Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

FRAY VICENTE DE SANTA MARÍA Y FRAY VICENTE DE SANTA MARÍA

Ernesto de la Torre Villar


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Advertencia

La Historia aun en su sentido más pragmático susténtase en la reflexión más sincera y auténtica, y en el empleo de los testimonios realizado honesta e inteligentemente. No puede el historiador negar o desconocer los elementos que se ofrecen para la recreación e interpretación de los hechos históricos, sino utilizarlos con lealtad, con conocimiento, sin desfigurarlos ni ocultarlos. La obligación de quien se ocupa de estos afanes es buscar incansablemente nuevos elementos, allegarse las fuentes más valiosas y mejores, penetrar con todos sus alcances en ellas extrayendo su esencia, y no sólo aprovechando su superficial contenido, penetrando en el fondo de las mismas y estableciendo comparaciones con otros diferentes elementos de juicio.

Labor penosa es la del investigador obligado a rehacer en muchas ocasiones sus primeros asertos, a modificar sus originales opiniones por el hallazgo de nuevos testimonios que destruyen sus opiniones iniciales; mas en el descubrimiento de nuevos datos y en la posibilidad de nueva recreación hállase no sólo un extraño placer, sino la más forzosa obligación de quien cultiva la ciencia de Clío. Ni obcecación ni ocultamiento pueden utilizarse en el campo de la historia, sino rectificación constante, capacidad para reconocer las naturales fallas y enmendarlas, y continua vigilancia y asedio de cuanto pueda ser útil para el trabajo histórico.

Sin querer afirmar que así se llega a alcanzar la verdad histórica, la cual es como toda humana contingencia muy relativa, sí puede el investigador mediante un recto juicio, honesto trabajo y paciente investigación, aproximarse a una prudente y certera interpretación de los hechos históricos.

Nada más lejano de la honrosa actividad de la historia que la falsa toma de posición, el atrincheramiento en una equivocada postura, la mala fe o la obcecación por hacer prevalecer sin razón alguna una opinión o para, por simple prurito de singularidad, sustentar opiniones caprichosas.

Estas reflexiones que son plurales a todos los investigadores, me han obligado a presentar en este trabajo algunas conclusiones que contradicen alguna afirmación propia anterior. De la necesidad de profundizar más en un personaje estudiado por mí, fui allegándome datos que a primera vista resultaban compatibles por su esencia, época y naturaleza con el conjunto de testimonios relativos a mi personaje, de lo cual estaba yo convencido sin haber prueba en contra. Más tarde, movido por el interés que ese personaje me había despertado, realicé nuevas investigaciones, y con el nuevo material allegado, pude darme cuenta de que los elementos reunidos era verdaderamente imposible se refirieran a una sola persona, sino que forzosamente pertenecían a dos, homónimos y contemporáneos, dotados ambos de una singularidad extraordinaria y de un valor histórico importante. A base de nuevas lecturas y visitas a archivos y bibliotecas y contando también con la valiosa ayuda de mis queridos amigos los destacados historiadores fray Maynard Geiger, fray Rafael Cervantes y fray Leopoldo Campos, quienes me auxiliaron con valiosas sugerencias y el envío de algunos documentos, pude perfilar por separado las admirables siluetas de esos hombres extraordinarios que fueron fray Vicente de Santa María Martínez y fray Vicente de Santa María, ambos franciscanos y personajes hasta hoy poco conocidos.

Así, en lugar de reconstruir a una sola figura, he tenido necesidad de elaborar aun cuando sea someramente, las semblanzas de dos hombres de recio perfil y singular relevancia.

Al lado de este primer intento que mejorará en la medida que otros investigadores más capaces se interesen por estos religiosos, pues es la preocupación de muchos la que da la luz y no la consideración de ser uno el usufructuario de tal o cual tema, al lado de este esbozo, repito, proporciono algunos testimonios que esclarecen su personalidad. Ojalá que este intento signifique un aporte más, pequeño pero sincero, a la definitiva caracterización de esos dos personajes confundidos bajo un mismo nombre, hábito semejante e inquietudes tan afines.

Fray Vicente de Santa María y Martínez

Vicente José María de Santa María y Martínez nació en la ciudad de Valladolid el 7 de septiembre de 1755. Sus padres fueron don Felipe de Santa María y doña Rosalía Martínez. En el momento de bautizar a su hijo se les registra como españoles, esto es, criollos y vecinos de Valladolid, en donde vivieron varios años. Padrino del bautizo celebrado el 9 de septiembre en la Parroquia del Sagrario Metropolitano de Valladolid lo fue don Antonio Guitubay.[ 1 ]

La infancia de Vicente José María debió ser tranquila en la plácida ciudad de rosada cantera, de suntuosos templos, ricos conventos y prestigiados establecimientos de cultura. A su vera creció Vicente, compenetróse de la realidad auténtica de la provincia y adquirió en ella perfiles característicos de sus habitantes: finura espiritual, inteligente sensibilidad, agilidad mental, delicada ironía. En medio de un ambiente recoleto como lo es el de Valladolid y movido por el deseo sincero de cultivarse, de dedicarse al estudio, mostró inclinación a la vida religiosa.

La orden franciscana gozaba en la Nueva España de prestigio. Su labor misionera alcanzaba por entonces un nuevo esplendor al expandirse por el norte de la Nueva España. Los colegios de Propaganda Fide resplandecían y de ellos brotaba una legión de apóstoles que se derramaba por las dilatadas tierras de la gentilidad norteña. Las casas franciscanas de la provincia de Michoacán eran espléndidas y su influjo sólo era menor que el de la Compañía de Jesús, la cual por esos años sería extrañada de los dominios del piadoso Carlos III. Su salida dejó a las restantes órdenes grandes posibilidades que trataron de aprovechar, aun cuando no siempre supieron utilizarlas muy eficazmente. Los franciscanos, impulsados por ese anhelo, habían de planear un poco más tarde, movidos por la necesidad de intensificar los estudios y las instituciones de enseñanza, la creación de una universidad en el centro del país, la Universidad de Celaya.

Por otra parte, en esa segunda mitad del siglo XVIII operábase en la mitra michoacana una renovación eclesiástica muy importante, en la cual la compañía había tomado gran participación; pero también el clero secular que contaba con eclesiásticos renovadores y diligentes se había venido transformando desde antes de la gestión de fray Antonio de San Miguel, quien se rodeó de clérigos competentes y virtuosos.

La situación cultural de Valladolid era por entonces muy positiva. Los colegios de la Compañía de Jesús habían llegado a su esplendor, y en el de la actual Morelia, Francisco Javier Clavijero, quien dictara entre otros cursos uno de Física, había renovado la enseñanza y despertado en la mente de sus jóvenes estudiantes ideas de un cambio no sólo intelectual, sino social. Las corrientes humanistas cristianas, que postulaban en todo hombre un hermano, se habían esparcido por doquier, de tal manera que la suerte de las clases campesinas e indígenas despertaba interés en todas las mentes.

Vivíase en un periodo de auge económico y de pleno desarrollo cultural, y el fomento de la cultura sólo era posible dentro de una sociedad igualitaria, no extremadamente diferenciada. Las obras materiales que se emprendían: acueductos, hospitales, orfanatorios, colegios, no estaban destinadas a beneficiar a una sola fracción de la población, sino a todas. Ciertas calamidades pasadas en esos años habían mostrado la urgencia de atender a los más desheredados. Las diferencias socioeconómicas existentes, como tan bien las hará ver un obispo ilustrado, Abad y Queipo, detenían el desarrollo de la colectividad y dificultaban que los bienes obtenidos pudieran llegar a todos los ámbitos. De esa preocupación surgiría un clero inclinado a velar por los más débiles, a ayudarlos, a proporcionarles instrumentos para que pudieran ganarse la vida mejor y más fácilmente.

Vivíase así en medio de dos preocupaciones, una intelectual y otra socioeconómica, orientadas ambas a un mejoramiento general progresivo. Las corrientes de renovación filosófica, que habían penetrado con los jesuitas, seguían llegando al través del clero ilustrado. Obras como las de Salas Barbadinho debieron circular abundantemente y dar origen a propuestas de cambio en las formas de enseñanza, como la que presentó el joven Miguel Hidalgo en su famosa Disertación.

De esta renovación va a aprovecharse Vicente José de Santa María al ingresar en la orden franciscana. No sabemos en qué momento se incorporó como postulante, lo que debe haber ocurrido alrededor de sus catorce años, pero sí sabemos gracias al Libro de recepciones de hábito y profesiones de novicios del convento de Valladolid, que habiendo pedido posteriormente el hábito; éste se le concedió el 11 de diciembre de 1771 en el convento de San Buenaventura de Valladolid, en virtud de las letras patentes que le otorgara el muy reverendo padre provincial fray Antonio Fernández, con el consentimiento de los reverendos padres discretos y los votos de toda la comunidad.[ 2 ]

Un año más tarde, después de un periodo de probación dentro del mismo convento, siendo provincial fray Antonio Fernández y maestro de novicios fray Luis Ferrer, congregada la comunidad a son de campana, habiendo precedido el examen de la regla y demás circunstancias necesarias, hizo su profesión solemne para el coro, el hermano fray José Vicente de Santa María ante fray Salvador Altamirano, lector jubilado y guardián del convento de San Buenaventura.[ 3 ]

Su profesión incorporólo permanentemente dentro de la orden de los hermanos menores, en la que brilló y distinguió habiendo escalado los puestos más relevantes, y de la cual no se alejaría sino al incorporarse al torbellino de la revolución de Independencia.

No fue Santa María dentro de la orden un fraile que se contentara con la placidez del claustro, sino un religioso de espíritu abierto, inquieto, amante del estudio y la vida activa.

