Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

FRAY VICENTE DE SANTA MARÍA
BOCETO DE UN INSURGENTE OLVIDADO

Ernesto Lemoine Villicaña


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En el nuevo régimen

Cuando Santa María dejó la ciudad de México, el caudillo más fuerte y de mayor prestigio de cuantos dirigían el movimiento revolucionario era, con mucho margen, don José María Morelos; Rayón había pasado a segundo término y la Junta de Zitácuaro, instituto legal, moral y político al que atribuía un porcentaje considerable del poder y del prestigio que lo mantenía en pie, empezaba a desquiciarse. Surge entonces la pregunta: ¿por qué fray Vicente prefirió irse a las filas del jefe que se hallaba en el umbral del ocaso, y no a las del victorioso capitán del sur, cuyas hazañas auguraban una cadena de insospechadas ventajas para la cruzada libertadora? Por desgracia no disponemos de apuntes confidenciales en los que nuestro protagonista explicara las razones de su inicial preferencia por Rayón, lo que no impide que presentemos algunas hipótesis para tratar de entender este asunto, mucho más importante, desde el punto de vista historiográfico, de lo que podría suponerse.

Como principio, hay que recordar que en enero de 1813 Morelos operaba muy lejos de la capital -se hallaba en Oaxaca-, mientras Rayón tenía sus cuarteles en Tlalpujahua, a corta distancia, relativamente, de la metrópoli. Núcleos insurgentes que obedecían a don Ignacio se desplazaban a menudo por la Sierra de las Cruces hasta las goteras de la sede virreinal: Milpa Alta, La Magdalena, Cuajimalpa. Si atendemos a la circunstancia de que no gozaba de buena salud, es admisible pensar que Santa María no se arriesgaría a emprender una larga y peligrosa caminata hasta Oaxaca, máxime sabiendo que al salir de la ratonera -eso fue para él y para muchos la ciudad de México- hallaría gente amiga a corta distancia. Esta sencilla razón, de tipo práctico, ayudaría a comprender la actitud asumida entonces por el franciscano. Pero hay más.

El final del gobierno de Venegas acusa una evidente anemia del régimen colonial, debido en parte a la ineptitud del mismo virrey, al desequilibrio político-social que provocó la implantación de la Constitución de Cádiz y a los triunfos militares de los insurgentes. Al amparo de esas condiciones, favorables a la causa independiente, en la propia capital y casi en las narices del virrey, tomó incremento la famosa organización secreta conocida con el nombre de Los Guadalupes, verdadera Quinta Columna -y perdónesenos el anacronismo- incrustada en el corazón del territorio enemigo, que hizo servicios inestimables a los rebeldes y sostuvo, durante por lo menos dos años, una campaña tenaz y sistemática por derribar, dentro de su casa, a lo más representativo del realismo. Durante 1812 y los primeros meses del año siguiente, el principal y más fomentado contacto de este verdadero equipo de espionaje con el exterior, se canalizó en dirección al campamento de Rayón, quien era enterado de las ocurrencias de la capital, por aquel batallón de sombras -del que nunca pudo el enemigo identificar plenamente a sus arriesgados miembros-, con una frecuencia y una veracidad que hoy todavía nos asombran. Morelos, más alejado de las fuentes de información, recibía muchas noticias a través de don Ignacio, aun cuando también mantuvo corresponsalía directa con el misterioso grupo de México.

Por Los Guadalupes salió la imprenta que Cos manejó en Sultepec; por ellos pudo escapar la valerosa Leona Vicario; por ellos, los Rayones conocieron con oportuna anticipación no pocos de los proyectos militares del virrey; en fin, debido a sus astutas maquinaciones, facilitaron la fuga, primero de Bustamante y poco después de Santa María.[ 33 ]

