Ernesto de la Torre Villar
Conocí a Agustín Cue Cánovas hace más de treinta años, de entonces para acá surgió nuestra amistad que el tiempo acrecentó y depuró. En el inolvidable Congreso de Historia celebrado en Jalapa, Veracruz, en 1943, tuve oportunidad de conocerlo, tratarlo, profundizar en su vida y pensamiento. Por aquel entonces éramos -¡ay días inolvidables!- jóvenes; estábamos llenos de entusiasmo, de ideales, de afanes de renovación. Los obstáculos no existían para nosotros y pensábamos éramos capaces no sólo de transformar la historia patria sino el inmenso mundo. Poseíamos el optimismo, la combatividad propia de la juventud, una gran decisión y capacidad de trabajo y estudio.
A Jalapa llegó, al lado de ese hombre inolvidable y gran historiador que fue Luis Chávez Orozco. Éste le había dado su espaldarazo, y a su vera Agustín se había iniciado en el estudio de la historia social y económica y publicado sus primeros trabajos. Nosotros, Alfonso García Ruiz, Fernando Sandoval, Carlos Bosch, Susana Uribe, Hugo Díaz Thomé, Enriqueta López Lira y yo, estábamos en El Colegio de México, en donde rigurosa disciplina nos hacía ser cautos pero firmes en nuestros conocimientos. Las enseñanzas recibidas de Silvio Zavala, Ramón Iglesia, Agustín Millares, Earl G. Hamilton, Daniel Cosío Villegas y otros maestros más nos habían acostumbrado a la seriedad y al rigor, a la labor paciente y a la reflexión profunda.
El Congreso de Jalapa, uno de los mejores que hubo en la larga vida de estos congresos de Historia, permitió a las nuevas generaciones conocer y tratar a los grandes, en edad y méritos, de la historia de México: Vito Alessio Robles, Manuel Toussaint, Rafael García Granados, Luis Chávez Orozco, Alberto María Carreño, Pablo Martínez del Río, Alfonso Caso, Joaquín Ramírez Cabañas, Enrique Juan Palacios, Antonio Pompa y Pompa, Fulgencio Vargas, etcétera, a quienes se habían sumado ya las generaciones intermedias, de nuestros maestros y antecesores Wigberto Jiménez Moreno, Silvio Zavala, José Miguel Quintana, Agustín Yáñez, Arturo Arnáiz y Freg, Gonzalo Aguirre Beltrán y otros más. Las nuevas generaciones las formaban alumnos de El Colegio de México, de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Escuela de Antropología, de la Escuela Normal como Arturo Monzón, Eusebio Dávalos, Manuel Fernández de Velasco, Manuel Carrera Stampa, Carlos Margáin, Ignacio del Castillo, etcétera.
Cue Cánovas pertenecía como nosotros a la nueva ola, a la de los más impetuosos y se había sumado en virtud de su carácter travieso y agudo al grupo de los cronicriticones del congreso, encabezado naturalmente por el inefable don Antonio Pompa y Roberto Ramos, quienes editaban, amparados por ágil periodista veracruzano, un divertido y punzante diario en el que se metían en ripiosos, divertidos y maledicentes versos, con la mayor parte de los asistentes, al grado que de ellos surgió un -por fortuna evitado- duelo entre el periodista y un noble genealogista y juez de armas que se sintió aludido en ese diario de campaña.
En las diversas secciones y sesiones del Congreso pudimos valorar el conocimiento de Agustín. Reprochábamosle su apasionada actitud frente a determinadas posturas históricas, pero no podíamos desdeñar sus valiosas inquietudes ante problemas fundamentales de la historia, frente a desarrollos sustanciales de nuestro devenir, ante planteamientos novedosos que contribuían a hacer luz en el pasado común. En más de una ocasión disentimos de sus posiciones sin que por ello se entibiara la amistad que nos empezó a unir; y bien en las reuniones, bien en las horas de descanso, en que conversábamos en el patio del Hotel Limón o del restaurante en donde almorzábamos los congresistas, proseguían amistosas y entusiastas nuestras discusiones.
