Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

FRAY VICENTE SANTA MARÍA.
BOCETO DE UN INSURGENTE OLVIDADO

Ernesto Lemoine Villicaña


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En el antiguo régimen

Su nombre se ha esfumado de los manuales de historia patria. Los autores clásicos que han escrito sobre la época que él vivió -Alamán y Bustamante, entre otros- apenas le dedican unas cuantas frases. El bicentenario de su nacimiento pasó desapercibido. En torno al sesquicentenario de su muerte, pocos historiadores se ocuparon de él, y eso de pasada y marginalmente, al enfocar su atención en figuras de más renombre y mayor fama pública, como Morelos, Rayón, etcétera.[ 1 ] Una densa sombra ha cubierto su memoria, y las generaciones que le sucedieron -incluso la nuestra- se han visto privadas de conocer los rasgos fundamentales que formaron y conformaron su carácter, el carácter de un hombre extraordinario, de un gran ciudadano, desbordante de mexicanidad, en una época en que manifestar con coraje tal modo de pensar y de sentir, y luchar por generalizarlo entre todos los que le rodeaban y que gemían subyugados bajo el complejo espiritual del coloniaje, significaba postularse como candidato a las cárceles de la Inquisición o al banquillo de la Real Sala del Crimen.

El que se extraviaran o permanezcan ocultos infinidad de papeles, escritos por él o sobre él, no excusa nuestra ignorancia acerca de su vida, fundamentalmente de su vida al servicio de la patria. Se han publicado valiosos testimonios, por desgracia perdidos en revistas y colecciones fuera del alcance del lector no especializado, con lo que, pese a la buena intención de los pacientes y distinguidos buceadores de archivos que nos han precedido en esta laboriosa y a menudo deslucida tarea, la biografía del personaje sigue permaneciendo casi inédita.

No es el presente, desde luego, un rescate. Por lo menos, no es el rescate que se merece el prócer; aquí sólo reunimos algunos cabos sueltos para que otras manos, indudablemente más hábiles que las nuestras, con mayor acopio de datos, con búsquedas más intensas en los repositorios documentales que encierran la esencia del México que fue, con reflexiones más profundas y atinadas, reconstruyan la figura, hoy todavía borrosa, del hombre cuyo recuerdo nos ha impulsado a pergeñar estas líneas.

Una glosa o resumen de la causa que por delitos contra la fe y por achaques de infidencia se le siguió en el Tribunal del Santo Oficio de México, texto redactado en septiembre de 1812, cuando la liberal Constitución de Cádiz había dispuesto ya la extinción de aquel organismo, nos brinda buen cúmulo de informaciones sobre su vida. Dicho escrito, cuyo original se halla en el Archivo General de la Nación[ 2 ] y fue publicado hace poco más de tres décadas,[ 3 ] se caracteriza por lo confuso, por la falta de secuencia cronológica y por obvios errores de amanuense que lo salpican de principio a fin. Extraer de ahí, con la mayor claridad, los datos más interesantes ha sido nuestro primer cuidado. Los puntos dudosos y las inevitables lagunas que se presentaron han sido subsanados, hasta donde fue posible, con otros documentos y testimonios, éditos e inéditos.

Fray Vicente Santa María (y no "de Santa María", como suelen citarlo algunos autores) vino al mundo en la ciudad de Valladolid, provincia y obispado de Michoacán, en 1755, el año del terremoto de Lisboa que tan singulares reflexiones arrancaría al cáustico Voltaire, del nacimiento de María Antonieta y de la publicación, por Eguiara y Eguren, de su celebérrima Bibliotheca mexicana. El dato, irrebatible, lo proporciona el mismo protagonista. En efecto, leemos en la fuente que nos sirve de guía: "En 4, 6 y 8 de octubre de 1810, se dieron a este reo las tres audiencias de oficio con sus respectivas moniciones, y dijo: llamarse fray Vicente Santa María, español, natural de Valladolid, de 55 años de edad y ser franciscano de la provincia de Michoacán".[ 4 ] Fue, sintomática coincidencia, coterráneo de Morelos, diez años mayor que éste, y casi de la misma edad que don Miguel Hidalgo.

Acerca de sus estudios y de los diversos cargos que desempeñó, el documento que analizamos ofrece algunos pormenores:

A pregunta sobre el discurso de su vida, dijo: que nació, como tiene dicho, en Valladolid, en donde estudió gramática, tomó el hábito y profesó; que estudió la filosofía en Celaya y la teología en Valladolid, en donde sucesivamente fue maestro de estudiantes; que fue opositor a las cátedras de su provincia; y acabada su carrera de lector, obtuvo las guardianías de Zamora y Salvatierra; que recorrió la costa del Seno Mexicano, Colonia del Nuevo Santander, con el destino de reconocer sus archivos para escribir la historia de la conquista hecha por el primer conde de Sierra Gorda, en la que gastó dieciocho meses, y levantó el mapa geográfico de aquel país, extendiendo, a su consecuencia, la historia de su fundación y progresos. Viajó asimismo por la Huasteca, por orden superior, y provincia de Sierra Gorda, con el destino de demarcar la mitra que se meditaba erigir en aquellas provincias, y levantó el mapa de demarcación; y que no había salido de estos reinos.[ 5 ]

Breve pero sustanciosa, la reseña arriba inserta nos ilustra bien acerca del curriculum vitae de Santa María, en el periodo anterior a 1800. Importa destacar de esa nómina de actividades, la que, a nuestro juicio, reviste el mayor interés: el viaje al Nuevo Santander y la obra intelectual que fue fruto del mismo.

En la última década del siglo XVIII, los hijos de don José de Escandón se propusieron perpetuar la memoria y justificar la actuación colonizadora de su ilustre progenitor, en tierras del actual estado de Tamaulipas, porque de tiempo atrás se venía notando una fuerte campaña que ponía en entredicho los méritos de aquella empresa y la integridad moral del hombre que la había acometido y conducido a su feliz término. A casi medio siglo de los sucesos, los interesados en dicha rehabilitación buscaron a un perito, así en materia científica como humanística, para encargarle la difícil tarea. Y lo encontraron en la persona de nuestro franciscano.

