Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

EL HISTORIADOR PEDRO PRUNEDA Y SU OLVIDADA OBRA
SOBRE LA GUERRA DE INTERVENCIÓN

Miguel León-Portilla



Hace justamente un siglo, en 1867, y sólo unos cuantos meses después de la restauración de la República en México, comienza a aparecer en Madrid, por entregas, una obra que despierta gran interés por su tema y por el criterio con que está escrita. El libro en cuestión, debido al joven historiador español Pedro Pruneda, se intitula Historia de la guerra de México, desde 1861 a 1867. Como subtítulo añade su autor en la misma portada que su obra está enriquecida "con todos los documentos diplomáticos justificativos; precedida de una introducción que comprende la descripción topográfica del territorio, la reseña de los acontecimientos ocurridos desde que México se constituye en república federativa en 1823 hasta la guerra entre Miramón y Juárez". Y conviene notar desde luego que no se trata de un folleto más o menos extenso sino de una obra de gran formato y de 462 páginas con numerosas litografías.[ 1 ]

Al conmemorarse ahora el centenario del triunfo de las armas republicanas ha parecido conveniente exhumar del olvido a este libro escrito con un criterio que, como veremos, contrasta radicalmente con las opiniones que a raíz de la muerte de Maximiliano se emiten sobre México en Europa y aun en algunos círculos de los Estados Unidos. De él preparamos actualmente una nueva edición en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional, con introducción y comentarios por la doctora Clementina Díaz y de Ovando y la señorita Rosa Camelo. Nos limitamos aquí por consiguiente a anticipar algo sobre el autor y el contenido de la obra. Comencemos por responder a la pregunta ¿quién fue Pedro Pruneda?

La relativamente escasa información de que disponemos nos permite al menos consignar algunos datos de importancia. Pruneda fue hombre de vida corta pero de actuación fecunda como político, periodista e historiador. Nacido en la Villa del Pollo, en la provincia de Teruel, España, en mayo de 1830, murió a la edad de treinta y nueve años en 1869. Sabemos que hacia 1850 había obtenido el título de maestro de primera enseñanza y era ya hombre bastante versado en literatura, historia, matemáticas y francés. Mas pronto su pasión política habría de estorbarle el ejercicio de su profesión como maestro. En 1854, a los veinticuatro años de edad, Pruneda se inicia modestamente en la que pudiera describirse como muy breve pero fecunda carrera política. Por ese año lo encontramos trabajando como escribiente en el Ministerio de la Gobernación en Madrid. Por causa de los trastornos políticos de 1856, tiene que retornar a Teruel, donde colabora con su padre en un periódico que éste había fundado. Vuelto a Madrid poco después, distribuye su tiempo escribiendo en otros periódicos como El Pueblo, La Discusión y La Democracia. Es también asiduo lector e investigador en la Biblioteca Nacional y, entregándose cada vez más a lo que es su interés principal, afiliado ya al grupo de Prim, toma parte en los sucesos de junio de 1866 y de septiembre de 1868, relacionados estos últimos con la caída de Isabel II y el encumbramiento del mencionado general Prim. Poco antes de morir en 1869, se encuentra ocupado en la preparación de una historia de la provincia de Cuenca. Así, la que llamaremos su obra, la única que pudo ver terminada y publicada, es precisamente la Historia de la guerra de México.

¿En qué está la importancia de este libro? Por una parte hay en él información copiosa, incluida con un criterio casi periodístico, la raíz misma de los hechos que en México se están desarrollando. Porque si Maximiliano fue ejecutado en Querétaro el 19 de junio de 1867, en la obra de Pruneda, publicada pocos meses después por Elizalde y Compañía de Madrid, se habla ya de esto y de otros acontecimientos que siguieron a la muerte del poco afortunado Habsburgo. La primera y segunda parte de su obra, a las que dedica setenta y una páginas presentan una especie de resumen de la historia de México, desde su pasado indígena hasta la guerra de Independencia y los primeros cuarenta años de vida nacional o sea hasta 1861. El resto del libro, casi cuatrocientas páginas más, constituyen lo que llamaremos un enjuiciamiento de la guerra de Intervención. Pruneda se vale de todas las fuentes a su alcance como lo muestran los apéndices a su obra, en los que incluye documentos tan importantes como el manifiesto del Congreso de México contra la intervención francesa, partes oficiales de acciones de guerra tanto de los conservadores como de los liberales, circulares de don Benito Juárez, despachos diplomáticos, notas cablegráficas y aun noticias y apreciaciones obtenidas directamente de viajeros e informantes.

