Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

FRAY VICENTE DE SANTA MARÍA
BOCETO DE UN INSURGENTE OLVIDADO

Ernesto Lemoine Villicaña


3/3

DOCUMENTOS

I

1794. Plan general, propósitos y justificación de la Relación histórica del Nuevo Santander, escrita por el padre Santa María[ 1 ]

ADVERTENCIA PREVIA AL QUE LEYERE

Los principios sobre que se funda la fe humana son el primer objeto que debe proponerse, tanto el que extiende una historia como el que la lee: el primero para dar una vez sus descargos a los que con nombre de críticos suelen ser en nuestro siglo impugnadores de todo y observadores de nada, y el segundo, para no entrar a bulto ni a tientas en los sucesos de los años anteriores, de que no ha sido testigo o de los países que no ha visto. Las noticias que se desenvuelven en esta obrilla son tan interesantes a nuestra nación, que aun es de notar el que hayan corrido cerca de cincuenta años sin que el público de todas las naciones haya tenido un documento detallado, a lo menos en el modo posible, de los progresos de la España y de sus vasallos en las regiones septentrionales de la América y con especialidad en las de su costa oriental, que son, sin controversia, las que más deben llenar la expectación del mundo político.

Si el descubrimiento, pacificación y población de más de cien leguas de sur a norte y más de sesenta de oriente a poniente hubiera cabido en suerte a algún extranjero, a buen seguro no hubieran estado ociosas las prensas de Ámsterdam o de Londres para haber, tal vez, abultado los hechos que en España han estado dormidos en manuscritos y reservados para estos días en que, acrisolada la verdad en el criterio del tiempo, ya no tienen lugar ni la adulación a los muertos ni la injuria a los vivos.

La nueva colonia de Escandón o del Nuevo Santander fue emprendida repetidas veces aunque sin suceso, muchos años anteriores a su conquista.[ 2 ] La extensión de su terreno, su situación en la costa oriental del continente de esta rica América, la fertilidad de sus campiñas, lo abundante y hermoso de sus aguas, lo caudaloso de sus ríos que desguazan en el Golfo de México, lo precioso de sus minerales, la prodigalidad con que en ella se explica la naturaleza y, en una palabra, el conjunto todo de sus proporciones ventajosísimas para la vida humana, debieron ser en aquel tiempo el más vivo aliciente del deseo para los conquistadores y la conquista más segura para hacerse de un nombre inmortal. La barbarie grosera de los indios abusaba de este paraíso, llamémosle así, disfrutando sólo lo abundante de sus producciones y viviendo a lo bruto, como veremos en el discurso de la historia. Los españoles, desde su entrada, no perdieron tiempo en sembrar las semillas de la vida civil y de fecundarlas hasta el estado que en el día se ve e iremos reflejando según se ofrezca.

El héroe descubridor y pacificador de este bello país no dejó de padecer, como todos los que se distinguen en lo bueno, persecuciones y rivalidades, que si entonces le fueron amargas, ahora deben verse por el aspecto de apreciables, y como la prensa de donde sale el juego de la pura verdad por entre contradicciones y dudas que sólo depuran en el tribunal inflexible de la sabia posteridad.

En las diligencias previas al descubrimiento y pacificación de la costa y de sus bárbaros pobladores, en el copioso número de consultas que el descubridor y pacificador dirigió al gobierno de esta Nueva España, en el informe de sus viajes por aquellos países incógnitos, progresos de sus descubrimientos y establecimientos de sus poblaciones, en los cargos que le hicieron los mal intencionados, cuyo litis llegó hasta el trono con los descargos y justificantes que produjo el acusado a satisfacción del gobierno y del mismo trono; y, en suma, en el cuerpo todo de estos papeles se hallan envueltas las noticias históricas, que no sin algún trabajo he procurado reducir a este cuerpo de obra, por sólo el amor que todo hombre debe tener a su nación y a los sucesos que encuentra en ellos memorables y dignos de que pasen a la posteridad de los siglos.

A estos materiales que a toda luz y hasta en juicio contradictorio tiene todos los aspectos de verdad, añadí el de viajar personalmente por todo lo que pude de la costa, y aprovechándome al mismo tiempo de las relaciones y noticias que procuraba adquirir de los prácticos y moradores del país, especialmente en orden a la historia natural, distancias y actual estado de sus poblaciones. Del cúmulo de estos conocimientos, tanto adquiridos por los papeles como habidos por la observación personal, resultó el método que me ha parecido más adaptable y oportuno en los cuatro libros que se ven.

El primero, sobre el estado natural y antiguo de la costa desde el tiempo de su gentilidad, a lo que se puede conjeturar, hasta la primera entrada de los españoles en ella.[ 3 ]

El segundo, sobre los sucesos acaecidos desde la primera empresa de su descubridor y progresos de su conquista hasta su muerte.

El tercero, en que se ve el estado de la colonia y lo acontecido en ella desde la muerte de su fundador hasta el día.

Estas tres épocas parece que son las que deben ceñir y completar el cuerpo de esta historia, tanto en lo que se refiere al tiempo de la gentilidad y barbarie de los indios como en orden a los principios y progresos de aquellos establecimientos hasta el estado presente. Y siendo como es tan adaptable al gusto del día hacer alta y detallar con toda la prolijidad posible lo que se halle de singular en la naturaleza del país de que se habla, de aquí me ha sido necesario extender un cuarto libro sobre la prodigalidad y riquezas con que la naturaleza se explica, tanto en el reino mineral como en el animal y vegetal del suelo fertilísimo y por todas partes hermoso y rico de la Colonia del Nuevo Santander y costa del Seno Mexicano.

Para consumación de la obra y para ver, como en resumen, que de este trabajo puede resultar algún bien a la patria y al Estado, me pareció congruente extender un quinto libro sobre las ventajas que se han seguido y en lo futuro deberán seguirse a la nación, de la pacificación y dominio de la costa del Seno Mexicano, de sus proporciones para el comercio, del número de poblaciones de que todavía es susceptible y de las riquezas abundantísimas que encierra y uso que de ellas podrán hacer sus pobladores. Se discurrirá, asimismo, un algo sobre las máximas que, según experiencia, parecen oportunas para la total reducción de los indios y la conducta que a consecuencia deberán tener los misioneros y ministros para cooperar al fin de esta obra y poner a la vista de los indios neófitos y gentiles un catecismo práctico de la religión, del orden civil y de la sociedad que hasta ahora han aborrecido y que es natural no aborrezcan, siempre que se les conduzca por medios eficaces e insinuantes.

Éste es todo el plan de mi obra de principio a fin, no sin la natural incertidumbre de que quede incompleta. La imparcialidad, que debe ser el carácter de todo historiador, creo que no sólo me es propia por este respecto, sino aun natural y necesaria, porque es demasiado trivial el motivo de haber nacido en este continente de la América, para no ver a toda luz y con toda su deformidad o hermosura los objetos de la patria, sean cuales fueren; a más de que es un egoísmo demasiado necio, de que debe huir toda alma racional, calificar como buena alguna cosa que sólo las relaciones que pueda tener con el que la describe. Este egoísmo imprudente y loco tan no puede ser favorable a la materia de que se trata que, antes por el contrario, descubriendo el flanco de un capricho tenaz, se abre una brecha segurísima a la irrisión e insultos de los rivales y aun de cualesquiera otros que tengan sano juicio.

Si sean o no originales las noticias que vierto, ya lo dirán los documentos dichos que cito cuya autenticidad puesta en todas sus partes por el gobierno mismo de estos reinos, por la capitanía general, por sus consejos de Guerra y Hacienda y aun por el de Indias, no puede dejar por cierto razón alguna de dudar, si no fuere a aquellas almas infelices y verdaderamente bulliciosas de que suelen abundar nuestras sociedades, siempre de riña contra los sucesos laudables en otros y dispuestas sólo para el aplauso de sí mismas o de sus conexiones.

Sobre estos principios es necesario no temer a los críticos indiscretos y temerarios, porque aunque éstos, sugeridos de su audacia, creen sacar la cabeza en el mando literario, los verdaderos sabios los ven como a unos entes ridículos que no merecen ser oídos; y el resto de los hombres, advirtiéndoles el vacío de sus ignorancias, les debe negar toda atención. A los verdaderos profesores de una sana crítica, es necesario rendirles todo el homenaje que merecen los sabios y, a consecuencia, debemos depositar en su discreción la más sólida confianza de un juicioso disimulo; y, en fin, si por desgracia no fuere adaptable al gusto público del presente siglo este mi trabajo, quizá lo será al de las generaciones futuras.

II

1799 c. Carta a Santa María, en la que el remitente lo considera un magnífico prospecto en el futuro de los estudios filosóficos en México[ 4 ]

Reverendo padre lector jubilado y vicario fray Vicente Santa María

Querido amigo y muy señor mío: Sigamos por ahorrar el porte haciendo tercera de nuestra correspondencia epistolar a la señora abadesa. Agradezco a usted, padre, la fina expresión de sus deseos, que han sido eficaces en los pasados días de Misterio Quincuagenario Mayor. Viejo incipiente, o medio viejo, estoy sano, robusto y muy deseoso de servir a usted, padre, y de acreditarle en todas ocasiones la verdad del afecto y sincera amistad que le profeso y con que le correspondo.

He comunicado a los pes. [¿principales?] y amigos el sueño del francés, que pinta ingeniosamente la fatal situación y perplejidad de los estados inciertos, de la suerte que les tocará en la baraja del mundo. Yo ya había oído mentar este sueño y no lo había solicitado, porque me chocó y no le hallaba cómoda aplicación al Rey de Copas, etcétera, de nuestra España, dificultad que permanece aún en pie. Y lo demás, confieso que está ingenioso y muy significativo.

Deseamos con ansia ver si la Europa da a luz la nueva coalición de que está preñada, y mucho más el que adulta ésta y con feliz éxito, mejor que el de la antigua, desgraciada, triunfe de la rival República Francesa que en tantas inquietudes nos tiene.

Me han gustado las profecías cuasi meridianas del inglés. Dichoso usted, padre, que puede disfrutar esos originales y hacer sus extractos. Acá estamos en lo último de lo último del mundo. ¿Cuáles serán los desiertos del globo que han de poblar de filósofos la filosofía? ¿Serán nuestros países? ¿Y acaso será usted, padre, el primer filósofo que aporta a ellos y emprende su ilustración?

En efecto, estamos muy a los principios de esa revolución. Puede ser que la luz se extinga antes de llegar a nuestros desiertos. Entre tanto, divirtámonos a costa de unos y otros filósofos, ilustradores y transformadores de todo el globo. Sigamos con la consideración a Buonaparte por los arenales del Diarbec y por las ruinas de Babilonia en su expedición émula de las de Craso, Marco Antonio y de las antiguas Cruzadas. Mucho me temo el que tenga ésta el mismo infeliz éxito que aquéllas. Cerca está el desengaño. En todo este año saldremos de la duda.

Adiós amigo. Usted, padre, páselo bien. Cuídese mucho y mande con satisfacción a la invariable voluntad de su afamado amigo y capellán que le ama de veras y besa su mano.

Fray Joseph de Soria [rúbrica]

 

III

1809 c. Carta de Santa María en la que plantea, con subterfugios intencionales, los males políticos del país[ 5 ]

Nuestra sociedad civil padece un mal gravísimo que, para curarse, debe discernirse; su raíz se salva en la falta del rey, que es la cabeza; de aquí las convulsiones que son naturales, la diversidad de pareceres, el empeño de querer mandar todos, la dispersión de los ánimos y, en suma, la gravedad del mal. A más del discernimiento del mal, para ocurrir con eficacia al remedio, deben preverse, en segundo lugar, las terribles consecuencias que se seguirían, si no se ocurre en tiempo a la medicina; lo primero, el aumento de la gravedad; lo segundo, la deficiencia de las fuerzas; y lo tercero y último, la total destrucción. Conocido el mal y previstas las circunstancias que resultan de negarse a la medicina, debe aplicarse el remedio con la mayor actividad, sin pérdida de ápices ni momentos. Por último, para asegurarse de la salud y de la eficacia del remedio con que se ha de conseguir, se deben salvar todas las objeciones que ocurran, verlas por todos sus aspectos y discurrir acerca de ellos con absoluta imparcialidad.

 

IV

1809. Carta de Santa María a una amiga, escrita en la víspera de ser aprehendido por su participación en la conjura de Valladolid[ 6 ]

[Valladolid, 20 de diciembre de 1809.]

Mi amada señorita: Mañana 21 de éste tengo que predicar en la función de la mañana. Mi muchacho está con fiebre y no tengo absolutamente ni lugar ni quién haga mis veces. Los de la casa de usted para nada son buenos, a lo menos para mí; por consecuencia del todo, nada puedo mandar de los encargos que usted me hace, pues en el día no soy dueño de mí. Siento mucho la enfermedad de la señora Dueñas y también quedo con sumo cuidado.

En orden a otras cosas, no tengo yo otro sino el que tienen todos los habitantes de esta ciudad y creo que del reino. Cuanto puedan decirle a usted en orden a cosas individuales es falso, como aquí también que se hablan infinito de patrañas con mucho de gravedad en el fondo, que pocos discurren.

No puedo dilatarme más, porque tengo la desgracia ahora, como en otras veces, de que vienen los enviados de usted cuando estoy enredado en otros asuntos de que no puedo prescindir, como la función de mañana. Dios me dé paciencia y haga usted suya.

Soy de usted.

Santa María [rúbrica]

 

V

1810. Denuncia de que Santa María, desde su prisión en el convento del Carmen, de Valladolid, sigue actuando contra los intereses del gobierno virreinal[ 7 ]

Reservadísima

Excelentísimo e ilustrísimo señor arzobispo virrey, gobernador y capitán general de la Nueva España

Con motivo de haberse hallado algo enfermo el padre fray Vicente Santa María en el convento de su arresto, pasé a él yo solo en la tarde del 12 del corriente, y lo hallé por la primera vez sin la guardia que antes tenía a la puerta de su habitación, y con la poca seguridad de que ya hablaré.

Desde luego movió conversación, dándome dicho padre noticias que no he sabido por otro conducto, y lo fueron que del puerto de Santander, aunque ocupado por los franceses, había salido para los de América un barco español, que a poco fue reconocido por un corsario francés, quien no hizo otra cosa que tomarle algunos víveres que necesitaba, dejando a aquél los suficientes con que arribó y entró sin contradicción en un puerto nuestro, formando de esto cierto misterio, que no me descubrió; y que se decía que las Cortes se habrán de juntar en la Isla de León, añadiendo el mismo padre, también con cierto aire de misterio: "seguramente no tendrán confianza del pueblo de Sevilla", especie que ya le he oído otra vez asertivamente hace como seis meses, con otras de igual naturaleza, e indicantes de desconfianza e inductivas de temor.

Correlativamente, me preguntó si había yo leído la representación del marqués de la Romana. Contesté que no y me hizo los mayores elogios de ella y repetidas instancias sobre que no dejase de leerla, porque era el mejor de todos los papeles; éste, su empeño, llamó mi cuidado y excitó en mí la reflexión de que jamás le había oído alabar papel alguno verdaderamente patriótico y plausible y, por tanto, temí desde luego que aquella representación contuviese alguna cosa funesta. La solicité; pude conseguirla de don Pascual Alsúa, comerciante en esta ciudad, para sólo el tiempo preciso de leerla, porque se solicita con ansia, así éste como otro ejemplar de ella que es en poder del señor prebendado don Sebastián de Betancourt. La leí el día 16 del corriente y hallé que, si es fingida, merece la calificación de ser el papel más venenoso y seductivo del astuto tirano; y que, si fuese verdadera, no debió salir de lo más secreto del alto gobierno, que es sumamente perniciosa su lectura y que se debe recoger e impugnar sin pérdida de tiempo.

