Martín Quirarte
Entre los escritores extranjeros que han hablado sobre México, Ralph Roeder ocupa un lugar de distinción. Hombre de poderoso brío dialéctico, en él se entrecruzaban las reflexiones del crítico y los libres vuelos del artista. Dejó una importante obra sobre historia de México, que todavía está reclamando una valoración crítica justiciera.
Si para explicarse mejor un libro de historia precisa conocer la vida de quien lo hizo, las circunstancias que lo rodearon y la atmósfera cultural que respiró, es indudable que el autor de Hacia el México moderno no nos ha dejado una documentación abundante.
Cordial y serio, elegante y austero, Roeder daba a sus mismos amigos íntimos la impresión de un aristócrata de la vida y el pensamiento. Mucho antes de que muriese se comenzó a trazar la silueta de una figura legendaria. En cierta manera el mismo escritor contribuyó no poco a envolver su figura en un halo mítico. Se ha dicho que por modestia ocultó sus datos biográficos. "Por hablar de los otros no habló de sí mismo." Más bien me inclino a creer que era Ralph Roeder uno de esos seres que buscan envolverse en una atmósfera de misterio. Si nos ocultó muchos aspectos de su personalidad, tenemos de todas maneras los suficientes datos que nos permiten reconstruir, si no su vida, por lo menos fragmentos de la misma, y los rasgos esenciales de su sicología.
Debemos a don Andrés Henestrosa el interesante estudio sobre Ralph Roedor, que sirvió como prólogo a la cuarta edición de Juárez y su México, publicada en 1972, por el Fondo de Cultura Económica. El ensayo es un derroche de elegancia y claridad literaria.
Conocedor como pocos de la vida y la obra de Roeder, Henestrosa recuerda el impacto que el escritor norteamericano produjo en Salomón de la Selva cuando por primera vez lo conoció en Nueva York.
"Bastábame su presencia - escribió Salomón de la Selva - para que todo alrededor se me volviera Florencia, Roma e Italia." Este autor, que lo trató en Nueva York cuando muy jóvenes los dos, le da cuna en Charleston: " Oriundo de la embrujada Charleston ", dice, " acaso recordando que allí vivieron sus padres al llegar a América ". En Nueva York conoció y fue amigo de dos hispanoamericanos selectos: Pedro Henríquez Ureña y Salomón de la Selva, a quienes deslumbró. " Un día primaveral en Nueva York -escribe Salomón de la Selva-, antes de la Primera Guerra Mundial, me llevó el doctor Frank Grane -comentarista del Globe- a comer al hotel Brevort, de admirable cocina francesa y vinos de leyenda, para presentarme (yo era su hallazgo más reciente) al periodista Mowrer, brillante corresponsal en París de un diario de Chicago. Mowrer llegó también acompañado. También él había descubierto un poeta. Mowrer era un petimetre de goatee afinada e indumentaria llamativa, pero más que la flor que llevaba en la solapa de la americana lucía a su lado, muy joven, muy rubio, muy esbelto, Ralph Roeder, el ahora celebrado autor de The man of the Renaissance, que lleva años en México escribiendo una biografía de don Benito Juárez. Aquel día Ralph, muy cuidadoso en su dicción, con una voz límpida, de infinitos colores transparentes, con todo y que no dijo mucho, superó para mi gusto a las viandas y a los vinos. Decir que cautivó, como después cautivaría a Pedro, es rememorar pálidamente una intensa impresión de juventud." Aquella primera impresión no se borró en el poeta nicaragüense. Lo recuerda muchos años después, entre los maestros y amigos de su niñez y mocedad, con gratitud y con admiración: "Y Ralph Roeder -cuyo monumental estudio sobre Juárez y su México es una lástima que todavía no se traduzca y publique en español-, quien me enseñó a amar el Renacimiento, en el libro de Gobineau, cuando éramos jóvenes los dos, en 1913, y amábamos no sólo las letras, y las bellas artes, sino apasionadamente también a Saint Vincent Millay y a Lydia Lopokova".[ 1 ]
No voy a trazar en estas páginas la imagen que hace Henestrosa de Ralph Roeder, pero sí a señalar lo que a mi juicio son las líneas esenciales de su esbozo biográfico.
Ralph Roeder Leckerk nació el 7 de abril de 1890, siendo descendiente de una madre francesa y un padre alemán. Era un "amante de la belleza y la bondad y el amor". Despertaba admiración por su conversación y su sensibilidad de poeta. Era uno de esos seres que aspiran a gozar de la vida en toda su plenitud. Artista y viajero recorrió Europa. El Mediterráneo lo atrae y su dominio de las principales lenguas europeas le abre un mundo de belleza y humanismo.
Ralph Roeder pudo haber descollado en Estados Unidos, hablando de la historia de su propio país, pero no sintió esa fascinación. Si Europa y sus temas lo atraen, no encuentra allí la emotividad suprema de su vida.
Es indudable que Ralph Roeder tenía un gran conocimiento de ciertas etapas de la historia humana y una musculatura crítica de primer orden, pero sus dotes no eran suficientemente poderosas como para permitirle igualarse a los grandes historiadores europeos. Por otra parte, ¿habría encontrado la posibilidad de ocupar un sitio destacado, él tan individualista, en esa Europa en donde cada vez era más difícil vivir como historiador independiente, y en cambio hasta a los más altos valores no les desagrada formar parte de vastos conjuntos o de grandes equipos de investigación?
¿Qué hubiera podido decir sobre figuras y acontecimientos europeos, allí donde la historia ha sido estudiada à la lupe como dicen los franceses o con lupa, como podríamos decir nosotros?
¿Hubiera podido destacar con sus obras al lado de estudios sobre el Renacimiento como los de Jacob Burckhardt? ¿Habría podido codearse con historiadores como Fernand Braudel, Lucien Febvre, Marc Bloch, Jacques Pirenne o Benedetto Croce?
El escritor busca otro escenario y lo encuentra. México lo atrae con pasión irresistible y a él dedica lo más noble de sus sentimientos. Cuando en la década de los cuarenta llegó Ralph Roeder a nuestro país, no era un improvisado en el terreno de la investigación histórica, había llegado ya a la vertiente de la madurez.
Entre nosotros halló Ralph Roeder no un terreno virgen para la investigación histórica, pero sí un terreno insuficientemente explorado en muchos trechos. Tuvo la fortuna también de contar con mecenas que protegieron sus investigaciones.
En la tarea de hablar de temas de historia mexicana, se iba a comprometer Ralph Roeder durante una treintena de años. Miró a México desde su torre de marfil, sin comprenderlo totalmente, pero amándolo siempre a su manera. No trató nunca de halagar a las masas y se mantuvo cuidadosamente separado de ellas, pero mostrándose siempre cordial en su trato. Cultivó un círculo cerrado de amigos entre los cuales destacan personalidades eminentes de la política y las letras.
Ralph Roeder fue un investigador solitario, no aspiró a intervenir en nuestra vida cultural en calidad de maestro. No poseyendo por ejemplo las cualidades pedagógicas de un José Gaos o de Ramón Iglesia, de un Juan Antonio Ortega y Medina o de un Pedro Bosch-Gimpera, extranjeros que encontraron en México una nueva patria intelectual, no buscó el contacto con la juventud estudiosa de la Universidad, de El Colegio de México o de otros centros similares. Firme en su deseo de investigar cosas mexicanas, penetró en multitud de rincones de nuestro acontecer histórico. Teniendo preferencia por las visiones de conjunto pudo lograrlas sin que lo torturasen las preocupaciones del erudito. Poderosamente atraído por los temas modernos y contemporáneos, tuvo la fortuna de entregarse al estudio de lo que le gustaba.