Santa María fue aviado por los Escandón para hacer un minucioso recorrido por el Nuevo Santander -que le llevó año y medio-, con el objeto de constatar, in situ, los progresos de las fundaciones del primer conde de Sierra Gorda y delinear el mapa de la Colonia ; luego, se le franqueó el archivo familiar para que reseñara la historia de aquel memorable suceso; y, por último, los mismos mecenas financiaron la publicación de la obra, aunque, por circunstancias que desconocemos, sólo se concluyó la primera parte de ella.

Mediando ligas de amistad y, naturalmente, una confianza ilimitada en el candidato escogido para escribir la historia de los hechos de don José de Escandón, es indudable que los patrocinadores tomaron en cuenta, primordialmente, las capacidades del individuo a quien iban a remunerar con munificencia por la tarea encomendada. Y a fe que no se equivocaron, pues Santa María cumplió a satisfacción plena su cometido, legando a la posteridad una obra de muchos quilates, no inferior a lo mejor que dentro del género se escribió en la Nueva España ilustrada y neoclásica del periodo inmediato anterior a la guerra de Independencia.

La Relación histórica de la Colonia del Nuevo Santander y costa del Seno Mexicano[ 6 ] fue el fruto admirable que cosecharon los Escandón de la comisión asignada a su protegido. En ella su autor, superando las limitaciones inherentes siempre a una obra de encargo y por añadidura apologética, nos regala con un texto en el que afloran, desde las primeras líneas, las ideas y los conocimientos de un escritor a quien horrorizan la vulgaridad y los lugares comunes, en la medida en que siente, como impulso vital, la necesidad de aportar, de reflexionar, de trascender. La Relación -endemoniadamente amena- muestra al excelente viajero, al observador agudo, al erudito enterado de las novedades bibliográficas dignas de consultarse, al ágil cronista y al pensador que, escamoteando con destreza los posibles respingos de la censura, desliza conceptos y comentarios de un trasfondo tal, que el conspirador de 1809 y el revolucionario de 1813 se hallan aquí ya casi manifiestos.

Se piensa que desde este viaje al Nuevo Santander -ha observado don Rafael López-, el padre Santa María, adentrándose en el sufrimiento indígena, ha de haber sentido en su ilustración de criollo los imperativos de conciencia que posteriormente lo llevaron a tomar parte activa en la abortada conspiración de Valladolid [...] cultivando la semilla que había de madurar frutos tan gratos en el otoño insurrecto de 1810.[ 7 ]

Otro aspecto, importantísimo, del pensamiento de Santa María en esta época (última década del siglo XVIII), consiste en la defensa apasionada que hace -igual que Alzate, Jefferson o Concolorcorvo- del paisaje, natural y cultural, de América, frente a la detracción europea de aquellos tiempos, tan sabiamente estudiada por Antonello Gerbi. La exaltación de las calidades y cualidades de lo americano es, como bien se sabe, el anticipo lógico a la apología de lo nacional, de lo nativo, con miras a desconceptuar todo lo proveniente del Viejo Mundo, incluyendo a España, especialmente a España. Y fray Vicente se inscribe, sin dudarlo, en esta fundamental línea de opinión.

La Relación, arquitecturada con ambiciosas pretensiones, no se publicó más que en mínima parte. De acuerdo con el plan original, constaría de cinco libros, pero únicamente salió el primero. ¿Los patronos suspendieron el financiamiento? ¿Santa María interrumpió el trabajo? No lo sabemos, aunque sospechamos que fueron poderosas presiones políticas las que echaron abajo ese vasto y generoso programa editorial. En efecto, la obra está dedicada al segundo conde de Revillagigedo, pero no logró concluirse en el tiempo del gobierno de éste, y el primer libro -único que conocemos- salió, gobernando ya el venal Branciforte, quien, por exceso de cinismo -o de rubor-, sentía una aversión pública por todo lo que se refiriera a su antecesor en el virreinato. No es difícil que el cuñado de Godoy haya parado en seco la impresión de una obra en la que no se le vertía a él ningún elogio. Recuérdese, además, que por esos años el ilustre Revillagigedo había caído en desgracia en la Corte de Madrid, al igual que su protector, el no menos digno Floridablanca.

La edición más accesible de la obra de Santa María es la que publicó don Rafael López, dentro de un vasto conjunto de documentos relativos al Nuevo Santander. El mapa que se inserta en esta compilación, fechado en 1792, parece ser el que Santa María dice haber delineado; en tal caso, no tendríamos menos que rendirnos ante las estupendas dotes cartográficas del enciclopédico franciscano.[ 8 ]

Cosa singular, en los albores del siglo XIX (precisamente por el tiempo de la visita de Humboldt), parece ser que las más delicadas e importantes comisiones geográficas se encomendaban a religiosos. El padre Pichardo, fray Melchor de Talamantes y fray Vicente Santa María destacaron en actividades de esa naturaleza, realizando trabajos que gustoso habría suscrito el célebre viajero alemán. Nuestro franciscano, como él lo dice en su declaración, citada páginas atrás, realizó otro viaje, hacia 1800, por la zona de la Huasteca, para levantar planos que se necesitaban ante la inminencia de la erección de una nueva diócesis que se proyectaba organizar en aquella comarca. El suceso nos interesa porque fray Antonio de San Miguel, obispo de Valladolid, tomó cartas en el asunto, redactó un drástico memorial -publicado por nosotros- [ 9 ] oponiéndose a la creación de nuevas mitras en el virreinato, y para reforzar sus argumentos solicitó que se le franqueara una copia del informe geográfico que había elaborado fray Vicente. Vale la pena reproducir el párrafo en el que San Miguel alude a Santa María:

Sobre este particular se formó expediente por ese Superior Gobierno en el año pasado de 1800, en que se dio comisión al teniente coronel de las milicias de Sierra Gorda, don Juan Antonio de la Llata y Castillo, para el reconocimiento ocular de aquel distrito e instrucción de todos los hechos necesarios para deliberar sobre la erección de tal obispado. Este sujeto casi se crió en la Sierra Gorda, en donde tiene haciendas y minas, y tuvo también relaciones estrechas con su cuñado, el conde de Sierra Gorda, gobernador que fue por tanto tiempo del Nuevo Santander; y llevó consigo al reverendo padre fray Vicente Santa María, que ya había reconocido otra vez por mar y tierra todo aquel país, con el fin de escribir su historia por encargo del mismo conde de Sierra Gorda. Parece, pues, que en este expediente se debe hallar toda la instrucción necesaria. Por tanto, suplico a vuestra excelencia se sirva mandar, que de mi cuenta se saque testimonio y se agregue a este expediente, a fin de que se tenga a la vista en el Supremo Consejo de las Indias en la resolución general de este gravísimo negocio.[ 10 ]

