Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

 

José Fuentes Mares, La Revolución Mexicana. Memorias de un espectador,
México, Joaquín Mortiz, 1971, 248 p. ils. (Contrapuntos).

Álvaro Matute


Aunque se han escrito muchas historias generales de la Revolución Mexicana , el hecho de que un historiador de la categoría de Fuentes Mares publique su propia versión de los hechos resulta interesante. La obra de este escritor chihuahuense ha tomado un giro diferente a partir de Las memorias de Blas Pavón , libro en el cual, a diferencia de los anteriores (dedicados a Poinsett, Santa Anna, Juárez y Terrazas), inventa a un narrador de los hechos -supuesto testigo presencial- quien libremente discurre acerca de la historia decimonónica, de la llegada del virrey Venegas al momento de la asunción porfiriana. El recurso del método empleado por Fuentes Mares, tanto en el Blas Pavón como en La Revolución Mexicana , consiste en acudir a un personaje ficticio para poder así dar rienda suelta a su opinión y ejercer libremente el derecho de calificar y enjuiciar al pasado, apartándose de las reglas metodológicas y de las técnicas de la investigación histórica ortodoxas. Es por ello que, si se toman literalmente en serio muchas de las cosas que expresa Fuentes Mares, más de un lector puede sentir indignación.

Mas no se trata de una obra jocosa. La Revolución Mexicana. Memoria de un espectador es un libro serio, escrito con buen humor. No se trata de una novela histórica ni tampoco de una historia novelada, aunque en este segundo género es donde podría caber mejor. Si se piensa en Los de abajo o en El águila y la serpiente, es obvio que la presente obra de Fuentes Mares sólo guarda relación con ellas por la magnífica prosa con que está escrita; si se piensa en los Episodios nacionales, como ejemplo de historia novelada, en rigor también se encuentran diferencias genéricas entre la obra de Galdós (y la de su epígono mexicano Salado Álvarez) y lo que ofrece en su libro Fuentes Mares. Inclusive, el parentesco tampoco es muy estrecho entre La Revolución Mexicana y esa novela -excelente parodia de unas memorias de un general partícipe de la rebelión escobarista- debida a la ingeniosa pluma de Jorge Ibargüengoitia, Los relámpagos de agosto. En fin, tampoco es una historia químicamente pura la que ha elaborado, con derroche de talento, el historiador de Chihuahua.

Se trata, en suma, de un libro que no hace caso de ninguna regla; que se dedica a hacer lo que, según los tratados de heurística y hermenéutica, precisamente no se debe hacer.

El valerse del supuesto testigo permite a Fuentes Mares expresarse apasionadamente en favor y en contra de lo que le provoca filias y fobias. A partir de ello, emplea toda clase de calificativos para caracterizar a todos y cada uno de los grandes caudillos y caudillejos revolucionarios. Algunos de ellos resultan salvados, aunque no sin llevarse alguno que otro adjetivo adverso, pero otros, como Villa y Calles, definitivamente resultan condenados en el acto de historia judiciaria desarrollado por el espectador-Fuentes Mares. No se trata aquí de señalar acuerdos o diferencias con respecto a dicho particular. Cada lector coincidirá o dejará de hacerlo en función de sus propios prejuicios. Simplemente debo consignar que sí coincido en muchas de las opiniones vertidas.

Otro aspecto metodológico de los que viola sabrosamente Fuentes Mares es el relativo a considerar casi exclusivamente a los caudillos como elementos motores de la historia, sobre todo hoy en día cuando se ha vuelto requisito indagar circunstancias o factores estructurales. Podría señalar que afortunadamente Fuentes Mares incide en una suerte de carlyleísmo, pero de ninguna manera ortodoxo. Sin embargo, acudir al personaje ficticio hace válida esta violación sistemática de las reglas propias de la disciplina de Clío. ¿Y no están escritas así todas las historias pergeñadas por los civiles y militares que participaron en los hechos? El hacer una historia como la que aquí se reseña viene precisamente a liquidar a la historiografía testimonial de la Revolución Mexicana escrita por elementos no profesionales. Desde luego que no es válido pedirle, pongamos por caso, a Barragán, Miguel Alessio Robles, Palavicini o Pani ser devotos seguidores de Ranke o estar influidos por Croce o el marxismo. Su historia es pragmática y empírica, y como tal se acepta.

Las memorias del espectador de Fuentes Mares recogen el espíritu característico de esa forma historiográfica, con la ventaja de que el sujeto no pertenece a ninguna de las facciones y se permite hablar libremente acerca de todos los caudillos. Gracias a ello realiza una historia desmixtificadora, antisolemne, pero seria y fundada. Y esto, incluso, no se menoscaba a causa de alguno que otro error cronológico o el bautizar al Pearson's Magazine con el nombre de Harper's . El hecho de no participar de la "Clío de bronce" permite que el lector se acerque a Madero, Carranza, Obregón, Villa y Zapata, entre otros, como personas que fueron y no semidioses ni villanos execrables (aunque, según Fuentes Mares, Villa sí entraría en esta última categoría).

Existen dos factores más que conviene apuntar. Uno de ellos es el relativo al sujeto. A través del espectador, Fuentes Mares descubre una cara oculta de la Revolución Mexicana. Aunque en este caso no hay documentación que lo avale, presenta a su narrador como un negociante que se aprovechó, cual ave de rapiña, de las desgracias de la "gente decente" y, con el tiempo, pudo convertirse en banquero, que llegó a ser propietario de un hipotético Banco Regenerador Revolucionario. Ello le permite afirmar de sí mismo lo siguiente: "Fui revolucionario antes de tener cuatro reales, y hoy, que los tengo, lo soy con mayor razón todavía, pues no tengo empacho en atribuir a la Revolución el origen de mi fortuna" (p. 68).

El otro factor es el que alude al ambiente social de la ciudad de México en los años convulsos. A través del teatro de género chico le da vida a otra fase de la historia que suele ser contada muy al margen de los acontecimientos considerados serios. El espíritu del tiempo es así recuperado, con gran poder de evocación, gracias al apoyo que le brindó la obra de don Armando de Maria y Campos.

Si bien he insistido en el constante enjuiciamiento a que se somete a los caudillos, en rigor ello no constituye el tema central del libro. Los caudillos aparecen dentro de los acontecimientos que protagonizan y tales acontecimientos son los que juzga Fuentes Mares. Dentro de ellos, además de los traídos y llevados caudillos, aparece el comentario acerca de instituciones o grupos. Dentro de éstos, los intelectuales le merecen algunas páginas, especialmente Caso y Vasconcelos. De las instituciones, la que se lleva lo mejor de la ironía del espectador-Fuentes Mares es el Partido de la Revolución , al compararlo con y distinguirlo de los partidos nazi alemán y comunista soviético. En cuanto a lo mejor de su prosa, esto se encuentra en la narración de la Decena Trágica y en sus reflexiones hispanistas.

En suma, los supuestos vicios historiográficos de la obra, que no lo son, se amparan en la conciencia del sujeto, es decir, en el haber inventado a un intermediario a través del cual Fuentes Mares pudo decir todo lo que quiso, cancelando a la vez, la posibilidad de seguir por ese camino, so pena de incurrir en la imitación servil o en la repetición estéril. La Revolución Mexicana. Memorias de un espectador, libro que al momento de escribir esta reseña ya ha alcanzado tres ediciones, ha confirmado una vez más que el talento es el ingrediente esencial para toda buena historiografía.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Ernesto de la Torre Villar, Arturo Langle, Álvaro Matute y Martín Quirarte (editores), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 5, p. 229-231.

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