Este último, durante su prolongado cautiverio en el convento de San Diego y en las cárceles de la Inquisición, estuvo en relación y fue auxiliado, sin duda alguna, por prominentes miembros de aquella organización. Dentro del terreno de la conjetura, no es aventurado asentar que a ellos se debiera la liga de fray Vicente con don Ignacio, primero epistolar y después material. Conocedores de las dotes intelectuales y del fervoroso patriotismo que adornaban al franciscano, y de la necesidad que tenía Rayón de consejeros que llenaran esos invaluables requisitos, fácil es imaginar el porqué del itinerario escogido por Santa María al abandonar la capital. Tan meditado y concertado se trabajó este asunto, que en el palacio de Rayón -dondequiera que se hallara, siempre existía un "Palacio Nacional"- disponíase de un importante cargo público, listo a ser desempeñado por el prepotente ciudadano recomendado desde México y cuya hoja de servicios había sido remitida con antelación. Santa María tenía, pues, al emprender su viaje, un empleo aguardándolo en Tlalpujahua.

Por último, resta el factor de la simpatía y de la confianza. Un intelectual, como en toda la extensión de la palabra lo era fray Vicente, pudo muy bien creer que se identificaría mejor con un profesionista que con un modesto cura de aldea. Para armar la estructura política del Estado en formación, tarea en la que él ansiaba colaborar, ¿no era lógico suponer que el mejor arquitecto sería todo un señor licenciado y no el rústico sacerdote cuya fama se sustentaba sólo en sus recientes triunfos militares, apoyo frágil si se reflexionaba en la suerte varia de la guerra? ¿Y no estaba ahí, como ejemplo de la capacidad creadora de un dirigente, aquella Suprema Junta Gubernativa, tan decantada y aplaudida por los mismos Guadalupes? Si Santa María no se hizo éstas y otras preguntas similares, será muy difícil comprender los motivos que lo llevaron a decidirse por Rayón y no por Morelos. Pero es obvio que al salir de México no poseía suficientes elementos de juicio para aquilatar el valer, el valor y el potencial que se encerraban en el cuerpo y en el alma de don José María. Esa limitación en su capacidad del conocimiento humano la superó más adelante cuando percibió ese almácigo de cualidades y marchó al encuentro del caudillo; pero entonces fue ya demasiado tarde para poder brindar sus luces al hombre que tanto las necesitaba, y que con tanto altruismo como humildad las requería de todos los que servían a la causa.

Sea lo que fuere, Santa María se encaminó rumbo al territorio de Rayón, en los primeros días de 1813. Previo a su partida, Los Guadalupes le encomendaron unos acompañantes que dejaban sus hogares de México para ir a servir en las filas de la insurgencia, entre ellos un artesano entendido en cuestiones de imprenta; le confiaron pliegos importantes destinados al presidente de la Junta, y acordaron con él sobre puntos de política que habría de discurrir con su nuevo jefe, pues se trataba de uniformar las líneas directrices de la revolución.

Cuando Santa María llegó a Tlalpujahua, el 27 de enero, el comandante de la plaza era don Ramón Rayón, en virtud de que su hermano había salido al frente de una expedición rumbo a Michoacán. Se hallaba en Pátzcuaro, el 10 de febrero, cuando "se recibió correspondencia de Tlalpujahua, y en ella la noticia de que llegaron a aquel fuerte el benemérito religioso fray Vicente Santa María con un artesano y otros individuos de México".[ 34 ] Ignoramos el recibimiento que se le hizo, aunque presumimos que debió haber sido muy efusivo, pues talentos como Santa María no abundaban en las comarcas sublevadas y su presencia era esperada siempre con ansiedad en aquellos apartados y pueblerinos centros de gobierno.

El recién llegado se puso de inmediato a trabajar en asuntos de legislación política y económica. De sus autores predilectos y de la angustia que debió producirle el no hallar en Tlalpujahua suficientes obras de consulta, nos da ligera idea la hermosa carta que escribió a Bustamante (véase doc. X), en uno de cuyos párrafos expresa: "Cuando vine, no fue sin los dos tomitos de Anacarsis y el Diccionario de Sejournant, que están aquí a disposición de usted, y no olvido al incomparable Benthan, Principios de legislación, que ahora es cuando debe ser nuestro oráculo". Y se dolía de no tener a la mano el original francés de este último, por lo que "deseo que usted me lo franquee -ruega al oaxaqueño-, para que traducido llene usted su profesía de que algún día no distante debería servirnos".