Pero si como fuente de información este libro debió sorprender a sus contemporáneos, el enorme interés que tiene para nosotros se deriva fundamentalmente del punto de vista desde el cual Pruneda juzga y comenta los hechos de la que llama "guerra de México". Ya hemos dicho que el joven historiador está situado al lado del grupo de liberales españoles influidos por la actitud de Prim. Manifiestamente hostil a las que considera tradiciones y actitudes decadentes de las monarquías europeas, Pruneda se empeña por ver en los sucesos de México el ejemplo de un pueblo que lucha por un nuevo concepto de la libertad política. Aludiendo a las obras de Humboldt, Alamán y Bustamante, piensa que México, a pesar "del régimen despótico que le dejó la vieja Europa", ha alcanzado ya la suficiente madurez como para encaminarse, aun a costa de su sangre, hacia el establecimiento de las instituciones democráticas.

Contra quienes propugnan que la salvación de los pueblos latinos de América está en la intervención de las potencias europeas que deben consolidar allí formas de gobierno aristocrático con monarcas de quimera, resueltamente afirma Pruneda que "allí será siempre anormal la forma monárquica; Iturbide, a quien tanto debió la causa de la independencia mexicana, se proclamó emperador y fue fusilado; Santa Anna ha intentado en nuestros días establecer el imperio y no lo ha conseguido; el último ensayo ha producido la catástrofe de Querétaro". Y añade: "Extraño es en verdad que Napoleón III, que antes de ser emperador fue huésped de dos repúblicas, se equivocara tan lastimosamente desde el principio de la cuestión de México, creyendo que allí sería posible el imperio, y el imperio impuesto por una intervención europea".[ 2 ]

Y dando expresión, desde su mismo prólogo, a la idea que norma el enfoque de su obra, proclama enseguida con aires casi románticos su admiración por la organización republicana y decididamente presenta a México como campeón de esta actitud:

Así como en la edad antigua se encontraron frente a frente el despotismo oriental y la democracia griega, así acaban de luchar la democracia americana y el monarquismo europeo. La República Mejicana ha respondido fieramente al reto de la orgullosa Europa, arrojando a sus pies el ensangrentado cadáver de Maximiliano, significando tal vez con esto, que América no reconoce la supremacía que pretende abrogarse Europa. ¿Es un bien o es un mal para la causa de la civilización y del progreso que Europa haya quedado humillada en la contienda? Los espíritus miopes, que no ven más allá de la tierra que habitan y del tiempo en que viven, lo juzgarán acaso un mal; pero los hombres pensadores, aquellos cuya mente abarca espacios dilatados y juzgan con superior criterio los sucesos, lejos de entristecerse porque América haya triunfado, no ven sino un motivo de júbilo y de esperanza. La libertad política, que en la edad moderna es germen de civilización y de progreso, se niega o se desnaturaliza en Europa, donde la marea reaccionaria sigue su constante ascenso desde 1848. ¡Ay de la libertad, si arrojada del viejo continente, no pudiera refugiarse a las playas hospitalarias de la joven América![ 3 ]

Por esto, muy lejos de censurar a Juárez por no haber concedido clemencia al vencido Maximiliano, y contradiciendo una vez más el criterio prevalente en Europa que, como lo manifiesta la prensa de la época, se muestra horrorizada por lo que ha acontecido en México, Pruneda logra en breves líneas un primer panegírico de quien ha recibido el título de Benemérito de las Américas:

Aun después de tomada la capital, que Juárez les abandonó por evitar la efusión de sangre y los horrores de un sitio; aun después de establecido formalmente el imperio, los franceses no fueron dueños sino del terreno que pisaban. El ejército francés no logró dominar por completo sino el valle de Méjico; el poder imperial sólo se extendía a una parte muy reducida del territorio; su autoridad sólo era fuerte y respetada en algunas ciudades populosas. El imperio no lo fue sino en el nombre; la República no fue vencida realmente. El poder, la fuerza, la popularidad, el prestigio, no le faltaron jamás a Juárez. Si no tenía la fuerza material, si careció durante mucho tiempo de recursos y de tropas regularmente organizadas, si tuvo que luchar con la traición de unos y con la tibieza de otros, no por eso debe creerse que le faltara esa gran fuerza moral, superior a los fusiles y a los cañones, que sabe avivar la llama del patriotismo cuando empieza a extinguirse; que lleva la fe al alma de los incrédulos, anima a los que desfallecen, enardece a los que desmayan, y llega más tarde o más pronto, a sobreponerse a todo género de contradicciones y de reveses. Desde Matamoros y desde San Luis Potosí, Juárez ejerció sobre el territorio de la República más influencia que Maximiliano, Forey y Bazaine desde Méjico. Sus órdenes, trasmitidas por emisarios activos, eran obedecidas en todas partes. En la misma capital tuvo siempre inteligencias, amigos leales, partidarios ardientes que nunca desesperaron del triunfo de su causa.

La energía de Juárez no desmayó nunca: con una fe ciega en los destinos de la República, con esa perseverancia incansable que no retrocede ante los reveses, prosiguió valerosamente el rudo trabajo de la restauración. Después de una derrota, volvía con más vigor al combate. Cuando más desalentado se le creía, cuando se le juzgaba emigrado a los Estados Unidos, sorprendió a los imperialistas con un rasgo de entereza que algunos calificaron de locura. Concluía el periodo de su administración. Hallábase en las fronteras extremas de la República, en el Paso del Norte, sin generales, casi sin soldados, inquietado además por la rivalidad del general González Ortega que aspiraba a sucederle en la presidencia, y en ocasión que los soldados del imperio triunfaban por todas partes. En tan desfavorables circunstancias, otro menos audaz hubiera dado por perdida su causa. Juárez no: el 30 de julio de 1865 publicó un decreto manifestando que continuaría su presidencia hasta que las circunstancias permitieran una nueva elección.

Conocido el carácter de Juárez y la actitud de la gran mayoría del pueblo mejicano, no era difícil prever el desenlace.[ 4 ]

Y retomando el hilo de lo que ha dicho en su prólogo acerca de la figura de Juárez y de la nobleza de su causa, ya en las últimas páginas de su Historia ofrece Pruneda la que quiere ser su visión profética de los destinos de México. Reconoce ciertamente los múltiples problemas derivados de lo que hoy en día llamamos su heterogeneidad cultural, y sin pretender disminuir obstáculos y deficiencias pero con el gran optimismo que le da su fe liberal, sostiene que el futuro de México es crear un gran Estado que habrá de servir de norma y ejemplo a las otras repúblicas americanas y de contrapeso a la tendencia absorbente y a la fuerza que tipifican los Estados Unidos de Norteamérica:

Tal es a no dudarlo la misión de Juárez, la más alta capacidad política de Méjico, como es también su carácter más enérgico y perseverante. Méjico ha sido víctima de toda clase de denuestos, fundados algunos, inmerecidos los más; y ha sido víctima de cuantas calumnias pueden concebirse. No hay baldón con que no se le haya injuriado; no hay mancha que no se haya pretendido arrojar sobre su frente; pero de este oprobio Méjico se verá libre, porque tales difamaciones son hijas del grito destemplado de sus propias disensiones. A todas las calumnias, a todos los dicterios de los escritores europeos, Méjico responde con la reciente resolución que acaba de tomar el Congreso, aboliendo la pena capital; cuya medida prueba que el espíritu nacional ha sabido hacerse superior a los odios y antagonismos que se originan de las guerras civiles.

En Méjico hay un gran sentimiento por la virtud y la justicia; hay hombres previsores, pensadores concienzudos, escritores distinguidos; tienen los mejicanos razón sana, imaginación de artista, criterio recto, entusiasmo por la patria, valor a toda prueba, ardiente amor a la libertad. Su suelo, virgen todavía para el trabajo, empapado ahora en sangre, sólo necesita algunos años de paz y una dirección inteligente y vigorosa, para convertirse en una de las regiones más florecientes y prósperas de América. Y esto se realizará cuando hayan cesado las luchas sangrientas de los partidos, y el choque continuo de las ambiciones personales; cuando las instituciones democráticas se hayan afirmado; cuando, finalmente, hayan desaparecido las rivalidades de raza [...]

En Méjico, como en todas las repúblicas americanas, subsiste todavía por desgracia el odio entre los opresores y los oprimidos, entre la raza española y la raza india, aquélla dominadora y despótica, con derechos políticos, dueña de la propiedad, monopolizadora de la industria; la última, medio esclava, pobre, sin instrucción, sin otro bien que mitigue su desventura que la independencia que debe a lo despoblado del territorio, a lo agreste de las montañas y a la impenetrable frondosidad de los bosques. Todo hace creer que se aproxima la emancipación de la raza india, tan conforme por otra parte con el espíritu de las ideas democráticas. Su aptitud para la vida civilizada, sus dotes de sagacidad, de vigor y de inteligencia, están plenamente probadas. El general Mejía, fusilado en Querétaro, uno de los guerreros más valientes del imperio, cuya generosidad con los vencidos hemos tenido ocasión de mencionar, era de raza india; Álvarez, que ha sido tantas veces árbitro de la suerte de la República, y que tantas pruebas ha dado también de abnegación y desinterés, es de raza india; el mismo Juárez es también indio.

No está acaso muy distante el día en que la emancipación de los indios y su reconciliación con los mejicanos de raza española se realice. Entonces se centuplicarán las fuerzas de la República, y podrá crearse allí un grande Estado que sirva de norma y de ejemplo a las repúblicas españolas de la [América] Central, y de contrapeso al poder inmenso de los Estados Unidos, cuyas tendencias absorbentes es fuerza que se contengan y limiten.[ 5 ]

Las líneas transcritas y lo poco que hemos dicho acerca de esta importante obra de Pedro Pruneda son invitación a acercarse a ella. El joven historiador, idealista y de expresión romántica que muy pronto habría de morir, disfrutaría antes al menos del reconocimiento de México, que le concedió su ciudadanía honoraria. Frente a las condenaciones y denuestos de que este país era entonces objeto, convertida su imagen en museo de improperios, el libro de Pruneda, el español liberal, se presenta como una interpretación mucho más honda de esta lucha que libró la nación mexicana, empeñada en salvaguardar su independencia y en consolidar para siempre las instituciones que habrían de ser norte de su derrotero histórico. La nueva edición que de este libro preparamos, ayudará ciertamente a recordar que también fuera de México hubo espíritus liberales que, no a la ligera sino tras concienzudo examen, llegaron a descubrir el sentido histórico y, si se quiere, la verdad de aquello mismo que a otros parecía aberración.

[ 1 ] La referencia bibliográfica completa de esta obra es la siguiente: Pedro Pruneda, Historia de la guerra de Méjico, desde 1861 a 1867, con todos los documentos diplomáticos justificativos, precedida de una introducción que comprende la descripción topográfica del territorio, la reseña de los acontecimientos ocurridos desde que Méjico se constituyó en república federativa en 1823, hasta la guerra entre Miramón y Juárez, y acompañada de 25 a 30 láminas litografiadas presentando retratos de los principales personajes y vistas de las ciudades más populosas, Madrid, Elizalde y Compañía, 1867, XII-462 p.

[ 2 ] Pedro Pruneda, Historia de la guerra de Méjico, desde 1861 a 1867, con todos los documentos diplomáticos justificativos, precedida de una introducción que comprende la descripción topográfica del territorio, la reseña de los acontecimientos ocurridos desde que Méjico se constituyó en república federativa en 1823, hasta la guerra entre Miramón y Juárez, y acompañada de 25 a 30 láminas litografiadas presentando retratos de los principales personajes y vistas de las ciudades más populosas, Madrid, Elizalde y Compañía, 1867, XII-462 p., p. IX-X.

[ 3 ] Pedro Pruneda, Historia de la guerra de Méjico, desde 1861 a 1867, con todos los documentos diplomáticos justificativos, precedida de una introducción que comprende la descripción topográfica del territorio, la reseña de los acontecimientos ocurridos desde que Méjico se constituyó en república federativa en 1823, hasta la guerra entre Miramón y Juárez, y acompañada de 25 a 30 láminas litografiadas presentando retratos de los principales personajes y vistas de las ciudades más populosas, Madrid, Elizalde y Compañía, 1867, XII-462 p., p. X-XI .

[ 4 ] Pedro Pruneda, Historia de la guerra de Méjico, desde 1861 a 1867, con todos los documentos diplomáticos justificativos, precedida de una introducción que comprende la descripción topográfica del territorio, la reseña de los acontecimientos ocurridos desde que Méjico se constituyó en república federativa en 1823, hasta la guerra entre Miramón y Juárez, y acompañada de 25 a 30 láminas litografiadas presentando retratos de los principales personajes y vistas de las ciudades más populosas, Madrid, Elizalde y Compañía, 1867, XII-462 p., p. VI-VII .

[ 5 ] Pedro Pruneda, Historia de la guerra de Méjico, desde 1861 a 1867, con todos los documentos diplomáticos justificativos, precedida de una introducción que comprende la descripción topográfica del territorio, la reseña de los acontecimientos ocurridos desde que Méjico se constituyó en república federativa en 1823, hasta la guerra entre Miramón y Juárez, y acompañada de 25 a 30 láminas litografiadas presentando retratos de los principales personajes y vistas de las ciudades más populosas, Madrid, Elizalde y Compañía, 1867, XII-462 p., p. 445.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 2, 1967, p. 139-145.

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