Las andanzas de fray Vicente no concluyeron con este viaje a la Huasteca. Su fama de competente topógrafo y de minucioso delineador de mapas, le deparó otra comisión geográfica, poco después de la muerte del obispo San Miguel, ahora hacia la zona de Chapala, con motivo de la transferencia de algunos curatos administrados hasta entonces por la mitra de Valladolid, que después de engorroso y largo litigio pasaron a la de Guadalajara:

En virtud de sus vastos conocimientos literarios y feliz disposición para un completo desempeño en todas materias, se le dio comisión por los señores jueces hacedores de esta Santa Iglesia, para la vista de los linderos de este obispado y el de Guadalajara; en cuya ocasión formó con el mayor acierto unas cartas geográficas muy útiles.[ 11 ]

Abad y Queipo, tan ligado al pensamiento de los criollos en la época que precedió al levantamiento de Hidalgo, debió haber simpatizado con Santa María, tanto por afinidad de ideas como por identificación en inquietudes culturales. Ambos hicieron un viaje juntos, en 1809, lo que dio pábulo, durante el proceso de Santa María, a sospechar del obispo electo en cuanto a su fidelidad a la Corona :

Por el año pasado de 1809, siendo guardián de Valladolid, le refirió este reo fray Vicente Santa María [a fray Manuel Agustín Gutiérrez, el denunciante], que cuando el obispo electo don Manuel Abad fue para Guanajuato, lo acompañó a Zinapécuaro, Salvatierra y hacienda de Panales; y recelaba que en aquel viaje tratarían ya de la insurrección proyectada.[ 12 ]

Resumiendo. Entre 1790 y 1809, nuestro personaje recorre buena parte del virreinato: Nuevo Santander, la Huasteca, Sierra Gorda, Guanajuato, el extremo occidental del obispado de Valladolid y, obviamente, gran número de curatos de esta diócesis, a la que sirvió primordialmente, por ser hijo de ella. Levantó varios mapas y redactó importantes informes de las tierras por él visitadas. No sabemos en qué archivo se encuentren esos insustituibles materiales; su hallazgo y publicación confirmarían, a no dudarlo, el alto concepto que ya se tiene de Santa María como una de las vigorosas ramas que contribuyeron a dar frondosidad al árbol de nuestra ilustración dieciochesca. Empero, no existe la menor constancia de que fray Vicente haya estado en las misiones del Nayarit, ni en California, ni mucho menos en el Perú.[ 13 ]

De vuelta por Michoacán, después de su excursión a la Huasteca, hacia 1801, su pensamiento empieza a manifestarse contrario al medio social, eclesiástico, político y económico que lo envolvía. Siente la asfixia, al igual que tantos criollos, de la falta de libertades que entonces, precisamente entonces, se aprecian como elementales e inherentes a la esencia del hombre como tal: creer, escribir, opinar, discutir. Ilusos y románticos, mas también realistas y temibles, estos novohispanos, cada vez más divorciados de su estirpe europea, sueñan con un cambio fundamental, en la vida anquilosada y rutinaria del país. Y la literatura emergida de la Revolución Francesa - la Revolución por antonomasia-, que se filtra en cantidades increíbles, pese a la vigilancia de aduaneros y censores policiacos, sirve de combustible, que aviva, más y más, el fuego interno que devora a aquellos espíritus inquietos. Con sólo pensar en el Hidalgo de esos años, podemos imaginar los impulsos que acometerían a nuestro franciscano. El molesto y ya insoportable traje con que había crecido y se deslizaba su existencia hasta alcanzar casi el medio siglo de ésta, lo enfermaba; y la muda de ropa, entonces, empezó a obsesionarlo.

"Hay tiempos de hablar y tiempos de callar", explicó una ocasión, en memorable frase -no original, por cierto-, don Carlos María de Bustamante. Pues bien, en un momento de su vida, Santa María lleg ó a la conclusión de que había callado durante mucho tiempo y que, en consecuencia, no podía ya enmudecer más. Y habló. Habló hasta desgañitarse. Habló hasta ir a dar con sus huesos en la cárcel.

La pequeña historia de la lengua suelta del michoacano se encargó de puntualizarla una nube de polizontes y delatores -aunque algunos vistieran el traje talar o el hábito religioso- quienes, para descargar su conciencia, según explicaron a los señorones del Santo Oficio, acudían a las oficinas del Tribunal a denunciar conversaciones tenidas con fray Vicente, algunas ¡hacía diez años! ¡Y aún no se inventaba la grabadora! Repasemos unos cuantos de los exabruptos que, de acuerdo con sus malquerientes, produjo Santa María durante la primera década del siglo XIX.

Un tal Vicente Venegas, en declaraciones rendidas los días 28 de agosto y 19 de septiembre de 1811, dijo:

Que habrá nueve o diez años, que estando de administrador de Reales Rentas en Valladolid de Michoacán, concurría en cierta casa con fray Vicente Santa María [...] que era muy jocoso en su conversación [...] [y] le dijo en buenos términos, aunque no tenía presente en los que se explicó: Que el Sacramento de la Eucaristía no era más que oblea.[ 14 ]

Surge así, en las denuncias de sus contemporáneos, el rebelde que sería tachado, con machacona insistencia, de hereje, volteriano e infidente. Claro, no había ánimo para juzgarlo en el aspecto de su sentido del humor, que derrochaba con la misma mordacidad que el filósofo de Ferney; como cuando, el 15 de septiembre de 1805, en la villa de Zamora, le oyó decir un fray Manuel José de Sixtos que el día que "San Agustín habló de aquel lugar a donde van a parar los niños que mueren sin bautismo, seguramente padecía alguna indigestión" y que "ciertamente, nada tenían éstos que ver con que Adán hubiese comido o no manzanas".[ 15 ]

Bajo los efectos del célebre sermón del padre Mier -con el que Santa María guarda un singular paralelismo-, nuestro hombre, al decir del mismo Sixtos, "en concurrencia de oídos piadosos, intentó privar a esta América de la gloria que cuenta en la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, atribuyendo este prodigio al arte de pintar".[ 16 ]