Sin embargo, la situación imperante en Tlalpujahua no era demasiado propicia al trabajo de gabinete, reposado y moroso, a base de redactar leyes y elaborar memoriales y dictámenes en un recinto aislado del mundanal ruido. Por una parte, la plaza se hallaba muy expuesta a los ataques del enemigo, y por la otra, había estallado el conflicto -más por cuestiones personales que por discrepancias de principio- entre el presidente y los otros dos miembros de la Junta, José María Liceaga y José Sixto Berdusco, que propiciaba -y de hecho consumó- la fisura del gobierno creado en la villa de Zitácuaro, en 1811. El ambiente, como se ve, distaba de ser tranquilo y ad hoc para los quehaceres de un letrado. Y Santa María, que no era hombre que rehuyera comisiones delicadas, pronto se encontró alejado de sus libros y papeles y envuelto en la espinosa disputa que dividía al triunvirato.

En una obra anterior nos hemos ocupado con cierto detalle de este deprimente asunto, publicando los principales documentos que, en defensa de su respectiva posición, emitieron en su momento los protagonistas del mismo. Reafirmamos ahora el punto de vista que entonces dimos, después de una meditada lectura de los papeles de la época y de pulsar las circunstancias en las que se desenvolvieron los sucesos: "El presidente, por un lado, y los dos vocales, por el otro, se distanciaron, enfrascándose en una virulenta correspondencia de reproches, invectivas e insultos que a ninguno favoreció, que de hecho trajo consigo la disolución de la Junta y que acarreó no pocos males a la revolución".[ 35 ] Y no nos queda la menor duda de que tales fueron los efectos de aquella "guerrita civil" en la que se ventilaron quisquillas de preeminencia, autoridad y prestigio personales.

Varios destacados personajes intervinieron para dirimir los antagonismos. Rayón había vuelto a Tlalpujahua, donde entró el 19 de marzo, y poco después recibía una "representación del doctor don José María Cos, en que pide se acaben las diferencias entre los vocales y se sancionen las facultades y territorio de cada uno de ellos, para obviar otras de igual naturaleza en lo sucesivo".[ 36 ] La mediación no dio resultados, a lo que parece porque Cos le daba a Liceaga más razones de las que admitía el presidente. Tal se deduce de una noticia inserta en el Diario de éste, correspondiente al 10 de abril:

Se recibió parte del señor comandante de la expedición, don Ramón Rayón, en que dice llegó a Acámbaro sin novedad, y que por evitar toda efusión de sangre escribió familiarmente al señor Liceaga, persuadiéndolo a que se retrajera de sus yerros y cumpliese con sus deberes, de lo cual no recibió otra respuesta que una arrogante y emponzoñada contestación en que se remite a las propuestas hechas por el doctor Cos.[ 37 ]

Si Liceaga aceptaba el plan conciliador de Cos y el conflicto seguía en pie, es evidente que Rayón lo rechazaba.

Bustamante desde Oaxaca y Morelos desde Acapulco intervinieron también, a su debido tiempo, con la mira de avenir a los distanciados hombres de Zitácuaro; y como para entonces la fuerza moral del cura de Carácuaro estaba en su nivel más alto, Rayón no quiso deberle el servicio de haber solucionado un problema que podía arreglarse en casa. Discurrió, en consecuencia, enviar al campamento de Liceaga a un hombre de su confianza, y éste fue Santa María.

Preocupado del curso que tomaban los acontecimientos, fray Vicente le dice a Bustamante, en la carta indicada, escrita el 16 de abril, esto que es sintomático del estado de ánimo que lo embargaba por aquellos días: "Ojalá, hermano mío, le fuera a usted posible acercarse a este lugar donde estamos algo sobrecogidos por las circunstancias civiles, en la dispersión de la Junta Suprema que nos rodean y en las que es tan necesario el arrimo de los sabios para que se reparen nuestros males". Pero con sólo lamentarse de la situación no se arreglaba nada; funcionario al servicio de Rayón y convencido de que la unidad del mando era imprescindible para golpear con más fuerza al enemigo común, aceptó la engorrosa tarea que le encomendaba el presidente y partió de Tlalpujahua en busca de Liceaga y Berdusco.