Varios años pasó Santa María consagrado a profundizar la gramática, la filosofía y la teología con ameritados maestros y aprovechando el ambiente renovador y las magníficas bibliotecas conventuales. Así en 1778, seis años después de su profesión, presentóse ya como hermano predicador ante el definitorio provincial en Querétaro a hacer oposiciones de Filosofía, las cuales realizó el 12 y el 13 de julio de 1778.[ 4 ] El éxito de sus exámenes, su intachable conducta y su inteligencia y prudencia le merecieron no sólo la aprobación de sus superiores, sino que éstos lo nombraron para el difícil cargo de maestro de estudiantes (religiosos) en Valladolid.[ 5 ] En el desempeño de ese cargo pasó dos años, y en el capítulo celebrado por la orden en Querétaro el 22 de abril de 1780, el hermano Santa María fue nombrado lector de artes para el mismo convento de Querétaro, muestra clara de su dedicación al estudio y su capacidad.[ 6 ] Para entonces sus conocimientos filosóficos eran mayores por lo cual pudo presentar a satisfacción, nuevas oposiciones de Filosofía y ser ratificado en su calidad de lector de Artes.[ 7 ]

Hacia esos años debió haber concluido su preparación eclesiástica y estar dispuesto a recibir las sagradas órdenes, las cuales se le confirieron entre el mes de abril de 1780 y el 20 de octubre de 1781, pues en la congregación capitular intermedia celebrada en Querétaro en esta última fecha se le designa ya como padre fray y se le señala como lector de Artes en el convento de Querétaro.[ 8 ]

A más de hombre estudioso, Santa María se distinguió por sus cualidades de orador sagrado, las cuales debían ser relevantes para que se le confiara el cargo de predicador del convento de Querétaro, puesto que se le dio en el capítulo celebrado en esa ciudad el 17 de mayo de 1783.[ 9 ] Junto con esa distinción confiósele nuevamente el título de maestro de estudiantes (religiosos) en el cual tuvo a su cargo la responsabilidad moral y vocacional de numerosos jóvenes. Criollos secundones, inteligentes y bien dispuestos, representaban la mayor parte de esos estudiantes. Hijos distinguidos de familias ricas ingresaban a los conventos, muchos por auténtica vocación, mas otros movidos por la esperanza de encontrar en el estudio y la paz del monasterio una honesta satisfacción a sus anhelos. ¡Qué de confidencias, e inquietudes no tuvo que soportar ahí fray José Vicente, y qué seguridad la suya para escuchar y no defraudar a los estudiantes sino orientarlos a mantener su vocación o en último extremo a abandonar el claustro!

Ya en sus años de estudiante debió haber entablado una amistad perdurable con jóvenes procedentes de viejas familias, movidos por las mismas inquietudes que él y, más tarde, también a través de su magisterio, conocer a otros relacionados con los prohombres de Valladolid, Querétaro, Celaya, Acámbaro y otras poblaciones por entonces de gran importancia. Tal vez de esos años date su trato y conocimiento con fray Francisco de Escandón, ex definidor de la provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, predicador jubilado, así como con otros miembros de la familia Escandón, avecindados en Querétaro. Las relaciones de amistad con esta familia a través de algunos de sus miembros nos explican su intervención en defensa de la obra que don José de Escandón realizara en la Sierra Gorda, defensa que representa, como ya lo hemos dicho, una de las razones que lo movieron a escribir su Relación histórica de la Colonia del Nuevo Santander . Este fray Francisco de Escandón que pasó a servir a las misiones adscritas al Colegio de Guadalupe de Zacatecas, que fueron muchas de las del Nuevo Santander, tenía un buen conocimiento de esa zona, de la Sierra Gorda y la Huasteca, y había estado al cargo de la villa de Santa Bárbara durante algún tiempo.[ 10 ]

Fray Francisco de Escandón y algunos otros religiosos y personajes ligados con la familia del conde de Sierra Gorda, como Juan Antonio de la Llata y Castillo, debieron haber influido, advertidos de las altas cualidades de fray Vicente, para que éste realizara su viaje por el Nuevo Santander y redactara su información histórica en pro de la labor colonizadora del conde.

Después de haber pasado varios años en el convento de Querétaro, fray Vicente de Santa María fue trasladado a Valladolid en virtud de lo dispuesto en la congregación capitular intermedia, celebrada en Querétaro el 20 de noviembre de 1784, con su misma calidad de predicador.[ 11 ]

Nuevamente en su ciudad natal, nuestro religioso consagróse no sólo a la oratoria sagrada, sino a la enseñanza de los estudiantes. También, habiendo iniciado su ascenso a los puestos administrativos, debió haber comenzado a padecer las rivalidades surgidas entre criollos y peninsulares, las cuales no se moderaban dentro de los claustros con la obediencia y la mansedumbre, sino se exacerbaban. Estas rivalidades, que se agudizaban principalmente en los momentos de elección y designación de los superiores y que habían dado lugar a inconvenientes y desórdenes, se habían tratado de solucionar mediante una especie de pacto salomónico, que era en realidad en lo que consistía la famosa institución de la "alternativa", mediante la cual trataban de conciliarse los intereses de criollos y peninsulares, haciendo que alternadamente adquirieran el mando, sin atender al puro ejercicio democrático que cada día tendía a favorecer más a los criollos. Esta prudente solución que se había establecido también dentro de la institución del consulado, no entre criollos y peninsulares, sino entre peninsulares de diversas provincias, los de las marítimas y los de la montaña, muestra parte del mecanismo que se tendía a aplicar para evitar disturbios y dificultades, pero el cual no resolvía a fondo ni definitivamente el problema de la rivalidad.

Dentro de las casas religiosas las diferencias entre españoles y novohispanos habían ido acentuándose. Había provincias o zonas dominadas por unos u otros elementos. Cierto es que la acción apostólica realizada por ciertos grupos, lo mismo fueran de uno u otro bando, si se realizaba bien y con provecho, era aplaudida y apreciada por ambos grupos, más aún, existía una colaboración amplia. La labor misional del padre Serra y su grupo dentro de la Sierra Gorda fue ejemplar y benéfica y en lo general despertó elogios. El mismo Santa María la aplaudiría a lo largo de su obra. Mas si la colaboración dentro del campo del apostolado admitíase, los criollos no aceptaban de muy buena gana que, teniendo ellos magníficos exponentes en virtudes e ilustración, fueran éstos supeditados por consideraciones de paisanaje y políticas a otros menos capaces.

En esta rivalidad, fray Vicente de Santa María optó por el partido de los suyos, los criollos, y es muy posible que en la provincia de Michoacán la tensión entre los dos bandos haya sido violenta. Ciertos hechos surgidos en años posteriores, principalmente los de la Independencia, muestran que ambos grupos resultaron irreconciliables. Aun sin llegar a ese momento crítico, hay que aceptar que españoles y criollos fueron día tras día colocándose en posiciones irreductibles, bien marcadas y definidas. La posición de Santa María debió irse marcando poco a poco, pues en el Libro Becerro de Provincia de 1798 se le registra como perteneciente a "la parcialidad de los criollos".[ 12 ]

Su posición dentro de esa parcialidad no lo privó, sin embargo, de proseguir su ascenso dentro de la orden. Es posible que para entonces los mexicanos hayan tenido bastante fuerza y por otra parte es indiscutible que los méritos del fraile eran de tal naturaleza que era imposible negarle el alcanzar las mejores situaciones. A esas razones, más a la segunda que la primera, debióse que el padre Santa María fuera exaltado a comisario (director) de la venerable orden tercera establecida en Valladolid, manteniéndosele también en su cargo de predicador, lo cual se verificó en el capítulo celebrado en Querétaro el 13 de mayo de 1786. Un año más tarde estas designaciones habrían de confirmársele.[ 13 ]

Su contacto con los hermanos de la venerable orden tercera, generalmente procedentes de las clases más humildes, le abrió nuevas perspectivas. Entraba en íntimo contacto con los desvalidos, con los pobres de bienes materiales, lo cual lo hizo percibir mejor los problemas de la desigualdad social existente. Es interesante hacer notar a este respecto que Santa María, si bien fue un hombre de letras, un extraordinario teórico, no fue un hombre que pusiera mucho empeño en sacar de esa situación a los necesitados, que se ocupara especialmente por mejorarlos como lo hiciera don Miguel Hidalgo y el señor Morelos, sino que él tuvo una concepción y una actitud diferente.

No queremos decir que no se interesara por su suerte, lo que sí hizo discutiendo con rigor su situación proponiendo soluciones, lo que señalamos es que no tuvo una actitud de benefactor, como Hidalgo que luchó por hacer salir a los desheredados de ese estado, ni proclamó como Morelos la necesidad de disminuir la opulencia y aminorar la indigencia.

Fue Santa María en este aspecto un realista, como se observa muy claramente en su Relación de la Colonia del Nuevo Santander, en la cual no encontramos una descripción idílica de los indios de esa región, influida por la doctrina del "buen salvaje", que sí se observa en la mayoría de los historiadores del siglo XVIII, Clavijero entre ellos. La suya es una pintura realista, descarnada, que retrata en su más dura crudeza a los indígenas demasiado atrasados culturalmente del Nuevo Santander, la mayor parte de ellos incluidos dentro de la vasta denominación de chichimecas. No hay en esta relación colores apastelados ni románticas alusiones, sino una vigorosa pintura a la manera de Goya, de los indios que vivían muy alejados de la civilización, no sólo por su culpa, sino también por la de los propios españoles.

Su contacto con los grupos inferiores de la sociedad, bien pertenecieran a los medios urbanos y suburbanos, como eran los de las poblaciones en las que actuó, y también los núcleos de indígenas sumamente atrasados de la Sierra Gorda, confirmaron en fray Vicente de Santa María su idea de que la obra colonizadora y administrativa de España dejaba mucho que desear, que los funcionarios no cumplían estrictamente con su misión, que abusaban o toleraban abusos de parte de autoridades inferiores, las cuales en lugar de tratar de elevar el nivel de aquellos grupos aprovechábanse de su situación para enriquecerse, dominándolos y sometiéndolos a una abyecta condición. El contagio de los grupos indígenas con muchas de las lacras de los europeos, que se había iniciado en el siglo XVI, llegó en el siglo XVIII a un auge extraordinario. En viejos expedientes del Archivo General de la Nación hemos encontrado documentos de algunos funcionarios que fomentaban el alcoholismo entre núcleos de la Huasteca con la mira de obtener pingües ganancias.

En esta queja acerca de las fallas de la administración colonial en su obra fundamental que era la evangelización de los naturales y con ella su incorporación a la cultura, coinciden varias de las voces más autorizadas de la historiografía del siglo XVIII, Clavijero, Granados y Gálvez y Santa María, quienes observan, cada uno desde su peculiar punto de vista, que fueron las autoridades subalternas muchas veces, otras la falta de continuidad de una labor la que dio al traste con la obra de incorporación total del indio. En este aspecto Santa María, buen conocedor de la naturaleza de esos indígenas, que como él decía "eran tan decantados y pintados en el capricho de algunos con coloridos tan quiméricos", distingue los desmanes de algunas autoridades y la acción benefactora de otras, como lo fue la de Escandón, reflexionando además sobre la posibilidad de que todos los funcionarios pudieran cumplir tan eficazmente sus obligaciones, como ese peninsular nacido en Soto la Marina, en el obispado de Burgos en 1700, quien en pocos años realizó en México una obra apreciada, la cual él era el primero en ensalzar. No fue la suya una posición xenófoba, sino una sana postura que advertía las diferencias entre una administración honesta y competente y otra corrupta e incapaz de atender eficazmente los intereses que se le habían confiado. Ésta es de acuerdo con sus escritos su firme postura y su reacción frente a la realidad social que le tocó vivir, a cuyo cambio él contribuyó con su preciada inteligencia, actividad incansable y sacrificio de su vida. Es patente que en su mente y espíritu operóse, con el transcurso del tiempo, un cambio que agudizó su visión acerca de los problemas sociales y la transformación política de la Nueva España.