Dicharachero, irónico, expansivo, comentador en público de autores archiprohibidos, incapaz de silenciar sus opiniones políticas, de una conducta que no podía menos que escandalizar a la sociedad provinciana que lo atisbaba, Santa María, cada vez más audaz, se acercaba a las mazmorras de la Inquisición. El presbítero Mariano Roberto Kiervan, desde Guanajuato, informó que su antiguo compañero de religión "era de vida relajada, pues habiendo tenido un hijo en una niña decente de Valladolid, tuvo el arrojo de bautizarlo para disimular con los padres de ella el amancebamiento".[ 17 ] Y otro denunciante, fray Mariano Olmedo, recordaba que en tiempos del virrey Azanza, el venerable obispo San Miguel hubo de reprender severamente a fray Vicente, por los enredos e intrigas que fraguaba, pues era "muy ligero, mal intencionado y revoltoso [...], notado de incontinencia con las mujeres", y que "siendo vicario de las capuchinas de Valladolid, fue quitado por representación de la abadesa".[ 18 ]

Sería interminable y farragosa la enumeración de los cargos que se acumularon contra el ilustrado Santa María. Algunos, desde luego, eran puras falsedades; otros, no dejaban de ser futesas y nimiedades, propias de gente asustadiza y mojigata que deseaba hacer méritos con el poderoso en turno, a costa de un hombre en desgracia, encarcelado y procesado. Porque, hay que advertir, la acumulación de testimonios perjudiciales a fray Vicente sólo se hizo manifiesta a partir de su aprehensión, el 21 de diciembre de 1809, al descubrirse la conjura de Valladolid. No en su momento, sino a posteriori, y a veces con muchos años de retraso, los viejos conocidos de Santa María, removiendo su memoria, empezaron a desfilar por el Tribunal de la Fe para relatar, con abundantes pormenores, las herejías, blasfemias y picardías que, en tal o cual ocasión, le habían escuchado al ahora reo; y es que los señores inquisidores se empeñaban en reforzar el ya de por sí grave delito de infidencia que pendía sobre la cabeza del acusado, echando mano de las consabidas faltas contra la fe, para por ese medio hundirlo definitivamente.

Con lo anterior no queremos decir que Santa María haya sido ajeno a cuanto le achacaron sus perseguidores; es más, lo consideramos un factor de primer orden en los sucesos que se adelantan y preparan el movimiento armado de 1810. Lo que nos subleva es verlo reducido a defenderse de cargos banales, santurrones y anodinos, cuando lo que afloraba en él, esforzándose por sofrenarlo, era su espíritu modernista, renovador y revolucionario, bien avalado con su recia cultura y con sus avanzados pensamientos políticos. Es este aspecto, en consecuencia, el que hay que analizar, como el más sugestivo y trascendente de cuantos tocaron los pesquisidores a los que se enfrentó entre los años de 1809 y 1812.

Pasemos de largo por los acontecimientos que todo el mundo sabe de memoria: la Enciclopedia, el auge de la filosofía y de la economía política, el surgimiento de los Estados Unidos, la Revolución Francesa, Napoleón, España en 1808, la caída de Iturrigaray, Primo Verdad y Talamantes, etcétera. A mediados de 1809, Valladolid -la futura Morelia- era un hervidero de rumores, zozobras, comentarios a media voz y "tertulias" en las que, entre sorbo y sorbo de aromático café de Uruapan, se fustigaba al régimen y se planeaba la forma de intentar un cambio. Las ramificaciones de esta idea -sólo idea- se extendieron a más de una veintena de poblaciones, según lista que cayó en manos del intendente,[ 19 ] y aparecieron involucrados en ella personajes de tanto relieve como don Juan Antonio Riaño y el obispo electo Abad y Queipo. Santa María fue elemento fundamental en este peligroso juego. ¿Qué pensaba entonces? ¿Cómo se comportaba? ¿Qué conceptos externaba? Algunos de los individuos en quienes se confiaba nos lo van a decir.

Don Francisco de la Concha y Castañeda, cura del Sagrario de Valladolid -el mismo que a mediados de diciembre delataría la conjuración-, declaró, a pregunta especial que se le hizo, que "al tiempo que se supo en Valladolid la revolución de España y la traición de los franceses", escuchó de Santa María algunas expresiones "que denotaban infidelidad a la casa reinante de España e indiferencia sobre que fuera destronada"; y en otra ocasión, a solas,

lo oyó referir la proposición de Voltaire, con seguridad de que éste era su autor, de que los reyes eran unos ociosos que en un rato de indigestión decretan la muerte de cien mil hombres ; pero esto con entusiasmo y con el ardor propio de su genio, tanto que llegó a sospechar que la adoptaba. Que en otras varias ocasiones le oyó discurrir sobre la Revolución de Francia, en términos que sospechaba que la aprobaba por útil y conveniente a la nación francesa para la reforma de su gobierno; asegurando de que dos eclesiásticos de conocida literatura, patriotismo, autoridad y circunspección [¿Abad y Queipo e Hidalgo?] eran de los mismos sentimientos que él.[ 20 ]

La réplica que a su debido tiempo dio Santa María a esta acusación es interesante porque, si bien empleó hábil dialéctica para escabullirse de los cargos que le resultaban de albergar ideas tan peligrosas, se mantuvo firme en sus opiniones sinceras tocantes a la Revolución Francesa y a las repercusiones mundiales de este enorme acontecimiento. Por ello, incluimos su respuesta en nuestro apéndice (doc. IX).