A sus dotes diplomáticas, a su tacto y al deseo ferviente que albergaba por servir a la causa de la libertad, se debió en buena medida la liquidación, al menos temporal, de aquel vidrioso asunto. Liceaga y Rayón no volverían a confiarse mutuamente, pero hicieron las paces en público e intercambiaron los ramos de oliva en la hacienda de Puruarán, el 29 de junio, con harto beneplácito del afortunado mediador, que presenció la escena. El Diario de don Ignacio registra el hecho con una pincelada de subido tono romántico:

Aunque su excelencia, inclinado siempre a la indulgencia y a la paz, ha hecho los mayores esfuerzos y aun valídose del reverendo padre Santa María para que persuadiese al señor Liceaga a que se presentase y hablase, éste no había querido verificarlo hasta la noche de este día, en que su excelencia le recibió con los brazos abiertos olvidando en aquellos instantes los grandes agravios y atroces injurias inferidas a su respetable persona. ¡Qué corazón![ 38 ]

Sin embargo, Rayón no las traía todas consigo. Semisolucionado el lío con los vocales, surgió otra pugna, de proporciones mayores, sobre una cuestión más trascendente y con un adversario de superior calibre: Morelos.

En los últimos años se ha escrito mucho y se han publicado infinidad de testimonios acerca de este asunto. No nos detendremos ahora en él, pues lo que nos interesa es ver el papel que entonces jugó Santa María.

Recordemos que Morelos, convencido del fracaso de la Junta, decidió convocar un Congreso en Chilpancingo para suplantar y superar las limitaciones del gobierno de Zitácuaro. Rayón, desde luego, se opuso al proyecto, tachándolo de ilegal y arbitrario, y se valió precisamente de Santa María para fundamentar con copiosa doctrina -su doctrina- esa actitud.

El Caudillo del Sur había lanzado su convocatoria para la elección de representantes, el 28 de junio; y como el ayuntamiento de uno de los pueblos que obedecían a la autoridad de la Suprema Junta consultara con Rayón si se debía o no acatar la medida de Morelos, el presidente turnó el asunto a su asesor, quien dictaminó lo que aparece en el Diario de 5 de julio: "Hoy ha respuesto el reverendo padre Santa María la consulta recibida ayer, diciendo que la convocatoria carece de autoridad, prudencia y legalidad, con otras nulidades que envuelve y de que no debe prescindirse: que se reserven para ocasión más oportuna".[ 39 ]

¿Era sincera y apoyada en su fuero interno la opinión antimorelista de fray Vicente? Porque es en este punto donde las dudas nos acometen con más ímpetu. No olvidemos que el franciscano dependía y obedecía a Rayón; lo acompañaba en sus expediciones militares -justo, en esos días, la residencia de ambos era Puruarán- y lo asesoraba en multitud de asuntos administrativos y de política, uno de ellos, por ejemplo, el de las relaciones con los Estados Unidos (véase doc. XI). Es infantil pensar que podría dictaminar contra su jefe, aun cuando no estuviera de acuerdo con él; más lógico, en cambio, es suponer que mucho de lo que hacía era por mandato y bajo la responsabilidad de su superior, lo que corrobora Rosains, cuando asegura que al llegar a Acapulco Santa María, lo primero que dijo fue: "Yo escribí lo que Rayón quería, no lo que mi corazón siente".[ 40 ] Desde luego, el secretario de Morelos detestaba a don Ignacio, y sus juicios -prejuicios- sobre éste han de mirarse con cautela; pero en el caso que tratamos, es casi seguro que decía una verdad.