Como producto de sus investigaciones hechas en nuestro país, Ralph Roeder nos dejó Juárez y su México y la obra póstuma titulada Hacia el México moderno.
En los tiempos en que Ralph Roeder publicó por primera vez Juárez y su México (en 1947 la edición en inglés y en 1951 la traducción al español), podía dar la impresión de ser un escritor que permanecía solitario en la alta cúspide por él escalada. Pero bien pronto volvió a sentirse entre los mexicanos el interés por los estudios de la Reforma y la Intervención Francesa y el Segundo Imperio. En esta actividad investigadora corresponde a José Fuentes Mares y a Jorge L. Tamayo el lugar más destacado.
Jorge L. Tamayo en su labor de búsqueda, para seguir paso a paso la vida entera de Juárez, publicó 17 volúmenes de documentos, 15 de ellos de mil páginas aproximadamente cada uno. Lo guió un espíritu diferente del que inspiró a Roeder. No intentó hacer una biografía, pero sí reunió el material necesario para que los investigadores puedan acercarse más fácilmente a la comprensión de un hombre y su época.
Mas es de justicia reconocer que Tamayo no solamente realizó una mera compilación documental. Ordenó el material, procedió la elaboración de índices, hizo introducciones en donde campea la erudición y el buen sentido. No rehuyó la formulación de juicios. Procedió a efectuar investigaciones minuciosas. En multitud de sus estudios, los argumentos denotan el esfuerzo crítico más lúcido.
Con espíritu independiente y una impetuosidad muy personal, José Fuentes Mares elaboró cuatro importantes libros sobre Juárez.[ 2 ] En algunos tópicos los juicios del historiador mexicano superan a los de Ralph Roeder, por su profundidad analítica y la sólida documentación que la respalda. Mas Fuentes Mares enfocó su lente crítico a un sector limitado de nuestra llamada gran década nacional, mientras que el autor de Juárez y su México examinó todo el vasto conjunto.
Cabe decir que después de las actividades de revisionismo histórico emprendidas por Francisco Bulnes, Justo Sierra y Carlos Pereyra en la primera década del siglo XX, para revalorar los acontecimientos que van de 1854 a 1867 no se habían hecho esfuerzos de crítica sólida. Ralph Roeder encontró así una senda libre que le permitió la marcha hacia un feliz éxito.
Al publicarse Juárez y su México, por primera vez en español, se le tributó a su autor un justo homenaje de reconocimiento. Bien podía Roeder sentirse satisfecho de la reacción del público mexicano. Se le rendían aplausos y honores que no había recibido ningún extranjero de nuestro tiempo dedicado al estudio del siglo XIX.
Desde luego que nadie fuera de México había hecho un libro sobre Juárez más importante que el de Ralph Roeder. Comparada su obra con la de los mexicanos que lo precedieron en el estudio sobre la Reforma, la Intervención Francesa y el Imperio de Maximiliano, en capacidad de criterio y poder de síntesis, sólo Justo Sierra y Carlos Pereyra podían considerarse no solamente sus iguales sino que lo superaban.
Pero fuera de los trabajos de Sierra y de Pereyra, la obra de conjunto de Roeder es de tal solidez que no ha aparecido ninguna que pueda equiparársele y tardará muchos años en que se publique la que pueda sobrepujarla. El autor norteamericano sigue aún gozando en México de una poderosa corriente de simpatizadores, sin que falten los que desestimando poco o mucho a los autores mexicanos, lo consideran como "el biógrafo insuperado de Juárez". Sin recurrir a hipérboles intentemos dar en dos plumadas un juicio equitativo.
Las reflexiones de Carlos Pereyra contenidas en Juárez discutido como dictador y estadista, así como las apreciaciones del mismo autor unidas a la de Justo Sierra en Juárez, su obra y su tiempo, analizan con mayor profundidad que Roeder el ambiente social y político dentro del que se movía Juárez. Hay también un alto reconocimiento a los colaboradores de Juárez, sin que falte tampoco una alusión justiciera a esa multitud anónima sin cuyo conocimiento la historia de un pueblo es incompleta.
Ralph Roeder dirigió la mirada hacia horizontes que le permitieron una interpretación original. Su trabajo no fue el resultado de una improvisación, dedicó a él varios años de paciente labor. Investigó en bibliotecas y hemerotecas. Recorrió una gran parte del escenario de los acontecimientos. Estudió en autores mexicanos y extranjeros. Un análisis cuidadoso de su obra permite apreciar el buen manejo que hizo de la documentación. Su bibliografía es muy nutrida. No exagera cuando hace ostentación de una rica fuente de consulta. Pero habría hecho un servicio mayor a la historia si a pie de página hubiera señalado con precisión el periódico, el folleto o el libro que le sirvió para fundamentar sus juicios. Ni en los casos en que hace transcripciones recurre a este procedimiento elemental.
Ralph Roeder estudia las vicisitudes de la vida mexicana. Conoce con profundidad los lineamientos de la guerra de Secesión. Al examinar el asunto de las relaciones entre México y Estados Unidos no convence completamente. Se tiene la impresión de que muchas cosas quedaron en el tintero. Su deber de historiador no pudo sobreponerse completamente a su calidad de estadounidense, que naturalmente oculta algunos aspectos no muy honestos de la diplomacia norteamericana.
Es indudable que en muchos temas la crítica de Roeder caló muy hondo. Sus reflexiones sobre los acontecimientos de 1861, su análisis de la idea imperial de Napoleón III o el estudio de las grandes dificultades que, surgieron entre Dano, Castelnau y Bazaine en los últimos días de la Intervención Francesa son una gran prueba de su gran penetración para juzgar los hechos.
Ralph Roeder es, desde luego, el investigador que con mayor profundidad ha estudiado la historiografía europea sobre la Intervención Francesa y el Imperio de Maximiliano. El autor penetró con gran interés en el conocimiento de la vida de Juárez, pero desestimó el estudio de muchos de los grandes caudillos ideológicos y militares de la Reforma. Además no sólo no les concedió el rango que se merecían a los próceres del conservadurismo, sino que en términos generales ni siquiera les permitió dar explicaciones.
Sería injusto, sin embargo, reprocharle a Ralph Roeder su falta de interés por lo que tiene un olor conservador, si no se toma en cuenta que a los mexicanos se nos podía hacer una censura semejante. No hemos profundizado en el conocimiento del conservadurismo con la misma preocupación científica con la que analizarnos el liberalismo. Es indudable que no se puede dar una visión cabal de la historia de una nación, si no se estudian con el mismo interés las fuerzas retardatarias y las progresistas, cuyo mecanismo explica el proceso histórico.
En los juicios de Roeder sobre Juárez predomina la actitud admirativa a lo largo de casi todo el libro. Por eso desconcierta la disparidad con la que el mismo historiador analiza la conducta de Juárez en el periodo de la República triunfante.
Al juzgar Ralph Roeder los últimos seis años de la vida política de Juárez no procede con equidad. Y cabe aclarar que el autor no actúa arrastrado por un impulso pasional; desde la primera hasta la última línea hay una actitud calculada, no se nota la menor sombra de vacilación en sus juicios. Falta en el cuadro general de los acontecimientos una buena distribución de luces y de sombras.