Las vergonzosas abdicaciones de Bayona, la imposición de José Bonaparte, el avance arrollador del ejército francés, la resistencia del pueblo español, las juntas patrióticas, el caos, en fin, en que se hallaba sumergida la península, no eran sucesos cotidianos que pudieran dejar indiferentes a los criollos novohispanos, deseosos de tomar la iniciativa frente al triste espectáculo de una autoridad metropolitana que se había desmembrado. Santa María opinó entonces, sin brizna de sentimentalismo: "¿De qué nos admiramos que los franceses intenten usurpar la España ; no es esto lo mismo que ejecutaron los españoles con la América ?"[ 21 ] Y por los mismos días escribió una extraña carta, que más tarde figuró en los autos del proceso, en la que, con mucho juego de palabras, planteaba el siguiente problema: "Nuestra sociedad civil padece un mal gravísimo que, para curarse, debe discernirse: su raíz se salva en la falta del rey, que es la cabeza". No dice, por supuesto, cuál deba ser la medicina para remediar esa enfermedad, pero el buen entendedor no necesitaba de mayor explicación. Incluimos el texto completo de la carta porque, pese a lo neblinoso de sus conceptos, descubre algo de la psicología de un criollo del ochocientos, renuente a seguir aceptando el sistema político-social dirigido por una monarquía sin monarca y por una metrópoli desquebrajada.

Entre septiembre y diciembre de 1809 y entre tertulia y tertulia, Santa María, los hermanos Michelena, el capitán García de Obeso, el licenciado Soto Saldaña, el señor Ruiz de Chávez y otros vallisoletanos de cierto renombre social se entregaron a la espinosa tarea de conspirar para crear una Junta de Gobierno, manejada por los criollos, que rigiera la Nueva España, a nombre del cautivo Fernando VII, mientras la metrópoli volvía a su cauce normal.

Harto sabido es el desenlace de este proyecto y no vamos a detenernos en él. Miles de fojas, mucha tinta, apabullante verborrea y un increíble esfuerzo de decenas de escribanos se gastaron, a raíz de la aprehensión de los conspiradores (21 de diciembre), para descubrir los hilos del tenebroso plan y deslindar responsabilidades. Y todo resultó tan confuso, tan caótico, tan enrevesado y tan ayuno de lógica, que, a medida que el expediente engordaba, se caía en la cuenta de que hasta el bueno y piadoso arzobispo-virrey podía quedar dentro de la lista de sospechosos del delito de infidencia. Y es que los verdaderos comprometidos, frustrado su plan, desquitaron su rabia ante sus jueces, mostrándose como blancas palomas y enredando, lo más que pudieron, la exposición de los actos en que se vieron envueltos. Véase al respecto, una de las piezas clave de este proceso: la defensa conjunta de Santa María, José Nicolás Michelena, García de Obeso y Soto Saldaña (doc. VII).

Conviene, sin embargo, no perder de vista los pasos de nuestro Santa María durante aquellos días de misteriosas confabulaciones en la soñadora y apacible ciudad de Valladolid.

El clima que se respiraba -por lo menos el que respiraba fray Vicente- era de franca disolución social. El 15 de diciembre escribía a un amigo:

En la noche de anteayer tuvimos a todos los criollos de esta capital sobre las armas, en las calles y en sus casas, decididos, según se explican, a morir en defensa de su suerte última, la tropa toda -en la parte de criollos-, los muchachos y hasta las mujeres. El origen de todo fue una voz que soltó y voló, de que los chaquetas habían tenido una junta [...] [para] asesinar a los criollos de algún caudal [...] para por este medio hacerse del reino, ganando al vil pueblo con la plata.[ 22 ]

Rumores de esta naturaleza, fundamentados o sólo imaginados en la mente febril de individuos descontentos que en el fondo desean que así ocurran las cosas, es lo que va alzando, paulatinamente, el teatro de una revolución.

Más aún, Santa María lo gritaba -o apretaba la garganta para no gritarlo, que es lo mismo- a cuantos se le acercaban, porque él era la revolución, revolución hecha idea y ensueño, suspiro y pesadilla. Cualquier incidente lo ponía en vilo, como uno que ocurrió la mañana del 14 de diciembre. Tenía fray Vicente un mocito de unos doce años de edad, a quien solía llamar "mi pilguanejo", que fue apresado "porque no había pagado el tributo"; al enterarse del atropello, corrió furioso hacia la cárcel "y al llegar a la Plaza, tuvo impulsos de gritar a la plebe para conmoverla, diciendo: ¡Síganme, que ya no hay tributo ni rey a quien pagarlo!", y sólo se contuvo "por no causar un alboroto y un parto fuera de tiempo".[ 23 ]

Era materialmente imposible que disimulara su encono o contuviera su lengua. A dos conocidos suyos, refiriéndoles el percance, les anunció "que ya asomaba por varias partes la insurrección o revolución y amagaba la Independencia, pero que sentiría que no tuviese principio en Valladolid, añadiendo que para este efecto ya había planos para la defensiva y ofensiva [...] que ya la mecha estaba prendida y sólo faltaba que reventase la bomba".[ 24 ]

Y en verdad, la bomba iba a estallar el 21 de diciembre. La víspera, Santa María escribió una carta dirigida a una misteriosa -porque no sabemos de quién se trata- "Mi amada señorita", cuyo original hemos manejado, en la que le dice: "Mañana 21 de éste tengo que predicar en la función de la mañana"; y al final se despide con este párrafo: "No puedo dilatarme más, porque tengo la desgracia, ahora como en otras veces, de que vienen los enviados de usted cuando estoy enredado en otros asuntos de que no puedo prescindir, como la función de mañana".[ 25 ]

Generalmente se acepta que don Mariano Michelena era el jefe del movimiento vallisoletano de 1809, pero hay razones para pensar que el director psicológico e intelectual de la conspiración y, con mucho, el personaje más relevante e impetuoso de aquel grupo, era el padre Santa María. Tanto, que, descubierta la conjura, el primero sobre quien cayó la mano policiaca del intendente fue nuestro fraile, al concluir el sermón que predicaba en la iglesia del Carmen, en la mañana del 21 de diciembre. Y con su captura se inició la "cacería de brujas" de aquella jornada, en forma parecida a la que había ocurrido en la capital en septiembre del año anterior.