Porque Santa María, paulatinamente, iba acercándose al pensamiento de Morelos. Y es que no lo podían dejar frío ni los triunfos repetidos del futuro Siervo de la Nación ni sus ideas políticas, cada vez más avanzadas, más precisas y revolucionarias. Que no comulgaba con las ruedas de molino de la Junta Gubernativa, lo induce a creer otro párrafo de la multicitada carta a Bustamante: "La instalación de la legítima soberanía americana y no menos la formación de la Constitución nacional nos son de una suma urgencia", exclama con ansiedad. Si el culto fraile urgía por la creación de esas dos instituciones políticas, es inconcuso que no les daba rango de tales ni a la Junta de Zitácuaro ni a los Elementos constitucionales de Rayón. Y si continuó al lado de éste, fue por ayudarlo a salir de una situación política embarazosa, no por perjudicarlo ni para capitalizar sus servicios.

Desde Oaxaca, Bustamante sugería a Morelos que hiciera todo lo posible por atraerse a Santa María, cuya erudición tenía en muy alto concepto. Es de creerse que el caudillo se informó bien acerca del talento y los méritos del franciscano, y el hecho de ser los dos nativos de Valladolid era buen antecedente -sentimental, si se quiere-, que vaticinaba una relación afín y armónica entre ambas mentalidades. Morelos, en consecuencia, inició el cortejo de su paisano.

Para Santa María, supeditado a los Rayones, la situación debe haberle sido bastante incómoda. Se correspondía con Morelos y, simultáneamente y a influjos de su superior, apoyaba medidas contra él. Es de sentirse que carezcamos de documentos, necesarísimos para llenar muchas lagunas; mas, con los pocos elementos disponibles, podemos señalar la postura aproximada de nuestro personaje, durante los meses críticos de junio y julio de 1813. No traicionaba a su jefe ni servía, a espaldas de éste, al otro. Alzándose sobre el conflicto Morelos-Rayón, sirvió a ambos, que era la mejor forma de servir a la patria; y como lo hiciera antes con Liceaga, se pronunció por la idea conciliatoria, restando valor a los intereses personales y sumándolo, en cambio, al fortalecimiento de las instituciones.

Trabajó sin descanso en la redacción de un proyecto de Constitución que recibió, a lo que parece, el beneplácito del presidente. El Diario de 11 de julio nos dice: "El reverendo padre Santa María formó la Constitución nacional, y sacados los correspondientes ejemplares se mandó uno a México, consultando el voto de los hombres sabios y profundos que hay en aquella capital".[ 41 ]

A mediados de 1813, la fiebre constitucional se había vuelto endémica en el campo de la revolución. Bocetos, esquemas, anteproyectos, etcétera, se elaboraban con la mira de utilizarse en un código político definitivo que rigiera al país luego de conquistar su autonomía. Los Guadalupes, Bustamante, Morelos, Rayón, Santa María, cada quien tenía su doctrina, que vertía con largueza en papeles puestos después en circulación y a discusión de los enterados para afinar conceptos y llegar así a un resultado definitivo.

Santa María informaba a Bustamante, con regular asiduidad, acerca del desarrollo de sus trabajos intelectuales en materia legislativa; y, celoso como era en lo tocante a las obras salidas de su propio numen, no tuvo reserva de ningún género para recomendar, cerca de Morelos, según arriba dijimos, tanto la persona como las letras de su colega, el activo franciscano. Así, en la muy conocida carta que el 27 de julio desde Oaxaca dirige al Generalísimo, le dice: "Yo quisiera que el padre Santa María concurriese al Congreso y que mostrase su Constitución y gustoso la preferiría yo sobre la mía; es hombre hábil y sólo le falta lo que no puede adquirirse en el claustro y sin manejo de papeles y trato con bribones".