Está impresa en folio, sin decirse dónde, y sin relación alguna a licencia u orden de gobierno; consta de seis fojas y lleva este título: "Representación del excelentísimo señor marqués de la Romana a la Suprema Junta Central"; comienza así: "Señor. Convencido vuestra majestad"; concluye: "Sevilla. 14 de octubre de 1809", y está suscrita: "El marqués de la Romana ".

Promueve y da por fundados y ciertos los tres puntos siguientes:

1º Que la nación española vacila sobre la legitimidad del gobierno de la Suprema Junta.

2º Que él ha decaído de su autoridad.

3º Que es perjudicial y contrario a la Constitución ; trata a los miembros de la Junta Suprema de ineptos, partidarios, aceptadores de personas, interesados, dilapidadores, egoístas y, en una palabra, los hace más delincuentes de lo que ha aparecido el traidor Godoy, y al gobierno de aquélla aún más criminal que el de este privado.

Son demasiado obvias, excelentísimo e ilustrísimo señor, las perniciosísimas resultas a que podrá conducir dicho impreso. Ninguna subordinación íntima a los gobiernos actuales, ninguna confianza en ellos ni en otros posibles, ningún auxilio a la madre patria y justísima causa común; éstos podrán acaso ser sus resultados, y más en las circunstancias del día. Todos, además, hemos jurado, y yo con muchos, expresa y solemnemente al pie de un crucifijo y sobre los Santos Evangelios, reconocer, obedecer y respetar el gobierno de la Suprema Junta de la nación y sus sustitutos. Este juramento no está relajado ni alzado; corre un impreso sobre su objeto y materia, que la publica ilegítima, perjudicial, criminosa. Todo esto es incombinable y parece exigir un pronto y eficaz remedio con precauciones de vigilancia para lo futuro, por las cuales se prohíba, so graves penas, toda lectura y retención de impreso o manuscrito sobre los actuales negocios de la nación, si no precediere la aprobación y licencia expresa e individual del gobierno; con mayores penas a los magistrados indolentes u omisos en la averiguación y demás conducentes diligencias, y las convenientes a los que, sabiendo cualquiera transgresión, no la denunciaren a la mayor brevedad.

Así parece convenir, salvo en todo la superioridad respetable de vuestra excelencia ilustrísima, a quien, sin nota, no debo ocultar cuanto llevo expuesto. Y que también podrá convenir que ningún sospechoso o indiciado de infidencia, no sólo lea semejantes papeles, pero ni aun oiga o trate de noticias que induzcan a desconfianza de la buena causa de la monarquía o den esperanzas de su ruina a los descontentos.

Por estas y otras análogas consideraciones, y porque vuestra excelencia ilustrísima me tiene encargado, en oficio de 19 de diciembre último, que de mi parte coopere cuanto pueda al seguro arresto del padre Santa María y demás de su causa, informé en 4 del corriente mes, sobre la mucha comunicación concedida a aquel religioso, por este teniente letrado, sin mi asociación y sobre otros puntos de mayor gravedad. Y por ésta, informo haberse igualmente dado a dicho padre la libertad de andar solo todo el convento y extraviada huerta del Carmen, sin más guarda, según he observado y entendido, que la de las puertas exteriores del convento, por las que cuantos quieren entran y salen aun de noche, permitiéndose visitar de mujeres dentro de la portería principal y aún es mucho más lo que se divulga.

Si yo no lo informase así, sería responsable ante Dios y aun ante vuestra excelencia ilustrísima, a quien rendidamente suplico y encarecidamente ruego tenga conmigo la condescendencia y bondad de exonerarme del citado encargo y comisión, principalmente siendo el juez este teniente letrado, don José Alonso Terán, de quien ya no debo ni puedo tener confianza. Y del mismo modo suplico la mayor reserva de mis informes, porque fundadamente temo ser asesinado, o por lo menos odiado y perseguido de los malos patriotas.

Dios guarde a vuestra excelencia ilustrísima muchos años. Valladolid, 19 de febrero de 1810. Excelentísimo e ilustrísimo señor

Fray Manuel Agustín Gutiérrez [rúbrica].

México, 23 de febrero de 1810. Pásese a la Junta de Seguridad y Buen Orden.

Velázquez [rúbrica]

 

Real Junta de Seguridad y Buen Orden. México y febrero 27 de 1810.

Vista la anterior representación, dijeron: se consulte a su excelencia ilustrísima que en cuanto a la exposición que hace el reverendo padre guardián, fray Manuel Agustín Gutiérrez, sobre el papel impreso del señor marqués de la Romana, ya por separado, ha dicho esta Junta lo que opina; y por lo que respecta a la libertad que goza el padre Santa María en la prisión en que se halla, convendrá el que su excelencia ilustrísima se sirva mandar librar la orden oportuna al prelado del convento del Carmen, donde se halla, para que le estrechen la prisión, poniéndolo en una pieza reservada, sin permitirle que conteste con nadie, ínterin se le toma su confesión.

José Rodríguez Gallardo [rúbrica]

México, 3 de marzo de 1810. Hágase según tengo acordado.

Velázquez [rúbrica]

 

VI

1810. Don Carlos María de Bustamante, abogado de Santa María, solicita que su defenso sea mudado del convento de San Diego al de Santiago Tlatelolco, por exigirlo así su maltrecha salud[ 8 ]

Fray Vicente de Santa María, religioso franciscano de la Provincia de los Santos Apóstoles de Michoacán, a vuestras señorías, como mejor proceda, digo: que mi parte es uno de los individuos complicados en el proceso de Valladolid de que actualmente se está haciendo relación a esta Junta, y precisado a vindicar su honor, suplica a vuestras señorías se sirvan abrirle juicio y darle audiencia formal, para indemnizarse del cargo que pueda resultarle, diciendo y protestando, como desde luego lo hace en debida forma, de nulidad de cuanto hasta aquí se hubiese actuado con él, por los fundamentos legales que en oportuno tiempo expondrá.

Cuando se le condujo de Valladolid a esta capital, se le puso en el convento de San Diego, donde se halla, pero en aquel lugar se va enfermando por momentos; él está amagado de hidropesía y teme que repentinamente se le declare, cuando la enfermedad se haga incurable; por otra parte, en aquel convento, que es de instituto y distribución diversa del suyo, no puede guardar la vida proporcionada a él, invirtiendo el orden a que está acostumbrado y que debe seguir. En tal concepto y para conciliar la observancia de su regla con su salud, suplica a vuestras señorías se sirvan permitirle pase a vivir al Colegio de Santiago Tlatelolco, que es un temperamento reseco y cual le conviene, en el que no sólo encontrará su salud perdida y vivirá en un convento de su orden, sino que además estará separado del concurso de las gentes y que es lo que más apetece.

Por tanto y asentándose éste a la letra, para la providencia debida, a vuestras señorías suplico defieran a esta solicitud.

Fray Vicente Santa María. Licenciado Carlos María de Bustamante [rúbrica]

 

VII

1810. Defensa conjunta de Santa María, José Michelena, García de Obeso y el licenciado Soto Saldaña, explicando su proceder en relación con los sucesos de Valladolid[ 9 ]

El capitán don José María García de Obeso, el licenciado Nicolás Michelena, por sí y por su hermano el teniente don Mariano, fray Vicente de Santa María y el licenciado don José Antonio Soto Saldaña, vecinos todos de la ciudad de Valladolid, en la causa formada sobre sospechas de infidencia, supuesto su estado y por el ocurso más oportuno, parecemos y decimos:

Que habiendo tenido noticia de que vuestras señorías la han mandado pasar al señor fiscal, tal vez con el laudable objeto de tomar alguna providencia definitiva, para redimirnos de los gravísimos perjuicios que estamos sufriendo, hemos juzgado conveniente exponer con el más profundo respeto, algunas reflexiones que conducen a manifestar nuestra inocencia y a aclarar el concepto que merece este proceso.

Según hemos sabido de público y notorio, no tuvo otro origen que algunas denuncias anónimas. En este supuesto, no pudo haber sido más defectuoso, como que esta clase de delaciones es por su naturaleza insuficiente para abrir un juicio y proceder a la inquisición, hallándose prohibidas por todo derecho natural, divino y positivo, siendo privativo del soberano habilitarlas en caso de suma urgencia y en virtud de su plena potestad; porque con este acto se derogan unas leyes muy recomendables y que se dirigen al derecho de seguridad, que debe gozar todo ciudadano contra la perversidad de los calumniadores.

A este dañado principio era muy regular correspondiesen los progresos, como en efecto sin duda sucedió, pues éstos no pueden ser otra cosa que un caos de declaraciones vagas, falsas y contradictorias. Avanzamos este concepto en virtud del conocimiento que tenemos de muchos sujetos que supimos se eximaron [sic] por testigos, siendo uno de ellos el bachiller Balvin quien, como consta a todos los que lo conocen y a los facultativos que lo asistieron, ha estado demente; y otros son individuos sin instrucción, sin concepto e incapaces aun de contestar con personas de alguna representación. Agregándose a esto que no hubo cuerpo de delito, pues ni se nos sorprendió en alguna junta ni se encontraron papeles algunos de que resultase el más leve indicio de complicidad, defecto que en común sentir de los criminalistas induce una nulidad insanable.

Lo único que puede constar es que en la casa del licenciado Michelena concurrieron su hermano el teniente don Mariano, el capitán García, don Luis Correa y el subdelegado Abarca; que hablaron de que en los casos que expresan en sus declaraciones para conservar el reino a nuestro legítimo soberano e impedir que alguna nación extranjera se apoderase de él, debía establecerse una Junta Nacional, siguiendo el ejemplo de la península, con otros pormenores que constan en las referidas declaraciones. De esto sólo se habló hipotéticamente, no se comprometieron en acción alguna ni en reservar las especies que allí se trataron, como habría hecho, caso que su concurrencia hubiera tenido algún proyecto malicioso. Antes por el contrario, el teniente Michelena les previno que no se volviese a hablar de estas materias, porque no se interpretasen sus expresiones de algún modo equívoco y siniestro; y que un papel sacado de los impresos en que se refiere el modo con que se establecieron las juntas en la península, lo había quemado el día 20 para que en ningún caso, aun de los que se suponían, se volviese a tratar de este asunto.

Sin duda el mismo concepto formó su excelencia ilustrísima, pues con instrucción se determinó a declarar en su proclama, impresa en enero de este año, que en los acontecimientos de Valladolid nada había de infidencia y que el origen de todo no era otro sino los resentimientos y quejas personales.

Esto también se califica con el hecho de que el teniente letrado se vio en precisión (quizá a impulsos de su conciencia), de informar a la superioridad que convenía se cortase la causa en aquel estado, aunque era de sumaria imperfecta. El mismo pensamiento tuvo el señor Abad y Queipo, obispo electo de aquella diócesis, a quien el Superior Gobierno, se dice, encargó información sobre este particular, con cuyo objeto se remitió la causa, exponiendo los muchos, graves e irreparables perjuicios que experimentarían varias familias ilustres y beneméritas de aquella provincia, los que no podrían redimirse, aun cuando se declarasen inocentes los comprendidos.

Su excelencia ilustrísima pasó la causa a la Junta de Seguridad, y de este Tribunal al señor fiscal, quien supimos que pidió se evacuaran algunas citas, se averiguaran los hechos de los europeos y se tomaran confesiones a los reos, haciéndoles los cargos que resultasen y careos que fuesen necesarios.

Este pedimento no tuvo efecto, porque habiéndose remitido la causa al teniente letrado no procedió a averiguar las juntas de los europeos, sino en la apariencia, examinando como testigos a los mismos que decían las habían formado, quienes siendo delincuentes sin duda no omitirían arbitrio alguno para disuadir su realidad. Sin embargo de esto, es público y notorio que el teniente letrado tuvo noticia de ellas y fue requerido por personas de respeto para que pusiese remedio, de lo que resultó que dicho teniente letrado reconviniese en lo privado y amistosamente a un europeo para que se abstuviese en lo sucesivo de dar motivos de hablar.

De las primeras actuaciones del teniente letrado no puede haber resultado que hubiese juntas en la casa del licenciado Michelena ni otra concurrencia que la que llevamos referida, pues es notorio que por su profesión y conexiones la frecuentaban de toda clase de gentes, pero distintos en diversos actos, unos en unas concurrencias y otros en otras, de los que muchos no se conocían ni se había tratado jamás, ni se conferenciaba a excusas de nadie, ni con alguno de aquellos indispensables indicios que se requieren para el avanzado nombre de juntas prohibidas, pues para ellas se necesita el conocimiento a fondo de los sujetos, su mutua confianza y que procedan con un sistema meditado; pues de lo contrario toda concurrencia sería delincuente, y en los teatros, en las plazas, en las tertulias más inocentes y aun en los mismos templos, se diría que se formaban juntas sediciosas. ¡Idea tan extravagante, que la repugna el sentido común y la sana razón! Ni pueden acomodarse a estas concurrencias las leyes que tratan de la materia, pues la ley 1 a. del título 2, partida 7 a., se expresa: "Si alguno hiciere bollicio, o levantamiento del reino, haciendo juras, o cofradías de caballeros, o de villas contra el rey, de que naciere daño al rey, o al reino". Y la ley 2 a., título 10 de la misma partida, claramente dice: "Que por asonada se entiende cuando diez o doce hombres armados comprehenden alguna acción ". No habiéndose, pues, verificado ni aun juntas, como va demostrado, mucho menos puede haber habido alguna de las dos especies de las dos citadas leyes: quedando de aquí convencido, que la presente causa padece otro esencialísimo defecto, a más de los dos anotados, cual es, no haber habido cuerpo de delito para su formación.

Aunque lo expuesto es bastante para la indemnización de los que se han juzgado principales en esta causa, no será fuera de propósito el exponer otras reflexiones, que igualmente destruyen los cargos que podrían hacérsenos. A más del general o comprensivo de todos los sujetos, que es el de las juntas, el cual ya queda absuelto, podría hacerse a mí, el licenciado Michelena, el de haber permitido en mi casa la concurrencia de mi hermano el teniente y del capitán García, de Abarca y de Correa, pero a más de que dicha concurrencia no fue criminal, ni aun sospechosa, como va demostrado, y de consiguiente tampoco lo sería su permisión, yo no la presencié ni la supe; pues estando en una sala de mi casa, con otras visitas, mi hermano concurrió en distinta pieza con los tres sujetos referidos; y así, aun cuando en ella se hubieran tratado asuntos punibles, de ninguna manera era responsable.

A mi hermano podría hacérsele el de haber formado o tenido en su poder el papel que ha querido llamarse plan; pero no habiendo éste sido sino un compendio o recopilación de los impresos venidos de la península, acerca de los medios adaptados en ella para la instalación de las juntas que se declararon y reconocieron por legítimas, los cuales se publicaron en este reino con permiso del Superior Gobierno, no puede ser culpable de haberlo formado y retenido, mucho menos habiéndolo quemado, libre y espontáneamente, por un prudente temor de mala inteligencia o errada interpretación que podría dársele.

A mí, fray Vicente Santa María, podría hacerse, por los apuntes que se encontraron entre mis papeles, este cargo. A primera vista parece ciertamente de gravedad, pero no lo es, si se advierte que los dichos apuntes son borradores de una instrucción que estaba formando a súplica del procurador general de aquella ciudad, para que se entregase al representante de la nación que estaba electo para las Cortes. ¡He aquí cómo la operación más benéfica e inocente de un fiel vasallo y buen ciudadano puede ser transformada, por la malignidad o por la ignorancia, en una acción criminal y execrable!

También podría hacérseme otro cargo de lo que tal vez declararían algunos religiosos de mi mismo convento contra mí; pero es de notar, que habiéndome contraído el odio y enemistades de todos aquellos que juzgaban, les hacía sombra, y no hallando otro arbitrio para vengarse trataron de manchar mi reputación con tan fea nota. ¡Suerte que por desgracia recae sobre los que procuran [añade] por su estudio y conducta adquirir alguna reputación!

A mí, el capitán García, podría hacérseme el de haber citado a los indios por medio del fiscal Rosales, y dádole a éste veinte pesos para que les pagase; mas este cargo está disuelto con lo que en mi declaración expuse, que se reduce a que temiendo que los indios estuviesen comprometidos o con los criollos o con los europeos, y no habiéndome dado dicho Rosales una razón satisfactoria sobre este punto, quise por medio de la citación, que encargué a Rosales, cerciorarme de la verdad, pues si los indios se excusaban, desde luego podrían inferir con bastante probabilidad que estaban comprometidos en otra parte, como por el contrario, si se prestaban a venir fácilmente, debía creerse que no estaban convenidos, lo que así se calificó con el evento. Y que no fue otra mi intención, lo demuestra hasta la evidencia el que habiendo asegurado Rosales que estaban prontos, inmediatamente le contesté que no se necesitaban, y que sin demora alguna fuese a descitarlos, como que mi único objeto era averiguar la disposición en que se hallaban, según va expuesto. Ni el haber entregado los veinte pesos a Rosales prueba lo contrario; pues esto lo hice porque dicho Rosales me expuso que varios indios de fuera de la ciudad habrían dejado de trabajar por venir a mi llamado, y este perjuicio fue el que traté de resarcirles con los veinte pesos que di a Rosales, expresándole que me formase cuenta de lo que invertía.

Ni hay que extrañar que yo tomase empeño a averiguar la disposición de los indios, pues habiéndose esparcido positiva y generalmente en aquella ciudad la voz de la desavenencia entre criollos y europeos, asegurándose que trataban de asesinarse unos a otros, temí, con sobrado fundamento, que hubiese alguna moción; y como la indiada de aquellos barrios es bastante crecida, y por sus ocupaciones mecánicas conocida en la ciudad, juzgué que si acaso había dispuesto algo, estarían comprometidos los indios, o con unos o con otros, en cuyo caso se habrían excusado a condescender al llamado de Rosales. De aquí resulta que esta operación mía, lejos de ser criminal, fue un prudente arbitrio para sondear oportunamente los ánimos e impedir cualquier alboroto, dando cuenta a los magistrados como lo tenía premeditado si hubiera descubierto lo más mínimo, así por una precisa obligación como interés mío y de mi familia, e inexcusable.

A más de esto, desvanece así los citados cargos, como cualquiera otros que pudieran resultarme la reflexión de que manejando yo copiosos intereses, pues es notorio que tengo dos casas de comercio, una hacienda, tres diezmatorios, dos obrajes, la administración de rentas del convento de monjas de aquella ciudad y del Colegio de Niñas y la Colecturía General de Vacantes de todo el Obispado, no es creíble que estando en mi juicio quisiese comprometerme en una acción que no me producía otro fruto que el notable atraso o total pérdida de mis intereses, pues en una sublevación se precipita la plebe sin discernimiento alguno sobre todos los que tienen bienes, para saciar [agrega] su desenfrenada codicia y atroz pillaje.

De la situación que llevo referida, se infiere precisamente que en aquella ciudad y acaso toda la provincia, nadie tenía qué perder lo que yo. Todas mis comisiones y giros dependen de la tranquilidad y quietud pública; perdida ésta, perdida toda mi situación, con ninguna más feliz podía alucinarme el desordenado trastorno que trae consigo toda revolución, especialmente sobre mis comisiones. Y así, parece que sólo en el caso de estar en un considerable descubierto en mis giros, podía ponérseme en el número de los que esperan mejorar de suerte en las desavenencias públicas. Tal descubierto es evidente que no lo he tenido, pues es notorio que ya privado de toda comunicación por tres meses, y ya separado por cuatro de todos mis giros, se han cumplido en mi casa con todas las obligaciones de siempre, a pesar de que por mi ausencia ni se han hecho los cobros correspondientes, se han entorpecido varios proyectos de intereses y todo me ha acarreado considerabilísimos perjuicios, pero sin retener a nadie sus haberes. La aversión a los europeos no me podría inducir a ninguna seducción. Es notorio que con cuantos sujetos trato con aprecio, estimación e intereses, y en cuyo poder están desparramados los de mi cargo, son europeos; una vigésima parte no lo está al de americanos, con que atentar contra aquéllos sería mi ruina, pues su tranquilidad y felicidad [añade a continuación] son inseparables de la mía.

Influye al mismo efecto la consideración de que con sólo el hecho de manejar yo las comisiones que llevo referidas, tengo necesariamente muchas conexiones y enlaces y sólo el número de mis dependientes y criados es bastante crecido, con que no pudiéndose calificar que ni a uno solo hubiese prevenido e insinuádole la más ligera disposición, es argumento convincente de que nada tenía premeditado; pues, en tal caso, no era posible haberlo ocultado a aquellos de quienes indispensablemente hubiera tenido que echar mano. Realza hasta el último extremo la fuerza de esta razón, el que habiéndose divulgado desde la mañana del día veintiuno, que trataban de ponerlos presos y verificándose la captura del padre Santa María, con escándalo, si hubiese habido el más ligero fermento, sobrado tiempo hubo para que se hubiesen impedido las prisiones; y tan lejos de suceder esto, sólo se observó que mis dependientes las presenciaron y que, como el pueblo, estaban atónitos y confusos, ignorando la causa de ellas; lo que no hubiera sucedido si algunos estuviesen comprometidos, pues en tales circunstancias lo hubieran descubierto, juzgado que era llegado al caso y que no admitía dilación; pero seguramente no habrá quien pruebe que yo haya seducido ni tratado de formar partido con nadie.

Añádase a todo, que si yo hubiese pensado en una sedición, precisamente había de haber tomado, a más de las obvias medidas que van insinuadas, la de congratularme de la tropa de mi regimiento, que estaba sobre las armas y municionado; pero es constante que aunque yo he servido bastante, ha sido puntualmente en comisiones, solicitadas por mí, de las que no sólo alejan del trato inmediato de la tropa, sino de las que contraen su odio. Es notorio que ninguna he tenido de las que concilian su afecto; mi trato con ella ha sido tan retirado, que a pesar de que mi compañía ha sido de las mejores arregladas, jamás la he manejado por mí, sino por otros, a quienes he pagado. Apenas y de poco tiempo a esta parte, conozco al sargento primero de mi compañía, y puedo jurar que si no al criado que tengo, no conozco a un soldado por de mi compañía, jamás he hecho guardia alguna por mí mismo en el cuartel ni asistido a él sino rarísima vez y en la indispensable revista de comisario.

A mí, el licenciado Soto, podía hacérseme el de las voces que se dice proferí en la calle, incitando a que tomasen las armas, que ya era hora; pero a más de que los testigos que he sabido declaran sobre este hecho, están varios en sus deposiciones, pues cada uno me atribuye diversas frases o expresiones, lo que descubre la falsedad; pues siendo un acto simple y único, todos habían de haber oído unas mismas. En mi declaración tengo expuesto, de modo que no queda duda, cuál fue el origen de este error, que consistió en que habiendo visto a un sujeto despreciable que con una mala espada andaba metiendo bulla, por burlarme de él le dirigí el verso con que Virgilio comienza su Eneida: Arma, virumque cano toje qui primus ab oris. Y como los que lo oyeron no entendían el idioma latino, interpretaron las voces Arma y ab oris, por "ya es hora de tomar las armas". Todos los que conocen mi carácter y genio, cuya ocupación y recreo no es otro que la lectura, meditación y crítica de autores selectos y amenos, juzgarán increíble que haya habido quien me atribuya, a no ser unos bárbaros, pensamientos y expresiones sediciosos.

Tampoco puede resultarse cargo alguno del cuaderno que posteriormente remitió a esta superioridad el teniente letrado, sobre el viaje que hice a Patamban, pueblo de la sierra, así porque éste se formó después de que yo tenía recusado a dicho teniente letrado y estaba admitida la renuncia en esta superioridad lo que induce manifiesta nulidad y de consiguiente no me perjudica, aun cuando resultase algo, como porque del citado cuaderno creo no se comprobará otra cosa sino mi inocencia y la capital enemistad que el teniente letrado me profesa, por los motivos que individualmente tengo expuestos en mi declaración y me hacen mucho honor.

De todo lo expuesto, se convence con certeza y claridad que ninguna culpa resulta a los procesados; pero, sin embargo, han sufrido por más de dos meses una ignominiosa prisión, cada uno en estrechísima e incómoda habitación, aun para la salud, en el convento del Carmen, sin comunicación alguna, bajo de llave, con centinelas a la puerta y ventana y éstas con órdenes contrarias a todo derecho y humanidad, en un lugar donde habían obtenido García y Michelena los primeros empleos militares y políticos, y con suma amargura de las principales gentes con quienes están enlazados y aún están sufriendo los más terribles perjuicios, pues todos se ven fuera de sus hogares, padeciendo su opinión pública, careciendo muchos del consuelo de sus familias, viendo dolorosamente arruinadas sus negociaciones y consumiéndose con los exorbitantes gastos que es indispensable hacer en la Corte. A todo esto se agrega lo mucho que han padecido el capitán García y el alférez Michelena, a quienes se destacó violentamente para que sirviesen en regimientos extraños; el primero a San Luis Potosí y el segundo a Xalapa, siendo ambos oficiales de mérito y dignos de todo aprecio por la puntualidad de su servicio y exactitud con que han desempeñado varias graves e interesantes comisiones, sin que jamás se hayan hecho acreedores a la más ligera nota, y sí el aprecio, recomendación, concepto y confianza de sus jefes. El licenciado Michelena y el padre Santa María por la tropelía con que fueron conducidos a esta capital en calidad de reos, manteniéndose el segundo hasta el día recluso en un convento, y el primero con la precisión de presentarse diariamente al mayor de Plaza. Y, por último, el licenciado Soto en ocho meses que hace salió de su patria, ha tenido que experimentar las mayores aflicciones para conducir a esta Corte su familia y mantenerla en ella.

No tuvo otro motivo su excelencia ilustrísima, según se ha podido entender, para la dispersión de estos sujetos, que una denuncia anónima; y ya anteriormente se ha dicho el crédito que merecen semejantes delaciones. De aquí provino que extraordinariada la causa, se entorpecería por tanto tiempo su giro y que en el día se haya hecho demasiado difícil su continuación, pues de emprenderla no resultaría otra cosa que la total ruina de los interesados y de las muchas familias que penden de ellos, pues mientras más recrezcan los daños que experimentan, más imposible se hace su recompensa o satisfacción.

Por estos fundamentos, suplican los interesados se dé por concluida en el presente estado; declarándoles, como es de rigorosa justicia, libres de toda sospecha de infidencia y restituyéndolos a su buena opinión y fama, sin que el haberse seguido esta causa sea obstáculo para sus ascensos y pretensiones.

Por tanto, a vuestras señorías suplicamos mande proveer como pedimos, juramos lo necesario, etcétera.

José María García de Obeso. Licenciado José Nicolás de Michelena. Fray Vicente Santa María. Licenciado José Antonio Soto Saldaña [rúbricas]

 

VIII

1812. Acusación del inquisidor fiscal contra Santa María[ 10 ]

Visto por nos, los inquisidores, contra la herética pravedad y apostasía, en esta ciudad y Arzobispado de México y en todos los reinos y provincias de esta Nueva España, Guatemala, Islas Filipinas, sus distritos y jurisdicciones, por autoridad apostólica, real y ordinaria, juntamente con el ordinario del Obispado de Michoacán, un proceso y causa criminal de fe que en este Santo Oficio se ha seguido y sigue, entre partes, de la una el señor inquisidor fiscal de dicho Santo Oficio, y de la otra, reo defendiente fray Vicente Santa María, franciscano, de la provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, natural de la ciudad de Valladolid en dicha provincia y de edad de cincuenta y cinco años, preso en cárceles secretas de este Santo Oficio, que está presente, sobre y en razón que el dicho señor inquisidor fiscal pareció ante nos y presentó su acusación en que con efecto dijo:

Que siendo el susodicho cristiano, bautizado y confirmado y religioso y gozando como tal de todos los privilegios, gracias, prerrogativas y exenciones que son concedidas a los buenos y verdaderos católicos y religiosos, abandonando este reo enteramente sus más estrechas obligaciones de cristiano y religioso, sin temor de Dios ni de su divina justicia, y en menosprecio de la siempre recta y respetada del Santo Oficio, con grave ruina de su alma y conciencia y lamentable escándalo de otras muchas del pueblo cristiano, había hecho, dicho, creído, cometido y practicado y visto hacer, decir y cometer a otros, contra lo que cree, tiene, predica y enseña Nuestra Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica, Romana, pasándose de su purísimo y santo gremio al feo, impuro y abominable de los herejes iconoclastas, albilgenses, wiclefitas, luteranos, calvinistas, deístas y otros filósofos anticristianos, antiguos y modernos, sintiendo mal como ellos de varios dogmas de nuestra sagrada religión; profiriendo y defendiendo proposiciones impías, escandalosas, temerarias, heréticas, sediciosas, revolucionarias, denigrativas a la nación española, sus legítimos soberanos, e injuriosas a los santos padres y a este Santo Oficio, que lo constituían irreligioso, incrédulo, libertino, impío, hereje, apóstata de nuestra sagrada religión, o al menos muy sospechoso de serlo, blasfemo, temerario, escandaloso, revolucionario, sedicioso, perturbador de la pública tranquilidad, perjuro, falso y diminuto confitente, de que en general lo acuso y en particular de lo que de su proceso resultaba.

 

IX

1812. Réplica de Santa María a los veintiséis capítulos de acusación que se le formularon en el Tribunal del Santo Oficio[ 11 ]

A la pregunta de si sabía o presumía la causa de su prisión por el Santo Oficio, dijo que no, pero que sí presumía que habría sido por haberle interpretado mal algunas proposiciones;[ 12 ] porque de esto le dieron aviso por un anónimo con sello de Aguascalientes, de que se estaban haciendo diligencias contra él en Guanajuato; pero que su conciencia no le acusaba nada por qué había sido preso.

En la segunda, dijo: que concurriendo con dos religiosos que nombró, uno refirió que el papa había mandado un legado a Madrid y que éste había ungido al rey intruso Joseph Bonaparte, y al oír esta especie, el uno de ellos, se encogió de hombros y el confesante la contradijo como falsa y atribuyéndola a maniobra y violencia de su hermano Napoleón en caso de ser cierta y suponiendo posible o hipotéticamente que Su Santidad, lo hubiese hecho, motu proprio, se escandalizó y en el rapto de la ira dijo: "¡Me cago en el papa!", y que no se acordaba de otra cosa.

Y en la tercera audiencia, dijo: que estando presos en el convento de carmelitas de Valladolid, cierto sujeto que nombró, que también lo estaba, el confesante le dijo que según las preguntas capciosas que hacía el asesor, quería ser mejor juzgado por el Santo Oficio, y que a esto le contestó dicho sujeto que él por su parte lo esperaba y era factible, porque cierta vez había dicho en Guanajuato acerca del edicto que proscribe la soberanía del pueblo, que era punto controvertible, cuya resolución sólo pendía de la Iglesia o del papa; a que no le pudo contestar por haber entrado otro. Que en otra ocasión, muy reciente al edicto, tratando expresamente sobre la materia que contenía, le preguntó otro sujeto ¿que cómo podría entenderse genéricamente la excomunión fulminada en dicho edicto?, a que le contestó, que más que con razones y leyes, se aclaraba con un símil, y era por ejemplo la canonización de un santo: que una vez declarada y admitida por toda la Iglesia, decir lo contrario, anatema sit, y lo mismo la soberanía de España una vez establecida, decir lo contrario, anatema sit.

En otra audiencia se le puso a este reo la sobredicha acusación, compuesta de veinte y seis capítulos, a que bajo de nuevo juramento que hizo, dijo: que era el contenido ella, y que delante de Dios, como estaba, protestó y dijo no haber incurrido ni remotamente en la sustancia de los crímenes de que se le acusaba, y desde luego los testigos que declararon contra él, oyeron y entendieron mal sus proposiciones.

Al capítulo 1o., dijo que era verdad que su provincia lo había distinguido y había recibido una educación política y cristiana y que le daba gracias a Dios y a su provincia; pero su correspondencia a estos beneficios había procurado fuese cuanto habían alcanzado sus fuerzas, sin mala nota de su persona, ni en materia de incontinencia, ni en materia de juego, ni en materia de borrachera, ni en cosa alguna por donde se pudiese decir escandaloso.

A los capítulos 2o., 3o., 4o. y 5o., que eran falsos en todas sus partes.

Al capítulo 6o., dijo que era verdad que había leído con afecto los libros franceses, especialmente los buenos; que de los prohibidos leyó dos tomos de la Historia eclesiástica, de Racine, y los entregó al comisario de Valladolid; un tomo del Hijo de familias, de Diderot, ignorando su prohibición, y lo entregó a un sujeto que nombró; que nunca manifestó adhesión a los libros prohibidos, aunque sí dijo que en ellos se encontraban fragmentos sublimes, comprobante de la religión, como los insertó Jamín en su obra Pensamientos teológicos y otros; que era falso haber censurado al gobierno español, los talentos y valor de los españoles, y que hubiese manifestado desafecto a la casa reinante de España y complacencia por la tiranía de Napoleón. Que en orden a la aprobación de la Revolución Francesa, era verdad que al principio de ella dijo (a varios sujetos que nombró), que en ciertas cosas y aun en el principio, que en todas era fundada en razón la Revolución Francesa, en la reforma de su trono, como en el dispendio de su tesoro real y principalmente de la reina, sino a discreción de la nación en su Asamblea; la abolición de las Letras de Cachet, que muchas veces se compraban en el gabinete sin que el rey supiese lo que firmaba; en la reforma de las rentas eclesiásticas y moderación de los ministros a una congrua bastante a la reducción del número de dichos ministros. Que en aquella vez, en la concurrencia de los sujetos que expresó, se leían ciertas cartas de correspondencia en que decían que por acá se hablarían mil cosas de París, pero que por allá estaban tranquilos y sólo descontentos los clérigos y frailes, porque les tocaban en sus rentas; que sobre estas expresiones, se discurría en la tal concurrencia y en ella decía el confesante que hacían muy mal los eclesiásticos en fomentar la revolución de los pueblos con sus reclamos en materia de intereses, cuando, según se decía, la nueva legislación francesa en nada tocaba la sustancia del dogma católico. Que en orden a libros prohibidos, leyó también a un Pau, sin saber que lo estaba, que trata sobre las indagaciones de los americanos; que no fue reconvenido sobre las conversaciones relativas a la Revolución Francesa ; que era falso fuese desafecto a la nación española y también de que hubiese dicho la proposición "de qué nos admiramos que los franceses intenten usurpar la España, ¿no es esto lo mismo que los españoles ejecutaron en la América ?", y que únicamente lo que había dicho [fue] lo siguiente: "unidos los franceses y dispersos los españoles seríamos perdidos".

Al capítulo 7o., que las citas que hizo de Montesquieu, Voltaire y otros, fueron las mismas que encontró o en sus impugnadores o en otros que las copian; pero que no las había leído en sus fuentes, esto es, en Montesquieu y Voltaire, y que no había sido panegirista de ellos ni pensado serlo.

Al capítulo 8o., que refirió la proposición declamando contra Voltaire, no adaptándola.

Al 9o., que era verdad que tenía licencia de leer libros prohibidos concedida por el papa, y que no había usado de ella, y por eso no hizo que se pasase por los trámites debidos.

Al 10o., que era falso.

Al capítulo 11o., que era falso; que lo que dijo fue que los institutos religiosos no eran absolutamente necesarios en la Iglesia.

A los capítulos, desde el 12 al 17 inclusive, dijo que eran falsos y que siempre había rezado el oficio divino y cuando no pudo rezarlo había rezado la commuta, para lo que tenía Breve.

Al capítulo 18o., que era cierto que a un sujeto que nombró le enseñó el pasaje que cita el capítulo en el Oráculo de los filósofos, en francés, y el mismo sujeto lo leyó con el confesante, pero no celebrando el hecho sino, al contrario, impugnando al impostor Voltaire.

Al 19o. y 20o., que eran falsos.

Al 21o., dijo que sí se había explicado en esos términos acerca de la teología puramente contraversista, mas no acerca de la teología decidida, dogmática y expositiva. Y que no había dicho lo demás que se le hace cargo.

Al 22o., que era falso que tuviese los defectos que dicen los informantes y que en el punto de revolucionario no había tenido influjo positivo ni ciencia clara de que se pensara revolución en Valladolid; sólo sí, concurriendo diariamente de la casa de cierto sujeto (que nombró) de Valladolid, veía en ella concurrencias de muchos sujetos que hablaban sobre la historia actual de la guerra de España con la Francia, y entre la multitud de juicios se habló muchas veces sobre la independencia de esta América, caso de que los franceses quisieran suplantarnos (entre los muchos concurrentes nombró específicamente a diez y ocho). Que en orden a juntas efectivas y deliberadas por ellos y prevenidas para llevar a efecto la citada independencia, nunca consultaron con él ni le dieron parte; pero él supo que las habían tenido con este objeto después que a él y a los demás presos los pusieron en libertad, porque ellos mismos le contaron su proyecto. Que de facto tuvieron juntas en que trataron de armarse para en caso de revolución, para las que no contaron, él de miedo a que pudiera revelarlo y aún calificándolo de loco; que sobre esto les hizo reflexiones desaprobándoles su intento, y que hacía memoria que contaban con gente de Celaya, San Miguel, Zamora, Guanajuato y de otros lugares, manifestando deseos de atraer a su partido al intendente Riaño; y que uno de los sujetos que nombró y era oficial, le contó que había viajado por la tierra y otros puntos para hacerse de gente; que no pudiéndose concordar en la última junta, había quemado sus planes y que esto había declarado en juicio. Y que pues, esta materia tenía mucho que desmenuzar para ponerla con claridad y verdad, teniendo como tenía la cabeza débil, podría en su cárcel entenderlo con más prolijidad, a cuyo efecto pidió se le concediese papel bastante para poner la relación exacta, metódica y con la distinción necesaria de tiempos y personas y juicio crítico de cada una de ellas, según lo que les oyó y contestaciones que tuvo con todos y cada uno. Y se le entregó un cuadernillo de papel.

Continuando en otro día la audiencia de acusación, presentó un escrito en diez fojas y respondió a los capítulos 23o. y 24o., dijo que se refería a lo que tenía dicho en sus audiencias, por haber dicho en ellas la verdad.

Al capítulo 25o., que no era revolucionario ni sedicioso ni se probaba tal por la carta, porque las amarguras de que hablaba respectivas a Valladolid, se las escribía su hermana y otra mujer, y las de acá las sabía por un padre dieguino que vino de Querétaro y por los mismos religiosos de San Diego que hablaban consternados. Que tampoco se podía inferir de la especie de cuidado de si llegaría o no la carta a su hermana, porque ya vino a cárceles con todos los fundamentos de recelar, porque estaba ya interceptada la comunicación; y menos el cuidado de Guanajuato, porque la carta de su hermana expresaba las inquietudes que había en aquella ciudad. Y que era falso que predicase el sermón revolucionario.

El capítulo 26o., final y otrosí, dijo que no había cometido otros delitos mayores, como presumía el señor inquisidor fiscal, ni había ocultado la verdad; y si en algo había faltado a ella, fue por fragilidad de memoria. Y que, aunque fuese puesto a cuestión de tormento, no podía decir otra cosa sin faltar a la verdad, porque lo era todo lo dicho, so cargo del juramento fecho.

 

X

1813. Carta de Santa María a Bustamante, en la que expresa su fervoroso entusiasmo por la causa revolucionaria, a la que asesora en cuestiones políticas[ 13 ]

Señor licenciado don Carlos María Bustamante. Tlalpujahua, y abril 16 de 1813.