Coincidimos en los paseos a Coatepec y Veracruz, en las festividades de la Universidad Veracruzana, principalmente en aquel baile inolvidable de la Escuela Preparatoria que arrulló los recién iniciados romances de Eusebio y Conchita Dávalos y de Wigberto y Lupita Jiménez Moreno, entre otros.
Los días del congreso fortalecieron la amistad con Agustín Cue Cánovas, la cual prosiguió y se afianzó con los años. A través del tiempo admiraba su producción que aparecía con constancia y firmemente. Una tras otra sus obras me fueron siendo familiares y en más de una ocasión me ocupé de ellas en forma crítica. A lo largo de los años seguía su labor y él se interesaba, tanto como yo, en que la conociera y opinara sobre ella. Él hizo lo mismo con mis libros y sus apreciaciones fueron siempre guiadas por objetiva imparcialidad más que por la añosa amistad. Algunos de sus juicios que aplicó a mis trabajos los guardo por sinceros, por la amplitud de su criterio, por su severa penetración, aun cuando difiriéramos en determinadas interpretaciones.
La presencia de ambos en la Escuela Normal Superior nos unió aún más. Varios años colaboramos juntos, y ahí pude calar su honda vocación magisterial, su nobilísima entrega a la enseñanza de la que no se separó durante más de treinta y cinco años. En la Normal Superior formó escuela y a él son deudores miles de maestros normalistas que pasaron por su cátedra con gran aprovechamiento. Agustín fue para cientos de alumnos un maestro auténtico, un guía generoso que no desdeñaba entregarles su saber, su apoyo, la palabra cordial, el auxilio estimulante. Fuera de la Normal que fue su alma máter y de la que no se separó sino hace unos cuantos meses por jubilación, profesó diversas asignaturas en las facultades de Economía y Ciencias Políticas y en algunos de los planteles de bachillerato de la UNAM.
Si la cátedra llevó parte de su vida y a ella se entregó con entera dedicación, con honesto y absoluto desinterés, la tarea de investigador absorbió el resto de su existencia. Escritor fecundo y apasionado, ocupóse con ardiente entusiasmo en el esclarecimiento de numerosos problemas históricos. Como auxiliares de su obra magisterial, elaboró varios manuales reveladores de sus amplios conocimientos, de su poder de síntesis y de su capacidad interpretativa. Afiliado a la izquierda mexicana, sus libros revelan sus ideas con las que fue siempre consecuente y honrado. Escribió acerca de temas disputados, de asuntos polémicos sin perder la ecuanimidad ni distorsionar o alterar la verdad. Manifestó con sinceridad sus opiniones en torno a personajes y acontecimientos, sin ofender a las personas ni injuriar a los rivales en ideas. Un sano discernimiento, una afanosa y severa meditación, lecturas continuas que le llevaron a la formación de selecta biblioteca, se revelan a lo largo de sus numerosos estudios. Nuestros encuentros en múltiples librerías, y las largas pláticas que sostuvimos durante las mañanas antes de que él fuera a dar sus clases a la Preparatoria, me hicieron percatarme de cómo le gustaba estar siempre al día en las últimas novedades aparecidas, que insaciablemente leía y comentaba.
En uno de esos últimos encuentros, al conversar sobre el obligado tema de la salud, me percaté que su estado físico comenzaba a ser precario y que su fortaleza minada por el trabajo constante y las enfermedades, había decaído. Así y todo, su actividad no disminuyó. Mantúvose en el campo del trabajo hasta el último día, siempre con la esperanza de rendir más, de producir lo que su clara inteligencia y dedicación prometían. Hace unos meses en que me propuso que lo sustituyera en sus clases de la Escuela Normal, me indicaba se retiraba obligado por el deseo de consagrarse por entero a escribir varias obras que tenía planeadas, a viajar y a descansar un poco, sin abandonar del todo sus contactos siempre fructíferos y positivos con los estudiantes. Deseaba culminar su obra, redactando varios libros en los cuales había meditado largos años.