Pero Rosains, entonces muy escuchado por Morelos, opinaba de otra manera. Habló horrores de Rayón, al percatarse de que éste saboteaba por todos los medios que estaban a su alcance la idea del Congreso y, ligándolo con fray Vicente, lanzó un cargo que merece toda nuestra meditación: "Tentó después el recurso de que era forzoso antes [del Congreso] formar la Constitución, y con efecto mandó tirar un plan al padre Santa María, en que se le atribuían más facultades al presidente que [las que] goza el soberano de Marruecos".[ 42 ] Hay sobra de rencor en este juicio y no conociendo el manuscrito de Santa María es difícil opinar. Empero, que a Rayón le satisfacía el texto elaborado para suplir al de los Elementos, lo dirá el registro de su Diario, con fecha 24 de julio:

Hoy se han contestado los pliegos del señor Morelos [...] en que insta por la erección de la Nobilísima Junta en Chilpancingo, solicitando que su excelencia se aproxime a aquel punto sin excusa. La respuesta ha sido enérgica y decidida, y su contenido es una justa reclamación de los derechos y facultades de Presidente, vulnerados sin otra justicia que la preponderancia de bayonetas... Se acompañó a la correspondencia la Constitución formada por el reverendo padre fray Vicente Santa María.[ 43]

La reacción del caudillo a esa carta "enérgica y decidida" fue trepidante. Contestó, desde Acapulco, el 3 de agosto, pulverizando a Rayón por su mezquinidad y asegurándole al mismo tiempo que el Congreso no se postergaría. "No pretendo la presidencia -agrega para ratificar sus principios de que luchaba por la independencia del país y no por un puesto público-; mis funciones cesarán establecida la Junta y me tendré por muy honrado con el epíteto de humilde Siervo de la Nación ".[ 44 ] Pero es curioso que Morelos no diga nada, en esta carta, del proyecto constitucional de Santa María. Es probable que su reserva haya obedecido a la muy natural necesidad de tiempo, calma y reposo, para analizarlo detenidamente y no adelantar una opinión -adversa o favorable- atropellada.

Abierto a todos los consejos y sugerencias, siempre y cuando siguieran desbrozando su camino de libertador, Morelos, a pesar del gesto negativo de Rosains, vio en el proyecto de fray Vicente un eslabón más para configurar la Constitución definitiva de la "América Mexicana". Así, días después de instalado el Congreso, le escribe a Bustamante: "Ya usted tiene adelantado algo de Constitución [y] puede ampliar sus conceptos y enlazarlo con lo escrito por el padre Santa María, por Los Guadalupes y con los Sentimientos de la Nación, los que ya no quiere Fernando".[ 45 ] Varios incisos del texto de su paisano -no sabemos cuántos- debieron haberle parecido útiles e identificados con su propio pensamiento político. De otra suerte, en ningún momento lo habría recomendado como fuente de inspiración para la Constitución definitiva.

Pero ¿y el autor? Santa María siguió a Rayón en su peregrinaje michoacano hasta el pueblo de Ario, y ahí dejó sus filas, el 22 de julio. Lo llamaba Morelos y también la muerte. Más rápidas, por ir en un correo especial, marcharon sus credenciales: varias cartas al Generalísimo y su proyecto de Constitución. El Diario de Rayón, que consigna infinidad de minucias, nada dice de la salida de Santa María ni lo vuelve a mencionar, prueba de que hizo el viaje al campamento de Morelos sin la autorización de don Ignacio. ¿Qué propósitos animaron a fray Vicente durante ésta, la última misión que realizó en su vida? ¿Defender su proyecto de Constitución? ¿Limar asperezas entre Rayón y Morelos? ¿Explicar su conducta mientras sirvió al presidente de la Junta? El mismo cura de Carácuaro nos lo dirá en breves palabras.

De Ario a Acapulco, atravesando la Sierra Madre, por regiones inhóspitas y poco transitadas, hay un largo trecho. Santa María lo recorrió, si no con el brío y la energía de la época de sus andanzas por el Nuevo Santander, sí con la fuerza mesiánica que impulsara a sus lejanos hermanos de religión, los franciscanos de otros siglos. Acapulco era la última escala de un viaje que terminaría en la tierra prometida de Chilpancingo, donde se preparaba el alumbramiento del nuevo Estado mexicano. Y él tendría que estar presente en el insólito suceso y ayudar a su feliz realización. Pero estaba tan agotado, tan cansado, tan enfermo... La hidropesía y quién sabe cuántas otras enfermedades minaban su organismo. La caminata era interminable, mas el sufrido padre, soportando sus dolores y sobreponiéndose a sus achaques, proseguía rumbo al sur, siempre al sur. Hasta que por fin sus débiles ojos se iluminaron de pronto al distinguir, a lo lejos, la franja verdiazul del fascinante mar. ¡Acapulco!