Fray Vicente sufrió arresto durante varios meses en el convento del Carmen de su ciudad natal. En los interrogatorios a que fue sometido, negó, sistemáticamente, como todos los demás conspiradores, sus intenciones subversivas. Uno y otros se auxiliaban, a través de sus declaraciones, restando importancia a las reuniones que habían tenido y a la temática tratada en ellas; pero es curioso que los hermanos Michelena, bien coordinados, no encontraron mejor argumento para exculpar a Santa María de toda responsabilidad y desviar de su persona la atención que parecían mostrar los pesquisidores, que exhibirlo como un individuo ligero de cascos, frívolo, inconstante, poco serio, imprudente y bufonesco, que sólo servía de diversión en las tertulias. Así, en declaración de 6 de enero de 1810, ante la pregunta de "si al padre Santa María le oyó alguna vez explicarse de modo que manifestara deseo de una revolución en este reino y mala voluntad hacia las cosas de España, deseando que ésta y sus aliados pereciesen", don Mariano respondió:

que aunque le oyó varias especies relativas al contenido de la pregunta, nunca creyó que fuese ésa su intención, puesto que era tal el ardor que tomaba en estas cosas y tan pronto se le apagaba, que unas veces creía perdida [a] España y otras tenía por imposible que se perdiese, por lo cual nunca formó idea de sus producciones ni servía de otra cosa que de diversión en la casa de su hermano.[ 26 ]

Más explícito, don José Nicolás amplió el dicho de don Mariano, en declaración rendida el día 13 del mismo mes y año:

Que [fray Vicente] es un hombre que siempre ha servido de diversión en su casa y que si se hubiese de hacer caso en sus producciones, sería necesario tenerle por loco; que como el mismo padre conocía muchas veces que se le hacía burla, se despedía frecuentemente para no volver, diciendo que no podía tratarse con el que declara porque tenía la alma complicada y otras expresiones respectos de los otros.[ 27 ]

Es probable que, delante de sus jueces, Santa María se haya visto beneficiado con este ingrato boceto espiritual que de él presentaron los Michelena, pero estamos seguros que no debió agradecérselos en ningún momento, y que en más de una ocasión ha de haber exclamado: "¡Por favor, no me defiendan compadres!" Porque su personalidad y su valer eran mucho más enjundiosos que aquella ridícula estampa que pintaron sus colegas de confabulación y de cautiverio. Y es de sentirse que, por lo menos don Mariano Michelena, no hubiera modificado sustancialmente su opinión, porque muchos años más tarde, cuando compuso un relato de los sucesos de 1809 -muy adornado y adaptado al tono de la literatura patriótica que se puso en boga después de 1821-, achacó en parte a la imprudencia y a la lengua suelta de fray Vicente el que el plan hubiera sido descubierto: "Y el padre Santa María, que era muy exaltado, picándolo los europeos, se explicó fuertemente a favor de la independencia, de todo lo cual, por las sospechas que había contra nosotros [...] se dio parte al gobierno, el cual mandó ejecutar la prisión del padre Santa María y la averiguación contra nosotros".[ 28 ]

Lizana y Beaumont, hábil y cauteloso, minimizó la importancia de la conspiración de Valladolid para evitar que las pasiones se exacerbaran y que aquel frustrado intento atrajera el interés de la opinión pública. Los castigos a los innodados fueron relativamente leves -si recordamos el trágico final de Primo Verdad y Talamantes-, y aunque Santa María siguió preso en el convento del Carmen, no debió haber sido angustiosa su situación, porque tenía libertad de moverse, de hablar con quien lo visitara y de seguir renegando contra el régimen colonial. Por lo menos, tal se desprende de un informe confidencial, fechado el 19 de febrero de 1810 y dirigido al arzobispo-virrey, en el que se exhibe a fray Vicente como un individuo de enorme peligrosidad, incurable en la manía de no reservarse sus opiniones políticas. La Junta de Seguridad y Buen Orden, a la que Lizana, por cubrir el expediente, turnó esta nueva queja, dictaminó, en 27 del mismo mes, que se hiciera más rigurosa la prisión del franciscano, "poniéndolo en una pieza reservada, sin permitirle que conteste con nadie, ínterin se le toma la confesión".[ 29 ]

Mas, como todo es contradictorio en este confuso asunto, y lo que unos ven negro otros lo miran blanco, fray Mariano de la Concepción, prior del convento del Carmen, certificó, en 15 de junio, que durante el tiempo que Santa María sufrió reclusión en dicha casa, "no se le advirtió cosa alguna que desdijese a su modestia y religiosidad; ni en sus acciones, palabras y modo de proceder dio motivo, el más mínimo, de sospecha en las críticas circunstancias en que se hallaba".[ 30 ]

¿Dónde estaba la verdad? ¿En el informe de 19 de febrero o en el de 15 de junio? Lizana se había adelantado a calificar. Haciéndose el sordo ante el dictamen de la Junta de Seguridad, aprobó un trato más benigno a fray Vicente, mismo que le comunica el teniente letrado de Valladolid, don José Alonso Terán, en carta de 5 de marzo:

El padre fray Vicente Santa María[...] pretendió se le permitiese andar por el convento y quitase la guardia bajo la correspondiente fianza de carcelaria, por sus enfermedades, de que consta, y por evitar el sonrojo de que por él solo permaneciesen los soldados en el convento. Accedí a esta solicitud[...] y espero que vuestra excelencia tendrá la bondad de aprobarla.[ 31 ]

Poco después se le ampliarían los límites de su prisión, asignándosele la ciudad por cárcel.

Sin embargo, en la capital, la benignidad y la parsimonia del arzobispo eran contrarrestadas por la Junta de Seguridad y por el Tribunal del Santo Oficio quienes, de propia cuenta, seguían haciendo averiguaciones y acumulando cargos para perjudicar lo más posible y a espaldas del alto prelado al padre Santa María. La suspensión de Lizana en su cargo de virrey (8 de mayo) vino a favorecer esos designios, y la Audiencia Gobernadora dispuso que los principales comprometidos en la intentona de Valladolid fuesen trasladados a la ciudad de México, donde habrían de continuarse sus respectivas causas, ahora con nuevos elementos de juicio, redoblado número de testigos de cargo y una mayor saña persecutoria.

Fray Vicente fue encerrado en el convento de San Diego, y mientras su sobrino, cura de Atoyac, de idéntico nombre y apellido, atendía su defensa en Valladolid, acumulando certificaciones favorables a su conducta, para remitirlas a México, aquí Santa María nombraba como defensor, nada menos que a don Carlos María de Bustamante. De las gestiones que éste realizó en favor de su cliente, publicamos en el apéndice (doc. VI) un ocurso en el cual pide que, atendiendo la mala salud de aquél, se le transfiera del convento de San Diego al de Santiago Tlatelolco, por ser este último más amplio, más aireado y de temple más apropiado para una persona enferma. La petición no fue atendida, pues Santa María siguió recluido en el de San Diego.

