió este libro dos años después de su misión en México. En él intentó esbozar la situación geográfica del país, sus orígenes étnicos, su historia, etcétera. De un modo tradicionalista condenó el carácter destructivo de la Conquista y explicó el porqué de la hostilidad de los mexicanos hacia los españoles. (Vid. Eugenia Meyer, Conciencia histórica norteamericana sobre la revolución de 1910, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1970, 236 p., p. 52-53.)
[ 183 ] John Lind, La gente de México, traducción de J. M. Coéllar, Veracruz, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1915, 34 p., p. 14.
[ 184 ] Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 126-127.
[ 185 ] Lind a Bryan, 15 noviembre 1913, National Archives of Washington, 812.00/9760.
[ 186 ] John Lind, La gente de México, traducción de J. M. Coéllar, Veracruz, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1915, 34 p., p. 12-13; Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 127-128.
[ 187 ] Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 128.
[ 188 ] Harry D. Hill, Emissaries to a revolution. Woodrow Wilson's executive agents in Mexico, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1973, 394 p., ils., p. 128.
[ 189 ] Larry D. Hill, "The progressive politician as a diplomat: the case of John Lind in Mexico", The Americas, v. XXVII, n. 4, abril 1971, p. 355-372, p. 372.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 6, 1977, p. 97-151.
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