De naturaleza activa, de carácter dado a la polémica, espíritu dialéctico encontraba a más de en los libros, necesidad de verter sus opiniones en medios más rápidos y oportunos. El periodismo le permitió exponer libremente sus ideas y en El Nacional, El Día, El Popular, Política y Sucesos entre otros, aparecieron durante muchos años ágiles y brillantes artículos, salpimentados con la sal de su ingenio, en su cáustico lenguaje manejado con fluidez y desparpajo. Nutrida colaboración dejó en el periodismo y en esta misión no transigió ni traicionó su pensamiento. Sin penetrar jamás a la política de campanario, fiel a sus ideas y esperanzado en las posibilidades de la representación auténticamente democrática, en una ocasión aceptó la postulación que el Partido Popular le hizo para figurar como candidato a diputado. Primorosa lección de civismo dio en esa oportunidad Cue Cánovas al realizar una limpia y alta campaña electoral, para cuyo triunfo no contaba sino con su entusiasmo y el auténtico apoyo de sus electores. El resultado no lo tornó pesimista. Pensaba en la urgencia de promover una firme conciencia ciudadana que se hiciera respetar.
Modesto, de ademanes sencillos, distinguíase por su voz penetrante y aguda -casi chillona- y por su mirada inquisitiva que ocultaban gruesos espejuelos. Humilde en su forma de ser, era afable y cariñoso con los amigos verdaderos, pero imponía respeto y recelo a los que no lo eran por su carácter franco, su causticidad, su empeño en llamar al pan pan y al vino vino.
Preocupación constante para él fue su familia. Jefe íntegro y cumplido desvelábase por darle no sólo el amor que abiertamente le otorgó, sino las naturales satisfacciones que podía. En alguna ocasión, en que coincidimos en la compra de juguetes para nuestros hijos, me confió que su mayor satisfacción radicaba en poder ofrecerles aquellos que él deseó siempre tener y no tuvo.
Su vida entera fue una lección de probidad. Pudo enriquecerse claudicando de sus ideas, mas él prefirió de su modestia y de su integridad al bienestar producido por la subasta de sus limpios anhelos. Como era exigente consigo mismo, sabía respetar, aun cuando militaran en campos opuestos, a las personas que valían. Apreciaba, puesto que él mismo la realizó en plenitud, la labor intelectual, la disciplinada constancia, la entrega total al trabajo. Su crítica fue así constructiva y eficaz, aun cuando haya sido dura e hiriente.
Como historiador figurará al lado de aquellos que intentaron dar nuevas explicaciones a la historia, principalmente a la patria y forjar interpretaciones que permitieran situarla en la coyuntura de un desarrollo universal más vasto y eficaz. Su nombre, así, hay que ligarlo con el de Alfonso Teja Zabre, Luis Chávez Orozco, Joaquín Ramírez Cabañas, interesados en la dialéctica histórica y en los enfoques sociales y económicos de la historiografía.
Su obra vasta queda como ofrenda generosa a nuestra historia y entre ella es posible entresacar ciertos aspectos que nos permitirán valorarla mejor.
La guerra de Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana fueron los jalones de nuestro devenir histórico que más le interesaron. Del padre Hidalgo escribió calurosa biografía que fue premiada, y aun cuando breve por los requerimientos exigidos es digna de ser considerada entre las mejores que sobre Hidalgo se hayan hecho.
Escueta, bella y limpia, con información rigurosa y un auténtico sentido de evocación, la biografía de Hidalgo es una de las piezas históricas más apreciadas de entre las redactadas por Cue Cánovas. La interpretación que en ella hace del movimiento emancipador, en el cual sitúa nítidamente a la figura de Hidalgo, es amplia, congruente y definitiva. Sus páginas, que informan con detalle no erudito ni fatigoso de la vida del héroe, conmueven por su poder de evocación, su emoción auténtica y su justeza. Pocas biografías como ésta, breve, sustancial y clara pueden ofrecerse a la juventud mexicana para conocer la vida del Padre de la Patria.