Ya sin la protección de Lizana, fray Vicente quedó a merced de la autoridad civil, que por medio de la Sala del Crimen de la Real Audiencia -asesorada por la Junta de Seguridad- abrió formalmente a nuestro personaje la causa de infidencia, tantas veces obstruida por la benévola interferencia del arzobispo-virrey. Y el asunto transcurría en medio del papeleo y la rutina característica en ese tipo de negocios, cuando el Santo Oficio, que venía trabajando en reunir testimonios adversos a la ortodoxia del franciscano, decidió entrometerse para que, junto con el civil o político, se le formara también al reo un proceso religioso. Así, el 1o. de septiembre de 1810, el inquisidor decano solicitó del presidente de la Sala del Crimen que Santa María quedara a disposición del Tribunal de la Fe: "Pasado dicho oficio[...] a la Real Audiencia Gobernadora, su alteza, en 5 del mismo, contestó que lejos de encontrar reparo en dicha solicitud, la estimaba por conveniente, con tal que el Tribunal lo tuviese a disposición de su alteza para terminar la causa".[ 32 ] Y en la noche del 18, previo el secuestro de sus papeles, hallados en la celda que ocupaba del convento de San Diego, Santa María fue conducido a las cárceles de la Inquisición.

Para entonces había ya estallado la rebelión del cura Hidalgo, lo que contribuyó a hacer más duro el cautiverio de cuantos encausados por delitos de infidencia se hallaban en manos de jueces realistas. A Santa María, incluso, no dejó de ligársele con el movimiento de Dolores, y algunos polizontes declararon que lo habían escuchado inquirir, desde su celda, sobre el desarrollo de la revolución. Pero nuestro hombre siguió defendiéndose con tenacidad. Los días 4, 6 y 8 de octubre, se le dieron las tres audiencias de oficio, en las que negó los cargos más sustanciales que se le hacían y se mantuvo en su inconmovible postura de inocente, incapaz de romper un plato. Todo el año de 1811 y los nueve primeros meses de 1812, transcurrieron en medio de engorrosas, complicadas e inútiles diligencias; se llegó al grado de amenazarle con tormento para que confesara sus ligas con los rebeldes y la verdadera participación que tuvo en la conjura de 1809, mas no se arredró y, pese a sus males físicos, los inquisidores no lograron doblegarlo.

Así las cosas, y mientras la Nueva España ardía en guerra feroz y devastadora, llegó la noticia de la promulgación de la Constitución de Cádiz, que el virrey Venegas y todas las corporaciones en que se sustentaba el gobierno realista hubieron de aceptar y jurar, bien que de mala gana y con todo el intento de aplicarla lo menos posible. El código liberal suprimía de una plumada, entre otras instituciones de triste memoria, tanto las juntas de Seguridad que perseguían los delitos de infidencia como el Tribunal del Santo Oficio. Santa María salía, consecuentemente, de las garras de los inquisidores, para quedar en manos de jueces civiles que, limitados en sus atribuciones por la propia Constitución, necesariamente tendrían que actuar con menos severidad. Y dada su condición de eclesiástico, no se le arrojó en la cárcel pública, sino que se le confinó, de nueva cuenta, en su ya familiar reclusorio: el convento de San Diego.

El cambio de domicilio penal de fray Vicente debió haber ocurrido en septiembre de 1812, casi al tiempo de la jura de la Constitución en la capital. En efecto, el 28 era promulgado por Venegas el bando en que se estipulaban las solemnidades que deberían presidir ese trascendental acto, que se llevó a cabo, tal y como se había dispuesto, el día 30. Pero, poco antes, los inquisidores, a fin de que no se les escapara el reo, trataron de llevar el proceso a sus últimas consecuencias. El 1 o. de septiembre todavía tuvo lugar otra audiencia en la que Santa María, asistido de su abogado (que ya no era Bustamante) negó, por enésima vez, nuevas acusaciones que se le hacían. El día 7, los calificadores ratificaban los cargos hechos en la sumaria, y añadían "que este reo era hereje formal sacramentario [...] y que las respuestas que dio [...] a las publicaciones posteriores confirman la calificación en sumario. Que es el estado que tiene esta causa y cuanto de ella resulta". Finalmente, días después, los inquisidores formulaban la acusación, que también incluimos en el apéndice (doc. VIII) para que el lector se familiarice, una vez más, con este tipo de literatura, ridícula, fofa y anacrónica, engendrada en pleno siglo XIX por unos hombres que perseguían a otros, hermanos suyos de raza y de cultura, atribuyéndoles los más aberrantes delitos, sólo por el hecho de empeñarse en liberar de sus cadenas a un pueblo entero -su pueblo-, esclavizado, contra los más elementales derechos, desde hacía tres centurias.

La libertad individual que garantizaba la Constitución de Cádiz no podía convertirse en realidad, mientras en México gobernara un Venegas o un Calleja. La atmósfera de la capital siguió siendo irrespirable para los verdaderos patriotas, por lo opresiva, por lo hispánica. Así lo comprendió Santa María, y en los últimos días de 1812, en su celda de San Diego, adoptó la decisión extrema de su vida: huir de aquella insoportable ciudad realista, para ir a brindar sus servicios al campo de la revolución. Bustamante, con quien no dejó de tener contacto, le acababa de dar el ejemplo a seguir: justo, en diciembre, salía furtivo en dirección al campamento de Osorno. Un mes después, fray Vicente lo haría tomando la ruta de los cuarteles de Rayón. Ante los dos, empero, se oteaba una aurora mucho más radiante. Una aurora que tenía nombre de hombre y que no se llamaba ni Rayón ni Osorno, sino Morelos. Y ambos, el michoacano y el oaxaqueño, caerían, inevitablemente, dentro de la órbita que señoreaba, triunfal e invencible, el Rayo del Sur. 1813 depararía así, a los dos doctrinarios de la revolución, una efemérides inolvidable: el conocimiento, el trato y el contacto de don José María Morelos y Pavón.