Morelos lo recibió con los brazos abiertos. Atareadísimo como estaba, preparando su marcha a Chilpancingo, dedicó algunos días al recién llegado; lo alojó bien, le puso médico, intercambió opiniones políticas, comentó su texto constitucional y lo previno que se alistara para incorporarse a su comitiva, pues en Chilpancingo hacían falta sabios y letrados.

Pero no alcanzó a ver el ansiado nido de la soberanía nacional. Se agravaron sus males y murió en el puerto el 22 de agosto de 1813, tres semanas antes de la apertura del Congreso. Transido de dolor, Morelos escribió un día después a Bustamante:

El reverendo padre Santa María, peregrinó desde Ario hasta este puerto con el deseo de influir en cuanto estuviese de su parte a beneficio de la patria; pero su avanzada edad, su quebrantada salud y el temperamento maligno, le quitaron la vida en la madrugada de ayer, con sentimiento mío y de cuantos conocieron la sanidad de sus intenciones.[ 46 ]

No era tan anciano como creía Morelos. Murió de 58 años -igual que el padre Hidalgo-, pero su amor y pasión por México, sus servicios a México, sus sufrimientos por México, lo habían envejecido. Su cuerpo físico permaneció, hasta deshacerse en el polvo que todos seremos algún día, en el paupérrimo cementerio de Acapulco, sin lápida, sin inscripción, sin ninguna señal que pudiera identificarlo para la posteridad: fue la suya la tumba de un auténtico e inolvidable soldado desconocido. Mas su corpus moral-intelectual no se estacionó ahí; siguió a las huestes del caudillo hasta Chilpancingo, tanto, que llegó a generalizarse la idea de que muchos de los logros de nuestra primera asamblea legislativa provenían de su inspiración y de su talento creador. Por lo menos, así lo declaró al jefe realista Ciriaco de Llano, el 26 de diciembre de 1813, un fray Manuel Gutiérrez Solana, capellán que había sido del ejército de Morelos: "El padre Santa María hizo una Constitución para los insurgentes; su título: Constitución provisional del Imperio de Anáhuac, la que se juró en Oaxaca, Chilpancingo, etcétera, reconociendo obediencia al Imperial Congreso de Anáhuac, establecido en Chilpancingo".[ 47 ]

También se echó a volar una leyenda: la de que fray Vicente no había muerto. Sicosis que se apodera del vulgo, cual es la de resistirse a aceptar la desaparición de un hombre importante, no libró de sus inquietantes efectos ni al mismo virrey, quien conoció la noticia declarada por Gutiérrez Solana en Valladolid, de que "aun se supone muerto el padre Santa María; es una ficción que se hizo con otro cadáver, poniéndole su hábito".[ 48 ]

Pero no, no era una ficción. ¡Qué más hubieran deseado Morelos y su equipo de legisladores, urgidos siempre de auxiliares tan capaces como el recién fallecido! No era ficción su muerte, aunque sí, en absoluto, el supuesto de que el Congreso peregrino careció de sus luces por el hecho de no contarlo ya en el mundo de los vivos.

Hacía más de un año que el buen padre Santa María había muerto cuando se expidió, el 22 de octubre de 1814, el Decreto constitucional. Mas, en realidad, el añorado ausente se hallaba presente en el recinto legislativo, pletórico de porvenir, de Apatzingán. Estaba ahí, en la rústica mesa de trabajo de aquellos grandes patricios, grande él también. Su espíritu flotaba en el ambiente. Sus escritos, entre los que destacaba su Constitución provisional del Imperio de Anáhuac, lo acompañaban y hablaban por él. Sus pensamientos participaron en las deliberaciones y no pocos de ellos se incorporaron al decreto definitivo. ¿En qué medida? No lo sabremos mientras no se descubran sus papeles originales, si es que todavía subsisten.