Roeder transcribe las censuras que se hacen a la administración de Juárez sin dar casi nunca explicaciones, y si las da, a veces, es casi siempre para condenar también al propio presidente de la República. Reproduce párrafos periodísticos del Diario de los Debates en que la oposición da golpes contra Juárez y además el propio Ralph Roeder los propina también. Acumula sombras con maestría de artista, pero se muestra a menudo un artista de lo trágico.
Después de haber dado remate final a la investigación en la que Ralph Roeder abordó el estudio de nuestra llamada gran década nacional, se consideró con alientos para escribir la historia de México, del Porfirismo y de la Revolución. El gobierno del presidente Adolfo López Mateos se mostró dispuesto a otorgarle una protección económica. Para este fin, se procedió a la redacción de un contrato entre el autor y la Nacional Financiera en virtud del cual se le otorgaría a Ralph Roeder la suma de cinco mil pesos mensuales hasta su muerte, como derechos de autor por una parte de sus obras en español. Dentro de estas publicaciones quedaban comprendidas Juárez y su México, además de ciertos estudios que proyectaba Roeder sobre el Porfirismo y la Revolución.
La cifra de dinero que percibía Roeder no era muy alta, pero tampoco podía considerarse miserable. Equivalía entonces a lo que percibían algunos investigadores de primera categoría en nuestros centros de investigación. Con estos recursos bien podría vivir con modestia decorosa, pero no podía darse el lujo de comprar demasiados libros, ni siquiera los indispensables para estar enterado con elementos propios, del progreso de la historiografía mexicana.
Antes de leer los documentos íntimos que se conservan sobre la vida de Ralph Roeder, recibí el impacto que me produjo su biblioteca. Conocerla había sido para mí uno de mis anhelos más vehementes. No pude prever la desilusión que me iba a producir. Pensé encontrarme con una de las colecciones más ricas en folletos, libros y diarios sobre la época de la Reforma, la Intervención Francesa y el Imperio. La colección de libros que el autor de Juárez y su México dejó al morir no llegaba a cinco centenares, entre los cuales no había propiamente joyas bibliográficas. No eran siquiera obras selectas. El lote estaba constituido, en su mayor parte, por los libros de publicación reciente y de bajo precio. Abundaban las obras obsequiadas. Esto explica en gran parte las condiciones en que trabajó el investigador norteamericano. Para laborar con eficacia, siempre es muy conveniente el poseer una biblioteca personal con los libros esenciales o estar adscrito a un centro de investigación, lo que permite el fácil acceso a las fuentes documentales. Roeder no tenía ni una ni otra ventaja. ¿Pero no sentiría alguna vez el deseo vehemente de vivir en esa atmósfera de cálida compañía que representa una librería de autores selectos y de los que no se privan la mayor parte de los historiadores, por modesta que sea su condición económica?
Cuando Ralph Roeder firmó con la Nacional Financiera el contrato en virtud del cual se comprometía a preparar libros que versarían sobre el Porfirismo y la Revolución Mexicana, tenía 74 años de edad. El viejo luchador conservaba un vigor físico excepcional y una mente muy lúcida. Durante cinco años más continuó sus investigaciones con la misma tenacidad y el amor con los que había escrito las primeras obras de su juventud.
Vinieron los años tristes y fue el de 1969 probablemente el más doloroso de su existencia. El 18 de julio, Faria Mindell Roeder, la fiel compañera de su vida, bajó al sepulcro. El funeral se hizo sin pompas. Para nuestra mentalidad de mexicanos, nos asombrará que un hombre del prestigio y la posición económica de Roeder gaste unos seiscientos pesos en cosas funerarias y ordene la cremación del cadáver. Pero es necesario que al juzgar éste y otros aspectos de su vida, no se olvide nunca la contextura moral de aquel hombre.
Durante los tres meses que siguieron a la muerte de Faria, el escritor vivió momentos de intenso dramatismo. Hubiera querido seguir de inmediato a su esposa, pero antes de partir necesitaba terminar su obra Hacia el México moderno. "Irse sin terminarla -dice Andrés Henestrosa- hubiera sido una contradicción de toda su vida. Un supremo homenaje a su patria adoptiva fue prolongar sus días para no dejarla inconclusa y para corresponder a los honores con que México lo distinguió."[ 3 ]
No se puede luchar contra el tiempo y menos se puede luchar contra la muerte. Había llegado para Ralph Roeder el instante de la decisión fatal.
Con una sangre fría pasmosa redactó cartas, hizo testamento y dio las últimas disposiciones que le permitieron sentir que dejaba de él una memoria grata y respetable. Fue siempre un hombre solemne, aun en los detalles de su vida doméstica. Pundonoroso en grado extremo, cuidó de cumplir con sus menores compromisos. El 3 de septiembre de 1969 redacta una carta dirigida a la señora Carmen Sordo de González Cosío, en la que declara que, temiendo una muerte súbita -"había tenido un infarto y podía tener otro"- deja mobiliario y algunas pequeñas cosas para ella. Siendo inquilino de su casa, se disculpa por dejar lleno todavía el departamento con sus objetos personales. El estilo en la comunicación es el de un hombre que sabe que su muerte está próxima. A partir de este momento se tuvo el presentimiento de que él mismo pudiera poner fin violentamente a su existencia.
Ralph Roeder procedió a redactar su testamento. Es un documento sencillo, como sencillos fueron los actos de su vida entera. En él tiene palabras de generosidad y agradecimiento para los amigos que lo estimaron en su vida. En reconocimiento a los beneficios que México le otorgó, ordena que todos los bienes que posee a su fallecimeinto queden a la disposición del presidente de la República Mexicana, "suplicándole tenga la bondad de aplicar la totalidad a la institución o instituciones de beneficencia pública que el mismo presidente estime designar".
Queda aún por redactar una última disposición. Sin fecharla, Ralph Roeder escribe una carta, tal vez la última, dirigida también a la señora Carmen Sordo de González Cosío. Nuevas disculpas por las molestias que pueda causar una casa que no está desocupada totalmente, aunque ya había procedido a desprenderse de muchas cosas. Hay recomendaciones para los amigos y orden de regalar pequeños objetos. Puede disponerse de sus libros o donarlos a una biblioteca. Escrupuloso hasta en el mínimo detalle deja una pequeña cantidad para los gastos funerarios y el pago de la luz y el teléfono. El 27 de octubre lleva a efecto la determinación trágica de disponer de su propia vida.
El 14 de noviembre del año de 1969, las autoridades proceden a efectuar el inventario de los bienes muebles de la casa de Ralph Roeder. Las habitaciones distaban mucho de ser lujosas. Aquélla era la mansión de un asceta de la cultura, que murió con modestia decorosa.
Por disposición del mismo Ralph Roeder se procedió a la incineración de su cadáver. Cumplido su deseo no quedaba del hombre sino un puñado de cenizas. No dejó descendencia. Nos quedan, sin embargo, sus libros que, según el decir de Marcelino Menéndez y Pelayo, son los hijos que no mueren.
En los últimos cincuenta años, tres son los libros de mayor importancia que se han publicado para valorar al gobierno del general Díaz y su tiempo: El Porfirismo: historia de un régimen, de José Valadés; la Historia moderna de México, escrita bajo la dirección de Daniel Cosío Villegas, y Hacia el México moderno, de Ralph Roeder.