La Reforma con todos sus antecedentes y sus varios aspectos, tema polémico si los hay, preocupó vivamente a Cue Cánovas. Admirador convencido no sólo del señor Juárez, sino del movimiento reformista en general, no podía menos que exaltarlo, esclarecer su acción y estimar sus resultados. Sin demagogia, aun cuando apasionadamente, pues Agustín no era de ánimo apocado, analiza la acción reformadora, la conducta de sus adalides y la importancia de su labor. Desglosó una por una las razones y las consecuencias de ese movimiento en México y concluyó que fue positivo en el desarrollo ideológico-político de nuestro país. Preludio de la intervención europea fue el tratado Mon-Almonte al cual Cue Cánovas destinó un libro, que es esencial para el buen entendimiento de sus alcances y la comprensión del estado general en que se debatía el país, intentando salir de la anarquía y estructurándose con firmeza y por sus propios medios.
Ideólogo revolucionario, consideró al movimiento de 1910 como parte de un proceso de democratización universal sin desdeñar las peculiares aportaciones que aquél tuvo, producidas por la propia circunstancia de nuestro país. Consideraba que la acción revolucionaria aún no concluía y que el país requería renovada acción revolucionaria para transformarse. Los paladines de la Revolución, Madero, Zapata, Cárdenas, eran para Cue motivo de admiración, y su conducta ejemplo vivificante.
Alerta a las inquietudes del mundo actual, enterado de la producción histórica nacional y extranjera, interesado por la labor profunda de investigación que se realizaba la cual sabía aprovechar con honestidad, la obra histórica de Agustín Cue Cánovas no podrá ser desestimada. Ella constituye el ejemplo palpable de una vocación auténtica, de una admirable dedicación y de una entrega total. La mención de unos cuantos títulos entre la vastedad de su obra, de la cual intentamos hacer próximamente un inventario lo más completo posible, podrá ayudar a comprender el generoso esfuerzo que el historiador Agustín Cue Cánovas realizó en beneficio de México.
Agustín Cue Cánovas nació en Villahermosa, Tabasco, el 28 de agosto de 1913, y falleció en la ciudad de México el 23 de abril de 1971.
Algunas de sus obras más importantes son las siguientes:
Hidalgo; homenaje en el bicentenario de su natalicio, [s. l.], Instituto Nacional de la Juventud Mexicana, Divulgación Cultural y Cívica, [s. a.], 118 p.
La reforma liberal de México, México, Centenario, 1960, 219 p.
El federalismo mexicano, México, Libro-Mex, 1960. 196 p., ils.
Hidalgo: el liberalismo y su época, 3a. ed., México, Libro-Mex, 1960, 166 p., [1.] h., lám.
Historia del capitalismo, pról. de la la 1a. ed. de Mario Sousa, 21a. ed. correg. y aum. México, s. e., 1945, 254 [2] p.
Historia social y económica de México, 1521 - 1810, México, América, 1946 [colofón 1945], 235 p.
El tratado Mac Lane-Ocampo; Juárez, los Estados Unidos y Europa, pról. de Vicente Sáenz, México, América Nueva, 1956, XXXII-248 p.
Historia política de México, México, Libro-Mex, 1957, 314 p., [1] h., [2] p.
Juárez y la Reforma, pról. de Agustín Cue Cánovas, 1958.
Historia mexicana, México, F. Trillas, c. 1959, 324 p.
Historia social y económica de México (1521 - 1854). Para uso de los estudiantes de Historia de México en las escuelas normales y de Economía [21a. ed. correg. y aum.] México, Trillas, 422 p.
El tratado Mon - Almonte; Miramón, el partido conservador y la intervención europea. México, Los Insurgentes, 1960, 97 p., retrs.
Historia mexicana, México, Trillas, 1962, XI-402 p., ils.
Constitución y liberalismo, México, Secretaría de Educación Pública, Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, 1963, 201 p.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Ernesto de la Torre Villar (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 4, 1972, p. 195-201.
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