Rosaura Hernández Rodríguez
A mediados del siglo XIV algunas ciudades alemanas del Mar del Norte se agruparon bajo el nombre de Deutsche Hanse para administrar mejor el comercio no sólo en el Báltico sino en la Europa central y meridional.
Por necesidades administrativas, se formaron cuatro distritos cuyas capitales eran: Colonia, Brunswick, Lübeck y Danzig.[ 1 ] La tercera de ellas llevó el liderato por muchos años. El distrito del cual Lübeck era cabecera, comprendía entre otras, las ciudades de Hamburgo, Bremen, Lunebourg, Kiel y Wismar.
Entre las ciudades capitaneadas por Colonia se anotan las principales de los Países Bajos, tales como Utrecht, Middelbourg y Ámsterdam, que pronto diversificaron sus intereses de la Hansa separándose de ella en 1472 con Ámsterdam a la cabeza.[ 2 ]
La Hansa dominó el comercio europeo durante los siglos XIV y XV pero, al finalizar éste, surgieron competidores que contribuyeron a minar su unidad.
Con el descubrimiento de América y las rutas marítimas hacia Oriente, nuevas potencias comerciales empezaron a formarse: Portugal, Holanda, Inglaterra. El comercio mundial que hasta entonces había sido controlado por dos grandes bloques, las ciudades hanseáticas en el norte y las italianas en el Mediterráneo, sufrió un cambio que vino a perjudicar a la Hansa que empezó a perder su monopolio de especiería de la India. También cooperó a su decadencia la rivalidad entre las ciudades del Mar del Norte y del Báltico. Pronto Lübeck ya no fue capaz de dirigir y controlar tan inmenso mercado. Brujas y Ámsterdam convertidas en rivales poderosas de la Hansa la desplazaron de sus mercados, a los cuales llegaban las valiosas mercaderías de las Indias Occidentales y de América, pues Ámsterdam se convirtió en el puerto intermediario entre España y el Báltico.[ 3 ]
Perdido este comercio, la Hansa enfocó sus intereses hacia Francia y Portugal. Con este último país consiguió, a principios del siglo XVI, privilegios considerables para la importación de madera destinada a construcciones marítimas.[ 4 ]
En acelerada decadencia, la Hansa aprovechó cualquier oportunidad para adquirir nuevamente preponderancia, si bien estos intentos le costaron no pocos disgustos. Las dificultades de carácter político-religioso entre los Países Bajos y España durante la segunda mitad del siglo XVI permitieron a la Hansa entablar negociaciones en Cádiz y Sevilla, los dos puertos más importantes para el comercio con América, buscando siempre los nexos más cercanos al nuevo continente.
Durante el siglo XVII continuó la desintegración de la Hansa y hacia1699 únicamente permanecían dentro de su confederación seis ciudades: Hamburgo, Bremen, Lübeck, Danzig, Brunswick y Colonia.[ 5 ] El siglo XVIII abrió nuevas perspectivas al comercio europeo en América. El contrabando y la piratería tendían a desaparecer transformándose en comercio legal mediante tratados con España.
El tratado de Utrecht permitió a Inglaterra obtener el monopolio del comercio de esclavos y el navío de permiso a la feria de Cartagena llevando quinientas toneladas de mercadería, que significaron mucho para el comercio legal. Por supuesto, el contrabando no se abandonó y los holandeses condujeron las mercaderías indianas a los Países Bajos.
El siglo XIX trajo nuevos acontecimientos que favorecieron el comercio mundial, como la teoría económica del libre cambio, además de la independencia de las colonias inglesas y españolas.
La Hansa, que observó de lejos el comercio de América desde su descubrimiento, no había podido intervenir directamente tanto por la disgregación de sus ciudades que durante la primera década del siglo se habían reducido a tres, Hamburgo, Bremen y Lübeck, como por la política española. Las dos primeras dirigieron sus operaciones comerciales hacia el Nuevo Mundo, en tanto que la tercera las enfocó a Suecia, Rusia y el Báltico. Pero todas permanecían unidas y sus barcos navegaban con bandera hanseática.