Fue en 1941 cuando Valadés comenzó a publicar la obra que tituló El Porfirismo: historia de un régimen. Tres aspectos fundamentales serían el objeto de su ambicioso proyecto: hablaría del nacimiento, del crecimiento y de la declinación del régimen. El nacimiento fue abordado en el tomo publicado en 1941. En 1948 aparecieron dos volúmenes que integraron la parte relativa al crecimiento. Queda aún por publicar el tercer tomo sobre la declinación. ¿Qué razones han detenido a Valadés para que después de 25 años no haya todavía publicado la última parte de su trabajo? Aparte de ciertas vicisitudes de carácter político y económico por las que ha pasado Valadés, es el estudio de los años que van de 1908 a 1910 el que más serios trabajos le ha costado. Innumerables cuartillas tiene escritas actualmente, para dar algún día forma definitiva a una de las obras más sólidas de su talento creador. Pero en tanto que esto no suceda, el lector puede consultar las páginas que Valadés dedica a los últimos años del régimen del general Díaz en su libro Madero, imaginación y realidad, los dos primeros tomos de la Historia general de la Revolución Mexicana, la Breve historia del Porfirismo y la parte que al mismo régimen dedica en el tercer tomo de la Historia del pueblo de México.
Fue sin duda alguna, José Valadés, el primer gran historiador que empleó para el estudio del régimen porfirista métodos de investigación no usados hasta entonces por quienes del tema se habían ocupado. En la tarea de juzgar al general Díaz y a su obra varios escritores lo habían ya precedido. Con finalidades de panegirista y en vida de don Porfirio habían tomado la pluma Humberto Howe Bancroft, Bernardo Reyes y Juan Humberto Cornyn. Después al tener lugar la caída del gobierno del general Díaz, escritores políticos como Ricardo García Granados, José López Portillo y Rojas, Emilio Rabasa, Ramón Prida y Francisco Bulnes con mayor o menor acierto, unos con resentimiento y otros sin él, habían intentado un esbozo crítico sobre el dictador y su tiempo. Por diferentes que hayan sido estos autores entre sí, tenían un rasgo común que los identificaba: todos creían que la dictadura del general Díaz había sido una consecuencia obligada por la naturaleza misma del pueblo mexicano. La habían considerado necesaria durante los primeros años de su gobierno, pero casi todos se lamentaban de que el dictador no hubiera muerto a tiempo, o no hubiese tenido la grandeza de alma suficiente para organizar políticamente al país, para que pudiera éste depender en lo futuro de sus leyes y no de sus hombres, como Bulnes dijera. ¿Tiene entonces algo de extraño que al juzgar la dictadura, ellos mismos pretendieran destacar el aspecto político del régimen? Nada más fácil que hacer la historia del Porfirismo sin profundizar en las realidades económicas y sociales del país. ¿Y qué decir de la historia diplomática, de la historia de la cultura de la que no hay el menor vestigio valioso en las obras que venimos examinando?
Cuando Valadés comenzó a escribir sobre el Porfirismo no marchó por los senderos trillados. Tenía la suficiente competencia para manejar con admirable maestría múltiples ramos de la historia. Fue así, el primero que abordó desde un plano de alta seriedad crítica la historia diplomática, económica y política del Porfirismo. Para lograr un buen éxito tenía la ventaja de conocer con gran profundidad la evolución cultural, así como las vicisitudes administrativas del régimen. Había estudiado además la historia institucional del México del siglo XIX. Pudo así ser en cierta forma el primer navegante de una ruta inexplorada. Más tarde los estudios sobre el Porfirismo avanzaron por cauces enteramente nuevos gracias a don Daniel Cosío Villegas y su grupo de investigadores. ¿Pero no fue un gran mérito de Valadés el haber sido el primero en trazar el camino, y haber avanzado solo, sin colaboradores, sin el auxilio de institutos que protegieran sus estudios, sin contar con auxilios económicos del gobierno?
Alguna vez dijo Valadés al autor de estas líneas que "los que juzgan a los escritores nunca debían olvidar el estudio de las condiciones en las cuales un libro se escribe". Ciertamente que en circunstancias menos dramáticas de aquellas en que Valadés redactó su Alamán, estadista e historiador fueron escritos sus volúmenes sobre El Porfirismo. Y cosa singular, al hablar de este régimen el autor no se dejó arrastrar por el magnetismo que sobre él pudiera ejercer el personaje central de su libro. No lo dominó ni el odio ni el amor. Si en alguna de sus obras lo subjetivo y lo objetivo se disputaron la preeminencia del historiador, fue precisamente al escribir El Porfirismo, Valadés, que al hablar de Antonio López de Santa Anna, Lucas Alamán, José María Gutiérrez de Estrada y Melchor Ocampo, con actitud casi de paternal tolerancia, no pudo sustraerse a la fascinación que sobre él ejercieron dichos personajes hasta el grado de desconocer o no analizar algunos de sus graves errores; al juzgar al general Díaz no sucumbe a esta postura. Si de algo podía pecar es de exceso de severidad y no de benevolencia con respecto al forjador de la dictadura.
Quienes han examinado el Porfirismo con criterio de jueces implacables, quienes miran en el régimen fundamentalmente los aspectos negativos son indudablemente menos severos que el propio Valadés. El régimen de la paz causó a México mucho mayor número de males que los que suelen comúnmente creer sus adversarios. Léanse detenidamente el conjunto de censuras que hace Valadés a la administración porfiriana y se comprenderá con cuanta dureza ha juzgado al régimen. Mas Valadés no busca los defectos de un hombre y de su administración con odio de político o con afán de sectario, sino que escudriña tres años de historia para encontrar explicaciones. Y en cerca de siete lustros descubre lo mismo grandezas que miserias.
Es incuestionable que por grandes que hayan sido los errores de don Porfirio, por graves que resulten sus defectos como hombre de Estado, no es lógico pensar que todos sus errores y todos sus defectos fueran practicados de una manera consciente y con un espíritu de maldad. En múltiples momentos de la vida del caudillo vibró el más puro desinterés y el más recto patriotismo. Creyó ciertamente, casi por espíritu fetichista, en las excelencias de lo extranjero, pero no fue un ser aislado en su tiempo. El complejo de inferioridad étnica hizo estragos hasta en los más altos valores políticos y culturales no solamente de México sino del mundo hispano del siglo XIX. Esto ha sido irrefragablemente demostrado.
Comenzó Valadés su estudio sobre el Porfirismo considerando que era una época tan llena de abrojos como sembrada de laureles. Entró Porfirio Díaz en la gran historia política de México cuando "quien más, quien menos, exigía un puño para corregir desmanes y sembrar bienes".
Quien derribó el gobierno de Lerdo de Tejada y puso después los cimientos de una dictadura, ¿tenía las cualidades que se necesitan para ser hombre de mando? Indiscutiblemente. Su carrera había sido para don Porfirio fuente de ilustración política:
Por su templanza como civil y su gallardía como soldado; y por lo recio de su figura y el fuste de su tesón; por su fervor patriótico y el sosiego en su retiro, don Porfirio parecía pertenecer a la reducida lista de los hombres a quienes nunca encuentra la noche.