[ 33 ] Puede verse, acerca de esta organización, el interesante estudio de Wilbert H. Timmons, "Los Guadalupes: a secret society in the Mexican revolution for independence", The Hispanic American Historical Review, t. XXX, n. 4, 1950, p. 453-479.

[ 34 ] "Diario de gobierno y operaciones militares de la Secretaría y Ejército al mando del Excmo. Sr. presidente de la Suprema Junta y ministro universal de la Nación", publicado en el Apéndice al Diccionario universal de historia y de geografía, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1856, t. III, p. 212.

[ 35 ] E. Lemoine Villicaña, "Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán. Tres grandes momentos de la insurgencia mexicana", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1963, t. IV, n. 3, p. 414.

[ 36 ] "Diario de gobierno y operaciones militares de la Secretaría y Ejército al mando del Excmo. Sr. presidente de la Suprema Junta y ministro universal de la Nación", publicado en el Apéndice al Diccionario universal de historia y de geografía, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1856, t. III, p. 214.

[ 37 ] "Diario de gobierno y operaciones militares de la Secretaría y Ejército al mando del Excmo. Sr. presidente de la Suprema Junta y ministro universal de la Nación", publicado en el Apéndice al Diccionario universal de historia y de geografía, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1856, t. III, p. 215.

[ 38 ] "Diario de gobierno y operaciones militares de la Secretaría y Ejército al mando del Excmo. Sr. presidente de la Suprema Junta y ministro universal de la Nación", publicado en el Apéndice al Diccionario universal de historia y de geografía, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1856, t. III, p. 218.

[ 39 ] "Diario de gobierno y operaciones militares de la Secretaría y Ejército al mando del Excmo. Sr. presidente de la Suprema Junta y ministro universal de la Nación", publicado en el Apéndice al Diccionario universal de historia y de geografía, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1856, t. III, p. 219.

[ 40 ] "Justa repulsa del libelo infamatorio que con el nombre de cordillera ha circulado el licenciado don Ignacio Rayón. Su autor, el licenciado don Juan Nepomuceno Rosains", en Verdadero origen, carácter, causas, resortes, fines y progresos de la revolución de Nueva España, México, Impreso en la Oficina de Juan Bautista de Arizpe, 1820, doc. n. 105, p. 63.

[ 41 ] "Diario de gobierno y operaciones militares de la Secretaría y Ejército al mando del Excmo. Sr. presidente de la Suprema Junta y ministro universal de la Nación", publicado en el Apéndice al Diccionario universal de historia y de geografía, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1856, t. III, p. 219.

[ 42 ] "Verdadero origen de la revolución de 1809 en el Departamento de Michoacán", en Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1961, t. I, p. 62-63.

[ 43 ] "Diario de gobierno y operaciones militares de la Secretaría y Ejército al mando del Excmo. Sr. presidente de la Suprema Junta y ministro universal de la Nación", publicado en el Apéndice al Diccionario universal de historia y de geografía, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1856, t. III, p. 219.

[ 44 ] E. Lemoine Villicaña, "Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán. Tres grandes momentos de la insurgencia mexicana", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1963, t. IV, n. 3, p. 493.

[ 45 ] E. Lemoine Villicaña, "Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán. Tres grandes momentos de la insurgencia mexicana", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1963, t. IV, n. 3, p. 530.

[ 46 ] G. García, Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, México, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1907, t. XII, p. 36.

[ 47 ] Véase "Declaración jurídica que yo, fray Manuel Gutiérrez Solana, doy al señor comandante general del Ejército del Norte en la Plaza de Valladolid...", Archivo General de la Nación, Historia, t. 116, f. 349-350.

[ 48 ] "Declaración jurídica que yo, fray Manuel Gutiérrez Solana, doy al señor comandante general del Ejército del Norte en la Plaza de Valladolid...", Archivo General de la Nación, Historia, t. 116, f. 349-350.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, José Valero Silva (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 1, 1965, p. 63-124.

DR © 2006. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas