Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

 

Barry Carr, El movimiento obrero y la política en México, 1910-1929,
2 v., traducción de Roberto Gómez Ciriza, México,
Secretaría de Educación Pública, 1976 (Sep-Setentas, 256-257).

Víctor López Villafañe


Por mucho tiempo fue frecuente analizar la Revolución Mexicana con vista al conjunto de las diferentes relaciones que surgieron en torno a los grupos participantes en la misma. Hoy más bien parece existir una tendencia a definir la Revolución de acuerdo con la perspectiva que tuvo cada uno de los sectores principales del movimiento y de sus relaciones con el conjunto.

Este estudio se inscribe dentro de esta última concepción y trata de analizar la participación del movimiento obrero durante los años de 1910 a 1929, que el autor considera formativos en las relaciones de los obreros y el poder político emanado de la Revolución. La tesis principal sobre la que desarrolla toda la investigación consiste en demostrar que, por su incapacidad para desarrollar una organización avanzada y un programa que representara el interés de toda la nación, la Revolución Mexicana no fue ni podía haber sido obra del movimiento obrero mexicano. Además, esta incapacidad sustentó la plataforma sobre la que se desarrollarían las relaciones posteriores de este movimiento y los gobiernos posrevolucionarios hasta 1929.

Son los sectores medios los que se opusieron al porfirismo y ellos son los que lograron la participación de los obreros. Las alianzas que se inician con Carranza, y que van a continuar hasta Calles, son en alguna medida reflejo de la debilidad de la organización de los obreros que necesitan patrocinadores oficiales que los representen políticamente.

Los obreros -nos dice el autor- pudieron ser incorporados a la lucha revolucionaria por tres factores importantes: numéricamente eran reducidos y no tenían una ideología predominante para influir a otros grupos; en segundo lugar, los caudillos revolucionarios sucesores de Madero sintieron la necesidad de impulsar las movilizaciones obreras para acrecentar su propio poder, y finalmente, la época revolucionaria no era la más adecuada para la organización sindical. Sin embargo, son las dos primeras condiciones las que sellan para el futuro el camino que tendrá que recorrer el movimiento obrero.

Para Barry Carr, la participación de los obreros en el movimiento revolucionario fue limitada. La represión ejercida por la dictadura de Porfirio Díaz impidió el desarrollo ideológico de la clase obrera dejándola incapacitada para organizarse y proponer un plan definido ante los acontecimientos y sobre todo, crear las bases para su sometimiento a los intereses de los caudillos revolucionarios. Por tanto, siendo un movimiento joven y débil, los obreros fueron fácil presa de las marejadas revolucionarias.

Divide en dos grandes etapas el estudio de las relaciones de los obreros con los gobiernos posrevolucionarios: una primera, que va desde el inicio de la Revolución hasta la creación de la CROM (Confederación Regional Obrera Mexicana) en 1918, en la que los obreros dan muestra de una gran confusión y de una gran inmadurez, lo que impide que se conviertan en un foco de acción política independiente, y una segunda etapa, que se da a partir de la fundación de la CROM, hasta 1929 en que entra en desintegración, que se considera como la parte medular del periodo formativo de las relaciones entre los obreros y los caudillos revolucionarios surgidos de la revolución. Esta etapa representa un avance en las relaciones, en la que los dirigentes obreros decidieron aprovechar la mayor debilidad de la clase trabajadora del país, para garantizar un futuro mejor mediante la alianza con personalidades políticas. En esta fase, la acción sindicalista directa fue suplida por una política de oportunismo creativo, en la que se reconocía la debilidad numérica de los obreros y la necesidad de actuar para conseguir patrocinadores oficiales que les permitieran tener una cierta representación política.

De esta manera, las alianzas más significativas se dieron con Obregón y Calles, que fueron las figuras más relevantes de la posrevolución, que encontraron en el movimiento obrero un gran apoyo para sus gobiernos todavía tambaleantes durante esta época.

La CROM apoyó la candidatura de Obregón en 1919, fecha que señaló la entrada definitiva de esta central en la escena política. El pacto que celebraron dio principio a un largo periodo de relaciones estrechas entre el movimiento obrero organizado y la coalición norteña de caudillos revolucionarios. A pesar de que Obregón no cumplió al pie de la letra el pacto celebrado con la CROM, ésta recibió señales inequívocas de patrocinio que la consolidaron como la organización que representaría en adelante los intereses de los obreros.

De esta manera la CROM y el Partido Laborista, que era su brazo político, se pueden considerar como las únicas organizaciones nacionales centralizadas que podían ser capaces de efectuar grandes movilizaciones de amplios sectores de la población. Esto lo demostrarían en la rebelión delahuertista de 1923 a 1924, cuando formarían destacamentos de obreros militarizados para defender la causa del gobierno obregonista y enfrentarse a los rebeldes. Más tarde, con motivo de la guerra cristera serían un apoyo importante para el gobierno de Calles.

Por otra parte, la CROM siempre fue vista con buenos ojos por la American Federation of Labor, que tenía interés en avalar la conducta reformista y colaboracionista que impulsaba las acciones de los líderes de esta central obrera. La AFL tenía interés en alejar al movimiento obrero mexicano de las doctrinas socialistas y anarquistas y conducirlo hacia el sindicalismo responsable, de que daban muestras las organizaciones obreras de Estados Unidos.

Hacia 1924, la CROM tenía una fuerza inigualable por alguna otra organización obrera nacional, de tal modo que en la candidatura de Calles el apoyo que éste recibió fue más importante que el que había obtenido cuatro años antes Obregón. Calles consolidó las relaciones con el movimiento obrero y permitió participar de su gobierno a los principales líderes obreros. La CROM sirvió además como instrumento del gobierno central para delimitar las fuerzas de acción de los poderes regionales, aunque con éxitos parciales, sobre todo por la falta de apoyo de obreros y campesinos de ciertas regiones y por la creciente tensión entre Obregón y Calles, que en los estados se manifestó de manera especialmente aguda por el choque de las fuerzas agraristas contra las ambiciones de los líderes de la CROM.

La alianza de Calles con la CROM llegó a ser tan poderosa que fue el punto de tensión en la sucesión presidencial de 1928, cuando se planteó la reelección de Obregón, que se había distanciado de los líderes obreros y que buscó un nuevo apoyo que equilibrara sus fuerzas con las de Calles. Este apoyo lo encontraría en los agraristas que también tenían razones para competir con la fuerza de la CROM, que por su parte se resistía a brindar su apoyo a Obregón para ser candidato presidencial. Éste titubeó y la promesa de Obregón de restarle consideración a la CROM en el futuro provocó que la máxima organización sindical de México entrara en una etapa de división y de crisis.

Álvaro Obregón fue elegido presidente, pero a los pocos días después de su victoria fue asesinado por un fanático religioso. Aunque en el fondo se vio la mano de la CROM, nunca se le pudo comprobar su complicidad en el crimen; sin embargo, los efectos serían funestos para el futuro de esta organización. En primer lugar, Calles tuvo que aceptar las renuncias de los principales líderes ante la presión del grupo obregonista, con lo que se iniciaba la crisis, que llevaría a la desaparición de la CROM. Se nombró como presidente provisional a Portes Gil, que tenía una vieja enemistad con la CROM, que databa desde los tiempos en que era gobernador de Tamaulipas, lo que agravó la situación de esta central.

Posteriormente Morones, que había sido el personaje predominante en la CROM desde su fundación, se opuso al proyecto de Calles de institucionalizar la Revolución al no querer participar en la creación del Partido Nacional Revolucionario. Con esto se aceleraba su proceso de descomposición, al alejarse del centro de la actividad política. Paulatinamente perdería el apoyo del gobierno y dejaría de ser la central obrera más poderosa del país, pero no cabía duda de que había servido como poderoso polo para la unidad del movimiento obrero en México en su etapa formativa.

Barry Carr, en este análisis del movimiento obrero mexicano, ha querido mostrar que la incapacidad de los obreros para desarrollar una organización y un programa de alcance nacional fue lo que permitió que los caudillos revolucionarios pudieran influir de una manera determinante en las relaciones que se desarrollarían posteriormente. El efecto no parece tener duda alguna, las relaciones de los obreros y el gobierno desde la revolución estuvieron selladas por un paternalismo y una sujeción a las políticas del nuevo Estado mexicano; sin embargo, la tesis que desarrolla como su causa finalmente parece no tener la fuerza suficiente para estructurar el resultado de estas relaciones.

El problema de si los obreros no tenían capacidad para hacer la revolución o influir determinantemente en ella, desde un punto de vista de debilidad numérica y organizativo, debe relacionarse no tanto con el desarrollo industrial y sus efectos sobre la organización de la clase trabajadora, sino más bien con la perspectiva histórica de cambio que tiene esa clase en relación con el conjunto de la sociedad en la que se está desarrollando. La posición de B. Carr, está mucho más cerca de la tesis clásica que se desarrolló en Europa durante el siglo XIX, a raíz de la Revolución Industrial, en la que un crecimiento en el desarrollo del capitalismo traía aparejado un aumento en el ejército obrero y en sus posibilidades de organización. En la práctica esto sucedió en los países con mayor desarrollo industrial, lo que en la teoría llegó a plasmar Marx, cuando medía la potencialidad revolucionaria de los trabajadores en relación con el desarrollo alcanzado. Sin embargo, más tarde, las propuestas leninistas de la revolución bolchevique dieron un giro en la estrategia de la lucha de los obreros; en esta nueva perspectiva, mucho más importante que tomar en cuenta el desarrollo del capitalismo es hacer avanzar las posibilidades reales de la toma del poder por los obreros. Buscar y ampliar a otros sectores la potencialidad revolucionaria de los trabajadores, inclusive en algunos momentos estableciendo alianzas con la pequeña burguesía, pero siempre orientándolas a la lucha del poder proletario. Por eso, no fue la falta de un programa nacional del movimiento obrero mexicano lo que imposibilitó que la revolución fuera una lucha por el poder obrero, sino más bien una falsa perspectiva histórica lo que delimitó su esfera de acción y lo que enajenó su participación al lado de los nuevos representantes del poder político después del movimiento armado. Las alianzas del movimiento obrero con los caudillos no se originaron por su debilidad y su inmadurez, sino por la importancia que representaba para el nuevo Estado mexicano controlar y utilizar esta poderosa fuerza dentro de la construcción del esquema de dominación.

Por tanto, la tesis de B. Carr, que relaciona directamente el grado de desarrollo industrial con la toma de conciencia de la clase trabajadora, parece alejarse de un análisis de la verdadera teoría de la revolución proletaria que analiza otros factores históricos que condicionan y determinan la actuación de los obreros.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 6, 1977, p. 209-212 .

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