Formado en el vivaque, gozaba Díaz de esa salud moral que es resultado de la indagación de lo propio y del examen de lo ajeno; porque si el trato con rudos soldados le concedió oportunidad de penetrar en la naturaleza humana, y el triunfo guerrero le hizo cauteloso de las vanidades, las marchas, las desazones, los peligros, las dudas, los sufrimientos, en suma todo lo que compone el cuadro de la vida de un ejército, que en México no es cuartel sino romance; esto todo, se repite, proporcionó a don Porfirio un par de dones: el sentido del excelso mexicanismo y el prudente a la vez que eficaz mando.[ 4 ]
Los enemigos de Díaz hubieran querido que Valadés, página tras página, se dedicara a fulminar anatemas contra don Porfirio, pero eso hubiera equivalido a no escribir historia sino a subordinar su talento al servicio de una pasión política. Valadés no escatimará sus elogios al general Díaz cuando los cree merecidos, pero tampoco se abstendrá de censurar su conducta cuando el jefe de Estado es digno de censura.
Muchos reproches se le han hecho al régimen porfirista, pero no pocos de los grandes leales que éste produjo al país tuvieron sus raíces en la época que le precedió. ¿No fue aun sin quererlo don Gabino Barreda el difusor de una doctrina que creó en la mente de tantos hombres del periodo porfirista un amor desmedido al progreso, una ambición de riqueza sin procurar someter a una moral su línea de conducta?
La mayor parte de los liberales había buscado la solución del problema mexicano inspirados en ideas extranjeras, sin ahondar en el estudio de las raíces de lo mexicano. El porfirismo exageró todavía más la devoción de lo exterior.
Fue Barreda -dice Valadés- el sacerdote de esa religión que parecía alumbrar el universo: la religión de la libertad. Creyó en la ciencia; amó la ciencia; pero vivió en un mundo extraño al del cielo que cubría a su país. Hizo una escuela que fue la base sobre la que se erigió el régimen porfirista; escuela de la que hubo de salir ese grupo dominante, descreído e impío, antiespañol y afrancesado, que sólo quiso saber la dirección de las cosas, olvidando el valor del alma humana.[ 5 ]
Y sin embargo aquel afán materialista fue favorable y desfavorable a México.
Con el régimen porfirista [añade Valadés] renace la leyenda de la riqueza mexicana, y al igual que en los comienzos de la República el Estado confía en el orden, el individuo en la imaginación. El partido militar, en el poder, quiere hacer lo que no hizo el partido burocrático. Hay ensueños de grandeza. México es conducido hacia el ritmo del mundo civilizado; para ello se pretende dar pasos de gigante. Con el concepto spenceriano, se niega la Providencia, para creerse en el progreso.
Nada se mide. Parece que al hombre le han salido alas. La imaginación del criollo, de suyo inmensa, riega al país de ferrocarriles, abre canales navegables, forja una marina mercante; proyecta ciudades, draga puertos; tiende líneas telegráficas y telefónicas; sueña en la colonización; estimula exposiciones; fomenta el inversionismo extranjero.[ 6 ]
Lo que Valadés lamenta es que al rebelarse el país contra su educación española, lejos de construir lo mexicano, cayó en la burda imitación de lo exótico. Incapaces los hombres de la época de poner las bases de un pensamiento propio, prefirieron importar ideas principalmente francesas. "Ya no tuvo el país ni siquiera generales -generales del siglo XIX- que era lo único mexicano que existía, donde no había ni teólogos, ni historiadores, ni universidades, ni escuelas, ni costumbres, ni leyes propias."[ 7 ]
Si los intelectuales mexicanos se emancipaban de una doctrina exótica, era para caer en los brazos de otra doctrina extranjera. Si un jurista como Vallarta se destacaba por su ciencia, ésta vivía nutrida de doctrinas angloamericanas "olvidando la formación étnica, económica y social de México". De allí el desequilibrio que tendría que operar entre lo jurídico y lo social.
Hubo sin embargo un bello instante en la historia del nacimiento del régimen, el socialismo comenzó a lograr prosélitos. Se reunieron congresos, se hicieron publicaciones importantes de carácter socialista. Mas este generoso impulso perdió su fuerza sin que interviniera siquiera la autoridad del Estado para lograrlo:
Después de 1880, entra el movimiento obrero y social de México en su declinación. La falta de ideas precisas, la inconsistencia de los propagandistas, la debilidad de un Estado industrial y la impotencia de una naciente organización frente al desarrollo político del nuevo régimen fueron las causas de ese rápido ocaso; y es también la falta de ideas, unida al exceso de palabras y al preciosismo en la composición literaria, característica de los intelectuales de los primeros años del régimen porfirista. La forma en el decir lo lleva todo; el pensamiento se hunde en un lago sin medida y sin espacio. La imprecisión de ideas hace que una vez se hable en nombre de una moral que luego se condena; obliga a una creencia que en seguida se niega; se erige un altar que más adelante se destruye.[ 8 ]
En aquella crisis de valores
lo único que pudo dar vida cultural a México era el espíritu ciclópeo de la transformación de lo español en americano. Pero el porfirismo no comprendía los problemas culturales; la visión de una nacionalidad no alcanzaba tal superioridad. El nuevo régimen sólo quería entender los problemas "científicos": burocracia organizada, rentas públicas, sistemas tributarios; obediencia de los gobernadores, ensayos de ciencia universitaria, lineralidad para las religiones, exportación de materias primas, complacencias a los Estados Unidos.
Poco es sin duda lo que el país ha logrado al finalizar la etapa del crecimiento. Es por eso que Valadés al concluir su primer tomo sobre el régimen porfirista se expresa con una elegancia que no puede ocultar su melancolía.
La única concepción de grandeza de ese régimen, que nació de la desesperación y del desengaño, de la fuerza y de la disciplina, del orden y de la armonía autoritarios, fue el Estado, fue la nación.
Todavía en esos primeros años de su nacimiento, el régimen porfirista no llegaba al punto soberano de su historia; pero lo alcanzaría, con creces, en ese desenvolvimiento magnífico que cerró su carrera ascendente junto con un siglo oropelesco.[ 9 ]
Cuando José Valadés publicó en 1948 los dos volúmenes del segundo tomo de El porfirismo, habían pasado ya siete años de aquel en que iniciara, con El nacimiento, el estudio de uno de los regímenes más enmarañados de la historia de México. Había sido objeto de no pocas censuras que lejos de causarle desaliento intensificaron su fe en México y su amor a la historia.
No son muchos siete años en la vida de un historiador y sin embargo, en ese corto periodo, una poderosa evolución mental se había operado en Valadés. Su crítica era más sutil y el estilo literario habíase robustecido en precisión y elegancia. Censurado por haberse dedicado al estudio de personajes "excluidos o mancillados por la historia liberal como Antonio López de Santa Anna, Lucas Alamán, José María Gutiérrez de Estrada y Porfirio Díaz", contestaba que aunque él era de cuna liberal concebía que "la historia no es ciencia llamada a extirpar épocas o individuos; esa tarea corresponde en todo caso a la política".
Ahora bien, si se buscara en Valadés el motivo fundamental que ha movido sus preocupaciones de historiador, habría que declarar que ha buscado durante décadas con laboriosidad infatigable el sentido de lo mexicano. Por eso al estudiar un aspecto de la historiografía del porfirismo no puede ocultar la indagación que le produce.
Leyendo esa historia oficial, crecimos odiando todo lo acaecido en nuestra patria en los dos primeros tercios del siglo pasado, puesto que los historiadores del Estado sólo nos hicieron conocer los horrores de la traición y del crimen, para realzar la magia pacifista.[ 10 ]
¿Para completar el juicio no podría agregarse parafraseando a Valadés, que la historiografía oficial de nuestro tiempo ha despreciado todo lo acontecido bajo el porfirismo para realzar la magia de la Revolución ?
La crítica no puede desdeñar el estudio sobre el periodo dictatorial sin incurrir en el pecado de arrancar un enorme fragmento de la historia. Es imposible explicar con claridad las directrices que en lo económico, lo político y lo social siguió la Revolución Mexicana, si no se estudian previamente sus antecedentes en el periodo porfirista.
Es un error muy generalizado suponer que el México de Porfirio Díaz vivió bajo la influencia de un perpetuo terror. El mal que hizo el dictador fue más grave todavía: contribuyó a extirpar los pocos vestigios del espíritu cívico que aún había, no por medio de la violencia, como medio principal, sino recurriendo fundamentalmente a la corrupción. No le falta razón a Valadés cuando afirma que el liberalismo claudicó miserablemente ante Porfirio Díaz. Por otra parte los grandes prelados de la Iglesia católica no fueron menos sumisos a la autoridad del presidente de la República. Mas la obra de sumisión no se logró de inmediato. Ni los cuatro primeros años del gobierno de Díaz ni el periodo de González fueron suficientes para consolidar la dictadura. Por desmesuradas que fueran las ambiciones políticas de Díaz, cuando en 1884 ocupó por segunda vez el poder presidencial, es incuestionable que no pudo prever que iba a ser el jefe de su país durante 27 años más.
Un lustro después de que Valadés publicó su segundo tomo de El porfirismo, don Daniel Cosío Villegas inició a su vez la publicación de la Historia moderna de México. La magna empresa tendría como objeto no sólo el estudio de la época que sus autores llaman Porfiriato, sino también el periodo denominado República Restaurada.
Para la redacción de la Historia moderna de México empleó Cosío Villegas el auxilio de más de una docena de colaboradores, entre los cuales se contaban personalidades destacadas en el campo de la investigación como Moisés González Navarro, Luis González y González, Francisco R. Calderón, quienes tenían ya un prestigio adquirido como trabajadores de la historia. Impulsados por el espíritu de superación que inspiraba a Cosío Villegas, y por convención propia también, muchos de los colaboradores acabarían por lograr una brillante culminación.
Después de haber escrito el octavo volumen de la Historia moderna de México, Daniel Cosío Villegas declaró que antes de él y de José Valadés no se había escrito sino prehistoria del "porfiriato". Con ello daba a entender que gracias a los dos había sido posible que se redactara sobre el régimen del general Díaz una historia crítica con fundamentos sólidamente científicos.
Algunos discípulos de Cosío Villegas han dicho que su maestro se ha expresado elogiosamente hablando de Valadés tanto en institutos culturales y universidades mexicanas y norteamericanas. Es posible, pero convendría recordar también que en un estudio titulado Historiografía del México moderno, al hablar del autor de El porfirismo. Historia de un régimen, comenzó don Daniel por hacer una apreciación generosa.
A pesar de que El porfirismo de Valadés no abarca toda la historia moderna, pues, parte de 1877, representa un progreso enorme sobre las demás historias particulares y aun sobre toda la literatura histórica de la época. Por la primera vez se hace una investigación seria; para ello, se agotan las fuentes secundarias, se va a las primarias y con una energía impresionante: es difícil imaginar que otro investigador pueda repetir la hazaña de consultar tal cantidad de documentos, privados y oficiales, manuscritos o impresos, y tal masa de publicaciones periódicas, de la capital y de las provincias, políticas, literarias y técnicas. Valadés se propuso presentar un cuadro completo del Porfiriato: su vida política, su vida económica y su vida social. La iniciación y el crecimiento del régimen han consumido los tres volúmenes y la decadencia se llevará otros dos, por lo menos; de este modo, la obra completa bien podría alcanzar las dos mil páginas.[ 11 ]
Cosío Villegas señalaba también lo que a su juicio constituía sus limitaciones. No le agradaba su estilo literario y los resultados de su obra le parecían inferiores al esfuerzo desplegado por el historiador. Para que el autor valore los argumentos de don Daniel con mayor precisión, conviene transcribir sus ideas al respecto.
No es agradable la lectura del Porfirismo; a veces, escuece, irrita. La pluma que lo escribe es ligera, pero no atrevida y menos diabólica; habría bastado para lograr un relato simple y directo, no para sustentar la novedad arbitraria, engalanar la paradoja y hacer virtuosa la volubilidad. Puedo estar equivocado, desde luego; pero me parece que el autor se ha propuesto ser una especie de escritor tozudo, cuyo extremo, el tough writer, ha estado tan de moda en la reciente literatura norteamericana. Nosotros tuvimos mucho antes esa clase de escritor. Francisco Bulnes y José Vasconcelos han podido servir de modelos. Uno puede ignorar toda la obra histórica de estos dos autores sin perjudicar la propia; pero, puesto a imitarlos, sólo podrán evadir su influencia perniciosa, el talento genuino, la cultura añeja y la modestia que prefiera el acierto menor al disparate mayor.
Un capítulo de la obra de Valadés lleva por título "Escote y fisco"; otro, "Rueda y humo"; un tercero, "El barroco del exterior". El lector candoroso (y los buenos lectores lo son siempre) acabará por preguntarse si el libro cuyo índice repasa es una colección de charadas o el sumario de una historia. No cuesta trabajo admitir que José Bergamín tenía aciertos acrobáticos cuando llamaba a la historia "Presencia del pasado"; a la ciencia, "Aventura del pensamiento", y a la creación poética, "Dimensión imaginaria"; pero aun esos hallazgos verbales pasan de moda y pronto se hacen hueros.
Hay algo de mayor importancia en la obra de Valadés. Reconocido el enorme trabajo de investigación en que descansa, no deja de afligir el fruto menor que obtiene de esa erudición indudable: le sirve para establecer hechos, casi nunca para normar juicios; estamos ante el caso de un fabricante de teorías grandiosas que intenta explicar cómo y por qué las fuerzas históricas tenían que desembocar en donde desembocaron. Toda esa información caudalosa es usada, por ejemplo, para establecer que el general Díaz ascendió al poder el 5 de mayo de 1877, pero no se consigue demostrar que, al hacerlo, gozaba de la "confianza de los partidos vencidos". Esta afirmación, la verdaderamente interesante, carece en el libro de sustento documental, y es, además, inexacta.
Estas limitaciones son las que bien podrían llamarse "normales" en una obra extensa y ambiciosa. Hay además un matiz de significación particular. Éste es, sin duda, el caso patético de oligofrenia que el empeño representa. Tengo para mí que el señor Valadés, después de escribir una biografía apologética de Lucas Alamán, se propuso estudiar a Porfirio Díaz como el otro héroe conservador del siglo XIX. Y se lanza con la certidumbre de que Porfirio Díaz es, en efecto, un héroe, el de "la paz y la concordia nacionales", por lo menos. Con una idea bulnesiana, fabrica entonces el partido "burocrático [...], tenebroso, despiadado, indolente, que provocó una y muchas veces tan serias rivalidades en el seno de la autoridad mexicana". Porfirio Díaz, por supuesto, acaudillaba a "la parte más resuelta" de los partidos políticos mexicanos; sus componentes eran los guerreros, y los pobrecitos guerreros estaban agobiados por el imperio del escribiente. Los "escribientes" eran Juárez, Lerdo, Iglesias y otros civiles ilustres. Es de suponerse que también debieran ser incluidos los porfiristas más distinguidos: Ignacio Ramírez e Ignacio Altamirano, Vallarta, Zamacona, Ezequiel Montes, Protasio Tagle, etcétera. Esto ocurre en las primeras páginas del primer volumen de la obra; pero ya para mediados del segundo, el autor descubre el disimulo de Porfirio ante el asesinato de García de la Cadena. Tiene que aceptar que la carta del dictador lo cubre de ignominia y revela en cuán poco aprecio tenía la vida humana y qué extraño era el régimen porfirista a los mandatos de la ley; por eso, Valadés concluye que las virtudes de un jefe de Estado caen ante este documento, que es bastante para dictar el más severo de los fallos contra don Porfirio [...]. Y al acercarse al final del tercer tomo, se le escapa lo que debe tenerse como una confesión: "el prestigio de Porfirio Díaz, por más grande elevación que se le quiera proporcionar, no deja de ser amargo y siniestro".
El origen de esta actitud está en haber partido de la noción de un héroe; el historiador lidia con hombres de carne y hueso, o de barro, si se prefiere; nunca con héroes o con dioses. Quienes lo olvidan, saltan de la historia a la mitología.[ 12 ]
El tono agresivo de don Daniel no fue motivo para que le impidiera a Valadés expresarse con acento de gran dignidad al ponderar la importancia de sus investigaciones sobre el porfirismo.
Don Daniel Cosío Villegas realizó una obra de grandes alas ( la Historia moderna de México); y aunque fue auxiliado por un competente grupo de colaboradores, de todas maneras, le correspondió la dirección de la obra, y dirigir es un saber y una labor que no es dable a todos los talentos. La obra de Cosío Villegas, sin embargo, no ha sido pesada ni medida en sus internas disposiciones ni en sus salientes proporciones.[ 13 ]
Convendría hacer alguna vez un estudio sereno y equilibrado sobre la importancia que tienen las reflexiones de estos dos autores al juzgar el porfirismo.
Es indudable que el más notable esfuerzo que se ha realizado en los últimos años para estudiar la historia de México de 1876 a 1911, le corresponde a don Daniel y a su equipo.
El 28 de marzo de 1971 el director de la empresa que se había propuesto elaborar la Historia moderna de México, declaraba que ponía punto final a la redacción del tomo x, y con él daba término a un trabajo de investigación y estructuración que había durado 23 años.
Una obra de tan vastas proporciones como la de Cosío Villegas es merecedora de ser comentada no en un folleto o en una serie de artículos, sino que bien podría dedicársele un libro entero para separarle los aspectos positivos y negativos.
Cabe decir que aun cuando Cosío Villegas puede manejar cualquier rama de la historia, fue la parte política el objeto de sus predilecciones. Desde que publicó Porfirio Díaz en la revuelta de La Noria, anunció el comienzo de una gran batalla. Creo que en don Daniel hay dos personalidades que constantemente bregan entre sí: la del historiador y la del político. La primera lo hace mirar las cosas tal como fueron, la segunda lo impulsa a reflexionar sobre lo que debió haberse hecho. Y ése ha sido el gran debate, que desde hace más de tres lustros se desenvuelve en la conciencia de Cosío Villegas.
Al escribir el primer tomo de la Historia moderna de México, dedicado a la parte política de la República Restaurada, dominó a don Daniel el prejuicio de antipatía que sentía hacia Porfirio Díaz. Y esta pasión, lógicamente, redundó en perjuicio de la obra. Aprovechó cuantas ocasiones tuvo para ridiculizar al general Díaz. Lo llamaba constantemente Porfirio a secas, para subrayar su desprecio. Dedicó unas cuantas páginas para hablar de las últimas administraciones de Juárez en un libro de más de novecientas. Los postreros años de gobierno del gran repúblico eran merecedores de ser narrados con una amplitud mayor. Pero le interesaba más, entonces, censurar a Díaz que tratar de explicar a Juárez. El término mismo de "porfiriato" para designar a un régimen, denotaba un odio preconcebido.
Pero a medida que Cosío Villegas entraba más y más en el conocimiento del régimen porfirista, fue cediendo ante la fuerza incontrastable de los hechos y supo en múltiples ocasiones sustraerse a todo odio político. Yo lo aplaudo calurosamente cuando lo veo romper una barrera de prejuicios. Algunas afirmaciones como la de su "Séptima llamada particular" constituyen sentencias históricas que resisten el embate de las críticas más agresivas. Al analizar la historia económica y la política exterior del porfirismo, Daniel Cosío Villegas no puede menos que enfrentarse a ciertos prejuicios y los destruyó con supremo acierto crítico.
¿Hasta qué punto, sin embargo, una situación de este género mermó realmente la libertad y la independencia del gobierno de Porfirio Díaz? ¿En qué medida desvió de verdad el curso de la vida nacional? Gran parte de la respuesta a estas dos preguntas que tanto preocuparon a los jóvenes mexicanos que vivieron en la época de Díaz, que contestaron con pasión y escaso juicio los líderes de la Revolución, y que hoy también dan por resueltas los jóvenes radicales, ha sido dada ya en los volúmenes V y VI de esta Historia, donde se estudió con detalle el manejo que hizo el porfiriato de las relaciones exteriores en México. Quien los haya leído con atención, con inteligencia y sin partido tomado, habrá llegado a la conseja de que Porfirio Díaz fue un simple lacayo de los intereses extranjeros, sobre todo de los norteamericanos. Salvo, quizá, en el caso de la Bahía Magdalena, en que confió menos en su perseverancia y más en la sensibilidad del gobierno de Estados Unidos (sensibilidad que resultó ciega y sorda), Porfirio Díaz entendió los intereses nacionales y los defendió con eficacia. Jamás su postura psicológica y moral fue de desconfianza y menos todavía de miedo a Estados Unidos; pero algunos de sus colaboradores más cercanos, Ignacio Mariscal y José Ives Limantour, por ejemplo, fueron callada, firme, aun irracionalmente antinorteamericanos.
La tercera gran obra escrita en los últimos tiempos para valorar el porfirismo es Hacia el México moderno, de Ralph Roeder. Fue escrita por el historiador norteamericano entre 1964 y 1969. El autor ponderó sin duda alguna las dificultades de la empresa y el alcance de sus posibilidades. Tenía ante sí la obra sólida de un investigador individual de señalado mérito y la de un intrépido capitán de empresa y sus colaboradores, que ya habían redactado y publicado seis volúmenes. No había en el terreno científico posibilidad de parangonárseles, y mucho menos de superarlos. Ralph Roeder no los cita, pero seguramente los leyó, aunque tuvo cuidado de no parecerse a ellos. Buscó sobre todo en la hemerografía y la bibliografía de los contemporáneos de don Porfirio, la fuente de su inspiración. Debe insistirse en que Ralph Roeder no sintió pasión por los modernos estudiosos mexicanos del porfirismo.
Las fuentes de Ralph Roeder utilizadas en este trabajo fueron fundamentalmente hemerográficas. Una documentación así de pobre tenía que limitar enormemente la perspectiva del investigador. El esfuerzo de Ralph Roeder para comprender un hombre, su pueblo y su tiempo no puede parangonarse a la energía desplegada por José Valadés y la de Cosío Villegas y su equipo de investigadores, quienes para hablar del porfirismo llevaron a cabo un riguroso estudio durante más de dos décadas en fuentes primarias, bibliotecas, hemerotecas y archivos públicos y privados. Consecuentemente los resultados logrados por el autor norteamericano son infinitamente de menor valía. Pero de todas maneras haciendo justicia, cabe decir que después del trabajo de estos dos investigadores mexicanos, ningún estudio de conjunto que se haya hecho sobre el porfirismo, dentro o fuera de México, puede igualarse o superar al de Ralph Roeder.