[ 1 ] Ernesto Lemoine Villicaña, "Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán. Tres grandes momentos de la insurgencia mexicana", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1963, t. IV, n. 3, p. 418-419 y 465-466. También "Fray Vicente Santa María, coautor de la Constitución de Apatzingán", ponencia presentada en el Symposium Nacional de Historia sobre la Constitución de Apatzingán, convocado por la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, México, 5 octubre de 1964 (Memoria, en prensa). Y Ernesto de la Torre Villar, "El constitucionalismo mexicano y su origen", en Estudios sobre el Decreto Constitucional de Apatzingán, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1964, p. 174-176; reproducido por el mismo autor en La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1964, p. 69-71.

[ 2 ] "Relación de la causa criminal de fe y de Estado que se sigue en este Santo Oficio contra fray Vicente Santa María, observante de la Provincia de San Pedro y San Pablo, lector jubilado, ministro de Terceros en su convento de Valladolid, natural de la misma ciudad y de edad de cincuenta y cinco años" Archivo General de la Nación, Inquisición, t. 1433, f. 182-213.

[ 3 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 707-769. Aunque hemos manejado el manuscrito original, todas nuestras citas las haremos sobre esta publicación, para que el lector que se interese pueda cotejarlas con mayor facilidad.

[ 4 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 734.

[ 5 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 755-756.

[ 6 ]"Relación histórica de la Colonia del Nuevo Santander y Costa del Seno Mexicano. Escrita por el P. fray Vicente Santa María, presbítero, de la Orden de San Francisco, y lector de Theología en el Convento de Valladolid de Michoacán. A expensas de los Sres. Condes de Sierra Gorda, y sus hermanos Lic. don Mariano, don Francisco y doña María Joséfa de Escandón, y Llera. Quienes la dedican. Al Excmo. Sor. Conde de Revillagigedo, Caballero Gran Cruz, Gentil Hombre de Cámara de Su Magestad, &. &.", en Estado general de las fundaciones hechas por don José de Escandón en la Colonia del Nuevo Santander, Costa del Seno Mexicano, México, Archivo General de la Nación, 1929-1930, Publicaciones del Archivo General de la Nación XIV y XV, t. II, p. 351-483. Véase el prospecto de la Relación de Santa María, que reproducimos en nuestro doc. I.

[ 7 ] Estado general de las fundaciones hechas por don José de Escandón en la Colonia del Nuevo Santander, Costa del Seno Mexicano, México, Archivo General de la Nación, 1929-1930, Publicaciones del Archivo General de la Nación XIV y XV, introducción, t. I, p. XV-XVI.

[ 8 ] Viene al final del t. I del Estado general de las fundaciones hechas por don José de Escandón en la Colonia del Nuevo Santander, Costa del Seno Mexicano, México, archivo general de la nación, 1929-1930, Publicaciones del Archivo General de la Nación XIV y XV. Es un precioso ejemplo de la cartografía mexicana del setecientos. En una de las cartelas se lee: "MAPA DE LA SIERRA GORDA y Costa de el Seno Mexicano, desde la Ciudad de Querétaro, situada cerca de los 21 grados hasta los 28 1/2 en que está la Bahía de el Espíritu Santo, sus Ríos, Ensenadas y provincias que circumbalan la Costa del Seno Mexicano, reconocida, pacificada y poblada en la mayor parte por don Joseph de Escandón: conde de la Sierra Gorda, caballero del Orden de Santiago, coronel del Reximiento de Querétaro, theniente de capitán general de la Sierra Gorda, sus misiones, presidios y fronteras, y lugartheniente de el Excmo. señor virrey de esta Nueva España en dña. [sic] Costa, de cuyo orden hizo la referida expedición... Año 1792".

[ 9 ] Véase "Un notable escrito póstumo del obispo de Michoacán, fray Antonio de San Miguel, sobre la situación social, económica y eclesiástica de la Nueva España en 1804", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1964, t. V, n. 1, p. 5-65.

[ 10 ] "Un notable escrito póstumo del obispo de Michoacán, fray Antonio de San Miguel, sobre la situación social, económica y eclesiástica de la Nueva España en 1804", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1964, t. V, n. 1, p. 46. Pero después de 1810, un inmundo delator, de esos que ven moros con tranchete, hasta en las más generosas actividades científicas, a propósito de las descripciones y cartas geográficas hechas por Santa María, dijo "que también presumía que la formación de dichos planos o estados se dirigían para ejecutar lo mismo que había practicado y estaba ejecutando el cura Hidalgo y sus secuaces". Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 735.

[ 11 ] Certificación extendida por el bachiller don Agustín Aragón, secretario del deán y Cabildo de la Catedral de Valladolid, el 9 de junio de 1810. Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 764-765.

[ 12 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 736-737.

[ 13 ] "Sabemos [que Santa María] trabajó en las misiones de Nayarit entre 1775 y 1776 y como capellán de un navío que partía, de San Blas hacia diversas partes del Pacífico
-¿tal vez Perú?-, lo que le permitió viajar, mantener comunicación con personas de variada ilustración y tener una visión más amplia. Hacia 1781 se encontraba en California, en la misión de San Buenaventura, y posteriormente fue enviado a las misiones de Nuevo Santander." Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1964, p. 69, nota 50.

[ 14 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 736.

[ 15 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 710.

[ 16 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 711.

[ 17 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 722-723.

[ 18 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 728.

[ 19 ] Borrador en el que los nombres de los poblados llevan signos como de clave; en algunos va indicada la distancia en leguas a Valladolid, la jurisdicción y la categoría política. Original en el Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 200-203.

[ 20 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 715-716.

[ 21 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 716.

[ 22 ] Carta con la firma de Santa María, en Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 215-216.

[ 23 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 762. Su estado de ánimo se refleja en un pasaje de la carta citada en la nota 22: "En todo el reino hay un fuego sordo que ellos mismos [los españoles] encienden, sin prever los bárbaros que la explosión debe caer contra ellos y sus temeridades".

[ 24 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5.

[ 25 ] Inserta en nuestro doc. IV.

[ 26 ] Genaro García, Documentos históricos mexicanos, México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1910, t. I, p. 345.

[ 27 ] G. García, Documentos históricos mexicanos, México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1910, t. I, p. 339.

[ 28 ] "Verdadero origen de la revolución de 1809 en el Departamento de Michoacán", en Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1961, t. I, p. 20.

[ 29 ] Véase completo este dictamen en nuestro doc. V.

[ 30 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 765-766.

[ 31 ] Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 510.

[ 32 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 730.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, José Valero Silva (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 1, 1965, p. 63-124.

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