El 9 de mayo de 1789, en el capítulo celebrado en Querétaro, el padre Santa María fue nombrado lector de teología y lector de casos (de moral), adscrito al convento de Valladolid. Esta designación nos confirma que el religioso continuaba empeñado en el estudio, y que su capacidad como intelectual era sobradamente reconocida por sus compañeros.[ 14 ]

Tres años más tarde, esto es en 1792, fray Vicente de Santa María era confirmado en el puesto de lector de teología en Valladolid, cargo lleno de responsabilidades y de méritos que ocupa hasta el año de 1798, en el cual se le nombra ya lector jubilado sub-conditione, al mismo tiempo que se le instituye vicario de las monjas descalzas de Nuestra Señora de Cosamaloapan, en la ciudad de Valladolid, vicariato que cambia un poco su vida, pues se le descarga de obligaciones magisteriales, con lo cual podía más libremente dedicarse a sus estudios y a la elaboración de diversos trabajos que se le encomendaron, tanto por las autoridades de su provincia como por funcionarios civiles y eclesiásticos de relieve.[ 15 ]

Tanto su competencia como las numerosas amistades hechas desde la época de sus estudios favorecieron el encargo de trabajos de responsabilidad, en el cual se requería la opinión de un hombre maduro, diestro no sólo en la teología, sino en el derecho, disciplina que fue atrayéndole poco a poco, al igual que la geografía, la historia, la cartografía. Conocedor de lenguas clásicas y modernas, variados estudios de los autores ilustrados le depararon un panorama propicio a sus inclinaciones.

Ya en otra oportunidad hemos mencionado algunas de las obras que manejó, las cuales son algunas de las muchas que debieron haber llegado a sus manos.[ 16 ] A través de ellas y de la comunicación con personajes relevantes, algunos de ellos de marcada tendencia política, el interés de Santa María acrecentóse hacia este aspecto. Su carácter, que si bien era firme y decidido, estaba cubierto con un savoir vivre, mejor dicho, con la sutileza provinciana pronta al diálogo cáustico y chispeante, que más tarde iríase transformando en un suave volterianismo muy de usanza en aquellos años de declinación inquisitorial, lo cual le granjeó gran número de amigos y partidarios, y también malquerientes de alma escrupulosa y cerrada, que en cualquier expresión ligera hallaban graves faltas.

Como vicario de monjas permanece durante algún tiempo escuchando sus escrupulosas confesiones, en las que las menciones a los arrobos, deliquios, raptos y éxtasis menudeaban. Como buen vicario debió también gustar de sus sabrosas meriendas de chocolate y pastelillos bien provistos, sus ricas confiterías, y recibir los regalos espirituales de las religiosas en los que aparecían los sacrificios, misas, oraciones y jaculatorias hechos en su beneficio y en los que es natural no figuraran los suspiros que en una que otra monjita pudo él haber producido. Sólo existe una malintencionada acusación, muy lejana a ese puesto y producida en época de desgracias y calumnias, acerca de él respecto a su labor como vicario. En capítulo reunido en Querétaro el 4 de noviembre de 1801 ya no aparece al cuidado espiritual de las monjas sino como regente de estudios en Valladolid, cargo erizado de dificultades que debió haberle restado mucho tiempo en sus labores, por lo cual en la sesión definitorial, celebrada en Querétaro el 6 de noviembre, renunció a él habiéndosele aceptado su renuncia.[ 17 ]

Fue en el lapso transcurrido entre aquellos años que Santa María realiza con el permiso de sus superiores su viaje de inspección por la Sierra Gorda y escribe la defensa de Escandón, así como también acompañado de la Llata y Castillo, su misión de reconocimiento del obispado de Valles que intentaba instalarse para proveer rápida y eficazmente a la labor apostólica en la Huasteca. Su participación en este hecho le granjeó nuevamente la amistad de altos personajes que encontraban en fray Vicente no un fraile santurrón y apocado, sino un hombre despierto, abierto a todas las inquietudes, capaz de resistir enormes tareas, no sólo intelectuales sino físicas. Su participación en los trabajos de delimitación del obispado mencionado que hice conocer ha varios años a mi dilecto amigo Guy Stresser-Péan, sólida autoridad en el conocimiento de esa región, quedará para otro trabajo posterior. Ahora sigamos delante en la vida conventual de nuestro religioso, pues su labor dentro de la revolución de Independencia ya está si no suficientemente, sí bastante bien expuesta.[ 18 ]

Terminados sus viajes de reconocimiento y concluidas sus obras, la provincia requirió al padre Santa María la dirección de uno de sus conventos, el de Zamora, cargo que le asignara el capítulo celebrado en Querétaro el 14 de abril de 1804.[ 19 ] Dentro de la mística Zamora, Santa María duró poco más de un año, durante el cual se compenetró de las necesidades de esos pueblos ribereños y conoció a fondo la situación no sólo religiosa sino política de sus habitantes, enterándose de los problemas de límites que desde hacía muchos años se planteaban entre las diócesis de Michoacán y de Guadalajara, problemas en los que más tarde se ocuparía auxiliando al obispo Abad y Queipo.

De Zamora, Santa María pasó a Salvatierra, Guanajuato, con la misma dignidad de guardián.[ 20 ] Como en el caso de Zamora aquí estuvo más de un año, casi dos, habiendo pasado en 1807 a ocupar su antiguo puesto de comisario de la venerable orden tercera en Valladolid en el que lo encontramos todavía en 1809 de acuerdo con las actas de la congregación provincial intermedia.[ 21 ]

En el año de 1809, fray Vicente se ve inodado en unión de un grupo de eclesiásticos y abogados en la famosa conspiración que tendía a lograr la independencia política de México. Él, si bien fue uno de los personajes más comprometidos y uno de los agentes intelectuales más connotados, no era en el ámbito del descontento novohispano sino uno de tantos conjurados, aun cuando uno de los más brillantes, comprometidos en la difícil pero necesaria tarea de labrar una patria para las generaciones futuras.

El año de 1810 lo sorprende en calidad de prisionero, en el convento de El Carmen en Valladolid, del cual será trasladado a otros sitios más seguros, que no lo fueron tanto, pues pudo evadirlos e ir a reunirse con las fuerzas de don Ignacio López Rayón en el rumbo de Tlalpujahua. Por esa razón en las actas del capítulo celebrado el 19 de mayo de 1810 no aparece mencionado ocupando cargo alguno.

La intervención de fray Vicente en la conjura vallisoletana de 1809 no fue la única en la que hubiera tomado parte un religioso. Muchos otros, como ocurre en las grandes conmociones que transforman los espíritus y hacen surgir a los grandes conversos a un ideal, se unieron a ese movimiento, llenos de ilusiones y esperanzas, sacrificando su vida, pero no sus anhelos. Caudillos en una lucha que no respetó estado ni condición, sellaron con su sangre la libertad de México. Semilleros de próceres de la emancipación fueron los colegios y conventos virreinales. De sus claustros, en los que en la vida sosegada posibilitaba entrar en contacto con las nuevas ideas, de la observación detenida de la vida y de su valor, brotaron muchos hombres como fray Vicente de Santa María, quienes supieron deslindar a tiempo y con justicia el campo de las concepciones religiosas y el de la práctica de los derechos políticos.

Oportuno es reflexionar muy brevemente, antes de terminar estas líneas, en la semejanza que hallamos entre fray Melchor de Talamantes y fray Vicente de Santa María. En la paz de sus celdas y con la riqueza de sus bibliotecas adquirieron una ilustración superior a las de los restantes hombres de su época. Su curiosidad enciclopédica los llevó a la práctica de las ciencias geográficas y de la historia, de cuyo desarrollo total adquirieron una filosofía y una conciencia plena que supo advertir la crisis de los sistemas imperiales y el advenimiento de nuevas nacionalidades; su inquietud los afilió a la política y, movidos por un extraordinario sentimiento de libertad, se convirtieron en dos de los teóricos más extraordinarios que haya tenido el movimiento insurgente mexicano. Hombres de su siglo, su calidad de religiosos no les impidió darse plena cuenta de los problemas que agitaban a toda América, hacerlos suyos y ayudar a resolverlos inmolándose en pro de su generoso ideal.

Fray Vicente de Santa María

Homónimo, contemporáneo, hermano de religión, de espíritu tampoco conformista y consagrado largos años a labores apostólicas, fue fray Vicente de Santa María, de fray Vicente de Santa María Martínez, el inquieto fraile michoacano cuya silueta hemos esbozado anteriormente. Este segundo fray Vicente de Santa María era peninsular, mas sus mejores y más fecundos años los entregó a derramar la luz del evangelio entre los naturales de la Nueva España.

Su origen se sitúa en el poblado de Haras, diócesis de Calahorra, España, en 1742, esto es, era trece años menor que el vallisoletano, y como éste había ingresado a la orden franciscana sólo que no en Michoacán sino en San Francisco de Estella, aún muy joven, el 17 de octubre de 1759. Perteneció a la provincia franciscana de Burgos, que tan notables religiosos proporcionó a América, y habiéndose mostrado dispuesto a la labor misionera, diez años después de haber profesado, esto es en 1769, pasó a México habiendo sido recibido en el colegio de San Fernando.

El Colegio de San Fernando, creado por el impulso misionero de fray Antonio Linaz, quien proyectó una serie de colegios de propaganda fide, destinados a la formación y concentración de misioneros que llevaran la buena nueva por todos los ámbitos de América, fue el centro de donde irradió el evangelio por muy vastas regiones. La importancia que cobró a raíz de su fundación en el siglo XVIII fue enorme y su labor sólo es comparable con la realizada por el Colegio de la Santa Cruz de Querétaro y el de Guadalupe de Zacatecas. Al Colegio de San Fernando arribaban de la península los religiosos que deseaban servir en las misiones, y desde él eran enviados a sus puntos de destino. Muchos y muy santos religiosos pasaron por sus claustros rumbo a tierras de infieles.

El norte de la Nueva España era aún en el siglo XVIII tierra misional. Aridamérica, ocupada por pueblos de civilización atrasada, belicosos y rudos, representaba una empresa que preocupaba por igual al Estado que a la Iglesia. La organización del virreinato no podría conseguirse en tanto no se pacificara ese enorme territorio que iba de uno a otro océano, y para ello era necesaria la conquista pacífica realizada a través de la acción evangelizadora de los religiosos. La fuerza expansiva de España, detenida hacía tiempo, va en esta centuria a proseguir gracias al esfuerzo, vitalidad y elementos novohispanos. Uno de estos elementos lo representaron los colegios de propaganda fide, integrados por peninsulares y mexicanos.

La expulsión de la Compañía de Jesús, que tenía una extensa red misional estructurada dentro de un sistema compacto y bien planeado, el cual significaba uno de los medios mejores para garantizar la integridad y defensa del territorio, representó la quiebra de un medio de seguridad efectivo y útil, al cual hubo necesidad de sustituir, llamando a ocupar sus misiones tanto a los franciscanos como a los dominicos. Este hecho obligó a estas dos órdenes a realizar un esfuerzo extraordinario, para sustituir a los jesuitas, habiendo en algunos casos superado la esperanza puesta en ellos, como sucedió con la cadena de misiones de la Alta California, confiada al celo apostólico de fray Junípero Serra y sus compañeros.

Los colegios de propaganda fide frente a esta enorme tarea respondieron positivamente, y si no dieron mejores frutos, en parte se debió a la rivalidad política de funcionarios secundones, a erróneas interpretaciones, a celos, y también y muy principalmente, a la ruptura del sistema colonial que se advirtió desde mediados del siglo XVIII, y de la cual eran consecuencia esos malos funcionarios, sus descuidos y rivalidades. Esa ruptura hará crisis en la guerra de emancipación, la cual detiene en buena medida la labor misionera y da base a un cambio posterior.

La coyuntura que se ofreció, con el extrañamiento de los jesuitas, al Colegio de San Fernando fue de tal naturaleza que sus dirigentes, de amplísima visión, energía y prudencia, la aceptaron gustosos, entregándose de lleno a esa tarea. Nunca hubo gente mejor preparada y con mayores ánimos para esa empresa que la reunida en torno del colegio.

A San Fernando llegó procedente de Cádiz en 1769 fray Vicente de Santa María. Una vez aclimatado destinósele a servir en las misiones de Baja California, Loreto y San Javier, que habían dejado los padres de la compañía. Por el viejo camino de occidente que cruzaba parte de la Nueva Galicia, marchó nuestro religioso en compañía de otro hermano de religión, habiendo llegado al territorio de Nayarit en donde misionó en algunos poblados. En San Blas, puerto destinado a mantener la comunicación con las provincias de occidente, Sonora, Sinaloa y las Californias, favorecer la colonización septentrional de la Nueva España y detener el avance de los angloamericanos y rusos, debió esperar fray Vicente, un tanto desesperado por el clima y el jején, la salida de su barco rumbo a la misión de Loreto. Habiendo embarcado en febrero de 1771, no llegó a su destino sino hasta el mes de noviembre, debido a incidentes y percances que aumentándose a otros posteriores no le dejarían un gusto muy placentero de los viajes por mar.

En las misiones de Baja California pasó poco tiempo, pues al ceder los franciscanos a los padres predicadores las misiones en 1773 tuvo fray Vicente que abandonar los sitios en donde comenzaba a trabajar y volver hacia San Blas y Tepic. Para ese entonces ya había iniciado su excepcional labor misionera en la Alta California fray Junípero Serra, quien iba plantando una tras otra, a manera de milagroso rosario, una línea de misiones empezando por la de San Diego.

Serra ocupaba para 1774 la presidencia de las misiones de Alta California, cargo que había ocupado antes el padre fray Francisco Palou en la Baja California, y a los esfuerzos extraordinarios de Serra se va a deber el auge que éstas cobraron, sobre todo una vez concertado un acuerdo de ayuda con el virrey Bucareli. En el acuerdo celebrado con Bucareli, Serra apuntó la necesidad de que el Departamento de San Blas se mantuviese con el fin de que a través de él prosiguiera la comunicación con las misiones.

De vuelta de la Baja California, Santa María no regresó al Colegio de San Fernando sino que permaneció en San Blas y Tepic en el Hospicio de Santa Cruz, que aunque dependía de la provincia de Jalisco, recibía a todos los misioneros. Ahí aguardó en unión de fray Miguel de la Campa y de fray Benito de la Sierra, compañeros de viaje, la determinación de sus superiores, el padre guardián y el vicario discretorio de San Fernando. Las instrucciones que fray Vicente recibió fueron las de que, en lugar de regresar, tomara en San Blas el puesto de capellán de uno de los navíos que iban a la Alta California, tanto para reconocer el litoral y dar testimonio de su pertenencia a España desde hacía mucho tiempo, y contener a los angloamericanos y a los rusos, como llevar provisiones a las misiones y destacamentos militares, presidios, establecidos en la Nueva California.

La labor de capellán en esas embarcaciones era necesarísima, pues a más de atender las necesidades espirituales de la tripulación, se requería de una persona de criterio para las decisiones y, sobre todo, alguien encargado de introducir la religión entre los indígenas. Si importante era la actuación del religioso, su situación dentro de la embarcación no era demasiado grata dado que tenía que tratar con una soldadesca brava, licenciosa, poco piadosa aunque fanática y supersticiosa. Ya Serra, al igual que Palou en una primera llegada a San Blas, no pudo dedicarse a una sesión misional entre ellos, por estar poco dispuestos. Las condiciones del viaje por otra parte requerían gran valor, decisión, energía y una cabeza y estómago bien dispuestos para sufrir los rigores de un viaje largo y peligroso. Por otra parte, acostumbrados los religiosos a la compañía de otros varones igualmente piadosos con quien encomendarse y consolarse, cargaban aislados, con todas las dificultades y responsabilidades, teniendo que atender las necesidades espirituales, demasiado materiales, de una marinería grosera y ruda.

Nuestro religioso, sin la experiencia de esta realidad, aceptó el cargo que se le asignaba con la mira de que, en llegando a una misión, quedaría en ella en lugar de alguno de los padres viejos o enfermos que pedían su vuelta al colegio, ocupándose de hacer conocer la palabra divina a los naturales sedientos de ella, cumpliéndose así su natural vocación. El primer viaje de Santa María como capellán fue largo y difícil, pues no llegó tan sólo al puerto de Monterrey, sino que se prolongó hasta San Francisco. En efecto, fray Vicente con su encargo de capellán embarcó en el navío San Carlos que, junto con otro nombrado El Príncipe, habían sido construidos en astilleros mexicanos, y los cuales al principio no despertaron mucha confianza. El San Carlos estaba comandado por el capitán Juan Bautista de Ayala y llevaba a José de Cañizares como piloto. El San Carlos partió de San Blas con Santa María, iniciando el año de 1775, pues el 2 de junio llegaba a Monterrey. Poco tiempo duró el San Carlos en Monterrey, pues habiendo buen tiempo se determinó que continuase viaje más al norte hasta llegar a San Francisco, habiendo sido ese navío el que primero entró a su extraordinaria bahía por la puerta de oro. Santa María fue comisionado para hacer un reconocimiento, plantar una cruz y dejar a su pie dos cartas destinadas a la expedición que iría más tarde, en la que se contaba el padre Palou. Santa María llegó hasta Punta de Lobos después de reconocer la bahía; en aquel lugar plantó la cruz y dejó las cartas que encontraría Palou. Una vez cumplida su misión, el San Carlos con sus tripulantes, que habían recorrido con atención la bahía, volvió a Monterrey antes de septiembre.

En Monterrey ocurría en aquellos momentos algo extraordinario. Una inmensa inquietud causada por el éxito extraordinario de las expediciones había congregado en torno a su bahía no sólo al San Carlos sino también al Sonora y el Santiago, con jefes de esas expediciones como Eceta, Pérez, Ayala, Revilla, Bodega y Cuadra, Aguirre y Cañizares, quienes intercambiaron impresiones sobre sus experiencias, las ventajas que ofrecían aquellos parajes a la navegación, el comercio y las posibilidades de expansión de España, los peligros que la acechaban por la presencia de navegantes rusos e ingleses, y también, las dificultades que ellos palpaban debido a las enormes distancias que separaban a esos sitios de los puertos de abastecimiento, los obstáculos que oponía la administración dilatada y deshonesta y la poca visión de determinadas autoridades. En torno de la propia bahía congregábanse también los religiosos padres, Serra, Crespi, Palou, Murguía, Dumetz, Cambon, De la Peña, Santa María, De la Campa, De la Sierra y Lasuen, esto es, la flor y nata de los misioneros de California. Excepcional encuentro éste en el que coincidían los responsables del cuidado material y militar de una de las provincias más dilatadas y los encargados de plantar en ella la fe cristiana. Encuentro de almas y de cuerpos, de intereses muchas veces contradictorios, fue éste habido en el verano de 1775.

De Monterrey, el San Carlos volvió a San Blas, a donde llegó el mismo septiembre, habiendo de inmediato fray Vicente marchado al Hospicio de la Santa Cruz en Tepic, pues de ahí escribió al reverendo padre fray Francisco Pangua con fecha 22 de septiembre[ 22 ] una carta en la cual da noticias de su viaje a San Francisco, refiriéndose a un informe más amplio que dice haberle escrito al llegar, acompañado de un plano. En esa misma carta menciona la designación que se le envió para que ocupara el puesto de capellán manifestándole "la ninguna gana que me ha quedado de volver a aquellas tierras con semejante empleo por ser nada apetecible y de ningún provecho para nosotros". Añade angustiado por las fatigas del viaje,

que de capellán no me atrevo a volver, y más yendo solo porque la navegación es larga, los peligros son muchos, y no manifiesto a vuestra reverencia otros infinitos motivos que tengo para no aceptar semejante empleo, y aun más digo a vuestra reverencia que aunque fuese para quedarme en las misiones, yendo solo no me atrevo.[ 23 ]

El mes de diciembre de ese mismo año, en vísperas de la Navidad, una nueva carta de Santa María al padre Pangua explicaba a éste las razones que tenía para no querer seguir como capellán en viajes tan peligrosos y caros, esto es tan expuestos a todo. Le hace ver que sólo debido a la orden recibida puede iniciar otro viaje, pero ruega que se le proporcione un compañero. Informa al padre guardián que los barcos están bastante atrasados en sus prevenciones y no cree que puedan estar prontos antes de marzo.[ 24 ]

Efectivamente hacia el mes de marzo, el San Carlos salía de San Blas rumbo al puerto de Monterrey en unión del navío San Antonio, mejor conocido por El Príncipe . Éste, más rápido, tocó ese puerto el 21 de mayo y el San Carlos el 3 de junio. De ese viaje escribiría nuestro buen religioso: "después de ochenta y seis días de navegación, llegamos con toda felicidad al puerto de Monterrey día tres de junio a las dos de la tarde". Lo largo y peligroso del viaje, si bien no lo olvidó, sí pasó pronto de su mente, pues primero, llevaba como compañero al padre Nozedal y luego el capitán del navío, don Fernando Quiroz, los trató durante el viaje con "gran estimación y aprecio" y no como "los señores de San Blas que se portan con nosotros mal en su nombre y le hacen mal amo al rey".[ 25 ] Por otra parte en Monterrey, según cuenta él mismo, fue muy bien recibido por el capitán de El Príncipe, don Diego Choquet, su segundo piloto y el teniente que iba con la expedición del señor Anza. Al día siguiente de su arribo, su alegría aumentó al recibir la visita del padre presidente, fray Junípero, y del padre Palou, quien lo invitó a descansar en El Carmelo, en donde celebraron con toda pompa la fiesta del Corpus.

En esa oportunidad Santa María conversó largamente con el padre Palou, quien acompañado del padre Cambon, saldría a reconocer, acompañado de la gente de Anza, el sitio en el que deberían establecerse el presidio y la misión de San Francisco.

Mucho ha de haber servido al padre Palou la información que le proporcionó Santa María, pues ella lo orientó grandemente en su trabajo. En San Francisco encontraría la cruz y las dos cartas escritas y depositadas al pie de ella por fray Vicente.[ 26 ] Por otra parte, el San Carlos estaba destinado a ir a San Francisco, por lo cual aprovecharíase su experiencia anterior, la de sus tripulantes y aun la de uno de sus misioneros. Sin embargo, Santa María no iría en esta ocasión, pues su destino iba a cambiar. En efecto, el padre Palou, acompañado del padre Cambon, irían sin Santa María a San Francisco, hacia donde salieron, según escribe Santa María el 17 de junio, habiendo ido éste junto con el padre Nocedal, su compañero, el capitán del San Carlos y otras personas a encaminarlos hasta el río de Monterrey, regresando de ahí a El Carmelo.[ 27 ]

En tanto el San Carlos se disponía a salir al norte, hacia San Francisco, El Príncipe se hizo a la vela rumbo a San Diego el 19 de junio, habiendo tenido que volver a Monterrey a los cinco días, en virtud de habérsele estropeado un mástil y los vientos contrarios. El arribo del navío coincidió con el de un correo enviado de San Diego en el que se le confirmaba al padre Serra la sublevación de los indios, la destrucción de la misión y la muerte de su misionero el padre Luis Jaime, y las diferencias surgidas con los jefes militares, hecho que conmovió a todos los religiosos, pues dadas las dificultades tenidas para su buen funcionamiento, la resistencia de algunos grupos, y los obstáculos de las autoridades, varios habían comenzado a flaquear pidiendo su regreso al Colegio de San Fernando. La destrucción de San Diego ocurría en un momento de graves crisis espirituales y materiales, lo cual comprendió perfectamente fray Junípero, quien se aprestó a hacerles frente. En efecto, al tener mayores informes de tan doloroso suceso, Serra decidió ir a San Diego y no teniendo a la mano a otro religioso, pues Palou y Cambon ya habían partido, invitó a Santa María a acompañarlo, indicándole que quedaría en las misiones, a lo que éste accedió, pues ése era su deseo. Santa María, quien tenía licencia del padre guardián y del discretorio para permanecer en la misión en caso de que se presentara una oportunidad, no quiso dejar pasar ésta, pero sí procedió con toda honestidad al indicar a Serra que era necesario contar con el asentimiento de su compañero, el padre Nocedal, quien con él estaba destinado a ir hasta San Francisco y de ahí volver a San Blas. Habiendo aceptado el padre Nocedal seguir sin la compañía de Santa María, quien iba con el presidente de las misiones por una emergencia, fray Vicente se convirtió en compañero de Serra, con quien embarcó en El Príncipe, una vez arreglados sus desperfectos, el 29 de junio. El día 30 se hicieron a la mar y para el 12 de julio a las nueve de la mañana llegaba con fray Junípero a San Diego, en donde fueron recibidos por el padre Lasuen y el padre fray Gregorio Amurrio. En el presidio de San Diego, Serra fue informado detenidamente de lo ocurrido en la misión y ahí conoció la decisión de don Fernando Rivera y Moncada, quien se mostraba poco dispuesto hacia los misioneros, quienes habían tenido con él graves altercados. En las discusiones tenidas entre Serra y Rivera medió Santa María para concertar sus voluntades.[ 28 ]

En San Diego ocupóse durante varias semanas en auxiliar al padre Serra interviniendo, para llegar a un acuerdo que pusiera término a la tirantez existente entre las autoridades militares y las eclesiásticas. Se estaba en aquellos días, en la California, viviendo un momento crítico, provocado por el choque de dos criterios que ya se habían encontrado en condiciones semejantes dos siglos antes: el de los militares y administradores que atendían los intereses del Estado y los suyos propios, que tenían ideas muy concretas acerca del tratamiento a dar a los indígenas, la forma de distribución de la tierra y de colonización a establecer; y el criterio sustentado por los religiosos que atendía a los intereses espirituales y a una organización de la que fueran ellos los únicos directores sin intermediarios que obstaculizaran su labor.[ 29 ] Dos criterios irreconciliables enfrentáronse nuevamente en las Californias y ahí volvieron a chocar. Esta situación que provocaba el desconsuelo de muchos religiosos detenidos en sus afanes apostólicos, unida a una cierta desesperanza por no encontrar en todos los indígenas seres idóneos y maleables en los que imprimir su fe, la carencia de auxiliares y en ocasiones de elementos indispensables para una vida decorosa, las enfermedades contraídas en climas malsanos y otras razones habían producido en el ánimo de varios, una crisis difícil de superar y por la que pasaron el padre Lasuen, posteriormente gran promotor de las misiones, y el padre Santa María. Ellos y otros más tuvieron su gran tentación, su desfallecimiento que se mostró en condiciones difíciles, pero el cual pudieron superar.

Alma recia, firme en sus convicciones y tareas, inconmovible por el hondo cultivo de las virtudes, espíritu lleno de fe y de esperanza, pero batallador y convincente, fue Serra quien cargaba con el enorme peso y responsabilidad de la labor misional en las Californias. Gracias a esas virtudes practicadas pudo fray Junípero resistir los embates que la calumnia, la envidia, la mala fe y la incomprensión le tendieron, serenar el espíritu de sus compañeros, contener sus desfallecimientos y debilidad y mantenerlos firmes en su idea de esparcir la fe y la civilización cristiana entre los indios de aquellas dilatadas regiones. Mucho debió padecer el padre Serra para resistir no sólo sus propias y dolorosas enfermedades, sino las flaquezas espirituales de sus hermanos de religión que desesperaban como toda humana criatura.

La destrucción de la misión de San Diego y la muerte de fray Luis Jaime representaron para el padre Serra un grave acontecimiento al que tuvo que hacer frente con toda energía, prudencia e inteligencia. Era menester mantenerse en pie, rehacer la misión pese a la negativa de las autoridades militares, tranquilizar al padre fray Vicente Fuster, superviviente de aquella catástrofe cuyo ánimo estaba totalmente conturbado, serenar el espíritu de los temerosos y más aún trocarlo en confianza y en urgencia de una lucha mejor y más efectiva. Todo esto tuvo que emprender fray Junípero al llegar a San Diego, de ahí que algunas cosas de menor cuantía tuviera que posponerlas y aun dar lugar a incomprensiones.

Compañero de Serra, pero compañero novel, Santa María no pudo despertar toda la confianza en su superior que era menester. Se hubiera requerido la presencia de los padres Crespi o Palou, muy allegados a Serra y en quienes tenía puesta toda su confianza, y no la de un religioso recién conocido, pero en quien Serra pudo adivinar un espíritu recio y apto para la labor apostólica.

Desde el 12 de julio en que llegó a San Diego hasta el día 18 de septiembre en que salió acompañado del padre Sánchez hacia la misión de San Gabriel, Santa María pudo convivir con misioneros experimentados y darse cuenta de las dificultades materiales a que tenía que enfrentarse. Ahí trató al padre Lasuen, al padre Gregorio Amurrio, al padre Sánchez, quien fue su compañero hacia San Gabriel, y también a fray Antonio Paterna. Varios de ellos encontrábanse con el ánimo bastante intranquilo para poder inspirarle suficiente confianza en la labor que tenía delante.

Al quedar sin compañero el padre Fuster, fray Junípero trató de resolver su situación y es probable que haya pensado en Santa María como acompañante de Fuster, mas el espíritu de éste se encontraba muy alterado y deseaba una persona amiga a su lado.[ 30 ]

En la misión de San Gabriel, para donde salió acompañado del padre Sánchez, estuvo fray Vicente de Santa María hasta principios de octubre. El 29 de septiembre escribe al padre Pangua, guardián de San Fernando, extensa carta en la que le narra desde su arribo a Monterrey hasta su salida a San Gabriel, aclarándole algunos puntos relativos a sus sínodos. En esa carta le indica que aún no ha sido adscrito a lugar determinado alguno pero espera que el padre presidente le dé destino.[ 31 ]

El 3 de octubre en San Gabriel, recibió una carta del padre Serra en la que le pedía que regresara a San Diego acompañado del padre Paterna. Con fray Antonio emprendió el retorno habiendo llegado a San Diego el día 6. Fray Antonio Paterna, quien se encontraba con dificultades espirituales, había pedido al padre guardián su relevo, manifestando su deseo de volver al Colegio de San Fernando, lo cual daba por seguro. Sin embargo, al llamarlos, Serra tenía otros planes: mantener la misión de San Diego para la cual necesitaba operarios espirituales, mas los anhelos de Serra a la llegada de los dos religiosos no pudieron satisfacerse de momento. Fray Antonio Paterna estaba decidido a volver a México, el padre Fuster no tenía el ánimo suficiente para permanecer en el sitio del desastre ni simpatizaba con la idea de tener como compañero a Santa María, y éste, desairado un tanto e intimidado por las dificultades que palpaba, manifestó su deseo de volver a la Baja California o de capellán de navío pretextando no tener experiencia misionera. Ante esa situación, Serra dejó por el momento a Santa María en espera de una solución, lo mismo que a los padres Fuster y Paterna, mas encareciéndoles vigilaran la reconstrucción de la misión de San Diego en un sitio mejor, el cual escoltarían doce hombres, y pasó a la misión de San Juan Capistrano para decir en ella la primera misa el primero de noviembre de 1776.[ 32 ]