Amadísimo amigo y muy señor mío: No hace mucho tuve el gozo de dirigir a usted una por conducto del licenciado Aguilar en que le participo a usted mi mansión en este real, que es desde el 27 de enero. Luego que llegué procuré saber de la salud y situación de usted y luego que la supe la he celebrado sobre mi corazón. En ese lugar logra usted la vista y trato del señor Osorno, en quien se reúnen las cualidades y prendas más relevantes que lo hacen acreedor al más fiel respeto. Lo creo así porque la experiencia me ha puesto delante su correspondencia epistolar con este señor excelentísimo presidente. No puedo ni aun remotamente dudar que sea usted de mi propio dictamen, teniendo el objeto a la vista; y aunque días pasados hubo cierto rescoldillo de dispersión de ánimos que ciertísimamente ya se extinguió y sólo reina en nosotros la dulcísima paz de la hermandad, del patriotismo y de la santa independencia, bendito sea Dios que ya nos redimimos de los feroces gachupines y nuestros magistrados y potestades constituidas son, aunque hombres, dulces, benéficos y amables por carácter, como dignos americanos.

Yo, amigo mío, vivo en este lugar lleno de gozo, mirando y tratando cuanto puede ser al excelentísimo señor presidente Rayón, que adicto al señor Osorno es también un pleno conjunto de bellísimas prendas. ¡Ojalá, hermano mío, le fuera a usted posible acercarse a este lugar donde estamos algo sobrecogidos por las circunstancias civiles, en la dispersión de la Junta Suprema que nos rodean, y en las que es tan necesario el arrimo de los sabios para que se reparen nuestros males! La instalación de la legítima soberanía americana, y no menos la formación de la Constitución Nacional, nos son de una suma urgencia, y ya usted ve cuánto interesaría en estos asuntos la presencia del licenciado don Carlos María Bustamante, como uno de los americanos más penetrados del entusiasmo patriótico.

Cuando vine, no fue sin los dos tomitos de Anacarsis y el Diccionario de Sejournant, que están aquí a disposición de usted, y no olvido al incomparable Bentham, Principios de legislación, que ahora es cuando debe ser nuestro oráculo. Entre mis papeles que me secuestraron quedó una gran parte de la traducción, y aunque nada de lo manuscrito me restituyeron, me consuela que usted no habrá separádose del original francés. Infinito apreciaría, y deseo que usted me lo franquee, para que traducido llene usted su profecía de que algún día no distante debería servirnos.

En fin, amigo de mi corazón, el dador de ésta es otro yo, que instruirá a usted verbalmente de cuanto no cabe en la difusión de la pluma. Mi presencia ante usted es cuanta cabe en todo mi espíritu, y mis deseos se dilatan a que logre usted con su amada esposa, cuyos pies beso, infinitas satisfacciones, como que soy de usted su más adicto servidor y capellán, que besa su mano.

Fray Vicente Santa María

 

XI

1813. Carta de Santa María al obispo de Baltimore, sugiriéndole que reconozca la independencia política y eclesiástica de México[ 14 ]

Excelentísimo e ilustrísimo señor don Juan de Okeron, arzobispo de Baltimore y legado pontificio a látere de la América Septentrional

No era posible que la luz de vuestra excelencia ilustrísima dejara de penetrar mi corazón, como americano que soy y adicto cuanto debo a la independencia religiosa y civil de mi patria. Soy religioso de San Francisco, cristiano católico por consiguiente, y asimismo no menos yo que todos los individuos habitantes de este suelo religioso, nos referimos a vuestra excelencia ilustrísima como a centro de nuestro culto sagrado y como el más digno apóstol que nos ministra en este Nuevo Mundo la doctrina santa del Evangelio. Por mi parte, aunque soy el último de mis compatriotas, me lisonjeo de lograr la ocasión del portador, para ponerme a los pies de vuestra excelencia ilustrísima; y aunque este procedimiento intempestivo tenga ciertos visos de audacia en un hombre humilde y sin jerarquía que lo recomiende, la brillante justificación y bondad de vuestra excelencia ilustrísima lo estrechará a recibir benigno el justo homenaje que por ésta le tributa.

Excelentísimo e ilustrísimo señor su más rendido y fiel súbdito que le venera y besa su mano.

Fray Vicente Santa María

[ 1 ] Tomado de la edición de Rafael López, op. cit., t. II, p. 353-358.

[ 2 ] Pueden verse, para ampliar lo que aquí dice el padre Santa María: Manuel Toussaint, La conquista de Pánuco, México, El Colegio Nacional, 1948, y Ernesto Lemoine V., "Proyecto para la colonización y evangelización de Tamaulipas en 1616", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1961, t. II, n. 4, p. 569-582.

[ 3 ] Como decimos en el texto, esta primera parte de la Relación fue la única que se publicó. No sabemos, incluso, si existen manuscritas las otras cuatro partes.

[ 4 ] Original en Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 198. Aunque no tiene fecha, deducimos que la carta es anterior a 1800, por las referencias que en ella se hacen a la expedición de Bonaparte a Egipto y Siria. En Nueva España, de acuerdo con este documento, aún no se sabía el retorno de Napoleón a Francia y la caída del Directorio.

[ 5 ] Inserta en la causa de Santa María. Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 761. También pudo haber sido escrita en el segundo semestre de 1808, después de conocerse en Valladolid la noticia de las abdicaciones de Bayona.

[ 6 ] Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 194.

[ 7 ] Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 503-507.

[ 8 ] Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 12-13. Este documento no lleva fecha; pero por el contexto y por la cronología de los escritos que lo acompañan, debe ser de junio de 1810. Por razones que desconocemos, Bustamante se retiró de la defensa de Santa María; y es extraño que en su Cuadro histórico no haga mención de los servicios que prestó al franciscano y sí, en cambio, recuerde sus gestiones en favor de García de Obeso.

[ 9 ] Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 50-57. Sin fecha, pero fácilmente deducible por el acuse de recibo anotado en el mismo documento: "Real Junta de Seguridad, 3 de septiembre de 1810. Al Sr. fiscal, donde está la causa".

[ 10 ] Inserta en la causa de Santa María. Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 741-742.

[ 11 ] Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la conjuración de Valladolid", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 756-760. El texto aquí presentado es nuestra versión paleográfica del original, en Archivo General de la Nación, Inquisición, t. 1433, f. 185-199.

[ 12 ] Esta declaración queda confirmada con el documento que cita fray Vicente, original en la causa, depositado en la estafeta de Aguascalientes y dirigido "Al muy reverendo padre, fray Vicente de Santa María, que viva muchos años. Convento de nuestro padre seráfico Francisco de Valladolid". El texto del anónimo es el siguiente: "Reservadísimo. Muy señor mío: por una casualidad caí en la ciudad de Guanajuato a una casa donde oí una muy secreta y reservada conversación. Tomí [sic] cauteloso posición idónea y aprovechándola inferí con evidencia se había hecho delación de usted en el Santo Oficio y en él se practican diligencias contra usted, que aunque lo contemplo inocente, considero que a las veces la envidia y la maledicencia tienen partido ventajoso en algunos sujetos que parece que sólo están para hacer daño. Lo aviso a usted para su gobierno y [para que] se modere, si acaso por inadvertencia ha producido algunas proposiciones que lo hayan conducido a tan serio Tribunal. El tiempo (si Dios nos da vida) dirá a usted que le avisa un afectísimo suyo que le desea toda felicidad. G. [rúbrica]". Archivo General de la Nación, Infidencias, t. 23, f. 193.

[ 13 ] De lo mucho que debe haber escrito Santa María durante los meses que sirvió a Rayón, este documento, importantísimo y muy conocido, es uno de los pocos que han llegado a nuestras manos, y eso a través de un compilador que casi nunca indicó la procedencia ni la catalogación de sus fuentes. Lo publicó J. E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México, de 1808 a 1821, México, José María Sandoval, 1881, t. V, p. 33. Véanse, además, las notas 27 a 30 del estudio de Ernesto Lemoine Villicaña, "Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán. Tres grandes momentos de la insurgencia mexicana", Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1963, t. IV, n. 3, p. 465-466.

[ 14 ] J. E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México, de 1808 a 1821, México, José María Sandoval, 1882, t. VI, p. 1042.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, José Valero Silva (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 1, 1965, p. 63-124.

DR © 2006. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas