Juan A. Ortega Y Medina
El culto e infatigable estudioso que fue Vigil, a quien tanto debe la cultura nacional por su tenacidad intelectual y sus extraordinarias dotes de investigador, dejó por ahí, como otros tantos beneméritos mexicanos de la historia, un curioso e importante ensayo sobre el cual vale la pena meditar un poco. En 1878, en un periódico de título y contenido significativamente progresista El Sistema Postal, como correspondía a los nuevos tiempos, comienza nuestro jalisciense a publicar una serie de artículos que se amparan bajo este apremiante y orientador título: Necesidad y conveniencia de estudiar la Historia Patria . Bajo tal denominación yace una dramática y reiterada apelación a la conciencia nacional todavía no consolidada del todo. Vigil, que escribe este ensayo cuando se inicia propiamente la etapa pacífica y progresista del porfirismo, hace un vibrante llamado a la concordia y se empeña honradamente en quitar todos los obstáculos que hasta entonces habían impedido la reconciliación nacional. Entre los obstáculos afectivos e intelectuales que impedían la suma de esfuerzos se hallaba la distinta concepción de la historia nacional que, desde la época de Mora, había separado a los mexicanos y ahondado sus diferencias políticas. Vigil construye o reconstruye, si se quiere, su visión de la historia patria al dotar a ésta de un carácter mestizo salvador; su recreación no es sino una síntesis de los dos opuestos polos histórico-políticos de nuestro ser nacional. El mérito de Vigil consiste en haber sido acaso el primero en definir la conciencia nacional en términos de comprensión mestiza.
Antes de proceder al análisis de sus ideas hemos creído oportuno describir el telón de fondo de los acontecimientos históricos, porque sólo así cobra mayor intensidad la idea original y esotérica del intelectual, quien especulando o predicando al parecer en desierto, según se ve atrás, una inspección superficial, deja oír su voz y mensaje no sólo a su generación sino sobre todo a las siguientes.
Las elecciones del 26 de septiembre de 1872 dieron el triunfo, por mayoría aplastante, a don Sebastián Lerdo de Tejada; el candidato derrotado era un general laureado de 42 años, Porfirio Díaz, que por segunda vez había luchado infructuosamente por alcanzar la presidencia de la República. Lerdo, hacia fines de 1875, intentó reelegirse; pero antes incluso de que tuvieran lugar las elecciones estalló la revuelta porfirista, proclamada en el Plan de Tuxtepec (1o.-I-1876), modificada en Palo Blanco (21-III) por el propio Díaz, que dio al traste con las aspiraciones egoístas de Lerdo en materia política. El principio revolucionario de la "no reelección" presidencial fue enarbolado mediante una reforma a la Constitución (Decreto del 5-V-1878), sería sancionado el principio prohibitivo, se suprimía el Senado y se desconocía la autoridad del presidente, declarándose como únicas leyes las de Reforma y por suprema la Constitución. A pesar de la derrota de Díaz en Icamole, la revuelta siguió su curso. Don José María Iglesias, ministro de la Corte Suprema, desconoció la reelección de Lerdo por considerar que las elecciones habían sido amañadas; asumió el cargo de presidente de la República y fijó su residencia en el estado de Guanajuato. El general Díaz obtiene la victoria en Tecoac (16- XI -76) gracias al auxilio oportuno de su amigo el general González, y a Lerdo no le queda otra opción sino emprender el camino del destierro, ocupando Díaz acto seguido la presidencia (23-XI). El nuevo presidente intentó avenirse con Iglesias; pero tras la entrevista de la Capilla, en Querétaro (21- XII ), en donde no se llegó a ningún acuerdo, el pundonoroso defensor de la constitucionalidad fue derrotado y hubo de refugiarse, como Lerdo, en los Estados Unidos. Salió de la capital mexicana en enero de 1877 y no regresó a ella sino diez meses después, en octubre. Cabe decir que, hasta el año de 1891 en que murió, se mantuvo al margen de la política, sordo a los halagos y desdeñoso a los favores provenientes... de arriba; y, por lo mismo, admirado por muchos hombres de su época y respetado hasta por sus propios adversarios. Para Díaz siempre fue, empero, un mudo y digno testigo de incomodidad.
Bajo la firme mano de Díaz comenzó México a marchar por el camino del progreso y del orden. Los restos que aún quedaban de la vieja estructura colonial iban desapareciendo inexorablemente ante las arremetidas económicas, sociales y políticas de los nuevos tiempos. La capital había por fin quedado enlazada con el puerto de Veracruz mediante la línea férrea inaugurada en 1872; la típica fisonomía rural del país comenzaba muy lentamente a cambiar por medio de una débil e incipiente industrialización, apoyada en capitales extranjeros. Como consecuencia de este proceso, bien pronto se dejó sentir la fuerza de la masa obrera proletaria; el día 1o. de noviembre de 1876 se celebró el Primer Congreso Obrero del Círculo de Artesanos que, afiliado a la Internacional, inicia los primeros movimientos huelguísticos en el país.
Tras las elecciones de mayo de 1877 es electo presidente de la República el general Díaz, cuyo gobierno logra el reconocimiento del de los Estados Unidos; evita la guerra entre México e Inglaterra, por la cuestión de Belice; inicia el acercamiento con los demás países iberoamericanos, y restablece las relaciones diplomáticas con Francia. Prosiguiendo la política ferroviaria iniciada por Lerdo, mas siguiendo ahora un eje económico-geográfico distinto, otorga Díaz generosas concesiones a las compañías del Central y Nacional Mexicanos. De 1880 a 1884, el compadre de Díaz, general Manuel González, ocupa la presidencia: era la segunda vez que en la historia política del México independiente se hacía la transmisión de poderes en forma pacífica.[ 1 ]
Vigil comienza deplorando en su ensayo el abandono en que se hallan los estudios históricos "en nuestra educación científica y literaria", y aboga acto seguido por una dedicación intensiva hacia ellos como el medio más adecuado para profundizar sobre la realidad mexicana; es decir, se plantea el estudio de la historia nacional como instancia de salvación de lo esencial y propio. Vigil fue uno de los primeros y de los pocos mexicanos de aquel entonces que, a su formación humanística clásica, sumaba unos fundamentos filosóficos y unos conocimientos lingüísticos modernos (alemán, inglés, francés e italiano) de primer orden, excepcionales. Es por ello que en pleno periodo reformista y posreformista -tan ajeno y tan negativo frente a la tradición y los valores indígenas- considera, por ejemplo, que el náhuatl debe tener para los alumnos mexicanos el mismo valor y rango formativos que el griego y el latín. Pero a diferencia de algunos semicultos extraviados de hoy día, Vigil considera que en cada estado de la federación se debería estudiar la lengua indígena aún existente en cada uno de ellos. Quería, insistamos en esto, que en los estudios medios y superiores se divulgasen las civilizaciones prehispánicas (su historia, su literatura, sus artes) como medio de autoconocimiento y enriquecimiento espirituales; demandaba también, como más tarde lo exigiría Alfonso Reyes con innegable genialidad y gracejo, el latín y el griego, y, algo más, el náhuatl o el maya, si no exclusivamente para las izquierdas, cuando menos sí para todos los estudiantes mexicanos ya liberales o conservadores, o bien moderados.
Aspira Vigil a una educación a la par universalista y mexicanista que nos equilibre y nos mantenga en nuestra fisonomía espiritual propia, en nuestra característica personalidad, en nuestra balanceada idiosincrasia nacional; es decir en nuestro auténtico modo de ser que nos distingue, en tanto que mexicanos, de los demás pueblos y naciones. Vigil tenía fe en el proceso educativo a causa de las fuerzas regeneradoras que desencadenaba él mismo. De acuerdo con su programa el patriotismo sería renovado y fortalecido al fincar sus raíces en lo entrañable y peculiar. No se trata de perseguir y entronizar un ideal educativo abstracto y ajeno, sino de tener en cuenta lo auténtico y propio, único modo de evitar el peor de todos nuestros vicios: el autodesprecio, que es el primer paso, según Vigil, en el camino del envilecimiento y de la nulidad. Hay que advertir que estas ideas no tienen nada de gratuitas ni de ociosas, puesto que el autor está dirigiendo sus críticas contra el sistema educativo preparatoriano (aunque él pertenecía al cuerpo docente de la escuela) legalizado en 1867 por don Benito Juárez y puesto en marcha por el filósofo positivista Gabino Barreda el 19 de febrero de 1868. Frente a la sólida formación científica y universalista del sistema educativo barrediano, opone Vigil una contextura humanista y mexicanista como primer problema nacional que resolver; frente a un mecanismo positivo y progresista, una actitud filosófica auténtica; a saber, no escéptica. La aventura idealista que como programa ofrecía Vigil no pudo encontrar eco en medio de una generación entusiasmada con el positivismo comtiano y spenceriano como medio de lograr rápidamente el tan suspirado proceso; sin embargo, serían las generaciones posteriores las que, desengañadas con el modelo progresista propuesto, aspirarían a la salvación de lo propio por el camino de la metafísica, tal como lo quisieron Caso y los ateneístas, y tal como el propio Justo Sierra lo propugnó al inaugurar la Universidad en 1910 y al cultivar la historia patria siguiendo la inspiración humanista y mexicana (mestiza) de su antecesor y también contemporáneo José María y Vigil.[ 2 ]
El escritor e historiador jalisciense, aunque criollo puro, es el primer mexicano que percibe los valores de la conciencia mestiza y los entiende y cultiva como programa nacional para un futuro de superación. Él nos advierte y pone en guardia contra el odio irracional que provocaba la etapa histórica de la Colonia ; porque el estudio de ese pasado lo considera indispensable para poder comprender bien el presente. El pasado no es pues para Vigil un peso muerto que podemos negar y del que podemos fácilmente desprendernos, sino que es algo que gravita sobre nosotros y por lo mismo nos forma y conforma: intentar rechazarlo es imposible y absurdo; asumirlo es lo más adecuado y correcto. El hecho mismo de que para salir de ese sistema colonial hubiera tenido el país que pagar muy cara la empresa, derrochando rango y riquezas en un holocausto sin paralelo, es para Vigil la prueba de la operatividad de ese pasado. En el sistema colonial halla él los gérmenes de nuestras costumbres y hábitos; de aquí la necesidad de estudiarlo para comprender los problemas presentes. Otro tanto ocurre con los rezagos prehispánicos, si bien de signo contrario; por consiguiente debemos estudiar asimismo esa "barbarie", puesto que vive y persiste aún entre nosotros y de su conocimiento depende que ella, en cuanto deformidad residual, deje de amenazarnos y nos posibilite así la ansiada paz y progreso. Probablemente al lector le parecerá que es incongruente el que Vigil afirme y niegue al mismo tiempo el pasado prehispánico; pero de hecho no hay tal incongruencia, porque una cosa es para él el pasado cultural prehispánico, valioso desde cualquier punto de vista, y otra esos residuos de la tradición a cargas emocionales perturbadoras y pues, según su criterio, negativas. Por supuesto hoy no lo entendemos así; pero no podemos exigirle a Vigil una comprensión antropológica que no estaba al alcance de su tiempo.
Los pueblos, nos dice Vigil, y está en lo cierto, no pueden prescindir de su pasado, puesto que éste es la única base segura para conocer el presente y preparar el porvenir. Esta reacción del historiador frente a la tesis histórica jacobina, que rechazaba por igual los valores hispánicos y los indígenas, es comprensible puesto que él piensa que sólo la asunción de la instancia cultural hispanoindígena permitirá que de ser México un país de anomalías se convierta en un país normal; es decir, que asuma conscientemente su personalidad mestiza en cuanto único camino de salvación. Para alcanzar la meta propuesta se necesita una instrucción histórica para todos; de esta suerte el hombre mexicano podrá transformarse en ciudadano mexicano: la categoría natural en calidad civil. En lugar del camino enajenante emprendido por el positivismo barrediano, él propone el único que hará posible salvar el desnivel cultural que separa a México de los Estados Unidos y de la Europa avanzada; la instrucción útil en general y en particular la instrucción histórica inutópica.
El siguiente paso del crítico es un somero examen de los compendios históricos existentes por entonces, a los que considera farragosos, narrativos, descarnados y carentes de ideas generales, lo que da por resultado el hastío y la repulsión de los educandos. Las biografías disponibles carecían de lo más importante; verbigracia del trazo de la personalidad moral del personaje descrito, de la valoración de su obra, de la influencia ejercida en el país. Es decir, las encuentra desprovistas de un fondo ético y axiofilosófico, de espaldas a la tradición ilustrada y aun romántica.
Observa además las dos tendencias o escuelas históricas, de carácter destructivo, que se combaten en México infructuosamente y con resultados negativos: la española (negadora del pasado indígena) y la mexicana (condenadora del pasado español). Con esta adjetivación caracteriza Vigil la oposición histórica existente entre la escuela conservadora o tradicional y la liberal o progresista. Vigil actúa dentro de la corriente liberal moderada, evolucionista, y por lo tanto posee una comprensión de la historia que es ajena, si no es que adversa, a la concepción liberal pura, antitradicional. Lo que el sereno crítico ve de ineficaz en la oposición es que el "carácter contradictorio" de las dos direcciones no proporciona al "ciudadano mexicano una seguridad en sí mismo". Esta inseguridad emocional producida por la típica contradicción escolástica, origina un sentimiento depresivo que nos hace (Vigil pluraliza) sentirnos inseguros y juzgarnos incapaces para todo lo grande y extraordinario. Nos abruma, por lo mismo, un funesto sentimiento de inferioridad que se acusa mayormente en la raza indígena, pero que no deja tampoco de manifestarse en la raza criolla dominadora, que se muestra así carente de energía creadora y de fe en sí misma. La catarsis espiritual, propuesta por Vigil para superar el complejo que aqueja a indios y criollos, y que casi no actúa, curiosamente en los mestizos ya la conocemos: consiste en la ya indicada revaloración de la historia mexicana, es decir en una purificación o nuevo acrisolamiento que permitirá refundirnos y desprendernos de la amargante y decepcionante triste herencia de la generación de independencia y de la del XVIII.
La esterilidad intelectual mexicana de su tiempo no la atribuye Vigil a la naturaleza física del país ni a la físicomoral del hombre; la nula aportación de México a la grandeza del siglo XIX en curso se debe a causas que se hallan más al alcance de nuestro poder y voluntad. El país se encuentra en este momento, discurre Vigil, en el límite de una crisis peligrosa. México sólo tiene esta alternativa: ineludible grandeza y aniquilamiento. La sociedad mexicana, cada vez más ilustrada, tiene que resolver a su favor la dramática disyuntiva. "En el conocimiento de sus propios elementos -concluye Vigil- reposa el secreto de su grandeza."
La contribución de Vigil al México a través de los siglos, así como sus prólogos y otros trabajos históricos nos indican que él, consecuente con su programa, asentaba sobre sólidas bases históricas el desarrollo de la nación. El tiempo ha venido a dar la razón de Vigil, una vez que el forzoso y necesario despertar revolucionario nos ha permitido una interpretación dialéctica de nuestra historia, en donde las dos posibilidades irreductibles y polarizantes son subsumidas. Todavía no se ha alcanzado la grandeza presumida por Vigil, mas en la búsqueda de ella nos hallamos todos, afanosos y comprometidos, y especialmente los cultivadores de la historia, puesto que, de acuerdo con el crítico, la comprensión de ella es la única garantía que tenemos para reconocernos a nosotros mismos, por consiguiente, para poder progresar. Porque en definitiva, si es que entendemos bien el mensaje de Vigil, el famoso complejo de inferioridad que traba y frena al mexicano no deja de ser a fin de cuentas sino una viciada e incorrecta digestión de su historia.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, José Valero Silva (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 3, 1970, p. 67-74.
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