Bien encaminada esta nueva misión, el padre Serra partió hacia Monterrey por tierra, con el objeto de visitar las restantes fundaciones, y llegando a la suya de San Carlos del río del Carmelo el 1 o . de enero de 1777. Medio año había pasado fray Junípero reconociendo las necesidades de los neófitos y de los religiosos, y al llegar a San Carlos, en detenido examen, meditó con prudencia las decisiones a tomar, movido, como escribe su biógrafo el padre Palou, de la necesidad de encontrar un remedio a la difícil situación que se le presentaba, pues

mucho sentía el reverendo padre presidente el desconsuelo de los religiosos de las misiones de abajo y el que se quisiesen retirar para el colegio, y para detenerlos y consolarlos a todos se valió del medio que juzgó más eficaz, que fue el distribuirlos con nuevo destino, mandándolos de la misión en que se hallaban desconsolados a otras, y fue la distribución de esta manera: para la misión de San Diego, señaló de ministros a los padres predicadores fray Fermín Lasuen y fray Juan Figuer; para la de San Juan Capistrano, al padre lector fray Pablo Mugartegui y al padre predicador fray Gregorio Amurrio; para la misión de San Gabriel, a los padres predicadores fray Antonio Cruzado y fray Miguel Sánchez; para la misión de San Luis, al padre predicador fray Antonio Paterna con el padre predicador fray José Caballer; para la misión de San Antonio, los mismos que están desde su fundación, padres predicadores fray Miguel Pieras y fray Buenaventura Sitjar; en la misión de San Carlos, en el río del Carmelo, su reverencia con el padre predicador fray Juan Crespi y tercer ministro el padre predicador fray Francisco Dumetz.

Y adelante nos aclara Palou:

a más de éste quedaban dos supernumerarios que eran los padres predicadores fray Vicente Fuster y fray Vicente Santa María, y destinó a éste para la misión de nuestro padre San Francisco y al otro para la de San Gabriel, para lo que se ofreciese en las misiones abajo y pudiese suplir la falta que ocurriese.

Y concluye: "Con esta prudente distribución quedaron todos muy consolados y trabajando gustosos en esta viña del Señor".[ 33 ]

El tacto empleado por el padre Serra para resolver los problemas de las misiones y los misioneros fue grande. Sus palabras plenas de consuelo, su recia mesura, inteligente bondad y principalmente su gran ejemplo, y fortaleza para resistir los males del cuerpo que tanto lo aquejaron y para mostrar un alma cristalina y serena, no podían sino aquietar a los espíritus rebeldes y fortificar a los que flaqueaban. La distribución realizada tal como la describe Palou surtió su efecto, pues los misioneros, cuyo ánimo era vacilante, confirmados en su fe, consagraron todos sus esfuerzos a su apostólica labor al lado de su presidente. La muerte de Serra en 1784 confirmó en su decisión a los aún vacilantes y su memoria los animó a perseverar en su labor; por otra parte, para ese momento un gran espíritu que había tenido sus desfallecimientos como todo hombre, tomó la dirección de las misiones, las cuales se acrecentaron con nuevos operarios y nuevas fundaciones. Este religioso fue fray Fermín Francisco de Lasuen.[ 34 ]

Decidida por fray Junípero la distribución de los religiosos, ésta se efectuó como la había pensado, y fray Vicente de Santa María pasó a San Francisco a ocupar el lugar que se le había asignado, el año de 1777, permaneciendo en esa nueva misión, cuyo territorio él tanto había contribuido a dar a conocer hasta el año de 1782.[ 35 ] La labor a realizar en esa misión fue dura y fructífera, pues había que iniciar no sólo el apostolado, sino también el trasplante de numerosos elementos de cultura ajenos a los naturales, tales como proporcionarles los primeros rudimentos del saber, acostumbrarlos a vivir dentro de un ambiente comunitario sujetos a un programa rígido en el cual los naturales resultaban elementos un tanto pasivos, pues obedecían en todo las órdenes de los religiosos. Esta forma de vida era lo más difícil de implantar, pues exigía una sujeción total a los dirigentes y una renuncia a sus formas tradicionales de comportarse. También exigía ese cambio la introducción de formas superiores en el laboreo de la tierra, el aumento de los cultivos, la introducción de la horticultura y de la ganadería, así como la enseñanza artesanal que se realizaba mediante el contacto con operarios llevados de México, Guadalajara y otras ciudades. [ 36 ]

En esta obra de congregación de los indios y de educación y evangelización de los mismos, ocupóse Santa María con eficacia durante casi cinco años.[ 37 ] Santa María, que estaba en San Francisco en calidad de supernumerario auxiliando a los padres fray Francisco Palou y fray Pedro Benito Cambon,[ 38 ] al retirarse este último temporalmente por enfermedad, tuvo que quedarse con la autorización de fray Junípero al lado del padre Palou, junto con otro religioso que fungía como capellán y quien solicitó ser adscrito a las misiones. Estos dos religiosos, Santa María y fray Matías Noriega como se llamaba el capellán, por su carácter despertaban cierta desconfianza en el padre Serra, quien al comunicar al padre Rafael Verger, por entonces guardián, su decisión, le indicaba: "A la verdad no quedo muy satisfecho de los dos genios que acá se quedan con dicho padre Palou. Yo deseaba el otro capellán, pero no lo he podido lograr: paciencia".[ 39 ]

Estas dudas acerca de Santa María, debíanse sin género de duda al carácter levantado de Santa María, quien había cometido hacia su superior algunas desconsideraciones, y no por mala conducta ni por falta de cumplimiento en su labor.

En esa misma comunicación Serra nos informa que en ocasiones Santa María auxiliaba a la misión de Santa Clara en su calidad de supernumerario.[ 40 ]

En el año de 1782, habiéndose determinado que se erigiera la misión de San Buenaventura, contemplada en un viejo proyecto del padre Serra, la cual debería haber sido creada al tiempo que la de San Carlos y la de San Diego, hubo necesidad de pensar en los misioneros que deberían tenerla a su cuidado. Esta misión, para la cual se contaba ya con todos los elementos que requería, como ornamentos, imágenes y toda suerte de utensilios, se fundó el 31 de mayo de 1782, habiendo quedado encargados de ella fray Francisco Dumetz y fray Vicente de Santa María, a quienes se asignó en ese puesto en mayo de 1782.

Antes de marchar a su nuevo destino, Santa María participó en la colocación de la primera piedra de la capilla de la misión de San Francisco, la cual fue puesta el 25 de abril de 1782, asistiendo a la solemne misa que celebró el padre Murguía como presbítero, y la cual diaconaron el padre Palou y Santa María, misa celebrada en presencia del teniente Moraga.[ 41 ]

Con la creación de la misión de San Buenaventura, hubo necesidad de que fray Junípero hiciera un reacomodo. Habiendo mejorado el padre fray Benito Cambon, fue enviado de nuevo a San Francisco, en donde era altamente estimado en virtud de haber sido uno de sus fundadores junto con el padre Palou. Este cambio se hacía también en virtud de que el padre Palou había pedido su retiro y era necesario tener ahí a personas experimentadas. De San Francisco se retiró a fray Vicente y a fray Matías Noriega, quien fue llamado para acompañar en San Carlos al padre presidente, en sustitución de fray Vicente Fuster, a quien se asignó a la misión de San Juan Capistrano.[ 42 ]

Así, a partir de 1782, fray Vicente trabajó ya en forma definitiva en la misión de San Buenaventura en unión de fray Francisco Dumetz, quien en 1797 fue sustituido por fray José Francisco de Paula Señán.[ 43 ] Su labor en esta misión fue eficaz, fructífera y aun notable, al grado que alcanzó juicios favorables de varios viajeros que llegaron a California y quienes tenían fuertes prevenciones contra la acción misional como La Pérouse y Vancouver.[ 44 ] Hombre de carácter fuerte, pese a sus votos de humildad, Santa María tuvo que pelear denodadamente por lo que creía tener derecho, y por aquellos que se le habían confiado. Así discute con las autoridades civiles acerca de la aplicación de ciertas medidas gubernamentales que afectaban a las misiones.[ 45 ]

Sin que la defensa de sus atribuciones cesara, Santa María auxiliaba a las autoridades civiles cuando éstas trataban de colaborar en la función civilizadora de las misiones. Así en el año de 1786 cooperó con el gobernador Fages en el reconocimiento de las tierras, aledañas al presidio militar vecino a Santa Bárbara, propicias para erigir la misión que llevaría ese nombre, localizadas en el sitio denominado El Montecito, que es en el que se levanta la vieja misión de Santa Bárbara, lugar espléndido por su situación y belleza natural.[ 46 ]

Celoso de su misión, ésta prosperó de tal suerte que en 1787 el número de neófitos había pasado de 22 que tenía al principio a 388, con 498 bautizados y frecuentando los sacramentos 115. Poseía 961 cabezas de ganado mayor y 1 503 ovejas y producía 3 000 bushels de sembradura. Su iglesia era pobre. En 1793 se inició la edificación de otra y una mayor posteriormente, en 1797.[ 47 ]

Gracias a los informes suscritos por fray Vicente Santa María y fray José Señán de 1797 a principios de 1804, sabemos que la misión de San Buenaventura del 1º de enero de 1797 al último de diciembre de 1798 aumentó de 736 individuos a 766, esto es hubo 30 más. Que en ese lapso hubo 16 matrimonios, 94 bautizos y 57 fallecidos. En el bienio siguiente la población había disminuido debido a un aumento en las defunciones; en tanto que de 1801 a principios de 1803, presentó un aumento de 167 individuos, pese a que las defunciones fueron 156; y de 1803 al inicio de 1805 creció la población hasta llegar a 1 107 individuos, de los cuales 523 eran hombres y 584 mujeres. Los bautizos en este lapso fueron 343, los matrimonios 81 y las defunciones 186.

La presidencia del padre Lasuen se caracterizó por un acrecentamiento de las misiones y de los misioneros. Ese aumento se debió en buena parte a un vasto programa ideado por el padre Serra y el cual debido a dificultades materiales y a problemas con las autoridades civiles no pudo realizarse oportunamente.[ 48 ] Con posterioridad a la muerte de fray Junípero muchos de esos obstáculos se allanaron, y así el padre Lasuen pudo aumentar el número de misiones, utilizando el personal que enviaba el Colegio de San Fernando.