La obra denominada Hacia el México moderno editada por el Fondo de Cultura Económica, tal y como la dejó Ralph Roeder al morir, hubiera sido impublicable. Contenía varios millares de errores gramaticales y estenográficos que era necesario corregir.
Quien se enfrenta a la interpretación de los trabajos originales de Ralph Roeder, o de alguno de sus libros traducidos por él mismo al español, tiene que resignarse a sufrir la tortura de leer los escritos de quien nunca pudo dominar plenamente la lengua castellana. Mas es justo reconocer que en su larga permanencia en México pudo hacer progresos notables en el manejo del español.
Ralph Roeder era un excelente escritor en lengua inglesa y muchos de los lujos de su prosa se ostentan en las traducciones vertidas por él mismo al español, mezclados naturalmente con giros que distaban de ser castizos. En la primera edición española (1952) de Juárez y su México emplea con frecuencia neologismos, y la sintaxis se vuelve a veces insufrible. En la segunda edición (1958) se hicieron algunos retoques autorizados por el propio Ralph Roeder. Pero aun así muchos párrafos son de una pesantez de plomo. Considerando también que la tercera edición (1967) -hecha en vida del autor- seguía siendo "infumable", como lo dijo don Jaime García Terrés, el Fondo de Cultura Económica, al preparar la cuarta edición -muerto ya Ralph Roeder-, pidió a don Alí Chumacero que procediera a efectuar algunos retoques, los que éste hizo moderadamente, corrigiendo faltas gramaticales y dando mayor claridad y precisión a ciertas frases.
Uno de los correctores de estilo con los que tuvo que verse Ralph Roeder me aseguraba que era demasiado orgulloso para aceptar sugerencias de perfeccionamiento, respecto de los trabajos que el escritor norteamericano presentaba redactados en español. Naturalmente que en el pecado estaba la penitencia. Decía Carlos Pereyra que nunca es posible burlarse del lenguaje impunemente, ya que en todo caso es el lenguaje el que se venga de quienes lo atropellan.
Afortunadamente en el original de Hacia el México moderno son escasísimos los párrafos carentes de claridad. Ralph Roeder con el transcurso del tiempo, debido a su larga permanencia en nuestro país y gracias a su perseverancia, logró cada día mayor dominio de la lengua española. En cambio los errores estenográficos se cuentan por millares.
Cuando yo recibí del Fondo de Cultura Económica el texto original de Hacia el México moderno, ya había sido corregido con excesiva meticulosidad por la profesora Cecilia Tercero. Pero aún se hicieron múltiples retoques. En esta labor de revisión intervino también el señor Gustavo González Guerrero, corrector de imprenta de una larga experiencia, siempre bajo mi dirección y cuidado. El texto estaba mecanografiado con tanto desaliño que celebrábamos con júbilo la cuartilla a la que se le hicieron menos de veinte correcciones.
Cabe decir que hemos corregido ciertas frases que el autor habría autorizado y algunas otras que seguramente no habría permitido. ¿Pero cómo hubiéramos podido saber su grado de tolerancia a las enmiendas? Recordemos que no aceptaba fácilmente en vida las sugerencias de cambios de estilo y persistía en el empleo de neologismos y giros oscuros o caprichosamente retorcidos. Si por orgullo rechazaba consejos o por no encontrar frases castellanas que tradujeran con precisión su pensamiento redactado en inglés, persistía en mantener la forma de redacción original, en todo caso el resultado era el mismo: la inmolación de la claridad.
En el texto de Hacia el México moderno -ya lo hemos dicho-, no abundan los párrafos oscuros. Es por eso que sólo en contadas ocasiones y cuando fue imprescindible tuvimos que reestructurar un párrafo de manera muy notable. Nos guió el propósito de respetar el estilo del autor y lo hemos respetado.
En todo proceso de revisión se intervino con el mayor cuidado y escrupulosidad. Se procedió a corregir errores de acentuación. La puntuación sufrió algunos retoques imprescindibles, sobre todo tratándose de párrafos muy largos en que fue necesario sustituir el punto y seguido por el punto y aparte. En ciertos casos, muy pocos, fue necesario agregar alguna palabra para completarse el sentido del concepto. Se hicieron constantes cambios a la sintaxis cuando fue necesario evitar faltas de concordancia de género o número entre adjetivos y sustantivos.
Quien proceda a leer un día los originales de Hacia el México moderno podrá percibir tres tipos de correcciones. Primeramente, las que están en tinta o en caracteres mecanográficos son del propio Ralph Roeder; las efectuadas con lápiz plomo las hizo la señorita Cecilia Tercero. Finalmente de las que están en rojo soy yo el responsable.
Al terminar de escribir Ralph Roeder la cuartilla mil cien, parece dar a entender que el trabajo abordado tendría aún continuidad. Literalmente expresó: fin del primer volumen. Pero en todo caso lo que he leído y corregido forma una unidad: es la historia del régimen porfirista, que comprende un periodo histórico que va desde las primeras sublevaciones de Porfirio Díaz contra Juárez hasta la caída del dictador.
[ 1 ] Ralph Roeder, Juárez y su México, México, Fondo de Cultura Económica, 1972, p. VIII del prólogo de Andrés Henestrosa a la obra del autor.
[ 2 ] Juárez y la Intervención, Juárez y el Imperio, Y México se refugió en el desierto y Juárez y la República.
[ 3 ] Ralph Roeder, Juárez y su México, México, Fondo de Cultura Económica, 1972, prólogo de Andrés Henestrosa, p. XIII.
[ 4 ] José C. Valadés, El porfirismo. Historia de un régimen, México, Patria, 1948, t. II, p. 276.
[ 5 ] José C. Valadés, El porfirismo, México, Antigua Librería de Robredo de José Porrúa e Hijos, 1946, t. I, p. 196-197.
[ 6 ] José C. Valadés, El porfirismo, México, Antigua Librería de Robredo de José Porrúa e Hijos, 1946, p. 339.
[ 7 ] José C. Valadés, El porfirismo, México, Antigua Librería de Robredo de José Porrúa e Hijos, 1946, p. 350.
[ 8 ] José C. Valadés, El porfirismo, México, Antigua Librería de Robredo de José Porrúa e Hijos, 1946, p. 399.
[ 9 ] José C. Valadés, El porfirismo, México, Antigua Librería de Robredo, de José Porrúa e Hijos, 1946, p. 435.
[ 10 ] José C. Valadés, El porfirismo, México, Antigua Librería de Robredo de José Porrúa e Hijos, 1946, t. II, p. XXV-XXVI.
[ 11 ] Daniel Cosío Villegas, La historiografía política del México moderno, sobretiro de la memoria del Colegio Nacional, México, 1953, p. 3.
[ 12 ] Daniel Cosío Villegas, La historiografía política del México moderno, sobretiro de la memoria del Colegio Nacional, México, 1953, p. 3 y 4.
[ 13 ] José C. Valadés, Historia del pueblo de México, 1967, p. XXIII.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Ernesto de la Torre Villar, Arturo Langle, Álvaro Matute y Martín Quirarte (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 5, 1976, p. 132-158.
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