Durante las tres primeras décadas del siglo XIX, las ciudades hanseáticas intentaron reorganizar el comercio, y el mismo Napoleón I en su recorrido por Europa, propició la Confederación del Rhin en la cual buscóse la manera de aprovechar la unión mercantil que, si no dio los resultados que Napoleón esperaba, sí contribuyó a la posterior unidad alemana.
Bajo la dominación napoleónica, el comercio de Hamburgo se redujo al mínimo, sus habitantes soportaron contribuciones onerosas y, gracias a su incansable trabajo, pudieron recuperar su marina mercante.
El gobierno de Hamburgo se modificó dictándose una Constitución que organizó al Estado en la siguiente forma: el Senado ejercía el poder ejecutivo; la burguesía el legislativo, y los ancianos formaban una tercera potencia a la cual deberían someterse las leyes antes de pasar a la discusión de la burguesía. Con este sistema gubernativo, Hamburgo fue reconocida en 1815 por el acta del Congreso de Viena, como Estado libre e independiente y a la vez parte integrante de la confederación germana.[ 6 ]
Más tarde, a mediados de siglo, motines populares obligaron a estas ciudades a cambiar su forma de gobierno, de la oligarquía poderosa que las había gobernado durante siglos, a un sistema liberal que las acercó más a la unidad alemana.[ 7 ]
La política europea, por su parte, colaboró a modificar el panorama comercial, con nuevos intentos de asociaciones. El Zollverein o unión aduanera, surgida en 1833 por la necesidad de presentar un frente económico libre de impuestos internos, agrupó a Brunswick y a Francfort unificando sus aduanas. Prusia, por su parte, agrupó a Baviera, Sajonia y otras provincias y buscó salida al mar, pero se negaron a dársela Bremen y Hamburgo, que no formaron parte del Zollverein.
Para estas fechas se había establecido ya comercio con América encabezado por Hamburgo, primero con los Estados Unidos en 1828 y después con México en 1833, obteniendo muy considerables ventajas como veremos adelante.
El interés que nuestra república despertó en el comercio mundial nace desde su auge minero durante el virreinato. La exportación, tanto de metales preciosos como de materias primas, dio siempre una enorme ganancia a los comerciantes europeos, quienes enviaron al Nuevo Mundo productos manufacturados de los cuales sacaron tres o cuatro veces su valor: telas de algodón, tintas de Sajonia y Suiza, objetos de metal, tijeras, joyas falsas, dedales y cristalería alemanas.
Durante los primeros años del virreinato, el comercio de México fue celosamente guardado por la monarquía española, primero los Austria le negaron a Europa toda posibilidad de comercio directo con sus dominios, pero, con el advenimiento de los Borbón, los productos de las Indias españolas quedaron más al alcance del comercio internacional gracias a la Real Pragmática que Carlos III lanzó en 1778.
Por medio de este documento se declaró el "comercio libre" y se autorizó a las colonias a abrir más puertos a la navegación, se abolió el sistema de flotas y la introducción de productos extranjeros fue en aumento. Sólo hubo una excepción en este documento: Nueva España, que tardó ocho años en obtener permiso de la metrópoli para el tráfico mundial.
La "libertad de comercio" que la metrópoli otorgó tanto a los habitantes de Nueva España como a los extranjeros dio sus frutos. Los monopolios empezaron a tambalearse, puesto que con el sistema de flotas se limitó el número de barcos, de puertos y de lugares, situación que ofrecía a los ricos mercaderes la oportunidad de acaparar las mercaderías.
Todo el cargamento de la flota se estancaba en la feria de Jalapa durante año y medio, tiempo en el cual tanto mercaderes extranjeros como nacionales hacían sus transacciones.
El valor de las mercaderías de cada flota era apreciado por el oidor de la Audiencia de México, señor Eusebio Ventura Beleña, de dieciséis a veinte millones de pesos, monopolizados por diez, doce o veinte comerciantes ricos, valorizándose las transacciones de cien mil a más de dos millones de pesos. El resultado de esto era el encarecimiento de consumos y precios que reportaban beneficios únicamente a una clase social: la de los comerciantes ricos.[ 8 ]
La libertad de comercio mejoró la situación pero quedaban aún muchas restricciones y el comercio de las colonias españolas con Europa continuábase haciendo fuera de la ley. Los piratas ingleses y holandeses se encargaron de ello y Ámsterdam fue receptáculo de los botines.
La política internacional española se reflejó en el comercio y, en ocasión de estar en guerra España e Inglaterra, los comerciantes de Cádiz solicitaron permiso para trasladar efectos no prohibidos en buques nacionales o extranjeros procedentes de puertos españoles o de potencias neutrales. Una real cédula lo autorizó el 18 de noviembre de 1797, pero fue derogada dos años después en vista de que los beneficios habían sido para países enemigos en detrimento de España y sus colonias de América.[ 9 ]
La primera década del siglo XIX empezó con grandes ventajas para el comercio libre, pues se autorizó a casas comerciales establecidas en los Estados Unidos (Filadelfia, Nueva York, Boston y Baltimore) despachar mercaderías a Veracruz, La Habana, Caracas y Montevideo, siempre bajo pabellón neutral y sin restricciones de números de barcos y clases de mercaderías. Los resultados de estas medidas de emergencia fueron la introducción a Nueva España de gran cantidad de mercaderías extranjeras y la salida de metales, grana, añil y vainilla.
El consulado de México protestó indicando que estas medidas perjudicaban al comercio novohispano porque, si se tomaba a La Habana como puerto principal para la introducción de mercaderías extranjeras, los habaneros y otros mercaderes fomentaban el comercio ilícito perjudicando a la industria peninsular y colonial.[ 10 ]
Con motivo de la invasión napoleónica a la península ibérica, Inglaterra se convirtió en aliada de España y aprovechó la ocasión para negociar un tratado de comercio que fue discutido en las Cortes de Cádiz. Don Joaquín Maniau, diputado por Nueva España, opinó lo siguiente: que declarar comercio libre con Inglaterra y abrir puertos francos a esta nación en España y América sería la ruina de la metrópoli y sus colonias ya que la primera, ocupada en la guerra contra los franceses, no podría vigilar ni competir contra el inglés en cuanto a comercio, y que las colonias, carentes de marina mercante y de industria, eran fácil presa de la especulación inglesa y que no tenían la menor esperanza de poder competir con ella.
Además, veía el señor Maniau otro problema: si las colonias españolas hiciesen su independencia, Inglaterra tendría que hacer tantos tratados como naciones nuevas surgieran, mientras que si España mantenía la hegemonía, sólo se entendería con ésta. Consideraba también que para las colonias era más ventajoso mantenerse unidas, formar una marina mercante común para impedir el acceso directo de buques ingleses a ellas, lo que haría más fácil el comercio.[ 11 ]
El monto del comercio ilícito, calculado por el comerciante veracruzano don José María Quiroz en el año de 1817, llegaba a sesenta y dos millones de pesos dando a la nación una pérdida anual de más de quince millones por concepto de extracción de oro, plata, grana y añil, además de los derechos de entrada e internación de otros productos.[ 12 ]
Independizado México, nuestros primeros años como nación libre fueron de constante agitación. A pesar de ello, en la década de los cuarenta hubo un gran movimiento económico cuyo dirigente fue don Lucas Alamán. Fundó primero el Banco de Avío cuya existencia, si bien efímera (1831 a 1842), contribuyó a despertar el interés, tanto gubernamental como privado, por el desarrollo de la industria y el comercio de nuestro país.
Las naciones europeas, que veían en México un magnífico campo para sus inversiones y tráfico comercial, se apresuraron a firmar tratados comerciales con la joven nación. Inglaterra, Francia y Holanda, cuyos intereses mercantilistas son bien conocidos, fueron de las primeras. El príncipe de Sajonia hizo lo mismo teniendo como intermediaria a la Legación Mexicana cerca de su majestad británica, representada por don Manuel Eduardo de Gorostiza.