En 1787, año en que ocupaba el puesto de guardián de aquel colegio el padre fray Francisco Palou, al informar al virrey del estado de las once misiones existentes y de los sínodos que requerían los 25 misioneros que en ellas se ocupaban, señala que Santa María y Dumetz servían la misión de Santa Bárbara.[ 49 ]

El progreso de las misiones continuó, mas para la fundación de nuevas se requerían informes amplios acerca de la conveniencia de fundarlas, que tomaran en consideración tanto al número de neófitos como las posibilidades de sostenimiento económico de las mismas, realizando un análisis detallado acerca de la bondad o inconvenientes de los sitios elegidos para establecerlas. En esa labor fueron empleados los misioneros existentes, prefiriendo a los que tenían mayor prudencia y conocimientos. Fray Vicente, quien para el año de 1795 ya contaba con buena experiencia misional, fue comisionado por el gobernador de California para hacer un reconocimiento minucioso "con la mayor exactitud y a toda satisfacción con el fin de descubrir el mejor paraje existente entre la misión de San Buenaventura y la de San Gabriel, con el fin de determinar si resultaba conveniente la fundación de una nueva misión".

El reconocimiento lo realizó acompañado de varios miembros de la milicia, entre otros el alférez don Pablo Cota, el sargento José María Ortega y cuatro soldados, a partir de mediados de agosto de 1795. El recorrido de la región lo realizaron en más de dos semanas, habiendo a su vuelta redactado un minucioso informe fechado el 3 de septiembre, en el que con todo detalle menciona la situación y ventajas que ofrecían todos los lugares a los que fueron a caballo. De ese documento se extrae un buen conocimiento no sólo geográfico, sino también del estado de la colonización en esas alejadas regiones, de la aculturación de los grupos indígenas que habían empezado a aprovechar los cultivos y las formas prácticas agrícolas europeas y su indumentaria, el establecimiento de ranchos por colonos decididos, la fe de los indígenas y principalmente los beneficios que ellos proporcionan a la acción colonizadora, pues como afirmaba: "si no fuera por los gentiles, ni habría ni pueblo, ni ranchos y si no que hagan la prueba", y para terminar concluye defendiendo la actividad civilizadora de las misiones ante sus denigradores: "y en lo último que piensan es en reconocer a las misiones ni a los misioneros. Éste es mi sentir, salvo meliori ".[ 50 ]

Esta posición suya de defensa de las misiones y de su acción continuó, pues él mismo contribuyó a dar el ejemplo y a censurar con toda energía la conducta de los europeos que estropeaban con su mala conducta la labor y la prédica de los religiosos. Nuevamente este esfuerzo misional chocaba con los intereses y las pasiones de los colonos, quienes contrariaban con su vida escandalosa, no sólo los preceptos evangélicos que los religiosos trataban de instaurar, sino también las disposiciones legales emitidas en beneficio de los naturales americanos.

En un último documento de él que conocemos, fechado en San Buenaventura el 27 de abril de 1804, en unión de fray José Señán, hace referencias muy concretas a esa situación, emitiendo con toda libertad y sin embozo alguno su opinión respecto al establecimiento de un pueblo en Camulus, el cual afirman traería más perjuicios que beneficios a las misiones y a su labor. En ese informe fundado en varios preceptos legales, tomados de la Recopilación de leyes de Indias y en algunas citas de San Agustín, a más de informar de la situación geográfica de una zona importante, señala el estado de la penetración colonizadora y las pretensiones de los colonos.[ 51 ]

Aun en estos trabajos de determinación geográfica y de las condiciones socioeconómicas existentes en determinadas regiones, se emparienta la labor de este fray Vicente de Santa María, con la de fray Vicente de Santa María (Martínez).

Al cuidado de sus neófitos que cada día eran más abundantes pasó los últimos años de su vida, habiendo fallecido en la misión que él fundó el 16 de julio de 1806. En la iglesia de su misión del seráfico doctor San Buenaventura, fue sepultado fray Vicente y desde entonces ahí descansa, al lado de todos aquellos a quienes llevó la fe de Cristo. Las misiones y sus indios le ganaron por siempre, y entregado a ellos totalmente, entre ellos reposa.

El Olivar, febrero de 1967

[ 1 ] Vid. apéndice 1. El nombre correcto de este religioso, como el de su homónimo, es Vicente de Santa María, con la preposición. El hecho de que en algunas ocasiones la omitan no significa que normalmente no la hayan empleado. El descuido en las declaraciones, transcripciones y firmas revela la anarquía propia de la época en el uso correcto de los apellidos. Los documentos que presentamos muestran justamente la diversidad empleada, la cual no justifica que se tenga que mutilar un apellido tradicional, el cual era muy común. En la misma orden franciscana tenemos varios religiosos con ese apellido, a saber: padre Miguel Martín de Santa María Marabel, nacido en Guadalajara, Jalisco, el 10 de noviembre de 1727; padre fray Miguel de Santa María, fallecido en el Colegio de Guadalupe el 11 de mayo de 1799, sirvió en la misión de Revilla, como consta de la visita de Tienda de Cuervo, Vid. Estado general de las fundaciones hechas por D. José de Escandón en la Colonia del Nuevo Santander, costa del Seno Mexicano. Documentos originales que contienen la inspección de la provincia efectuada por el capitán de Dragones don José Tienda de Cuervo, el informe del mismo al virrey y un apéndice, con la Relación histórica del Nuevo Santander, por fray Vicente Santa María, 2 v., México, Talleres Gráficos de la Nación, 1929-1930 (Publicaciones del Archivo General de la Nación XIV-XV ), p. 11-117-121. Otro padre fue fray Miguel de Santa María que fue el tercer discreto en el segundo guardianato de fray José Patricio García en 1774; otro fray Miguel de Santa María fue hermano corista nacido en Guadalajara e ingresado al Colegio de Guadalupe en 1750. Otro padre del mismo apellido fue fray José Miguel de Santa María Gómez o fray José de Santa María Gómez, oriundo de la provincia de Zacatecas e incorporado al Colegio de Guadalupe el 15 de febrero de 1736. Como se ve el número de religiosos con ese apellido fue grande y en sus registros obra la preposición, aun cuando en ocasiones caprichosamente se la elimina.

[ 2 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro de Recepciones de Hábito y Profesiones de Novicios del Convento de Valladolid, s ignatura H, serie A, n. 7, de 1771 a 1820, f . 1r-v.

[ 3 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro de Recepciones de Hábito y Profesiones de Novicios del Convento de Valladolid, signatura H, serie A, n. 7, de 1771 a 1820, f . 71r. Debo este dato a la gentileza del muy reverendo padre fray Leopoldo Campos.

[ 4 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libros de Gobierno o Libros Becerros de Provincia, n. 3 (1754-1803), L. Serie 13.3, f. 205v-206r.

[ 5 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libros de Gobierno o Libros Becerros de Provincia, n. 3 (1754-1803), L. Serie 13.3, f. 206 v .

[ 6 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libros de Gobierno o Libros Becerros de Provincia, n. 3 (1754-1803), L. Serie 13.3, f. 224r.

[ 7 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libros de Gobierno o Libros Becerros de Provincia, n. 3 (1754-1803), L. Serie 13.3, f. 227v-229r.

[ 8 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libros de Gobierno o Libros Becerros de Provincia, n. 3 (1754-1803), L. Serie 13.3, f. 234 r .

[ 9] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libros de Gobierno o Libros Becerros de Provincia, n. 3 (1754-1803), L. Serie 13.3, f. 247 r .

[ 10 ] Estado general de las fundaciones hechas por D. José de Escandón en la Colonia del Nuevo Santander, costa del Seno Mexicano. Documentos originales que contienen la inspección de la provincia efectuada por el capitán de Dragones don José Tienda de Cuervo, el informe del mismo al virrey y un apéndice, con la Relación histórica del Nuevo Santander, por fray Vicente Santa María, 2 v., México, Talleres Gráficos de la Nación, 1929-1930 (Publicaciones del Archivo General de la Nación XIV-XV ), p. 1-18.

[ 11 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libros de Gobierno, n. 3, f . 254 v .

[ 12 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro Becerro de Provincia, n. 3, año de 1798, f . 336 v .

[ 13 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro Becerro de Provincia, n. 3, año de 1798, f . 264 v .

[ 14 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro Becerro de Provincia, n. 3, año de 1798, f . 281 r .

[ 15 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro Becerro de Provincia, n. 3, año de 1798, 332 r .

[ 16 ] Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1964, 439 p. (Serie Documental, 6), y mi otro trabajo que amplía determinados aspectos en torno del origen del constitucionalismo mexicano, "El constitucionalismo mexicano y su origen", en Jesús Castañón Rodríguez et al., Estudios sobre el Decreto Constitucional de Apatzingán, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1964, 618 p., p. 174-176.

[ 17 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro Becerro de Provincia, n. 3, f . 384r.

[ 18 ] Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1964, 439 p. (Serie Documental, 6), y mi otro trabajo que amplía determinados aspectos en torno del origen del constitucionalismo mexicano, "El constitucionalismo mexicano y su origen", en Jesús Castañón Rodríguez et al., Estudios sobre el Decreto Constitucional de Apatzingán, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1964, 618 p., p. 174-176; Nicolás Rangel, "Fray Vicente Santa María y la Congregación de Valladolid", en Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1931, t. II, n. 5, p. 707-769, y Ernesto Lemoine Villicaña, en un trabajo de conjunto en el que recoge nutrida documentación, édita e inédita: "Fray Vicente Santa María. Boceto de un insurgente olvidado", Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1965, v. 1, p. 63-124.

[ 19 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro Becerro de Provincia, n. 4 (1804-1846), L. Serie B. 4, f . 9r.

[ 20 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro Becerro de Provincia, n. 4, (1804-1846), L. Serie B. 4, f . 18v.

[ 21 ] Archivo Franciscano de la Provincia de San Pedro y San Pablo, Celaya, Guanajuato, Libro Becerro de Provincia, n. 4 (1804-1846), L. Serie B, 4, f . 22 r . En una inscripción que se encuentra en el mismo libro, f. 82 v, aparece una nota del 19 de octubre de 1813 reveladora de la participación de varios religiosos en el movimiento insurgente. Dice así: "Se leyó un oficio y bando del virrey, fechado el 8 de julio de 1813, en el que se manda que no se empleen, en las elecciones capitulares, a los que sean adictos al infame partido de la insurrección", y en la sesión definitorial del mismo mes y año el definitorio se conformó con lo decretado por el virrey, f. 86 r .

[ 22 ] Vid. apéndice 4.

[ 23 ] Vid. apéndice 4.

[ 24 ] Vid. apéndice 6. Ante las súplicas de varios religiosos, éstos pudieron en lo sucesivo viajar con un compañero que en este caso lo fue el padre Nozedal o Nocedal.

[ 25 ] Vid. apéndice 5. Fray Benito de la Serra, capellán de navío, nos dejó en varias cartas suyas que reproducimos información muy pertinente relativa a Santa María. Vid. también apéndice 8 que refiere las enfermedades a que estaban expuestos los misioneros.

[ 26 ] Vid. apéndice 7. Importante recopilación, la más completa hasta ahora de la correspondencia del padre Serra en la que se refiere a fray Vicente de Santa María, es la reunida por fray Antonine Tibesar, OFM, Writings of Junípero Serra, 3 v., Washington, Academy of American Franciscan History, 1956, ils., mapas. En la nota número 139 del volumen II, p. 479, proporciona los datos esquemáticos de la vida de Santa María.

[ 27] Carta de fray Junípero Serra al padre Guardián Francisco Pangua, San Diego, 7 octubre 1776, Biblioteca Nacional de México, Archivo Franciscano, cartas de fray Junípero Serra, f. 96-101.

[ 28 ] Un juicio acerca de esas diferencias es el que proporciona La Pérouse en la relación de su viaje, en la cual narra con todo detalle la situación de las misiones y el espíritu que guiaba a los religiosos, Voyage de La Pérouse autour du monde, publié conformement au decret du 22 avril 1791, et redigé par M. L. A. Milet-Mureau, 4 v., Paris, Imprimerie de la République, 1797, ils. mapas, II, p. 247 y s. En un párrafo v. II, p. 253-54, escribe: "La piété espagnole avait entretenu jusqu'à présent, et à grands frais, ces missions et ces présidios, dans l'unique vue de convertir et de civiliser les indiens de ces contrées; système bien plus digne d'éloge que celui de ces hommes avides que semblaient n'être revetus de l'autorité nationale que pour commettre impunément les plus cruelles atrocités".

[ 29 ] Antonine Tibesar, Writings of Junípero Serra, 3 v., Washington, Academy of American Franciscan History, 1956, v. III, p. 66, 100 y 102. Fray Junípero en la carta antes citada, señala al padre guardián haber decidido quedasen en San Diego el padre Fuster y el padre Santa María, pues no tenía otros de que servirse. En carta de 26 de febrero de 1777, menciona que el padre Santa María, gozando de su licencia, se paseaba en la misión de San Gabriel y que ahí permanecía sin verlo, pues sabía que estaba disgustado y con deseos de embarcarse hacia México sin su licencia. Vid. también apéndice 6.

[ 30 ] Vid. apéndice 8.

[ 31 ] Fray Francisco Palou, Noticias de la Nueva California, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, 396 p. (Documentos para la Historia de México, Cuarta Serie, t. VII), p. 334-335. Del mismo autor importa mucho la Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable padre fray Junípero Serra y de las misiones que fundó en la California Septentrional y nuevos establecimientos de Monterrey, Madrid, 1944, XXVIII-317 p., facsímil de la portada de la edición de 1787, ils., mapas.

[ 32 ] Fray Francisco Palou, Noticias de la Nueva California, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, 396 p. (Documentos para la Historia de México, Cuarta Serie, t. VII), p. 334-335. Otra edición de la Relación es la hecha con el título de Evangelista del Mar Pacífico, fray Junípero Serra, prólogo de Lorenzo Riber, Madrid, M. Aguilar, 1944, XXVIII-317 p., ils.

[ 33 ] El estudio más completo hasta hoy del padre Lasuen es el de Lázaro Lamadrid Jiménez, OFM, El alavés Fermín Francisco de Lasuen, OFM (1736-1803). Fundador de misiones en California, 2 v., Vitoria, Diputación Foral de Álava, Consejo de Cultura, 1963, ils. En ella se proporcionan algunas referencias acerca de nuestro biografiado.

[ 34 ] Efectivamente el padre Palou, en sus Noticias de la Nueva California, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, 396 p. (Documentos para la Historia de México, Cuarta Serie, t. VII), p. 246-249, afirma haber encontrado en San Francisco al pie de una cruz las cartas dejadas por el padre Santa María, quien además "fue varias veces a tierra a la banda que cae al norte y confina con la junta de Reyes y visitaron una ranchería de gentiles que se alegraban mucho por lo que dieron muestras de afabilidad y docilidad".

[ 35 ] En ese sentido véase lo afirmado por La Pérouse, Voyage de La Pérouse autour du monde, 4 v., Paris, Imprimerie de la République, 1797, ils., mapas, v. II, p. 247 y s.

[ 36 ] Antonine Tibesar, OFM, Writings of Junípero Serra, 3 v., Washington, Academy of American Franciscan History, 1956, ils., mapas, v. III, p. 445, nota 25, nos informa que en los archivos parroquiales de la misión de San Francisco se encuentran certificados, de actuaciones de Santa María de diciembre de 1777 a junio de 1782.

[ 37 ] Carta de fray Junípero Serra a don Teodoro de Croix, Monterrey 22 de agosto de 1778, Archivo General de la Nación, México, Provincias Internas, t. 121, f . 315.

[ 38 ] Carta de fray Junípero Serra al padre Guardián fray Rafael Verger, Monterrey 29 octubre 1779, Biblioteca Nacional, México, Archivo Franciscano, Cartas de fray Junípero Serra, f. 20-21, y Antonine Tibesar, Writings of Junípero Serra, 3 v., Washington, Academy of American Franciscan History, 1956, ils., mapas, v. II, p. 11-58.

[ 39 ] Carta de fray Junípero Serra al padre Guardián fray Rafael Verger, Monterrey 29 octubre 1779, Biblioteca Nacional, México, Archivo Franciscano, Cartas de fray Junípero Serra, f. 20-21, y Antonine Tibesar, Writings of Junípero Serra, 3 v., Washington, Academy of American Franciscan History, 1956, ils., mapas, v. II, p. 11-58. Al crearse el presidio de Santa Bárbara en donde se levantó una capilla, fray Junípero inauguró el archivo misional, signando el libro de difuntos de "los de razón" el domingo 21 de abril de 1782. El primer registro en ese libro lo firmó fray Vicente de Santa María al inscribir el 29 de diciembre de ese año la defunción de una niña de 10 meses, hija del soldado Vicente Quijada y su mujer Juana María Armenta. Vid. fray Zephyrin Engelhardt, OFM., Santa Barbara Mission, San Francisco ( California ), The James M. Barry Company, 1923, XVIII-470 p., ils., mapas (The Mission and Missionaries of California), p. 311.

[ 40 ] Hubert Howe Bancroft, History of California, 5 v., San Francisco, A. L. Bancroft Company Publishers, 1884 (The Works of), v. I, p. 1-240 y s.

[ 41 ] Fray Francisco Palou, Noticias de la Nueva California, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, 396 p. (Documentos para la Historia de México, Cuarta Serie, t. VII), p. 386-388.

[ 42 ] Hubert Howe Bancroft, History of California, 5 v., San Francisco, A. L. Bancroft Company Publishers, 1884 (The Works of Hubert Howe Bancroft), v. I, p. 1-674 y s.

[ 43 ] Hubert Howe Bancroft, History of California, 5 v., San Francisco, A. L. Bancroft Company Publishers, 1884 (The Works of Hubert Howe Bancroft), v. I, p. 1-674 y s. La Pérouse, Voyage de La Pérouse autour du monde, v. II, p. 11-253 y s. Señala el buen estado de las misiones y la abnegación de los religiosos que las regían, y Vancouver, quien la visitó en 1793, habla con admiración de los cultivos y de los pies de cría de la misión. Admiró la construcción de la iglesia y alabó el cuidado que se tenía por enseñar a los indios e inculcarles una auténtica piedad. Menciona que tenía 715 neófitos y 757 bautizados. Vancouver's voyages, v. II, 457-461, 494 y 497.

[ 44 ] Hubert Howe Bancroft, History of California, 5 v., San Francisco, A. L. Bancroft Company Publishers, 1884 (The Works of Hubert Howe Bancroft), v. I, p. 399 . Fages en su informe se queja de que "en San Buenaventura hay de continuo choques con el padre Santa María".

[ 45 ] Hubert Howe Bancroft, History of California, 5 v., San Francisco, A. L. Bancroft Company Publishers, 1884 (The Works of Hubert Howe Bancroft), v. I, p. 399, y fray Zephyrin Engelhardt, OFM, Santa Barbara mission, San Francisco (California), The James M. Barry Company, 1923, p. 49 y s.

[ 46 ] Hubert Howe Bancroft, History of California, 5 v., San Francisco, A. L. Bancroft Company Publishers, 1884 (The Works of Hubert Howe Bancroft), v. I, p. 1-400 y s.

[ 47 ] Vid. apéndice 13.

[ 48 ] Fray Francisco Palou en sus Noticias de la Nueva California, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, 396 p. (Documentos para la Historia de México, Cuarta Serie, t. VII), p. 386-388, al referirse a los acontecimientos de 1783 hace referencia a las dificultades que habían surgido para el establecimiento de las misiones de "la canal", las cuales fundáronse en la negativa del gobernador de las Californias y el comandante general de las Provincias Internas para que se proporcionase suficiente ayuda económica a las misiones, negativa que originó que el discretorio del colegio no autorizara la salida de misioneros: "Y por este motivo no vinieron dichos seis religiosos y se suspendió la fundación de las dos misiones de la Purísima Concepción y de Santa Bárbara".

[ 49 ] Vid. apéndice 10. En el apéndice 12, que es un poder de los misioneros de California firmado por éstos en 1802, menciona que en este año estaba Santa María en San Buenaventura en compañía de fray José Señán.

[ 50 ] Vid. apéndice 11. Documento proporcionado gentilmente por el padre fray Maynard Geiger, cuyas obras siguientes tanto nos han servido: Palou's life of fray Junípero Serra, Washington, D. C., Academy of American Franciscan History, 1955; su Calendar of documents in the Santa Barbara Mission Archives, Washington, 1947, XIV-201 p. (Publications of the Academy of American Franciscan History. Bibliographical Series, v. 1); The life and times of fray Junípero Serra, OFM, or the man who never turned back, 1713- 1748, a biography, Washington, Academy of American Franciscan History, 1959, y sus artículos aparecidos en The Americas, n. V y VI de 1949, "The Franciscan Mission to San Fernando College", México, 1749, p. 48-60; "The internal organizations and activities of San Fernando College, Mexico City, 1734- 185", p. 3-31. Y en el número IV, 1947-1948, "Important California missionary dates determined", p. 287-293.

[ 51 ] Vid. apéndice 14. Importante obra de referencia es la de Charles Edward Chapman, The founding of Spanish California . The northwestward expansion of New Spain, 1687-1783, New York, The Macmillan Company, 1916, XXXII-485 p., ils., mapas.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 2, 1967, p. 7-69.

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