El tratado comprendía la libertad de comercio recíproco, la seguridad para los ciudadanos de ambas partes siempre y cuando se sometieran a las leyes del país donde hicieran sus operaciones. Tendrían como base para realizar su comercio las facilidades otorgadas a los demás extranjeros, que consistían en poseer bienes, venderlos, llevarse el producto de ellos, estar exentos del servicio militar, no ser molestados por causas religiosas y tener garantías para sepultar a sus muertos.
Este documento, firmado en Londres en 1831 por el representante mexicano y el de Sajonia, señor Jacobo Calguhoum, fue ratificado en México al año siguiente por el presidente de la República, don Anastasio Bustamante, y su ministro de Relaciones, don Lucas Alamán. Sirvió de base para el que firmó nuestro país una década más tarde con las ciudades hanseáticas.[ 13 ]
El hecho de que Hamburgo, Bremen y Lübeck se interesaran por el comercio de nuestro país confirma el empeño de Europa por obtener mercados americanos con los cuales las ciudades hanseáticas seguramente pensaron en rehacer su legendario poderío comercial.
La antesala para llegar a México fueron los Estados Unidos, a donde los barcos hanseáticos transportaban una cantidad considerable de pasajeros (en 1834 Bremen llevó 12 581 individuos repartidos entre Baltimore, Nueva York, Filadelfia y Nueva Orleans).[ 14 ]
En 1833 Hamburgo había desplazado a México veinte barcos y Bremen tres. El panorama se presentó halagador y se concertó un tratado comercial. Como México no tenía relaciones diplomáticas con aquellas ciudades, el tratado se firmó con la intervención del cónsul de ellas en Londres y el representante mexicano ante su majestad británica.
Puede observarse en el documento que las condiciones eran muy ventajosas para las ciudades hanseáticas ya que, si el tratado menciona buques pertenecientes a ellas que reciban todas las ventajas, en reciprocidad las embarcaciones mexicanas serían recibidas en iguales circunstancias en los puertos hanseáticos. Esto naturalmente fue imposible. Nuestra marina mercante difícilmente cubría el tráfico de cabotaje, menos, mucho menos, podía llegar hasta las costas del Báltico...
Las materias sujetas a comercio eran las que ambas partes consideraban de comercio legal. México acababa de dar a luz su arancel de aduanas de 30 de abril de 1842, en que reglamentó el cargamento de buques en país extranjero y la llegada de éstos a puertos mexicanos.
Sin embargo, las ciudades hanseáticas no estaban autorizadas a realizar el comercio de escala ni el de cabotaje, reservados exclusivamente a buques nacionales. A pesar de esto, se autorizaba a los ciudadanos hanseáticos (y en reciprocidad a los mexicanos) a comerciar al por mayor, por sí mismos o por sus agentes. Abrir tiendas y comerciar al menudeo también les estaba permitido siempre y cuando se sujetaran a las leyes mexicanas.
Aun cuando el comercio mexicano produjese ganancias considerables, había que precaverse de los trastornos que pudieran ocasionar las constantes asonadas militares. Para ello se previno que los ciudadanos hanseáticos quedaran exentos de servicio militar y sus propiedades garantizadas en caso de guerra.
Pero no solamente en el campo material pidieron garantías, sino también en el espiritual, pues siendo la religión católica la única tolerada en México, los protestantes hanseáticos quisieron practicar la suya libremente en el país adonde, por asuntos mercantiles, residirían algunos de sus ciudadanos, cuyos cuerpos había que resguardar también después de la muerte, asegurándoles un sitio donde sepultarlos y la garantía de que sus tumbas y funerales no serían molestados bajo ningún pretexto.
Doce años debería estar en vigor este curioso tratado que, autorizado primeramente por Anastasio Bustamante y después por Antonio López de Santa Anna, fue ratificado en México y Londres. Si el tratado con México no produjo los resultados deseados, es indudable que favoreció a la creación en 1847, de la línea naviera Hamburg Amerika Line, cuyos barcos mercantes constituían el tres por ciento de las embarcaciones extranjeras que llegaban a México. A pesar de ser pequeño este porcentaje, en 1856 Alemania alcanzó el tercer lugar en las importaciones de México con la cantidad de 1 860 000.00 pesos fuertes. Los primeros lugares fueron ocupados por Inglaterra y Francia.[ 15 ]
Santa Anna, en las postrimerías de su último gobierno (15 de agosto de 1855), ratificó otro tratado con Prusia, Sajonia y los miembros de la Liga Aduanera. A pesar de que este gobierno fue derrocado, su política comercial encontró apoyo en Ignacio Comonfort, presidente interino, que surgió de las filas revolucionarias de Ayutla y quien mandó circular dicho tratado en enero de 1856.[ 16 ]
La unión política de Alemania tardaría algunos años pero podemos considerar a las ciudades hanseáticas y a la Liga Aduanera como pioneras en las relaciones comerciales entre México y Alemania.
[ 1 ] Dictionnaire universel théorique et pratique du Commerce et de la navigation, 2a ed., 2 v., Paris, 1863, t. II, p. 18.
[ 2 ] Dictionnaire universel théorique et pratique du Commerce et de la navigation, 2a ed., 2 v., Paris, 1863, t. II, p. 18.
[ 3 ] Jaques Lacourt-Gayet, Historia del comercio, 3 v., Buenos Aires, 1954, t. II, p. 157-158.
[ 4 ] Dictionnaire universel théorique et pratique du Commerce et de la navigation, 2a ed., 2 v., Paris, 1863, t. II, p. 18.
[ 5 ] Gracia Batres de López Garduño, Historia del comercio, México, 1963, p. 69.
[ 6 ] Dictionnaire universel du commerce, de la banque et des manufactures, 4a ed., 2 v., París, 1850, t. II, p. 6-7.
[ 7 ] Marshall Whithed Baldwin, Carlton N. H. Hayes, et al., History of Europe, 3 a ed., New York, The Macmillan Company, 1957, p. 763-764.
[ 8 ] Luis Chávez Orozco, Informe del oidor de la Audiencia de México, don Eusebio Ventura Beleña, al virrey conde de Revilla Gigedo, apud Colección de documentos para la historia del comercio exterior de México , México, 1954, t. IV, p. 98.
[ 9 ] Luis Chávez Orozco, Introducción a la libertad del comercio en la Nueva España en la Segunda década del siglo XIX, México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1943 (Archivo Histórico de Hacienda), v. I.
[ 10 ] Luis Chávez Orozco, Introducción a la libertad del comercio en la Nueva España en la Segunda década del siglo XIX, México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1943 (Archivo Histórico de Hacienda), v. I. Comunicación del Real Consulado de México, 1o de junio de 1811, Colección de documentos para la historia del comercio exterior de México , v. I, p. 11-25.
[ 11 ] Luis Chávez Orozco, Introducción a la libertad del comercio en la Nueva España en la Segunda década del siglo XIX, México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1943 (Archivo Histórico de Hacienda), v. I, p. 28-42.
[ 12 ] Luis Chávez Orozco, Introducción a la libertad del comercio en la Nueva España en la Segunda década del siglo XIX, México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público (Archivo Histórico de Hacienda), 1943, v. I, p. 74.
[ 13 ] Manuel Dublán y J. María Lozano, Legislación mexicana, México, 1876-1890, t. II, p. 491-494.
[ 14 ] Dictionnaire universel du commerce, de la banque et des manufactures, París, 1850, t. I, p. 106-107.
[ 15 ] Miguel Lerdo de Tejada, El comercio exterior de México desde la Conquista hasta hoy (1853), México, 1853, v. I, p. 1.
[ 16 ] Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana , México, 1876-1890, t. VIII, p. 21-29.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, José Valero Silva (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 1, 1965, p. 135-158.
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